domingo, 1 de mayo de 2011





CRISTO DE LA MISERICORDIA

Según Sus revelaciones a
Santa Faustina Kowalska en Polonia.

¡Jesús en vos confío!
mensaje al pie del cuadro
"Oh Sangre y Agua,
que brotaron del Corazón de Jesús
como una Fuente de Misericordia para nosotros,
en Vos confío..."

PROMESA DE JESÚS
"Yo prometo al alma que venere ésta imagen que no perecerá ... Protegeré durante toda su vida, cual madre a su hijo, a las almas que propagaren el culto a Mi Misericordia; en la hora de la muerte no seré para ellos Juez sino Salvador..." -Promesa hecha durante Sus apariciones (1931-1938) a Santa Faustina Kowalska en Plock, Polonia.




INDICE

EN ESTA PAGINA
Explicación de la devoción
La imagen
La coronilla
Verdadera devoción
Hora de la misericordia
Domingo de la Misericordia
¿Por que?

DIVINA MISERICORDIA EN OTRAS PAG. DE CORAZONES.ORG
Santa Faustina Kowalska
Vida y Espiritualidad
ORACIONES -Divina Misericordia
-Coronilla, Novena y otras.
-a Santa María Faustina
Palabras de Jesús Misericordioso a Santa María Faustina (Diario de S.Faustina)
Acto de Consagración del Mundo por JPII
Indulgencias en la Fiesta, Decreto
Homilía del Papa en consagración del santuario
Importancia actual de la Div. Mis.
Meditación hora de Mis. -M.Adela
La Coronilla de la Div. Mis. y las tribulaciones

OTRAS
Misericordia
Revelación del Corazón de Jesús a Sta. Margarita. (3 siglos antes de Sta. Faustina)

ENLACES
Sor Faustina y el mensaje
ewtn-divina_misericordia
Divina Misericordia.com
Divina Misericordia.org
Santuario Jesús Misericordioso
The Divine Mercy Org engl.

LA DEVOCIÓN A LA DIVINA MISERICORDIA

Introducción
Cuando Dios quiere revelar un mensaje a la humanidad, no busca a los más importantes y sabios, sino que se revela a través de los más sencillos y humildes, que saben ser dóciles a sus inspiraciones y gracias. Este es el caso del mensaje de la Divina Misericordia dado a la Santa Hna. María Faustina Kowalska, religiosa polaca, instrumento elegido y probado por el Señor.

Santa Faustina (como es conocida en el mundo entero) pertenecía a la Congregación de Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia, conocidas como las "Hermanas Magdalenas" que se dedican a la educación de jóvenes de bajos recursos. Vemos como el Señor empieza a poner las piezas de su "rompecabezas de gracia", en un orden perfecto. El revela Su Misericordia a una religiosa de la comunidad dedicada a Su Misericordia.

Santa Faustina estuvo en varias casas de su Orden, siempre realizando trabajos muy sencillos y desapercibidos, tales como la cocina, el jardín, la limpieza del convento o atendiendo la puerta. Precisamente es a esta hermana menos notoria a la que el Señor escoge para dar al mundo entero el gran mensaje de su Misericordia que a tantas almas ha tocado y transformado al propagarse por el mundo entero en momentos tan críticos para la humanidad.


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La imagen de la Misericordia

El 22 de febrero de 1931, santa Faustina recibió la primera revelación de la Misericordia de Dios, ella lo anota así en su diario: "En la noche cuando estaba en mi celda, vi al Señor Jesús vestido de blanco. Una mano estaba levantada en ademán de bendecir y, con la otra mano, se tocaba el vestido, que aparecía un poco abierto en el pecho, brillaban dos rayos largos: uno era rojo y, el otro blanco. Yo me quedé en silencio contemplando al Señor. Mi alma estaba llena de miedo pero también rebosante de felicidad. Después de un rato, Jesús me dijo:

Pinta una imagen Mía, según la visión que ves, con la Inscripción : "¡Jesús, yo confío en Ti!." Yo deseo que esta Imagen sea venerada, primero en tu capilla y después en el mundo entero. Yo prometo que el alma que honrare esta imagen, no perecerá. También le prometo victoria sobre sus enemigos aquí en la tierra, pero especialmente a la hora de su muerte. Yo el Señor la defenderé como a Mi propia Gloria.

Cuando contó esto en confesión, el padre le dijo que seguramente Jesús deseaba pintar esta imagen en su corazón pero ella sentía que Jesús le decía "Mi Imagen ya está en tu corazón. Yo deseo que se establezca una fiesta de la Misericordia y que esta imagen sea venerada por todo el mundo. Esta fiesta será el primer domingo después de Pascua. Deseo que los sacerdotes proclamen esta gran misericordia Mía a los pecadores."

Por orden de su confesor Santa Faustina le preguntó al Señor el significado de los rayos que aparecen en la imagen emanando del corazón y el Señor le respondió:

"Los dos rayos significan Sangre y Agua- el rayo pálido representa el Agua que justifica a las almas; el rayo rojo simboliza la Sangre, que es la vida de las almas-. Ambos rayos brotaron de las entrañas mas profundas de Mi misericordia cuando mi corazón agonizado fué abierto por una lanza en la Cruz... Bienaventurado aquel que se refugie en ellos, porque la justa mano de Dios no le seguirá hasta allí".

El Señor manifiesta su Corazón, y el agua y la sangre que de el brotaron como manantial de reconciliación para todos los hombres.

Esta revelación es una continuación de la misericordia divina que Jesús nos ofrece en la cruz y que se reveló también a Santa Margarita María.
LA VIDA Y EL MENSAJE DE
Santa Faustina
APÓSTOL DE LA DIVINA MISERICORDIA


Deseo transformamre en tu misericordia y ser un vivo reflejo de ti, oh Señor. Que este más grande atributo de Dios, es decir su insondable misericordia, pase a través de mi corazón y mi alma al prójimo.

Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos para que yo jamás sospeche o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle.

Ayúdame Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.

Ayúdame Señor, a que mi lengua aea misericordiosa para que jamás critique a mi prójimo sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos.

Ayúdame Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas.

Ayúdame Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propria fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.

Ayúdame Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie le rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús. Soportaré mis proprios sufrimientos en silencio. Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí.

Jesús mío, transfórmame en tu porque tú lo puedes todo. (163)

Indice

DEVOCIÓN A LA DIVINA MISERICORDIA La esencia de la devoción a la Divina Misericordia
La imagen de la Divina Misericordia
La fiesta de la Divina Misericordia Explicación
Novena a la Divina Misericordia
El sacramento de reconciliación y penitencia
La santa Comunión

La coronilla a la Divina Misericordia
La hora de la Misericordia Oraciones en la hora de la Misericordia

La propagación de la devoción a la Divina Misericordia

SANTA FAUSTINA La esencia de la misión de Santa Faustina
La vida de Santa Faustina

FOTOGRAFIAS Santuario de la Divina Misericordia en Cracovia - Lagiewniki
La fiesta de la Divina Misericordia '98
La fiesta de la Divina Misericordia '99

La misión de santa Faustina
Palabras del Señor Jesús a Sor Faustina:
En el Antiguo Testamento le enviaba a mi pueblo los profetas con truenos. Hoy, te envío a toda la humanidad con mi misericordia. No quiero castigar a la humanidad llena de dolor, sino sanarla estrechándola contra mi Corazón misericordioso. (1588)

Es la señal de los últimos tiempos. Después de ella vendrá el dia de la justicia. Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la fuente de mi misericordia, que se beneficien de la sangre y del agua que brotó para ellos. (848) Antes de venir como el Juez justo, abro de par en par las puertas de mi misericordia. Quen no quiere pasar por la puerta de mi misericordia, deberá pasar por la puerta de mi justicia... (1146)

Santa Faustina
El testimonio de vida y el mensaje de santa Faustina ayudan a realizar las tareas, planteadas por el Santo Padre Juan Pablo II ante toda la Iglesia, de "proclamar y de llevar a la práctica" el misterio de la Divina Misericordia y de orar por la misericordia para el mundo entero.

Nació en el año 1905 en la aldea de Glogowiec, cerca de Lodz, como la tercera de diez hermanos en la familia de los Kowalski. Desde pequeña se destacó por el amor a la oración, laboriosidad, obediencia y sensibilidad ante la pobreza humana. Su educación escolar duró apenas tres años. Al cumplir 16 años abandonó la casa familiar para trabajar de empleada doméstica en casas de familias acomodadas.

A los 20 años entró en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, donde - como Sor María Faustina - vivió 13 años cumpliendo los deberes de cocinera, jardinera y portera. Su vida, aparentemente ordinaria, monótona y gris, se caracterizó por la extraordinaria profundidad de su unión con Dios. Desde niña había deseado ser una gran santa y, en consecuencia, caminó hacia este fin colaborando con Jesús en la obra de salvar a las almas perdidas, hasta ofrecerse como sacrificio por los pecadores. Los años de su vida conventual estuvieron marcados, pues, por el estigma del sufrimiento y las extraordinarias gracias místicas.

La misión de santa Faustina consiste en:

recordar la verdad de la fe, revelada en la Sagrada Escritura, sobre el amor misericordioso de Dios a cada hombre, incluido el pecador más grande;
transmitir las nuevas formas de culto a la Divina Misericordia;
iniciar un gran movimiento de devotos y apóstoles de la Divina Misericordia que ha de llevar a la renovación religiosa de los fieles en el espíritu de esta devoción, es decir, en el espíritu evangélico del abandono de niño en Dios y el amor activo al prójimo.
Sor Faustina, destrozada físicamente por la tisis y los sufrimientos que ofrecía por los pecadores, murió en el olor de santidad en Cracovia, el 5 de octubre de 1938, a los 33 años.

El primer domingo después de Pascua, el 18 de abril de 1993, en la Plaza de San Pedro - Roma - el Santo Padre Juan Pablo II la incluyó entre los beatos. Al día siguiente, durante la audiencia general dijo:

"Dios habló a nosotros a través de la riqueza espiritual de la beata Sor Faustina Kowalska que dejó al mundo un gran mensaje de la Divina Misericordia e invitó al abandono total en el Creador. Dios le dio una gracia especial porque pudo conocer su misericordia a través de las experiencias místicas, gracias a un don extraordinario de la oración contemplativo.

Sor Faustina, beata, te doy gracias por haber recordado al mundo este gran misterio de la Divina Misericordia. Este . El inexpresable misterio del Padre que hoy en día el hombre y el mundo tanto necesitan."







Lecturas Domingo 01 de Mayo del 2011, Domingo 2º de Pascua - Ciclo A - Ciudad Redonda

Lecturas Domingo 01 de Mayo del 2011, Domingo 2º de Pascua - Ciclo A - Ciudad Redonda
Domingo II de Pascua (1 - Mayo - 2011)
Angel Moreno - Domingo 01 de Mayo del 2011
“Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”.

Gracias, Señor, por tu pedagogía y comprensión, por saber venir en la propia dolencia a curar las heridas de mi incredulidad.

Gracias porque conviertes en llamadas mis negaciones y en ellas me haces confesar tu misericordia, la mayor experiencia de que Tú eres mi Dios y Señor.
Gracias por no guardar memoria de mis huidas y ser Tú quien da el paso para que pueda restaurar mi partencia al grupo de tus discípulos, y porque en tu cuerpo has querido dejar para siempre las huellas de la vulnerabilidad humana.

Gracias por tu opción de no dejarnos sumergidos en nuestra propia duda y cavilaciones intelectuales y acortar el camino de la confesión de la fe por hacerte presente en las heridas de tantos hermanos; al poner en ellas nuestras manos, es a ti a quien palpamos y bendecimos.

