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domingo, 22 de junio de 2008

Imitación de Jesucristo

Imitación de Jesucristo, tratado espiritual del siglo XVII, c. 1
«No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse»
No tienes «aquí domicilio permanente» (Hb 13,14). Dondequiera que estuvieres, serás extraño y peregrino, y no tendrás nunca reposo, si no estuvieres íntimamente unido con Cristo. ¿Qué miras aquí no siendo éste el lugar de tu descanso? En los cielos debe de ser tu morada, y como de paso has de mirar todo lo terrestre. Todas las cosas pasan, y tú también con ellas. Guárdate de pegarte a ellas, porque no seas preso y perezcas. En el altísimo pon tu pensamiento, y tu oración sin cesar sea dirigida a Cristo. Si no sabes contemplar las cosas altas y celestiales, descansa en la pasión de Cristo y habita gustosamente en sus sagradas llagas. Porque si te acoges devotamente a las llagas y preciosas heridas de Jesús, gran consuelo sentirás en la tribulación, y no harás mucho caso de los desprecios de los hombres, y fácilmente sufrirás las palabras de los maldicientes. Cristo fue también en el mundo despreciado de los hombres, y entre grandes afrentas y desamparo de amigos y conocidos, y en suma necesidad. Cristo quiso padecer y ser despreciado, y ¿tú te atreves a quejarte de alguna cosa?.... Sufre con Cristo y por Cristo, si quieres reinar con Cristo. Si una vez entrases perfectamente en lo secreto de Jesús, y gustases un poco de su encendido amor, entonces no tendrías cuidado de tu propio provecho o daño; antes te holgarías más de la injurias que te hiciesen; porque el amor de Jesús hace al hombre despreciarse a sí mismo. El amante de Jesús y de la verdad, y el hombre verdaderamente interior y libre de las aficiones desordenadas, se puede volver fácilmente a Dios, y levantarse sobre sí mismo en el espíritu, y descansar gozosamente. Aquel a quien gustan todas las cosas como son, no como se dicen o estiman, es verdaderamente sabio y enseñado más de Dios que de los hombres.



Santos Fisher y Tomás Moro

Libro de Jeremías 20,10-13.

Oía los rumores de la gente: "¡Terror por todas partes! ¡Denúncienlo! ¡Sí, lo denunciaremos!". Hasta mis amigos más íntimos acechaban mi caída: "Tal vez se lo pueda seducir; prevaleceremos sobre él y nos tomaremos nuestra venganza".
Pero el Señor está conmigo como un guerrero temible: por eso mis perseguidores tropezarán y no podrán prevalecer; se avergonzarán de su fracaso, será una confusión eterna, inolvidable.
Señor de los ejércitos, que examinas al justo, que ves las entrañas y el corazón, ¡que yo vea tu venganza sobre ellos!, porque a ti he encomendado mi causa.
¡Canten al Señor, alaben al Señor, porque él libró la vida del indigente del poder de los malhechores!


Salmo 69(68),8-10.14.17.33-35.

Por ti he soportado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro;
me convertí en un extraño para mis hermanos, fui un extranjero para los hijos de mi madre:
porque el celo de tu Casa me devora, y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian.
Pero mi oración sube hasta ti, Señor, en el momento favorable: respóndeme, Dios mío, por tu gran amor, sálvame, por tu fidelidad.
Respóndeme, Señor, por tu bondad y tu amor, por tu gran compasión vuélvete a mí;
Que lo vean los humildes y se alegren, que vivan los que buscan al Señor:
porque el Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos.
Que lo alaben el cielo, la tierra y el mar, y todos los seres que se mueven en ellos;


Carta de San Pablo a los Romanos 5,12-15.

Por lo tanto, por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.
En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes de la Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en cuenta.
Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado, cometiendo una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que debía venir.
Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos.


Evangelio según San Mateo 10,26-33.

No les teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido.
Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.
No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena.
¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo.
Ustedes tienen contados todos sus cabellos.
No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros.
Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo.
Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres.

La señal del cristiano.

La señal del cristiano es la Santa Cruz, porque es figura de Cristo crucificado, que en ella nos redimió.

