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sábado, 30 de mayo de 2009

Pentecostés

El Imparable Espíritu de Dios                                                                                                                                                                                                                                   Estamos celebrando la tercera gran fiesta del año litúrgico. La
tercera Pascua, el tercer momento en que Dios pasa cerca de su pueblo y recrea
la vida. La tercera y definitiva. De la encarnación (primera pascua) a la
resurrección de Jesús (segunda pascua) hay un camino que llega a su plenitud en
Pentecostés (tercera pascua). 

     
Pentecostés es el viento y el fuego del Espíritu que quema y destruye, que
calienta y transforma, que abre las ventanas y envía a los discípulos al mundo,
a predicar la buena nueva de que Dios no está contra nosotros sino a favor
nuestro, de nuestra vida, de nuestra esperanza. El viento del Espíritu crea la
Iglesia, guía a la Iglesia, da fuerza, sostiene, cura, reconcilia, da vida.
Llenos del Espíritu, aquellos primeros discípulos salieron de Jesús y, con el
tiempo, llegaron a las tierras más lejanas. Portaban un mensaje de esperanza:
Dios nos ha salvado en Cristo, su Hijo, su testigo, la encarnación de su amor.
En él nos ha manifestado su inmenso amor para con nosotros. Ese amor es tan
grande que es capaz de vencer la muerte. Hoy, aquí y ahora, hay que comenzar a
construir un reino de fraternidad donde nadie puede ni debe ser excluido. Esa es
la voluntad de Dios y no otra.
El
Espíritu ha creado la Iglesia

      El Espíritu fue suscitando
comunidades aquí y allá. Pequeños signos de esperanza en medio del mundo,
lugares de acogida para los que estaban cansados por el peso de la vida. Eran
comunidades locales, que hablaban el idioma de la gente de cada lugar, que se
adaptaban a su cultura, a sus necesidades, a sus preocupaciones. Esas
comunidades son las que están representadas en la primera lectura.
     
El milagro no es que los discípulos fueran capaces de hablar todas las lenguas
de repente. El milagro, recogido de alguna manera en la lectura, fue que los
discípulos fueron a todos esos lugares y supieron hablar el lenguaje de las
personas de allí, supieron “encarnar” el mensaje del Reino, de la buena nueva de
la salvación. Partos, medos, elamitas, cretenses y árabes, romanos y de todas
las partes escucharon el mensaje de Jesús en su propia lengua y sintieron que se
pegaba a sus carnes, que les resucitaba para una vida de esperanza. Y así nació
la Iglesia.
      El Espíritu animaba la vida de las comunidades. Les hacía
confesar que “Jesús es Señor” (nadie lo puede hacer sino es animado por el único
Espíritu de Dios). A pesar de las diferencias de idioma, de cultura, de
tradiciones, de costumbres, de forma de expresar la fe, a todas las comunidades
cristianas nos une esa confesión sencilla, básica, accesible a todos y en todas
las lenguas.
      Hoy somos muchos en todos los continentes los que
confesamos que “Jesús es Señor”. Más allá del hecho de que pertenezcamos a
diferentes tradiciones, a diferentes confesiones, a diferentes comunidades, de
que hablemos diferentes lenguas o tengamos diferentes formas de expresar nuestra
fe, todos confesamos que “Jesús es Señor” y que en su nombre se nos ha devuelto
la esperanza y la vida, la alegría y el gozo de vivir.
¿Quién puede apagar el Espíritu?
      El
Evangelio no está amenazado. Algunos parece que piensan que o la defienden ellos
o la fe va a desaparecer de la faz de la tierra. Algunos
se sienten los protectores del Espíritu, los portadores de la verdad, los
defensores de la fe. Piensan que sin ellos, sin su acción, vamos al desastre.
Amenazan con el infierno a los que no sigan sus indicaciones y normas. Parece
que tienen comunicación directa con el Espíritu y que éste les ha nombrado sus
alféreces y les ha puesto al frente de sus batallones. No es así. El Espíritu
con su viento y su fuego fue el que propagó por este mundo la buena nueva del
Reino, de la salvación. Él seguirá haciendo lo mismo. Nada que hagamos los
hombres podrá atemorizar al Espíritu de Dios.
      Dejar al Espíritu libre
(¿es que alguien le puede encerrar o poner cadenas al Espíritu?) es dejar que
brote en nuestros campos la esperanza, la paz, la reconciliación, la vida. Esos
son los frutos del Espíritu.
      ¿Quieren una sugerencia para terminar?
Sería bueno imprimir en pequeñas hojas la secuencia que se lee antes del
Evangelio y hacer que la comunidad la lea, todos juntos, como oración de acción
de gracias, en el momento posterior a la comunión. E invitar a todos a llevarse
la hoja a casa y seguirla usando durante la semana. Para que todos aprendamos de
memoria y de corazón cuáles son los verdaderos frutos del Espíritu. 
Fernando Torres Pérez cmf
¡Ven Espíritu, Vida!

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por Ciudad Redonda
3 de julio de 2005



Cuando pedimos la venida del Espíritu no queremos volar al cielo,
ni ser trasladados al mundo que vendrá, sólo Implica una afirmación de la
vida.


Lo mejor que nos puede suceder es vernos agraciados con el don y
la presencia del Espíritu Santo. No es un espíritu entre otros, buenos o malos;
es el Espíritu de Dios. Y donde está el Espíritu allí está Dios de una manera
especial. El Espíritu es mucho más que un don de Dios en medio de otros. El
Espíritu es la presencia de Dios sin ningún tipo de restricción.


Donde está presente el Espíritu se experimenta la vida en toda su
integridad, totalidad, fuerza; como vida sanada y redimida. Nuestros sentidos
quedan potenciados por su presencia. Sentimos, gustamos, tocamos y vemos nuestra
vida en Dios y a Dios en nuestra vida. Es la mejor experiencia de uno mismo.
¿Qué de extraño tiene que llamemos al Espíritu Consolador (Paráclito) o Fuente
de la Vida?


Cuando pedimos la venida del Espíritu (Veni Creator Spiritus) no
queremos volar al cielo, ni ser trasladados al mundo que vendrá suplicamos que
venga aquí, a la tierra, a nuestra historia. El Veni Creator implica una
afirmación fuerte de la vida, de esta vida. Y cuando Dios escucha nuestra
petición, el Espíritu se derrama sobre toda carne (Joel 2,28; Hech 2,17ss). Se
trata de una metáfora pasmosa, sorprendente. Toda carne es ciertamente el ser
humano, pero también todos los seres vivientes, como plantas, árboles y animales
(cf. Gen 9,10ss). Carne significaba para el profeta Joel «el débil, la gente sin
poder y sin esperanza» (H.W. Wolff), el joven y el anciano. Nadie es demasiado
joven, ni demasiado viejo para recibir el Espíritu.


Cuando el Espíritu Santo es enviado, viene como una tempestad; se
derrama sobre todos los seres vivientes, como aguas de riada, invadiéndole todo.
Si el Espíritu es realmente el Espíritu de Dios, toda la realidad invadida por
el Espíritu, queda entonces deificada, divinizada. El Espíritu llega a nosotros
y asume diversas formas. Es como el agua que primero es fuente, luego río y
finalmente lago. Una misma es el agua, pero las formas de su flujo son
diferentes y graduales. El Espíritu es la Gracia por excelencia; después asume
las formas de los carismas o energías del Espíritu. Los carismas son como flujos
o emanaciones del Espíritu.


Pero, ¿de dónde nos viene el Espíritu? ¡Del semblante esplendoroso
de Dios! Cuando Dios hace brillar su rostro sobre nosotros, nos concede su
gracia, su bendición, su Espíritu. El rostro de Dios, resplandeciente de
alegría, es la fuente luminosa del Espíritu Santo (J. Moltmann).


Dios hizo brillar su rostro sobre Jesús; por eso los
acontecimientos de su vida estaban envueltos en el Espíritu que el Padre le
transmitía. (concepción, bautismo y resurrección).


Al irse Jesús de este mundo, rogó al Padre que nos concediera otro
Consolador (Jn 14,16). Irse de este mundo, es lo mismo que morir. Mientras Jesús
muere, el Espíritu está junto al Padre y Jesús le ruega que no nos deje
huérfanos, que nos envíe al Consolador. Pero Jesús también añade que también Él
mismo enviará al Consolador «desde el Padre», pues «es el Espíritu de la verdad
que procede del Padre» (Jn 14,26). Jesús muere para interceder por nosotros,
para pedirle al Abbá que nos envíe su Espíritu. Pero Jesús muere también para
enviarnos Él mismo el Espíritu que procede del Padre.


¿Cómo discernir dónde se encuentra el Espíritu Santo? El exorcismo
dice en negativo, lo que la eplíciesis dice en positivo. Allí donde puede ser
pronunciado de corazón el nombre de Jesús, allí está el Espíritu. Todo aquello
que pueda ser contemplado a través del rostro de Jesús crucificado es espíritu
de Dios. No puede ser pronunciado el nombre de Jesús para justificar la
violencia, el desamor, la envidia. No encaja con el rostro del Señor crucificado
la falta de amor, la venganza, la autojustificación, el autoritarismo.


La experiencia del Espíritu conlleva una experiencia
extraordinaria de uno mismo. El Espíritu invade su vida de tal manera que se
puede hablar de morir y renacer.


José Cristo Rey García

Nuevos carismas del Espíritu en la Iglesia


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por Carlos García Andrade cmf
12 de mayo de 2006



Aunque se hable tanto del "silencio de Dios" en nuestro tiempo,
los dones del Espíritu siguen actuando. Es posible que la invasión de
secularismo nos haya vuelto mas duros de oído y mas cegatos para captar Sus
iniciativas, o, simplemente, que el Espíritu, siempre creativo, haya elegido
cauces diversos a los habituales para fecundar el camino de la Iglesia. En todo
caso, no cabe duda de que el pulular de grupos, comunidades y movimientos que
desde la mitad del siglo XX se han multiplicado como setas en el seno de la
Iglesia, constituye un signo de los tiempos. Un signo inequívoco de vitalidad.
Mas, como suele suceder cuando se produce una explosión vital, los marcos, los
cauces, las estructuras que desde siglos se había convertido en el camino
trillado y ordenado del transcurrir de la vida cristiana se ven desbordados y
superados. No dan de sí ante las nuevas realidades. Y esto produce desconcierto
y cierto temor en la autoridad eclesial. Temor ante lo que podría entenderse
como la ceremonia de la confusión. No faltan motivos. La aparición de las
comunidades eclesíales de base que traen un modo alternativo de ser iglesia, no
necesariamente en contra de la estructura parroquial, pero muchas veces al
margen de ella. 0 la superación de las clásicas fronteras entre las vocaciones
eclesíales que se da en muchos movimientos de renovación: laicos que se entregan
a la directa evangelización itinerante; curas seculares, o laicos, o incluso
matrimonios que viven en comunidad; casados que aspiran vivir un tipo de
consagración adecuado a su estado; consagrados que se entregan a tareas
plenamente seculares; seglares dedicados a la contemplación; familias enteras
que se lanzan a la aventura de la missio ad gentes...