Gracias, Señor, después de estos ocho días, en los que has llamado insistentemente a nuestra puerta de todas las formas posibles y a todas las horas del día, para que no tengamos excusa de no haber coincido con tu paso. En cualquier momento te haces presente en tantos acontecimientos imprevistos, a veces tan dolorosos, pero que gracias a tus llagas se convierten en posibilidad de vida.

Discernimiento

Ante la experiencia de exilio del apóstol Tomás, ¿dónde te encuentras? ¿Reafirmado en la duda, en la sospecha, en la incredulidad, en la humilde declaración de amor, en la confesión de la divinidad de Cristo? ¿Te das cuenta de que el Resucitado tiene poder para presentarse en la misma forma en la que tú te obstinas escéptico, es decir en lo que crees que más te niega?

Testimonio

Jesús de Nazaret, el que fue condenado a muerte por blasfemo y murió entre malhechores, el que fue crucificado y sepultado, es el Hijo de Dios, el Salvador. Hay que profesarlo con los labios, con la humildad de dejarse curar las heridas que se producen por las opciones independientes.
¿Sientes que Jesús es el Señor? ¿Lo crees? ¿Lo confiesas? “Dichosos los que creen sin haber visto”.
Domingo 01 de Mayo del 2011
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2,42-47):

Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

Palabra de Dios
Salmo
Sal 117,2-4.13-15.22-24

R/. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia

Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. R/.

Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos. R/.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1,3-9):

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe –de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego– llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31):

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espiritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Palabra del Señor







Biografía
Juan Pablo II fue el Papa 264° (263° Sucesor de Pedro).

Karol Józef Wojtyła, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, una pequeña ciudad a 50 kms. de Cracovia, el 18 de mayo de 1920.

Era el más pequeño de los tres hijos de Karol Wojtyła y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941. Su hermana Olga murió antes de que naciera él.

Fue bautizado por el sacerdote Franciszek Zak el 20 de junio de 1920 en la Iglesia parroquial de Wadowice; a los 9 años hizo la Primera Comunión, y a los 18 recibió la Confirmación. Terminados los estudios de enseñanza media en la escuela Marcin Wadowita de Wadowice, se matriculó en 1938 en la Universidad Jagellónica de Cracovia y en una escuela de teatro.

Cuando las fuerzas de ocupación nazi cerraron la Universidad, en 1939, el joven Karol tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química (Solvay), para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.

A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del "Teatro Rapsódico", también clandestino.

Tras la segunda guerra mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal en Cracovia el 1 de noviembre de 1946 de manos del Arzobispo Sapieha.Seguidamente fue enviado a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en 1948 en teología, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz (Doctrina de fide apud Sanctum Ioannem a Cruce). En aquel período aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda.


En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada "Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler". Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Etica Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin.

El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo titular de Olmi y Auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958 en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.

El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967, con el título de San Cesareo en Palatio, Diaconía elevada pro illa vice a título presbiteral.

Además de participar en el Concilio Vaticano II (1962-1965), con una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, el Cardenal Wojtyła tomó parte en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos anteriores a su pontificado.

Los cardenales reunidos en Cónclave le eligieron Papa el 16 de octubre de 1978. Tomó el nombre de Juan Pablo II y el 22 de octubre comenzó solemnemente su ministerio petrino como 263 sucesor del Apóstol Pedro. Su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia y ha durado casi 27 años.

Juan Pablo II ejerció su ministerio petrino con incansable espíritu misionero, dedicando todas sus energías, movido por la "sollicitudo omnium Ecclesiarum" y por la caridad abierta a toda la humanidad. Realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia, y 146 por el interior de este país. Además, como Obispo de Roma, visitó 317 de las 333 parroquias romanas.

Entre sus documentos principales se incluyen: 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas.Publicó también cinco libros como doctor privado: "Cruzando el umbral de la esperanza" (octubre de 1994);"Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal" (noviembre de 1996); "Tríptico romano - Meditaciones", libro de poesías (marzo de 2003); “¡Levantaos! ¡Vamos!” (mayo de 2004) y “Memoria e identidad” (febrero de 2005).

Realizó numerosas canonizaciones y beatificaciones para mostrar innumerables ejemplos de santidad de hoy, que sirvieran de estímulo a los hombres de nuestro tiempo: celebró 147 ceremonias de beatificación -en las que proclamó 1338 beatos- y 51 canonizaciones, con un total de 482 santos. Proclamó a santa Teresa del Niño Jesús Doctora de la Iglesia. Amplió notablemente el Colegio cardenalicio, creando 231 cardenales (más uno "in pectore", cuyo nombre no se hizo público antes de su muerte) en 9 consistorios. Además, convocó 6 reuniones plenarias del colegio cardenalicio.


Presidió 15 Asambleas del Sínodo de los obispos: 6 generales ordinarias (1980, 1983, 1987, 1990, 1994 y 2001), 1 general extraordinaria (1985) y 8 especiales (1980, 1991, 1994, 1995, 1997, 1998 (2) y 1999).

Más que todos sus predecesores se encontró con el pueblo de Dios y con los responsables de las naciones: más de 17.600.000 peregrinos participaron en las 1166 Audiencias Generales que se celebran los miércoles. Ese numero no incluye las otras audiencias especiales y las ceremonias religiosas [más de 8 millones de peregrinos durante el Gran Jubileo del año 2000] y los millones de fieles que el Papa encontró durante las visitas pastorales efectuadas en Italia y en el resto del mundo. Hay que recordar también las numerosas personalidades de gobierno con las que se entrevistó durante las 38 visitas oficiales y las 738 audiencias o encuentros con jefes de Estado y 246 audiencias y encuentros con Primeros Ministros.

Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005, a las 21.37, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de Pascua y domingo de la Misericordia Divina. Desde aquella noche hasta el 8 de abril, día en que se celebraron las exequias del difunto pontífice, más de tres millones de peregrinos rindieron homenaje a Juan Pablo II, haciendo incluso 24 horas de cola para poder acceder a la basílica de San Pedro.

Giovanni Paolo II - Causa di Beatificazione e Canonizzazione

Giovanni Paolo II - Causa di Beatificazione e Canonizzazione

Giovanni Paolo II - Beatificazione e Canonizzazione - Sito Ufficiale

Giovanni Paolo II - Beatificazione e Canonizzazione - Sito Ufficiale









Biografía
Juan Pablo II fue el Papa 264° (263° Sucesor de Pedro).

Karol Józef Wojtyła, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, una pequeña ciudad a 50 kms. de Cracovia, el 18 de mayo de 1920.

Era el más pequeño de los tres hijos de Karol Wojtyła y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941. Su hermana Olga murió antes de que naciera él.

Fue bautizado por el sacerdote Franciszek Zak el 20 de junio de 1920 en la Iglesia parroquial de Wadowice; a los 9 años hizo la Primera Comunión, y a los 18 recibió la Confirmación. Terminados los estudios de enseñanza media en la escuela Marcin Wadowita de Wadowice, se matriculó en 1938 en la Universidad Jagellónica de Cracovia y en una escuela de teatro.

Cuando las fuerzas de ocupación nazi cerraron la Universidad, en 1939, el joven Karol tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química (Solvay), para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.

A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del "Teatro Rapsódico", también clandestino.

Tras la segunda guerra mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal en Cracovia el 1 de noviembre de 1946 de manos del Arzobispo Sapieha.Seguidamente fue enviado a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en 1948 en teología, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz (Doctrina de fide apud Sanctum Ioannem a Cruce). En aquel período aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda.


En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada "Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler". Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Etica Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin.

El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo titular de Olmi y Auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958 en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.

El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967, con el título de San Cesareo en Palatio, Diaconía elevada pro illa vice a título presbiteral.

Además de participar en el Concilio Vaticano II (1962-1965), con una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, el Cardenal Wojtyła tomó parte en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos anteriores a su pontificado.

Los cardenales reunidos en Cónclave le eligieron Papa el 16 de octubre de 1978. Tomó el nombre de Juan Pablo II y el 22 de octubre comenzó solemnemente su ministerio petrino como 263 sucesor del Apóstol Pedro. Su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia y ha durado casi 27 años.

Juan Pablo II ejerció su ministerio petrino con incansable espíritu misionero, dedicando todas sus energías, movido por la "sollicitudo omnium Ecclesiarum" y por la caridad abierta a toda la humanidad. Realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia, y 146 por el interior de este país. Además, como Obispo de Roma, visitó 317 de las 333 parroquias romanas.

Entre sus documentos principales se incluyen: 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas.Publicó también cinco libros como doctor privado: "Cruzando el umbral de la esperanza" (octubre de 1994);"Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal" (noviembre de 1996); "Tríptico romano - Meditaciones", libro de poesías (marzo de 2003); “¡Levantaos! ¡Vamos!” (mayo de 2004) y “Memoria e identidad” (febrero de 2005).
Realizó numerosas canonizaciones y beatificaciones para mostrar innumerables ejemplos de santidad de hoy, que sirvieran de estímulo a los hombres de nuestro tiempo: celebró 147 ceremonias de beatificación -en las que proclamó 1338 beatos- y 51 canonizaciones, con un total de 482 santos. Proclamó a santa Teresa del Niño Jesús Doctora de la Iglesia. Amplió notablemente el Colegio cardenalicio, creando 231 cardenales (más uno "in pectore", cuyo nombre no se hizo público antes de su muerte) en 9 consistorios. Además, convocó 6 reuniones plenarias del colegio cardenalicio.
Presidió 15 Asambleas del Sínodo de los obispos: 6 generales ordinarias (1980, 1983, 1987, 1990, 1994 y 2001), 1 general extraordinaria (1985) y 8 especiales (1980, 1991, 1994, 1995, 1997, 1998 (2) y 1999).

Más que todos sus predecesores se encontró con el pueblo de Dios y con los responsables de las naciones: más de 17.600.000 peregrinos participaron en las 1166 Audiencias Generales que se celebran los miércoles. Ese numero no incluye las otras audiencias especiales y las ceremonias religiosas [más de 8 millones de peregrinos durante el Gran Jubileo del año 2000] y los millones de fieles que el Papa encontró durante las visitas pastorales efectuadas en Italia y en el resto del mundo. Hay que recordar también las numerosas personalidades de gobierno con las que se entrevistó durante las 38 visitas oficiales y las 738 audiencias o encuentros con jefes de Estado y 246 audiencias y encuentros con Primeros Ministros.

Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005, a las 21.37, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de Pascua y domingo de la Misericordia Divina. Desde aquella noche hasta el 8 de abril, día en que se celebraron las exequias del difunto pontífice, más de tres millones de peregrinos rindieron homenaje a Juan Pablo II, haciendo incluso 24 horas de cola para poder acceder a la basílica de San Pedro.

Karol - El hombre que se convirtió en Papa
Con motivo de la canonización de Juan Pablo II el próximo día 1 de mayo, 13tv emitirá los próximos sábados 9, 16, 23 y 30 de abril un episodio de la serie, finalizando la misma un día antes del comienzo del proceso de santificación del Papa polaco. Los seguidores de “este hombre de bien” se adentraran en la historia del siglo XX de manos de una de las personalidades que han marcado la historia reciente de la Iglesia Católica. Poeta, obrero y filósofo antes de entrar al sacerdocio, la vida de Karol Wojtyla fue sacudida por constante pérdidas y desilusiones. Con la fe como único camino en el cual apoyarse, el que sería uno de los Papas más queridos y admirados de la historia, comenzó una vida llena de sacrificios y esfuerzos para acercar el mensaje de Dios a la sociedad: "Amemos al hombre, a cada hombre, mujer y a cada niño, porque son parte de la humanidad que amamos".

