lunes, 19 de enero de 2009

Buen amigo de Jesús

DESTELLOS DE LUZ DEL SEÑOR RESUCITADO


Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona-Tudela y Director de Obras Misionales Pontificias en España


Uno de los destellos de Luz del Señor Resucitado es la oración y si tuviera que decir lo que es la oración para mi tendría que remontarme a la niñez, en la que aprendí a amar a Jesucristo. Nunca olvidaré las enseñanzas, de modo especial, de mi querida madre. Su labor fundamental fue la de infundirme dos cosas: el amor a Dios a través de la Virgen María y el amor a la Iglesia. Los momentos claves de estos dos amores, fundidos en uno, eran la novena que hacíamos junto a nuestra madre sus hijos en el mes de junio y en el período de vacaciones. Por la mañana salíamos hacia la Ermita de la Virgen de Viyuela, que es la advocación de la Virgen de mi pueblo, y por el camino rezábamos el rosario. Durante el trayecto, no más de dos kilómetros, recogíamos espigas de trigo o cebada que habían caído de las galeras de los carros que iban hacia el lugar de la trilla; estas espigas servían para poder alimentar a las gallinas y animales de nuestra pequeña granja. Cuando llegábamos a la Ermita nos poníamos a los pies de la imagen de la Virgen y rezábamos la Salve y estoy seguro de que a sus pies nació mi vocación.


 A los once años fui al Seminario. Un día, tímidamente, dije a la madre (mi padre escuchaba en silencio): "Quiero ser sacerdote". Ella me respondió: "Me parece muy bien, pero no olvides que es una vocación, es decir, que tienes que sentir que Dios te llama. Si eres trabajador y un buen amigo de Jesús, serás feliz. La mejor herencia que os podemos dejar (mis padres eran pobres) es una buena formación y que seáis buenos cristianos". Así nació mi vocación, mejor dicho, así me sentí llamado por Dios. Desde pequeño iba con mi padre a tocar las campanas de la torre de la iglesia de mi pueblo, (él era el ‘campanero’ del pueblo) y como había que pasar a través del Templo siempre me entretenía a hablar con Jesús ante el Sagrario. Desde entonces no he dejado ni un día de estar a su lado. En el Seminario nos infundían mucho el sentido y espíritu de la oración y mi modo de rezar era estar tiempo hablando con Jesús delante del Sagrario. No me hablaba pero sentía su calor de amigo; no jugaba pero me entretenía; no comía pero me sentía saciado… Eran momentos intensos de amistad con el mejor Amigo.


 A medida que he ido creciendo en edad, más he necesitado de su fuerza amorosa y en cada momento el encuentro con Él ha sido un mayor empeño y compromiso para entregarme a los demás. Sin Cristo me es imposible amar al hermano o perdonar. Ahora comprendo el drama que debe sufrir quien no tiene el don de la fe; sin amor de Dios mi vida sería un desierto vacío y seco, con Él me siento realizado. Tanto en mi vida sacerdotal como ahora siendo Obispo no hallo mejor consuelo que cuando estoy con mi Amigo del alma. Nada hay comparable a este amor. Muchas noches encuentro el descanso al lado de Él y nadie puede arrebatarme lo que me alivia y enseña como Maestro. Su amor mostrado en la Cruz hace una mella especial en mi vida. Ya no puedo prescindir, a pesar de mi fragilidad, de su amor; es más que el aire en mis pulmones, más cercano que mi misma persona y más fuerte que mis propios impulsos. Cuando celebro la Eucaristía no sólo me siento regenerado sino renovado y cuando le recibo siento la misma sensación que el día de mi primera comunión. Aquel día encontré el único sentido en mi vida, fue tan grande el Amor que invadió mi interior que le pedí que nunca me abandonara y lo ha cumplido.


