lunes, 18 de mayo de 2009

                       

          No tengamos miedo de anunciar a
Jesucristo

 Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela 

La Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado
recientemente (14 de diciembre 2007) una “Nota doctrinal acerca de algunos
aspectos de la Evangelización”. Se puede consultar en L’Osservatore Romano del
15-XII-2007, y está accesible en el lugar correspondiente de la página web de la
Santa Sede (http://www.vatican.va).


 El texto ofrece un gran interés para todos, especialmente porque
toca de cerca la vocación misionera y el anuncio del Evangelio. No se trata de
reiterar ahora el contenido y la argumentación de la Nota. Sólo quiero señalar
algunos aspectos que me parecen verdaderamente esenciales para la
evangelización. Las claves del texto podrían ser las siguientes palabras:
“anuncio, conversión, libertad, Reino, Iglesia”. Es un documento dirigido, por
tanto, a iluminar la tarea misionera en la que estamos todos implicados. Os
animo a su lectura detenida.


 Como es habitual, estos breves textos salen al paso de problemas
que tienen una real incidencia práctica. En este caso, la preocupación central
de la Nota es –según sus palabras- la “confusión creciente que induce a muchos a
desatender y dejar inoperante el mandato misionero del Señor (cf. Mt 28, 19)”
(n. 3).


 La afirmación resulta grave. La tarea evangelizadora gracias a Dios
es enormemente fecunda en numerosos lugares, como bien sabe la Congregación.
Pero el problema que la Congregación constata también es real y afecta –se dice-
a no pocos agentes evangelizadores. En realidad, lo decisivo es que semejante
“confusión” tiene, por así decir, una enorme relevancia cualitativa, ya que
hiere hondamente en el corazón mismo de la existencia y misión cristianas.


 No es fácil comprender, desde la lógica de la fe, ese fenómeno.
Bastaría recordar con san Pablo que la evangelización “es más bien un deber que
me incumbe. Y ¡hay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9, 16). Por su
parte, el Concilio Vaticano II invitó con gran énfasis a la Iglesia entera a
tomar conciencia de su misión evangelizadora. Se trata, en consecuencia, de una
situación totalmente contraria al sentir y al decir del Concilio, y sus causas
habrá que buscarlas en otro lugar.


 Hay dos circunstancias -señala la Nota- que han llevado en
bastantes casos a esa confusión. Primeramente, existe una equívoca
interpretación del respeto debido a la conciencia personal. Para algunos,
presentar el Evangelio y la oferta cristiana -y la eventual conversión al Señor-
parecería lesionar la libertad de los individuos. Ciertamente, a nadie se le
oculta que ese riesgo ha sido más que evidente a lo largo de la historia. Sin
embargo, con mayor evidencia debe reconocerse honestamente que hoy los creyentes
estamos persuadidos de que toda verdadera evangelización presupone la libertad
de las conciencias. Nada hay más contradictorio con el Evangelio que acompañar
el anuncio cristiano con presiones indebidas de cualquier tipo. Esto es tan
claro que no hace falta insistir en ello.


 Ahora bien, respetar la conciencia de los no creyentes es a todas
luces algo bien diverso de guardar un extraño silencio sobre la propia fe. En
realidad, esa actitud sólo aparentemente mostraría respeto. De entrada, supone
una imagen muy pobre de las personas y de su conciencia pensar que el anuncio
sencillo del Evangelio coarta su libertad. Por lo demás, la mejor expresión de
respeto a las personas es precisamente darles la posibilidad de conocer y vivir
según el designio de Dios. Cabría dar la vuelta al argumento y preguntarse:
¿quién soy yo para negar a otros el Evangelio? Tiene aquí plena vigencia aquella
fuerte advertencia de Juan Pablo II: “Toda persona tiene derecho a escuchar la
‘Buena Nueva’ de Dios que se revela y se da en Cristo, para realizar en plenitud
la propia vocación” (cf. Redemptoris missio, n. 46).


 No tengamos falsos temores. El anuncio del Evangelio amplía la
libertad del hombre, aun cuando solo fuera –que no es poco- porque con esa
oferta cada persona tiene la oportunidad de discernir el plan de Dios y
descubrir su existencia de manera totalmente nueva. Justamente la Nota dedica
buena parte del texto (nn. 4-9) a las “implicaciones antropológicas” que tiene
para los hombres la plenitud de la vocación humana revelada en Cristo; la
plenitud de lo bueno y de lo verdadero que permite iluminar el sentido auténtico
de la vida y destino del hombre. Son unas consideraciones dignas de meditar
atentamente, de modo especial las que hacen referencia a la recta búsqueda de la
verdad religiosa (nn. 4-5).


 La Nota señala a continuación un segundo motivo que también ha
influido en “dejar inoperante el mandato misionero”. Se refiere la Congregación
a quienes afirman que no se debe anunciar explícitamente el Evangelio ni
favorecer la conversión a Cristo y la adhesión a la Iglesia con el argumento de
que todos los caminos humanos, religiosos o no, son caminos de salvación, sobre
todo en la medida en que se promueva la justicia, la paz, la libertad, la
solidaridad (n. 3).


 Es probable que esta segunda idea –expuesta muchas veces de manera
precipitada y acrítica en folletos, libros, conferencias pastorales, etc.- haya
influido de hecho más negativamente que la anterior. Estamos ciertamente
persuadidos de que la verdad “no se impone de otra manera, sino por la fuerza
de  la misma verdad” (Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, n. 1). No
hay otro camino para la misión que la aceptación libre y auténtica del
Evangelio. Por eso, habría que interrogarse si la desatención al anuncio
explícito del Evangelio por un presunto respeto a las conciencias no está, en
realidad, mayormente motivada por una debilidad de nuestras convicciones sobre
la verdad y la bondad del Evangelio y de la existencia cristiana.


 Si es ese el caso, ¿no cabría hablar de
una dolorosa crisis de fe personal? No deberíamos extrañarnos. El actual
ambiente relativista propicia perplejidades letales para el creyente: ¿es Cristo
realmente el Camino, la Verdad y la Vida? ¿son todas las religiones y
experiencias humanas al menos parcialmente verdaderas e igualmente válidas?
¿acaso no resulta hoy presuntuoso presentarse como portador de la verdad y
sustituir el “anuncio” cristiano por el “diálogo”? ¿qué sentido tiene decir que
la Iglesia es necesaria para la salvación? Estos interrogantes, y otros
similares, “han ido creando –dice la Nota- una situación en la cual, para muchos
fieles, no está clara la razón de ser de la evangelización. Hasta se llega a
afirmar que la pretensión de haber recibido como don la plenitud de la
revelación de Dios, esconde una actitud de intolerancia y un peligro para la
paz” (n. 10).


 A nadie se le escapa la trascendencia
de estas cuestiones -os decía al principio- para el sentido mismo de la
evangelización. Se comprende que ante esa confusión de que habla la Nota
aparezcan las dudas y la parálisis en el anuncio misionero, o bien se busquen
otros significados para la misión, que siempre serán necesariamente parciales:
porque “si damos a los hombres sólo conocimientos, habilidades, capacidades
técnicas e instrumentos, les damos demasiado poco” (Benedicto XVI, cit. en n.
2). Tampoco puede contentarnos el solo testimonio porque “incluso el testimonio
más hermoso se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado
–lo que Pedro llamada dar ‘razón de vuestra esperanza’ (1 Pe 3, 15)-,
explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús” (Pablo VI, Exh.
Apost. Evangelii nuntiandi, n. 22).


 El contenido de la Nota recoge otros
aspectos que no podemos mencionar ahora. Estoy convencido de que su
consideración será muy iluminadora para la reflexión personal. El alcance de las
cuestiones planteadas requerirá, además, el estudio de los muchos y buenos
materiales que ya existen en relación con ellas. Os recomiendo, por ejemplo,
releer la Decl. Dominus Iesus de la Congregación para la Doctrina de la Fe
(16-VI-2000). Con esas y otras reflexiones podremos alcanzar, con la luz del
Espíritu, convicciones sólidamente fundadas que pacifiquen la inteligencia y nos
confirmen en el entusiasmo gozoso por la misión.  


 La Nota concluye con una significativa
evocación del gran número de cristianos que movidos por el amor a Jesús han
emprendido, a lo largo de la historia, iniciativas y obras de todo tipo para
anunciar el Evangelio a todo el mundo. “El anuncio y el testimonio del Evangelio
son el primer servicio que los cristianos pueden dar a cada persona y a todos el
género humano, por estar llamados a comunicar a todos el amor de Dios, que se
manifestó plenamente en el único Redentor del mundo, Jesucristo” (Benedicto XVI,
cit. en n. 13). Ese es también nuestro auténtico deseo, que justifica todos los
afanes y desvelos que la misión requiere. Como Pablo, quiera el Señor que
también nosotros podamos sentir y decir: “La caridad de Cristo nos urge” (2 Co
5, 14).


 Espero que esta reflexión nos haga actuar convencidos del don de la
fe que hemos recibido y que la presentemos gozosamente sin prevenciones de que
el interlocutor se pueda sentir acosado, al revés, sentirá que la nobleza del
corazón del creyente no se doblega y m
enos se oculta de
manifestar en lo que cree. Dar el regalo que hemos recibido de la fe es a la
postre no sólo muy bien aceptado sino hasta agradecido. Los complejos provocan
desconfianza y animan a la cobardía.

 La Iglesia es mi Madre y la amo con
locura

 Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela 

A veces se ha puesto de moda hablar de la Iglesia con cierto
desprecio y con ferocidad, yo diría, irracional. Y esto a uno le duele más
cuando viene de los propios hermanos que están dentro de la Iglesia; ha quedado
una especie de mancha oscura que será difícil de quitar y fue aquello que dijo
alguien que ¡Ojalá no lo hubiera dicho nunca!-: “Cristo, sí; Iglesia,
no”
.


 Creer en Cristo y rechazar a la Iglesia es creer en un Cristo que
no ha existido nunca, pues la Iglesia pende de Cristo y Cristo es por y para la
Iglesia [ella es el sacramento de la salvación por la que Cristo sigue
manifestándose, a través de la historia, a los hombres]. Quien piensa en un
Cristo sin la Iglesia, piensa en alguien imaginario que nunca existió”. Ella es
el “Cuerpo Místico” de Jesucristo como dirá S. Pablo a los Colosenses (Col 1,
24-29) y que de forma magistral expondrá Pío XII en la Encíclica “Mystici
Corporis”. Posteriormente el Concilio Vaticano II, hará toda una reflexión en
profundidad al respecto en la Constitución Lumen Gentium.


 Dios, la religión y la moral ‘confesional’, han sido vistas y se
ven con frecuencia como antagonistas del hombre, de su libertad y de su
felicidad. Se ha pretendido edificar la sociedad desde un humanismo
antropocéntrico e intramundano, se ha creído que eliminando a Dios del horizonte
del hombre todo estaba solucionado. Se ha pretendido eliminar a Dios y se ha
dejado al hombre solo. Y su carencia produce un vacío que se pretende llenar con
una cultura –o más bien- una pseudocultura centrada en el consumismo
desenfrenado, en el afán de poseer y gozar y que no ofrece más ideal que la
lucha por los propios intereses o el goce narcisistas... no se trata de adoptar
ahora, precisamente por no corresponder a la fe cristiana, posturas numantinas
ni reaccionarias, de cerrazón, y mucho menos de condena; tampoco se trata de
nostalgias. Lo que se nos exige hoy es que vivamos de lleno la fe.


 Que mostremos, gozosos, la fuerza renovadora y humanizadora de la
fe y del evangelio. Es necesario que volvamos a Dios. Es apremiante e
inaplazable por servicio a nuestra sociedad quebrada en su humanidad que los
cristianos nos convirtamos más honda y enteramente. Recordar todo esto nos hace
afirmar a los creyentes que si hay algo de más valor  en la Iglesia, en su
totalidad como pueblo de Dios, y en aquellos que deben apacentarla en el puesto
de Jesucristo, ese algo es la presencia de Cristo mismo en la totalidad de la
Iglesia y en sus ministros.