Protagonizado por Piotr Adamczyk, “están todos chiflados si pretenden hacer una película sobre mí”, le espetó el Pontifice en una ocasión al saludar al conocido actor polaco, y dirigida por Giaccomo Battiato, la cinta es un ejemplo de cómo conseguir un producto de gran calidad sin perder el aroma del cine de autor. Junto a una genial banda sonora, el resto del reparto y equipo técnico hacen de esta serie uno de los documentos más relevantes de uno de los hombres más importantes e influyentes del pasado siglo XX.

“Retratar la vida de un hombre ordinario ya es suficientemente difícil. Una vida nunca es sólo una película, son muchas películas. Imagínense cuanto más difícil es interpretar la vida de uno de los hombres más grandes del siglo XX” (Giacomo Battiato)

“El Papa no es tan presumido de dar o no dar autorizaciones. Un autor es libre de entregar su propia interpretación. La asesoría del Vaticano vino por el lado histórico. No recibí ninguna sola restricción” (Giacomo Battiato)

“Simplemente imperdible. Un gran logro de Giacomo Battiato quien, en tan sólo 3 horas, logar contar la historia de Karol Wojtyla desde sus años de juventud, hasta su elección como Pontífice” (www.bazuka.com)

El domingo, tal y como viene siendo habitual en la programación de 13tv, también habrá cine de calidad para todos los gustos. Por un lado, a partir de las 18:00 horas, tendrá comienzo el programa ‘Nuestro cine español’. Dirigido por José Luís Uribarri el programa de esta semana emite el film ‘La chica del trébol’. Protagonizada por Rocío Dúrcal, cuenta la historia de una joven de origen humilde y las desventuras por las que tendrá que pasar al enamorarse de un chico perteneciente a la alta sociedad madrileña.

Tras la emisión de la película habrá un coloquio dirigido por el propio Uribarri y en el que estará Junior, viudo de la cantante y actriz. Además de adentrarse y comentar todas las anécdotas que rodearon el rodaje de esta película, harán un completo repaso a lo que fue la vida de la gran cantante y actriz Rocío Dúrcal.

A las 21:45 horas llega el espacio ‘Cine con mayúsculas’. Dirigido y presentado por Juana Samanes, ofrecerán esta semana la película ‘El tren de la vida’. Película de origen francés pero dirigida y realizada por el director rumano Radu Mihaileanu, muy conocido por su película ‘El concierto’, esta maravillosa cinta cuenta la historia de un grupo de judíos que en albores de la II Guerra Mundial tienen que hacerse pasar por soldados nazis para poder salvar sus vidas.

Ganadora de varios premios de prestigio – en Venecia ganó el Premio a la mejor ópera prima-, la película recupera el espíritu de esa otro gran film que es ‘La vida es bella’.

"La locomotora argumental de la película es preciosa" (Carlos Marañón: Cinemanía)

"Perfecto equilibrio entre comedia y tragedia" (Esteve Riambau: Fotogramas)
Con motivo de la beatificación de Juan Pablo II, publicamos este artículo,

quizás todavía más actual que en el momento en que se escribió.

Hace ahora veinticinco años que Karol Wojtyla se convirtió en Juan Pablo II. El mundo ha dado muchas vueltas en ese tiempo, ha vivido alegrías desbordantes –bastaría recordar la caída del muro de Berlín y de los regímenes comunistas- y muchos momentos duros: hambre, marginación, guerras, xenofobias, y un largo etcétera en el que se entremezclarían la cotidianeidad y lo extraordinario, el dolor y la esperanza, la alegría y el llanto.

Es justo decir que nada de todo eso ha sido ajeno a Juan Pablo II, ni siquiera se podría afirmar que le ha pasado rozando. Fiel a aquella idea de que el hombre es el camino de la Iglesia, perseverante y tenaz para colocar a la persona por encima de todo, se ha sorbido todos los dolores de esta humanidad nuestra, ha vibrado con sus logros, ha ensanchado su corazón con sus alegrías. Y no le ha faltado verter su sangre por sus convicciones. Aquel 13 de mayo de 1981 cuando caía abatido por unas balas y, ahora, cuando parece que le escapa la vida a chorros mientras mantiene su servicio petrino a Dios y a la persona. El Pontífice actual no es un hombre de medias tintas, parece que se ha propuesto morir trabajando, no soslaya los problemas ni las inquietudes, sino que se cuela con fuerza en ellos para ofrecer soluciones.

Siendo experto en humanidad, emplea la suya para conducir el mundo hacia Dios, mientras ama ese mundo con todas sus vicisitudes, sin angelismos ignorantes del acontecer diario de tejas abajo. Debajo de esas tejas, recoge al hombre para alzarlo hasta Dios con todo el bagaje de su vivir diario: con sus inquietudes y sus esperanzas, con sus logros y fracasos, con su fatiga y su descanso, con su grandeza y su miseria.

El servicio que Dios le ha pedido no conoce parones ni descansos, no finaliza en la jubilación, no busca la imagen que vende no sé qué. Quizá algunos más sensibles se ven heridos porque ya no anda apenas, porque lee penosa y poco inteligiblemente a veces, por el tremolar de sus manos dolientes, por aquel rostro tan expresivo que la enfermedad acartonó. A mí también me duele esa imagen, pero no exijo su retirada; al contrario, me conmueve y me convierte. Es el abuelo del mundo que –como otro Cristo, como Vicecristo que es- se ha subido a la Cruz, como su Señor, por amor, porque nadie ama más que quien da la vida por sus amigos. Sí, porque somos sus amigos, sus hermanos, sus hijos y sus nietos, especialmente esa juventud de todo el globo que sintoniza con él como nadie, ésa de las pancartas de Cuatro Vientos: “Danos caña” y “Tú sí que eres galáctico”.

El Papa se ha subido a la Cruz para señalar el camino a todos, también a los que la rehúyen. Esa imagen doliente y entregada es el mejor antídoto contra el egoísmo, la soberbia, la banalidad que envuelve tantas vidas llenas de vacío.

Pero, además, resulta que ese abuelo del mundo es un poeta y un intelectual, y un obrero, y un artista, y un escritor y, sobre todo, un sacerdote. Ese abuelo es el mejor referente de la humanidad, aunque nos cueste seguirlo porque ha situado alto el listón: allí donde se desvanece la frivolidad y se encuentra a Dios, allá en la zona de la alegría es donde nos convoca, en el lugar feliz de la entrega. Quizá sea apasionado lo que escribo. De ningún modo he deseado hacerlo desde la frialdad. Pero no creo que haya nadie que pueda verlo falso. “Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón” (Camino, 573).
Por su permanente actualidad, publicamos este artículo escrito con motivo

del fallecimiento del Papa ahora beatificado.

En la Epístola a los Hebreos, se dice de Cristo que, “aun siendo Hijo, experimentó en su carne lo que cuesta obedecer”, es decir, cumplir la voluntad del Padre. De modo espontáneo ha venido esta idea a mi memoria, pensando en Juan Pablo II, porque el representante de Cristo en la tierra ha gozado de la misma oportunidad a lo largo de su vida: ha sido el hombre que no se bajó de la Cruz, el que ha experimentado en su propia carne lo que cuesta vivir con pasión el cumplimiento de la voluntad de Dios, sabiendo valorar el sufrimiento con una profundidad, alegría y serenidad asombrosos.

No ha tenido una vida fácil: huérfano prematuramente, perseguido por motivos religiosos, duros trabajos en la mina o en la clandestinidad del seminario, pérdidas de los seres más queridos, incomprensión y odio hasta el intento de ser asesinado, más incomprensión por no ceder a modas pasajeras y defender el depósito invariable de la fe, diversas y dolorosas enfermedades. A ese elenco incompleto, habría que añadir los sufrimientos con su pueblo por los martirios nazi y soviético. Ante este panorama, un observador fino podría pensar que ha sido un desgraciado. Pero todos sabemos que no fue así. Ha sido un atleta de Dios, trabajador incansable, que nunca pensó en sí mismo. Ha sido feliz en la Cruz.

“Símbolo de la fe –decía Juan Pablo II en Río de Janeiro-, la Cruz es también símbolo del sufrimiento que conduce a la gloria, de la pasión a la resurrección. Per crucem ad lucem, por la cruz, llegar a la luz: este proverbio, profundamente evangélico, nos dice que, vivida en su verdadero significado, la cruz del cristiano es siempre una Cruz pascual”. También queda bien plasmada la actitud del Papa hacia el dolor en estas palabras de San Josemaría: “El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese camino, porque Cristo mismo nos ayuda y con Él no cabe la tristeza. In laetitia, nulla dies sine cruce!, me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz”.

Así ha sido la vida de Juan Pablo II, cumpliendo al pie de la letra el designio divino sobre él –y, de modos diversos, sobre todos los cristianos- tan bella y realistamente expresado por San Pablo cuando dice a los corintios que no quiere desvirtuar la Cruz de Cristo, a quienes repite después, con santo orgullo, que predica a Cristo crucificado; o al dirigirse a los gálatas afirmando que está crucificado con Cristo, y que, de ese modo, “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”.

Nuestro mundo consumista y hedonista, el del carpe diem –aprovecha el tiempo, goza- es difícil que entienda la fuerza salvadora del dolor y del sufrimiento. Juan Pablo II lo ha entendido con Cristo, y se ha constituido en un ejemplo y un aliciente para volver a las fuentes de la salvación, de la alegría, de la realización personal, también en lo humano. Sin comprender la fuerza del amor abnegado, de la entrega doliente, de la fortaleza para la lucha o ante la adversidad, el hombre se torna vacío, con horizontes pequeños y egoístas. El Papa muerto, por el contrario, ha sido un gigante de amor a la humanidad entera, un entregado a la causa de Dios y del hombre, alguien que ha sentido –vuelvo a San Pablo- los padecimientos por todas las iglesias. Es difícil encontrar una vida más llena y más enamorada.



Pero a todas estas circunstancias duras de su vida, ha unido la del dolor físico durante muchos años. Aquel formidable atleta ha devenido en un hombre doliente que apenas podía moverse: aquel gran comunicador del gesto y de la palabra quedó acartonado y mudo. Los expertos en marketing lo daban por retirado, sin acertar a comprender aquello de que, como Cristo, no podía ni quería bajar de la Cruz. Y esa actitud conmovedora ha sido con toda seguridad la mayor sacudida en los corazones de muchos. No hay truco: la salvación que predica la Iglesia está en la Cruz; y este Papa ha tenido el gozo de poder mostrarlo de un modo emocionante.



El sufrimiento –decía en Salvifici doloris- es una llamada a mostrar la grandeza moral del hombre, su madurez espiritual, pero es también una invitación de la Providencia a acercarse más al Crucificado, a comprenderlo, a compartir su misterio. En Cristo, todo dolor tiene sentido, y el Papa que nos deja –además de otras muchísimas cosas- ha hecho gozosamente palpable, visible, que es así. Por eso no se bajó de la Cruz.
Meditación del día de Hablar con Dios
Pascua. Segundo domingo

LA FE DE TOMáS

— Aparición de Jesús a los Apóstoles estando ausente Tomás. Le comunican que Jesús ha resucitado. Apostolado con quienes han conocido a Cristo, pero no le tratan.

— El acto de fe del Apóstol Tomás. Nuestra fe ha de ser operativa: actos de fe, confianza con el Señor, apostolado.

— La Resurrección es una llamada a manifestar con nuestra vida que Cristo vive. Necesidad de estar bien formados.

I. El primer día de la semana1, el día en que resucitó el Señor, el primer día del mundo nuevo, está repleto de acontecimientos: desde la mañana, muy temprano2, cuando las mujeres van al sepulcro, hasta la noche, muy tarde3, cuando Jesús viene a confortar a sus más íntimos: La paz sea con vosotros, les dice. Y dicho esto les mostró las manos y el costado. En esta ocasión, Tomás no estaba con los demás Apóstoles, no pudo ver al Señor, ni oír sus consoladoras palabras.