 He pasado por momentos gozosos, los más, pero también dolorosos y siempre le he tenido a mi lado y me ha mostrado que su amor es más fuerte que el sufrimiento y la enfermedad. La oración se ha convertido en un arranque para vivir embelesado en Él. En cada paso, cada momento y cada circunstancia no puedo prescindir de Él. Nunca me deja en la estacada y siempre me anima con su voz imperceptible y suave, una voz más fuerte que mis propios gritos. Y si alguna vez me dejo llevar por las consolaciones, Él me saca de mí para entregarme a los demás. Recuerdo que un día estaba aplanado y dolorido por una circunstancia adversa; me fui a la oración delante del Sagrario buscando consolación pero sentí que el Señor me invitaba a mirar los sufrimientos de mis feligreses y a que dedicara un tiempo a consolar a una familia que estaba sufriendo mucho; visité a la familia y procuré ocuparme de sus necesidades; después, cuando volví a la oración encontré la consolación. Comprendí que la oración no es una autocomplacencia sino una dinámica de amor a Dios y al prójimo.


 Ahora, como Obispo, comprendo mejor que debo ser el primero en amar y no ir buscando, como un mendigo, la complacencia, el aplauso y la gloria personal sino el amor a los demás como expresión de la búsqueda constante del amor de Dios y para que Él sea glorificado, amado y adorado. La oración es el alimento de mi vida que me lleva a ser más propiedad de Dios que pertenencia de mi mismo. Sólo desde aquí encuentro la auténtica libertad y felicidad. 



LA IGLESIA ES MI MADRE Y LA AMO CON LOCURA


(Meditando acompañado de J.L. Martín Descalzo)


por


Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela


A veces se ha puesto de moda hablar de la Iglesia con cierto desprecio y con ferocidad, yo diría, irracional. Y esto a uno le duele más cuando viene de los propios hermanos que están dentro de la Iglesia; ha quedado una especie de mancha oscura que será difícil de quitar y fue aquello que dijo alguien que ¡Ojalá no lo hubiera dicho nunca!-: "Cristo, sí; Iglesia, no".


Creer en Cristo y rechazar a la Iglesia es creer en un Cristo que no ha existido nunca, pues la Iglesia pende de Cristo y Cristo es por y para la Iglesia [ella es el sacramento de la salvación por la que Cristo sigue manifestándose, a través de la historia, a los hombres]. Quien piensa en un Cristo sin la Iglesia, piensa en alguien imaginario que nunca existió". Ella es el "Cuerpo Místico" de Jesucristo como dirá S. Pablo a los Colosenses (Col 1, 24-29) y que de forma magistral expondrá Pío XII en la Encíclica "Mystici Corporis". Posteriormente el Concilio Vaticano II, hará toda una reflexión en profundidad al respecto en la Constitución Lumen Gentium.


Dios, la religión y la moral ‘confesional’, han sido vistas y se ven con frecuencia como antagonistas del hombre, de su libertad y de su felicidad. Se ha pretendido edificar la sociedad desde un humanismo antropocéntrico e intramundano, se ha creído que eliminando a Dios del horizonte del hombre todo estaba solucionado. Se ha pretendido eliminar a Dios y se ha dejado al hombre solo. Y su carencia produce un vacío que se pretende llenar con una cultura –o más bien- una pseudocultura centrada en el consumismo desenfrenado, en el afán de poseer y gozar y que no ofrece más ideal que la lucha por los propios intereses o el goce narcisistas... no se trata de adoptar ahora, precisamente por no corresponder a la fe cristiana, posturas numantinas ni reaccionarias, de cerrazón, y mucho menos de condena; tampoco se trata de nostalgias. Lo que se nos exige hoy es que vivamos de lleno la fe.


Que mostremos, gozosos, la fuerza renovadora y humanizadora de la fe y del evangelio. Es necesario que volvamos a Dios. Es apremiante e inaplazable por servicio a nuestra sociedad quebrada en su humanidad que los cristianos nos convirtamos más honda y enteramente. Recordar todo esto nos hace afirmar a los creyentes que si hay algo de más valor en la Iglesia, en su totalidad como pueblo de Dios, y en aquellos que deben apacentarla en el puesto de Jesucristo, ese algo es la presencia de Cristo mismo en la totalidad de la Iglesia y en sus ministros.