 Hay
muchas razones por las que amo a la Iglesia, pero cinco son las
fundamentales:
 


1.    
Amo
a la Iglesia porque salió del costado de Jesucristo. 


¿Cómo podría no amar
yo aquellos por lo que Jesús murió? ¿Y cómo podría amar a Jesucristo sin amar,
al mismo tiempo, aquellas cosas por las que él dio la vida? La Iglesia, buena,
mala, mediocre, santa y pecadora fue y sigue siendo la Esposa de Jesucristo.
¿Puede amar el Esposo, despreciándola? Esta Iglesia sale a la luz el día de
Pentecostés:
“La Iglesia, que, ya concebida, nació del mismo costado del
segundo Adán, como dormido en la cruz, apareció a la luz del mundo de una manera
espléndida por vez primera del día de Pentecostés”
(León XIII, Divinum
illud: AAS 29).
“Y ahora se edifica, ahora se forma, ahora... se figura, y
ahora se crea..., ahora se levanta la casa espiritual para constituir el
sacerdocio más santo”
(San Ambrosio). 


Pero me dirá alguien:
¿cómo puedes amar a alguien que ha traicionado tantas veces al evangelio, a
alguien que tiene tan poco que ver con lo que Cristo soñó que fuera? ¿Es que no
sientes, al menos, “nostalgia” de la Iglesia primitiva? Sí, claro, siento
nostalgia de aquellos tiempos en los que –como decía San Ir
eneo- “La sangre de
Cristo estaba todavía caliente”
y en los que la fe ardía con toda viveza en
el alma de los creyentes. Pero ¿es qué hubiera justificado un menor amor la
nostalgia de mi madre joven que yo podía sentir cuando era mayor? ¿Hubiera yo
podido devaluar sus pies cansados y su corazón fatigado?


A veces oigo en
algunos púlpitos o tribunas periodísticas demagogias que no tienen ni siquiera
el mérito de ser nuevas. Las que, por ejemplo, hablan de que la Iglesia es ahora
una Esposa prostituida.
 


Y recuerdo aquel
disparatado texto que Saint-Cyran escribía a San Vicente de Paúl y que es, como
ciertas críticas de hoy, un monumento al orgullo:
“Sí, yo lo reconozco: Dios
me ha dado grandes luces. Él me ha hecho comprender que ya no hay Iglesia. Dios
me ha hecho comprender que hace cinco o seis siglos que ya no existe la Iglesia.
Antes de esto la Iglesia era un gran río que llevaba sus aguas transparentes,
pero en el presente lo que nos parece ser la Iglesia ya no es más que cieno. La
Iglesia era su Esposa, pero actualmente es una adúltera y una prostituta. Por
eso la ha repudiado y quiero que la sustituya otra que le sea fiel”
. Me
quedo con San Vicente de Paúl, que, en lugar de soñar pasadas y futuras utopías,
se dedicó a construir su santidad, y con ella, la de la Iglesia; un río de cieno
hay que purificarlo, no limitarse a condenarlo. Cristo no ha presentado ese
supuesto libelo de repudio a su Esposa, más bien se ha esposado dando la
vida. 


2.   Amo a
la Iglesia porque ella y sólo ella me ha dado a Jesucristo y cuanto sé de
él.


Ella no es
Jesucristo, ya lo sé. Él es el absoluto, el fin; ella, sólo el medio. El centro
final de mi amor es Jesucristo, pero
“ella es la cámara del tesoro donde los
apóstoles han depositado la verdad, que es Jesucristo”
(San Ir
eneo). “Ella es la
sala donde el Padre de familia celebra los desposorios de su Hijo”
(San
Cipriano).
“Ella es la casa de oración adornada de visibles edificios, el
templo donde habita tu gloria, la sede inconmutable de la verdad, el santuario
de la eterna caridad, el arca que nos salva del diluvio y nos conduce al puerto
de la salvación, la querida y única esposa que Jesucristo conquistó con su
sangre y en cuyo seno renacemos para tu gloria, con cuya leche nos amamantamos,
cuyo pan de vida nos fortalece, la fuente de la misericordia con la que nos
sustentamos”
(San Agustín). 


¿Cómo no podría no
amar yo a quien me transmite todos los legados de Jesucristo: la Eucaristía, la
Palabra, la Comunidad de mis hermanos, la Luz de la esperanza, la entrañable
Misericordia?

Pero su
historia es triste, está llena de sangres derramadas, de intolerancias
impuestas, de legalismos empequeñecedores, de maridajes con los poderes de este
mundo, de jerarcas mediocres y vendidos... Sí, sí, es cierto. Pero también está
llena de santos. 


3.    
Amo
a la Iglesia porque está llena de santos 


Siempre que me monto
en un tren sé que la historia del ferrocarril está llena de accidentes. Pero por
eso no dejo de usarlo para desplazarme.
“La Iglesia -decía Bernanos-
es como una compañía de transportes que, desde hace dos mil años, traslada a los
hombres desde la tierra al cielo. En dos mil años ha tenido que contar con
muchos descarrilamientos, con una infinidad de horas de retraso. Pero hay que
decir que gracias a sus santos la compañía no ha quebrado”
. Es cierto, los
santos son la Iglesia, son los que justifican su existencia, son los que no nos
hacen perder la confianza en ella. 


Ya sé que la historia
de la Iglesia no ha sido un idilio. Pero, a fin de cuentas, a la hora de medir a
la Iglesia a mí me pesan mucho más los sacramentos que las cruzadas, los santos
que los Estados Pontificios, la Gracia que la Inquisición... ¿Estoy diciendo con
esto que amo a la Iglesia invisible y no a la visible? No, desde luego. Pienso
que tenía razón Bernanos al escribir:
“La Iglesia visible es lo que nosotros
podemos ver de la invisible”
y que como nosotros tenemos enfermos los ojos
sólo vemos las zonas enfermas de la Iglesia. 


Nos resulta más
cómodo. Si viéramos a los santos, tendríamos la obligación de ser como ellos.
Nos resulta más rentable “tranquilizarnos” viendo sólo sus zonas oscuras, con lo
que sentimos, al mismo tiempo, el placer de criticarles y la tranquilidad de
saber que todos son tan mediocres como nosotros. 


4.  Amo
también a la Iglesia porque es imperfecta. 


No es que me gusten
las imperfecciones de la Iglesia, es que pienso que son ellas hace tiempo que me
habrían tenido que expulsar a mí de ella. A fin de cuentas, la Iglesia es
mediocre porque está formada por gentes, como tú y como yo.
“Oh –decía
Bernanos-
si el mundo fuera la obra maestra de un arquitecto obsesionado por
la simetría o por un profesor de lógica, de un Dios deista, la santidad sería el
primer privilegio de los que mandan; cada grado de la jerarquía correspondería a
un grado superior de santidad, hasta llegar al más santo de todos, el Papa, por
supuesto. ¡Vamos! ¿Y os gustaría una Iglesia así? ¿Os sentiríais a gusto en
ella? Dejadme que me ría. Lejos de sentirnos a gusto, os quedaríais en esta
congregación de superhombres dándole vueltas entre las manos a vuestra boina, lo
mismo que un mendigo a la puerta del hotel Ritz. Por fortuna, la Iglesia es una
casa de familia donde existe el desorden que hay en todas las casas familiares,
siempre hay sillas a las que falta una pata, las mesas están manchadas de tinta,
los tarros de confite se vacían misteriosamente en las alacenas, todos los
conocemos bien por experiencia”


En rigor todas estas
críticas que proyectamos contra la Iglesia deberíamos volcarlas contra cada uno
de nosotros mismos.
“Non in se, sed in nobis vulneratur Ecclesia. Caveamus
igitur, ne lapsus noster vulnus Ecclesiae fiat”
[No en ella misma, sino en
nosotros, es herida la Iglesia, tengamos, pues, cuidado, no sea que nuestros
fallos se conviertan en heridas de la Iglesia]. 


5.    
Amo
a la Iglesia porque es mi Madre 


Ella me engendró,
ella me sigue amamantando. San Atanasio se
“asía a la Iglesia como un árbol
se agarra al suelo”
. Orígenes decía que “La Iglesia ha arrebatado mi
corazón; ella es mi patria espiritual, ella es mi madre y mis
hermanos”. 


“Amo a la Iglesia,
estoy con tus torpezas,


con sus tiernas y
hermosas colecciones de tontos,


con su túnica llena
de pecados y manchas.


Amo a sus santos y
también a sus necios.


Amo a la Iglesia,
quiero estar con ella.


Oh, madre de manos
sucias y vestidos raídos,


cansada de
amamantarnos siempre,


un poquito arrugada
de parir sin descanso.


No temas nunca,
madre, que tus ojos de vieja


nos lleven a otros
puertos.


Sabemos bien que no
fue tu belleza quien nos hizo hijos


tuyos, sino tu sangre
derramada al traernos.


Pero eso cada arruga
de tu frente nos enamora


y el brillo cansado
de tus ojos nos arrastra a tu seno.


Y hoy, al llegar
cansados, y sucios, y con hambre,


no esperamos
palacios, ni banquetes, sino esta


casa, esta madre,
esta piedra donde poder sentarnos”. 


(José Luis Martín
Descalzo)


 15 de enero de 2008 Mons. Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela  16 de diciembre de 2007 


«Todo lo que he visto hacer a mi Padre, os lo he dado a conocer

Lunes de la Sexta semana
de Pascua
                                                                                                                                                                                                                                                                          Hoy la Iglesia celebra : San Juan I,San Félix de Cantalicio San Cirilo de Alejandría : «También vosotros daréis testimonio»

Evangelio según San Juan
15,26-27.16,1-4.

Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde
el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de
mí. Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
Les he dicho esto para que no se escandalicen. Serán echados de las sinagogas,
más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que
tributan culto a Dios. Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni
a mí. Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo
había dicho. No les dije estas cosas desde el principio, porque yo estaba con
ustedes.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

San Cirilo de
Alejandría (380-444), obispo y doctor de la Iglesia
Comentario al evangelio
de Juan, 10
«También vosotros daréis testimonio
     Todo lo
que Cristo debía hacer en la tierra se había ya cumplido; pero convenía que
nosotros «llegáramos a ser partícipes de la naturaleza divina» del Verbo (2P
1,4), esto es, que abandonásemos nuestra vida anterior para transformarla y
conformarla a un nuevo estilo de vida y santidad... Pues mientras Cristo vivía
personalmente entre los creyentes, se les mostraba como el dispensador de todos
sus bienes; pero cuando llegó la hora de regresar al Padre celestial, continuó
presente entre sus fieles mediante su Espíritu, y «habitando por la fe en
nuestros corazones» (Ef 3,17).
     Este mismo Espíritu transforma y
traslada a una nueva condición de vida a los fieles en que habita y tiene su
morada. Esto puede ponerse fácilmente de manifiesto con testimonios tanto del
antiguo como del nuevo Testamento. Así el piadoso Samuel dice a  Saúl: «Te
invadirá el Espíritu del Señor, y te convertirás en otro hombre» (1S 10,6). Y
san Pablo: «Nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la
gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor
creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu» (2C 3,18).
    
No es difícil percibir como transforma el Espíritu la imagen de aquello en los
que habita: del amor a las cosas terrenas, el Espíritu nos conduce a las
esperanza de las cosas del cielo; y de la cobardía y la timidez, a la valentía y
generosa intrepidez de espíritu. Sin duda es así como encontramos a los
discípulos, animados y fortalecidos por el Espíritu, de tal modo que no se
dejaron vencer en absoluto por los ataques de los perseguidores, sino que se
adhirieron con todas sus fuerzas al amor de Cristo. Se trata exactamente de lo
que había dicho el Salvador: «Os conviene que yo me vaya al cielo» (Jn 16,7). En
este tiempo, en efecto, descendería el Espíritu.

Comentario: Rev. D. Jordi Pou i Sabaté (Sant Jordi
Desvalls-Girona, España)


«Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad, Él
dará testimonio de mí»



Hoy, el
Evangelio es casi tan actual como en los años finales del evangelista san Juan.
Ser cristiano entonces no estaba de moda (más bien era bastante peligroso), como
tampoco no lo está ahora. Si alguno quiere ser bien considerado por nuestra
sociedad, mejor que no sea cristiano —porque en muchas cosas— tal como los
primeros cristianos judíos, le «expulsarán de las sinagogas» (Jn
16,2).


