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viernes, 1 de mayo de 2009

Salmo 30: "Tú eres mi Dios”





Salmo 30: "Tú eres mi Dios”



 


Millones de niños nacen atrapados por la red de la deuda. Por mucho que
trabajen siempre deberán algo. Innumerables jóvenes caen cada día en la red de
la droga; no saben cómo pero se sienten atrapados por mil lazos. Muchachas
jóvenes, de países pobres, ilusionadas por un futuro mejor, se ven atrapadas en
las redes de la prostitución. ¡Cuántas redes! El alcohol, la depresión, la
enfermedad incurable. ¿Es posible rezar ahí? ¿Es posible no desesperarse? El
salmista abre un boquete en la red para gritar, como una bocanada de aire
fresco: “Tú eres mi Dios”. Es lo más suyo, su mayor tesoro.




 


Sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi amparo. A tus manos
encomiendo mi espíritu: tú el Dios leal, me librarás. Oigo el cuchicheo de la
gente, y todo me da miedo; se conjuran contra mí y traman quitarme la vida. Pero
yo confío en ti, Señor, te digo: Tú eres mi Dios. En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen.




 


Deja que afloren en tu oración las situaciones difíciles por las que
atraviesa tu vida, preséntaselas al Señor. Trae a tu oración situaciones duras
de personas de tu entorno y encomiéndalas al Dios leal. Di con Jesús en todo
momento y situación: “Me pongo en tus manos”.“Tú eres mi Dios”




 


La oración se traduce en obras. Y no hay mejores obras que aquellas que
cortan las redes que nos asfixian a nosotros y a millones de personas. La
oración nos ayuda a ver las cosas de otra manera. “Un hombre que era cristiano
enfermó gravemente. Los médicos le dieron seis meses de vida. Su primera
reacción fue de rebelión contra Dios, porque Él permitía eso. De la rebelión
pasó a la duda de Dios y dejó de rezar. Más adelante recuperó a Dios y comenzó a
rezar para que le quitara la enfermedad. Pero con el tiempo su oración cambió, y
rezaba para que se hiciera la voluntad de Dios, cualquiera que fuera el
resultado de su enfermedad. Y hacia el final, su oración era para pedir la
gracia de vivir cristianamente su enfermedad, y para que ésta sirviera de
intercesión por los demás y para la venida del Reino de Dios” (Segundo
Galilea).

Salmo de Daniel: Bendito eres, Señor



 


Hay un secreto para ser felices: mirar la vida con ojos nuevos, cada mañana,
archivar sentimientos positivos en el interior, mostrarnos agradecidos por las
pequeñas cosas de cada día, esas que son totalmente gratuitas. Algo parecido
hace el orante en este salmo en el que da a Dios gloria y alabanza.




 


Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, bendito tu nombre santo y
glorioso. A ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres en el templo de tu
santa gloria. A ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres sobre el trono
de tu reino. A ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres tú, que sentado
sobre querubines sondeas los abismos. A ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres en la bóveda del cielo. A ti gloria y alabanza por los
siglos.




 


Canta o escucha alguna canción que exprese sentimientos de gratitud y
alabanza a Dios. Recuerda algunos motivos, que tienes en tu historia personal,
para alabar a Dios y exprésaselos junto con el salmista. Continúa la letanía de
bendiciones a Dios desde tu situación concreta. Bendice al hermano que tienes
cerca, él es un regalo en tu vida.




 


Que tu rostro refleje esa alabanza interior que inunda tu corazón. Es un buen
día para mostrarse afable y cordial con los que te rodean. "Danos, Señor,
aprender la ciencia de tu gozo, para inundar nuestras jornadas de alegría, y
sembrar tu mensaje a manos llenas". "Que este himno a la Trinidad por la
encarnación del Hijo pueda ser cantado juntos por quienes, habiendo recibido el
mismo Bautismo, comparten la misma fe en el Señor Jesús" (Juan Pablo II)


Salmo 39: "Aquí estoy"


Una
forma de acercarnos a este salmo es ponerle rostro, preguntarnos quién lo ha
dicho y, mejor, quién lo ha vivido. María es la mujer que le ha dicho, con la
vida, estas cosas a Dios. No se presenta ante Dios con grandes hazañas, pero es
capaz de decirle con todo el corazón: “Aquí estoy”. Por eso es modelo para
nosotros. “Y el ejemplo no es la cosa más importante para influir en los demás.
Es la única” (A. Schweitzer).



