lunes, 18 de mayo de 2009

«Todo lo que he visto hacer a mi Padre, os lo he dado a conocer

Lunes de la Sexta semana
de Pascua
                                                                                                                                                                                                                                                                          Hoy la Iglesia celebra : San Juan I,San Félix de Cantalicio San Cirilo de Alejandría : «También vosotros daréis testimonio»

Evangelio según San Juan
15,26-27.16,1-4.

Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde
el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de
mí. Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
Les he dicho esto para que no se escandalicen. Serán echados de las sinagogas,
más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que
tributan culto a Dios. Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni
a mí. Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo
había dicho. No les dije estas cosas desde el principio, porque yo estaba con
ustedes.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

San Cirilo de
Alejandría (380-444), obispo y doctor de la Iglesia
Comentario al evangelio
de Juan, 10
«También vosotros daréis testimonio
     Todo lo
que Cristo debía hacer en la tierra se había ya cumplido; pero convenía que
nosotros «llegáramos a ser partícipes de la naturaleza divina» del Verbo (2P
1,4), esto es, que abandonásemos nuestra vida anterior para transformarla y
conformarla a un nuevo estilo de vida y santidad... Pues mientras Cristo vivía
personalmente entre los creyentes, se les mostraba como el dispensador de todos
sus bienes; pero cuando llegó la hora de regresar al Padre celestial, continuó
presente entre sus fieles mediante su Espíritu, y «habitando por la fe en
nuestros corazones» (Ef 3,17).
     Este mismo Espíritu transforma y
traslada a una nueva condición de vida a los fieles en que habita y tiene su
morada. Esto puede ponerse fácilmente de manifiesto con testimonios tanto del
antiguo como del nuevo Testamento. Así el piadoso Samuel dice a  Saúl: «Te
invadirá el Espíritu del Señor, y te convertirás en otro hombre» (1S 10,6). Y
san Pablo: «Nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la
gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor
creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu» (2C 3,18).
    
No es difícil percibir como transforma el Espíritu la imagen de aquello en los
que habita: del amor a las cosas terrenas, el Espíritu nos conduce a las
esperanza de las cosas del cielo; y de la cobardía y la timidez, a la valentía y
generosa intrepidez de espíritu. Sin duda es así como encontramos a los
discípulos, animados y fortalecidos por el Espíritu, de tal modo que no se
dejaron vencer en absoluto por los ataques de los perseguidores, sino que se
adhirieron con todas sus fuerzas al amor de Cristo. Se trata exactamente de lo
que había dicho el Salvador: «Os conviene que yo me vaya al cielo» (Jn 16,7). En
este tiempo, en efecto, descendería el Espíritu.

Comentario: Rev. D. Jordi Pou i Sabaté (Sant Jordi
Desvalls-Girona, España)


«Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad, Él
dará testimonio de mí»



Hoy, el
Evangelio es casi tan actual como en los años finales del evangelista san Juan.
Ser cristiano entonces no estaba de moda (más bien era bastante peligroso), como
tampoco no lo está ahora. Si alguno quiere ser bien considerado por nuestra
sociedad, mejor que no sea cristiano —porque en muchas cosas— tal como los
primeros cristianos judíos, le «expulsarán de las sinagogas» (Jn
16,2).


Sabemos que ser cristiano es vivir a contracorriente: lo ha
sido siempre. Incluso en épocas en que “todo el mundo” era cristiano: los que
querían serlo de verdad no eran demasiado bien vistos por algunos. El cristiano
es, si vive según Jesucristo, un testimonio de lo que Cristo tenía previsto para
todos los hombres; es un testigo de que es posible imitar a Jesucristo y vivir
con toda dignidad como hombre. Esto no gustará a muchos, como Jesús mismo no
gustó a muchos y fue llevado a la muerte. Los motivos del rechazo serán
variados, pero hemos de tener presente que en ocasiones nuestro testimonio será
tomado como una acusación.


No se puede decir que san Juan, por sus escritos, fuera
pesimista: nos hace una descripción victoriosa de la Iglesia y del triunfo de
Cristo. Tampoco se puede decir que él no hubiese tenido que sufrir las mismas
cosas que describe. No esconde la realidad de las cosas ni la substancia de la
vida cristiana: la lucha.


Una lucha que es para todos, porque no hemos de vencer con
nuestras fuerzas. El Espíritu Santo lucha con nosotros. Es Él quien nos da las
fuerzas. Es Él, el Protector, quien nos libra de los peligros. Con Él al lado
nada hemos de temer.


