jueves, 21 de mayo de 2009

Carta para la Jornada de la Infancia ...



Carta para la Jornada de la Infancia Misionera - 27 de enero de
2008




Por Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona y Obispo de
Tudela




 



 


 Un año más
queremos resaltar la importancia de la Infancia Misionera.  Para ello hemos
pensado hacer realidad aquello de “manos a la obra”. No podemos pararnos. Es
necesario remangarse y ponernos a trabajar con los niños y para los niños.
Dentro de poco les tocará construir un mundo más en consonancia con los valores
del Evangelio. Para eso conviene trabajar desde estos momentos sin miedos y con
valentía. Hemos de presentarles con ilusión y realismo todo lo que han de
aprender para formarse como hombres y mujeres del futuro. La confusión que hoy
se cierne en la sociedad y que se ha ido fraguando con el paso del tiempo, hemos
de desenmascararla sin titubeos y con firmeza. La causa de la misma hunde sus
raíces en el relativismo. ¡Cuánto daño se puede hacer, y de hecho se está
haciendo, a los que  llevarán sobre sus hombros los destinos de la sociedad
dentro de pocos años! Por ello conviene movilizarse y preparar con audacia a los
niños que, como planta tierna, reciben todo y lo asumen con sencillez y
asombro.


 


No todo es
válido,  como  enseñan las filosofías relativistas, ni todo es bueno, como
enseñan los maestros del “vacío existencial”. Una sociedad que no se forme en el
principio moral de “aceptar el bien y rechazar el mal” se convierte en enemiga
de sí misma. La niñez es como una esponja que absorbe todo lo que se le pone por
delante, y marca para toda la vida. Tanto lo bueno como lo malo  puede
convertirse o en una vida sana, con actitudes moralmente bien orientadas, o en
una bomba de relojería que el día menos pensado explota con formas de actuar que
contradicen la dignidad humana. Libertad no es “hacer lo que a uno le apetece”;
es algo sagrado que ayuda a crecer a la persona en un estilo de vida auténtico y
que tiene como norma “hacer el bien y buscar lo bueno”.


 


Para ello,
los medios de comunicación social, que son el “púlpito” desde donde se debe
enseñar a vivir y orientar la vida en la verdad, deben echar una mano.
Desgraciadamente son frecuentes las veces que nos hallamos ante informaciones o
programas interesados que contradicen y amenazan a la persona con modos de vida
rastreros; son la “basura” que nada tiene que ver con la identidad de la
naturaleza humana, llamada a la armonía y a la belleza. En este campo hay que
ponerse “manos a la obra”. Y son las familias, apoyadas por las parroquias, el
colegio y los diversos ámbitos de Iglesia, quienes deben llegar a los niños para
presentarles el seguimiento de Jesús como lo más hermoso que hay en la vida.
Quien va tras las huellas de Cristo hace de su vida un camino. Los diez
mandamientos son el mejor programa de vida cristiana, más aún, de experiencia
humana. Tanto los tres primeros, que hacen referencia a Dios, como los siete
restantes, que hacen referencia al prójimo, nos muestran el modo de hacer el
bien y rechazar el mal.


 


Desde las
Obras Misionales Pontificias deseamos que la Infancia Misionera sea un aliciente
para todos los niños españoles y que, con su ejemplo, sean muchos los que se
sumen a esta forma nueva de vida que será una alegría para el futuro. Cuando
tenía once años, al ver cómo vivían otros niños, quedé impresionado. Aprendí a
rezar con ellos y sentía un gran gozo dentro de mí. Pero lo que me dejaba
atónito era el testimonio de los santos; mucho me ayudaron San Francisco Javier,
San Francisco de Asís, San Pío X… Y todos venían a decirme lo mismo: hay que
hacerse amigos de Jesús. Así comencé una aventura nueva que aún dura después de
tanto tiempo. Conviene volver a presentar –con viñetas– la vida de los santos
para que los niños descubran la grandeza de aquellos que supieron amar a Dios y
entregarse a los demás.  