Sabemos que ser cristiano es vivir a contracorriente: lo ha
sido siempre. Incluso en épocas en que “todo el mundo” era cristiano: los que
querían serlo de verdad no eran demasiado bien vistos por algunos. El cristiano
es, si vive según Jesucristo, un testimonio de lo que Cristo tenía previsto para
todos los hombres; es un testigo de que es posible imitar a Jesucristo y vivir
con toda dignidad como hombre. Esto no gustará a muchos, como Jesús mismo no
gustó a muchos y fue llevado a la muerte. Los motivos del rechazo serán
variados, pero hemos de tener presente que en ocasiones nuestro testimonio será
tomado como una acusación.


No se puede decir que san Juan, por sus escritos, fuera
pesimista: nos hace una descripción victoriosa de la Iglesia y del triunfo de
Cristo. Tampoco se puede decir que él no hubiese tenido que sufrir las mismas
cosas que describe. No esconde la realidad de las cosas ni la substancia de la
vida cristiana: la lucha.


Una lucha que es para todos, porque no hemos de vencer con
nuestras fuerzas. El Espíritu Santo lucha con nosotros. Es Él quien nos da las
fuerzas. Es Él, el Protector, quien nos libra de los peligros. Con Él al lado
nada hemos de temer.


Juan confió plenamente en Jesús, le hizo entrega de su vida.
Así no le costó después confiar en Aquel que fue enviado por Él: el Espíritu
Santo.Hoy la Iglesia celebra : San Pascual Bailón

San Ignacio de Antioquia : « Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos
»


« Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos
»
     Voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les
encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por Dios, con tal que vosotros no
me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia
inoportuna. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible
alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las
fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo...
     De nada me
servirían los placeres terrenales ni los reinos de este mundo. Prefiero morir en
Cristo Jesús que reinar en los confines de la tierra. Todo mi deseo y mi
voluntad están puestos en aquel que por nosotros murió y resucitó. Se acerca ya
el momento de mi nacimiento a la vida nueva... Dejad que pueda contemplar la luz
pura; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi
Dios...  
     Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de
los deseos terrenos; únicamente siento en mi interior la voz de un agua viva (Jn
4,10;7, 38) que murmura y me dice: «Ven al Padre». No encuentro ya el deleite en
el alimento material ni en los placeres de este mundo. Lo que deseo es el pan de
Dios, que es la carne de Jesucristo, de la descendencia de David, y la bebida de
su sangre, que es la caridad incorruptible... Rogad por mí para que llegue a la
meta.Día litúrgico: Domingo VI (B) de
Pascua


Texto del Evangelio (Jn 15,9-17):   En
aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo
también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de
mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en
vosotros, y vuestro gozo sea colmado.


»Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los
otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus
amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado
amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me
habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he
destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo
que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es
que os améis los unos a los otros».


Comentario: Rev. D. Francesc Catarineu i Vilageliu
(Sabadell-Barcelona, España)


«A vosotros os he llamado amigos»



Hoy
celebramos el último domingo antes de las solemnidades de la Ascensión y
Pentecostés, que cierran la Pascua. Si a lo largo de estos domingos Jesús
resucitado se nos ha manifestado como el Buen Pastor y la vid a quien hay que
estar unido como los sarmientos, hoy nos abre de par en par su Corazón.


Naturalmente, en su Corazón sólo encontramos amor. Aquello
que constituye el misterio más profundo de Dios es que es Amor. Todo lo que ha
hecho desde la creación hasta la redención es por amor. Todo lo que espera de
nosotros como respuesta a su acción es amor. Por esto, sus palabras resuenan
hoy: «Permaneced en mi amor» (Jn 15,9). El amor pide reciprocidad, es
como un diálogo que nos hace corresponder con un amor creciente a su amor
primero.


Un fruto del amor es la alegría: «Os he dicho esto, para que
mi gozo esté en vosotros» (Jn 15,11). Si nuestra vida no refleja la
alegría de creer, si nos dejamos ahogar por las contrariedades sin ver que el
Señor también está ahí presente y nos consuela, es porque no hemos conocido
suficientemente a Jesús.


Dios siempre tiene la iniciativa. Nos lo dice expresamente
al afirmar que «yo os he elegido» (Jn 15,16). Nosotros sentimos la
tentación de pensar que hemos escogido, pero no hemos hecho nada más que
responder a una llamada. Nos ha escogido gratuitamente para ser amigos: «No os
llamo ya siervos (...); a vosotros os he llamado amigos» (Jn 15,15).


En los comienzos, Dios habla con Adán como un amigo habla
con su amigo. Cristo, nuevo Adán, nos ha recuperado no solamente la amistad de
antes, sino la intimidad con Dios, ya que Dios es Amor.


Todo se resume en esta palabra: “amar”. Nos lo recuerda san
Agustín: «El Maestro bueno nos recomienda tan frecuentemente la caridad como el
único mandamiento posible. Sin la caridad todas las otras buenas cualidades no
sirven de nada. La caridad, en efecto, conduce al hombre necesariamente a todas
las otras virtudes que lo hacen bueno».                                                                               Ferran Jarabo i Carbonell
(Agullana-Girona, España)


«Todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no
conocen al que me ha enviado»



Hoy, el
Evangelio contrapone el mundo con los seguidores de Cristo. El mundo representa
todo aquello de pecado que encontramos en nuestra vida. Una de las
características del seguidor de Jesús es, pues, la lucha contra el mal y el
pecado que se encuentra en el interior de cada hombre y en el mundo. Por esto,
Jesús resucitado es luz, luz que ilumina las tinieblas del mundo. Karol Wojtyla
nos exhortaba a «que esta luz nos haga fuertes y capaces de aceptar y amar la
entera Verdad de Cristo, de amarla más cuanto más la contradice el mundo».


Ni el cristiano, ni la Iglesia pueden seguir las modas o los
criterios del mundo. El criterio único, definitivo e ineludible es Cristo. No es
Jesús quien se ha de adaptar al mundo en el que vivimos; somos nosotros quienes
hemos de transformar nuestras vidas en Jesús. «Cristo es el mismo ayer, hoy y
siempre». Esto nos ha de hacer pensar. Cuando nuestra sociedad secularizada pide
ciertos cambios o licencias a los cristianos y a la Iglesia, simplemente nos
está pidiendo que nos alejemos de Dios. El cristiano tiene que mantenerse fiel a
Cristo y a su mensaje. Dice san Ireneo: «Dios no tiene necesidad de nada; pero
el hombre tiene necesidad de estar en comunión con Dios. Y la gloria del hombre
está en perseverar y mantenerse en el servicio de Dios».


Esta fidelidad puede traer muchas veces la persecución: «Si
a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20). No
hemos de tener miedo de la persecución; más bien hemos de temer no buscar con
suficiente deseo cumplir la voluntad del Señor. ¡Seamos valientes y proclamemos
sin miedo a Cristo resucitado, luz y alegría de los cristianos! ¡Dejemos que el
Espíritu Santo nos transforme para ser capaces de comunicar esto al mundo!Tertuliano (155?- 220?) 

Tratado sobre la prescripción de los herejes, 20-21

«Todo lo que he visto hacer a mi Padre, os lo he dado a
conocer
     Cristo Jesús, escogió de entre sus discípulos
a los doce para que estuvieran junto a él y los que había destinado como
maestros de las naciones. Después de la defección de uno de ellos, cuando estaba
para volver al Padre, después de su resurrección, mandó a los otros once que
fueran por el mundo a adoctrinar a los hombres y bautizarlos en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
     Los apóstoles –palabra que
significa «enviados»-, después de haber elegido a Matías, echándolo a suertes,
para sustituir a Judas y completar así el número de los doce (apoyados para esto
en la autoridad de una profecía contenida en un salmo de David), y después de
haber obtenido la fuerza del Espíritu Santo para hablar y realizar milagros,
como lo había prometido el Señor, dieron en Judea testimonio de la fe en
Jesucristo e instituyeron allí Iglesias, después fueron por el mundo para
proclamar a las naciones la misma doctrina y la misma fe...
     ¿Cuál fue la
predicación de los apóstoles? ¿Cuál es la revelación que Cristo les hizo? El
único medio seguro de saber qué es lo que predicaron los apóstoles, es decir,
qué es lo que Cristo les reveló, es el recurso a las Iglesias fundadas por los
mismos apóstoles, las que ellos adoctrinaron de viva voz y, más tarde, por
carta. Si esto es verdad, es incontestable que toda doctrina que esté de acuerdo
con la de las Iglesias apostólicas, madres y fuentes de la fe, debe ser
considerada como verdadera porque contiene lo que las Iglesias han recibido de
los apóstoles, los apóstoles de Cristo, y Cristo de Dios.                                                                                                                                                                                            Comentario: Rev. D. Josep Vall i Mundó (Barcelona,
España)

«Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y
vuestro gozo sea colmado»



Hoy, la
Iglesia recuerda el día en el que los Apóstoles escogieron a aquel discípulo de
Jesús que tenía que substituir a Judas Iscariote. Como nos dice acertadamente
san Juan Crisóstomo en una de sus homilías, a la hora de elegir personas que
gozarán de una cierta responsabilidad se pueden dar ciertas rivalidades o
discusiones. Por esto, san Pedro «se desentiende de la envidia que habría podido
surgir», lo deja a la suerte, a la inspiración divina y evita así tal
posibilidad. Continúa diciendo este Padre de la Iglesia: «Y es que las
decisiones importantes muchas veces suelen engendrar disgustos».


En el Evangelio del día, el Señor habla a los Apóstoles
acerca de la alegría que han de tener: «Que mi gozo esté en vosotros, y vuestro
gozo sea colmado» (Jn 15,11). En efecto, el cristiano, como Matías,
vivirá feliz y con una serena alegría si asume los diversos acontecimientos de
la vida desde la gracia de la filiación divina. De otro modo, acabaría dejándose
llevar por falsos disgustos, por necias envidias o por prejuicios de cualquier
tipo. La alegría y la paz son siempre frutos de la exuberancia de la entrega
apostólica y de la lucha para llegar a ser santos. Es el resultado lógico y
sobrenatural del amor a Dios y del espíritu de servicio al prójimo.


Romano Guardini escribía: «La fuente de la alegría se
encuentra en lo más profundo del interior de la persona (...). Ahí reside Dios.
Entonces, la alegría se dilata y nos hace luminosos. Y todo aquello que es bello
es percibido con todo su resplandor». Cuando no estemos contentos hemos de saber
rezar como santo Tomás Moro: «Dios mío, concédeme el sentido del humor para que
saboree felicidad en la vida y pueda transmitirla a los otros». No olvidemos
aquello que santa Teresa de Jesús también pedía: «Dios, líbrame de los santos
con cara triste, ya que un santo triste es un triste santo».


domingo, 17 de mayo de 2009

Espíritu de la verdad, que procede del Padre

Lunes de la 6ª semana de Pascua  Primera Lectura: Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles 16, 11-15                       En aquellos días, zarpamos de Troas rumbo a
Samotracia; al día siguiente salimos para Neápolis y de allí para Filipos,
colonia romana, capital del distrito de Macedonia. Allí nos detuvimos unos
días.El sábado salimos de la ciudad y fuimos por la orilla del río a un
sitio donde pensábamos que se reunían para orar; nos sentamos y trabamos
conversación con las mujeres que habían acudido. Una de ellas, que se llamaba
Lidia, natural de Tiatira, vendedora de púrpura, que adoraba al verdadero Dios,
estaba escuchando; y el Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía
Pablo. Se bautizó con toda su familia y nos invitó:- «Si estáis
convencidos de que creo en el Señor, venid a hospedaros en mi casa.»Y
nos obligó a aceptar. Palabra de Dios



Salmo:

 Sal 149, 1-2. 3-4. 5-6a y 9b
R. El
Señor ama a su pueblo

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su
alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su
Creador,
los hijos de Sión por su Rey. R.
Alabad su nombre con
danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su
pueblo
y adorna con la victoria avios humildes. R.
Que los
fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas,
con vítores a Dios
en la boca;
es un honor para todos sus fieles. R.


