miércoles, 20 de mayo de 2009

La unidad es fuente de conversión

La unidad es fuente de
conversión
 

  por Mons.Francisco Pérez  González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela 

El domingo
pasado comenzábamos la Semana de oración por la Unidad de los Cristianos y el
día 25 se concluye este tiempo de plegaria y ofertas espirituales para rogar a
Dios que nos conceda cuánto antes la comunión total. Sabemos que no es fácil y
que los condicionantes históricos pesan mucho. No obstante, a pesar de nuestras
debilidades y dificultades, se ha de trabajar para que llegue este deseo de
Jesucristo: “Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en
nosotros. De este modo el mundo creerá que tú me has enviado” (Jn 17, 21). La
conversión a Cristo, que es el signo visible de la unidad con el Padre en el
Espíritu, pasa por la unidad entre nosotros como él nos pide. Aún más, él mismo
nos advierte de que si no estamos unidos entre nosotros la fe se debilitará y
muchos dejarán de creer. La fe por tanto exige, como en una tierra esponjosa,
dejar que caiga la semilla del amor y de la unidad que producirá frutos de
conversión. Creer en Cristo exige unidad entre todos y así el mundo volverá a la
fe.

Nos
lamentamos de que las situaciones sociales son difíciles y que incluso se ha
perdido socialmente la fe. ¿No será que una de las causas de tal pérdida es la
falta de unidad entre los cristianos? Ya nos advertía el Concilio Vaticano II
que muchos permanecen en la nebulosidad del ateismo por la falta de testimonio
de los creyentes. Cuando el gran poeta místico R. Tagore, de procedencia india,
vino a Europa para conocer la experiencia de los cristianos puesto que el
Evangelio le había fascinado se sintió defraudado al observar que los creyentes
se adaptaban a la mentalidad del mundo y fallaban en su arrojo evangélico; no
dio el paso a la conversión por la falta de testimonios auténticos. Esto nos
debe interpelar permanentemente. En las primeras comunidades cristianas tanto el
amor, la unidad y la fraternidad hacían milagros pues muchos paganos se
convertían a la fe en Cristo y la razón que daban era: “Mirad cómo se
aman”.


La
conversión tiene como una de las fuentes a la unidad, que es la expresión del
amor entre hermanos. La unidad no contradice la diversidad sino que la hermosea,
así como un cuadro se hace bello si en él confluyen muchos colores armonizados.
La riqueza de la unidad son los matices que en ella se expresan y que nunca la
restan, al contrario, la hacen más auténtica. Ya es tradicional en la
espiritualidad cristiana reflejar que en las cosas necesarias siempre ha de
haber unidad, en las discutibles que cada uno se exprese libremente y que en
todo momento exista la caridad. Estamos en unos tiempos donde se ha de procurar
llevar este espíritu de unidad y no podemos caer en la tentación de vivir a
expensas de ideologías que rompen tal comunión. La unidad auténtica es la forma
mejor de predicar que Dios ama y nos ama.Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela 

Los niños de Asia te necesitan

  por Mons.Francisco Pérez  González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela 

Me alegra
que este año nos fijemos en Asia y la razón fundamental es porque este
Continente tiene la tierra bien abonada para que la semilla del Evangelio crezca
en el futuro con mucha fuerza. Aún recuerdo con mucho afecto las palabras que el
Papa Juan Pablo II nos dijo, en una ocasión, a un buen grupo de Obispos de todo
el mundo: “Asia es el Continente que debemos cuidar, en estos momentos, porque
la Palabra de Dios crecerá mucho en el corazón de los asiáticos. No debemos de
perder de vista a China. Ayudemos a China y trabajemos para ser solidarios con
ellos”. La gran pena de este gran Papa fue que no pudo ir a China por
dificultades de forma y de fondo del Gobierno chino. Murió con esta pena.


Por ello el
tema que hemos escogido este año me fascina y me ilusiona. Los niños asiáticos
son muchos millones y a ellos hemos de mirar con la fuerza de saber que el
futuro dependerá de lo que ahora se les enseñe. El Papa Juan Pablo II hablando
de Asia decía que es el continente más vasto de la tierra y está habitado por
cerca de dos tercios de la población mundial, mientras China e India juntas
constituyen casi la mitad de la población total del globo. Lo que más impresiona
del continente es la variedad de sus poblaciones herederas de antiguas culturas,
religiones y tradiciones. No podemos por menos de quedar asombrados por la
enorme cantidad de la población asiática y por el variado mosaico de sus
numerosas culturas, lenguas, creencias y tradiciones, que abarcan una parte
realmente notable de la historia y del patrimonio de la familia
humana.


