domingo, 1 de mayo de 2011










Biografía
Juan Pablo II fue el Papa 264° (263° Sucesor de Pedro).

Karol Józef Wojtyła, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, una pequeña ciudad a 50 kms. de Cracovia, el 18 de mayo de 1920.

Era el más pequeño de los tres hijos de Karol Wojtyła y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941. Su hermana Olga murió antes de que naciera él.

Fue bautizado por el sacerdote Franciszek Zak el 20 de junio de 1920 en la Iglesia parroquial de Wadowice; a los 9 años hizo la Primera Comunión, y a los 18 recibió la Confirmación. Terminados los estudios de enseñanza media en la escuela Marcin Wadowita de Wadowice, se matriculó en 1938 en la Universidad Jagellónica de Cracovia y en una escuela de teatro.

Cuando las fuerzas de ocupación nazi cerraron la Universidad, en 1939, el joven Karol tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química (Solvay), para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.

A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del "Teatro Rapsódico", también clandestino.

Tras la segunda guerra mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal en Cracovia el 1 de noviembre de 1946 de manos del Arzobispo Sapieha.Seguidamente fue enviado a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en 1948 en teología, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz (Doctrina de fide apud Sanctum Ioannem a Cruce). En aquel período aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda.


En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada "Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler". Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Etica Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin.

El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo titular de Olmi y Auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958 en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.

El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967, con el título de San Cesareo en Palatio, Diaconía elevada pro illa vice a título presbiteral.

Además de participar en el Concilio Vaticano II (1962-1965), con una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, el Cardenal Wojtyła tomó parte en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos anteriores a su pontificado.

Los cardenales reunidos en Cónclave le eligieron Papa el 16 de octubre de 1978. Tomó el nombre de Juan Pablo II y el 22 de octubre comenzó solemnemente su ministerio petrino como 263 sucesor del Apóstol Pedro. Su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia y ha durado casi 27 años.

Juan Pablo II ejerció su ministerio petrino con incansable espíritu misionero, dedicando todas sus energías, movido por la "sollicitudo omnium Ecclesiarum" y por la caridad abierta a toda la humanidad. Realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia, y 146 por el interior de este país. Además, como Obispo de Roma, visitó 317 de las 333 parroquias romanas.

Entre sus documentos principales se incluyen: 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas.Publicó también cinco libros como doctor privado: "Cruzando el umbral de la esperanza" (octubre de 1994);"Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal" (noviembre de 1996); "Tríptico romano - Meditaciones", libro de poesías (marzo de 2003); “¡Levantaos! ¡Vamos!” (mayo de 2004) y “Memoria e identidad” (febrero de 2005).
Realizó numerosas canonizaciones y beatificaciones para mostrar innumerables ejemplos de santidad de hoy, que sirvieran de estímulo a los hombres de nuestro tiempo: celebró 147 ceremonias de beatificación -en las que proclamó 1338 beatos- y 51 canonizaciones, con un total de 482 santos. Proclamó a santa Teresa del Niño Jesús Doctora de la Iglesia. Amplió notablemente el Colegio cardenalicio, creando 231 cardenales (más uno "in pectore", cuyo nombre no se hizo público antes de su muerte) en 9 consistorios. Además, convocó 6 reuniones plenarias del colegio cardenalicio.
Presidió 15 Asambleas del Sínodo de los obispos: 6 generales ordinarias (1980, 1983, 1987, 1990, 1994 y 2001), 1 general extraordinaria (1985) y 8 especiales (1980, 1991, 1994, 1995, 1997, 1998 (2) y 1999).

Más que todos sus predecesores se encontró con el pueblo de Dios y con los responsables de las naciones: más de 17.600.000 peregrinos participaron en las 1166 Audiencias Generales que se celebran los miércoles. Ese numero no incluye las otras audiencias especiales y las ceremonias religiosas [más de 8 millones de peregrinos durante el Gran Jubileo del año 2000] y los millones de fieles que el Papa encontró durante las visitas pastorales efectuadas en Italia y en el resto del mundo. Hay que recordar también las numerosas personalidades de gobierno con las que se entrevistó durante las 38 visitas oficiales y las 738 audiencias o encuentros con jefes de Estado y 246 audiencias y encuentros con Primeros Ministros.

Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005, a las 21.37, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de Pascua y domingo de la Misericordia Divina. Desde aquella noche hasta el 8 de abril, día en que se celebraron las exequias del difunto pontífice, más de tres millones de peregrinos rindieron homenaje a Juan Pablo II, haciendo incluso 24 horas de cola para poder acceder a la basílica de San Pedro.

Karol - El hombre que se convirtió en Papa
Con motivo de la canonización de Juan Pablo II el próximo día 1 de mayo, 13tv emitirá los próximos sábados 9, 16, 23 y 30 de abril un episodio de la serie, finalizando la misma un día antes del comienzo del proceso de santificación del Papa polaco. Los seguidores de “este hombre de bien” se adentraran en la historia del siglo XX de manos de una de las personalidades que han marcado la historia reciente de la Iglesia Católica. Poeta, obrero y filósofo antes de entrar al sacerdocio, la vida de Karol Wojtyla fue sacudida por constante pérdidas y desilusiones. Con la fe como único camino en el cual apoyarse, el que sería uno de los Papas más queridos y admirados de la historia, comenzó una vida llena de sacrificios y esfuerzos para acercar el mensaje de Dios a la sociedad: "Amemos al hombre, a cada hombre, mujer y a cada niño, porque son parte de la humanidad que amamos".

Protagonizado por Piotr Adamczyk, “están todos chiflados si pretenden hacer una película sobre mí”, le espetó el Pontifice en una ocasión al saludar al conocido actor polaco, y dirigida por Giaccomo Battiato, la cinta es un ejemplo de cómo conseguir un producto de gran calidad sin perder el aroma del cine de autor. Junto a una genial banda sonora, el resto del reparto y equipo técnico hacen de esta serie uno de los documentos más relevantes de uno de los hombres más importantes e influyentes del pasado siglo XX.

“Retratar la vida de un hombre ordinario ya es suficientemente difícil. Una vida nunca es sólo una película, son muchas películas. Imagínense cuanto más difícil es interpretar la vida de uno de los hombres más grandes del siglo XX” (Giacomo Battiato)

“El Papa no es tan presumido de dar o no dar autorizaciones. Un autor es libre de entregar su propia interpretación. La asesoría del Vaticano vino por el lado histórico. No recibí ninguna sola restricción” (Giacomo Battiato)

“Simplemente imperdible. Un gran logro de Giacomo Battiato quien, en tan sólo 3 horas, logar contar la historia de Karol Wojtyla desde sus años de juventud, hasta su elección como Pontífice” (www.bazuka.com)

El domingo, tal y como viene siendo habitual en la programación de 13tv, también habrá cine de calidad para todos los gustos. Por un lado, a partir de las 18:00 horas, tendrá comienzo el programa ‘Nuestro cine español’. Dirigido por José Luís Uribarri el programa de esta semana emite el film ‘La chica del trébol’. Protagonizada por Rocío Dúrcal, cuenta la historia de una joven de origen humilde y las desventuras por las que tendrá que pasar al enamorarse de un chico perteneciente a la alta sociedad madrileña.

Tras la emisión de la película habrá un coloquio dirigido por el propio Uribarri y en el que estará Junior, viudo de la cantante y actriz. Además de adentrarse y comentar todas las anécdotas que rodearon el rodaje de esta película, harán un completo repaso a lo que fue la vida de la gran cantante y actriz Rocío Dúrcal.

A las 21:45 horas llega el espacio ‘Cine con mayúsculas’. Dirigido y presentado por Juana Samanes, ofrecerán esta semana la película ‘El tren de la vida’. Película de origen francés pero dirigida y realizada por el director rumano Radu Mihaileanu, muy conocido por su película ‘El concierto’, esta maravillosa cinta cuenta la historia de un grupo de judíos que en albores de la II Guerra Mundial tienen que hacerse pasar por soldados nazis para poder salvar sus vidas.

Ganadora de varios premios de prestigio – en Venecia ganó el Premio a la mejor ópera prima-, la película recupera el espíritu de esa otro gran film que es ‘La vida es bella’.

