jueves, 30 de abril de 2009

+Francisco Pérez González






”LA FE NO CONSISTE EN UN DESEO NI ES UN ENIGMA10 de julio de 2007

Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona-Tudela y Director de OMP en
España


La fe no se
puede medir ni con el deseo, ni como si de un enigma se tratara. La fe es un
encuentro con el Misterio. El deseo tiene de positivo que busca la luz pero no
es la luz y el enigma es un camino de adivinación en una descripción imaginaria
con bases hipotéticas o una definición ambigua que se queda sostenida en una
nubosidad. Sin embargo el Misterio es una verdad de fe inaccesible a la razón
humana y que sólo puede conocerse por revelación divina. Cada uno de los
pasajes, considerado por separado y como objeto de meditación, de la vida,
pasión, muerte y resurrección de Cristo nos lleva al auténtico
Misterio.


 


Cuando Jesús
felicita a los que crean sin haber visto, está hablando de este Misterio. Tomás,
uno de los apóstoles, había puesto muchas condiciones y se topa con su falta de
fe. Sus deseos y sus preguntas enigmáticas le habían provocado la falta de fe.
Quería tocar las llagas de las manos y de los pies de Jesús, es más se había
imaginado a Jesús de una forma distorsionada y era un enigma difícil de
clarificar. Vio a Jesús y no pudo por menos que decir: “Señor mío y Dios mío”.
La fe es un encuentro profundo con la Persona de Cristo. Muchas veces me he
visto sorprendido, al dejarme llevar por un imaginario encuentro con alguien, y
sin embargo siempre he recibido una respuesta clara, real y personal: “Soy yo,
no tengas miedo”. No es un fantasma, es un Amor tan concreto que da Luz y Vida a
mi vida. Esta amistad es un encuentro vivo y personal.


 


Hoy, inmersos en
la dinámica angustiosa de un quehacer vertiginoso y en un materialismo atroz
-con los impulsos de un vivir por placer- la fe no se considera algo útil. Y sin
embargo la sed de fe –es decir la sed de Dios- está más presente que en otros
momentos de la historia. Mientras más nos separamos del Misterio, más sed
tenemos de él. Por eso aquellos que, no por méritos propios sino por pura bondad
de Dios, decimos que poseemos la fe, tenemos la gran responsabilidad de ser
testigos de la misma sin vanagloriarnos y mostrarla a raudales y no para que
seamos glorificados nosotros, sino aquel que es Misterio de
Amor.


 


Me cuesta creer
que haya tanto agnosticismo o tanto ateísmo en el corazón de los hombres de hoy.
Tal vez la búsqueda de Dios se haga por caminos distorsionados y cueste llegar.
Tomás no era ni agnóstico, ni ateo; era simplemente un pragmatista de la fe y se
dio cuenta que creer es confiar y amar al misterio que se desvela en Dios. Por
eso cuanto más presentemos, los que tenemos la responsabilidad, a Cristo, su
vida, pasión y muerte-resurrección, haremos el mejor regalo a una humanidad
sedienta de él. Se nos invita a ser portadores de una nueva evangelización. Las
discusiones, los racionalismos, las manifestaciones de increencia, las falaces
tesis de un laicismo vacío… caerán como si de un castillo de naipes se tratara.


 


El lema del
Domund 2007 tiene como base la respuesta que Jesús da a Tomás de ‘felices los
que creen’ y la labor de la misión de llevar esta felicidad a toda la humanidad
y de modo especial a aquellos que aún no saben nada de Cristo. Ser misioneros de
este Misterio nos hace vibrar por una parte de temblor por la responsabilidad
adquirida y por otra parte de ilusión y esperanza para que muchos descubran la
grandeza de creer. La Iglesia, como ‘luz para las gentes’, ha de anunciar sin
fatiga este gran Amor de Dios, manifestado en Cristo.


 archivo en PDFCarta: “NO BASTA CON HACER COSAS BUENAS

Ante la abundante proliferación de estilos de vida y de las
conductas por la que nos quiere conducir la filosofía relativista y
sentimentalista no podemos por menos que reaccionar, algo que falta en la
sociedad, con garbo y poniendo en claro los valores o virtudes más necesarias
que sustentan a la persona y a la relación de ella misma con los demás. Se cae
en la fácil afirmación de que lo más ‘importante es hacer cosas buenas’ puesto
que en el fondo se piensa que todo es bueno y no se sabe distinguir el bien del
mal porque no se sabe discernir o porque la norma, de los falaces sentimientos,
así lo deciden. Tan perjudicial es el paternalismo del ‘todo vale’ como la
desfachatez del que campa por sus propios fueros sinsentido.