Este Apóstol fue el que dijo una vez: Vayamos también nosotros y muramos con él4. Y en la Última Cena expresó al Señor su ignorancia, con la mayor sencillez: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?5. Llenos de un profundo gozo, los Apóstoles buscarían a Tomás por Jerusalén aquella misma noche o al día siguiente. En cuanto dieron con él, les faltó tiempo para decirle: ¡Hemos visto al Señor! Pero Tomás, como los demás, estaba profundamente afectado por lo que habían visto sus ojos: jamás olvidaría la Crucifixión y Muerte del Maestro. No da ningún crédito a lo que los demás le dicen: Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en esa señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré6. Los que habían compartido con él aquellos tres años y con quienes por tantos lazos estaba unido, le repetirían de mil formas diferentes la misma verdad, que era su alegría y su seguridad: ¡Hemos visto al Señor!

Tomás pensaba que el Señor estaba muerto. Los demás le aseguraban que vive, que ellos mismos lo han visto y oído, que han estado con Él. Así hemos de hacer nosotros: para muchos hombres y para muchas mujeres Cristo es como si estuviera muerto, porque apenas significa nada para ellos, casi no cuenta en su vida. Nuestra fe en Cristo resucitado nos impulsa a ir a esas personas, a decirles de mil formas diferentes que Cristo vive, que nos unimos a Él por la fe y lo tratamos cada día, que orienta y da sentido a nuestra vida.

De esta manera, cumpliendo con esa exigencia de la fe, que es darla a conocer con el ejemplo y la palabra, contribuimos personalmente a edificar la Iglesia, como aquellos primeros cristianos de los que nos hablan los Hechos de los Apóstoles: crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor7.

II. A los ocho días, estaban de nuevo dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: La paz sea con vosotros. Después dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel8.

La respuesta de Tomás es un acto de fe, de adoración y de entrega sin límites: ¡Señor mío y Dios mío! Son las suyas cuatro palabras inagotables. Su fe brota, no tanto de la evidencia de Jesús, sino de un dolor inmenso. No son tanto las pruebas como el amor el que le lleva a la adoración y a la vuelta al apostolado. La Tradición nos dice que el Apóstol Tomás morirá mártir por la fe en su Señor. Gastó la vida en su servicio.

Las dudas primeras de Tomás han servido para confirmar la fe de los que más tarde habían de creer en Él. «¿Es que pensáis –comenta San Gregorio Magno– que aconteció por pura casualidad que estuviese ausente entonces aquel discípulo elegido, que al volver oyese relatar la aparición, y que al oír dudase, dudando palpase y palpando creyese? No fue por casualidad, sino por disposición de Dios. La divina clemencia actuó de modo admirable para que, tocando el discípulo dubitativo las heridas de la carne de su Maestro, sanara en nosotros las heridas de la incredulidad (...). Así el discípulo, dudando y palpando, se convirtió en testigo de la verdadera resurrección»9.

Si nuestra fe es firme, también se apoyará en ella la de otros muchos. Es preciso que nuestra fe en Jesucristo vaya creciendo de día en día, que aprendamos a mirar los acontecimientos y las personas como Él los mira, que nuestro actuar en medio del mundo esté vivificado por la doctrina de Jesús. Pero, en ocasiones, también nosotros nos encontramos faltos de fe como el Apóstol Tomás. Tenemos necesidad de más confianza en el Señor ante las dificultades en el apostolado, ante acontecimientos que no sabemos interpretar desde un punto de vista sobrenatural, en momentos de oscuridad, que Dios permite para que crezcamos en otras virtudes...

La virtud de la fe es la que nos da la verdadera dimensión de los acontecimientos y la que nos permite juzgar rectamente de todas las cosas. «Solamente con la luz de la fe y con la meditación de la palabra divina es posible reconocer siempre y en todo lugar a Dios, en quien nos movemos y existimos (Hech 17, 28); buscar su voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres, próximos o extraños, y juzgar con rectitud sobre el verdadero sentido y valor de las realidades temporales, tanto en sí mismas como en orden al fin del hombre»10.

Meditemos el Evangelio de la Misa de hoy. «Pongamos de nuevo los ojos en el Maestro. Quizá tú también escuches en este momento el reproche dirigido a Tomás: mete aquí tu dedo, y registra mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel (Jn 20 27); y, con el Apóstol, saldrá de tu alma, con sincera contrición, aquel grito: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20, 28), te reconozco definitivamente por Maestro, y ya para siempre –con tu auxilio– voy a atesorar tus enseñanzas y me esforzaré en seguirlas con lealtad»11.

¡Señor mío y Dios mío! ¡Mi Señor y mi Dios! Estas palabras han servido de jaculatoria a muchos cristianos, y como acto de fe en la presencia real de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, al pasar delante de un sagrario, en el momento de la Consagración en la Santa Misa... También pueden ayudarnos a nosotros para actualizar nuestra fe y nuestro amor a Cristo resucitado, realmente presente en la Hostia Santa.

III. El Señor le contestó a Tomás: Porque me has visto has creído: bienaventurados los que sin haber visto han creído12. «Sentencia en la que sin duda estamos señalados nosotros –dice San Gregorio Magno–, que confesamos con el alma al que no hemos visto en la carne. Se alude a nosotros, con tal que vivamos conforme a la fe; porque solo cree de verdad el que practica lo que cree»13.

La Resurrección del Señor es una llamada a que manifestemos con nuestra vida que Él vive. Las obras del cristiano deben ser fruto y manifestación del amor a Cristo.

En los primeros siglos la difusión del cristianismo se realizó principalmente por el testimonio personal de los cristianos que se convertían. Era una predicación sencilla de la Buena Nueva: de hombre a hombre, de familia a familia; entre quienes tenían el mismo oficio, entre vecinos; en los barrios, en los mercados, en las calles. Hoy también quiere el Señor que el mundo, la calle, el trabajo, las familias sean el cauce para la transmisión de la fe.

Para confesar nuestra fe con la palabra es necesario conocer su contenido con claridad y precisión. Por eso, nuestra Madre la Iglesia ha hecho tanto hincapié a lo largo de los siglos en el estudio del Catecismo, donde, de una manera breve y sencilla, se contiene lo esencial que hemos de conocer para poder vivirlo después. Ya San Agustín insistía a aquellos catecúmenos a punto de recibir el Bautismo: «Así, pues, el sábado próximo, en que celebraremos la vigilia, si Dios quiere, habréis de dar no la oración (el Padrenuestro), sino el símbolo (el Credo); porque si ahora no lo aprendéis, después, en la iglesia, no se lo habéis de oír todos los días al pueblo. Y, en aprendiéndolo bien, decidlo a diario para que no se olvide: al levantaros de la cama, al ir a dormiros, dad vuestro símbolo, dádselo a Dios, procurando hacer memoria de ello, y sin pereza de repetirlo. Es cosa buena repetir para no olvidar. No digáis: “Ya lo dije ayer, y lo digo hoy, y a diario lo digo; téngolo bien grabado en la memoria”. Sea para ti como un recordatorio de tu fe y un espejo donde te mires. Mírate, pues, en él; examina si continúas creyendo todas las verdades que de palabra dices creer, y regocíjate a diario en tu fe. Sean ellas tu riqueza, sean a modo de vestidos para el aderezo de tu alma»14. ¡A cuántos cristianos habría que decirles estas mismas palabras, pues han olvidado lo esencial del contenido de su fe!

Jesucristo nos pide también que le confesemos con obras delante de los hombres. Por eso, pensemos: ¿no tendríamos que ser más valientes en esa o aquella ocasión?, ¿no tendríamos que ser más sacrificados a la hora de sacar adelante nuestros quehaceres? Pensemos en nuestro trabajo, en el ambiente que nos rodea: ¿se nos conoce como personas que llevan vida de fe?, ¿nos falta audacia en el apostolado?, ¿conocemos con profundidad lo esencial de nuestra fe?

Terminamos nuestra oración pidiendo a la Virgen, Asiento de la Sabiduría, Reina de los Apóstoles, que nos ayude a manifestar con nuestra conducta y nuestras palabras que Cristo vive.

1 Jn 20, 1. — 2 Mc 16, 2. — 3 Jn 20, 19. — 4 Jn 11, 16. — 5 Jn 14, 5. — 6 Jn 20, 25. — 7 Hech 5, 14. — 8 Jn 20, 26-27. — 9 San Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 26, 7. — 10 Conc. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, 4. — 11 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 145. — 12 Jn 20, 29. — 13 San Gregorio Magno, loc. cit., 26, 9. — 14 San Agustín, Sermón 58, 15.

Página web de Francisco Fernández-Carvajal

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Cartas Pastorales

Cartas Pastorales

lunes, 25 de abril de 2011




Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

San Josemaría Escrivá
San Josemaría Escrivá nace en 1902 en Barbastro, España. Es el segundo de seis hermanos. Aprende de sus padres y en la escuela los fundamentos de la fe e incorpora tempranamente a su vida costumbres cristianas como la confesión y la comunión frecuentes, el rezo del Rosario y la limosna. La muerte de tres hermanas pequeñas y la ruina económica familiar le hacen conocer muy pronto la desgracia y el dolor: esta experiencia templa su carácter, de un natural alegre y expansivo, y le hace madurar. En 1915 la familia se traslada a Logroño, donde su padre ha encontrado un nuevo trabajo.

En 1918, Josemaría intuye que Dios quiere algo de él, aunque no sabe qué es. Decide entregarse por entero a Dios y hacerse sacerdote. Piensa que de ese modo estará más disponible para cumplir la voluntad divina. Comienza los estudios eclesiásticos en Logroño, y en 1920 se incorpora al seminario diocesano de Zaragoza, en cuya Universidad Pontificia completa su formación previa al sacerdocio. En Zaragoza cursa también -por sugerencia de su padre y con permiso de los superiores- los estudios universitarios de Derecho. En 1925 recibe el sacramento del Orden y comienza a desarrollar su ministerio pastoral, con el que, a partir de entonces, se identifica su existencia. Ya sacerdote, sigue a la espera de la luz definitiva sobre lo que Dios quiere de él.

En 1927 se traslada a Madrid para obtener el doctorado en Derecho. Le acompañan su madre, su hermana y su hermano, pues desde el fallecimiento de su padre, en 1924, Josemaría es el cabeza de familia. En la capital de España lleva a cabo un intenso servicio sacerdotal, principalmente entre pobres, enfermos y niños. Al mismo tiempo, se gana la vida y mantiene a los suyos impartiendo clases de materias jurídicas.

Son tiempos de grandes apuros económicos, vividos por toda la familia con dignidad y buen ánimo. Su apostolado sacerdotal se extiende también a jóvenes estudiantes, artistas, obreros e intelectuales que, en contacto con los pobres y enfermos a los que Josemaría atiende, van aprendiendo a practicar la caridad y a comprometerse con sentido cristiano en la mejora de la sociedad.

En Madrid, el 2 de octubre de 1928, durante un retiro espiritual, Dios le hace ver la misión a la que lo ha destinado: ese día nace el Opus Dei. La misión específica del Opus Dei es promover entre hombres y mujeres de todos los ámbitos de la sociedad un compromiso personal de seguimiento de Cristo, de amor a Dios y al prójimo y de búsqueda de la santidad en la vida cotidiana. Desde 1928, Josemaría Escrivá se entrega en cuerpo y alma al cumplimiento de la misión fundacional que ha recibido, aunque no por eso se considera un innovador ni un reformador, pues está convencido de que Jesucristo es la eterna novedad y de que el Espíritu Santo rejuvenece continuamente la Iglesia, a cuyo servicio ha suscitado Dios el Opus Dei. En 1930, como consecuencia de una nueva luz que Dios enciende en su alma, da inicio al trabajo apostólico de las mujeres del Opus Dei. Josemaría Escrivá pondrá siempre a la mujer, como ciudadana y como cristiana, frente a su personal responsabilidad -ni mayor ni menor que la del varón- en la construcción de la sociedad civil y de la Iglesia.