Evangelio:

 Lectura del santo evangelio según san Juan
15, 26-16, 4a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-
«Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la
verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros
daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo.
Os he
hablado de esto, para que no tambaleéis. Os excomulgarán de la sinagoga; más
aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a
Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
Os he
hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo
había dicho.»
Palabra del Señor
Querido amigo/a:
Sin el Espíritu Santo no hay vida de fe que valga. Sin
la presencia de este noble huésped, la fe queda reducida a una ideología o
conjunto de creencias, que residen en el intelecto pero que difícilmente mueven
el corazón. El Espíritu Santo hace posible que la fe sea el dinamismo que motive
nuestro ser y empuje nuestro obrar. Veamos esta verdad reflejada en la Palabra
de hoy: Pablo tiene un sueño, una visión, donde un macedonio le suplica que
venga. Lucas, en el libro de los Hechos, representa en este sueño al Espíritu
pidiendo la llegada de la Buena Nueva a Europa. Y es el Espíritu el que abre el
corazón de, la que muchos llaman la primera creyente europea: Lidia, para que
acogiera en su corazón el discurso de Pablo en la ciudad de Filipos.
En
el evangelio de Juan queda muy claro que el Espíritu de Jesús vendrá a defender
y proteger al cristiano del odio del mundo. Porque la persecución también viene
de los que se creen justos y buenos. Esta es la más difícil de encajar. Jesús lo
advierte para que cuando suceda sepamos que la incomprensión, el rechazo, la
burla y hasta las persecuciones más violentas forman parte del lote de ser
cristiano. De nuevo esto no sería soportable sin la fuerza del
Paráclito.
La liturgia de hoy propone la memoria de san Juan I,
un papa que por orden del rey Teodorico fue encarcelado y maltratado hasta la
muerte por no querer apoyar a los que negaban la divinidad de Jesucristo, los
arrianos. Lo vemos otra vez, ¿podría alguien obrar así sin la asistencia del
Espíritu?
Vuestro hermano en la fe:  
Abrir el día con los salmos (I)

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Ángel Aparicio Rodríguez, cmf. Profesor
de Sagrada Escritura. Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid. 

Nuestras comunidades se reúnen para entonar la alabanza
divina cuando despuntan las primeras luces del día y cuando cae la tarde. El
inicio y el final de nuestra jornada están reservados a la oración. La Iglesia
quiere, de este modo, que todo el afán de sus hijos discurra por el cauce de la
oración: oración con toda la Iglesia al comienzo del día; oración tam­bién al
finalizar el día, antes de entregarse al descanso nocturno.


La luz recién amanecida es mensajera de lo novedoso, aún
sin estrenar. Tal vez nos parezca un tiempo propicio para el optimismo, antes de
que crezca la luz ba­jo la inmensa mano divina. Bien sabe­mos, no obstante, que
no todos los ama­neceres son iguales. Existen alboradas lu­minosas y otras que
son opacas.
Toda una
gama de luz que va desde el gris oscuro al blanco radiante. Algo así puede ser
nues­tra jornada, e incluso el mismo comienzo del día. Los salmos propios de la
mañana reflejan los distintos matices de la luz. Será necesario que reparemos'
en ello. Los salmos matutinos, por otra parte, están entretejidos por la acción
de diver­sos sujetos. Uno es el "yo" orante, indi­viduo o comunidad; otro el
"tú" al que di­rigimos nuestra oración; y un tercero es la presencia de los
otros: de "ellos." Quiero articular este breve recorrido por los sal­mos
matinales sobre ese triple eje: las distintas situaciones en las que puede
encontrarse el que ora, la percepción que se tiene de Dios, a quien va dirigida
nuestra oración, y un conjunto de objetos o de personas, que o bien destacan el
conteni­do de la oración, o bien crean la atmósfe­ra de una determinada
petición.




Oh Dios, por ti madrugo


Emergemos del seno de la noche, no sólo porque hemos
permanecido durante horas arropados en las tinieblas, también porque hemos
soñado lo imposible: estar cerca de Dios, una vez superados los obstáculos y las
dificultades externas e internas. La intensidad del deseo se refle­ja en el
primer compás de este salmo: "Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madru­go / mi
vida tiene sed de ti, / mi carne desfallece por ti / en tierra seca, reseca, sin
agua " (Sal 63,2). El destinatario de esta ardiente súplica es Dios, cuya
pre­sencia-ausencia está inseparablemente unida a la presencia dramática del
cre­yente. Éste tiende hacia Dios, ya desde los comienzos del día, con toda la
vehe­mencia de su vida y con toda la indigen­cia de su existencia. Nuestra vida
trans­curre en tierra seca, reseca, sin agua. ¿Cómo no tener sed de
Dios? Estamos sedientos de Dios, del Dios vivo. ¿Cuán­do veremos su rostro?
Nuestra sed es ele­mental, similar al sordo clamor de la tie­rra en la que
moramos. La tierra seca, re­seca pide la lluvia, aunque nada
diga, y tan sólo presente su superficie agrietada; algo así sucede con el
salmista: clama ar­dorosamente por Dios.


La anhelante e impaciente espera noc­turna está al acecho
de las primeras luces del día para ponerse en marcha. Aún no se ha disipado
totalmente la oscuridad, y mi vida se pone en movimiento hacia Aquél que es el
centro de todo mi ser, ha­cia Dios, cuya presencia es sentida como el deseo "más
radical de mí mismo", es­cribía Maritain. Es una sed radical y pri­mordial de
Dios, cuya presencia puede ser alivio de mi existencia. Se explica así que mis
primeras palabras, acaso ni si­quiera formuladas, sean éstas: "Oh Dios, tú eres
mi Dios...". Tan vehemente plega­ria para comenzar permite entrever la in­tensa
trama de relaciones interpersonales que vinculan al creyente con Dios, como
rubrica el Cantar de los cantares: "Mi amado es mío y yo soy suya"
(Cant 2,16). ¿Por qué este anhelo, por qué este ímpetu del deseo, cuando asoman
las pri­meras claridades del alba?


Presencia y ausencia de Dios


Tal vez ha transcurrido un tiempo a lo largo del cual he
vivido no la presencia de un Dios ausente, sino la ausencia de un Dios lejano y
distante: "Mis lágrimas son mi pan día y noche, / mientras todo el día me
repiten: / ¿Dónde está tu Dios?" (Sal 42,4). En vez del agua que sacia to­da
sed, he bebido lágrimas a tragos, e in­cluso Dios mismo se ha tornado torrente
arrollador: "Tus oleadas y tus olas me han arrollado" (Sal 42,8). "Fui castigado
cada mañana" (Sal 73,14), confiesa un hombre piadoso que compara su vida con la
de los malvados. Para éstos "no hay sinsabores, / sano y orondo está su cuer­po"
(Sal 73,4).


El piadoso, sin embargo, que ha per­manecido firme en su
fidelidad, tiene la impresión de haber sido castigado por Dios mismo, como el
Job de todos los tiempos. Con la llegada del día podría es­perar que cesara el
castigo y que viniera el consuelo. No es así: cada mañana es castigado. Se une,
sin solución de conti­nuidad, la mañana con la tarde y con la noche: "Por la
tarde, por la mañana, al mediodía / gimo y suspiro. / Él escuchará mi voz " (Sal
55,18). Tres acciones verbales califican cada uno de los tiempos de la plegaria
oficial. La tristeza interior se manifiesta en el gemido; el suspiro se ele­va
hacia Dios; acaso Dios se digne escu­char la voz inarticulada del gemido y del
suspiro. ¿Será así? No siempre. Algún otro salmo anota el proceder divino en
momentos cruciales para la vida del oran­te. Es lo que experimenta el moribundo
que sabe que se muere: "Dios mío, de día te invoco, y no me respondes, / de
noche, y no hallo descanso" (Sal 22,3). La noche se da la mano con el día,
ininterrumpida­mente. La invocación, en tiempos de tan­ta estrechez, exigiría
una respuesta. Pero no hay lugar para el diálogo. Quien mue­re afronta el último
trance en el más ab­soluto silencio por parte de Dios. Es con­movedor, y también
consolador, que este salmo haya sido puesto en los labios del Crucificado. Pablo
se atreverá a decir que Jesús se hizo "por nosotros un maldito" (Gal 3,13). ¿Qué
hacer ante el silencio de Dios?


Cabe una primera postura: callar. Tal vez no sea muy
recomendable, al menos si nos atenemos a la experiencia de quien es consciente
de su propia culpa: "Mien­tras callé se quebraban mis huesos / gi­miendo todo el
día, / pues tu mano pesa­ba sobre mí; mi savia se secaba / con los calores
estivales" (Sal 32,3-4). Si se des­cubren los propios pecados, alguien se
encargará de cubrirlos, perdonándolos y perdonándonos. El silencio, por el
contra­rio, trae consigo el quebrantamiento de los huesos y el gemido a lo largo
del día. Más aún, la sequedad propia de los calo­res estivales y la esterilidad.
El silencio, pues, ante el Dios silente no es la postura adecuada. Sus oídos
oyen, aunque no se­pamos cómo, y sus palabras invitan al desahogo: "Invócame el
día de la angustia, / te libraré y tú me darás gloria", escu­chamos en la
requisitoria judicial del Sal 50,15. Dios "convoca" (Sal 50,1) y el cre­yente
"invoca". El creyente necesita in­vocar a Dios para verse liberado de la
es­trecha cárcel de su angustia. Consecuente con esta invitación divina, invoca
a Dios todo el día: "Todo el día te invoco, / ten­diendo las palmas hacia ti"
(Sal 88,10). El momento de la invocación se inició bien de mañana: "Con el alba
irá a tu en­cuentro mi súplica" (Sal 88,14b), y ya no ha cesado durante el día,
ni entrada la no­che: "Señor, Dios salvador mío, / día y noche clamo a ti" (Sal
88,2).


El creyente de este salmo, lleno de an­gustias cual
ningún otro, espera que Dios le sonría con la salida del sol, una vez vencidas
las tinieblas nocturnas. Aunque así no sea, o porque así no es, el creyente no
desiste en su oración; todo su cuerpo es un clamor. Las palmas de las manos
tensas y tendidas hacia Dios son una ex­presión plástica de la tensión del
espíritu, todo él dirigido hacia Dios. ¿No ha de llegar a la presencia divina el
clamor de los labios? ¿Sus ojos no verán el gesto del cuerpo y se dispondrá a
ponerse todo el ser divino en camino hacia el orante: "Llegue a tu presencia mi
súplica, / tien­de tu oído a mi clamor"? El gesto de la manos tendidas es
también expresión de la búsqueda incesante, como se dice en otro salmo: "En el
día de mi angustia te busco, Dueño mío" (Sal 77,3). Dios pue­de intervenir donde
la esperanza ya no puede sobrevivir. Dios no está contra la muerte sin más, sino
contra la muerte de la esperanza. Es el único capaz de sacarnos de la estrechez
de la angustia y de situarnos en un camino amplio. Ese camino se atisba ya por
la mañana.


El deseo anhelante


Incluso antes de que el día amanezca, quien desea y busca
a Dios con todo el anhelo ya se ha puesto en marcha. "Me adelanto a la aurora
pidiendo auxilio, / esperando tus palabras", leemos en el salmo dedicado a
celebrar el amor de Dios mostrado en la Ley (Sal 119,147). Después de una larga
espera nocturna, entregada a la oración, el orante está se­guro de que Dios
responderá, quién sabe si a través de un oráculo sacerdotal. Los ojos del fiel
vigilan. Ven cómo va disipándose la noche. Las primeras luces del día asoman
tímidamente por el hori­zonte. Es el tiempo propicio para esperar la palabra del
Señor, mientras los labios del creyente van susurrando la ley y su corazón vibra
de Esperanza. Quien así se sitúa ante Dios, sea cual sea la circuns­tancia en la
que vive, actúa como el cen­tinela, que espera la llegada de la aurora: "Mi vida
aguarda a mi Dueño, / más que el centinela la aurora; ¡más que el centi­nela la
aurora...!" (Sal 130,6). ¡Cuánto anhelo tras esta repetida exclamación! La
imagen es gráfica e intensa. Nos evo­ca el diálogo que leemos en Isaías:
"Cen­tinela, ¿qué queda de la noche? Centine­la, ¿qué queda de la noche?" -se le
pre­gunta al vigía-, y éste responde: "Viene la mañana" (Is 21,11-12). El orante
se ha constituido en centinela. Ha pasado la noche en vigilia, y acaso
confiando, por aquello que celebra el salmo del peregri­no en el templo: Quien
vive a la sombra del Omnipotente, "no temerá el espanto nocturno, / ni la flecha
que vuela a me­diodía" (Sal 91,5).