No basta con hacer cosas buenas. Hay que hacerlas bien. Esta es
la razón fundamental de la norma de conducta. En teología espiritual se afirma
que es bueno el bien que Dios quiere y es malo el bien que Dios no quiere.
Porque puede suceder que la raíz de nuestro proceder esté viciado a pesar de que
la formalidad sea aparentemente buena. San Agustín decía “haz lo que debes
hacer. Y hazlo bien. Ésta es la única norma para alcanzar la perfección”.
Las motivaciones que muevan dignamente nuestras acciones han de tener como
base la realización del sumo bien que es el amor. Sin esta luz cualquier cosa
que realicemos le falta esplendor. Por eso las luchas de cada día o crean un
vacío interior o una plenitud de realización personal.


La dignidad en la persona tiene mucho que ver con el auténtico
ejercicio del propio obrar y no es bueno el que conoce el bien sino el que lo
ama. De ahí que se puede afirmar que las realidades y circunstancias que nos
mueven no han de nacer de una simple intuición y menos de una ideología fría y
sin alma. El relativismo que tanto azuza en las mentes y conciencias de las
personas y de modo especial en estos tiempos, no es guía auténtica y verdadera;
la razón es muy sencilla, desde el relativismo se abandona la verdad en la
orilla y no se toma la molestia de admitirla como esencia de la vida.


Las ideologías, sentimentalismos y deseos vanos se adhieren 
sin consistencia como la única forma de conducirse en el camino que no lleva
hacia una meta concreta y más bien se va de ‘tumbo en tumbo’ emborrachado de
todo lo finito y sin miras de infinitud. Es normal que esta forma de vida
degenere en la insatisfacción vital. Dios que nos ha creado por amor y porque
somos su mayor bien creado contradice a ese relativismo que ve ‘todo bueno’ y se
frustra porque no tiene consistencia en sí mismo, es el vacío más abismal que
pueda existir y entonces la vida se convierte en una angustia existencial que
queda cosida en la nada. La vida es algo muy bueno pero hay que vivirla bien. 

Archivo en PDFCarta: “CLARIFICACIÓN Y FORMACIÓN DEL CORAZÓN 08 de junio de 2007

Es muy común observar que en las conversaciones y más cuando se quiere manifestar el propio modo de pensar, se suele caer en ciertas claves ideológicas muy comunes y que nunca dan serenidad al corazón. La fuerza interior está desvanecida y los hilos conductores de la conversación se convierten en una manifestación superficial que nada tiene que ver con las formulaciones íntimas del corazón. Ante tal voracidad, dada por el superficialismo, el corazón se entristece y la vida se enrarece. Solo un justo acople llevado por el amor puede restañar la confusión del corazón. No cabe duda que la vida es ‘belleza innata’ pero conviene poner los medios para que ella brille por sí misma. La enfermedad que más acosa hoy y más se hace presente entre nosotros es la depresión de tal forma que se ha convertido en una amenaza permanente. Y no sólo son las prisas y la vida atormentada por la insaciable actividad sino por la falta de serenidad interior que reside en el corazón. Cuando el corazón está confuso, la mente está difusa y sin consistencia.

Pero ¿cuál debe ser la medicina que cure tal confusión? No hay recetas mágicas y tampoco rápidas. Cuidar la vida interior requiere ante todo buscar en lo más profundo del alma la nobleza que reside en ella. Todo nace aquí, como dice el evangelio, tanto lo bueno como lo malo. Exige sinceridad y sencillez. Jesucristo se ha revelado a los sencillos de corazón no a los centrados en sí mismos con egoísmo y autosuficiencia. Vivir así comporta mucha humildad cosa que no se quiere aceptar. La sociedad necesita revitalizar este modo de comportamiento y una educación propicia para llegar a formar las fibras más íntimas que residen en el corazón.    