En 1934 publica -con el título provisional de "Consideraciones espirituales"- la primera edición de "Camino", su obra más difundida, de la que con el paso de los años se han editado más de cuatro millones de ejemplares. En la literatura espiritual, Josemaría Escrivá también es conocido por otros títulos como "Santo Rosario", "Es Cristo que pasa", "Amigos de Dios", "Via Crucis", "Surco" o "Forja". La guerra civil española (1936-1939) supondrá un serio obstáculo para la naciente fundación. Son años de sufrimiento para la Iglesia, marcados, en muchos casos, por la persecución religiosa, de la que el fundador del Opus Dei sólo después de numerosas penalidades conseguirá salir indemne.

En 1943, por una nueva gracia fundacional que Josemaría Escrivá recibe durante la celebración de la Misa, nace la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, en la que se incardinan sacerdotes que proceden de los fieles laicos del Opus Dei. La plena pertenencia de fieles laicos y de sacerdotes al Opus Dei, así como la orgánica cooperación de unos y otros en sus apostolados, es un rasgo propio del carisma fundacional del Opus Dei que la Iglesia ha confirmado al determinar su específica configuración jurídica. La Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz desarrolla también, en plena sintonía con los Pastores de las Iglesias locales, actividades de formación espiritual para sacerdotes diocesanos y candidatos al sacerdocio. Los sacerdotes diocesanos también pueden formar parte de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, sin dejar de pertenecer al clero de sus respectivas diócesis.

Consciente de que su misión tiene raíz y alcance universales, Josemaría Escrivá se traslada a Roma en 1946, apenas concluida la guerra mundial. Entre ese año y 1950, el Opus Dei recibe varias aprobaciones pontificias con las que quedan corroborados sus elementos fundacionales específicos: su finalidad sobrenatural, cifrada en difundir el mensaje cristiano de la santificación de la vida corriente; su misión de servicio al Romano Pontífice, a la Iglesia universal y a las Iglesias locales; su carácter universal; la secularidad; el respeto de la libertad y la responsabilidad personales y del pluralismo en temas políticos, sociales, culturales, etc. Desde Roma, por directo impulso del fundador, el Opus Dei irá extendiéndose paulatinamente a treinta países de los cinco continentes entre 1946 y 1975.

A partir de 1948 pueden pertenecer al Opus Dei, a pleno título, personas casadas que buscan la santidad en su propio estado. En 1950, la Santa Sede aprueba también que sean admitidos como cooperadores y ayuden en las labores del Opus Dei hombres y mujeres no católicos y no cristianos: ortodoxos, luteranos, hebreos, musulmanes, etc.

En la década de los 50, Josemaría Escrivá alienta la puesta en marcha de proyectos muy variados: escuelas de formación profesional, centros de capacitación para campesinos, universidades, colegios, hospitales y dispensarios médicos, etc. Estas actividades, fruto de la iniciativa de fieles cristianos corrientes que desean atender, con mentalidad laical y sentido profesional, las concretas necesidades de un determinado lugar, están abiertas a personas de todas las razas, religiones y condiciones sociales: la clara identidad cristiana de las iniciativas promovidas por los fieles del Opus Dei, en efecto, se compagina con un profundo respeto a la libertad de las conciencias.

Durante el Concilio Vaticano II (1962-1965), el fundador del Opus Dei mantiene una relación intensa y fraterna con numerosos Padres conciliares. Objeto de sus frecuentes conversaciones son algunos de los temas que constituyen el núcleo del magisterio conciliar, como por ejemplo la doctrina sobre la llamada universal a la santidad o sobre la función de los laicos en la misión de la Iglesia. Profundamente identificado con la doctrina del Vaticano II, Josemaría Escrivá promoverá diligentemente su puesta en práctica a través de las actividades formativas del Opus Dei en todo el mundo.

Entre 1970 y 1975, su empeño evangelizador le mueve a emprender viajes de catequesis por Europa y América. Mantiene numerosas reuniones de formación, sencillas y familiares -aun cuando a veces asisten miles de personas-, en las que habla de Dios, de los sacramentos, de las devociones cristianas, de la santificación del trabajo, con el mismo vigor espiritual y capacidad comunicativa de sus primeros años de sacerdocio.

Fallece en Roma el 26 de junio de 1975. Lloran su muerte miles de personas que se han acercado a Cristo y a la Iglesia gracias a su labor sacerdotal, a su ejemplo y a sus escritos. Un gran número de fieles se encomiendan desde ese día a su intercesión y piden su elevación a los altares.

El 6 de octubre de 2002, más de 400.000 personas asisten en la plaza de san Pedro a la canonización de Josemaría Escrivá. En la homilía, Juan Pablo II señaló que el nuevo santo comprendió más claramente que la misión de los bautizados consiste en elevar la Cruz de Cristo sobre toda realidad humana, y sintió surgir de su interior la apasionante llamada a evangelizar todos los ambientes.

El Papa animó a los peregrinos llegados desde los cinco continentes a seguir sus huellas. "Difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad. Esforzaos por ser santos vosotros mismos en primer lugar, cultivando un estilo evangélico de humildad y servicio, de abandono en la Providencia y de escucha constante de la voz del Espíritu".

Más información: http://www.josemariaescriva.info/

Meditación del día de Hablar con Dios
Octava de Pascua. Lunes
LA ALEGRíA DE LA RESURRECCIóN
— La alegría verdadera tiene su origen en Cristo.
— La tristeza nace del descamino y del alejamiento de Dios. Ser personas optimistas, serenas, alegres, también en medio de la tribulación.
— Dar paz y alegría a los demás.

I. El Señor ha resucitado de entre los muertos, como lo había dicho, alegrémonos y regocijémonos todos, porque reina para siempre. ¡Aleluya!1.

Nunca falta la alegría en el transcurso del año litúrgico, porque todo él está relacionado, de un modo u otro, con la solemnidad pascual, pero es en estos días cuando este gozo se pone especialmente de manifiesto. En la Muerte y Resurrección de Cristo hemos sido rescatados del pecado, del poder del demonio y de la muerte eterna. La Pascua nos recuerda nuestro nacimiento sobrenatural en el Bautismo, donde fuimos constituidos hijos de Dios, y es figura y prenda de nuestra propia resurrección. Dios –nos dice San Pablo– nos ha dado vida por Cristo y nos ha resucitado con Él2. Cristo, que es el primogénito de los hombres, se ha convertido en ejemplo y principio de nuestra futura glorificación.

Nuestra Madre la Iglesia nos introduce en estos días en la alegría pascual a través de los textos de la liturgia: lecturas, salmos, antífonas..., en ellos pide sobre todo que esta alegría sea anticipo y prenda de nuestra felicidad eterna en el Cielo. Desde muy antiguo se suprimen en este tiempo los ayunos y otras mortificaciones corporales, como símbolo externo de esta alegría del alma y del cuerpo. «Los cincuenta días del tiempo pascual –dice San Agustín– excluyen los ayunos, pues se trata de una anticipación del banquete que nos espera allí arriba»3. Pero de nada serviría esta invitación de la liturgia si en nuestra vida no se produce un verdadero encuentro con el Señor, si no vivimos con una mayor plenitud el sentido de nuestra filiación divina.

Los Evangelistas nos han dejado constancia, en cada una de las apariciones, de cómo los Apóstoles se alegraron viendo al Señor. Su alegría surge de haber visto a Cristo, de saber que vive, de haber estado con Él.

La alegría verdadera no depende del bienestar material, de no padecer necesidad, de la ausencia de dificultades, de la salud... La alegría profunda tiene su origen en Cristo, en el amor que Dios nos tiene y en nuestra correspondencia a ese amor. Se cumple –ahora también– aquella promesa del Señor: Y Yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar4. Nadie: ni el dolor, ni la calumnia, ni el desamparo..., ni las propias flaquezas, si volvemos con prontitud al Señor. Esta es la única condición: no separarse de Dios, no dejar que las cosas nos separen de Él; sabernos en todo momento hijos suyos.

II. Nos dice el Evangelio de la Misa: las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: Alegraos. Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies5.

La liturgia del tiempo pascual nos repite con mil textos diferentes estas mismas palabras: Alegraos, no perdáis jamás la paz y la alegría; servid al Señor con alegría6, pues no existe otra forma de servirle. «Estás pasando unos días de alborozo, henchida el alma de sol y de color. Y, cosa extraña, ¡los motivos de tu gozo son los mismos que otras veces te desanimaban!

»Es lo de siempre: todo depende del punto de mira. —“Laetetur cor quaerentium Dominum!” —cuando se busca al Señor, el corazón rebosa siempre de alegría»7.

En la Última Cena, el Señor no había ocultado a los Apóstoles las contradicciones que les esperaban; sin embargo, les prometió que la tristeza se tornaría en gozo: Así pues, también vosotros ahora os entristecéis, pero os volveré a ver y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo8. Aquellas palabras, que entonces les podrían resultar incomprensibles, se cumplen ahora acabadamente. Y poco tiempo después, los que hasta ahora han estado acobardados, saldrán del Sanedrín dichosos de haber padecido algo por su Señor9. En el amor a Dios, que es nuestro Padre, y a los demás, y en el consiguiente olvido de nosotros mismos, está el origen de esta alegría profunda del cristiano10. Y esta es lo normal para quien sigue a Cristo. El pesimismo y la tristeza deberán ser siempre algo extraño al cristiano. Algo que, si se diera, necesitaría de un remedio urgente.

El alejamiento de Dios, el descamino, es lo único que podría turbarnos y quitarnos ese don tan apreciado. Por tanto, luchemos por buscar al Señor en medio del trabajo y de todos nuestros quehaceres, mortifiquemos nuestros caprichos y egoísmos en las ocasiones que se presentan cada día. Este esfuerzo nos mantiene alerta para las cosas de Dios y para todo aquello que puede hacer la vida más amable a los demás. Esa lucha interior da al alma una peculiar juventud de espíritu. No cabe mayor juventud que la del que se sabe hijo de Dios y procura actuar en consecuencia.

Si alguna vez tuviéramos la desgracia de apartarnos de Dios, nos acordaríamos del hijo pródigo, y con la ayuda del Señor volveríamos de nuevo a Dios con el corazón arrepentido. En el Cielo habría ese día una gran fiesta, y también en nuestra alma. Esto es lo que ocurre todos los días en pequeñas cosas. Así, con muchos actos de contrición, el alma está habitualmente con paz y serenidad.

Debemos fomentar siempre la alegría y el optimismo y rechazar la tristeza, que es estéril y deja el alma a merced de muchas tentaciones. Cuando se está alegre, se es estímulo para los demás; la tristeza, en cambio, oscurece el ambiente y hace daño.

III. Estar alegres es una forma de dar gracias a Dios por los innumerables dones que nos hace; la alegría es «el primer tributo que le debemos, la manera más sencilla y sincera de demostrar que tenemos conciencia de los dones de la naturaleza y de la gracia y que los agradecemos»11. Nuestro Padre Dios está contento con nosotros cuando nos ve felices y alegres con el gozo y la dicha verdaderos.