Sean cuales fueren los peligros noc­turnos o matutinos,
Dios protege y cuida al creyente. Éste se ha constituido en centinela que está
al acecho de la huida de las tinieblas y de la llegada de la luz. Tagore lo
expresaba bellamente en su ofrenda lírica: "Mi delicia es esperar y espiar al
borde del camino, por donde la luz sigue a la sombra... El aire se llena del
perfume de la promesa. Sé que lle­gará el momento feliz, y yo lo veré" (XLIV).
¡Yo lo veré...! ¿Qué verá el cen­tinela? ¿Qué contemplará el espía al bor­de del
camino, por el que viene la luz tras las tinieblas?


De momento recordemos que la maña­na es un buen momento
para expresar el deseo anhelante de Dios; un deseo incon­tenible y sustancial.
Aunque con el nuevo día sea posible todo tipo de esperanza, el dolor y la
angustia pueden abarcar tam­bién el amanecer y prolongarse a lo largo

del
día. No es tiempo de callar, sino de clamar; que todo el cuerpo se convierta en
oración. Habrá una mañana para quien espera al Señor. Dios responderá, mien­tras
la fragancia de la promesa divina se esparce por los caminos.


(continuará...)


Publicado
el Miércoles 18 de Octubre del 2006 - Espiritualidad Lozano, c



Abrir el día con los salmos (II)

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Ángel Aparicio Rodríguez, cmf. Profesor
de Sagrada Escritura. Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid.

 


El silencio de Dios corre a lo largo del día, de frontera
a frontera, del día a la noche, decía con anterioridad. En esos momentos se
tiene la impresión de que Dios se ha tornado adverso, porque su mano pesa sobre
el creyente. ¿Será ne­cesario que Dios despierte, como algo previo a su
intervención?


De día, Dios me
brinda
su amor


El Dios
de Israel no puede ser como el dios cananeo Baal, que se desentiende de sus
fieles, mientras se entrega al sueño. No, Dios no pude desatender al pueblo que
"guió durante el día con la nube" (Sal 78,14). Es necesario que Dios despierte,
primero para convocar un juicio, y, se­gundo, para entonarle la alabanza.
"Levántate, Señor, encolerizado, / álzate contra la furia de mis adversarios, /
des­pierta, Dios mío, y convoca un juicio" (Sal 7,7). Los malvados no han de
quedar impunes, ni los justos ser pisoteados. Dios no puede ser ajeno a una
situación de injusticia sobre la tierra. Que Dios des­pierte e imponga la
justicia en la tierra. También ha de despertar para que reciba la alabanza que
se eleva a él desde la tie­rra: "Despierta, Gloria mía, / despertad, cítara y
arpa; / despertaré a la aurora" (Sal 108,3). Los instrumentos musicales,
silenciosos durante la noche, deben estar dispuestos para la llegada del día;
que Dios, la Gloria de Israel, esté también preparado para escuchar la alabanza
que está a punto de entonarse en la tierra. To­do dispuesto, Dios escuchará la
voz de su fiel en cuanto se inicia el día: "A ti te su­plico, Señor, / por la
mañana escucha mi voz, / de mañana expondré mi causa. / ¡Estaré pendiente de
ti!" (Sal 5,4). Dios debe levantarse para juzgar. Ahora, tras la súplica que
presumiblemente ha de ser escuchada por la mañana, llega hasta el tribuna]
divino una causa. ¿Qué hará Dios como juez, una vez que se abra la audiencia,
llegada la mañana? El salmis­ta se queda a la expectativa. El tiempo dirá si
Dios actúa o no; si escucha o no, si interviene o no.


En las manos de Dios están el día y la noche: "Tuyo es el
día, tuya también la noche" (Sal 74,16). Ciertamente que son suyas en cuanto
creador de las mismas, como continúa diciendo el salmo: "Tú colocaste la luna y
el sol". Bajo el poder divino está cuanto sucede en el ámbito creacional del día
y de la noche. Todo está en su mano.


"Por la mañana sácianos de tu amor, / y toda nuestra vida
será alegría y júbilo" (Sal 90,14). La sed física de la tierra seca,
reseca, sin agua cede el paso a otro tipo de sed: la sed de Dios
como agua viva o, más directamente, la sed de su amor. Ne­cesitamos diariamente
el pan y el agua; mucho más necesario nos resulta el amor fiel de Dios. Sin amor
no podemos vivir. Sin el amor de Dios nuestra vida es más muerte que vida. Al
contrario, el amor de Dios nos llena de una alegría incontenible, que se expresa
en gritos de júbilo. Con la llegada del nuevo día, Dios nos brinda su amor: "De
día Dios nos brinda su amor, / de noche nos acompaña su canción: / la oración al
Dios de mi vida" (Sal 42,9). Dios y el hombre se encuentran en el es­pacio y en
el espíritu. La noche se une con el día. La oración continuada, convertida en
canción, es el vínculo que une las ti­nieblas con la luz; es el lugar de
encuentro entre Dios y el orante. Al llegar el nuevo día, Dios envía un
mensajero al orante: es el amor divino, un amor nuevamente fiel que no puede
olvidar a sus hijos, que atra­viesan las oscuridades nocturnas: "De día Dios nos
brinda su amor" (nos "brinda" o "nos envía"). ¿Se percatará el creyente de esta
presencia divina? Responde otro sal­mo, aunque sea en forma de súplica: "Por la
mañana hazme sentir tu amor / porque confío en ti" (Sal 143,8). La confianza es
un buen apoyo de la súplica. Sólo Dios es digno de una confianza total, que
incita al abandono absoluto en sus manos. Quien confía en Dios no quedará
defraudado. Es una buena base para la súplica, insisto, pe­ro la confianza misma
se sustenta en el amor de Dios: un amor que no retrocede ante la oscura noche de
la prueba: "hazme sentir tu amor". No es un mero conoci­miento de oídas. Ahora,
pasada la noche, quien se abandona en Dios, porque confía en él, tiene una
experiencia semejante a la de Job. Antes del dolor, Job conocía a Dios "de
oídas"; tras el dolor, "te han vis­to mis ojos" (Jb 42,7). Estamos cercanos al
cumplimiento de la palabra divina.


Todo procede de Dios


En uno de los salmos se lee: "Hará bri­llar tu justicia
como la aurora, / y tu dere­cho como el mediodía" (Sal 37,6). Lle­gará la aurora
de un nuevo día, y la justi­cia del hombre fiel resplandecerá radian­te como el
sol de la mañana, recién ama­necida, o con el ardor del sol meridiano. "Si
diriges tu corazón a Dios, / y extien­des las manos hacia él... tu vida surgirá
como un mediodía, / tus tinieblas serán una aurora", leemos en el libro de Job
(11,13.17). Acaso ha llegado la hora de la justicia, cuando Dios "convoca" y el
cre­yente "invoca" desde la angustia, como decía anteriormente. Dios interviene
en esa hora decisiva. Ha llegado el momento de la felicidad, con la luz de la
alborada. La justicia del justo tiene brillo propio, semejante al del sol. Es un
brillo que pro­cede de Dios, porque el creyente es justo no tanto por sus obras
de justicia, sino porque le envuelve la justicia divina co­mo un manto. En este
momento de gracia, qué poco importa vigilar o madrugar, co­mo afirma con
contundencia aquel otro salmo: "En vano os levantáis temprano / y retrasáis el
descanso /los que coméis el pan de los ídolos, / el Dios fiel da el éxito a su
amigo" (Sal 127,2). ¡Cuántos sudores por ganarse el pan de cada día! Con tal de
asegurar la subsistencia, el hombre es ca­paz de recurrir a cualquier medio o
inter­mediario. Si ha oído que existen otros dioses que aseguran el porvenir,
otros de quienes provienen las riquezas, el hombre no duda: recurre a ellos, con
tal de asegurarse bienestar y prosperidad. Empeño inútil. El pan, el vino y el
aceite proceden de Dios. El trabajo y el descanso, madru­gar o trasnochar, los
afanes con los que el hombre se afana bajo es sol son "vani­dad" y "vacuidad",
son "nada", si Dios no actúa. Todo procede de Dios. El creyente se abandona en
manos del Dios generoso y providente, olvidando todo el agobio por el futuro. Es
lo que recomienda Jesús: no inquietarse por el día de mañana. Dios da de comer a
los gorriones y viste los li­rios del campo, ¡cuánto más hará por sus hijos!
Dará el éxito a su amigo.


Sin duda que "el amigo" de Dios ha de pasar por las
inseguridades y estrecheces de este mundo, por las penalidades y el dolor común
a todos los mortales, por la angustia y el aprieto, como ya hemos vis­to. El
"amigo" de Dios se levanta cada día con el deseo vehemente de ver a Dios, porque
está sediento de Dios. Llegará la alborada definitiva. En ese momento, ya un
instante eterno, se realizará lo que ce­lebra anticipadamente un último salmo:
"Yo, con mi demanda, contemplaré tu rostro; / al despertar me saciaré de tu
semblante" (Sal 17,15). Ya es una inmen­sa dádiva divina que seamos admitidos a
presentar nuestra súplica ante Dios. No es bueno silenciar los dolores más
íntimos que corroen nuestra existencia. Es mejor invocar a Dios "el día de la
angustia" (Sal 50,15), suspirar y gemir ante él, sabiendo que un día nos
escuchará. Es ésta, sin embargo, una gracia inicial. El creyente acaricia el
mismo deseo que tenía Moisés, cuando dijo: "Permíteme ver tu rostro" (Ex 33,18).
Moisés no verá el ros­tro de Dios -nadie puede verlo sin mo­rir-, pero la
belleza divina pasa junto a Moisés. Dios ha reservado a su amigo contemplar el
rostro divino y saciarse de la belleza de Dios: "Al despertar me sa­ciaré de tu
semblante". Cuando llegue el día en el que ya no haya noche, en el que no se
necesite luz de lámpara o de sol, porque el Señor Dios irradiará sobre
no­sotros, veremos a Dios tal cual es (cf. Ap 22,4), y no como lo vemos ahora:
en un espejo; lo veremos "cara a cara" (2 Cor 13,12). Merece la pena esperar,
cla­mar, gemir, orar, gustar el amor divino ya ahora, porque esperamos el día
sin ocaso, la mañana sin tarde, la luz sin tinieblas. Despertaremos al amanecer
y seremos sa­ciados de la belleza divina.


En una palabra, todo don procede de Dios. Si en algún
momento da la impre­sión de no estar atento al clamor que se eleva desde la
tierra, si parece que está dormido, se impone una convicción más profunda: "No,
no duerme, ni dormita / el guardián de Israel" (Sal 121,4). Está pres­to para
juzgar, cuando llegue el momen­to; él hará brillar la justicia como la auro­ra.
Mientras unimos una mañana con otra, esperamos el momento en el que se­remos
saciados del semblante de Dios. Mientras esperamos, caminando entre los
consuelos de Dios y las tribulaciones del mundo, es tiempo de lucha.


Por la mañana
se hospeda el j
úbilo


Aunque no me haya referido explícita­mente a las
distintas tonalidades de luz matutina, el lector habrá podido compro­bar que,
junto al gris intenso del castigo -"fui castigado cada mañana" (Sal 73,14)-,
existen amaneceres radiantes, como éste: "Por la mañana proclamaré tu amor" (Sal
59,17). Oscura y opaca es el alba de este otro salmo: "Todo el día me impugnan y
me oprimen, / mis enemigos me pisotean todo el día" (Sal 56,2-3). La agresión no
conoce tregua ni pausa. El amplio espacio del día, colocado al prin­cipio y al
final del verso, se torna angos­to y reducido porque no hay lugar para el
respiro. Tras la guerra viene la opresión, y ésta va seguida de una acción
subyu­gante y humillante: "me pisotean", como si fuera un vil gusano o una
serpiente re­pelente (con este mismo verbo el libro del Génesis describe el
castigo de la serpien­te). Así todo el día, sin tregua ni pausa. Este mismo
salmo insiste en otra acción no menos vejatoria: "Todo el día tergiver­san mis
palabras, / sus planes contra mí son malignos" (Sal 56,6). Al dolor físico se
añade el psíquico o espiritual, y la he­rida es aún mayor. La palabra es
defor­mada y desfigurada, retorcida intenciona­damente para calumniarme o
desprestigiarme, y los planes de los malignos son adversos. Estamos ante un día
de angus­tia por todas partes: opresión física y an­gostura espiritual. Ha
llegado el momen­to del clamor, como oíamos antes: "Invócame el día de la
angustia" (Sal 50,10). ¿Durará mucho esta situación?