(JPG) Ya no
sólo hay laicos que se vinculan a familias religiosas para beber del espíritu de
los grandes Fundadores/as, también hay presbíteros diocesanos, religiosos o
incluso obispos que se adhieren a la espiritualidad de movimientos de origen
laical, hallando una luz para vivir su propia vocación. Hay agrupaciones
eclesíales que desbordan las fronteras de la Iglesia católica en que han nacido
y se difunden entre las Iglesias cristianas hermanas (o viceversa), pero también
llegan a alcanzar a miembros de otras religiones o incluso a personas sin fe
religiosa. Difusión que no exige como condición previa ni la conversión al
catolicismo o al cristianismo o a la fe en Dios. No es de extrañar que muchos,
en particular los canonistas, se sientan desbordados y que la integración de
estos nuevos carismas en la estructura eclesial esté resultando complicada. Se
arbitran fórmulas novedosas -prelaturas personales- o se buscan vínculos mínimos
para acoger realidades tan universales. Tampoco extraña que haya reacciones
restrictivas, como la problemática exclusión de los casados del ámbito de la
consagración realizada por el documento «Vita Consecrata».


¿NUEVOS CARISMAS?


¿Qué significa todo esto? ¿Se trata de genuinos carismas del
Espíritu que, esta vez, se ha volcado sobre todo con los laicos? ¿0 es más bien
la irrupción en el seno de la Iglesia de una especie de «democratismo», reflejo
de la sociedad civil?. ¿Aportan algo valioso en el plano teológico? ¿O son sólo
el eco eclesial del marasmo pluralista que crece exponencialmente en la sociedad
occidental y que genera la multiplicación de los particularismos, de los
«tribalis-mos». Pueden parecer preguntas contradictorias y, sin embargo, tienen
mucho que ver entre sí.


Aunque sean cansinas del Espíritu no tiene nada de extraño que
varias de sus coordenadas coincidan con dinamismos y problemáticas de la
actualidad. Es típico de los carismas del Espíritu el estar bien ubicados
cultural e históricamente. Son dones que buscan afrontar problemas eclesiales o
de la humanidad en un determinado contexto. ¿Quién puede dudar que Francisco y
Clara de Asís fueron la respuesta a la problemática sobre la pobreza que
desataron los grupos pauperistas de su tiempo? Se impone discernir y comprender.
Hay que discernir, porque puede haber ganga junto a la veta. En no pocos de
estos nuevos carismas, un poco por el radicalismo inicial y un mucho por la
bisoñez y falta de perspectiva, se peca por exceso: exceso de protagonismo, de
celo poco ordenado, de exclusivismo respecto del resto de la Iglesia. Se peca
por defecto: defecto de sentido eclesial, de universalidad, de formación, de una
teología que sepa unlversalizar su aportación carismática. Aunque tampoco es que
las añejas realidades eclesiales se estén comportando con la madurez que cabría
esperar de ellas respecto de estos nuevos retoños: actitudes arrogantes,
condenas precipitadas, hasta celotipias.


Hay que discernir porque, al venir muchos de los miembros de estos
nuevos grupos del mundo de la increencia, es posible que se hayan infiltrado
estilos o prácticas incompatibles, por exceso o por defecto, con la tradición y
vida eclesial. En alguno de estos grupos hay un control de las personas, sin
duda bienintencionado, pero incompatible con la libertad de conciencia que la
Iglesia atesora; o se proponen para todos los fieles estilos de conducta que no
son universalizabas sino para una minoría llamada a un radicalismo carismático.
Pero también hay que discernir, para evitar que la resistencia al cambio, que
toda institución multisecular arrastra consigo, llegue a bloquear los caminos
del Espíritu, por inercia o por miedo a perder el control. Y para evitar que el
talante dócil o crítico hacia la autoridad se convierta en criterio decisivo
para promover unos grupos y marginar otros. Este, aunque comprensible, es
criterio mundano, no evangélico. Y ya contamos con la lección de los profetas
del A.T.


COMPRENDER


No obstante, además de discernir es preciso comprender. Hay que
interpretar el significado de esta «movida» eclesial pues el Espíritu Santo no
suele hablar en vano. Y si los dones del Espíritu son como la cara visible,
perceptible de la Providencia y el Espíritu es el que lleva la historia hacia su
consumación, cabe colegir que tras este aluvión de carismas el Espíritu nos está
indicando un camino.


En mi opinión, como ya pasó en la historia de la Iglesia con otros
concilios, estos carismas están encarnando, dando cuerpo y vida a muchas de las
líneas teológicas que el Vaticano II supo vislumbrar y proponer a la Iglesia.
Hay muchos ejemplos. Probablemte, donde mejor se está gustando y palpando la
realidad de la Iglesia como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del
Espíritu sea en estas comunidades en que, más allá de la fe sociológica, se
experimenta el articularse de las vocaciones en reciprocidad; en que se sienten,
no sólo se saben, Cuerpo de Cristo, y hacen la experiencia concreta de la
presencia del Espíritu, no sólo la creen o la suponen. Lo mismo para la Palabra
de Dios. Uno de los mejores frutos del Concilio fue devolver a la Palabra el
puesto central que nunca debió perder en la fe o la teología. Pues quizá donde
mejor se estén explotando las posibilidades de la Palabra como fuente de vida
cristiana y de espiritualidad sea en estos grupos que han nacido desde el
principio en torno a la Palabra. Lo mismo para el ecumenismo, la promoción del
laicado, etc.


No obstante, en el esfuerzo por comprender, ¿habría alguna clave
común, capaz de aglutinar estas diversas realidades?, ¿algo de lo que extraer la
llamada del Espíritu que en ellas se manifiesta? Creo que sí. Es la comunión
eclesial. Y aquí hay que hilar fino porque aunque la Iglesia se autodefina de un
tiempo a esta parte como «Misterio de comunión», como repite el Magisterio, no
vale cualquier comunión.


El peor fruto de la marginación del Espíritu en la tradición
católica de este segundo milenio -lo que se ha dado en llamar el cristomonismo
católico- fue una especie de deformidad unidireccional a la hora de entender y
vivir la comunión eclesial. Durante siglos se vivió una comunión vertical,
estructural, que se reducía a obedecer a la autoridad jerárquica. La comunión
entre las diversas realidades eclesiales se reducía casi exclusivamente a su
conexión con la cabeza de la Iglesia, mientras que en el plano horizontal, de
las relaciones recíprocas, lo que reinaba era indiferencia y desconocimiento,
cuando no recelos, rencillas o verdaderas peleas. Este modelo clásico ya no goza
de credibilidad en una sociedad que se rige por modelos democráticos. No se
percibe ni como realidad salvada ni salvadora. Por eso subrayaba al comienzo esa
especie de ruptura de fronteras entre las vocaciones. Parece como si el Espíritu
quisiera lanzar a toda la Iglesia a vivir una dinámica de comunión modelada
según la reciprocidad trinitaria, perijorétíca. Comunión anunciada ya por el
Concilio pero lejos aún de ser vivida por la Iglesia. Por otro lado, desde el
punto de vista extraeclesíal, también la coordinadas sociales hacen del diálogo
y la comunión el reto del futuro ante la necesidad de articular la emergente
unidad de la sociedad planetaria, y su inevitable interdependencia, con el
respeto de lo particular en una pluralidad de difícil composición.


MEDIACIÓN HORIZONTAL


Pero ¿qué es lo que está en juego desde el punto de vista
teológico? Algo decisivo: recuperar una mediación del encuentro con Dios
especialmente adecuada para el hoy de la sociedad y de la iglesia que el
diluirse de la dimensión comunitaria en la tradición eclesial había dejado en la
penumbra. Una mediación horizontal, que no excluye la vertical (la jerárquica)
sino que la supone, pero que es distinta de ella y no depende directamente de
ella. La comunión vivida desde la reciprocidad del amor modelada trinitariamente
no es sólo la armonía, la fraternidad o la colaboración apostólica. Su fruto es
algo más, es Dios mismo. Es la presencia viva de Jesús en la comunidad por obra
del Espíritu (Mt 18,20). Una mediación más vinculada a la vida que a la
estructura, más expresión del principio mariano que del principio petrino, en la
que Dios emerge como fruto precioso de la comunión entre todos los creyentes:
clérigos, laicos, consagrados.


Ante la falta de credibilidad que sufren las vocaciones e
instituciones eclesiales por la avalancha de la secularización, al hacer que
dimensiones que antes eran signo inequívoco de Dios para una mayoría, hayan
perdido ese valor de significación; si las clásicas mediaciones de la gracia
(sacramentos, oración...) cada día son menos frecuentadas y comprendidas por una
sociedad que parece perder a toda velocidad el sentido de lo sobrenatural, es
posible que la comunión tal como la proponemos sea el único medio de ser signo
inequívoco de Dios ante el mundo secularizado. Se entiende el por qué el
Espíritu ha hecho florecer por toda la Iglesia un mar de comunidades. Es cierto
que en no pocos de estos nuevos grupos, aunque se viva una comunión intensa
hacía dentro, la comunión hacia fuera, con los otros ca-rismas, es aún un reto a
superar. No obstante, creo que la semilla está lanzada y no me parece utópico
pronosticar un futuro de progresiva comunión, no sólo entre comunidades, o entre
diócesis, sino entre Iglesias nacionales o continentales. Entre otras cosas,
porque el gran reto para el próximo siglo será pasar de un cristianismo
culturalmente dependiente de Occidente y geográficamente eurocéntrico a un
cristianismo pluricultural y pericéntrico, conforme se desarrollen las Iglesias
jóvenes. Transición que no debe dañar la unidad de fe y de estructura eclesial.
Eso sí que me parece una utopía si no se abre paso una comunión como la que
hemos querido esbozar y que el Espíritu parece tener prisa en desarrollar. El
futuro lo confirmará.


El espíritu vivifica nuestra
iglesia


Una conceptualización, por sencilla que sea, de lo que es o lo que
significa el Espíritu Santo en nuestras vidas, inciuso desde un prisma muy
personal y experiencial, es una de las tareas más difíciles para un cristiano
formado en nuestra tradición occidental, en la que el Espíritu (y es más que un
tópico) ha sido un tanto olvidado. De mi experiencia personal yo destacaría dos
notas en lo que a la presencia del Espíritu se refiere:


En primer lugar, como presencia sutil de Dios en la historia, en
la gran historia y en la pequeña historia de cada día (que, a fin de cuentas,
para cada uno, es más grande que la otra). En nuestra tradición carmelitana
hemos sentido siempre una especial devoción a ia figura del profeta Elias, al
que durante siglos consideramos nuestro «fundador». Cuando Elias en el Horeb
busca al Señor, sólo descubre la presencia de Dios en la brisa suave (1 Re 19,
12-13). Esa brisa sigue soplando hoy, muchas veces tenemos nuestra sensibilidad
algo atrofiada, pero la brisa sutil, tenue, vivificante y libre, sigue pasando
entre nuestros dedos, acariciando nuestros oídos, a veces despeinándonos y a
veces curando delicadamente nuestras heridas y secando con ternura nuestras
lágrimas. En segundo lugar el Espíritu vivifica nuestra Iglesia. Hace que las
estructuras no sean andamiajes oxidados; que nuestras celebraciones no sean
meros recuerdos de un lejano fundador (por muy bueno que fuese); hace que
creamos con gozo lo que es difícil de creer; hace que la ausencia sea presencia;
hace más que todas las campañas vocacionales juntas; nos conoce a cada uno con
nombres y apellidos, como si fuésemos únicos para él y tuviese todo el tiempo
del mundo para nosotros, pero a solas nos trata de forma familiar y cariñosa...
y, a veces con nosotros y a veces a pesar de nosotros, va construyendo
lentamente el Reino.


Fernando Millán Romera, O.Carm.,
es
profesor de teología en la Universidad Pontificia Comillas en Madrid.