Juan confió plenamente en Jesús, le hizo entrega de su vida.
Así no le costó después confiar en Aquel que fue enviado por Él: el Espíritu
Santo.Hoy la Iglesia celebra : San Pascual Bailón

San Ignacio de Antioquia : « Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos
»


« Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos
»
     Voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les
encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por Dios, con tal que vosotros no
me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia
inoportuna. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible
alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las
fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo...
     De nada me
servirían los placeres terrenales ni los reinos de este mundo. Prefiero morir en
Cristo Jesús que reinar en los confines de la tierra. Todo mi deseo y mi
voluntad están puestos en aquel que por nosotros murió y resucitó. Se acerca ya
el momento de mi nacimiento a la vida nueva... Dejad que pueda contemplar la luz
pura; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi
Dios...  
     Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de
los deseos terrenos; únicamente siento en mi interior la voz de un agua viva (Jn
4,10;7, 38) que murmura y me dice: «Ven al Padre». No encuentro ya el deleite en
el alimento material ni en los placeres de este mundo. Lo que deseo es el pan de
Dios, que es la carne de Jesucristo, de la descendencia de David, y la bebida de
su sangre, que es la caridad incorruptible... Rogad por mí para que llegue a la
meta.Día litúrgico: Domingo VI (B) de
Pascua


Texto del Evangelio (Jn 15,9-17):   En
aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo
también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de
mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en
vosotros, y vuestro gozo sea colmado.


»Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los
otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus
amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado
amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me
habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he
destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo
que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es
que os améis los unos a los otros».


Comentario: Rev. D. Francesc Catarineu i Vilageliu
(Sabadell-Barcelona, España)


«A vosotros os he llamado amigos»



Hoy
celebramos el último domingo antes de las solemnidades de la Ascensión y
Pentecostés, que cierran la Pascua. Si a lo largo de estos domingos Jesús
resucitado se nos ha manifestado como el Buen Pastor y la vid a quien hay que
estar unido como los sarmientos, hoy nos abre de par en par su Corazón.


Naturalmente, en su Corazón sólo encontramos amor. Aquello
que constituye el misterio más profundo de Dios es que es Amor. Todo lo que ha
hecho desde la creación hasta la redención es por amor. Todo lo que espera de
nosotros como respuesta a su acción es amor. Por esto, sus palabras resuenan
hoy: «Permaneced en mi amor» (Jn 15,9). El amor pide reciprocidad, es
como un diálogo que nos hace corresponder con un amor creciente a su amor
primero.


Un fruto del amor es la alegría: «Os he dicho esto, para que
mi gozo esté en vosotros» (Jn 15,11). Si nuestra vida no refleja la
alegría de creer, si nos dejamos ahogar por las contrariedades sin ver que el
Señor también está ahí presente y nos consuela, es porque no hemos conocido
suficientemente a Jesús.


Dios siempre tiene la iniciativa. Nos lo dice expresamente
al afirmar que «yo os he elegido» (Jn 15,16). Nosotros sentimos la
tentación de pensar que hemos escogido, pero no hemos hecho nada más que
responder a una llamada. Nos ha escogido gratuitamente para ser amigos: «No os
llamo ya siervos (...); a vosotros os he llamado amigos» (Jn 15,15).


En los comienzos, Dios habla con Adán como un amigo habla
con su amigo. Cristo, nuevo Adán, nos ha recuperado no solamente la amistad de
antes, sino la intimidad con Dios, ya que Dios es Amor.


Todo se resume en esta palabra: “amar”. Nos lo recuerda san
Agustín: «El Maestro bueno nos recomienda tan frecuentemente la caridad como el
único mandamiento posible. Sin la caridad todas las otras buenas cualidades no
sirven de nada. La caridad, en efecto, conduce al hombre necesariamente a todas
las otras virtudes que lo hacen bueno».                                                                               Ferran Jarabo i Carbonell
(Agullana-Girona, España)


«Todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no
conocen al que me ha enviado»



Hoy, el
Evangelio contrapone el mundo con los seguidores de Cristo. El mundo representa
todo aquello de pecado que encontramos en nuestra vida. Una de las
características del seguidor de Jesús es, pues, la lucha contra el mal y el
pecado que se encuentra en el interior de cada hombre y en el mundo. Por esto,
Jesús resucitado es luz, luz que ilumina las tinieblas del mundo. Karol Wojtyla
nos exhortaba a «que esta luz nos haga fuertes y capaces de aceptar y amar la
entera Verdad de Cristo, de amarla más cuanto más la contradice el mundo».