Los pueblos
asiáticos se sienten orgullosos de sus valores religiosos y culturales típicos.
El amor al silencio y a la contemplación por ejemplo. Hubo un tiempo que desde
Europa se miraba a Asia como lugar de pacificación interior y muchos jóvenes
peregrinaban para encontrar la solución para ser felices en sus vidas. Estaban
cansados de la droga y del materialismo que se respiraba en sus propios
ambientes. El yoga y otras técnicas asiáticas se han impuesto como forma de
encuentro personal y realización de la personalidad. Hay terreno abonado para
que la semilla del Evangelio crezca en el alma de los asiáticos. Pensemos en
Corea donde la vida cristiana está creciendo a pasos de gigante. Son momentos de
gracia especial que Dios quiere manifestar a este continente tan rico en
tradiciones y culturas nobles.


Otros
valores como la sencillez, la armonía y el no apego muestra la profundidad de un
pueblo que quiere caminar asido a la fuerza que nace de un sentido humano
profundo. El espíritu de duro trabajo, de disciplina y de vida frugal hace mirar
a Asia como un continente de futuro. Un pueblo que no se supera en la
contradicción y en el sufrimiento es un pueblo caduco. De ahí que la semilla
está ya depositada y crecerá y dará muchos frutos. Hay una gran sed de
conocimiento e investigación filosófica. Respetan la vida, la compasión por todo
ser vivo, la cercanía a la naturaleza, el respeto filial a los padres, a los
ancianos y tienen un sentido de comunidad muy desarrollado. De modo particular,
consideran la familia como una fuente vital de fuerza, como una comunidad muy
integrada, que posee un fuerte sentido de la solidaridad.


Estas
reflexiones fueron propiciadas por el Sínodo que se hizo sobre Asia y que
después vino confirmado por el Papa Juan Pablo II en la Exhortación apostólica
“Ecclesia in Asia”. Se observa que los mismos padres sinodales estaban mostrando
un rostro fidedigno de lo que es Asia. Eran conscientes de las grandes
dificultades que provoca la violencia o las guerras y sin negar estas tensiones
y violentos conflictos, se puede decir que Asia ha mostrado una notable
capacidad de adaptación y una apertura natural al enriquecimiento recíproco de
los pueblos, en la pluralidad de religiones y culturas. Y en este marco tan rico
y tan divergente la Iglesia puede comunicar el Evangelio de modo tal que pueda
elevar y favorecer los valores más íntimos que existen en el alma
asiática.


Lo que ha
hecho y sigue haciendo la Iglesia está sustentado por la esperanza. El mismo
Juan Pablo II dijo que en Asia se está abriendo una “nueva primavera de vida
cristiana”. Hay incremento de vocaciones sacerdotales y religiosas, catequistas
aumentan no sólo en número sino también en formación seria. No conviene olvidar
que hay comunidades cristianas que sufren intensas pruebas en la práctica de la
fe: China, Vietnam, Corea del norte… Pero, a pesar de esto, crecen los
cristianos y saben sacar bienes de las persecuciones y de los encarcelamientos.
Lo viven con tal intensidad y hondura que más allá de ser probados en la fe
confían intensamente en el amor a Jesucristo. Lo transmiten a los niños y
jóvenes que viven precariamente en lo material pero ricos en lo
espiritual.


 La Iglesia
quiere ofrecer la vida nueva que ha encontrado en Jesucristo a todos los pueblos
de Asia, “que buscan la plenitud de la vida. Esta es la fe en Jesucristo que
inspira la actividad evangelizadora de la Iglesia en Asia, a menudo realizada en
circunstancias difíciles, e incluso peligrosas”  (Juan Pablo II). No son otras
las razones que ofrece la Iglesia a los asiáticos sino la de conocer y reconocer
que Cristo libera y salva.