"La locomotora argumental de la película es preciosa" (Carlos Marañón: Cinemanía)

"Perfecto equilibrio entre comedia y tragedia" (Esteve Riambau: Fotogramas)
Con motivo de la beatificación de Juan Pablo II, publicamos este artículo,

quizás todavía más actual que en el momento en que se escribió.

Hace ahora veinticinco años que Karol Wojtyla se convirtió en Juan Pablo II. El mundo ha dado muchas vueltas en ese tiempo, ha vivido alegrías desbordantes –bastaría recordar la caída del muro de Berlín y de los regímenes comunistas- y muchos momentos duros: hambre, marginación, guerras, xenofobias, y un largo etcétera en el que se entremezclarían la cotidianeidad y lo extraordinario, el dolor y la esperanza, la alegría y el llanto.

Es justo decir que nada de todo eso ha sido ajeno a Juan Pablo II, ni siquiera se podría afirmar que le ha pasado rozando. Fiel a aquella idea de que el hombre es el camino de la Iglesia, perseverante y tenaz para colocar a la persona por encima de todo, se ha sorbido todos los dolores de esta humanidad nuestra, ha vibrado con sus logros, ha ensanchado su corazón con sus alegrías. Y no le ha faltado verter su sangre por sus convicciones. Aquel 13 de mayo de 1981 cuando caía abatido por unas balas y, ahora, cuando parece que le escapa la vida a chorros mientras mantiene su servicio petrino a Dios y a la persona. El Pontífice actual no es un hombre de medias tintas, parece que se ha propuesto morir trabajando, no soslaya los problemas ni las inquietudes, sino que se cuela con fuerza en ellos para ofrecer soluciones.

Siendo experto en humanidad, emplea la suya para conducir el mundo hacia Dios, mientras ama ese mundo con todas sus vicisitudes, sin angelismos ignorantes del acontecer diario de tejas abajo. Debajo de esas tejas, recoge al hombre para alzarlo hasta Dios con todo el bagaje de su vivir diario: con sus inquietudes y sus esperanzas, con sus logros y fracasos, con su fatiga y su descanso, con su grandeza y su miseria.

El servicio que Dios le ha pedido no conoce parones ni descansos, no finaliza en la jubilación, no busca la imagen que vende no sé qué. Quizá algunos más sensibles se ven heridos porque ya no anda apenas, porque lee penosa y poco inteligiblemente a veces, por el tremolar de sus manos dolientes, por aquel rostro tan expresivo que la enfermedad acartonó. A mí también me duele esa imagen, pero no exijo su retirada; al contrario, me conmueve y me convierte. Es el abuelo del mundo que –como otro Cristo, como Vicecristo que es- se ha subido a la Cruz, como su Señor, por amor, porque nadie ama más que quien da la vida por sus amigos. Sí, porque somos sus amigos, sus hermanos, sus hijos y sus nietos, especialmente esa juventud de todo el globo que sintoniza con él como nadie, ésa de las pancartas de Cuatro Vientos: “Danos caña” y “Tú sí que eres galáctico”.

El Papa se ha subido a la Cruz para señalar el camino a todos, también a los que la rehúyen. Esa imagen doliente y entregada es el mejor antídoto contra el egoísmo, la soberbia, la banalidad que envuelve tantas vidas llenas de vacío.

Pero, además, resulta que ese abuelo del mundo es un poeta y un intelectual, y un obrero, y un artista, y un escritor y, sobre todo, un sacerdote. Ese abuelo es el mejor referente de la humanidad, aunque nos cueste seguirlo porque ha situado alto el listón: allí donde se desvanece la frivolidad y se encuentra a Dios, allá en la zona de la alegría es donde nos convoca, en el lugar feliz de la entrega. Quizá sea apasionado lo que escribo. De ningún modo he deseado hacerlo desde la frialdad. Pero no creo que haya nadie que pueda verlo falso. “Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón” (Camino, 573).
Por su permanente actualidad, publicamos este artículo escrito con motivo

del fallecimiento del Papa ahora beatificado.