 


Desde Obras
Misionales Pontificias se está preparando todo un material catequético, muy
bueno, para niños. Invito a las parroquias, escuelas, colegios y familias a
utilizarlo con ellos, ya que ellos son los que más necesitan orientaciones
claras y firmes. Pongámonos todos “manos a la obra” para proclamar clara y
gozosamente que ser cristiano hoy es la aventura más hermosa que vivirse pueda.
Es este un momento importante para ayudar a comprender lo que significa la
infancia en la Iglesia. Desde Infancia Misionera queremos mostrar el rostro
amable de los niños que son los “pequeños misioneros” y que han de llevar a los
demás el mensaje de Jesús.


 


Además
Infancia Misionera se compromete a ayudar a otros niños que están faltos de
amor. Se solidariza con ellos para que puedan tener un hospital o una escuela o
una capilla o un ambiente más digno. Los niños con toda facilidad se ponen
“manos a la obra” compartiendo sus ahorros para la consecución de dichos fines.
No les cuesta, e incluso piden a los mayores que les ayudemos. España es una de
las naciones más generosas. Hagamos de esta Jornada de la Infancia Misionera un
espacio de verdadera formación para nuestros niños a fin de que, siendo amigos
de Jesús, se pongan “manos a la obra” y miren a otros que, como ellos, son
también hijos de Dios y merecen lo mejor de nosotros.


 


Mons. Francisco Pérez
González,


Arzobispo de Pamplona y
Obispo de Tudela


Director Nacional de
Obras Misionales Pontificias



Carta para el 13 de enero de 2008. El Bautismo del
Señor




Por Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona y Obispo de
Tudela




         
 


 La atracción y el contagio de la
fe


 


Ver en euskera


 


         Es muy necesario
manifestar que la fe es lo más bello que puede existir en el corazón de la
humanidad y su esplendor está sostenido por aquél que vive para siempre en medio
de nosotros: Jesucristo nuestro Señor. El Papa Juan Pablo II en unos de sus
escritos afirma que los cristianos estamos llamados a ‘proclamar’ a Jesús y la
fe en Él en todas las circunstancias; a ‘atraer’ a otros a la fe, poniendo en
práctica formas de vida personal, familiar, profesional y comunitaria que
reflejen el Evangelio. La atracción de la fe vivida hace posible que otros se
sientan involucrados y hasta fascinados. La manifestación de la fe ha de ser
amable y sincera. Si nuestros rostros están oscuros y serios no serán capaces de
transmitir la fe, pues ésta se ‘irradia’ con alegría, con amor y con esperanza
para que muchos, “viendo vuestras buenas obras, den gloria al Padre que está en
los cielos” (Mt 5, 16).


 


         La fe ‘contagia’ y para
ello no es necesario hacer grandes discursos pues nada hay que convenza más que
el testimonio; lo más elocuente no son las palabras sino los gestos que hacen
valer la formulación del discurso. La fe ‘conquista’, como le ocurrió a San
Agustín que, viendo el modo de proceder de unos buenos cristianos, llegó a
afirmar que si ellos lo hacían por qué él no lo podía hacer. Tantos nos hemos
visto envueltos al constatar el testimonio de personas buenas y con gran
experiencia de fe, que ha calado dentro de nuestro corazón y ha hecho posible
que nosotros ahora seamos también testigos de esta fe que sigue arrastrando y
motivando a aquellos que nos ven.