La santa cruz representa las principales verdades de la religión cristiana.

Estas son: Unidad y Trinidad de Dios, y Redención.

Unidad de Dios quiere decir que hay un solo Dios.

Trinidad de Dios quiere decir que en Dios hay tres personas realmente distintas.

Redención significa que el Hijo de Dios se hizo hombre, padeció y murió en la cruz para salvarnos.

En la señal de la Santa Cruz, con las palabras expresamos la Unidad y Trinidad de Dios, y con la figura de la cruz, la Pasión y Muerte de N. S.

Jesucristo.

Haciendo la señal de la Santa Cruz manifestamos profesar todas estas verdades y todas las demás que de ellas se derivan.

La señal de la cruz se hace trazando con la mano dos líneas: una de arriba abajo y otra de la izquierda a la derecha, como indica esta figura.

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El cristiano usa de esta señal en dos maneras.

Estas son: Signar y santiguar.

Al signarse y santiguarse, si está libre la mano izquierda, se pone extendida debajo del pecho.

Signarse es hacer tres cruces con el dedo pulgar de la mano derecha; la primera en la frente; la segunda en la boca; y la tercera en el pecho, diciendo:

Por la – señal † de la Santa – Cruz

de – nuestros † ene – migos

líbranos, - Señor † Dios – nuestro.

Hacemos la señal de la cruz:

en la frente, porque nos libre Dios de los malos pensamientos;

en la boca, porque nos libre Dios de las malas palabras;

y en el pecho, porque nos libre Dios de las malas obras y deseos.

Santiguarse es hacer una cruz, llevando la mano derecha a la frente, diciendo: En el nombre del Padre,

luego al pecho, diciendo: y del Hijo,

de aquí al hombro izquierdo y al derecho, diciendo: y del Espíritu Santo,

y se termina con la palabra Amén.

Para hacer la señal de la Cruz usamos la mano derecha, porque es la principal, y en el servicio de Dios hemos de usar lo mejor.

Cuando hacemos la señal de la Cruz, el pasar de la izquierda a la derecha indica que por virtud de la Santa Cruz hemos pasado del estado de culpa al estado de gracia.

La señal de la Cruz debe hacerse con devoción.

Es cosa utilísima hacer a menudo la señal de la Cruz porque tiene la virtud de avivar la fe, desechar las tentaciones y alcanzar de Dios muchas gracias.

Conviene usar de la señal de la Cruz: por la mañana al levantarnos y por la noche al acostarnos; al principio y al fin de la comida y del trabajo; al entrar y salir de la Iglesia y especialmente al comenzar la oración.

Siendo la Cruz el signo de nuestra redención, es muy conveniente que toda familia cristiana tenga un cuadro o imagen de Jesús crucificado en lugar visible y principal de la casa.

ORACIÓN A JESÚS CRICIFICADO

Héme aquí, oh Jesús bueno y dulcísimo, ante vuestra presencia me postro de rodillas, y con el mayor fervor del alma os pido y ruego queráis imprimir en mi corazón vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad, y verdadero dolor de mis pecados, y propósito firmísimo de la enmienda: mientras que con grande afecto y dolor del alma yo en mi interior considero y contemplo con la mente vuestras cinco Llagas, teniendo presente aquello que Vos, oh buen Jesús, ya ponía en vuestra boca el Profeta David: “Han taladrado mis manos y mis pies, y se pueden contar todos mis huesos”.

Se gana indulgencia Plenaria rezando esta oración, delante de un Crucifijo, después de la comunión, añadiendo algunas preces según la intención del Sumo Pontífice.

ORACIÓN A JESÚS, REY DEL UNIVERSO Enriquecida con indulgencia plenaria

Oración a San José.

Para rezar especialmente durante el mes de Octubre, después del Santo Rosario.

A Vos recurrimos en nuestra tribulación, bienaventurado San José, y después de haber implorado el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro Patrocinio. Por el afecto que os unió a la Virgen Inmaculada, Madre de Dios, y por el amor paternal con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que Jesucristo conquistó con su sangre, y que nos socorráis con vuestro poder y auxilio en nuestras necesidades.