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Tú no quieres sacrificios no ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no
pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: "Aquí estoy", -como está escrito
en mi libro- " para hacer tu voluntad." Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en
las entrañas. He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado
los labios: Señor, tú lo sabes. No me he guardado en el pecho tu defensa, he
contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad
ante la gran asamblea.




 


Dile a Dios con María alguna vez durante el día: “Aquí estoy”. Es una
preciosa manera de abrirse al Espíritu y dejarse hacer por él. Acoge como María
a Jesús en tus entrañas y llévalo contigo allí donde vayas, hagas lo que hagas.
Deja que salga de tu vida un canto nuevo, el del amor de Dios a la humanidad.
Únelo al Magníficat de María que proclama la grandeza del Señor




 


Cuando consideramos lo que Dios nos pide, él nos empuja a realizar los deseos
más hermosos de nuestro corazón, que son los deseos más hermosos de Dios para la
humanidad. Detrás del canto nuevo surge la vida nueva. “Un periódico de Tokio
publicaba la noticia de una donante anónima que había entregado 10 millones de
yens a la Cruz Roja para ayudar a los refugiados de Camboya en Thailandia. La
donante explicó así su gesto: Hoy, al ver en la televisión la noticia gráfica de
la situación de hambre y desnutrición de tantos niños, un primer plano mostraba
a un niño famélico alargando la mano pidiendo comida. Mi nietecito se ha quitado
el “onochi” (pastel de arroz) de la boca y se ha ido a la pantalla de la
televisión para dárselo al niño hambriento. El no habla porque es muy pequeño;
yo hago este donativo con su corazón”


Salmo 41: "Mi alma tiene sed del Dios vivo"



 


La búsqueda de Dios es apasionada, gozosa; florece en los que están
enamorados de un Dios que nos ha tocado el corazón con su hermosura. Está llena
de imágenes, de colorido, de frescura, de luz; está llena de vida. Muchos
orantes la han convertido en un gemido vivo. San Agustín y San Juan de la Cruz
nos prestan sus palabras: “Exhalaste tu perfume, y respiré, y suspiro por Ti.
Gusté de Ti, y siento hambre y sed. Me tocaste, y me abraso en tu paz”. “¿Adónde
te escondiste, Amado y me dejaste con gemido? Salí tras ti corriendo...”. Si no
estamos así de enamorados, digamos al menos, que nos gustaría estarlo para
buscar a Dios como “busca la cierva las corrientes de agua”.




 


Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿cuándo veré el rostro de Dios? Como busca
la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Tiene sed de
Dios del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Envía tu luz y tu
verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada.
Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias al
son de la cítara, Dios, Dios mío.




 


Llama al Espíritu y pídele su luz y verdad, para que te guíen en la vida de
cada día. Únete a todos los enamorados de Dios y di con ellos: “Mi alma tiene
sed de ti, Dios vivo”, “mi alma te busca a ti, Dios mío”. Acércate a Dios con
gozo, pues es el Dios de tu alegría y cántale al son de la cítara de tu
corazón.




 


A veces buscamos a Dios con tan pocas ganas que cualquier dificultad es un
enorme impedimento que nos cierra el paso. Buscarlo hoy, cuando tanta gente está
de vuelta, con pasión, con gozo, unido a los hermanos y hermanas, puede ser una
aventura apasionante.


Salmo 45: "Dios es nuestra fuerza"


En
los grupos de oración, en la asamblea litúrgica, y en los pequeños o grandes
acontecimientos de nuestra vida diaria, hemos experimentado, frecuentemente, la
presencia cercana de Dios, en medio de nosotros, alegrando nuestro corazón,
llenándolo de confianza; si estamos con el Señor, si nos acogemos a su casa, no
debemos temer nada, ni la mayor catástrofe cósmica imaginable. Aunque todo
vacile y se hunda bajo nuestros pies, permaneceremos firmemente anclados en
Dios. Esta seguridad es la que proclama el salmista en su oración.



