Página oficial de la Basílica de Ntra.
Sra. de los Desamparados
ESTA ES LA CASA DE DIOS | ||
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¡Salve tú eres de veras, el trono del rey! …"La Virgen María, que aquí en Valencia se venera con el dulce Juan Pablo II. (8-11-82) | ||
Este año se cumplen 400 desde que, en 1603, la imagen de la Mare de Déu dels Desamparats se depositara en su antigua capilla exterior de la Seo. Desde entonces, la casa de la Madre es el hogar de sus hijos, es el lugar de puertas abiertas, el corazón de la ciudad, donde se purifica y desde donde se impulsa la vida. Este templo es para nosotros un Memorial de la salvación en Cristo, el Hijo de María, la morada de Dios con los hombres. | ||
En la Casa de la Virgen se entra, ante todo, para dar | ||
Imagen primitiva de la Virgen completamente desprovista de aditamentos. Foto: Cabrelles Sigüenza |
Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6,
68
Sábado de la Cuarta semana
de Pascua
Hoy la Iglesia celebra : San Gregorio Ostiense, Santa Catalina de Bolonia
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San Cipriano : Pedir invocando el nombre de Jesús
Evangelio según San Juan
14,7-14.
Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya
desde ahora lo conocen y lo han visto". Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al
Padre y eso nos basta". Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy
con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre.
¿Como dices: 'Muéstranos al Padre'? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el
Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí
es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí.
Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí hará también
las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y yo haré todo
lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré.
Extraído de la
Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
San Cipriano (hacia 200-258), obispo de Cartago y mártir
La oración del Señor, 2-3
todos los saludables consejos y divinos preceptos con los que el Señor orientó a
su pueblo para la salvación, le enseñó también la manera de orar, y, a su vez,
él mismo nos instruyó y aconsejó sobre lo que teníamos que pedir. El que nos dio
la vida nos enseño también a orar, con la misma benignidad con la que da y
otorga todo lo demás, para que fuésemos escuchados con más facilidad, al
dirigirnos al Padre con la misma oración que el Hijo nos enseñó. El señor ya
había predicho que se acercaba la hora en que los verdaderos adoradores
adorarían al Padre en espíritu y verdad (Jn 4,24); y cumplió lo que antes había
prometido, de tal manera que nosotros, que habíamos recibido el espíritu y la
verdad como consecuencia de su santificación, adoráramos a Dios verdadera y
espiritualmente, de acuerdo con sus enseñanzas.
¿Qué oración más
espiritual puede haber que la que nos fue dada por Cristo, por quien también
nos fue enviado el Espíritu Santo, y qué plegaria más verdadera ante el Padre
que la que brotó de labios del Hijo, que es la verdad?
Oremos, pues,
hermanos queridos, como Dios, nuestro maestro, nos enseñó. A Dios le resulta
amiga y filial la oración que se le dirige con sus mismas palabras, la misma
oración de Cristo que llega a sus oídos. Cuando hacemos oración, que el Padre
reconozca las palabras de su propio Hijo; el mismo que habita dentro del corazón
sea el que resuene en la voz, y, puesto que lo tenemos como abogado ante el
Padre por nuestros pecados, al pedir por nuestros delitos, como pecadores que
somos, empleemos las mismas palabras de nuestro defensor pues él ha dicho» «Todo
lo que pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá» (Jn 16,23).
Comentario: Rev. D. Iñaki Ballbé i Turu (Rubí-Barcelona,
España)
«Si pedís algo en mi nombre, yo lo haré»
Hoy,
cuarto Sábado de Pascua, la Iglesia nos invita a considerar la importancia que
tiene, para un cristiano, conocer cada vez más a Cristo. ¿Con qué herramientas
contamos para hacerlo? Con diversas y, todas ellas, fundamentales: la lectura
atenta y meditada del Evangelio; nuestra respuesta personal en la oración,
esforzándonos para que sea un verdadero diálogo de amor, no un mero monólogo
introspectivo, y el afán renovado diariamente por descubrir a Cristo en nuestro
prójimo más inmediato: un familiar, un amigo, un vecino que quizá necesita de
nuestra atención, de nuestro consejo, de nuestra amistad.
«Señor, muéstranos al Padre», pide Felipe (Jn 14,8).
Una buena petición para que la repitamos durante todo este sábado. —Señor,
muéstrame tu rostro. Y podemos preguntarnos: ¿cómo es mi comportamiento? Los
otros, ¿pueden ver en mí el reflejo de Cristo? ¿En qué cosa pequeña podría
luchar hoy? A los cristianos nos es necesario descubrir lo que hay de divino en
nuestra tarea diaria, la huella de Dios en lo que nos rodea. En el trabajo, en
nuestra vida de relación con los otros. Y también si estamos enfermos: la falta
de salud es un buen momento para identificarnos con Cristo que sufre. Como dijo
santa Teresa de Jesús, «si no nos determinamos a tragar de una vez la muerte y
la falta de salud, nunca haremos nada».