Proteged, ¡oh providentísimo Custodio de la divina familia! El linaje escogido de Jesucristo; preservadnos, Padre amantísimo, de todo contagio de error y corrupción; asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en el combate que al presente libramos con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo librasteis del inminente peligro de la vida al Niño Jesús, defended ahora la Santa Iglesia de Dios de las asechanzas de sus enemigos, y de toda adversidad. Amparad a cada uno de nosotros con vuestro perpetuo patrocinio, para que siguiendo vuestros ejemplos y sostenidos con vuestro auxilio, podamos vivir santamente, morir piadosamente, y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén. (Pío XI, 21 Febrero 1923)

A LOS NO CREYENTES

David en el Salmo XXXVI, v. 35 y 36, dice: “Ví al impío sumamente ensalzado, elevado como los cedros del Líbano. Y pasé y hé aquí que no existía: y lo busqué y no fue hallado el lugar de él”.

Impíos cuando consigáis quedar para siempre en este mundo, llenos de dicha completa, esto es, libres de enfermedades, pobreza, tristeza, vejez, muerte y demás miserias, entonces podréis decir satisfechos:

Tenemos razón, hemos vencido.

Pero mientras no consigáis estas cosas, vuestra impiedad os hace muy infelices, y desgraciados; pues, por lo que vale y dura tan poco, os exponéis a perder la eterna felicidad y a veros condenados para siempre.

Ya que sois tan infelices, a lo menos sedlo vosotros solos; no queráis arrastrar a otros a ser partícipes de vuestro inmenso infortunio.

Mas no: no queráis ni aun vosotros ser desgraciados eternamente; convertíos a Dios, y El, que es infinitamente misericordioso, os perdonará.

A LOS PECADORES CREYENTES

A vosotros, los que creéis que hay cielo e infierno, que para siempre han de durar, y, no obstante, vivís en pecado mortal y no tratáis de salir de tan miserable estado, os diré que vuestra conducta es propia sólo de quien ha perdido la razón.

Haced, pues, inmediatamente penitencia de vuestros pecados.

A LOS JUSTOS

A vosotros los que procuráis vivir en gracia de Dios, servir y amar cada día más al Señor infinitamente bueno, os recordaré las palabras que os dirige el mismo Señor Jesucristo:

“Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es muy grande en los cielos” (San Mateo, c.

Las ocho Bienaventuranzas.

1º “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.

“Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”.

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”.

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos”.

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.

“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.

“Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.

“Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”.

Jesús, en el Sermón de la Montaña, a más de las ocho bienaventuranzas, dijo también estas terribles palabras:

“¡Ay de vosotros los ricos, porque tenéis vuestro consuelo!

¡Ay de vosotros, los que estáis hartos, porque tendréis hambre!

¡Ay de vosotros, los que ahora reís, porque después lloraréis!”.

Jesucristo nos anunció las bienaventuranzas, para que detestemos las máximas del mundo, y nos estimulemos a amar y practicar las máximas del Evangelio.

El mundo llama bienaventurados a los que abundan en riquezas y honores; a los que vive regocijadamente y no tienen ocasión alguna de padecer.

El deseo de satisfacer las pasiones desordenadas es lo que hace condenar a los hombres.

Las riquezas son el medio más oportuno para poder satisfacer todas las pasiones.

Por esto Jesús empieza llamando bienaventurados a los pobres de espíritu.

Los pobres de espíritu, según el evangelio, son los que no tienen el corazón puesto en las riquezas; hacen buen uso de ellas, si las poseen; no las buscan con demasiada solicitud, si no las tienen; y sufren con resignación la pérdida de ellas.

Se puede ser pobre de espíritu y poseer muchas riquezas: y se puede no poseer nada y no ser pobre de espíritu.

Mansos son los que tratan al prójimo con dulzura, y sufren con paciencia los defectos y agravios que reciben, sin quejas, resentimientos o venganzas.

Los que lloran son los que sufren con resignación las tribulaciones, y se afligen por los pecados cometidos, por los males y escándalos que se ven en el mundo, por verse lejos del cielo y por el peligro de perderlo.

Los que tienen hambre y sed de justicia son los que desean ardientemente crecer de continua en la divina gracia y en el ejercicio de las obras buenas.