 


Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra, y los montes se desplomen en el
mar. El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su
morada. Teniendo a Dios en medio, no vacila; Dios la socorre al despuntar la
aurora. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios
de Jacob. Venid a ver las obras del Señor; las maravillas que hace en la
tierra.




 


Proclama que "Dios es para nosotros refugio y fortaleza, poderoso defensor en
el peligro" ¿De qué peligros te tiene que liberar, hoy día, Dios?, ¿a ti?, ¿al
grupo orante?, ¿a tu familia?, ¿a la Iglesia?, ¿al mundo? Presenta al Señor
estas realidades Pídele que la alegría de su presencia llene de esperanza el
corazón de los creyentes.



El
estribillo del salmo: "El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro
alcázar es el Dios de Jacob" se puede convertir en la jaculatoria, que te
acompañe a lo largo de la jornada. Cada vez que te acuerdes repite este
estribillo verás, cómo tu corazón, demasiado agitado por otras muchas
circunstancias de la vida, se sosiega con la confianza. "Danos, Señor, la
novedad de tu presencia viva, la que invita a nacer de nuevo, a mirar con ojos
diferentes el rostro del que camina a nuestro lado, a estrenar la sonrisa que
mueve las montañas. Danos la confianza en tu palabra de vida, saciar el corazón
en tu costado abierto y andar calles y plazas sirviendo el pan para el
hambriento". 



Salmo 49: “La acción de gracias”



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© cipe

 


A veces hacemos muchas cosas por los demás, pero esto no les
hace felices. A ellos porque en ocasiones nuestras acciones los humillan; a
nosotros, porque nos crece el orgullo de creernos mejores. ¿No será otro el modo
de relacionarnos con los demás? ¿No habrá que mirar más a cada uno, descubrir lo
que llevan de vida, de Dios, de don? Decía San Vicente de Paul: “Recuerda que te
será necesario mucho amor para que los pobres te perdonan el pan que les
llevas”.




 


  No te reprocho
tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa, ni un cabrito de
tus rebaños.
¿Por qué recitas mis preceptos y
tienes siempre en la boca mi alianza, t
ú que
detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?
Esto haces, ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? El que me
ofrece acción de gracias, ése me honra;
al que
sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.




 


  No mires tanto lo que tú haces por los
demás cuanto lo que los demás hacen por ti. No mires tanto lo que tú haces por
Dios, cuanto lo que Dios hace por ti. Alimenta tu vida con las acciones de Dios
y con los gestos de cariño de los demás y deja que te brote a borbotones la
acción de gracias. Agradece la creación, agradece la vida, agradece el bautismo,
la eucaristía, el perdón.




 


Jesús miraba resaltando lo que de nuevo, original y único
llevaba cada persona, porque cada uno somos una obra maestra de Dios. “¿Rezar a
Dios? Sí, cada noche, contesta el pequeño. ¿Y qué le pides? Nada. Le pregunto si
puedo ayudarle en algo”. Descubrir que todos somos necesarios en este caminar,
llena de alegría el corazón y nos hace sentirnos a todos como una familia
enviada a construir un mundo mejor. Recordamos que “un corazón solitario no es
un corazón” (Machado). 

Salmo 80: Lenguaje desconocido



 


San Juan de la Cruz dice que Dios nos trata "al modo que la amorosa madre
hace al niño tierno, al cual al calor de sus pechos, le calienta, y con leche
sabrosa y manjar blando y dulce le cría y en sus brazos le trae y regala". Para
acercarnos a este salmo necesitamos distanciarnos del lenguaje de la
competitividad, del interés propio, de la eficacia, y escuchar otros lenguajes:
el lenguaje del cariño, de la confianza, del amor de una madre que no sabe qué
más locuras hacer para que su hijo no se pierda. ¿Qué más puede hacer Dios por
nosotros?