Con nuestra alegría hacemos mucho bien a nuestro alrededor, pues esa alegría lleva a los demás a Dios. Dar alegría será con frecuencia la mejor muestra de caridad para quienes están a nuestro lado. Fijémonos en los primeros cristianos. Su vida atraía por la paz y la alegría con que realizaban las pequeñas tareas de la vida ordinaria. «Familias que vivieron de Cristo y que dieron a conocer a Cristo. Pequeñas comunidades cristianas, que fueron como centros de irradiación del mensaje evangélico. Hogares iguales a los otros hogares de aquellos tiempos, pero animados de un espíritu nuevo que contagiaba a quienes los conocían y los trataban. Esos fueron los primeros cristianos, y eso hemos de ser los cristianos de hoy: sembradores de paz y alegría, de la paz y de la alegría que Jesús nos ha traído»12. Muchas personas pueden encontrar a Dios en nuestro optimismo, en la sonrisa habitual, en una actitud cordial. Esta muestra de caridad con los demás –la de esforzarnos por alejar en todo momento el malhumor y la tristeza y remover su causa– ha de manifestarse particularmente con los más cercanos. En concreto, Dios quiere que el hogar en el que vivimos sea un hogar alegre. Nunca un lugar oscuro y triste, lleno de tensiones por la incomprensión y el egoísmo.

Una casa cristiana debe ser alegre, porque la vida sobrenatural lleva a vivir esas virtudes (generosidad, cordialidad, espíritu de servicio...), a las que tan íntimamente está unida esta alegría. Un hogar cristiano da a conocer a Cristo de modo atrayente entre las familias y en la sociedad.

Debemos procurar también llevar esta alegría serena y amable a nuestro lugar de trabajo, a la calle, a las relaciones sociales. El mundo está triste e inquieto y tiene necesidad, ante todo, del gaudium cum pace13, de la paz y de la alegría que el Señor nos ha dejado. ¡Cuántos han encontrado el camino que lleva a Dios en la conducta cordial y sonriente de un buen cristiano! La alegría es una enorme ayuda en el apostolado, porque nos lleva a presentar el mensaje de Cristo de una forma amable y positiva, como hicieron los Apóstoles después de la Resurrección. Jesucristo debía manifestar siempre su infinita alegría interior. La necesitamos también para nosotros mismos, para crecer en la propia vida interior. Santo Tomás dice expresamente que «todo el que quiere progresar en la vida espiritual necesita tener alegría»14. La tristeza nos deja sin fuerzas; es como el barro pegado a las botas del caminante que, además de mancharlo, le impide caminar.

Esta alegría interior es también el estado de ánimo necesario para el perfecto cumplimiento de nuestras obligaciones. Y «cuanto más elevadas sean estas, tanto más habrá de elevarse nuestra alegría»15. Cuanto mayor sea nuestra responsabilidad (sacerdotes, padres, superiores, maestros...), mayor también nuestra obligación de tener paz y alegría para darla a los demás, mayor la urgencia de recuperarla si se hubiera enturbiado.

Pensemos en la alegría de la Santísima Virgen. Ella está «abierta sin reservas a la alegría de la Resurrección (...). Ella recapitula todas las alegrías, vive la perfecta alegría prometida a la Iglesia: Mater plena sanctae laetitiae, y, con toda razón, sus hijos en la tierra, volviendo los ojos hacia la madre de la esperanza y madre de la gracia, la invocan como causa de su alegría: Causa nostrae laetitiae»16.

1 Antífona de entrada en la Misa. — 2 Ef 2, 6. — 3 San Agustín, Sermón 252. — 4 Jn 16, 22. — Mt 28, 8-9. — 6 Sal 99, 2. — 7 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 72. — 8 Jn 16, 22. — 9 Hech 5, 40. — 10 Cfr. Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, pp. 1125-1126. — 11 P. A. Reggio, Espíritu sobrenatural y buen humor, Rialp, Madrid 1966, p. 12. — 12 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 30. — 13 Misal Romano, Preparación de la Santa Misa, Formula intentionis. — 14 Santo Tomás, Comentario a la Carta a los Filipenses, 4, 1. — 15 P. A. Reggio, o. c., p. 24. — 16 Pablo VI, Exhor. Apost. Gaudete in Domino, 9-V-1975, IV.

domingo, 24 de abril de 2011

¡ALELUYA , ALELUYA!
















Mañana del domingo
Los cristianos de rito ruso y otros de ritos orientales cuando se encuentran por pascua se saludan con la tradicional expresión: "El Señor ha resucitado", a lo que se responde: "Verdaderamente ha resucitado". Ciertamente es un saludo mucho más expresivo que nuestro banal "Felices pascuas". Es en la liturgia donde encontramos las expresiones adecuadas para manifestar el gozo de la pascua. La respuesta al salmo invitatorio del oficio de lecturas corresponde al saludo ruso: "Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya".

Con el correr del tiempo se han desarrollado costumbres de todas clases en torno a las fiestas religiosas, especialmente navidad y pascua. Una costumbre irlandesa merece especial consideración". Se trata de una práctica que tiene lugar especialmente en ambientes rurales, donde la gente madruga en la mañana de pascua para ver la "danza" del sol. Creo que esta idea y la costumbre correspondiente puede tener una interpretación cristiana como, por ejemplo, que la creación entera comparte el gozo de la resurrección. Así lo expone san Pablo: "La creación está aguardando ser liberada como nosotros de la esclavitud de la decadencia para gozar la misma libertad y gloria que los hijos de Dios" (cf Rom 8,19-23). La redención ganada por Cristo se extiende por todo el universo.

La misa. A plena luz del día, la Iglesia se reúne por segunda vez para celebrar la eucaristía pascual. El cirio está encendido sobre su candelero elevado. El presbiterio adornado con flores. Las vestiduras son blancas para simbolizar la alegría, y la antífona de entrada comienza con gozosas palabras: "He resucitado y aún estoy contigo, has puesto sobre mí tu mano: tu sabiduría ha sido maravillosa, aleluya". ¡Con cuánta habilidad la Iglesia se sirve de los salmos para expresar tanto los dolores como el gozo de Cristo! Aquí es el mismo Cristo quien habla dirigiéndose al Padre. Ha resucitado, ha vuelto ya al Padre. Este es el verdadero grito de la victoria del Cristo total, cabeza y miembros. Como bien dice una de las oraciones de la vigilia pascual, los que han caído son levantados, lo viejo se renueva y todo es llevado a perfección 5.

La oración colecta de la misa pide una renovación de nuestra vida moral en consonancia con el misterio de la resurrección: "Concede a los que celebramos la solemnidad de la resurrección de Jesucristo ser renovados por tu Espíritu, para resucitar en el reino de la luz y de la vida".

En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles (10,34.37-43), san Pedro nos dirige la palabra dando testimonio de la resurrección de Jesús. Su discurso da un resumen de la vida pública de nuestro Señor, comenzando por su bautismo de manos de Juan. Todos los acontecimientos de esa vida demuestran tener poder salvífico y culminan en la muerte y resurrección.

La realidad de la resurrección se afirma rotundamente no sólo por la declaración: "Dios lo resucitó al tercer día", sino también por la afirmación de que después de la resurrección los apóstoles habían "comido y bebido" con él. San Pedro, el jefe de los apóstoles, da testimonio de todo ello. Habla como testigo presencial, pero también desde la experiencia de su fe personal iluminada por el Espíritu Santo. Este testimonio apostólico es importante para nuestra propia aceptación de la fe. El discurso de Pedro no es solamente una narración de lo que aconteció en la vida de Cristo; es también una profesión de fe, una proclamación de la creencia cristiana.

Esta lectura contiene además otro mensaje: la salvación que Cristo nos conquistó tiene una finalidad universal. "Quien cree en él, recibe la remisión de los pecados por su nombre". A través de la fe todos los hombres tienen acceso al poder salvífico de su muerte y resurrección.

En la segunda lectura, san Pablo se dirige a los cristianos de Colosas (Col 3,1-4) exhortándolos a vivir según el estado adquirido recientemente. La resurrección de los cuerpos y la gloria que nos está reservada sigue siendo objeto de esperanza; pero por nuestra unión íntima con Cristo disfrutamos con anticipación el gozo de la herencia futura.

Mientras peregrinamos en la tierra hemos de buscar siempre al Señor, porque él es nuestra vida: "Deleitaos en lo de arriba, no en las cosas de la tierra". Pero no es que san Pablo nos sugiera negligencia en las tareas humanas o en la atención a las personas con quienes vivimos. Eso sería una espiritualidad falsa. Hemos de vivir completamente comprometidos en la vida de este mundo sin quedar sumergidos o cautivados por él. Debemos tener presente que nuestro destino último no está aquí, en el mundo material, sino "oculto con Cristo en Dios", y que esperamos su venida y manifestación para que nuestras vidas reales puedan ser manifestadas.

El leccionario presenta otra lectura alternativa tomada de la primera carta de san Pablo a los Corintios (5,7-8); en ella los exhorta a vivir en "sinceridad y verdad", puesto que Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado.

La secuencia victimae paschali es una composición medieval que resume el misterio de la redención en forma poética. Cuando se canta con la melodía gregoriana, contagia del alborozo del primer domingo de pascua. Se presenta en forma de un apresurado diálogo entre nosotros y María Magdalena. María da testimonio de lo que ha visto; y nosotros, creyentes y discípulos, damos también nuestro propio testimonio: "Sabemos que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos". (Es de notar cómo el tema de combate victorioso, tan grato a los padres de la Iglesia, aparece de nuevo en la secuencia.)

El evangelio está tomado de san Juan (20,1-9). Una vez más encontramos a María Magdalena, que llega a la tumba "muy de mañana el primer día de la semana" y descubre que está vacía. De momento queda consternada. Luego corre a comunicarlo a los dos discípulos, los cuales, al oírlo, rivalizan corriendo hacia la tumba para llegar el primero. Llega antes Juan, pero permite a Pedro que pase delante.

"Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó". Este ver y creer constituye el clímax del evangelio. La proclamación del evangelio de pascua tiende a suscitar en cada una de las asambleas litúrgicas la misma respuesta de fe. Esta fe se apoya en el testimonio de los apóstoles y en las Escrituras inspiradas, que revelan el plan de Dios.

La celebración de este día debería hacernos más conscientes del carácter pascual de toda misa. La aclamación a la que estamos tan acostumbrados adquiere nueva profundidad y significado en el tiempo pascual: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección; ven, Señor Jesús", es particularmente adecuada para el día de hoy y hace eco al prefacio de pascua: "Muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida". En el mismo prefacio se describe a Cristo como "el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo", palabras que anticipan las que dice el sacerdote antes de la comunión: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo".

Nuestra participación en el sacrificio y sacramento de la misa nos capacita para vivir más auténtica y efectivamente el misterio que se inició en nosotros con el bautismo. En palabras de J. M. Tillard: "Por su conversión de corazón y su arrepentimiento, (el cristiano) entra en la muerte de Jesús; por la nueva calidad de obras y de vida, entra en su resurrección. Es la ley pascual del misterio cristiano".

Finalmente, hay una nota escatológica que se pone de especial relieve en la liturgia de pascua y que nunca está ausente de cualquier celebración eucarística: cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas (1 Cor 11,26). En la oración que sigue a la consagración (anamnesis) no sólo conmemoramos misterios pasados, sino que también consideramos la venida del Señor en su gloria. La liturgia de este día imprime en nuestras mentes algo que ya sabemos, que la eucaristía es prenda de vida eterna, de nuestra futura resurrección. El sagrado banquete de la eucaristía nos hace pregustar la eterna fiesta pascual: "¡Dichosos los llamados a esta cena!", es decir, "a la fiesta de las bodas del Cordero" (Ap 19,9).

Con esta nota de gozosa expectación, la oración poscomunión resume nuestras esperanzas y peticiones: "Protege, Señor, a tu Iglesia con amor paternal, para que, renovada por los sacramentos pascuales, llegue a la gloria de la resurrección".

La solemne bendición, que puede usarse en el tiempo pascual, dirige también nuestros pensamientos hacia la gloria futura: "Ya que por la redención de Cristo recibisteis el don de la libertad verdadera, por su bondad recibáis también la herencia eterna... Y pues confesando la fe habéis resucitado con Cristo en el bautismo, por vuestras buenas obras merezcáis ser admitidos en la patria del cielo".