Misericordiosos son los que por amor de Dios aman al prójimo, se compadecen de sus miserias así espirituales como corporales y procuran aliviarlas en lo que pueden.

Limpios de corazón son los que tienen gran horror al pecado y procuran no cometerlo jamás.

Pacíficos son los que conservan la paz con el prójimo y consigo mismos, y procuran poner en paz a los enemistados.

Padecen persecución por la justicia los que sufren con paciencia las burlas, improperios y persecuciones, por causa de la fe y ley de Jesucristo.

Los premios que promete Jesucristo en las bienaventuranzas, significan todos, aunque con diversos nombres, la gloria eterna del cielo.

Las Bienaventuranzas no sólo nos procuran la gloria eterna del Paraíso, sino también los medios de llevar una vida feliz, en cuanto es posible, en este mundo.

Los que siguen las Bienaventuranzas, reciben ya alguna recompensa, aun en esta vida; porque gozan de una paz y contentamiento interior que es principio, aunque imperfecto, de la eterna felicidad.

La tranquilidad de conciencia es la satisfacción más grande y más pura que se puede gozar aquí en la tierra.

Los que siguen las máximas del mundo no son felices, porque no tienen la verdadera paz del alma y corren gran peligro de condenarse.

Los enemigos del alma.

El Santo Job decía:

“La vida del hombre sobre la tierra es una lucha continua”.

Nuestra alma tiene enemigos que siempre la combaten y persiguen.

Los enemigos del alma son tres: el demonio, el mundo y la carne.

El demonio es el ángel condenado.

Por la envidia que nos tiene, al ver que nosotros debemos ocupar el trono de gloria que él perdió, procura tentarnos continuamente.

Engañó a Eva y aun pretendió engañar al mismo Jesucristo.

Se vence con la oración y la humildad.

Con la oración; porque sin el auxilio de Dios, prometido al que hace oración, el demonio, padre de la mentira, nos engañaría.

Con la humildad; porque el demonio, lleno de soberbia, al encontrar la humildad, huye desesperadamente.

El mundo es la gente mala y perversa.

Con sus malos ejemplos, consejos y falsas máximas, trata de apartarnos del servicio de Dios.

Se vence no haciéndole caso.

Los malos se ríen de los buenos, de los que practican la virtud: pero debemos pensar que la risa de los malos se convertirá en llanto sempiterno.

La carne es nuestro propio cuerpo con sus malas inclinaciones.

Se vence con la mortificación.

Mortificación es dominar las malas inclinaciones.

El pecado original ha dejado en el corazón del hombre una propensión hacia el mal.

Todos los hombres, buenos y malos, tienen malas inclinaciones; pero los buenos las dominan y los malos se dejan llevar de ellas.

La carne es el peor enemigo de nuestra alma, y el que nos hace más cruel guerra.

Aun el demonio y el mundo se valen de la carne para vencernos.

El que es malo lo es precisamente porque se deja llevar de las malas inclinaciones.

¡Ah! Si Judas hubiera sabido dominar la pasión de la avaricia, ahora sería un gran santo en el cielo.

Debemos, pues, hacer guerra continua a nuestras malas inclinaciones, y tener gran cuidado de no dejarnos dominar por ellas.

Estas malas inclinaciones son

Los siete pecados capitales o mortales.

El primero, Soberbia.

El segundo, Avaricia.

El tercero, Lujuria.

El cuarto, Ira.

El quinto, Gula.

El sexto, Envidia.

El séptimo, Pereza.

Llámanse pecados capitales, porque son cabezas, fuentes o raíces de todos los pecados.

Se llaman pecados mortales impropiamente; a veces son sólo veniales.

Son mortales cuando por ellos se quebranta algún mandamiento de la ley de Dios o de la Iglesia en materia grave.

Soberbia es un apetito desordenado de la propia excelencia.

Este vicio detestable perdió a los ángeles malos e hizo caer a nuestros primeros padres.

Todo pecado proviene de la soberbia.

Avaricia es un apetito desordenado de bienes terrenos.

Lujuria es un apetito desordenado de placeres sensuales.