 


Oigo un lenguaje desconocido: "Retiré sus hombros de la carga, y sus manos
dejaron la espuerta. Clamaste en la aflicción, y te libré. Te respondí oculto
entre los truenos, te puse a prueba junto a la fuente de Meribá. Escucha, pueblo
mío, doy testimonio contra ti; ¡Ojalá me escuchases, Israel! No tendrás un dios
extraño, no adorarás un dios extranjero; yo soy el Señor, Dios tuyo, que te
saqué del país de Egipto. ¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi
camino!: te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel
silvestre."




 


Escucha este lenguaje nuevo, sorprendente y guárdalo en el corazón: "Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,18). "Mirad qué amor nos ha tenido el
Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (1 Jn 3,1). "Retiré tus
hombros de la carga, te respondí, te puse a prueba..." "¿Qué más se puede hacer
ya a mi viña, mi pueblo, que no se lo haya hecho yo" (Is 5,4).




 


- La humanidad espera escuchar nuevos lenguajes. ¿Quién les
pronunciará?


- Los que viven en clima de violencia necesitan oír el lenguaje nuevo de la
paz.


- Los que viven en el miedo y la desconfianza necesitan oír el lenguaje
confianza.


- Los que llevan mil heridas por dentro y por fuera necesitan oír el lenguaje
entrañable de la ternura.


- Los que mueren de hambre cada día necesitan escuchar urgentemente el
lenguaje nuevo del pan compartido.


- Los que viven alejados de la fe necesitan escuchar el lenguaje de Dios: "os
quiero con locura".


Salmo 50: "Renuévame por dentro"



 


Todos estamos familiarizados con la imagen de un camino. Y todos tenemos la
experiencia de lo que significa caminar con otro. La cuaresma es un camino, en
el que experimentamos que Dios camina junto a nosotros. Nos acercamos a este
salmo con la fuerte sensación de que Dios y el hombre están como amasados el uno
en el otro. Se necesitan, se desean, se buscan. Aunque sean distintos. Forman
una alianza entrañable.




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Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi
culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la
maldad que aborreces. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro
con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo
espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu
generoso. Señor me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.




 


Dile al Señor con sinceridad y sencillez cómo estás por dentro. Manifiéstale
tu deseo de limpieza, de gozo. Acoge a Dios, que te envuelve con su bondad, con
su compasión y misericordia. Ponte ante él como barro en manos del alfarero, y
pídele que te cree de nuevo, no desde la nada, sino desde ti mismo, que te
muestre su rostro, que te regale su Espíritu.




 


Toda palabra de Dios es para la vida. Este salmo nos invita a vivir la vida,
la nuestra, la de cada día, sabiendo que detrás está siempre la presencia
discreta, pero necesaria, silenciosa, pero gozosa de Dios. “Juntos andemos
Señor” (Teresa de Jesús). No olvidamos nuestra pequeñez, pero sabemos que el
Señor la puede convertir en alabanza. “Que mi vida sea una flauta que Tú la
llenes de música” (Tagore)





Salmo 85: "Enséñame, Señor, tu camino"



 


Hay muchas situaciones, tanto personales como comunitarias, que consideramos
difíciles, porque nos parece que no tienen salida. Nos golpea, sobre todo, la
enfermedad, la violencia, la injusticia, la corrupción. Parecen tener la última
y más poderosa palabra. Nos hacen perder el rumbo. Más que oración, lo que nos
sale de dentro es la rabia y la impotencia. ¿Quién nos enseñará el camino de la
verdad?




 


Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad. Inclina tu oído, Señor,
escúchame, que soy un pobre desamparado; protege mi vida, que soy un fiel tuyo;
salva a tu siervo, que confía en ti. Tú eres mi Dios, piedad de mi, Señor, que a
ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi
alma hacia ti. Porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con
los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi
súplica.




 


Preséntale al Señor una situación de dolor tuya o de los que te rodean.
Repítele, que él es bueno y clemente, rico en misericordia, y que se estremece
ante todos nuestros desamparos. Termina suplicando al Espíritu que te enseñe a
vivir esta situación en la verdad, en el amor.




 


Lleva a la vida la oración del salmo. Acércate a alguna persona a la que veas
triste, sola, enferma, escúchala y acompáñala en esos momentos. Que tu compañía
le haga sentirse un poco más animada y recuperada. Que tu cercanía afable y
discreta le abra a la esperanza. "Enciende, Señor, tu fuego de amor y de entrega
en el corazón de todos los que salen al encuentro del hermano, en la mirada
atenta hacia los necesitados, en las manos solícitas para la herida
ajena".