 Origen de la fiesta tengoseddeti

Los judíos celebraban una fiesta para  dar gracias por las cosechas, 50 días después de la  pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés. Luego, el  sentido de la celebración cambió por el dar gracias por  la Ley entregada a Moisés.
En esta fiesta recordaban el día  en que Moisés subió al Monte Sinaí y recibió las  tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de  Israel lo que Dios quería de ellos. Celebraban así, la  alianza del Antiguo Testamento que el pueblo estableció con Dios:  ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos y Dios  se comprometió a estar con ellos siempre.

La gente venía de  muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta  de Pentecostés. En el marco de esta fiesta judía es
donde  surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés.

La Promesa
del  Espíritu Santo

Durante la Última Cena, Jesús les promete a
sus  apóstoles:
“Mi Padre os dará otro Abogado, que estará con  vosotros
para siempre: el espíritu de Verdad”
(San Juan 14,  16-17).
Más
adelante les dice:
“Les he dicho estas cosas mientras  estoy con ustedes;
pero el Abogado, El Espíritu Santo, que  el Padre enviará en mi nombre, ése les
enseñará todo  y traerá a la memoria todo lo que yo les  he dicho.”
(San
Juan 14, 25-26).
Al terminar la cena, les  vuelve a hacer la misma
promesa:
“Les conviene que yo  me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,...
muchas cosas  tengo todavía que decirles, pero no se las diré ahora.  Cuando
venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta  la verdad completa,... y os
comunicará las cosas que están  por venir”
(San Juan 16, 7-14).
En
el calendario del  Año Litúrgico, después de la fiesta de la Ascensión, a  los
cincuenta días de la Resurrección de Jesús, celebramos la  fiesta de
Pentecostés.
Explicación de la fiesta:
Después
de la Ascensión  de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la
Madre  de Jesús.  Era el día de la fiesta de  Pentecostés. Tenían miedo de salir
a predicar. Repentinamente, se escuchó  un fuerte viento y pequeñas lenguas de
fuego se posaron  sobre cada uno de ellos.
Quedaron llenos del Espíritu
Santo  y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.
En esos días,
había  muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que venían de todas  partes
del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía.  Cada uno oía hablar a los
apóstoles en su propio  idioma y entendían a la perfección lo que ellos
hablaban.
Todos  ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron  a
predicar a todo el mundo las enseñanzas de Jesús.  El Espíritu Santo les dio
fuerzas para la gran misión  que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús
a  todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en  el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo.
Es  este día cuando comenzó a existir la
Iglesia como tal.  
¿Quién es el Espírtu
Santo?

El Espíritu Santo es Dios, es  la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad. La Iglesia nos  enseña que el Espíritu Santo es el amor que
existe  entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan  grande y tan perfecto que
forma una tercera persona.   El Espíritu Santo llena nuestras almas en el
Bautismo y  después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor  divino
de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar  a Dios y al prójimo. El
Espíritu Santo nos ayuda  a cumplir nuestro compromiso de vida con
Jesús.


Señales del
Espíritu  Santo:

El viento, el fuego, la paloma.
Estos
símbolos nos  revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da: El  viento es
una fuerza invisible pero real. Así es el  Espíritu Santo. El fuego es un
elemento que limpia. Por  ejemplo, se prende fuego al terreno para quitarle las
malas  hierbas y poder sembrar buenas semillas. En los laboratorios
médicos  para purificar a los instrumentos se les prende fuego.
El
Espíritu  Santo es una fuerza invisible y poderosa que habita en  nosotros y nos
purifica de nuestro egoísmo para dejar paso  al amor.
Nombres
del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo ha recibido  varios
nombres a lo largo del nuevo Testamento: el Espíritu  de verdad, el Abogado, el
Paráclito, el Consolador, el Santificador.  
Misión del Espíritu
Santo:


  1. El Espíritu Santo es santificador: Para
    que  el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos
    entregarnos  totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus
    inspiraciones  para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en  la
    santidad.

  2. El Espíritu Santo mora en nosotros: En San
    Juan  14, 16, encontramos la siguiente frase: “Yo rogaré al Padre  y les dará
    otro abogado que estará con ustedes para  siempre”.  También, en I Corintios 3.
    16 dice: “¿No  saben que son templo de Dios y que el Espíritu  Santo habita en
    ustedes?”.  Es por esta razón que  debemos respetar nuestro cuerpo y nuestra
    alma. Está en   nosotros para obrar porque es “dador de vida” y es  el amor.
    Esta aceptación está condicionada a nuestra aceptación y  libre colaboración. Si
    nos entregamos a su acción amorosa y  santificadora, hará maravillas en
    nosotros.

  3. El Espíritu Santo ora en
    nosotros:  Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda  pobreza
    espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu  Santo. Dejar que Dios ore
    en nosotros siendo dóciles al  Espíritu. Dios interviene para bien de los que le
    aman.  

  4. El Espíritu Santo nos lleva a la verdad
    plena, nos  fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos muestra  la
    maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor,  de paz, de gozo,
    de fe y de creciente esperanza.

El Espíritu Santo y
la Iglesia:

Desde la fundación de la  Iglesia el día de
Pentecostés, el Espíritu Santo es quien  la construye, anima y santifica, le da
vida y unidad  y la enriquece con sus dones.
El Espíritu Santo
sigue  trabajando en la Iglesia de muchas maneras distintas, inspirando,
motivando  e impulsando a los cristianos, en forma individual o como  Iglesia
entera, al proclamar la Buena Nueva de Jesús.
Por ejemplo,  puede inspirar al
Papa a dar un mensaje importante a  la humanidad; inspirar al obispo de una
diócesis para promover  un apostolado; etc.
El Espíritu Santo asiste
especialmente al representante de  Cristo en la Tierra, el Papa, para que guíe
rectamente  a la Iglesia y cumpla su labor de pastor del  rebaño de
Jesucristo.
El Espíritu Santo construye, santifica y da vida  y unidad a la
Iglesia.
El Espíritu Santo tiene el  poder de animarnos y santificarnos y
lograr en nosotros actos  que, por nosotros, no realizaríamos. Esto lo hace a
través  de sus siete dones.
Los siete dones del Espíritu  Santo:
Estos dones son regalos de Dios y sólo con  nuestro esfuerzo no
podemos hacer que crezcan o se desarrollen.  Necesitan de la acción directa del
Espíritu Santo para poder  actuar con ellos.


  1. SABIDURÍA: Nos permite entender, experimentar
    y saborear las  cosas divinas,  para poder juzgarlas
    rectamente.

  2. ENTENDIMIENTO: Por él, nuestra  inteligencia
    se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas  y las
    naturales de acuerdo al fin sobrenatural que tienen.  Nos ayuda a entender el
    por qué de las cosas  que nos manda Dios.

  3. CIENCIA: Hace capaz a nuestra inteligencia
    de  juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin  sobrenatural. Nos
    ayuda a pensar bien y a entender con  fe las cosas del
    mundo.

  4. CONSEJO: Permite que el alma
    intuya  rectamente lo que debe de hacer en una circunstancia determinada.  Nos
    ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándolos  por el camino del
    bien.

  5. FORTALEZA: Fortalece al alma para
    practicar  toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en
    superar  los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. Nos ayuda  a no
    caer en las tentaciones que nos ponga el  demonio.

  6. PIEDAD: Es un regalo que le da Dios al
    alma  para ayudarle a amar a Dios como Padre y a  los hombres como hermanos,
    ayudándolos y respetándolos.

  7. TEMOR DE DIOS: Le  da al alma la docilidad
    para apartarse del pecado por  temor a disgustar a Dios que es su supremo
    bien.  Nos ayuda a respetar a Dios, a darle su lugar  como la persona más
    importante y buena del mundo, a  nunca decir nada contra Él.




Oración al Espíritu Santo
Ven  Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles y enciende  en ellos el fuego de tu amor;
envía Señor tu  Espíritu Creador y se renovará la faz de la tierra.
OH  Dios,
que quisiste ilustrar los corazones de tus fieles con  la luz del Espíritu
Santo, concédenos que, guiados por este  mismo Espíritu, obremos rectamente y
gocemos de tu consuelo.
Por Jesucristo,  nuestro Señor
Amén.


lunes, 25 de mayo de 2009

«¡Ánimo!: yo he vencido al mundo»

Lunes de la Séptima semana de Pascua : Jn 16,29-33 
San Juan de la Cruz (1542-1591),
carmelita descalzo, doctor de la Iglesia
Dichos de luz y amor


«Lloraréis y os lamentaréis, y
el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en
gozo»


     Procure conservar el corazón
en paz; no le desasosiegue ningún suceso del mundo; mire que todo se ha de
acabar.
No apaciente el espíritu en otra cosa que en Dios. Deseche las
advertencias de las cosas y traiga paz y recogimiento en el corazón.
     Si
quieres que en tu espíritu nazca la devoción y que crezca el amor de Dios y
apetito de las cosas divinas, limpia el alma de todo apetito y asentimiento y
pretensión, de manera que no se te dé nada por nada. Porque así como el enfermo,
echado fuera el mal humor, luego siente el bien de la salud y le nace gana de
comer, así tú convalecerás en Dios si en lo dicho te curas; y sin ello, aunque
más hagas, no aprovecharás.
     Entra en cuenta con tu razón para hacer
lo que ella te dice en el camino de Dios, y te valdrá más  para con tu Dios que
todas las obras que sin esta advertencia haces y que todos los sabores
espirituales que pretendes.

El cielo es firme y no está sujeto a generación,
y las almas que son de naturaleza celestial son firmes, no están sujetas a
engendrar apetitos ni otra cualquier cosa, porque se parecen a Dios en su
manera, que no se mueven para siempre.© evangeli.net


Día litúrgico: Lunes VII de
Pascua



Texto del Evangelio (Jn 16,29-33):  
En aquel tiempo, los discípulos dijeron a Jesús: «Ahora sí que hablas claro, y
no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que
nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios». Jesús les
respondió: «¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os
dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo,
porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en
mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al
mundo».


Comentario: Rev. D. Jordi Castellet i Sala (Sant Hipòlit
de Voltregà-Barcelona, España)


«¡Ánimo!: yo he vencido al mundo»



Hoy
podemos tener la sensación de que el mundo de la fe en Cristo se debilita. Hay
muchas noticias que van en contra de la fortaleza que querríamos recibir de la
vida fundamentada íntegramente en el Evangelio. Los valores del consumismo, del
capitalismo, de la sensualidad y del materialismo están en boga y en contra de
todo lo que suponga ponerse en sintonía con las exigencias evangélicas. No
obstante, este conjunto de valores y de maneras de entender la vida no dan ni la
plenitud personal ni la paz, sino que sólo traen más malestar e inquietud
interior. ¿No será por esto que, hoy, las personas van por la calle
enfurruñadas, cerradas y preocupadas por un futuro que no ven nada claro,
precisamente porque se lo han hipotecado al precio de un coche, de un piso o de
unas vacaciones que, de hecho, no se pueden permitir?


Las palabras de Jesús nos invitan a la confianza: «¡Ánimo!:
yo he vencido al mundo» (Jn 16,33), es decir, por su Pasión, Muerte y
Resurrección ha alcanzado la vida eterna, aquella que no tiene obstáculos,
aquella que no tiene límite porque ha vencido todos los límites y ha superado
todas las dificultades.