En la Epístola a los Hebreos, se dice de Cristo que, “aun siendo Hijo, experimentó en su carne lo que cuesta obedecer”, es decir, cumplir la voluntad del Padre. De modo espontáneo ha venido esta idea a mi memoria, pensando en Juan Pablo II, porque el representante de Cristo en la tierra ha gozado de la misma oportunidad a lo largo de su vida: ha sido el hombre que no se bajó de la Cruz, el que ha experimentado en su propia carne lo que cuesta vivir con pasión el cumplimiento de la voluntad de Dios, sabiendo valorar el sufrimiento con una profundidad, alegría y serenidad asombrosos.

No ha tenido una vida fácil: huérfano prematuramente, perseguido por motivos religiosos, duros trabajos en la mina o en la clandestinidad del seminario, pérdidas de los seres más queridos, incomprensión y odio hasta el intento de ser asesinado, más incomprensión por no ceder a modas pasajeras y defender el depósito invariable de la fe, diversas y dolorosas enfermedades. A ese elenco incompleto, habría que añadir los sufrimientos con su pueblo por los martirios nazi y soviético. Ante este panorama, un observador fino podría pensar que ha sido un desgraciado. Pero todos sabemos que no fue así. Ha sido un atleta de Dios, trabajador incansable, que nunca pensó en sí mismo. Ha sido feliz en la Cruz.

“Símbolo de la fe –decía Juan Pablo II en Río de Janeiro-, la Cruz es también símbolo del sufrimiento que conduce a la gloria, de la pasión a la resurrección. Per crucem ad lucem, por la cruz, llegar a la luz: este proverbio, profundamente evangélico, nos dice que, vivida en su verdadero significado, la cruz del cristiano es siempre una Cruz pascual”. También queda bien plasmada la actitud del Papa hacia el dolor en estas palabras de San Josemaría: “El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese camino, porque Cristo mismo nos ayuda y con Él no cabe la tristeza. In laetitia, nulla dies sine cruce!, me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz”.

Así ha sido la vida de Juan Pablo II, cumpliendo al pie de la letra el designio divino sobre él –y, de modos diversos, sobre todos los cristianos- tan bella y realistamente expresado por San Pablo cuando dice a los corintios que no quiere desvirtuar la Cruz de Cristo, a quienes repite después, con santo orgullo, que predica a Cristo crucificado; o al dirigirse a los gálatas afirmando que está crucificado con Cristo, y que, de ese modo, “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”.

Nuestro mundo consumista y hedonista, el del carpe diem –aprovecha el tiempo, goza- es difícil que entienda la fuerza salvadora del dolor y del sufrimiento. Juan Pablo II lo ha entendido con Cristo, y se ha constituido en un ejemplo y un aliciente para volver a las fuentes de la salvación, de la alegría, de la realización personal, también en lo humano. Sin comprender la fuerza del amor abnegado, de la entrega doliente, de la fortaleza para la lucha o ante la adversidad, el hombre se torna vacío, con horizontes pequeños y egoístas. El Papa muerto, por el contrario, ha sido un gigante de amor a la humanidad entera, un entregado a la causa de Dios y del hombre, alguien que ha sentido –vuelvo a San Pablo- los padecimientos por todas las iglesias. Es difícil encontrar una vida más llena y más enamorada.



Pero a todas estas circunstancias duras de su vida, ha unido la del dolor físico durante muchos años. Aquel formidable atleta ha devenido en un hombre doliente que apenas podía moverse: aquel gran comunicador del gesto y de la palabra quedó acartonado y mudo. Los expertos en marketing lo daban por retirado, sin acertar a comprender aquello de que, como Cristo, no podía ni quería bajar de la Cruz. Y esa actitud conmovedora ha sido con toda seguridad la mayor sacudida en los corazones de muchos. No hay truco: la salvación que predica la Iglesia está en la Cruz; y este Papa ha tenido el gozo de poder mostrarlo de un modo emocionante.



El sufrimiento –decía en Salvifici doloris- es una llamada a mostrar la grandeza moral del hombre, su madurez espiritual, pero es también una invitación de la Providencia a acercarse más al Crucificado, a comprenderlo, a compartir su misterio. En Cristo, todo dolor tiene sentido, y el Papa que nos deja –además de otras muchísimas cosas- ha hecho gozosamente palpable, visible, que es así. Por eso no se bajó de la Cruz.

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