Me
impresiona cuando veo a los niños asiáticos y, sobre todo, cuando en la
diversidad  coexisten y son tolerantes. Queda mucho por conseguir pero se está
abriendo un nuevo mundo que se irá realizando al unísono y aportando al resto de
la sociedad unos valores que en occidente se han difuminado en la oscura noche
cultural. Por tanto los necesitamos para que nos muestren esa sabiduría moral y
la intuición espiritual innata que es típica del alma asiática. Para ellos
también podemos ser don y regalo, más allá de la técnica avanzada, por el
intercambio de experiencias místicas de fe testificada en nuestros santos. Lo
que el materialismo ha propiciado en occidente no tiene nada que ver con las
experiencias de aquellos que han restaurado una sociedad con su ejemplo. Si nos
necesitamos mutuamente, auguro que en la Jornada de Infancia Misionera crezca el
deseo y la práctica de anunciar juntos que Jesucristo es quien puede cambiar los
corazones de todos y de esta manera su Reino de paz, amor y fraternidad  será
visible.

     ¡Cuándo
llegará esta unidad tan ansiada por Cristo! Roguemos durante este tiempo para
que se haga palpable la unidad y pongamos, cada uno, nuestro “granito de arena”
a fin de que sea cumplido el deseo de Cristo.  Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela 

El Don de la Indulgencia
Plenaria

  por Mons. Francisco Pérez González Arzobispo de Pamplona-Tudela

El próximo
25 de enero celebraremos la fiesta de la Conversión del apóstol San Pablo, en el
corazón de este Año santo dedicado a los dos mil años de su nacimiento. Ese día,
todos los fieles que asistan a la eucaristía en cualquier iglesia de Navarra
podrán obtener el don de la indulgencia jubilar. Muchos se preguntarán qué es la
indulgencia plenaria y qué aporta a nuestras vidas.


San Pablo
nos presenta la vida del cristiano como un continuo combate, en el
constantemente experimentamos nuestra fragilidad. El apóstol lo define así:
“Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago
el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero” (Rm 7, 18-19). Sabemos
lo que está bien, pero hacemos lo contrario. Por eso, los hombres necesitamos
ser salvados de nuestras contradicciones y de todas las secuelas que el pecado
deja en nuestras vidas. Jesucristo es nuestro Salvador. Él vino para “dar la
libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,
22).


Jesús no se
cansa en repetir a lo largo de todo el evangelio que ha venido a curar, a salvar
lo que estaba perdido, a dar su vida en rescate por nosotros, por el perdón de
los pecados. Con quienes Jesús no tiene nada que hacer es con quienes se tienen
a sí mismos por justos: los que creen que no han de arrepentirse de nada y que
no necesitan de nadie que les perdone y les salve. A quienes así piensan, Dios
les sobra.


El perdón de
los pecados lo recibimos en el bautismo, pero el nuevo nacimiento en la fuente
bautismal no suprime nuestra fragilidad y debilidad. La vida nueva en Cristo la
llevamos en unos “vasos de barro”, que somos nosotros mismos y puede ser
debilitada e incluso rota. Por eso necesitamos de un nuevo sacramento que la
restaure. Para eso, Cristo, el único que tiene “poder para perdonar los pecados”
en nombre de Dios (Mc 2, 7), transmitió a su Iglesia el poder de perdonar de
nuevo los pecados a quienes cayeran tras el bautismo: “Recibid el Espíritu
Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados: a quienes se los
retengáis les quedan retenidos” (Jn 20,23). Este perdón nos llega siempre de
forma personal, pues cada persona es irrepetible, única, con sus necesidades
específicas, con sus dolencias propias, que Dios quiere sanar y
curar.


Sin embargo,
los pecados, aun después de perdonados, dejan en nosotros unos restos, en forma
de recuerdos y sentimientos que nos pueden atraer de nuevo hacia el mal y
dificultan la concentración de nuestra vida en el camino del bien, del amor a
Dios y al prójimo. No desaparecen de repente, sino que requieren un tiempo de
purificación, con el penoso esfuerzo para mantenerse y avanzar en el camino del
bien. Así lo vivió San Pablo en primera persona (2 Cor 12,7). Esto es lo que
llamamos pena temporal, cuya purificación se hace en esta vida y, si no se ha
terminado de hacer, se tendrá que hacer después de la muerte, antes de entrar
plenamente en el gozo de la vida eterna, en ese estado transitorio de
purificación que llamamos Purgatorio.