Domingo por la tarde

La tarde del domingo de pascua está llena de sugerencias para nosotros. En primer lugar nos recuerda la aparición del Señor a dos discípulos por el camino de Emaús, que nos relata san Lucas (24,13-35). Los dos hombres van caminando abatidos y no reconocen al forastero que se une a ellos en el camino. Van discutiendo acerca de lo que acaba de suceder. Jesús reprende su falta de fe, y luego les explica cómo todo aquello estaba previsto en las Escrituras. Cuando llegan a la posada invitan al forastero a cenar y quedarse con ellos durante la noche. Luego, mientras comían, sus ojos se abrieron y "lo reconocieron al partir el pan".

Si se celebra misa el día de pascua por la tarde, debe leerse el evangelio de Lucas que narra este hecho 6. Es lo más apropiado para esta tarde. Aunque no figure en la liturgia, no deberíamos omitirlo en nuestra lectura bíblica.

"Quédate con nosotros, Señor, que anochece". La Iglesia hace suya esta apremiante invitación. Es una llamada al Señor para que permanezca con su pueblo y proteja a su comunidad. Es un grito que se oye con frecuencia durante la liturgia del tiempo pascual 7.

Con las segundas vísperas del domingo de pascua se cierra el triduo pascual. Esta oración de alabanza, acción de gracias y petición cierra, en ambiente de recogimiento, las celebraciones del día. Con los salmos, el cántico del Apocalipsis y el Magnificat, la Iglesia expresa su acción de gracias por la redención.

La tradición cristiana asocia a los nuevos bautizados con esta acción vespertina. La ceremonia incluía una procesión al baptisterio en donde, la noche precedente, aquellos nuevos cristianos habían recibido las aguas del nuevo nacimiento. Allí cantaban algunos salmos y el Magnifrcat, conmemorando agradecidos el sacramento que habían recibido. Visitaban también la capilla en que habían sido confirmados. Esta especial oración vespertina de pascua tuvo origen en Roma entre los siglos v y vi; de allí se propagó a otras partes de Europa, conservándose acá y allá hasta nuestros días. Atraía de tal manera la devoción popular que solía llamarse el "Oficio glorioso" (Officium gloriosum).

En esta misma tarde, el primer día de la semana, Jesús se apareció también a sus discípulos reunidos en la sala de arriba en Jerusalén. El evangelio que nos relata este hecho es de san Juan (20,19-31). Se lee en la misa del segundo domingo de pascua; pero en el día mismo de resurrección se recuerda este maravilloso acontecimiento dentro de la oración de la tarde. La antífona del Magnificat dice: "Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: `Paz a vosotros'. Aleluya".

Con esta nota de paz termina el domingo de pascua. La celebración termina; sin embargo, continúa, en una atmósfera de quietud y recogimiento, a nivel personal. Junto a la celebración pública y litúrgica está la "fiesta íntima" del corazón.

La paz es el principal don de Cristo a sus discípulos y a nosotros en este día. Por su misterio pascual ha restablecido la paz entre Dios y el hombre. El mismo es nuestra paz, y esta paz produce gozo inmenso. Bien podemos exclamar con los discípulos: "Hemos visto al Señor y estamos alegres".

Vincent Ryan
Cuaresma-Semana Santa
Paulinas.Madrid-1986
5. La oración que sigue a la séptima lectura.
6. Este evangelio se lee también el tercer domingo de Pascua en el ciclo A.

7. Por ejemplo, versículo y responsorio para la "hora intermedia" y antífona para el Magnificat de primeras vísperas del domingo de la tercera semana. La oración para el lunes de la cuarta semana durante el año es como sigue: "Quédate con nosotros, Señor Jesús, porque anochece; sé nuestro compañero de camino, levanta nuestros corazones, reanima nuestra débil esperanza; así, nosotros, junto con nuestros hermanos, podremos reconocerte en las escrituras y en la fracción del pan".

LA NOTICIA MÁS HUMANA
DEL CRISTIANISMO
Karl Rahner

Pascua: un misterio

Es difícil, con palabras humanas usuales, ser justo con el misterio de alegría de los días pascuales. No únicamente porque todos los misterios del evangelio, sólo con dificultad, penetran en lo angosto de nuestro ser, sino también porque con más dificultad aún los expresa nuestra palabra. El mensaje de pascua es la noticia más humana del cristianismo. Por eso la entendemos dificilísimamente. Pues lo más verdadero, lo más próximo, lo más fácil es lo más difícil de ser, de hacer y de creer.

Nosotros, hombres de hoy, vivimos con el prejuicio latente —y por eso tanto más obvio— de que lo religioso es propio sólo del corazón más profundo y del espíritu más sublime, algo que tenemos que hacer nosotros solos y por nosotros mismos, y que, por lo tanto, tiene la dificultad y la irrealidad de los pensamientos y de los anhelos del corazón. Pero pascua nos dice, sin embargo, que Dios ha hecho algo. Él mismo. Y su obra no se ha limitado a tocar ligeramente el corazón de un hombre, para que se estremeciera dulcemente por lo inefable y sin nombre. Dios ha resucitado a su Hijo. Dios ha vivificado la carne. Ha vencido la muerte. Él ha hecho algo y ha vencido no sólo en la interioridad del sentimiento, sino allí donde, a pesar de todas las excelencias del espíritu, somos realmente nosotros mismos, en la realidad de la tierra, lejos de todo lo meramente ideológico e intencional, allí, donde experimentamos lo que somos: hijos de la tierra que mueren. Somos hijos de la tierra, nuestra vida es nacimiento y muerte, cuerpo y tierra, pan y vino; la tierra es nuestra patria.

Ciertamente, con todo esto, a fin de que sea válido y hermoso, como una esencia misteriosa, tiene que estar mezclado el espíritu, el espíritu fino, delicado, el espíritu que ve, que mira hacia lo infinito, y el alma que hace todo vivo y ligero. Pero el espíritu y el alma tienen que darse allí donde estamos nosotros, sobre la tierra, y en el cuerpo, como eterno brillo de lo terreno, no como un peregrino que, incomprendido y extraño, anda por el tablado del mundo como una breve aparición. Somos demasiado hijos de esta tierra, para que querramos expatriarnos un día definitivamente. Y si tiene que dársenos el cielo, para que la tierra sea soportable, entonces debe acercarse y quedarse como luz bienaventurada sobre esta tierra y brotar de su oscuro seno.

Pertenecemos a la tierra

Pero, si no podemos ser infieles a la tierra —no por capricho o por despotismo, que no convendrían a los hijos de la humilde madre tierra, sino porque tenemos que ser lo que somos—, estamos, sin embargo, al mismo tiempo, enfermos de un dolor oculto que hiere mortalmente lo más íntimo de nuestro ser terreno. La misma tierra, nuestra madre, está afligida. Gime bajo la caducidad. Sus más alegres fiestas parecen el comienzo de unos funerales, y al oír su risa, temblamos, no vaya a ser que en el próximo instante llore bajo una carcajada.

Da a luz niños que mueren, que son demasiado débiles para vivir siempre y que tienen demasiado espíritu para poder renunciar modestamente a la alegría eterna, porque, de manera distinta a los demás animales, contemplan ya el fin, antes de que exista, y no se les ahorrará compasivamente la experiencia del fin. La tierra da a luz niños de gran corazón, y lo que les da es demasiado hermoso para que ellos lo menosprecien, y es demasiado pobre, para hacerlos ricos. Y porque en la tierra se da esta contradicción entre la gran promesa que no llega y el don mezquino que no contenta, por eso ella será el fecundo campo de las culpas de sus hijos, que pretenden arrancarle más de lo que puede dar.

La tierra madre desgraciada

Es posible que se queje de que ha llegado a ser tan ambivalente sólo por la culpa original del primer hombre, de Adán. Pero la situación es la misma: la tierra es ahora la madre desgraciada; demasiado viva y demasiado hermosa para que pueda alejar de sí a sus hijos, a fin de que conquisten para ellos otro mundo, la nueva patria de la vida eterna, demasiado pobre para colmar su deseo. Y las más de las veces no lleva a una de las dos cosas, porque siempre es ambas cosas: vida y muerte. Y la turbia mezcla que nos ofrece de vida y de muerte, de aplausos y de querellas, de hecho creador y de esclavitud permanente es nuestra vida de cada día.

De esta manera estamos sobre la tierra, la patria eterna; y, sin embargo, no es suficiente. La aventura de emigrar de lo terreno no es posible, no por cobardía, sino por fidelidad que exige nuestro propio ser. ¿Qué debemos hacer? ¡Oír el mensaje de la resurrección del Señor! Cristo, el Señor, ¿ha resucitado o no de entre los muertos? Creemos en su resurrección y confesamos: ¡Ha muerto, descendió a los infiernos y resucitó al tercer dia! Pero ¿qué significa eso, y por qué es un motivo de felicidad para los hijos de la tierra?

¡Cristo ha muerto!

Él, el Hijo del Padre, murió, Él que es Hijo del hombre. Él, que es la eterna plenitud de la divinidad, que no necesita nada, ilimitado y bienaventurado, como Palabra del Padre antes de todos los tiempos, y que como hijo de su bendita madre, es, al mismo tiempo, el Hijo de esta tierra. Él, que es a la vez el Hijo de la plenitud de Dios y el hijo de la indigencia de la tierra, ha muerto. Pero muerto no quiere decir (como creemos nosotros en un sentido nada cristiano y espiritualista de cortas miras), que su espíritu, su alma, la vasija de la divinidad, se ha arrancado del mundo y de la tierra, que ha huido en alguna manera a la gloria de Dios más allá de todo el mundo, porque el vínculo corporal que le ataba a la tierra, se había roto al morir, y porque la tierra asesina había demostrado que el Hijo de la luz eterna no podía encontrar una patria en su oscuridad.

Murió, decimos, y añadimos en seguida: Descendió al reino de los muertos y resucitó; y con ello la afirmación de que «murió» recibe otro sentido completamente distinto de aquel de huida del mundo que estamos tentados de aplicar a la muerte. Jesús mismo dijo que Él descendería al corazón de la tierra (Mt 12, 40), donde todo es uno y donde se asienta la muerte y la esterilidad. Hasta allí se abrió paso en la muerte; se dejó —santa argucia de la vida eterna— vencer por la muerte para que ésta le sumergiera hasta lo más íntimo del mundo, para que, descendiendo al seno mismo y a la única raíz del mundo, instaurase en ella para siempre su vida divina. Porque murió, le pertenece con toda justicia esta tierra. Pues cuando el cuerpo de un hombre queda tendido en las entrañas de la tierra, el hombre —nosotros decimos el alma—, aunque en la muerte se haga inmediatamente divino, participa de la unidad definitiva de aquel misterioso y único fundamento, en el cual están unidas todas las cosas espacio-temporales. A lo más profundo descendió el Señor en la muerte.

¡Cristo ha resucitado!