Santa Teresa de Jesús nos responde: "Espera, espera, que
pronto pasará". Una respuesta parecida es la que nos da el Sal 30,6: "Al
atardecer se hospeda el llanto / al amanecer, el júbilo". Es cuestión de una
sola noche; aunque transcurra en una "mala posada", enseguida se pasa. El llanto
es viajero y peregrino necesitado de hospedaje. La noche, aun siendo larga, pasa
enseguida. El llanto es tan efímero como la hierba, que "es cortada por la
mañana / y por la noche se marchita y se seca" (Sal 90,6). La luz del nuevo día,
y, sobre todo, la luz del rostro divino es tan poderosa que ahuyenta toda
sombra. Con la presencia de la luz divina puede conquistarse el país, mucho más
rápida y eficazmente que con la espada: "Conquista­ron el país... con la luz de
tu rostro, / por­que tú los amabas" (Sal 44,4). Es lo que esperamos con la
llegada del nuevo día: que el júbilo se albergue en la habitación donde, por la
noche, se había hospedado el llanto. El júbilo será el huésped eterno del
creyente.


Todo está dispuesto para entonar el úl­timo salmo
matutino. "Es bueno dar gra­cias al Señor / y tañer para tu nombre, oh Altísimo,
/ proclamar por la mañana tu amor / y de noche tu fidelidad, / con arpas de diez
cuerdas y laúdes, / con arpegios de cítaras" (Sal 92,2-4). Es bueno, bello,
dulce, agradable, justo, gozoso -esto y mucho más suena en el vocablo hebreo
correspondiente- dar gracias a Dios por todo: por la luz del nuevo día y por la
os­curidad de la noche, por la angustia y la amplitud, por el llanto y por el
gozo, por todo. Todo es obra del amor fiel de Dios. A lo largo del día nos puede
dar la impre­sión de que es un Dios somnoliento o si­lencioso; en realidad es el
guardián de Is­rael, que no duerme ni dormita, que ha actuado y actúa en la
historia a favor de sus amigos. Todos los capítulos de la his­toria personal y
comunitaria son obra del amor divino. Justo es que, llegada la mañana, abramos
los ojos y dejemos que la historia y nuestra historia relaten el amor de Dios.
Todo ha sucedido para el bien de sus "amigos", de sus "hijos." Ca­da actuación
divina está rubricada con es­te estribillo: "porque es eterno su amor" (Sal
136). La noche ya no es tal, es clara como el día, porque está iluminada por la
fidelidad divina. Todos los instrumentos musicales que suenan en el templo han
de unir sus sonidos para celebrar el amor fiel de Dios: "es eterno su amor".
Decidida­mente, por la mañana "se hospeda el júbilo", y éste será
ininterrumpido, porque "es eterno su amor...". Este final de nues­tro recorrido
por los salmos matutinos es un anticipo de la alabanza con la que se cierra todo
el salterio: "¡Todo cuanto res­pira alabe al Señor!".
La alabanza es la
palabra definitiva de la creación. "La alabanza no es un desa­hogo fácil de la
ingenuidad, ya que es la victoria de la fe. Se dirá que el solista, el hombre
que entona la alabanza, es el que realmente ha visto. Pero no que hay que
olvidar que, en los salmos, el solista es el mismo que hubo de pasar por pruebas
mortales" (Beauchamp). En efecto, hubo de pasar por la noche, soportar la
opre­sión y la angustia, vivir las distintas tona­lidades del alba, aguantar el
silencio de Dios, estimar incluso que Dios es adver­sario, etc., pero se ha
mantenido en la fe. Ha esperado la llegada de la mañana de luz, recién
amanecida. Desde que el Señor venciera las tinieblas de la noche para siempre,
hacemos nuestro este him­no litúrgico: "¡Qué mañana de luz, recién amanecida /
resucitó Jesús y nos dio nue­ va vida...!" Desde ese momento, los sal­mos
matutinos adquieren tal luminosi­dad, que aun las tonalidades grises y os­curas
de los mismos se suavizan y pueden ofrecer nuevas claridades. En esta hora de
luz diáfana, la alabanza divina suena para siempre en los nuevos cielos y en la
tierra nueva.


Publicado
el Lunes 23 de Octubre del 2006 - Espiritualidad .

La Personalidad Divina de Jesús”


Extractos de “La Personalidad Divina de Jesús”

Cada uno de nosotros ve a Jesús de distinta manera. Para algunos era un  profeta, porque necesitaban saber que el Reino estaba cerca. Pero sobretodo era el Hijo de Dios y vino a experimentar las consecuencias de la maldición que el Padre había puesto sobre la humanidad cuando Adán y Eva desobedecieron. Vino para redimirla de aquella maldición, y haciéndolo, se convirtió en todo para todos los hombres. Se hizo "varón de dolores" conocedor de la debilidad, pero nunca sucumbió a ella. 
Quiso decirnos que sabía lo que significaba sufrir, sangrar, ser rechazado, incomprendido y odiado. Quiso hacer todas las cosas que nos mandó hacer para que encontráramos más fácil perdonar, sobrellevar, obedecer y ser humildes.

Porque era Dios y experimentó lo que era ser humano, obtuvo para nosotros la gracia de poseer lo Divino. A través de la Gracia, revestidos por el poder de su Espíritu, somos hijos de Dios y herederos del Reino.

Él nos reconcilió con el Padre, nos mostró como ser niños de Dios durante  nuestro terreno peregrinar, nos abrió las puertas del Cielo y envió Su Espíritu para quedarse con nosotros como Guía y Maestro.

Su vida está llena de cualidades y virtudes por imitar. No vino de manera arrogante a mostrarnos nuestros errores. Vino como un humilde y obediente siervo para enseñarnos a vivir. Nos dijo que siguiéramos sus pasos con coraje desde su espíritu y nos prometió que algún día compartiríamos con él su Gloria así como compartimos con él su Cruz.

Debemos observar la personalidad de Jesús y verla bajo distintas circunstancias -circunstancias similares a las nuestras- y luego alabarlo asemejándonos a Él según el máximo de nuestra capacidad.

Su Carisma

La habilidad de atraer a la gente es conocida como un "carisma". Cada vez que Jesús aparecía en público, estaba en medio de una multitud. Es algo que una persona común y corriente no puede explicar -solo sabían que este Hombre era diferente. Tan diferente que parecía dividir a la masa en dos facciones -a favor y en contra. Nadie que conoció a Jesús se fue sin haber cambiado. Muy pocos entendieron que delante de ellos estaba Dios hecho hombre. Esta cualidad divina lo distanció de los demás pero a la vez lo hizo ser cercano y entendible.

Como cristianos, muchas veces nos excusamos y echamos la culpa de nuestra falta de carisma a la gente y al mundo. Parece que hemos olvidado que Jesús nos ha obtenido ese carisma -el Carisma hace brillar el Amor Divino a través de la naturaleza humana.

Nos ha dado el Espíritu Santo a cada uno de nosotros para que podamos ser por la Gracia lo que Él es por naturaleza -un Hijo de Dios- Luz Divina brillando en un alma humana, Amor Divino irradiándose a través de un frágil recipiente y dando luz a los demás.

Al ponerse de pie frente a unos pescadores que arrojaban sus redes y decirles: "Síganme y haré que sean pescadores de hombres", el sonido de su voz y la mirada de sus ojos hizo que soltaran las redes y lo siguieran. (Mc 1, 17)

Estos hombres estaban fascinados por la amorosa autoridad de un Maestro que pedía y no ordenaba, que amaba primero y esperaba ser correspondido con amor. Este hombre era un Maestro digno de ser seguido, un hombre singular que llamaba y escogía pero les daba la libertad de responder.

Su habilidad de pedir y esperar era muy atractiva. Estos hombres sabían que podían decir "no", pero su amoroso y fuerte llamado los hacía seguirlo. Tenían que saber más de alguien que podía mandar de una forma tan humilde. En sus corazones sabían que la elección que harían sería definitiva y que desde aquel momento sus vidas serían diferentes por haberlo seguido.

Él nunca les prometió grandezas. Simplemente les dijo que harían grandes cosas. De alguna manera había una diferencia y ellos lo sabían. Su grandeza provendría de haberlo seguido y estaban contentos por ello. Su carisma estaba reforzado de Verdad porque lo que decía venía del Padre y no había sombra de duda en Sus palabras. Nunca dejó a ninguno especular sobre el sentido de lo que decía, aún cuando las cosas que decía eran casi siempre misteriosas y difíciles de aceptar.

Su humilde autoridad era como un imán que atraía a los pobres y rechazaba a los ricos. La gente de la calle podía sentarse horas mientras Él les enseñaba en términos que ellos podían comprender y esto también era algo raro. Trajo verdades misteriosas a su nivel sin el más mínimo signo de desdén. Se sentían identificados con Él. Aunque Él estaba por encima de todos, su humilde dignidad hizo que se levantaran del fango de su corrupción y les permitió mirarlo, no como a un igual, pero sí como a un Amigo.

Nunca perdió su dignidad, pero nunca hizo sentir a nadie menos por eso. Cada gesto suyo les daba esperanza y les hablaba de su amor y preocupación por ellos.

Fue un hombre entre los hombres. Su dignidad le dio poder para atraer multitudes porque vino a servir e inspiraba a los demás a servir también.

Mientras iba de lugar en lugar, multitudes de todas las clases corrían a escucharlo. Nunca perdió de vista su misión, aunque muchos lo aclamaban como a un profeta. Él era Hijo, no profeta, y su carisma brilló con esplendor mientras le decía a crédulos e incrédulos que había sido enviado por el Padre.

Su carisma nunca fue puesto en peligro por los aplausos ni tampoco lesionado por las críticas. Se afianzó en lo que Él era para el Padre y le importó poco la aceptación de los "aceptados" de sus días. Nunca dudó de quien era o del propósito de su misión y esto también asombraba la gente. Cuando alguna vez cogieron piedras para tirárselas, Él no dio marcha atrás -desapareció entre la gente y se fue a otra ciudad.

Leal

Jesús era leal con sus apóstoles, incluso sabiendo plenamente de su cobardía. Era leal con los pobres, aceptando las críticas de los fariseos, de tal forma que el necesitado nunca se sintiera abandonado. Era leal a su Padre, cumpliendo su Voluntad, incluso hasta la muerte.

Un día tomó un paseo por entre los campos de maíz y sus discípulos empezaron a tomar espigas y a comérselas (Mt 12, 1-8). Los fariseos aprovecharon la oportunidad para criticar a estos hombres sencillos, pero Jesús se alzó para defenderlos.

Vio en los fariseos hipocresía y les recordó que Él era Señor del Sábado. Si  sus propios sacerdotes no violaron el Día Santo mientras trabajaban en el templo, tampoco sus apóstoles rompieron la ley por comer maíz, ellos estaban con uno que era más grande que el Templo, el Hijo de Dios.

Pero los fariseos nunca entenderían lo que era ser leal porque usaban la ley y a la gente para satisfacer sus propios propósitos. Sacaron provecho de cada oportunidad para criticar a los pobres y necesitados, porque de alguna manera éstos les hacían sentirse importantes y mejores que el resto de los hombres.

A ellos, Jesús les dijo: "Si hubieran entendido el significado de las palabras: "misericordia quiero, mas no ofrendas", no habrían condenado al  justo".