Ira es un ímpetu desordenado del corazón por lo que nos sucede contra nuestra voluntad.

Pocas son las personas que no cometen alguna falta de ira.

Se llama ira santa el horror al pecado y el deseo justo de castigar a los malos; esta clase de ira no es pecado.

Gula es un apetito desordenado de comer y beber.

Envidia es un pesar del bien ajeno.

Pereza es una flojedad de ánimo para obrar el bien.

El vicio de la pereza es un ladrón que roba los tesoros más preciosos.

Muchos fácilmente podrían conseguir grandes méritos y premios para el cielo, mas por pereza los pierden.

Y muchos por pereza pierden el bienestar temporal y aún el eterno.

Virtudes contrarias a estos siete pecados.

Contra estos siete pecados hay siete virtudes:

Contra Soberbia, Humildad;

Contra Avaricia, Largueza;

Contra Lujuria, Castidad;

Contra Ira, Paciencia;

Contra Gula, Templanza;

Contra Envidia, Caridad;

Contra Pereza, Diligencia.

La Humildad es reconocer que de nosotros mismos sólo tenemos la nada y el pecado; tratarnos y sufrir ser tratados como la nada y como pecadores, y dar a Dios la gloria de todo lo bueno que hay en nosotros.

La verdadera humildad está fundada en la verdad.

La humildad es la más necesaria, y aun el fundamento de todas las virtudes.

El peor de los vicios es la soberbia; la mejor de las virtudes es la humildad.

Nuestro Señor Jesucristo quiso ser maestro especialmente de la humildad, diciendo: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis la paz para vuestras almas”.

Largueza o generosidad es no codiciar lo ajeno y dar con gusto de lo propio a los pobres y para otras obras pías.

Castidad es reprimir y moderar los apetitos sensuales.

Paciencia es sufrir con paz y serenidad las injurias y adversidades.

Templanza es tener moderación en el comer y en el beber.

Caridad es desear y hacer bien al prójimo por amor de Dios.

Diligencia es una prontitud de ánimo para obrar el bien.

Obras de misericordia.

Las buenas obras de que se nos pedirá cuenta particular en el día del Juicio son las Obras de misericordia.

Obras de misericordia son aquellas con que se socorren las necesidades corporales o espirituales del prójimo.

Las Obras de misericordia son catorce: Siete corporales y siete espirituales:

Obras de misericordia corporales:

1º Dar de comer al hambriento.

2º Dar de beber al sediento.

3º Vestir al desnudo.

4º Dar posada al peregrino.

5º Visitar a los enfermos.

6º Visitar a los presos.

7º Enterrar a los muertos.

Obras de misericordia espirituales:

1º Dar buen consejo al que lo ha menester.

2º Enseñar al que no sabe.

3º Corregir al que yerra.

4º Consolar al triste.

5º Perdonar las injurias.

6º Sufrir con paciencia las molestias de nuestro prójimo.

7º Rogar a Dios por los vivos y por los muertos.

Vicio es una mala disposición del ánimo que induce a huir del bien y obrar el mal, causada por la frecuente repetición de actos malos.

Entre pecado y vicio hay esta diferencia: que el pecado es un acto que pasa, mientras que el vicio es una mala costumbre contraída de caer en algún pecado.

Los pecados contra el Espíritu Santo son seis:

1º La desesperación de salvarse.

2º La presunción de salvarse sin merecimientos.

3º La impugnación de la verdad conocida.

4º La envidia o pesar de la gracia ajena.

5º La obstinación en los pecados.

6º La impenitencia final.

Estos pecados se dicen en particular contra el Espíritu Santo, porque se cometen por pura malicia, la cual es contraria a la bondad que se atribuye al Espíritu Santo.

Los pecados que claman al cielo son cuatro:

1º El homicidio voluntario.

2º El pecado impuro contra el orden de la naturaleza.

3º La opresión del pobre.

4º La defraudación o retención injusta del jornal al trabajador.

Dícese que estos pecados claman al cielo, porque así lo dice el Espíritu Santo, y por que su iniquidad es tan grave y manifiesta, que provoca a Dios a castigarlos muy severamente.