La
indulgencia es un don maravilloso y totalmente necesario para nuestra
santificación, pues mediante ella quedan canceladas todas las penas debidas por
los pecados perdonados. Juan Pablo II, cuando convocó el gran Jubileo del año
2000, definió la indulgencia como un “don total de la misericordia de Dios”,
pues “nos ayuda a purificar las consecuencias que quedan en nuestro corazón de
los pecados ya perdonados”. Ello acontece gracias a la intercesión de los santos
y la mediación de la Iglesia, que se aplican a nuestro favor. Las indulgencias
suponen un maravilloso intercambio: Nosotros recibimos la ayuda de los santos, y
también nosotros, con nuestro amor y nuestras obras buenas, podemos ayudar a
otros hermanos a purificarse interiormente. Este es el admirable “tesoro
espiritual”, que la Iglesia nos ofrece en cada año santo. Aprovechemos esta
gracia extraordinaria para purificar nuestro corazón, romper las dependencias
que nos atan a los pecados del pasado, y caminar, como San Pablo, con gozo por
el camino de la santidad, para alcanzar el premio al que Dios nos llama en
Cristo Jesús.


               que se irá realizando al unísono y aportando al resto de
la sociedad unos valores que en occidente se han difuminado en la oscura noche
cultural. Por tanto los necesitamos para que nos muestren esa sabiduría moral y
la intuición espiritual innata que es típica del alma asiática. Para ellos
también podemos ser don y regalo, más allá de la técnica avanzada, por el
intercambio de experiencias místicas de fe testificada en nuestros santos. Lo
que el materialismo ha propiciado en occidente no tiene nada que ver con las
experiencias de aquellos que han restaurado una sociedad con su ejemplo. Si nos
necesitamos mutuamente, auguro que en la Jornada de Infancia Misionera crezca el
deseo y la práctica de anunciar juntos que Jesucristo es quien puede cambiar los
corazones de todos y de esta manera su Reino de paz, amor y fraternidad  será
visible. Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela 
RECLAMOS Y TESTIGOS DEL AMOR DE DIOS
        por Mons. Francisco Pérez González Arzobispo de Pamplona-Tudela    
 1 de Febrero 2009                                                                                                                                                  
Siempre me ha impresionado la gran labor que, durante siglos, han realizado los consagrados. De pequeño recuerdo que en mi familia siempre estaba rodeado de las Hijas de la Caridad, dado que mi padre, de las tres hermanas de sangre que tuvo, las tres fueron Hijas de la Caridad y, posteriormente, una de mis hermanas se hizo de la misma sociedad apostólica y ahora ejerce como visitadora. El Señor bendijo a mi familia con la gracia del carisma de San Vicente de Paul. Sólo faltaba yo; pero el Señor tuvo otros designios sobre mí, no obstante en mi corazón conservo este amor vicenciano. La alegría y la caridad que rezumaban en su vida eran de una plenitud tan grande que atraían y ensanchaban el corazón. Las veía al lado de los más pobres de la ciudad tanto en Toledo, en Madrid o en la villa de Huici (Navarra); en mis tías veía un algo especial que siempre me evocaba a Dios. Después poco a poco he ido comprendiendo que los consagrados están llamados a ser “reclamos y testigos del amor de Dios” y esto lo pude comprobar desde muy pequeño. Este estilo de vida me atraía y me fascinaba.
En esta Jornada dedicada a todos los Consagrados no puedo por menos que reconocer y agradecer su vocación tan enraizada en la vida en Cristo y en el testimonio de su amor. Si por una fatalidad desaparecieran, algo inimaginable, la sociedad se sentiría huérfana y las tinieblas se cernerían sobre la misma; ellos, con su vida, nos muestran la cercanía de la paternidad amorosa de Dios. Cuando nos acercamos a las Residencias de Ancianos, a sus Casas de educación o de acogida tan diversa… El corazón se nos ensancha y salta de alegría. Si acudimos a un Monasterio el silencio y el canto acompasado de la Comunidad Monástica nos hace tocar algo sobrenatural que nos encandila el corazón. Sólo quien se enamora de Dios puede hacernos ver que él existe. Los Consagrados son la viva imagen del amor que está en Dios y por ello son espejo.
El año que estamos celebrando y que se enmarca en el Jubileo Paulino nos sentimos identificados puesto que el apóstol de los gentiles puso todo su empeño en anunciar a Jesucristo. Y por ello hemos de seguir luchando para favorecer a una humanidad que está sedienta de Dios. Y esta sed no tiene otras fuentes donde saciarse si no es en el amor de Cristo que sigue corriendo por las venas de nuestras vidas y de la sociedad; para ello deben existir reclamos y testigos de este gran amor. Esta es la labor de los Consagrados y el reto que se les presenta para el futuro. Estoy seguro que muchos jóvenes se están  Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela 
Combatir el hambre, proyecto de todos
   por Mons. Francisco Pérez González Arzobispo de Pamplona-Tudela  
Todos
conocemos la gran labor que realiza la institución de “Manos Unidas” en la
Iglesia y en toda la sociedad; su finalidad es la de erradicar el hambre en el
mundo y llevar no sólo el pan material sino también la propuesta de la justicia
ante las diversas situaciones que no cooperan a favor de la dignidad de la
persona. De ahí que este año se tenga como lema: “Combatir el hambre, proyecto
de todos”. El hambre de tantos millones de personas que, por no tener
posibilidades de comer, mueren en la soledad más absoluta. El hambre de tantos
millones de personas a las que, por la abundancia de unos pocos, no se les da
cabida en la mesa para que puedan reparar sus fuerzas. Estamos preocupados
porque hay crisis económica a nivel mundial y todo propiciado por una exagerada
avaricia que al final “rompe el saco”, pero no estamos preocupados por aquellos
que la sufren mucho más porque no tienen recursos necesarios para
subsistir.