Ni el cristiano, ni la Iglesia pueden seguir las modas o los
criterios del mundo. El criterio único, definitivo e ineludible es Cristo. No es
Jesús quien se ha de adaptar al mundo en el que vivimos; somos nosotros quienes
hemos de transformar nuestras vidas en Jesús. «Cristo es el mismo ayer, hoy y
siempre». Esto nos ha de hacer pensar. Cuando nuestra sociedad secularizada pide
ciertos cambios o licencias a los cristianos y a la Iglesia, simplemente nos
está pidiendo que nos alejemos de Dios. El cristiano tiene que mantenerse fiel a
Cristo y a su mensaje. Dice san Ireneo: «Dios no tiene necesidad de nada; pero
el hombre tiene necesidad de estar en comunión con Dios. Y la gloria del hombre
está en perseverar y mantenerse en el servicio de Dios».


Esta fidelidad puede traer muchas veces la persecución: «Si
a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20). No
hemos de tener miedo de la persecución; más bien hemos de temer no buscar con
suficiente deseo cumplir la voluntad del Señor. ¡Seamos valientes y proclamemos
sin miedo a Cristo resucitado, luz y alegría de los cristianos! ¡Dejemos que el
Espíritu Santo nos transforme para ser capaces de comunicar esto al mundo!Tertuliano (155?- 220?) 

Tratado sobre la prescripción de los herejes, 20-21

«Todo lo que he visto hacer a mi Padre, os lo he dado a
conocer
     Cristo Jesús, escogió de entre sus discípulos
a los doce para que estuvieran junto a él y los que había destinado como
maestros de las naciones. Después de la defección de uno de ellos, cuando estaba
para volver al Padre, después de su resurrección, mandó a los otros once que
fueran por el mundo a adoctrinar a los hombres y bautizarlos en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
     Los apóstoles –palabra que
significa «enviados»-, después de haber elegido a Matías, echándolo a suertes,
para sustituir a Judas y completar así el número de los doce (apoyados para esto
en la autoridad de una profecía contenida en un salmo de David), y después de
haber obtenido la fuerza del Espíritu Santo para hablar y realizar milagros,
como lo había prometido el Señor, dieron en Judea testimonio de la fe en
Jesucristo e instituyeron allí Iglesias, después fueron por el mundo para
proclamar a las naciones la misma doctrina y la misma fe...
     ¿Cuál fue la
predicación de los apóstoles? ¿Cuál es la revelación que Cristo les hizo? El
único medio seguro de saber qué es lo que predicaron los apóstoles, es decir,
qué es lo que Cristo les reveló, es el recurso a las Iglesias fundadas por los
mismos apóstoles, las que ellos adoctrinaron de viva voz y, más tarde, por
carta. Si esto es verdad, es incontestable que toda doctrina que esté de acuerdo
con la de las Iglesias apostólicas, madres y fuentes de la fe, debe ser
considerada como verdadera porque contiene lo que las Iglesias han recibido de
los apóstoles, los apóstoles de Cristo, y Cristo de Dios.                                                                                                                                                                                            Comentario: Rev. D. Josep Vall i Mundó (Barcelona,
España)

«Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y
vuestro gozo sea colmado»



Hoy, la
Iglesia recuerda el día en el que los Apóstoles escogieron a aquel discípulo de
Jesús que tenía que substituir a Judas Iscariote. Como nos dice acertadamente
san Juan Crisóstomo en una de sus homilías, a la hora de elegir personas que
gozarán de una cierta responsabilidad se pueden dar ciertas rivalidades o
discusiones. Por esto, san Pedro «se desentiende de la envidia que habría podido
surgir», lo deja a la suerte, a la inspiración divina y evita así tal
posibilidad. Continúa diciendo este Padre de la Iglesia: «Y es que las
decisiones importantes muchas veces suelen engendrar disgustos».


En el Evangelio del día, el Señor habla a los Apóstoles
acerca de la alegría que han de tener: «Que mi gozo esté en vosotros, y vuestro
gozo sea colmado» (Jn 15,11). En efecto, el cristiano, como Matías,
vivirá feliz y con una serena alegría si asume los diversos acontecimientos de
la vida desde la gracia de la filiación divina. De otro modo, acabaría dejándose
llevar por falsos disgustos, por necias envidias o por prejuicios de cualquier
tipo. La alegría y la paz son siempre frutos de la exuberancia de la entrega
apostólica y de la lucha para llegar a ser santos. Es el resultado lógico y
sobrenatural del amor a Dios y del espíritu de servicio al prójimo.


Romano Guardini escribía: «La fuente de la alegría se
encuentra en lo más profundo del interior de la persona (...). Ahí reside Dios.
Entonces, la alegría se dilata y nos hace luminosos. Y todo aquello que es bello
es percibido con todo su resplandor». Cuando no estemos contentos hemos de saber
rezar como santo Tomás Moro: «Dios mío, concédeme el sentido del humor para que
saboree felicidad en la vida y pueda transmitirla a los otros». No olvidemos
aquello que santa Teresa de Jesús también pedía: «Dios, líbrame de los santos
con cara triste, ya que un santo triste es un triste santo».


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