La perfección exterior es más fácil de conseguir que la interior. Dar de sus  bienes y guardar la Ley puede hacer a algunos orgullosos y criticones. Todos tenemos una tendencia a juzgar a los demás por nuestra propia cuenta y cuando los demás no se ajustan a nuestras expectativas o a nuestra idea de santidad, somos por lo general duros e inmisericordiosos.

Jesús nos estaba diciendo que la compasión y la misericordia le son más agradables que los bienes materiales que le ofrecemos.

Cercano y accesible

Cuando Juan el Bautista envió a sus discípulos para preguntar al Maestro si Él era Aquél que había de venir, Jesús les respondió: "Díganle a Juan -los  ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son curados y los sordos oyen, los muertos resucitan, y la Buena Nueva es proclamada a los pobres" (Mt 11, 4-5)

Jesús se hizo a sí mismo accesible a cualquiera. A diferencia de los anteriores profetas y los hombres religiosos de su época, que generalmente se mantenían aislados, era fácil aproximarse a Jesús y Él estaba siempre listo para dar su ayuda. Nunca estuvo muy ocupado o muy cansado como para no bendecir niños, tocar leprosos, o predicar a aquellos que anhelaban la Palabra de Dios.

Estaba siempre en el lugar correcto en el momento indicado. Los leprosos clamaban por Él y nunca temieron alcanzarlo. Por alguna extraña e inexplicable razón siempre sintieron que podían acercarse a Él y que nunca les daría la espalda.

Los niños pequeños corrían hacia Él y se apiñaban sobre sus rodillas para pedirle su bendición y esperar de Él alguna tierna caricia.

La mayoría de los pecadores se sintieron atraídos por Él. Era un fenómeno que no podían explicar. Su Santidad lo hacía accesible y cercano a las criaturas en pecado, cuyas almas era grotesco mirar.

De alguna forma, en la profundidad de su degradación, sabían que debían acercarse lo más posible a Él. Como una flor que se vuelve hacia el sol buscando calor, estos pecadores vieron a Aquél que podía restaurar su inocencia y pureza. Nunca fueron decepcionados. El los miraría con inmenso amor y todas las cosas que les parecían ser tan importantes repentinamente se convertirían solo en paja. Ellos sabían que debían cambiar y seguirlo.

Nunca nadie imaginó que Dios se haría tan cercano, que sería tan fácil acercarse a él, que sería tan ávido para escuchar y tan amorosamente compasivo. La gente había leído acerca de un hombre santo y habían visto a Juan el Bautista, profeta de Dios, pero ni éste ni ninguno de ellos era como este Hombre - el Hijo de Dios.

Sus ojos parecían decirle a cada uno "vengan conmigo, y encontrarán paz para sus almas". El toque de su mano transmitía poderes curativos a través de sus cuerpos, excitaba sus almas y les hacía buscar sólo el Reino.

Era sencillo al hablar y escuchaba a cada uno como si no tuviera nada más que hacer. Nunca nadie se sintió apurado en su presencia. Existía esta extraña sensación de que el tiempo no tenía fin cuando le hablaban. La eternidad que había dejado parecía extenderse ella misma y les hacía olvidar el tiempo, el lugar, sus ocupaciones e incluso olvidarse de sí mismos.

Deseaban beber de cada palabra que decía porque éstas hacían arder sus  corazones y permanecían, manteniendo así Su presencia en ellos. Su palabra era distinta a cualquier otra que habían escuchado. Sin importar a dónde fueran después de verlo, Su amor y su deseo de perdonar hizo que miraran sus debilidades como cosas que tenían que cambiar.

Noble y generoso

Somos generosos cuando damos, pero somos nobles cuando compartimos y nos abnegamos para que otros reciban la gloria.

Jesús era generoso en dar sus dones y su poder a los hombres finitos.

Le dio a sus apóstoles el poder de sanar, de echar a los demonios y de resucitar a los muertos, y se alegró cuando regresaron y le contaron de sus logros -logros que Su poder realizó en ellos.

Le dio gracias al Padre por permitirle compartir sus dones con los hombres.  Los alentó a salir y a usar dichos talentos sabiendo que si a él le habían hecho caso, a ellos también los atenderían.

Gratis lo recibieron y gratuitamente debían de entregarlos. Debían de dar todo el crédito de sus poderes milagrosos a Dios e invocar el nombre de Jesús para mostrarle a los demás la fuente de su poder. El poder en ellos probaría que Jesús había sido enviado por el Padre -El Padre que tanto los amaba.

Sentido del humor

Es muy razonable pensar que Dios que había creado al hombre para reír, tendría que haber reído Él mismo. Aunque no hay ningún pasaje específico en las Escrituras que indique que Jesús haya reído, existen numerosos pasajes en los que se indica que Él si hizo reír a los demás. Por lo menos, muchos mostraron aquella complacida sonrisa que uno ve cuando se dice una palabra o se hace un gesto que expresan algo que no había sido dicho desde hacia mucho tiempo.

También podemos imaginar a los hombres regresando en la noche a sus casas y contándole a sus esposas: "¡Hubieras visto lo que les dijo hoy día a los fariseos!, El Maestro tiene mucha picardía porque confunde a sus enemigos con sus propias palabras".

Una ocasión fue un día que los fariseos habían elegido para hacer quedar a  Jesús como culpable de una trasgresión. "¿Es correcto -le preguntaron - pagar el impuesto al César o no? ¿Debemos de pagar sí o no? (Mc 12, 15) "Denme un denario y déjenme verlo", replicó Jesús.

Mirando la moneda y luego a los fariseos, dijo: "¿De quién es este rostro? ¿Cuál es su nombre?" "César", le respondieron. "Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".

Cuando leemos este relato, nos sentimos animados a aplaudir y decir "Bravo" y mirando esta escena, nos viene a la mente otra ocasión en la que, después de haber realizado varios milagros y expulsado a los comerciantes del templo, fue preguntado por algunos ancianos "¿Qué autoridad tienes para actuar así?" (Mt 21, 23)

"Y yo", Jesús respondió, "le haré una pregunta, solo una; y si me dan la respuesta, entonces, yo les diré con qué autoridad actúo de esta forma; Juan el Bautista, ¿De dónde vino, del cielo de los hombres?"

Las sonrisas en las caras de la muchedumbre deben haber ido apareciendo  mientras todos esperaban la respuesta. Si los sacerdotes y ancianos respondían "del cielo", entonces Jesús les preguntaría porque se negaron a creer en él, y si respondían "de los hombres" la gente se alzaría en cólera contra ellos, porque reconocían a Juan como un profeta de Dios.

Al darse cuenta de que habían caído en su propia trampa, le respondieron "no lo sabemos". Y el les replicó "tampoco yo les voy a responder de dónde viene mi autoridad para actuar así".

No es difícil imaginarnos la alegría de la multitud al ver a Jesús, una vez más, confundir a sus enemigos con sus propias palabras y darles esa sensación de seguridad, al ver que el Maestro que seguían sabía de lo que era capaz. 
Estas preguntas maliciosas relacionadas con temas políticos pronto fueron  reemplazadas por preguntas de corte teológico. Si no podían poner al gobierno en su contra, entonces le presentarían cuestiones problemáticas de la Ley y la Moral para así cambiar la opinión de la gente.

Jesús nuestro modelo

La principal meta en la vida de todo cristiano es la de ser una imagen perfecta de Jesús, así como Él es una imagen perfecta del Padre. El amado  semblante del Maestro está impreso en la mente del cristiano. Las palabras del Maestro arden en su corazón.

Él mira la fortaleza de Jesús y trata de ser fuerte, mira a Jesús amable con  la muchedumbre y controla su ira, admira la misericordia de Jesús y perdona setenta veces siete, siente la compasión de Jesús y conquista su propio orgullo, mira a Jesús heroico, audaz y valiente y se siente seguro, observa a Jesús respondiendo a sus enemigos con voz serena -con sinceridad, sin respetos humanos, con perfecto señorío de sí- y trata de ser como Él. El cristiano imita el sentido de lealtad del Maestro, su celo, su sencillez, su nobleza y sus amorosas virtudes según el máximo de sus capacidades. Y esto se convierte en un estilo de vida para el cristiano, porque no se queda satisfecho con dar las gracias sino que quiere darle perfecta gloria conformándose con Él. Sobretodo, busca amar a la manera del Maestro -sin tener en cuenta el costo- incluso hasta la muerte.

"Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un  espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu." (2 Cor 3, 18)



Conversaciones espontáneas con el Señor

Los Escritos de la Madre Angélica
Humildad

Estoy ante Ti, Señor Dios, un pecador. En todos los reinos de Tu creación,  nadie es más desmerecedor de Tu amor que yo. . . Esto es por lo qué me atrevo a acercarme a Tu Presencia. . . Tu poder es mayor en la debilidad. Tu amor es más gratuito con el ingrato y Tu misericordia más sublime con el indigno.

Esperanza

Mi Dios, eres mi ancla en un mar tormentoso, mi serenidad en una noche ventosa, mi esperanza cuando todo lo demás falla. Tu Presencia me rodea como un escudo protector y cuando las flechas de mi egoísmo Te atraviesan, Tus amorosos brazos se extienden para alargar Tus manos y asir mi alma errante.

Separación

Me ha llevado mucho tiempo rendirme a Tu Amor y Providencia. . . descargar mis tensiones en Tu serenidad, mis miedos en Tu omnipotencia y mi indiferencia en Tu amor. Yo me aferro a estas debilidades como si fueran tesoros. Mi alma clama por la libertad y el mismo Deseo por alcanzar la liberación de la tiranía tiene a mi alma prisionera de mí.

Anhelo

Yo no pido riquezas que perecen o la fama que se desvanece como la llovizna de la mañana. Yo sólo pido la libertad de un niño de Dios, con una meta, un amor, un deseo de agradarte. Mi corazón te anhela, ¡Oh Dios! Mi alma clama a Ti. Vivir sin Ti es como un desierto desprovisto de vida y belleza. ¿Puede ser que la arena seca y el calor abrasador purifiquen mi alma y la limpien de todas esas debilidades que me hacen tan contrario a Ti? ¿Debo vagar a través de la vida buscando y encontrándote, solo para perderte de nuevo?

Deseo

La tortura de perderte y el éxtasis de encontrarte, ¿forman y conforman mi alma a Tu imagen? El extender mi mano para tocar Tu Mano y el retroceso al perderla, ¿ejercitan mi Voluntad? ¿Te escondes cuándo casi Te vislumbro, para que así Te busque más ardientemente?

Amor

¿Qué secreto debo encontrar que me permita amarte solo a Ti y sobre todas las cosas, verte en mi prójimo, en los sufrimientos de mi vida y en las alegrías que se esparcen aquí y allí para darme un atisbo del Cielo?

Deseo

Jesús, aunque las muchedumbres me rodean, mi alma está sola y el silencio me asusta. Oír el ruido fuera y sentir el silencio dentro me dan la sensación de vivir al mismo tiempo en dos mundos. Un mundo reclama mi atención y otro mi amor. ¡Oh Dios!, yo escojo Tu mundo, elijo vagar por los reinos ilimitados de Tu amor, contemplando siempre una nueva belleza, escuchando siempre la música de Tu perdón misericordioso.

Humildad

Mi mente, ¡Oh Dios!, forcejea con el misterio de Tu Eternidad y Trinidad. Está tan humillada que llega a un punto que no puede cruzar - el punto en el que una mente creada comprende que su capacidad es demasiado pequeña para abarcar el Infinito. Entonces es, Oh Dios, cuando mi alma realmente se muestra como es - creada y limitada. Se alegrará de esperar hasta que Tu Bondad se digne elevarla, a través de la Fe, hasta las inalcanzables estrellas del misterio.

Separación

Nunca separas Tus ojos de mí y todavía mis ojos vagan a través del mundo para buscar un lugar donde descansar. ¿Por qué no puedo amarte como Tú me amas? ¿Por qué busco lo que es finito cuándo yo puedo poseer al Infinito? Mi inconstancia debe pasmar a los Ángeles que ven cuán pasajeras son las cosas a las que me aferro.