La
organización eclesial de “Manos Unidas” lleva décadas trabajando para
concienciar a la sociedad del grave problema que la misma sociedad tiene y por
ello lucha incansablemente en esta labor de mentalizar a la gente para que
miremos de frente y pensemos que muchos seres humanos mueren de hambre. Han
conseguido mucho durante este tiempo y hemos de apoyar tales iniciativas como la
de sustentar proyectos de promoción humana desde el punto de vista sanitario,
alimenticio y educativo.


Recuerdo aún
la experiencia misionera que tuve en África, hace pocos años, visitando a
misioneros. No había lugar por donde pasara que no se recordara la generosidad y
solidaridad de “Manos Unidas”. Pude comprobar su labor a través de la promoción
en muchos lugares: la tabulación de animales, las plantaciones de maíz, las
cosechas de verduras, las escuelas educativas para niños, las pequeñas empresas…
Todo me reconfortaba y me ayudaba a mirar el futuro con esperanza. La caridad
que proclama el Evangelio se hace viva y servicio a los más pobres.


La finalidad de “Manos Unidas” es
la de hacer realidad la propuesta de Jesucristo: “Tuve hambre y me disteis de
comer”. Invito a todos los diocesanos a que ayudemos generosamente las
iniciativas y proyectos que la institución nos propone para que las manos
tendidas de los pobres no se sientan defraudadas porque aquellos que tenemos más
pa
samos de largo ante ellos.


               , con alegría y entrega, seguir este camino hermoso. Junto a los carismas históricos también se ven despuntar carismas nuevos donde jóvenes generaciones viven con ilusión este estilo de consagración para ser reflejo del amor de Dios. Oremos en esta Jornada Mundial de la Vida Consagrada por ellos y para que surjan vocaciones que sigan siendo testigos del amor de Dios en el mundo.

 

 

PETICIONES COMUNIÓN 24.05.09 "NUESTRA SEÑORA MADRE DE LA IGLESIA"

Hermanos, acudamos con confianza a Jesucristo el Señor, que subió al cielo y allí vive cerca del Padre, para orar por nosotros.


  •   Por la  Santa Iglesia de Dios: para que alcance la unidad que quiso para ella su fundador y, fiel a su misión, anuncie el Evangelio a  toda criatura.

 Roguemos al Señor.


  •   Por el pueblo de Israel y por todos los pueblos del universo: para que conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo, nuestro Dios y Señor.

 Roguemos al Señor.


  •  Por todos los enfermos: para que el Padre que glorificó el cuerpo de su Divino Hijo, cure también los dolores de  nuestro cuerpo y alma.

 Roguemos  al Señor.


  •  Por nuestra comunidad: para que esperemos sin desfallecer  la venida del reino y vivamos  siempre en el amor y la unidad de la Iglesia.

 Roguemos  al Señor.


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