Los de Cristo vencemos las dificultades tal y como Él las ha
vencido, a pesar de que en nuestra vida también hayamos de pasar por sucesivas
muertes y resurrecciones, nunca deseadas pero sí asumidas por el mismo Misterio
Pascual de Cristo. ¿Acaso no son “muertes” la pérdida de un amigo, la separación
de la persona amada, el fracaso de un proyecto o las limitaciones que
experimentamos a causa de nuestra fragilidad humana?


Pero «sobre todas estas cosas triunfamos por Aquel que nos
amó» (Rom 8,37). Seamos testigos del amor de Dios, porque Él en nosotros
«ha hecho (...) cosas grandes» (Lc 1,49) y nos ha dado su ayuda para
superar toda dificultad, incluso la muerte, porque Cristo nos comunica su
Espíritu Santo.Domingo de la 7ª semana de Pascua. La Ascensión del Señor


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Primera Lectura:

 Lectura del libro de los Hechos de los
Apóstoles (1,1-11):


En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de
todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones
a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al
cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que
estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de
Dios.
Una vez que comían juntos, les recomendó: «No os alejéis de Jerusalén;
aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan
bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu
Santo.»
Ellos lo rodearon preguntándole: «Señor, ¿es ahora cuando vas a
restaurar el reino de Israel?»
Jesús contestó: «No os toca a vosotros conocer
los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el
Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos
en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del
mundo.»
Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de
la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos
hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí
plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo
volverá como le habéis visto marcharse.»

Palabra de Dios


Salmo:

 Sal 46, 2-3. 6-7. 8-9

R. Dios asciende
entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas


Pueblos todos
batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es
sublime y terrible,
emperador de toda la tierra. R.

Dios
asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas;
tocad para
Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad. R.

Porque Dios es
el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las
naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado. R.


Segunda Lectura:

 Lectura de la carta del apóstol san Pablo a
los Efesios (1,17-23):


Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el
Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo.
Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a
la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y
cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos,
según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo
de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo
principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido,
no sólo en este mundo, sino en el futuro.
Y todo lo puso bajo sus pies, y lo
dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo
acaba todo en todos.

Palabra de Dios


Evangelio:

 Conclusión del santo evangelio según san
Marcos (16,15-20):


En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y
les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El
que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A
los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en m¡ nombre,
hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno
mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán
sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la
derecha de Dios.
Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y
el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los
acompañaban.

Palabra del Señor.

Enviados a todo el Mundo





      Dice un dicho que generalmente, cuando los hombres buscan un salvador,
terminan encontrando un dueño. Así ha sido muchos veces a lo largo de la
historia. De modo que los líderes terminan por anular a los que se definen como
sus seguidores. Reúnen en sus manos todo el poder. Y terminan por abusar de él. Y todo con la aquiescencia y
conformidad de sus súbditos. Porque lo que dice el líder se convierte
automáticamente en una especie de Palabra de Dios que no puede ni debe ser
discutida. Sólo puede ser obedecida, asimilada, cumplida.  La actitud del
seguidor es totalmente pasiva.
      La imagen tradicional con que se ha
solido representar la escena de la fiesta que hoy celebramos tiene,
desgraciadamente, algo de parecido con lo dicho más arriba. Representa a los
discípulos mirando al cielo en donde se ve desaparecer a Jesús en una nube. Es
el momento de la despedida, del adiós final. El líder se va, desaparece. Y, como
consecuencia, los discípulos quedan desamparados, solos, abandonados. Las
miradas se dirigen hacia arriba. Es como si les fuese su única conexión con la
realidad, como si perdiesen el nexo vital que daba sentido a su vida.


¿Qué hacéis ahí
plantados?

      Nada que ver esa imagen con lo que cuenta el
Evangelio y la primera lectura del libro de los Hechos. La pregunta de los dos
hombres vestidos de blanco a los discípulos es la crítica a esa actitud devota y
sumisa, que anula la libertad y la iniciativa de las personas: “Galileos, ¿qué
hacéis ahí plantados mirando al cielo?” Tampoco el Evangelio nos habla de una
actitud pasiva por parte de los apóstoles. Exactamente lo contrario. Jesús los invita a ponerse en
movimiento: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.”
Hay mucho que hacer. Hay una buena nueva que anunciar a todos, hombres y
mujeres. Es urgente.
      La fiesta de la Ascensión marca prácticamente el
final de las celebraciones de la Pascua. Ese tiempo privilegiado en el que los
discípulos vivieron con claridad meridiana la experiencia de la resurrección del
Señor, de que no todo había terminado en el Calvario. De que lo que había podido
parecer un fracaso no lo fue porque Dios había resucitado a Jesús. Porque de
nuevo, con brazo extendido y mano poderosa, como había rescatado a los
israelitas de la opresión en Egipto, había actuado en favor de su hijo Jesús. Y
así había marcado el comienzo de una nueva era, el tiempo del Reino, el tiempo
en el que Dios va a actuar definitivamente en favor de sus hijos, en favor de la
vida y en contra de los poderes de la muerte, el odio y el pecado.

Anunciar el Evangelio
      Pero el final de
las celebraciones pascuales no es tal sino el comienzo de una nueva etapa que
lleva consigo una tarea. Los discípulos son enviados. Van a pregonar el
Evangelio por todas partes. Es un Evangelio de liberación, es una buena nueva
que crea esperanza en los que la acogen, que salva y reconcilia, que crea
fraternidad y destruye el odio y la violencia.
      La actitud de los
discípulos no es la de los súbditos que quedan desconcertados ante la ausencia
del líder. Ahora son ellos los que pasan a la primera línea del
anuncio. Ahora son ellos los que deben asumir la responsabilidad de anunciar la
buena nueva a todos y en todas partes. Son libres y libremente han de tomar sus
decisiones, han de crear comunidades, han de comunicar la salvación. Son libres
y responsables.
      Lo suyo no es quedarse mirando al cielo sino ponerse
manos a la obra, caminar los caminos de este mundo, mancharse con el barro de la
vida, tocar con la misericordia de Dios las vidas de todos aquellos con los que
se encuentren. Con la confianza de que el Señor cooperará siempre confirmando la
palabra con sus señales, como termina el Evangelio de este domingo.
     
Que el Señor nos dé espíritu de sabiduría para conocerlo, que ilumine los ojos
de nuestro corazón y comprendamos la esperanza a la que nos llama, la misión a
la que nos envía, la libertad que nos ha regalado. Que asumamos nuestra
responsabilidad como evangelizadores, como anunciadores de la buena nueva de la
salvación. Que, como una comunidad de iguales, siempre en diálogo, pongamos
todos –laicos, religiosos, sacerdotes, obispos– todas nuestras fuerzas al
servicio del Evangelio, porque eso y no otra cosa debería ser la Iglesia.
Sábado de la 6ª semana de Pascua

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Primera Lectura:

 Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles 18,23-28


Pasado algún tiempo en Antioquía, emprendió Pablo
otro viaje y recorrió Galacia y Frigia, animando a los discípulos.
Llegó
a Éfeso un judío llamado Apolo, natural de Alejandría, hombre elocuente y muy
versado en la Escritura. Lo habían instruido en el camino del Señor, y era muy
entusiasta; aunque no conocía más que el bautismo de Juan, exponía la vida de
Jesús con mucha exactitud.
Apolo se puso a hablar públicamente en la
sinagoga. Cuando lo oyeron Priscila y Aquila, lo tomaron por su cuenta y le
explicaron con más detalle el camino de Dios. Decidió pasar a Acaya, y los
hermanos lo animaron y escribieron a los discípulos de allí que lo recibieran
bien. Su presencia, con la ayuda de la gracia, contribuyó mucho al provecho de
los creyentes, pues rebatía vigorosamente en público a los judíos, demostrando
con la Escritura que Jesús es el Mesías.

Palabra de Dios.


Salmo:

 Sal 46,2-18-9.10

R. Dios es el rey del
mundo.


Pueblos todos,
batid palmas,
aclamad a Dios con gritos
de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la
tierra. R.

Porque Dios es el rey del mundo:
tocad con
maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono
sagrado. R.

Los príncipes de los entiles se reúnen con el pueblo
del Ros de Abrahán;
porque de Dios son los grandes de la tierra,
y él es
excelso. R.


Evangelio:

 Lectura del santo evangelio según san Juan
16, 23b-28


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «Yo
os aseguro, si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará.
Hasta ahora
no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra
alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en
que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre
claramente.
Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré
al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis
y creéis que yo salí de Dios.
Salí del Padre y he venido al mundo, otra
vez dejo el mundo y me voy al Padre.»
Palabra del Señor.
San Anselmo (1033-1109), monje, obispo, doctor de la Iglesia
Proslogion, 26

«Os llenaréis de gozo»
     Señor Dios mío, mi
esperanza y gozo de mi corazón, di a mi alma si su gozo es el mismo que nos has
dicho por medio de tu Hijo: «Pedid y recibiréis y vuestro gozo será completo».
En efecto, he encontrado un gozo completo y más que completo, porque el corazón,
el espíritu, el alma, todo mi ser se ha llenado de este gozo y veo que todavía
crecerá sin medida. No es que sea él el que va a entrar en los que se alegran,
sino que más bien serán ellos los que entrarán en él con todo su
ser.
     ¡Habla, Señor! Di a tu servidor, en el fondo de su corazón, si
el gozo que experimento es el mismo gozo en el que entrarán los que gustarán el
mismo gozo que su maestro (Mt 25,21). Mas, si este gozo que experimentarán tus
siervos «ningún ojo vio, ningún oído escuchó, ni el corazón del hombre puede
pensarlo» (1C 2,9), te pido, Dios mío, me concedas conocerte, amarte, para que
mi gozo sea estar en ti.
     Y si en esta vida no lo puedo obtener
plenamente, hazme adelantar de manera que un día entre plenamente en este tu
gozo. Que crezca aquí abajo mi conocimiento de ti para que pueda llegar a la
plenitud donde tú estás. Que mi amor aquí, crezca a fin de ser total allá
arriba. Que ahora mi gozo sea inmenso en esperanza, para ser entonces total en
realidad. Señor, tú quieres que por tu Hijo te pidamos, y nos prometes recibir
lo que pedimos a fin de que nuestro gozo sea completo... ¡Haz crecer en mí el
hambre de este gozo, para que entre en él!

Comentario: Rev. D. Xavier Romero i Galdeano
(Cervera-Lleida, España)


«Salí del Padre (...) y voy al Padre»



Hoy, en
vigilias de la fiesta de la Ascensión del Señor, el Evangelio nos deja unas
palabras de despedida entrañables. Jesús nos hace participar de su misterio más
preciado; Dios Padre es su origen y es, a la vez, su destino: «Salí del Padre y
he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn
16,28).


No debiera dejar de resonar en nosotros esta gran verdad de
la segunda Persona de la Santísima Trinidad: realmente, Jesús es el Hijo de
Dios; el Padre divino es su origen y, al mismo tiempo, su destino.


Para aquellos que creen saberlo todo de Dios, pero dudan de
la filiación divina de Jesús, el Evangelio de hoy tiene una cosa importante a
recordar: “aquel” a quien los judíos denominan Dios es el que nos ha enviado a
Jesús; es, por tanto, el Padre de los creyentes. Con esto se nos dice claramente
que sólo puede conocerse a Dios de verdad si se acepta que este Dios es el Padre
de Jesús.