El Señor en el Evangelio nos asegura: «Si pedís algo en mi
nombre, yo lo haré» (Jn 14,13). —Dios es mi Padre, que vela por mí como
un Padre amoroso: no quiere para mí nada malo. Todo lo que pasa —todo lo que me
pasa— es en bien de mi santificación. Aunque, con los ojos humanos, no lo
entendamos. Aunque no lo entendamos nunca. Aquello —lo que sea— Dios lo permite.
Fiémonos de Él de la misma manera que se fió María.
Día litúrgico: Viernes IV de
Pascua
Texto del Evangelio (Jn 14,1-6): En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón. Creéis
en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si
no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os
haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo
estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino». Le dice Tomás:
«Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Le dice Jesús:
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por
mí».
Comentario: Rev. D. Josep Mª Manresa i Lamarca (Les
Fonts-Barcelona, España)
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre
sino por mí»
Hoy, en
este Viernes IV de Pascua, Jesús nos invita a la calma. La serenidad y la
alegría fluyen como un río de paz de su Corazón resucitado hasta el nuestro,
agitado e inquieto, zarandeado tantas veces por un activismo tan enfebrecido
como estéril.
Son los nuestros los tiempos de la agitación, el nerviosismo
y el estrés. Tiempos en que el Padre de la mentira ha inficionado las
inteligencias de los hombres haciéndoles llamar al bien mal y al mal bien, dando
luz por oscuridad y oscuridad por luz, sembrando en sus almas la duda y el
escepticismo que agostan en ellas todo brote de esperanza en un horizonte de
plenitud que el mundo con sus halagos no sabe ni puede dar.
Los frutos de tan diabólica empresa o actividad son
evidentes: enseñoreado el “sinsentido” y la pérdida de la trascendencia de
tantos hombres y mujeres, no sólo han olvidado, sino que han extraviado el
camino, porque antes olvidaron el Camino. Guerras, violencias de todo género,
cerrazón y egoísmo ante la vida (anticoncepción, aborto, eutanasia...), familias
rotas, juventud “desnortada”, y un largo etcétera, constituyen la gran mentira
sobre la que se asienta buena parte del triste andamiaje de la sociedad del tan
cacareado “progreso”.
En medio de todo, Jesús, el Príncipe de la Paz, repite a los
hombres de buena voluntad con su infinita mansedumbre: «No se turbe vuestro
corazón. Creéis en Dios: creed también en mí» (Jn 14,1). A la derecha del
Padre, Él acaricia como un sueño ilusionado de su misericordia el momento de
tenernos junto a Él, «para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn
14,3). No podemos excusarnos como Tomás. Nosotros sí sabemos el camino.
Nosotros, por pura gracia, sí conocemos el sendero que conduce al Padre, en cuya
casa hay muchas estancias. En el cielo nos espera un lugar, que quedará para
siempre vacío si nosotros no lo ocupamos. Acerquémonos, pues, sin temor, con
ilimitada confianza a Aquél que es el único Camino, la irrenunciable Verdad y la
Vida en plenitud.
«En la casa de mi Padre, muchos pueden encontrar allí su morada, si no fuera así
¿os habría dicho: Voy a prepararos un lugar?»...Si en la casa de Dios no hubiera
muchas estancias –decía el Señor- sería causa suficiente para anticiparme a
preparar mansiones para los santos; pero como sé que hay muchas preparadas
esperando la llegada de los que aman a Dios, no es ésta la causa de mi partida,
sino la de prepararos el retorno al camino del cielo, como se prepara una
estancia, y allanar lo que un tiempo era intransitable. En efecto, el cielo era
absolutamente inaccesible al hombre y jamás, hasta entonces, la naturaleza
humana había penetrado en el puro y santísimo ámbito de loa ángeles.
Cristo fue el primero que inauguró para nosotros esta vía de acceso y ha
facilitado al hombre el modo de subir allí, ofreciéndose a sí mismo a Dios Padre
como primicia de los muertos y de los que yacen en la tierra. Él es el primer
hombre que se ha manifestado a los espíritus celestiales. Por esta razón, los
ángeles del cielo, ignorando el augusto y grande misterio de aquella venida en
la carne, contemplaban atónitos y maravillados a aquel que ascendía, y,
asombrados ante el novedoso e inaudito espectáculo, no pudieron menos de
exclamar: ¿Quién es ése que viene de Edom? (Is 63,1), esto es, de la tierra.
Así, pues nuestro Señor Jesucristo nos «inauguró para nosotros este camino nuevo
y vivo» (He 10,20) como dice san Pablo: «Ha entrado no en un santuario
construido por hombre, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios,
intercediendo por nosotros» (He 9,24).
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