Hay muchas razones por las que amo a la Iglesia, pero cinco son las fundamentales:


  Amo a la Iglesia porque salió del costado de Jesucristo. ¿Cómo podría no amar yo aquellos por lo que Jesús murió? ¿Y cómo podría amar a Jesucristo sin amar, al mismo tiempo, aquellas cosas por las que él dio la vida? La Iglesia, buena, mala, mediocre, santa y pecadora fue y sigue siendo la Esposa de Jesucristo. ¿Puede amar el Esposo, despreciándola? Esta Iglesia sale a la luz el día de Pentecostés: "La Iglesia, que, ya concebida, nació del mismo costado del segundo Adán, como dormido en la cruz, apareció a la luz del mundo de una manera espléndida por vez primera del día de Pentecostés" (León XIII, Divinum illud: AAS 29). "Y ahora se edifica, ahora se forma, ahora... se figura, y ahora se crea..., ahora se levanta la casa espiritual para constituir el sacerdocio más santo" (San Ambrosio).


Pero me dirá alguien: ¿cómo puedes amar a alguien que ha traicionado tantas veces al evangelio, a alguien que tiene tan poco que ver con lo que Cristo soñó que fuera? ¿Es que no sientes, al menos, "nostalgia" de la Iglesia primitiva? Sí, claro, siento nostalgia de aquellos tiempos en los que –como decía San Irineo- "La sangre de Cristo estaba todavía caliente" y en los que la fe ardía con toda viveza en el alma de los creyentes. Pero ¿es qué hubiera justificado un menor amor la nostalgia de mi madre joven que yo podía sentir cuando era mayor? ¿Hubiera yo podido devaluar sus pies cansados y su corazón fatigado?


A veces oigo en algunos púlpitos o tribunas periodísticas demagogias que no tienen ni siquiera el mérito de ser nuevas. Las que, por ejemplo, hablan de que la Iglesia es ahora una Esposa prostituida. Y recuerdo aquel disparatado texto que Saint-Cyran escribía a San Vicente de Paúl y que es, como ciertas críticas de hoy, un monumento al orgullo: "Sí, yo lo reconozco: Dios me ha dado grandes luces. Él me ha hecho comprender que ya no hay Iglesia. Dios me ha hecho comprender que hace cinco o seis siglos que ya no existe la Iglesia. Antes de esto la Iglesia era un gran río que llevaba sus aguas transparentes, pero en el presente lo que nos parece ser la Iglesia ya no es más que cieno. La Iglesia era su Esposa, pero actualmente es una adúltera y una prostituta. Por eso la ha repudiado y quiero que la sustituya otra que le sea fiel". Me quedo con San Vicente de Paúl, que, en lugar de soñar pasadas y futuras utopías, se dedicó a construir su santidad, y con ella, la de la Iglesia; un río de cieno hay que purificarlo, no limitarse a condenarlo. Cristo no ha presentado ese supuesto libelo de repudio a su Esposa, más bien se ha esposado dando la vida.


  Amo a la Iglesia porque ella y sólo ella me ha dado a Jesucristo y cuanto sé de él. Ella no es Jesucristo, ya lo sé. Él es el absoluto, el fin; ella, sólo el medio. El centro final de mi amor es Jesucristo, pero "ella es la cámara del tesoro donde los apóstoles han depositado la verdad, que es Jesucristo" (San Irineo). "Ella es la sala donde el Padre de familia celebra los desposorios de su Hijo" (San Cipriano). "Ella es la casa de oración adornada de visibles edificios, el templo donde habita tu gloria, la sede inconmutable de la verdad, el santuario de la eterna caridad, el arca que nos salva del diluvio y nos conduce al puerto de la salvación, la querida y única esposa que Jesucristo conquistó con su sangre y en cuyo seno renacemos para tu gloria, con cuya leche nos amamantamos, cuyo pan de vida nos fortalece, la fuente de la misericordia con la que nos sustentamos" (San Agustín).