 


          Por eso, la vida
cristiana ha de transformar, como el ‘fermento’ dentro de la masa, a la sociedad
actual: ha de involucrarse el creyente en todo lo que toca lo humano para
mostrar la Luz que Cristo nos ha dado. La fe no puede ocultarse sino que ha de
ponerse en lo alto para que los demás vean. Quien pretenda limitar  la fe al
ámbito de lo privado y encerrarla en lo oculto de los templos priva de un
derecho fundamental a la persona humana, que tiene el deber de proponer –no
imponer- aquello en lo que cree. La propuesta de la fe ha de hacerse claramente
con el testimonio, con los gestos, con el discernimiento, con la palabra, con la
denuncia y con la misericordia; cuanto más atractiva la hagamos más
resplandecerá y será luz para muchos que viven desamparados y envueltos en
tinieblas.


 


   Ese modo de pensar se ha inoculado, como si de un virus se
tratara, en el pensamiento de muchos de nuestros contemporáneos, incluso
creyentes. Se oye decir: “soy cristiano pero no practico, lo importante es ser
buena persona”, o “para qué confesarme si no tengo pecados...”. De hecho ha
bajado la cuota y el valor en sí del sacramento de la confesión y una de las
razones puede ser ésta. El pecado es algo que no tiene nada que ver con la vida
de los que dicen vivir como
modernos. Sin
embargo, lo moderno no debe contradecir la fidelidad a Jesucristo. Lo moderno es
vivir en gracia de Dios, porque lo auténticamente moderno es el amor de Dios en
nuestras vidas y en nuestra sociedad. Lo moderno es poner el alma y la vida a
punto para que si, en cualquier momento Dios nos llama, tengamos nuestras
cuentas en positivo y no en números rojos. Y lo moderno es vivir la libertad
responsable sabiendo que el bien se ha de aceptar y al mal se ha de
rechazar.


 


   ¡Cuánta soberbia encubierta y solapada, bajo la cual está la
hipocresía, la mentira y el engaño, de los que piensan que la vida es posible
aunque se traicione a Dios y se desprecie al hombre! Sólo quien mira cara a cara
al rostro de Dios y pone como indicadores de su camino los mandamientos, podrá
desenmascarar a esta soberbia encubierta, y entonces vivirá la lealtad y
fidelidad humana y cristiana con gallardía y con heroica alegría. La soberbia es
la ceguera espiritual que no deja ver con nitidez y claridad aquello que nos
hace mirar lo más auténtico de nuestra vida. El corazón siempre está inquieto
hasta que no descanse en Dios. La humildad es la puerta abierta para
encontrarnos con Cristo que ha venido a curar nuestro egoísmo y a llenarnos de
su gracia. Os deseo un feliz año 2008 y que la búsqueda de la santidad sea
nuestra única meta.




Carta para el 3 de enero de 2008




Por Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona y Obispo de
Tudela




         
 


Vanidad de vanidades 


Hay muchos momentos en la vida que
parece se desvanece todo lo que uno ha construido y se resienten todos los
aparentes cimientos que creíamos eran seguros e infranqueables. Los desengaños,
las enfermedades, los fracasos y las inseguridades nos dejan desconcertados y
perplejos. Nos preguntamos el sin sentido de esto y de mucho más. Parece que
todo se cae como si de un "castillo de naipes" se tratara. Son pruebas
existenciales que nadie puede explicar y menos comprender a la luz de la sola y
única razón. La vida tiene sentido por sí misma no por lo que la acontece; estos
momentos son la prueba evidente de lo que siempre nos ha recordado la Sagrada
Escritura: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad" (Ecl 1,2). En el mismo libro
se nos va describiendo la vanidad de la ciencia, de los placeres y de los bienes
materiales. Todo desaparece y sólo Dios permanece. Lo creado es finito, el amor
de Dios es eterno.


 


El fundamento de nuestra vida y los
cimientos de nuestro existir sólo tienen consistencia en Dios. De ahí que nos lo
recuerde la viva Tradición de la Iglesia que tiene como fuente la Palabra de
Dios. Es engañoso y mentiroso vivir  a expensas de lo que nos toca ahora, en
cambio es cierto y auténtico quien se sustente en lo que ha de venir. El necio
se para en las cosas que acaban, el sabio en la luces de la razón y el santo en
lo que no tiene fin. “Miré todo cuanto habían hecho mis manos y todos los afanes
que al hacerlo tuve, y ví que todo era vanidad y apacentarse de viento” (id.
2,11).