Ahora reina Él, y reina allí, no la esterilidad y la muerte. En la muerte se ha convertido en corazón del mundo terreno, corazón divino en el centro del mundo, donde éste, incluso más allá de su desarrollo en el espacio y en el tiempo, hinca su raíz en la omnipotencia de Dios. De este corazón único de todas las cosas terrenas, en el cual ya no se distinguían la unidad plena y la pobreza absoluta, del cual brota todo su destino, ha resucitado. Ha resucitado no para marcharse, no para que los dolores de la muerte, que de nuevo le engendran, le regalen la vida y la luz de Dios de tal manera que deje tras sí la tierra vacía y sin esperanza. Ha resucitado en su cuerpo. Esto quiere decir: ha comenzado a transformar este mundo. Ha rescatado el mundo para la eternidad, ha nacido de nuevo como hijo de la tierra, pero ahora es el glorioso, el ilimitado, el liberado de la tierra, que queda redimida para siempre de la muerte y de la esterilidad. Ha resucitado, no para mostrar que abandona definitivamente la tierra, sino para probar que esta tumba de los muertos —el cuerpo y la tierra— se ha transformado definitivamente en la casa gloriosa, inmensa del Dios vivo y del alma del Hijo llena de Dios. No ha resucitado para ser arrancado de la tierra. Pues Él posee ya definitiva y gloriosamente el cuerpo, que es una parte de la tierra, una parte que siempre le pertenece como parte de su realidad y de su destino. Ha resucitado para revelar que por su muerte queda implantada la vida eterna libre y feliz en la estrechez y el dolor de la tierra, y en medio de sus corazones.

¡Todo se ha renovado!

Lo que llamamos su resurrección y consideramos irreflexivamente como su destino privado, es sólo el primer síntoma real de que, más allá de lo que llamamos experiencia (a la que nosotros damos tanta importancia), todo ha llegado a ser distinto, con la verdadera y decisiva profundidad de todas las cosas. Su resurrección es como la primera erupción de un volcán, que muestra que en el interior del mundo ya arde el fuego de Dios, que lo llevará todo a la bienaventurada incandescencia. Ha resucitado para demostrar que ha comenzado ya. Ya se levantan desde el corazón mismo de la tierra, en el que penetró muriendo, las nuevas fuerzas de una tierra gloriosa, ya están vencidos en lo más profundo de toda realidad el pecado, la esterilidad y la muerte, y no falta mucho tiempo, sólo lo que nosotros llamamos historia después de Cristo, para que toda la realidad, y no sólo el cuerpo de Jesús, refleje lo que realmente ha sucedido. Y porque no comenzó Cristo a salvar y glorificar el mundo por la superficie, sino por la raíz más íntima, creemos nosotros, seres superficiales, que no ha sucedido nada. Porque el agua del dolor y de la culpa todavía corre aquí donde estamos, nos imaginamos que sus fuentes, en lo profundo, no están todavía agotadas. Porque la maldad dibuja todavía nuevas ruinas en el rostro de la tierra, concluimos que en lo más profundo del corazón de la realidad ha muerto el amor. Pero todo no es sino apariencia, apariencia que tenemos por realidad de la vida.

Ha resucitado porque en la muerte ha conquistado para siempre el centro más íntimo de todo lo terreno y lo ha salvado. Y resucitando lo ha conservado. Y de esa manera Él permanece aquí. Guando le confesamos como subido a los cielos es sólo una manera de decir que nos retira por un tiempo la evidencia de su gloriosa humanidad, y sobre todo que no se da ya abismo alguno entre Dios y el mundo. Cristo está ya en medio de todas las cosas miserables de esta tierra, que no podemos abandonar porque es nuestra madre. Él está en la esperanza anónima de toda criatura que, sin saberlo, aguarda la participación en la glorificación de su cuerpo. Él está en la historia de la tierra, cuya ciega marcha a través de todas las victorias y caídas, dirige hacia su día con temible precisión; hacia aquel día en el que su gloria, transformándolo todo, emergerá desde sus propias profundidades.

Él está en todas las lágrimas y en toda muerte como júbilo oculto y vida que vence mientras aparenta morir. Él está en el mendigo a quien damos limosna, está como misteriosa riqueza que le caerá en suerte al que socorre. Él está en las mezquinas derrotas de sus siervos, como victoria que es sólo de Dios. Él está en nuestra impotencia como potencia que se puede permitir aparecer como débil, porque es invencible. Él está aun en medio del pecado, como misericordia, paciente hasta el fin, del amor eterno. Él está ahí como ley misteriosa y esencia íntima de todas las cosas que todavía triunfa y se impone cuando todos los órdenes parecen deshacerse. Está entre nosotros como la luz del día, como el aire, que no notamos, como ley misteriosa de un movimiento que no comprendemos, porque la parte de ese movimiento, que nosotros mismos vivimos, es demasiado corta para que podamos llegar a comprobar su fórmula.

Pero Él está ahí, como corazón de este mundo terreno y sello misterioso de su eterna validez. Por eso podemos y debemos nosotros, hijos de esta tierra, amarle. Incluso cuando nos atormenta el temor a la miseria y a la muerte. Pues desde que Él ha entrado en ésta para siempre, por su muerte y resurrección, la desgracia se ha convertido en algo provisional y en mera prueba de nuestra fe en el más íntimo misterio, que es el resucitado. Que éste es el sentido misterioso de su miseria, no es una experiencia nuestra. Realmente no. Pero nuestra fe se opone a toda experiencia. La fe que puede amar la tierra porque ella es el «cuerpo» del resucitado o lo será. Por eso no debemos dejarla: la vida de Dios habita en ella. Si buscamos al Dios de la infinitud (¿cómo podíamos abandonarlo?) y a la tierra confiada a nosotros, tal como es y tal como debe ser, para convertirse en nuestra eterna patria libre, los hallaremos por el mismo camino: en la resurrección del Señor. En ella ha mostrado Dios que Él ha redimido la tierra para siempre. Caro cardo salutis, la carne es el quicio de la salvación, ha dicho un padre de la Iglesia.

El más allá de todo pecado y de la muerte no está lejos, ha descendido y vive en lo más profundo de nuestra carne. La más sublime religiosidad de la huida del mundo no llegaría a hacer bajar de la lejanía de su eternidad al Dios de nuestra vida y de la salvación de esta tierra, ni llegaría tampoco hasta Él en su más allá. Pero Él mismo ha venido a nosotros. Y ha transformado lo que somos y lo que siempre queremos considerar como el turbio resto terreno de nuestra espiritualidad: la carne. Desde entonces, la madre tierra da a luz sólo a hijos que serán transformados. Pues la resurrección de Jesucristo es el comienzo de la resurrección de toda carne.

Una cosa falta: que su obra, su resurrección, que no podemos ignorar, se convierta en la felicidad de nuestra existencia. Tienen que hacer saltar la tumba de nuestro corazón. Tiene que resucitar del centro de nuestro ser también, donde está como fuerza y promesa. Ahí Él está todavía en camino. Ahí es todavía sábado santo, hasta el último día, que será la pascua completa de todo el cosmos. Y esta resurrección acontece en la libertad de nuestra fe, pero es también su obra. Obra suya que sucede como nuestra: como obra de la fe amante, que nos incorpora a la colosal marcha de toda realidad terrena hacia su propia gloria, que ha comenzado ya en la resurrección de Cristo.

"El Año litúrgico"
Editorial Herder
QUÉ SIGNIFICA LA RESURRECCIÓN

La palabra "resurrección" es una metáfora tomada del sueño y quiere decir, literalmente, volver a levantarse. Por eso nosotros podemos llegar a pensar que Jesús, resucitado, volvió a la vida lo mismo que Lázaro. Pero los apóstoles entendieron la resurrección de Jesús de otra manera. En el supuesto de que alguien vuelva a esta vida, habrá que decir que no murió de verdad, o, al menos, que no murió de una vez por todas sin tener que volver a morir. Los apóstoles, en cambio, confesaron unánimemente que Jesús murió y fue sepultado, y resucitó al tercer día de entre los muertos para no volver a morir nunca jamás.

La resurrección de Jesús fue para los apóstoles un paso hacia adelante y no un regreso; más aún, ni siquiera la entendieron como una continuación sin límites de la vida presente. Fue para ellos una viva superación de la muerte y del reino de la necesidad, para entrar en el reino de la libertad.

Jesús, resucitando, fue "más allá", no en sentido espacial (a otro sitio), sino en sentido cualitativo: comenzó a vivir de otra manera, esto es, en plenitud de vida. Los apóstoles no pudieron hablarnos de esta pascua de Jesús, de este paso, sin utilizar metáforas, pues no hallaron nada igual en el campo de nuestra experiencia objetiva.

La resurrección de Jesús significa también para los creyentes que Dios ha revisado su causa, y ha fallado en su favor, dándole la gloria que le corresponde. De modo que el ajusticiado por el sanedrín, el excomulgado por la sinagoga, y el ejecutado por los romanos fuera de la ciudad, aparece como el justo y aun como el juez de vivos y muertos. Dios ha santificado el nombre de Jesús para que todos los que creemos en su nombre -en su vida y en su misión- tengamos vida en abundancia.
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Creer en la resurrección es afirmar que alguien -y alguien de nuestra historia- está "lleno de vida". Para siempre. Creer que Cristo está vivo es plantear para cada hombre el sentido de la vida. Pero creer en la resurrección es aún más. Es experimentar ya en lo secreto de nuestro corazón que, en Cristo, hemos vencido a las fuerzas de la muerte, aun cuando sigan aprisionándonos.

Victoria para nosotros; sin duda, pero victoria también para el mundo, pues nuestra esperanza no es para uso privado, sino que es para el mundo. Cuando descubrimos con asombro que hemos sido despertados a la vida sin término, ese nuestro asombro es buena noticia para la tierra entera, nos convertimos en la conciencia viva de lo que ya le ha sido dado sin que la propia tierra se diese cuenta. El mundo aprende en nosotros que la muerte es "contra natura".

Y no es que liquidemos alegremente el lado trágico de la existencia. Al igual que el no creyente, nos vemos enfrentados al absurdo, abocados al sufrimiento y al vacío. Pero creemos humildemente que ya fluye en nosotros una sangre nueva. Afirmamos que, desde la mañana de Pascua, hemos nacido a una vida nueva: "¡El mundo antiguo ha pasado, y ha nacido un mundo nuevo!". Creer en la resurrección es apasionarse de la vida. Creer en Jesús es descubrir todo el amor a la vida que Jesús manifestó en sus palabras y obras. Es creer en el mundo y hacer lo posible para que el mundo alcance su fin. Creer en la resurrección es descubrir el poder de vida que Dios nos hace experimentar: nuestra vida no camina hacia su perdición. "Estad vivos, auténticamente vivos", dice Dios (Talec). Si creemos en la vida es porque hemos descubierto en la resurrección de Jesús que el secreto tenebroso del mundo es la palpitación de un corazón que ama: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único".

I/EXP-RSD: Esta confesión, este testimonio, lo hacemos juntos. Es significativo que las primeras experiencias del Resucitado ocurran siempre "en Iglesia", cuando los discípulos están reunidos. Si el Nuevo Testamento contiene manifestaciones individuales del Resucitado, las refiere siempre a la comunidad ("Id a decir a mis hermanos", "ella corrió a decirlo..."). La fe no está escondida en la intimidad de la conciencia personal, sino que es cosa de todo un Pueblo. Creemos juntos y experimentamos unos con otros, unos por otros, el secreto de la vida.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 136
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"La resurrección es un acontecimiento que concierne evidentemente, ante todo, al destino personal, singular, de Jesús. Pero es al mismo tiempo un misterio de salvación, un acontecimiento que lleva en sí, como en germen, la salvación de toda la humanidad... El "poder" que Dios desplegó para resucitar a su Hijo, lo pondrá por obra para con los hombres que son con Cristo 'un solo cuerpo'" (J. -CI. Brootcorne).

Nuestra existencia no camina hacia la muerte. Jesús es la prenda y la fuente de nuestra existencia eterna. Victoria de la vida, que no es empujada hacia un futuro ilusorio, porque es victoria para hoy. La "Pascua" que vivimos con Cristo nos hace pasar desde ahora a la verdadera vida, que es comunión con Dios. Desde la mañana de Pascua vivimos en régimen de resurrección, y "en esta existencia cotidiana que recibimos de tu gracia ha comenzado ya la vida eterna" (Pref, dom. ord. VI).

Id.Pág. 118