¿Cómo no podría no amar yo a quien me transmite todos los legados de Jesucristo: la Eucaristía, la Palabra, la Comunidad de mis hermanos, la Luz de la esperanza, la entrañable Misericordia?


Pero su historia es triste, está llena de sangres derramadas, de intolerancias impuestas, de legalismos empequeñecedores, de maridajes con los poderes de este mundo, de jerarcas mediocres y vendidos... Sí, sí, es cierto. Pero también está llena de santos.


  Amo a la Iglesia porque está llena de santos Siempre que me monto en un tren sé que la historia del ferrocarril está llena de accidentes. Pero por eso no dejo de usarlo para desplazarme. "La Iglesia -decía Bernanos- es como una compañía de transportes que, desde hace dos mil años, traslada a los hombres desde la tierra al cielo. En dos mil años ha tenido que contar con muchos descarrilamientos, con una infinidad de horas de retraso. Pero hay que decir que gracias a sus santos la compañía no ha quebrado". Es cierto, los santos son la Iglesia, son los que justifican su existencia, son los que no nos hacen perder la confianza en ella.


Ya sé que la historia de la Iglesia no ha sido un idilio. Pero, a fin de cuentas, a la hora de medir a la Iglesia a mí me pesan mucho más los sacramentos que las cruzadas, los santos que los Estados Pontificios, la Gracia que la Inquisición... ¿Estoy diciendo con esto que amo a la Iglesia invisible y no a la visible? No, desde luego. Pienso que tenía razón Bernanos al escribir: "La Iglesia visible es lo que nosotros podemos ver de la invisible" y que como nosotros tenemos enfermos los ojos sólo vemos las zonas enfermas de la Iglesia.


Nos resulta más cómodo. Si viéramos a los santos, tendríamos la obligación de ser como ellos. Nos resulta más rentable "tranquilizarnos" viendo sólo sus zonas oscuras, con lo que sentimos, al mismo tiempo, el placer de criticarles y la tranquilidad de saber que todos son tan mediocres como nosotros.


  Amo también a la Iglesia porque es imperfecta. No es que me gusten las imperfecciones de la Iglesia, es que pienso que son ellas hace tiempo que me habrían tenido que expulsar a mí de ella. A fin de cuentas, la Iglesia es mediocre porque está formada por gentes, como tú y como yo. "Oh –decía Bernanos- si el mundo fuera la obra maestra de un arquitecto obsesionado por la simetría o por un profesor de lógica, de un Dios deista, la santidad sería el primer privilegio de los que mandan; cada grado de la jerarquía correspondería a un grado superior de santidad, hasta llegar al más santo de todos, el Papa, por supuesto. ¡Vamos! ¿Y os gustaría una Iglesia así? ¿Os sentiríais a gusto en ella? Dejadme que me ría. Lejos de sentirnos a gusto, os quedaríais en esta congregación de superhombres dándole vueltas entre las manos a vuestra boina, lo mismo que un mendigo a la puerta del hotel Ritz. Por fortuna, la Iglesia es una casa de familia donde existe el desorden que hay en todas las casas familiares, siempre hay sillas a las que falta una pata, las mesas están manchadas de tinta, los tarros de confite se vacían misteriosamente en las alacenas, todos los conocemos bien por experiencia".


En rigor todas estas críticas que proyectamos contra la Iglesia deberíamos volcarlas contra cada uno de nosotros mismos. "Non in se, sed in nobis vulneratur Ecclesia. Caveamus igitur, ne lapsus noster vulnus Ecclesiae fiat" [No en ella misma, sino en nosotros, es herida la Iglesia, tengamos, pues, cuidado, no sea que nuestros fallos se conviertan en heridas de la Iglesia].


  Amo a la Iglesia porque es mi Madre Ella me engendró, ella me sigue amamantando. San Atanasio se "asía a la Iglesia como un árbol se agarra al suelo". Orígenes decía que "La Iglesia ha arrebatado mi corazón; ella es mi patria espiritual, ella es mi madre y mis hermanos"


                                                                 "Amo a la Iglesia, estoy con tus torpezas,


   con sus tiernas y hermosas colecciones de tontos, con su túnica llena de pecados y manchas.