Y esta filiación divina de Jesús nos recuerda otro aspecto
fundamental para nuestra vida: los bautizados somos hijos de Dios en Cristo por
el Espíritu Santo. Esto esconde un misterio bellísimo para nosotros: esta
paternidad divina adoptiva de Dios hacia cada hombre se distingue de la adopción
humana en que tiene un fundamento real en cada uno de nosotros, ya que supone un
nuevo nacimiento. Por tanto, quien ha quedado introducido en la gran Familia
divina ya no es un extraño.


Por esto, en el día de la Ascensión se nos recordará en la
Oración Colecta de la Misa que todos los hijos hemos seguido los pasos del Hijo:
«Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia
de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria,
y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también
nosotros como miembros de su cuerpo». En fin, ningún cristiano debiera
“descolgarse”, pues todo esto es más importante que participar en cualquier
carrera o maratón, ya que la meta es el cielo, ¡Dios mismo!
Viernes de la 6ª semana de Pascua.

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Primera Lectura:

 Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles 18, 9-18


Estando Pablo en Corinto, una noche le dijo el
Señor en una visión:
- «No temas, sigue hablando y no te calles, que yo
estoy contigo, y nadie se atreverá a hacerte daño; muchos de esta ciudad son
pueblo mío.»
Pablo se quedó allí un año y medio, explicándoles la palabra
de Dios.
Pero, siendo Galión procónsul de Acaya, los judíos se
abalanzaron en masa contra Pablo, lo condujeron al tribunal y lo
acusaron:
- «Éste induce a la gente a dar a Dios un culto contrario a la
Ley.»
Iba Pablo a tomar la palabra, cuando Galión dijo a los
judíos:
- «Judíos, si se tratara de un crimen o de un delito grave, sería
razón escucharos con paciencia; pero, si discutís de palabras, de nombres y de
vuestra ley, arreglaos vosotros. Yo no quiero meterme a juez de esos
asuntos.»
Y ordenó despejar el tribunal.
Entonces agarraron a
Sostenes, jefe de la sinagoga, y le dieron una paliza delante del tribunal.
Galión no hizo caso.
Pablo se quedó allí algún tiempo; luego se despidió
de los hermanos y se embarcó para Siria con Priscila y Aquila. En Cencreas se
afeitó la cabeza, porque había hecho un voto.
Palabra de
Dios


Salmo:

 Sal 46, 2-3, 4-5. 6-7

R. Dios es el
rey del mundo


Pueblos todos,
batid palmas,
aclamad a Dios con
gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda
la tierra. R.

Él nos somete los pueblos y nos sojuzga las
naciones;
él nos escogió por heredad suya:
gloria de Jacob,
su amado.
R.

Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor,
al son de
trompetas:
tocad para Dios,
tocad,
tocad para nuestro Rey,
tocad.
R.


Evangelio:

 Lectura del santo evangelio según san Juan
16, 20-23a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-
«Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará
alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en
alegría.
La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha
llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por
la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís
tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os
quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada.»
Palabra del
Señor






22 Mayo                    



image Saber
más cosas a propósito de los Santos del día


Santa Rita de Casia


Santa Rita nació en 1381 junto a Casia, su
segunda patria, en la hermosa Umbría, tierra de Santos: Benito, Escolástica,
Francisco, Clara, Angela, Gabriel... Santa Rita pertenece a esa insigne pléyade
de mujeres que pasaron por todos los estados: fue un modelo extraordinario de
esposa, de madre, de viuda y de monja.


Por otra parte, pocos santos han gozado de
tanta devoción como Santa Rita, Abogada de los imposibles. Su pasión favorita
era meditar la Pasión de Jesús.   Se casa con Pablo Fernando, de su aldea natal.
Fue un verdadero martirio, Rita acepta su papel: callar, sufrir, rezar. Su
bondad y paciencia logran la conversión de su esposo.


Nacen dos gemelos que les llenan de alegría. A
la paz sigue la tragedia. Su esposo cae asesinado, como secuela de su antigua
vida. Rita perdona y eso mismo inculca a sus hijos. Y sucede ahora una escena
incomprensible desde un punto de vista natural.


Al ver que no puede conseguir que abandonen la
idea de venganza, pide al Señor se los lleve, por evitar un nuevo crimen, y el
Señor atiende su súplica.    Tres veces desea entrar en las Agustinas de Casia,
y las tres veces es rechazada.


Por fin, con un prodigio que parece arrancado
de las Florecillas, se le aparecen San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás
de Tolentino y en voladas es introducida en el monasterio. Es admitida, hace la
profesión ese mismo año de 1417, y allí pasa 40 años, sólo para Dios.   Recorrió
con ahínco el camino de la perfección, las tres vías de la vida espiritual,
purgativa, iluminativa y unitiva. Ascetismo exigente, humildad, pobreza,
caridad, ayunos, cilicio, vigilias.


Las religiosas refieren una hermosa
Florecilla. La Priora le manda regar un sarmiento seco. Rita cumple la orden
rigurosamente durante varios meses y el sarmiento reverdece.   Jesús no ahorra a
las almas escogidas la prueba del amor por el dolor. Rita, como Francisco de
Asís, se ve sellada con uno de los estigmas de la Pasión: una espina muy
dolorosa en la frente.


Hay solicitaciones del demonio y de la carne,
que ella calmaba aplicando una candela encendida en la mano o en el pie. Pruebas
purificadoras, miradas desconfiadas, sonrisas burlonas. Rita mira al Crucifijo y
en aquella escuela aprende su lección.   La hora de su muerte nos la relatan
también llena de deliciosos prodigios.


En el jardín del convento nacen una rosa y dos
higos en pleno invierno para satisfacer sus antojos de enferma. Al morir, la
celda se ilumina y las campanas tañen solas a gloria. Su cuerpo sigue
incorrupto.   Cuando Rita murió, la llaga de su frente resplandecía en su rostro
como una estrella en un rosal. Era el año 1457.   León XIII la canonizó el
1900.




  Oremos

Te pedimos, Dios nuestro, que nos muestres el
camino de la sabiduría y nos concedas con generosidad la fortaleza que
caracterizó a Santa Rita  para que, unidos en Cristo, seamos pacientes en los
sufrimientos, y así podamos participar también del misterio de su Pascua. Por el
mismo Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que contigo y el Espíritu Santo vive y
reina en unidad, y es Dios, por los siglos de los
siglos.

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la
Iglesia
Sermones sobre el evangelio de san Juan

«Volveré a veros y se alegrará vuestro
corazón»
     El Señor dijo: «Dentro de poco ya no me
veréis; dentro de otro poco, me veréis» (Jn 16,16). Eso que él llama un poco, es
todo el espacio de nuestro tiempo actual, eso que el evangelista Juan dice en su
carta: «Es la última hora» (1Jn 2,18). Esta promesa... va dirigida a toda la
Iglesia, como también esta otra promesa: «Sabed que yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). El Señor no podía retrasar su
promesa: dentro de poco tiempo y le veremos y ya no tendremos nada que pedirle,
ninguna pregunta para hacerle porque ya todos nuestros deseos se verán
satisfechos, y yo no buscaremos más.
     Este poco tiempo nos parece
largo porque todavía está discurriendo; cuando habrá terminado, entonces nos
daremos cuenta de cuán corto ha sido. Que nuestro gozo sea diferente del que
tiene el mundo de quien se dice: «El mundo se alegrará». En este tiempo en que
crece nuestro deseo, no estemos sin gozo, sino tal como dice el apóstol Pablo:
«Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación» (Rm 12,12).
Porque la mujer, cuando va a dar a luz, a la cual el Señor nos compara, siente
tanto gozo por el hijo que va a parir que no se entristece por su sufrimiento.

Comentario: Rev. D. Joaquim Font i Gassol
(Igualada-Barcelona, España)


«Vuestra tristeza se convertirá en gozo»



Hoy
comenzamos el Decenario del Espíritu Santo. Reviviendo el Cenáculo, vemos
a la Madre de Jesús, Madre del Buen Consejo, conversando con los Apóstoles. ¡Qué
conversación tan cordial y llena! El repaso de todas las alegrías que habían
tenido al lado del Maestro. Los días pascuales, la Ascensión y las promesas de
Jesús. Los sufrimientos de los días de la Pasión se han tornado alegrías. ¡Qué
ambiente tan bonito en el Cenáculo! Y el que se está preparando, como Jesús les
ha dicho.


Nosotros sabemos que María, Reina de los Apóstoles, Esposa
del Espíritu Santo, Madre de la Iglesia naciente, nos guía para recibir los
dones y los frutos del Espíritu Santo. Los dones son como la vela de una
embarcación cuando está desplegada y el viento —que representa la gracia— le va
a favor: ¡qué rapidez y facilidad en el camino!


El Señor nos promete también en nuestra ruta convertir las
fatigas en alegría: «Vuestra alegría nadie os la tomará» (Jn 16,22) y
«vuestra alegría será completa» (Jn 16,24). Y en el Salmo 126,6:
«Al ir, va llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando trayendo
sus gavillas».


Durante toda esta semana, la Liturgia nos habla de
rejuvenecer, de exultar (saltar de alegría), de la felicidad segura y eterna.
Todo nos lleva a vivir de oración. Como nos dice san Josemaría: «Quiero que
estés siempre contento, porque la alegría es parte integrante de tu camino.
—Pide esa misma alegría sobrenatural para todos».


El ser humano necesita reír para la salud física y
espiritual. El humor sano enseña a vivir. San Pablo nos dirá: «Sabemos que todas
las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios» (Rom 8,28). ¡He
aquí una buena jaculatoria!: «¡Todo es para bien!»; «Omnia in
bonum!»
.


jueves, 21 de mayo de 2009

Carta para la Jornada de la Infancia ...



Carta para la Jornada de la Infancia Misionera - 27 de enero de
2008




Por Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona y Obispo de
Tudela




 



 


 Un año más
queremos resaltar la importancia de la Infancia Misionera.  Para ello hemos
pensado hacer realidad aquello de “manos a la obra”. No podemos pararnos. Es
necesario remangarse y ponernos a trabajar con los niños y para los niños.
Dentro de poco les tocará construir un mundo más en consonancia con los valores
del Evangelio. Para eso conviene trabajar desde estos momentos sin miedos y con
valentía. Hemos de presentarles con ilusión y realismo todo lo que han de
aprender para formarse como hombres y mujeres del futuro. La confusión que hoy
se cierne en la sociedad y que se ha ido fraguando con el paso del tiempo, hemos
de desenmascararla sin titubeos y con firmeza. La causa de la misma hunde sus
raíces en el relativismo. ¡Cuánto daño se puede hacer, y de hecho se está
haciendo, a los que  llevarán sobre sus hombros los destinos de la sociedad
dentro de pocos años! Por ello conviene movilizarse y preparar con audacia a los
niños que, como planta tierna, reciben todo y lo asumen con sencillez y
asombro.


 


No todo es
válido,  como  enseñan las filosofías relativistas, ni todo es bueno, como
enseñan los maestros del “vacío existencial”. Una sociedad que no se forme en el
principio moral de “aceptar el bien y rechazar el mal” se convierte en enemiga
de sí misma. La niñez es como una esponja que absorbe todo lo que se le pone por
delante, y marca para toda la vida. Tanto lo bueno como lo malo  puede
convertirse o en una vida sana, con actitudes moralmente bien orientadas, o en
una bomba de relojería que el día menos pensado explota con formas de actuar que
contradicen la dignidad humana. Libertad no es “hacer lo que a uno le apetece”;
es algo sagrado que ayuda a crecer a la persona en un estilo de vida auténtico y
que tiene como norma “hacer el bien y buscar lo bueno”.