Salmo 88: “Cantaré tu amor, Señor”



 


Cuando salimos a pasear por el campo nos sorprende una y otra vez el canto de
los pájaros. ¡Son los trovadores del amor! Cuando caminamos entre la gente nos
sorprende el rostro tan serio que llevamos por la vida. ¿Por qué no cantamos?
¿Por qué no sonreímos? Hoy el salmista nos regala una canción, la canción que
cantaron los profetas, la que cantó José, al contemplar de cerca el amor de
Jesús y de María, la que canta la Iglesia. Cantémosla, aunque no lo hagamos del
todo bien. Aprendamos a vivir jubilosamente. “Basta que nos sintamos amados
incondicionalmente por una sola persona para que nos brote la música;¡ cuánto
más si quien nos ama es Dios!”.




 


Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por
todas las edades. Porque dije: “Tu misericordia es un edificio eterno, más que
el cielo has afianzado tu fidelidad.” Sellé una alianza con mi elegido, jurando
a David, mi siervo: “Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para
todas las edades.” Él me invocará: “Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca
salvadora.” Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza con él será
estable.




 


Canta hoy al Señor por su misericordia, su fidelidad, su amor. Dios es alegre
y joven, y le agradan las canciones. Canta al Señor, porque su presencia en tu
vida nunca te va a fallar. Canta al Señor, porque ha hecho una alianza contigo
en el bautismo para siempre. Canta al Señor y llámale Padre, Esposo, Amigo, mi
Dios, mi Roca salvadora.




 


Sea noche o sea día, nos vayan mejor o peor las cosas, acostumbrémonos a
poner en el viaje de la vida un canto de amor. “Los pájaros en la rama, los
lirios en el campo, el ciervo en el bosque, el pez en el mar e innumerables
gentes felices están cantando en este momento: ¡Dios es amor! Pero a la misma
hora está también sonando la voz de los que sufren y son sacrificados, y esa
voz, en tono más bajo, repite igualmente: ¡Dios es amor!" (Kierkegaard).


Salmo 101: "No me escondas tu rostro"



 


Nos cuesta mirar lo que no queremos ver: al ser humano humillado, despreciado
y crucificado; al que vive cerca y al que vemos y escuchamos en los medios de
comunicación. Muchas veces nos preguntamos por el silencio de Dios ante este
grito de dolor de los pueblos pobres y no sabemos qué respondernos. La oración
del salmista nos muestra una imagen nueva de Dios, la de un Dios que "escucha
los gemidos de los cautivos, de los oprimidos", de los sin voz y se hace
solidario con el dolor de la humanidad, reconstruyéndola con amor.




 


Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti; no me escondas tu
rostro el día de la desgracia. Inclina tu oído hacia mí; cuando te invoco,
escúchame en seguida. Los gentiles temerán tu nombre, los reyes del mundo, tu
gloria. Cuando el Señor reconstruya Sión y aparezca en su gloria, y se vuelva a
las súplicas de los indefensos, y no desprecie sus peticiones. Quede esto
escrito para la generación futura, y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado
en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los
condenados a muerte.




 


Ponte ante Dios y acepta su mirada. María cantó al Dios que mira nuestra
pequeñez. Lleva a la oración los rostros más heridos de las personas que llevas
en tu corazón y la de aquellos que hoy has escuchado en la televisión, en la
radio, o leído en el periódico. Reza, en nombre de todos, este salmo. Déjate
evangelizar por los pobres, los sencillos, los pequeños. "Derrama, Señor, tu
fuerza y tu inspiración sobre los que aman la vida y la defienden, sobre los que
reparten esperanza a los demás."




 


Cuando salgas hoy a la calle "mira y escucha" el rostro de las personas con
las que te vayas encontrando. No pases de prisa, ni de largo. Cada una de ellas
lleva dentro de sí una pena oculta, una desesperanza, un desencanto, un dolor
fuerte. Llévalas y preséntaselas a Jesús crucificado.


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