Amo a sus santos y también a sus necios.


Amo a la Iglesia, quiero estar con ella.


Oh, madre de manos sucias y vestidos raídos,


cansada de amamantarnos siempre,


un poquito arrugada de parir sin descanso.


No temas nunca, madre, que tus ojos de vieja


nos lleven a otros puertos.


Sabemos bien que no fue tu belleza quien nos hizo hijos


tuyos, sino tu sangre derramada al traernos.


Pero eso cada arruga de tu frente nos enamora


y el brillo cansado de tus ojos nos arrastra a tu seno.


Y hoy, al llegar cansados, y sucios, y con hambre,


no esperamos palacios, ni banquetes, sino esta


casa, esta madre, esta piedra donde poder sentarnos".


 (José Luis Martín Descalzo)


TIEMPO DE ESPERANZA


por


Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela


20 de Enero 2008


Ante el reto fundamental que nos presenta la sociedad contemporánea, no podemos dejarnos llevar por la impresión negativa de que esta sociedad cierra sus puertas al Evangelio de Jesucristo. En lo más íntimo del corazón humano hay ansia, ardor y deseo de felicidad y plenitud que sólo Jesucristo puede completar y colmar. En lo más íntimo del corazón humano se va realizando el amor que tiene su origen en Dios. Aun en medio de la noche, la hierba crece. Del mismo modo en esta "noche oscura social" las semillas del Verbo están depositadas en todo ser humano y ahí van creciendo casi imperceptiblemente.


 


Nosotros disminuimos, pero el Señor crece en medio de nosotros, porque todo ser humano espera al todo de Cristo. La misión en la Iglesia tiene este cometido fundamental: concienciar y reconocer en todos que Jesucristo les ama y ha dado la vida por el género humano para salvarles del pecado y de la muerte; no podemos esperar a que pase la "noche oscura" de esta época para actuar; en medio de ella como cristianos y llevando la luz de Cristo hemos de iluminar, no para lucirnos sino para lucir y hacer que otros vean el rostro amoroso de Dios. Un grito de esperanza ha de surgir de nuestras vidas renovadas por el amor de Cristo: ¡Basta ya de lamentos y pesimismos! La esperanza cristiana está salvada y traspasada por Cristo, el único que nos puede decir: "No tengáis miedo, yo he vencido al mundo y estoy siempre entre vosotros".


 


Hemos de estar vigilantes para poder dejarnos llevar por esta corriente de vida y de ilusión. ¡Es la hora de la misión! Es la hora porque siempre es tiempo de comunicar la Verdad y la Vida; siempre es tiempo de gracia y de hacer el bien en nombre de Dios. La humanidad, aunque a veces no se dé cuenta perfectamente de ello, sigue estando sedienta de Dios y de su amor. Dios está deseoso de comunicar su amable y tierna caridad envuelta de misericordia y su salvación, que es realmente lo que la humanidad necesita, lo que hará feliz de verdad a esta humanidad que busca ansiosa la Redención y la Salvación en Cristo, en medio de tanto dolor, desequilibrio, dificultad y contradicción... Dios desea estar con los hijos de los hombres. Por eso, la hora que vivimos es propicia para la misión: ahora es tiempo de misión, tiempo de luz, tiempo de amor y tiempo de esperanza.


 


El Papa Benedicto XVI nos ha mostrado un camino a seguir en este nuevo año 2008 que hemos comenzado y para ello nos ha regalado una Encíclica sobre la esperanza y nos dice que esta esperanza nos salvará. Nos son las promesas humanas o las ideologías más o menos convincentes las que harán cambiar el corazón humano, sólo la esperanza en Cristo lo hará posible. Vivamos con alegría el regalo de la fe y no dejemos que entre el pesimismo, la angustia y la desesperanza, miremos con los mismos ‘ojos de Dios’.  "INFANCIA MISIONERA…MANOS A LA OBRA"