 


Para ello,
los medios de comunicación social, que son el “púlpito” desde donde se debe
enseñar a vivir y orientar la vida en la verdad, deben echar una mano.
Desgraciadamente son frecuentes las veces que nos hallamos ante informaciones o
programas interesados que contradicen y amenazan a la persona con modos de vida
rastreros; son la “basura” que nada tiene que ver con la identidad de la
naturaleza humana, llamada a la armonía y a la belleza. En este campo hay que
ponerse “manos a la obra”. Y son las familias, apoyadas por las parroquias, el
colegio y los diversos ámbitos de Iglesia, quienes deben llegar a los niños para
presentarles el seguimiento de Jesús como lo más hermoso que hay en la vida.
Quien va tras las huellas de Cristo hace de su vida un camino. Los diez
mandamientos son el mejor programa de vida cristiana, más aún, de experiencia
humana. Tanto los tres primeros, que hacen referencia a Dios, como los siete
restantes, que hacen referencia al prójimo, nos muestran el modo de hacer el
bien y rechazar el mal.


 


Desde las
Obras Misionales Pontificias deseamos que la Infancia Misionera sea un aliciente
para todos los niños españoles y que, con su ejemplo, sean muchos los que se
sumen a esta forma nueva de vida que será una alegría para el futuro. Cuando
tenía once años, al ver cómo vivían otros niños, quedé impresionado. Aprendí a
rezar con ellos y sentía un gran gozo dentro de mí. Pero lo que me dejaba
atónito era el testimonio de los santos; mucho me ayudaron San Francisco Javier,
San Francisco de Asís, San Pío X… Y todos venían a decirme lo mismo: hay que
hacerse amigos de Jesús. Así comencé una aventura nueva que aún dura después de
tanto tiempo. Conviene volver a presentar –con viñetas– la vida de los santos
para que los niños descubran la grandeza de aquellos que supieron amar a Dios y
entregarse a los demás.  


 


Desde Obras
Misionales Pontificias se está preparando todo un material catequético, muy
bueno, para niños. Invito a las parroquias, escuelas, colegios y familias a
utilizarlo con ellos, ya que ellos son los que más necesitan orientaciones
claras y firmes. Pongámonos todos “manos a la obra” para proclamar clara y
gozosamente que ser cristiano hoy es la aventura más hermosa que vivirse pueda.
Es este un momento importante para ayudar a comprender lo que significa la
infancia en la Iglesia. Desde Infancia Misionera queremos mostrar el rostro
amable de los niños que son los “pequeños misioneros” y que han de llevar a los
demás el mensaje de Jesús.


 


Además
Infancia Misionera se compromete a ayudar a otros niños que están faltos de
amor. Se solidariza con ellos para que puedan tener un hospital o una escuela o
una capilla o un ambiente más digno. Los niños con toda facilidad se ponen
“manos a la obra” compartiendo sus ahorros para la consecución de dichos fines.
No les cuesta, e incluso piden a los mayores que les ayudemos. España es una de
las naciones más generosas. Hagamos de esta Jornada de la Infancia Misionera un
espacio de verdadera formación para nuestros niños a fin de que, siendo amigos
de Jesús, se pongan “manos a la obra” y miren a otros que, como ellos, son
también hijos de Dios y merecen lo mejor de nosotros.


 


Mons. Francisco Pérez
González,


Arzobispo de Pamplona y
Obispo de Tudela


Director Nacional de
Obras Misionales Pontificias



Carta para el 13 de enero de 2008. El Bautismo del
Señor




Por Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona y Obispo de
Tudela




         
 


 La atracción y el contagio de la
fe


 


Ver en euskera


 


         Es muy necesario
manifestar que la fe es lo más bello que puede existir en el corazón de la
humanidad y su esplendor está sostenido por aquél que vive para siempre en medio
de nosotros: Jesucristo nuestro Señor. El Papa Juan Pablo II en unos de sus
escritos afirma que los cristianos estamos llamados a ‘proclamar’ a Jesús y la
fe en Él en todas las circunstancias; a ‘atraer’ a otros a la fe, poniendo en
práctica formas de vida personal, familiar, profesional y comunitaria que
reflejen el Evangelio. La atracción de la fe vivida hace posible que otros se
sientan involucrados y hasta fascinados. La manifestación de la fe ha de ser
amable y sincera. Si nuestros rostros están oscuros y serios no serán capaces de
transmitir la fe, pues ésta se ‘irradia’ con alegría, con amor y con esperanza
para que muchos, “viendo vuestras buenas obras, den gloria al Padre que está en
los cielos” (Mt 5, 16).


 


         La fe ‘contagia’ y para
ello no es necesario hacer grandes discursos pues nada hay que convenza más que
el testimonio; lo más elocuente no son las palabras sino los gestos que hacen
valer la formulación del discurso. La fe ‘conquista’, como le ocurrió a San
Agustín que, viendo el modo de proceder de unos buenos cristianos, llegó a
afirmar que si ellos lo hacían por qué él no lo podía hacer. Tantos nos hemos
visto envueltos al constatar el testimonio de personas buenas y con gran
experiencia de fe, que ha calado dentro de nuestro corazón y ha hecho posible
que nosotros ahora seamos también testigos de esta fe que sigue arrastrando y
motivando a aquellos que nos ven.


 


          Por eso, la vida
cristiana ha de transformar, como el ‘fermento’ dentro de la masa, a la sociedad
actual: ha de involucrarse el creyente en todo lo que toca lo humano para
mostrar la Luz que Cristo nos ha dado. La fe no puede ocultarse sino que ha de
ponerse en lo alto para que los demás vean. Quien pretenda limitar  la fe al
ámbito de lo privado y encerrarla en lo oculto de los templos priva de un
derecho fundamental a la persona humana, que tiene el deber de proponer –no
imponer- aquello en lo que cree. La propuesta de la fe ha de hacerse claramente
con el testimonio, con los gestos, con el discernimiento, con la palabra, con la
denuncia y con la misericordia; cuanto más atractiva la hagamos más
resplandecerá y será luz para muchos que viven desamparados y envueltos en
tinieblas.


 


   Ese modo de pensar se ha inoculado, como si de un virus se
tratara, en el pensamiento de muchos de nuestros contemporáneos, incluso
creyentes. Se oye decir: “soy cristiano pero no practico, lo importante es ser
buena persona”, o “para qué confesarme si no tengo pecados...”. De hecho ha
bajado la cuota y el valor en sí del sacramento de la confesión y una de las
razones puede ser ésta. El pecado es algo que no tiene nada que ver con la vida
de los que dicen vivir como
modernos. Sin
embargo, lo moderno no debe contradecir la fidelidad a Jesucristo. Lo moderno es
vivir en gracia de Dios, porque lo auténticamente moderno es el amor de Dios en
nuestras vidas y en nuestra sociedad. Lo moderno es poner el alma y la vida a
punto para que si, en cualquier momento Dios nos llama, tengamos nuestras
cuentas en positivo y no en números rojos. Y lo moderno es vivir la libertad
responsable sabiendo que el bien se ha de aceptar y al mal se ha de
rechazar.


 


   ¡Cuánta soberbia encubierta y solapada, bajo la cual está la
hipocresía, la mentira y el engaño, de los que piensan que la vida es posible
aunque se traicione a Dios y se desprecie al hombre! Sólo quien mira cara a cara
al rostro de Dios y pone como indicadores de su camino los mandamientos, podrá
desenmascarar a esta soberbia encubierta, y entonces vivirá la lealtad y
fidelidad humana y cristiana con gallardía y con heroica alegría. La soberbia es
la ceguera espiritual que no deja ver con nitidez y claridad aquello que nos
hace mirar lo más auténtico de nuestra vida. El corazón siempre está inquieto
hasta que no descanse en Dios. La humildad es la puerta abierta para
encontrarnos con Cristo que ha venido a curar nuestro egoísmo y a llenarnos de
su gracia. Os deseo un feliz año 2008 y que la búsqueda de la santidad sea
nuestra única meta.




Carta para el 3 de enero de 2008




Por Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona y Obispo de
Tudela




         
 


Vanidad de vanidades 


Hay muchos momentos en la vida que
parece se desvanece todo lo que uno ha construido y se resienten todos los
aparentes cimientos que creíamos eran seguros e infranqueables. Los desengaños,
las enfermedades, los fracasos y las inseguridades nos dejan desconcertados y
perplejos. Nos preguntamos el sin sentido de esto y de mucho más. Parece que
todo se cae como si de un "castillo de naipes" se tratara. Son pruebas
existenciales que nadie puede explicar y menos comprender a la luz de la sola y
única razón. La vida tiene sentido por sí misma no por lo que la acontece; estos
momentos son la prueba evidente de lo que siempre nos ha recordado la Sagrada
Escritura: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad" (Ecl 1,2). En el mismo libro
se nos va describiendo la vanidad de la ciencia, de los placeres y de los bienes
materiales. Todo desaparece y sólo Dios permanece. Lo creado es finito, el amor
de Dios es eterno.


 


El fundamento de nuestra vida y los
cimientos de nuestro existir sólo tienen consistencia en Dios. De ahí que nos lo
recuerde la viva Tradición de la Iglesia que tiene como fuente la Palabra de
Dios. Es engañoso y mentiroso vivir  a expensas de lo que nos toca ahora, en
cambio es cierto y auténtico quien se sustente en lo que ha de venir. El necio
se para en las cosas que acaban, el sabio en la luces de la razón y el santo en
lo que no tiene fin. “Miré todo cuanto habían hecho mis manos y todos los afanes
que al hacerlo tuve, y ví que todo era vanidad y apacentarse de viento” (id.
2,11).


 


 Podemos tener todo y sin embargo un
día, a la vuelta de la esquina de la vida, en el lugar que menos pensabas te
surge esta pregunta: “¿Qué provecho saca el hombre de todo y de todos sus afanes
bajo el sol?" (id. 1,3). No hay seguridades absolutas más que las que Jesucristo
nos ha mostrado en el Evangelio. De ahí que nunca, en él, nos sentiremos
engañados, al contrario nos veremos bien acompañados puesto que nos manifiesta
con claridad meridiana la Verdad, el Camino y la Vida.


 


 La vida es bella y hermosa cuando se
sustenta en esta experiencia de fe. Las realidades de la muerte, el juicio de
Dios ante la vida eterna en su doble alternativa de muerte o vida (de infierno o
cielo), de desamor o amor son para pensárselo bien y no dejarnos manipular por
las vanidades o el orgullo del que piensa y cree que todo lo tiene solucionado y
resuelto. La felicidad tiene su fuente en Dios y en él sólo podemos gozar. Que
las cosas no nos esclavicen, que sean medios y no fines, que usemos la vida para
"bien-gastarla" y que confiemos en la fuerza revitalizadora del
Evangelio.

Derecho a la salud en la madre / Osasun Eskubidea Amarengan

El lema que ha escogido Manos Unidas para la campaña de este año 2008 es muy importante y muy sugerente: ‘Madres sanas, derecho y esperanza’. Por una parte conviene recordar que la misión que ejerce la madre dentro de la familia y en medio de la sociedad es de un valor incalculable y por otra el derecho a ser considerada y ayudada en todos los ámbitos de su vida es un deber que compete a las Instituciones y en definitiva a toda sociedad. Ante tantas agresiones que puedan darse, respecto a la mujer, la Iglesia agradece a las madres su labor y su tiempo de gestación como un momento muy importante en el ámbito familiar y social. Juan Pablo II afirmó que “la maternidad conlleva una comunión especial con el misterio de la vida que madura en el seno de la mujer” (cfr. Mulieris Dignitatem, nº 18) y por ello conviene estar atentos para cuidar lo mejor posible la salud de aquella que tiene como vocación específica, fruto de la unión del esposo y la esposa, el cuidado de la futura criatura.