No puede darse una auténtica realización de la persona si no se fomenta la formación de la vida interior. Un niño, un joven y un adulto se dignificarán en la medida que el esfuerzo fundamental y el sacrificio de los propios gustos se pospongan en aras de unos ideales nobles y altos. La intimidad de la interioridad no es una experiencia que sólo se refiere a la espiritualidad o a las claves esenciales de la psicología, tiene tanta importancia que sin una auténtica formación ocurriría como el río que tiene un hermoso cauce pero le falta agua. La estructura de la persona no puede estar ausente de la vida interior pues si la base de una casa son los cimientos, la base del ser humano es lo más oculto que existe en él que es la intimidad del corazón. Y a esta intimidad se la debe cuidar con alimentos que produzcan mayores bienes. 

Desde la misma experiencia de la Iglesia siempre se ha aconsejado que se cuide con gran esmero la vida interior y se ha proporcionado lo mejor que está en su seno como son la Palabra de Dios, los Sacramentos y las Enseñanzas. Son signos liberadores que ayudan a vivir con alegría y gracia los distintos momentos de la vida, las dificultades y los gozos. Aclaran e iluminan las razones que el corazón posee. No hay mejor dedicación que la Iglesia pueda ofrecer a la humanidad que esta permanente propuesta. De la confusión del corazón nacen las desavenencias, las rupturas, las divisiones, las insatisfacciones, los malos modos, las angustias, las depresiones y todo lo que poco a poco mina la experiencia humana. Por ello mucho se ha de trabajar para educar y formar esta vida interior pues de lo contrario la misma dignidad de la persona se deterioraría a pasos de giganteCarta: “SONRISA, LUZ ARDIENTE DE ALEGRÍAen PDF mayo de 2007


A veces me he preguntado si sonreír sigue teniendo sentido
cuando las prisas, el trabajo, las situaciones adversas nos acosan por todas
partes. La respuesta egoísta me dice que no tiene sentido sonreír porque se
pierde tiempo y no conviene desperdiciarlo. Además –si de egoísmo se trata-
dedicar una sonrisa no tiene nada de pragmático, todo lo más es algo
sentimentalista que se paga a bajo precio. Pero lo que me agrada es cuando
alguien con buen estilo me sonríe y me siento, en el fondo, reconocido como
persona. Estoy cierto que a veces pudieran darse situaciones interesadas, con
atisbos de complicidad no sana y con finalidades egoístas. No obstante apuesto
más por la sonrisa que por la frialdad en el trato.


La razón de este modo de sentir y pensar me la ha hecho
reconocer, una vez más, la celebración de Pascua. Momentos de hondo sentimiento
religioso y de sentido único para el que cree. Sin la fiesta pascual nada
tendría sentido en la vida cristiana. Es ella la que desborda de alegría al  que
se acerca con disposición abierta y  generosa. Me resulta siempre gratificante
constatar que los apóstoles saltaban de alegría y superaban todos los obstáculos
después de Pascua. Habían pasado por el túnel oscuro de la pasión de Cristo y de
su muerte ignominiosa pero al final sus promesas se habían cumplido. Y esto no
lo sentían como un momento más o menos bonancible sino que lo vivían como una
experiencia nueva que cambiaba todos los parámetros oscurantistas anteriores.
¡La alegría nadie se la podrá robar!


Una persona alegre lo muestra en todos los poros de su ser, en
el semblante, en la mirada, en la sonrisa y en la forma de relacionarse. Es
distinto a las penas que le agobiaban, los sufrimientos que le oscurecían el
rostro, los fracasos que le deprimían o los obstáculos que le imposibilitaban.
Nada se puede comparar cuando la alegría –fruto de un amor permanente- supera a
las dificultades más diversas que se hacen presentes en el recorrido de la
existencia. Pero esta raíz tiene un nombre que es la ‘experiencia pascual’, esta
savia que se derrama polariza todo nuestro ser y nuestro existir. De ahí que la
sonrisa sea la luz ardiente de la alegría.


Con esta perspectiva la sonrisa tiene sentido, sin ella es muy
difícil mostrar el rostro fidedigno de la alegría. La alegría puebla la tierra
porque Cristo nos ha salvado y nos ha enviado a ser testigos de su resurrección.
Y el testimonio se muestra, no se oculta. Brilla por sí mismo, sin necesidad de
explicarlo. Uno de los momentos más importantes de la experiencia de fe es
revivir la alegría que no tiene otro sentido sino la fuerza de un amor que sólo
puede proceder de Dios. El rostro pálido y oscuro de un niño no se entiende si
no es desde la falta de cariño que le atormenta. Por eso apuesto para que esta
alegría crezca en nuestras vidas. Y la fuente de la misma sólo tiene un nombre:
Dios que nos ama.





 


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