 


 Podemos tener todo y sin embargo un
día, a la vuelta de la esquina de la vida, en el lugar que menos pensabas te
surge esta pregunta: “¿Qué provecho saca el hombre de todo y de todos sus afanes
bajo el sol?" (id. 1,3). No hay seguridades absolutas más que las que Jesucristo
nos ha mostrado en el Evangelio. De ahí que nunca, en él, nos sentiremos
engañados, al contrario nos veremos bien acompañados puesto que nos manifiesta
con claridad meridiana la Verdad, el Camino y la Vida.


 


 La vida es bella y hermosa cuando se
sustenta en esta experiencia de fe. Las realidades de la muerte, el juicio de
Dios ante la vida eterna en su doble alternativa de muerte o vida (de infierno o
cielo), de desamor o amor son para pensárselo bien y no dejarnos manipular por
las vanidades o el orgullo del que piensa y cree que todo lo tiene solucionado y
resuelto. La felicidad tiene su fuente en Dios y en él sólo podemos gozar. Que
las cosas no nos esclavicen, que sean medios y no fines, que usemos la vida para
"bien-gastarla" y que confiemos en la fuerza revitalizadora del
Evangelio.

Derecho a la salud en la madre / Osasun Eskubidea Amarengan

El lema que ha escogido Manos Unidas para la campaña de este año 2008 es muy importante y muy sugerente: ‘Madres sanas, derecho y esperanza’. Por una parte conviene recordar que la misión que ejerce la madre dentro de la familia y en medio de la sociedad es de un valor incalculable y por otra el derecho a ser considerada y ayudada en todos los ámbitos de su vida es un deber que compete a las Instituciones y en definitiva a toda sociedad. Ante tantas agresiones que puedan darse, respecto a la mujer, la Iglesia agradece a las madres su labor y su tiempo de gestación como un momento muy importante en el ámbito familiar y social. Juan Pablo II afirmó que “la maternidad conlleva una comunión especial con el misterio de la vida que madura en el seno de la mujer” (cfr. Mulieris Dignitatem, nº 18) y por ello conviene estar atentos para cuidar lo mejor posible la salud de aquella que tiene como vocación específica, fruto de la unión del esposo y la esposa, el cuidado de la futura criatura.

 

Si bien es cierto que se debe atender con primor la salud de la madre otro de los motivos que impulsan a ello es que “la madre admira este misterio y con intuición singular ‘comprende’ lo que lleva en su interior” (ibidem, nº 18). Y es por ello que se ha de atender como primario y más importante la atención a la que como templo sagrado contiene una vida en proceso que es persona que ya forma parte de la familia y de la comunidad humana.  La madre acepta y ama al hijo que lleva en su seno como una persona más. Este reconocimiento hace posible que el ser humano crezca en la dignidad propia a la que está llamado.

 

Cuando las relaciones humanas crecen y progresan no se ha de olvidar la grandeza a la que estamos llamados y es que somos hijos de Dios que nos ha creado por amor y al amor nos llama. El amor verdadero se ejerce con la fuerza propia de si mismo por eso la madre en el contacto con el nuevo ser humano que va tejiéndose en su interior crea en ella una nueva actitud no sólo hacia el propio hijo, sino hacia el ser humano en general y esto es lo que caracteriza “profundamente toda la personalidad de la mujer” (ibidem, nº 18).

 

Creo que el lema de Manos Unidas puede, además de sugerente, ser una manifestación de sentido humano para profundizar y advertir que la madre necesita todos los cuidados para que su salud sea garantizada y esto es muy obvio puesto que en la madre la humanidad se lo juega todo. Por ello se ha de tener presente que ‘madres sanas es un derecho y una esperanza’.


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