 

Si bien es cierto que se debe atender con primor la salud de la madre otro de los motivos que impulsan a ello es que “la madre admira este misterio y con intuición singular ‘comprende’ lo que lleva en su interior” (ibidem, nº 18). Y es por ello que se ha de atender como primario y más importante la atención a la que como templo sagrado contiene una vida en proceso que es persona que ya forma parte de la familia y de la comunidad humana.  La madre acepta y ama al hijo que lleva en su seno como una persona más. Este reconocimiento hace posible que el ser humano crezca en la dignidad propia a la que está llamado.

 

Cuando las relaciones humanas crecen y progresan no se ha de olvidar la grandeza a la que estamos llamados y es que somos hijos de Dios que nos ha creado por amor y al amor nos llama. El amor verdadero se ejerce con la fuerza propia de si mismo por eso la madre en el contacto con el nuevo ser humano que va tejiéndose en su interior crea en ella una nueva actitud no sólo hacia el propio hijo, sino hacia el ser humano en general y esto es lo que caracteriza “profundamente toda la personalidad de la mujer” (ibidem, nº 18).

 

Creo que el lema de Manos Unidas puede, además de sugerente, ser una manifestación de sentido humano para profundizar y advertir que la madre necesita todos los cuidados para que su salud sea garantizada y esto es muy obvio puesto que en la madre la humanidad se lo juega todo. Por ello se ha de tener presente que ‘madres sanas es un derecho y una esperanza’.


miércoles, 20 de mayo de 2009

La unidad es fuente de conversión

La unidad es fuente de
conversión
 

  por Mons.Francisco Pérez  González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela 

El domingo
pasado comenzábamos la Semana de oración por la Unidad de los Cristianos y el
día 25 se concluye este tiempo de plegaria y ofertas espirituales para rogar a
Dios que nos conceda cuánto antes la comunión total. Sabemos que no es fácil y
que los condicionantes históricos pesan mucho. No obstante, a pesar de nuestras
debilidades y dificultades, se ha de trabajar para que llegue este deseo de
Jesucristo: “Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en
nosotros. De este modo el mundo creerá que tú me has enviado” (Jn 17, 21). La
conversión a Cristo, que es el signo visible de la unidad con el Padre en el
Espíritu, pasa por la unidad entre nosotros como él nos pide. Aún más, él mismo
nos advierte de que si no estamos unidos entre nosotros la fe se debilitará y
muchos dejarán de creer. La fe por tanto exige, como en una tierra esponjosa,
dejar que caiga la semilla del amor y de la unidad que producirá frutos de
conversión. Creer en Cristo exige unidad entre todos y así el mundo volverá a la
fe.

Nos
lamentamos de que las situaciones sociales son difíciles y que incluso se ha
perdido socialmente la fe. ¿No será que una de las causas de tal pérdida es la
falta de unidad entre los cristianos? Ya nos advertía el Concilio Vaticano II
que muchos permanecen en la nebulosidad del ateismo por la falta de testimonio
de los creyentes. Cuando el gran poeta místico R. Tagore, de procedencia india,
vino a Europa para conocer la experiencia de los cristianos puesto que el
Evangelio le había fascinado se sintió defraudado al observar que los creyentes
se adaptaban a la mentalidad del mundo y fallaban en su arrojo evangélico; no
dio el paso a la conversión por la falta de testimonios auténticos. Esto nos
debe interpelar permanentemente. En las primeras comunidades cristianas tanto el
amor, la unidad y la fraternidad hacían milagros pues muchos paganos se
convertían a la fe en Cristo y la razón que daban era: “Mirad cómo se
aman”.


La
conversión tiene como una de las fuentes a la unidad, que es la expresión del
amor entre hermanos. La unidad no contradice la diversidad sino que la hermosea,
así como un cuadro se hace bello si en él confluyen muchos colores armonizados.
La riqueza de la unidad son los matices que en ella se expresan y que nunca la
restan, al contrario, la hacen más auténtica. Ya es tradicional en la
espiritualidad cristiana reflejar que en las cosas necesarias siempre ha de
haber unidad, en las discutibles que cada uno se exprese libremente y que en
todo momento exista la caridad. Estamos en unos tiempos donde se ha de procurar
llevar este espíritu de unidad y no podemos caer en la tentación de vivir a
expensas de ideologías que rompen tal comunión. La unidad auténtica es la forma
mejor de predicar que Dios ama y nos ama.Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela 

Los niños de Asia te necesitan

  por Mons.Francisco Pérez  González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela 

Me alegra
que este año nos fijemos en Asia y la razón fundamental es porque este
Continente tiene la tierra bien abonada para que la semilla del Evangelio crezca
en el futuro con mucha fuerza. Aún recuerdo con mucho afecto las palabras que el
Papa Juan Pablo II nos dijo, en una ocasión, a un buen grupo de Obispos de todo
el mundo: “Asia es el Continente que debemos cuidar, en estos momentos, porque
la Palabra de Dios crecerá mucho en el corazón de los asiáticos. No debemos de
perder de vista a China. Ayudemos a China y trabajemos para ser solidarios con
ellos”. La gran pena de este gran Papa fue que no pudo ir a China por
dificultades de forma y de fondo del Gobierno chino. Murió con esta pena.


Por ello el
tema que hemos escogido este año me fascina y me ilusiona. Los niños asiáticos
son muchos millones y a ellos hemos de mirar con la fuerza de saber que el
futuro dependerá de lo que ahora se les enseñe. El Papa Juan Pablo II hablando
de Asia decía que es el continente más vasto de la tierra y está habitado por
cerca de dos tercios de la población mundial, mientras China e India juntas
constituyen casi la mitad de la población total del globo. Lo que más impresiona
del continente es la variedad de sus poblaciones herederas de antiguas culturas,
religiones y tradiciones. No podemos por menos de quedar asombrados por la
enorme cantidad de la población asiática y por el variado mosaico de sus
numerosas culturas, lenguas, creencias y tradiciones, que abarcan una parte
realmente notable de la historia y del patrimonio de la familia
humana.


Los pueblos
asiáticos se sienten orgullosos de sus valores religiosos y culturales típicos.
El amor al silencio y a la contemplación por ejemplo. Hubo un tiempo que desde
Europa se miraba a Asia como lugar de pacificación interior y muchos jóvenes
peregrinaban para encontrar la solución para ser felices en sus vidas. Estaban
cansados de la droga y del materialismo que se respiraba en sus propios
ambientes. El yoga y otras técnicas asiáticas se han impuesto como forma de
encuentro personal y realización de la personalidad. Hay terreno abonado para
que la semilla del Evangelio crezca en el alma de los asiáticos. Pensemos en
Corea donde la vida cristiana está creciendo a pasos de gigante. Son momentos de
gracia especial que Dios quiere manifestar a este continente tan rico en
tradiciones y culturas nobles.


Otros
valores como la sencillez, la armonía y el no apego muestra la profundidad de un
pueblo que quiere caminar asido a la fuerza que nace de un sentido humano
profundo. El espíritu de duro trabajo, de disciplina y de vida frugal hace mirar
a Asia como un continente de futuro. Un pueblo que no se supera en la
contradicción y en el sufrimiento es un pueblo caduco. De ahí que la semilla
está ya depositada y crecerá y dará muchos frutos. Hay una gran sed de
conocimiento e investigación filosófica. Respetan la vida, la compasión por todo
ser vivo, la cercanía a la naturaleza, el respeto filial a los padres, a los
ancianos y tienen un sentido de comunidad muy desarrollado. De modo particular,
consideran la familia como una fuente vital de fuerza, como una comunidad muy
integrada, que posee un fuerte sentido de la solidaridad.


Estas
reflexiones fueron propiciadas por el Sínodo que se hizo sobre Asia y que
después vino confirmado por el Papa Juan Pablo II en la Exhortación apostólica
“Ecclesia in Asia”. Se observa que los mismos padres sinodales estaban mostrando
un rostro fidedigno de lo que es Asia. Eran conscientes de las grandes
dificultades que provoca la violencia o las guerras y sin negar estas tensiones
y violentos conflictos, se puede decir que Asia ha mostrado una notable
capacidad de adaptación y una apertura natural al enriquecimiento recíproco de
los pueblos, en la pluralidad de religiones y culturas. Y en este marco tan rico
y tan divergente la Iglesia puede comunicar el Evangelio de modo tal que pueda
elevar y favorecer los valores más íntimos que existen en el alma
asiática.


Lo que ha
hecho y sigue haciendo la Iglesia está sustentado por la esperanza. El mismo
Juan Pablo II dijo que en Asia se está abriendo una “nueva primavera de vida
cristiana”. Hay incremento de vocaciones sacerdotales y religiosas, catequistas
aumentan no sólo en número sino también en formación seria. No conviene olvidar
que hay comunidades cristianas que sufren intensas pruebas en la práctica de la
fe: China, Vietnam, Corea del norte… Pero, a pesar de esto, crecen los
cristianos y saben sacar bienes de las persecuciones y de los encarcelamientos.
Lo viven con tal intensidad y hondura que más allá de ser probados en la fe
confían intensamente en el amor a Jesucristo. Lo transmiten a los niños y
jóvenes que viven precariamente en lo material pero ricos en lo
espiritual.


 La Iglesia
quiere ofrecer la vida nueva que ha encontrado en Jesucristo a todos los pueblos
de Asia, “que buscan la plenitud de la vida. Esta es la fe en Jesucristo que
inspira la actividad evangelizadora de la Iglesia en Asia, a menudo realizada en
circunstancias difíciles, e incluso peligrosas”  (Juan Pablo II). No son otras
las razones que ofrece la Iglesia a los asiáticos sino la de conocer y reconocer
que Cristo libera y salva.


Me
impresiona cuando veo a los niños asiáticos y, sobre todo, cuando en la
diversidad  coexisten y son tolerantes. Queda mucho por conseguir pero se está
abriendo un nuevo mundo que se irá realizando al unísono y aportando al resto de
la sociedad unos valores que en occidente se han difuminado en la oscura noche
cultural. Por tanto los necesitamos para que nos muestren esa sabiduría moral y
la intuición espiritual innata que es típica del alma asiática. Para ellos
también podemos ser don y regalo, más allá de la técnica avanzada, por el
intercambio de experiencias místicas de fe testificada en nuestros santos. Lo
que el materialismo ha propiciado en occidente no tiene nada que ver con las
experiencias de aquellos que han restaurado una sociedad con su ejemplo. Si nos
necesitamos mutuamente, auguro que en la Jornada de Infancia Misionera crezca el
deseo y la práctica de anunciar juntos que Jesucristo es quien puede cambiar los
corazones de todos y de esta manera su Reino de paz, amor y fraternidad  será
visible.

     ¡Cuándo
llegará esta unidad tan ansiada por Cristo! Roguemos durante este tiempo para
que se haga palpable la unidad y pongamos, cada uno, nuestro “granito de arena”
a fin de que sea cumplido el deseo de Cristo.  Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela 

El Don de la Indulgencia
Plenaria

  por Mons. Francisco Pérez González Arzobispo de Pamplona-Tudela

El próximo
25 de enero celebraremos la fiesta de la Conversión del apóstol San Pablo, en el
corazón de este Año santo dedicado a los dos mil años de su nacimiento. Ese día,
todos los fieles que asistan a la eucaristía en cualquier iglesia de Navarra
podrán obtener el don de la indulgencia jubilar. Muchos se preguntarán qué es la
indulgencia plenaria y qué aporta a nuestras vidas.