Jornada de Infancia Misionera 2008


(27-1-2008) por  


Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona-Tudela


y


Director de Obras Misionales Pontificias en España


Un año más queremos resaltar la importancia de la Infancia Misionera. Para ello hemos pensado hacer realidad aquello de ‘manos a la obra’. No podemos pararnos. Es necesario remangarse y ponernos a trabajar con los niños y para los niños. Dentro de poco les tocará construir un mundo más en consonancia con los valores del Evangelio. Para eso conviene trabajar desde estos momentos sin miedos y con valentía. Hemos de presentarles con ilusión y realismo todo lo que han de aprender para formarse como hombres y mujeres del futuro. La confusión que hoy se cierne en la sociedad y que se ha ido fraguando con el paso del tiempo, hemos de desenmascararla sin titubeos y con firmeza. La causa de la misma hunde sus raíces en el relativismo. ¡Cuánto daño se puede hacer, y de hecho se está haciendo, a los que llevarán sobre sus hombros los destinos de la sociedad dentro de pocos años! Por ello conviene movilizarse y preparar con audacia a los niños que, como planta tierna, reciben todo y lo asumen con sencillez y asombro.


 


No todo es válido, como enseñan las filosofías relativistas, ni todo es bueno como enseñan los maestros del ‘vacío existencial’. Una sociedad que no se forme en el principio moral de ‘aceptar el bien y rechazar el mal’, se convierte en enemiga de sí misma. La niñez es como una esponja que absorbe todo lo que se le pone por delante y que marca para toda la vida. Tanto lo bueno como lo malo puede convertirse o en una vida sana, con actitudes moralmente bien orientadas o en una bomba de relojería que el día menos pensado explota con formas de actuar que contradicen la dignidad humana. Libertad no es ‘hacer lo que a uno le apetece’; es algo sagrado que ayuda a crecer a la persona en un estilo de vida auténtico y que tiene como norma de vida ‘hacer el bien y buscar lo bueno’.


 


Para ello, los medios de comunicación social, que son el ‘púlpito’ desde donde se debe enseñar a vivir y orientar la vida en la verdad, deben echar una mano. Desgraciadamente son frecuentes las veces que nos hallamos ante informaciones o programas interesados que contradicen y amenazan a la persona con modos de vida rastreros; son la ‘basura’ que nada tiene que ver con la identidad de la naturaleza humana llamada a la armonía y a la belleza. En este campo hay que ponerse "manos a la obra". Y son las familias, apoyadas por las parroquias, el Colegio y los diversos ámbitos de Iglesia, quienes deben llegar a los niños para presentarles el seguimiento de Jesús como lo más hermoso que hay en la vida. Quien va tras las huellas de Cristo hace de su vida un camino. Los diez mandamientos son el mejor programa de vida cristiana, más aún, de experiencia humana. Tanto los tres primeros, que hacen referencia a Dios, como los siete restantes que hacen referencia al prójimo, nos muestran el modo de hacer el bien y rechazar el mal.


 


Desde las Obras Misionales Pontificias deseamos que la Infancia Misionera sea un aliciente para todos los niños españoles y que, con su ejemplo, sean muchos los que se sumen a esta forma nueva de vida que será una alegría para el futuro. Cuando tenía once años, al ver cómo vivían otros niños, quedé impresionado. Aprendí a rezar con ellos y sentía un gran gozo dentro de mí. Pero lo que me dejaba atónito era el testimonio de los Santos; mucho me ayudaron San Francisco Javier, San Francisco de Asís, San Pío X… Y todos venían a decirme lo mismo: hay que hacerse amigos de Jesús. Así comencé una aventura nueva que aun dura después de tanto tiempo. Conviene volver a presentar –con viñetas- la vida de los Santos para que los niños descubran la grandeza de aquellos que supieron amar a Dios y entregarse a los demás.