Fe

¡Oh Espíritu del Señor!, la Fe impulsa mi mente y mi alma a esos reinos del  misterio, inalcanzable por mis propios esfuerzos. ¿Qué impulso de Amor te hizo elevar mi pobre alma sobre sí misma? ¿Es mi debilidad un desafío a Tu  Misericordia como Señor de todos? Como Trinidad, ¿recorriste la tierra en busca de alguna débil criatura a quien podrías dar el tesoro de los tesoros - la Gracia? Tu Amor compasivo, afable Padre, remolcó mi egoísmo para despojarme de los trapos que me cuelgan para vestirme con los hermosos vestidos de la santidad.

Paciencia

Todos los días, mi Jesús, aprendo, por alguna situación o experiencia, mi gran necesidad de Ti. Cuando intento ser paciente en mis fuerzas, mi paciencia es forzada y efímera. Es obvio para todos que estoy intentando ser paciente con desesperación. Cuando levanto mi mente y mi corazón a Ti, querido Jesús, y Te veo paciente tan serenamente, mi alma bebe en ese espíritu de paciencia como una brisa fresca en una noche húmeda. Tu paciencia penetra mi ser y sólo entonces soy verdaderamente paciente. Es costoso aprender que puedo fructificar solo en Ti.

¡Cuánto me amas! El amor es probado por el Sacrificio y Tú lo has demostrado Tu amor por mí. Este hecho me hace sentir pequeño porque me obliga a que admita que mi amor por Ti es muy pequeño. Yo huyo del sacrificio y tengo miedo del dolor. La muerte me parece a veces como un túnel oscuro para ser atravesado y el futuro parece indeseable. Cuando comparo mi actitud con la Tuya, comprendo que en mí no tengo nada que ofrecerte Lo único que te pido es Tu Amor por mí. Cuando pienso en ese Amor, siento una ola súbita de valor para enfrentar el futuro. Incluso la muerte se convierte en el precioso momento en el que Aquel que ama y el que es amado, se encuentran cara a cara.

Valor

Señor Padre, la vida siempre es más fácil cuando aguardo cerca de Ti. A veces me pregunto por qué es tan difícil mantener mi alma unida a la única Fuente de felicidad. Parecería que yo debería ser atraído por Ti como un pedazo de hierro por un imán y todavía mi propia Voluntad y mis debilidades forman una barrera que mantiene mi alma separada de Ti. Lo que verdaderamente quiero ser, no lo soy. Yo huyo de la poda que necesito para ser como Tú. Mi vida es una contradicción. Mi alma anhela la santidad y después huye de la mortificación necesaria para lograrla. Yo tendré que depender de Ti, querido Jesús, para sacar mi pobre alma de su debilidad y vestirla con el valor y la fuerza de Tu Espíritu Santo. Entonces daré frutos- el fruto que agrada al Padre.

Autoconocimiento

Maestro, nadie ve realmente sus acciones o a sí mismo como le ven los otros. Quizás, buscar en las intenciones que atribuyo a otros, puede darme un atisbo de mi propia alma. No me gustará lo que vea, pero permite a Tu Espíritu hacer la imagen muy clara, para que con Tu ayuda pueda cambiar y pueda empezar a pensar y actuar como Jesús.

Presencia de Dios

Señor Trinidad, quiero ser más consciente de Tu Presencia Divina en mi alma. Sé que tu vida conmigo es a menudo solitaria. Revoloteo de una cosa insignificante a otra y entonces, cuando mi corazón se queda vacío, te busco. ¿Por qué corro a Ti solo al final? Eres la única Luz que guía mi camino, el único Amor que es fiel, la única Fuerza en tiempo de debilidad. Sé paciente conmigo, Señor, y concédeme que algún día mi mente no tenga ningún pensamiento que no sea agradable a Ti y que mi corazón no posea un amor más fuerte que Su amor.

Compañerismo

Hay tiempos, mi Jesús, en los que me gusta imaginar Tu rostro y dibujar cómo caminaste bajo caminos polvorientos. Me gusta pensarte a mi lado, mirando todo lo que hago con gran amor y comprensión. Entonces comprendo que una vez más te he reducido a mi tamaño, abarcando Tu Belleza en los estrechos reinos de mi imaginación y te he comprimido en un espacio diminuto junto a mí. Mi Señor, ésta es la única manera en que mi pobre naturaleza humana puede llegar a algún concepto de Ti. Concédeme, querido Jesús, que, cuando mi imaginación te imagina, yo nunca pierda de vista la verdad, que Tu belleza real está más allá mis sueños más fantásticos. Tu Presencia es mucho más íntima a mi lado.

Perdón

Señor Padre, yo entro en Tu Espíritu compasivo e intento beber profundamente de Tu Amor Misericordioso. Mi memoria sufre con el recuerdo de las ofensas del pasado y mi alma se duele por la ira de ayer - días del pasado que traen lágrimas y tristeza. Cada vez que pienso que se han ido, vuelven con vigor renovado y comprendo que no he crecido en compasión y perdón. Pongo mi memoria en Tu compasiva Misericordia y te pido que cubras sus heridas con el bálsamo curativo de Tu Misericordia. Permite a mi alma hundirse profundamente en ese océano insondable de Misericordia y devuélvemela renovada, sana y refrescada con amor por todos y malicia hacia nadie.

Enojo

Señor Jesús, me siento enfadado hoy-enfadado con el mundo porque es codicioso -enfadado con las personas porque son egoístas - y enfadado conmigo mismo porque no soy lo que debo ser. Sosiega mi alma con Tu dulzura y permite que esa actitud pacífica penetre mi alma con la compasiva compresión que necesito para ser amable y objetivo.

Tiempo

La vida es tan corta, mi Señor. Miro todos mis días pasados y parecen tan  confusos, a la vez que todos mis mañanas son inciertos. El único tiempo que realmente poseo es este momento diminuto, y pasa tan rápidamente. ¿Por qué el tiempo pesa tanto en mi vida? Es un regalo preciosísimo de Tus Manos y debería mirarlo como si tuviera un tesoro. Me concede la oportunidad de conocerte y amarte más, para parecerme a Jesús y ser llenado de Tu propio Espíritu, aumentar en santidad y hacer la reparación de mis pecados. Gracias, mi Señor, por el tiempo. Por favor concédeme más tiempo para amarte y decirte cuán afligido estoy por cada vez que te he ofendido.

Sufrimiento

Me siento enfermo hoy, querido Jesús. Mi cabeza late y mi cuerpo está tan débil que es un esfuerzo incluso hablarte. Intento pensar en Tu pobre cabeza cuando fue coronada con espinas y me maravillo de Tu fortaleza. Pienso en lo debilitado que estabas cuando tomaste la Cruz sobre Tus hombros. Me maravillo de Tu Amor. El Amor fue el poder conductor que Te hizo fuerte cuando eras débil. Si yo pudiera comprender que Tu amor era para mí bien, entonces yo haría lo mismo por Ti. Es extraño, querido Jesús, en cuanto yo pienso en Tu dolor, el mío me parece ligero.

Para Ti, querido Jesús, la vida fue una misión y eras el mensaje del Padre para el mundo - Tú estabas para salvarlo - Tú estabas para abrir las puertas del Cielo a los pobres seres humanos. ¿Te cansaste alguna vez de Tu misión, especialmente cuándo tantos no escuchaban? ¿Te arrepentiste de venir? Yo sé que éstas preguntas son tontas. Tu amor era tan ardiente que cada momento, incluso el más doloroso, era dulce y luminoso. Concédeme que yo pueda amar como Tú y nunca repare en los costos.

Eternidad

Oh Dios, desearía poder ver el mundo entero desde el punto de vista de Tu eternidad. Qué diferente lo vería todo. Las cosas parecerían muy pequeñas y las personas vivirían y morirían como en un corto palmo de tiempo. Desde ese mirador, los siglos pasarían como días. La montaña más alta sería como una mancha de polvo y todos los océanos como las gotas de agua. Yo vería naciones y reinos ir y venir. Unas pocas personas empezarían grandes guerras y destruirían a otras personas, entonces, como una humareda, se habrían ido y todas sus ambiciones se convertirían en nada. De verdad, mirando hacia abajo desde tal una altura, cambiarían mis metas y deseos. Aunque yo debo vivir en un mundo que parece muy grande y aparenta ser muy permanente, concédeme que yo nunca ame apariencias de la verdad, que la realidad es muy pequeña y muy transitoria. Tú solo eres inmutable y Tú solo eres Grande. Tú solo, Señor Dios, eres digno de la Alabanza, el Honor y la Gloria.

Desaliento

Oh Dios, mi mente gira en la confusión y mi alma parece privada de todo consuelo. Es como si todo el mundo y toda mi vida fuera metida dentro de un momento y yo llevara la carga de todo. No puedo ver ningún futuro, excepto que mañana será otro hoy. Todos mis ayeres gritan a mi alrededor, algunos acusando otros llenos de pesar. Es como una prisión con mil voces llamando la atención. Divino Carcelero, tienes la llave para liberar mi alma de la prisión del desaliento. Abre las puertas y permíteme vagar libremente en las regiones de Tu amor. Líbrame de la tiranía de mi propia voluntad. Realmente no encuentras placer en mi inquieta alma dentro de mí, por eso estoy encerrado en mí mismo: Hazme oír que susurras, "Abre la puerta desde el interior. Estoy listo para entrar y confortarte."

Maravilla y Temor

¡Mi Jesús, alabo Tu Belleza! Todo lo que creaste lleva la impronta de la belleza y lo más maravilloso de todo es la variedad. ¿Qué te hizo decidir el  color de una rosa y la altura de una montaña, la manera en que un arroyo se retuerce suavemente en un recodo y después termina en una rugiente cascada? Cuándo el primer hombre apareció sobre la tierra y dijo, ''yo te amo, Dios" ¿se estremeció Tu Corazón? Y cuándo dijo, "no serviré más" ¿lloraste? Sé que tendré que esperar hasta que nos encontremos para las respuestas a estos misterios, pero estremece mi corazón que a un Dios tan grande puedan hacérsele estas enigmáticas preguntas.

Curación de la Memoria

Señor Padre, sana mi Memoria. Es como un almacén que contiene cosas viejas y nuevas, buenas y malas. Es extraño, pero a veces un acontecimiento que pasó hace años, de repente surge, vuelve la herida y con ella el enojo y el resentimiento. Jesús nos dijo que fuéramos tan compasivos y misericordiosos como Tú eres. Lo encuentro esto todavía muy duro y, ¿por qué debería? ¿No he sido el destinatario de Tu misericordia y Tu perdón? ¿No es para mí algo mayor ofender a Dios que para una criatura ofenderme? Perdonas y te olvidas tan completamente y tan cortésmente. Permíteme enterrar todos mis recuerdos desagradables en Tu océano de Misericordia y ahógalos para siempre en esas aguas pacíficas. Que nunca puedan los fantasmas de ayer residir en el hoy y destruir mi mañana. Dame la Esperanza, Señor Padre, de confiar en Tu perdón y permíteme siempre conceder el beneficio de la duda a mi prójimo para que pueda perdonarlo en mi corazón. No me permitas presumir de Tu Misericordia, pero dame siempre confianza en Tu Corazón compasivo. Permite a la Esperanza sacar a mi memoria del barro que lleva en su interior y vivir en las claras aguas de Tu Gracia.

Búsqueda de Dios

Señor Dios, mi alma Te busca en medio de un vacío que nada puede llenar. Mi alma, como una mariposa, revolotea de una cosa a otra buscando descanso y encontrando nada. Sólo es en Ti que mi alma cansada encuentra la plenitud. Voy por la vida buscándote y cuando pienso que Te he encontrado, desciende la noche más oscura y Te has ido. Es entonces, cuando un nuevo amanecer se inicia lentamente, cuando Te hallo una vez más. Cuando paso el día buscándote, te encuentro en lugares inesperados. Mi vida es de verdad un juego de perder y hallar. Permite que mi búsqueda sea una canción de amor, de un alma privada del talento para contarte su amor. Permite que mis torpes modos sean un poema del deseo de decirte que Te amo. Permite que mis debilidades y fracasos sean como el lamento lastimoso de un pájaro herido que no puede volar solo a su nido. Permite a mi nada que se pierda en Tu Omnipotencia para que yo nunca pueda separarme de Ti.

"... no llorarás ya más; de cierto tendrá piedad de ti, cuando oiga tu clamor; en cuanto lo oyere, te responderá." (Isaías 30, 19)