San Pablo
nos presenta la vida del cristiano como un continuo combate, en el
constantemente experimentamos nuestra fragilidad. El apóstol lo define así:
“Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago
el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero” (Rm 7, 18-19). Sabemos
lo que está bien, pero hacemos lo contrario. Por eso, los hombres necesitamos
ser salvados de nuestras contradicciones y de todas las secuelas que el pecado
deja en nuestras vidas. Jesucristo es nuestro Salvador. Él vino para “dar la
libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,
22).


Jesús no se
cansa en repetir a lo largo de todo el evangelio que ha venido a curar, a salvar
lo que estaba perdido, a dar su vida en rescate por nosotros, por el perdón de
los pecados. Con quienes Jesús no tiene nada que hacer es con quienes se tienen
a sí mismos por justos: los que creen que no han de arrepentirse de nada y que
no necesitan de nadie que les perdone y les salve. A quienes así piensan, Dios
les sobra.


El perdón de
los pecados lo recibimos en el bautismo, pero el nuevo nacimiento en la fuente
bautismal no suprime nuestra fragilidad y debilidad. La vida nueva en Cristo la
llevamos en unos “vasos de barro”, que somos nosotros mismos y puede ser
debilitada e incluso rota. Por eso necesitamos de un nuevo sacramento que la
restaure. Para eso, Cristo, el único que tiene “poder para perdonar los pecados”
en nombre de Dios (Mc 2, 7), transmitió a su Iglesia el poder de perdonar de
nuevo los pecados a quienes cayeran tras el bautismo: “Recibid el Espíritu
Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados: a quienes se los
retengáis les quedan retenidos” (Jn 20,23). Este perdón nos llega siempre de
forma personal, pues cada persona es irrepetible, única, con sus necesidades
específicas, con sus dolencias propias, que Dios quiere sanar y
curar.


Sin embargo,
los pecados, aun después de perdonados, dejan en nosotros unos restos, en forma
de recuerdos y sentimientos que nos pueden atraer de nuevo hacia el mal y
dificultan la concentración de nuestra vida en el camino del bien, del amor a
Dios y al prójimo. No desaparecen de repente, sino que requieren un tiempo de
purificación, con el penoso esfuerzo para mantenerse y avanzar en el camino del
bien. Así lo vivió San Pablo en primera persona (2 Cor 12,7). Esto es lo que
llamamos pena temporal, cuya purificación se hace en esta vida y, si no se ha
terminado de hacer, se tendrá que hacer después de la muerte, antes de entrar
plenamente en el gozo de la vida eterna, en ese estado transitorio de
purificación que llamamos Purgatorio.


La
indulgencia es un don maravilloso y totalmente necesario para nuestra
santificación, pues mediante ella quedan canceladas todas las penas debidas por
los pecados perdonados. Juan Pablo II, cuando convocó el gran Jubileo del año
2000, definió la indulgencia como un “don total de la misericordia de Dios”,
pues “nos ayuda a purificar las consecuencias que quedan en nuestro corazón de
los pecados ya perdonados”. Ello acontece gracias a la intercesión de los santos
y la mediación de la Iglesia, que se aplican a nuestro favor. Las indulgencias
suponen un maravilloso intercambio: Nosotros recibimos la ayuda de los santos, y
también nosotros, con nuestro amor y nuestras obras buenas, podemos ayudar a
otros hermanos a purificarse interiormente. Este es el admirable “tesoro
espiritual”, que la Iglesia nos ofrece en cada año santo. Aprovechemos esta
gracia extraordinaria para purificar nuestro corazón, romper las dependencias
que nos atan a los pecados del pasado, y caminar, como San Pablo, con gozo por
el camino de la santidad, para alcanzar el premio al que Dios nos llama en
Cristo Jesús.


               que se irá realizando al unísono y aportando al resto de
la sociedad unos valores que en occidente se han difuminado en la oscura noche
cultural. Por tanto los necesitamos para que nos muestren esa sabiduría moral y
la intuición espiritual innata que es típica del alma asiática. Para ellos
también podemos ser don y regalo, más allá de la técnica avanzada, por el
intercambio de experiencias místicas de fe testificada en nuestros santos. Lo
que el materialismo ha propiciado en occidente no tiene nada que ver con las
experiencias de aquellos que han restaurado una sociedad con su ejemplo. Si nos
necesitamos mutuamente, auguro que en la Jornada de Infancia Misionera crezca el
deseo y la práctica de anunciar juntos que Jesucristo es quien puede cambiar los
corazones de todos y de esta manera su Reino de paz, amor y fraternidad  será
visible. Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela 
RECLAMOS Y TESTIGOS DEL AMOR DE DIOS
        por Mons. Francisco Pérez González Arzobispo de Pamplona-Tudela    
 1 de Febrero 2009                                                                                                                                                  
Siempre me ha impresionado la gran labor que, durante siglos, han realizado los consagrados. De pequeño recuerdo que en mi familia siempre estaba rodeado de las Hijas de la Caridad, dado que mi padre, de las tres hermanas de sangre que tuvo, las tres fueron Hijas de la Caridad y, posteriormente, una de mis hermanas se hizo de la misma sociedad apostólica y ahora ejerce como visitadora. El Señor bendijo a mi familia con la gracia del carisma de San Vicente de Paul. Sólo faltaba yo; pero el Señor tuvo otros designios sobre mí, no obstante en mi corazón conservo este amor vicenciano. La alegría y la caridad que rezumaban en su vida eran de una plenitud tan grande que atraían y ensanchaban el corazón. Las veía al lado de los más pobres de la ciudad tanto en Toledo, en Madrid o en la villa de Huici (Navarra); en mis tías veía un algo especial que siempre me evocaba a Dios. Después poco a poco he ido comprendiendo que los consagrados están llamados a ser “reclamos y testigos del amor de Dios” y esto lo pude comprobar desde muy pequeño. Este estilo de vida me atraía y me fascinaba.
En esta Jornada dedicada a todos los Consagrados no puedo por menos que reconocer y agradecer su vocación tan enraizada en la vida en Cristo y en el testimonio de su amor. Si por una fatalidad desaparecieran, algo inimaginable, la sociedad se sentiría huérfana y las tinieblas se cernerían sobre la misma; ellos, con su vida, nos muestran la cercanía de la paternidad amorosa de Dios. Cuando nos acercamos a las Residencias de Ancianos, a sus Casas de educación o de acogida tan diversa… El corazón se nos ensancha y salta de alegría. Si acudimos a un Monasterio el silencio y el canto acompasado de la Comunidad Monástica nos hace tocar algo sobrenatural que nos encandila el corazón. Sólo quien se enamora de Dios puede hacernos ver que él existe. Los Consagrados son la viva imagen del amor que está en Dios y por ello son espejo.
El año que estamos celebrando y que se enmarca en el Jubileo Paulino nos sentimos identificados puesto que el apóstol de los gentiles puso todo su empeño en anunciar a Jesucristo. Y por ello hemos de seguir luchando para favorecer a una humanidad que está sedienta de Dios. Y esta sed no tiene otras fuentes donde saciarse si no es en el amor de Cristo que sigue corriendo por las venas de nuestras vidas y de la sociedad; para ello deben existir reclamos y testigos de este gran amor. Esta es la labor de los Consagrados y el reto que se les presenta para el futuro. Estoy seguro que muchos jóvenes se están  Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela 
Combatir el hambre, proyecto de todos
   por Mons. Francisco Pérez González Arzobispo de Pamplona-Tudela  
Todos
conocemos la gran labor que realiza la institución de “Manos Unidas” en la
Iglesia y en toda la sociedad; su finalidad es la de erradicar el hambre en el
mundo y llevar no sólo el pan material sino también la propuesta de la justicia
ante las diversas situaciones que no cooperan a favor de la dignidad de la
persona. De ahí que este año se tenga como lema: “Combatir el hambre, proyecto
de todos”. El hambre de tantos millones de personas que, por no tener
posibilidades de comer, mueren en la soledad más absoluta. El hambre de tantos
millones de personas a las que, por la abundancia de unos pocos, no se les da
cabida en la mesa para que puedan reparar sus fuerzas. Estamos preocupados
porque hay crisis económica a nivel mundial y todo propiciado por una exagerada
avaricia que al final “rompe el saco”, pero no estamos preocupados por aquellos
que la sufren mucho más porque no tienen recursos necesarios para
subsistir.

La
organización eclesial de “Manos Unidas” lleva décadas trabajando para
concienciar a la sociedad del grave problema que la misma sociedad tiene y por
ello lucha incansablemente en esta labor de mentalizar a la gente para que
miremos de frente y pensemos que muchos seres humanos mueren de hambre. Han
conseguido mucho durante este tiempo y hemos de apoyar tales iniciativas como la
de sustentar proyectos de promoción humana desde el punto de vista sanitario,
alimenticio y educativo.


Recuerdo aún
la experiencia misionera que tuve en África, hace pocos años, visitando a
misioneros. No había lugar por donde pasara que no se recordara la generosidad y
solidaridad de “Manos Unidas”. Pude comprobar su labor a través de la promoción
en muchos lugares: la tabulación de animales, las plantaciones de maíz, las
cosechas de verduras, las escuelas educativas para niños, las pequeñas empresas…
Todo me reconfortaba y me ayudaba a mirar el futuro con esperanza. La caridad
que proclama el Evangelio se hace viva y servicio a los más pobres.


La finalidad de “Manos Unidas” es
la de hacer realidad la propuesta de Jesucristo: “Tuve hambre y me disteis de
comer”. Invito a todos los diocesanos a que ayudemos generosamente las
iniciativas y proyectos que la institución nos propone para que las manos
tendidas de los pobres no se sientan defraudadas porque aquellos que tenemos más
pa
samos de largo ante ellos.


               , con alegría y entrega, seguir este camino hermoso. Junto a los carismas históricos también se ven despuntar carismas nuevos donde jóvenes generaciones viven con ilusión este estilo de consagración para ser reflejo del amor de Dios. Oremos en esta Jornada Mundial de la Vida Consagrada por ellos y para que surjan vocaciones que sigan siendo testigos del amor de Dios en el mundo.

 

 

PETICIONES COMUNIÓN 24.05.09 "NUESTRA SEÑORA MADRE DE LA IGLESIA"

Hermanos, acudamos con confianza a Jesucristo el Señor, que subió al cielo y allí vive cerca del Padre, para orar por nosotros.


  •   Por la  Santa Iglesia de Dios: para que alcance la unidad que quiso para ella su fundador y, fiel a su misión, anuncie el Evangelio a  toda criatura.

 Roguemos al Señor.


  •   Por el pueblo de Israel y por todos los pueblos del universo: para que conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo, nuestro Dios y Señor.

 Roguemos al Señor.


  •  Por todos los enfermos: para que el Padre que glorificó el cuerpo de su Divino Hijo, cure también los dolores de  nuestro cuerpo y alma.

 Roguemos  al Señor.


  •  Por nuestra comunidad: para que esperemos sin desfallecer  la venida del reino y vivamos  siempre en el amor y la unidad de la Iglesia.

 Roguemos  al Señor.