 


Desde Obras Misionales Pontificias se está preparando todo un material catequético, muy bueno, para niños. Invito a las parroquias, escuelas, colegios y familias a utilizarlo con ellos ya que son ellos los que más necesitan orientaciones claras y firmes. Pongámonos todos ‘manos a la obra’ para proclamar clara y gozosamente que ser cristiano hoy es la aventura más hermosa que vivirse pueda. Es éste un momento importante para ayudar a comprender lo que significa la infancia en la Iglesia. Desde Infancia Misionera queremos mostrar el rostro amable de los niños que son los ‘pequeños misioneros’ y que han de llevar a los demás el mensaje de Jesús.


 


Además Infancia Misionera se compromete a ayudar a otros niños que están faltos de amor. Se solidarizan con ellos para que puedan tener un Hospital o una Escuela o una Capilla o un ambiente más digno. Los niños con toda facilidad se ponen ‘manos a la obra’ compartiendo sus ahorros para la consecución de dichos fines. No les cuesta, e incluso piden a los mayores que les ayudemos. España es una de las naciones más generosas. Hagamos de este Jornada de la Infancia Misionera un espacio de verdadera formación para nuestros niños a fin de que, siendo amigos de Jesús, se pongan ‘manos a la obra’ y miren a otros que, como ellos, son también hijos de Dios y merecen lo mejor de nosotros.


VANIDAD DE VANIDADES


por


Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona-Tudela


( 3 de Febrero 2008 )


 


Hay muchos momentos en la vida que parece se desvanece todo lo que uno ha construido y se resienten todos los aparentes cimientos que creíamos eran seguros e infranqueables. Los desengaños, las enfermedades, los fracasos y las inseguridades nos dejan desconcertados y perplejos. Nos preguntamos el sin sentido de esto y de mucho más. Parece que todo se cae como si de un ‘castillo de naipes’ se tratara. Son pruebas existenciales que nadie puede explicar y menos comprender a la luz de la sola y única razón. La vida tiene sentido por sí misma no por lo que la acontece; estos momentos son la prueba evidente de lo que siempre nos ha recordado la Sagrada Escritura: ‘Vanidad de vanidades, todo es vanidad’ (Ecl 1,2). En el mismo libro se nos va describiendo la vanidad de la ciencia, de los placeres y de los bienes materiales. Todo desaparece y sólo Dios permanece. Lo creado es finito, el amor de Dios es eterno.


 


El fundamento de nuestra vida y los cimientos de nuestro existir sólo tienen consistencia en Dios. De ahí que nos lo recuerde la viva tradición de la Iglesia que tiene como fuente la Palabra de Dios. Es engañoso y mentiroso vivir a expensas de lo que nos toca ahora, en cambio es cierto y auténtico quien se sustente en lo que ha de venir. El necio se para en las cosas que acaban, el sabio en la luces de la razón y el santo en lo que no tiene fin. "Miré todo cuanto habían hecho mis manos y todos los afanes que al hacerlo tuve, y ví que todo era vanidad y apacentarse de viento" (id. 2,11).


 


Podemos tener todo y sin embargo un día, a la vuelta de la esquina de la vida, en


el lugar que menos pensabas te surge esta pregunta: "Qué provecho saca el hombre de todo y de todos sus afanes bajo el sol? (id. 1,3). No hay seguridades absolutas más que las que Jesucristo nos ha mostrado en el Evangelio. De ahí que nunca, en él, nos sentiremos engañados, al contrario nos veremos bien acompañados puesto que nos manifiesta con claridad meridiana la Verdad, el Camino y la Vida.


 


La vida es bella y hermosa cuando se sustenta en esta experiencia de fe. Las realidades de la muerte, el juicio de Dios ante la vida eterna en su doble alternativa de muerte o vida ( de infierno o cielo), de desamor o amor son para pensárselo bien y no dejarnos manipular por las vanidades o el orgullo del que piensa y cree que todo lo tiene solucionado y resuelto. La felicidad tiene su fuente en Dios y en él sólo podemos gozar. Que las cosas no nos esclavicen, que sean medios y no fines, que usemos la vida para ‘bien-gastarla’ y que confiemos en la fuerza revitalizadora del Evangelio


Querido Francisco, Arzobispo de Pamplona y Tudela:


Desde hace algunos días llevo en mi bolsillo un papelito que encontré en el banco de una iglesia; al fondo, muy al fondo, y recogido, casi pudibundo. Se trata de un texto que me ha pareció precioso pero que, todavía, no tengo muy claro qué hacer con él. Si lo entrego, siento estar invadiendo el pudor que a los autores del texto les impidió superar los bancos del fondo. Si me lo guardo, tal vez interrumpa injustamente el destino de estas sinceras afirmaciones.


¡Ea!, allá va. Sumo mi aprecio al de los autores y protagonistas del siguiente texto:


Carta a nuestro Obispo.


Cuando mi hijo, de 2 años y medio, se encontró con nuestro Obispo me susurró, "papá, San Fermín". Entonces creí comprender la intensa exigencia que la grey navarra, y más aún la pamplonesa, suele ofrecer al Ordinario , pues dos de sus patrones fueron obispos. Debe ser por aquello de ser más exigentes con quienes queremos profundamente.


En el recibidor de casa tenemos una imagen de San Fermín. Desde pequeño, a nuestro hijo le hemos contado que "el morenico" le está diciendo al lobo que no puede entrar en esta casa. Cada vez que llora, o se asusta, nos lleva de la mano hasta la imagen de San Fermín a la que el pequeño encomienda la protección de la casa, para que no permita que ni el lobo ni la bruja entren en nuestro hogar:


 


"…y con el bastón, ¡pum!, le mandas al bosque".


Imagino que a mi hijo se le aparecieron sus fantasías, ante la mayestática figura de nuestra casa, cuando delante de él, con una cariñosa sonrisa, se presentaba "San Fermín", le hacía una delicada caricia y no apabullaba con su inmensa humanidad. Ésa es al menos la experiencia de sus padres. Ahora parece que sabe afrontar mejor el miedo al lobo y a la bruja, ya no reclama acudir al retablico, aunque sigue encomendando a San Fermín la custodia de nuestra casa.


Gracias por ahuyentar nuestros lobos, por guiar nuestros miedos y titubeos. Gracias por velar por nuestro hogar. Que San Fermín y San Saturnino te acompañen y te inspiren. Y, sobretodo, que no nos ciegue la devoción a nuestros patrones y sepamos valorar y reconocer tus gestos, tus caricias y tus esfuerzos. Así sea. Aleluya.


LA IGLESIA PROMOTORA DE VIDA, SOLIDARIDAD Y PAZ


por


Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela


( 17 de Febrero 2008 )


Las razones que vive la Iglesia y por las que lucha en todo momento, como tantas otras instituciones, son la cultura de la vida, la generosa solidaridad y la paz duradera. No cabe duda de que en el recorrido de su Historia ha tenido "momentos oscuros" –como decía Juan Pablo II- pero la mayor parte de las veces ha mostrado la grandeza de aquello en lo que cree y espera. Nadie se extraña cuando proclama, y con valentía, aquello que debe identificar el progreso de la dignidad humana. El ser humano es la criatura más excelsa que Dios ha podido hacer y es lo más sagrado de la naturaleza. No en vano Jesucristo nos dice en el Evangelio, que, quien "ame a Dios y cumpla su Palabra" será digno hogar de la Trinidad. No hay templo más digno que la persona humana. Ya desde su concepción, en el seno de la madre, la criatura es "morada viva de Dios".


 


La Iglesia es defensora de la vida porque de la vida somos administradores pero no creadores ni poseedores y si hay vida, por muy incipiente que sea, es sagrada. El Evangelio, que es designio de Dios y promesa de plenitud nos muestra este estilo de creer y de amar. Y la Iglesia ha de ser fiel a este mensaje que muestra la lucidez de la verdad, el camino de la dignidad y la vida como sentido de humanidad. Varias instituciones eclesiales abren sus puertas a madres que dentro de la desesperanza quieren que alguien les tienda su mano amiga y les permita conservar el fruto de sus entrañas. Gracias a esta generosidad muchas madres han encontrado sentido a su vida y han respetado el don de la vida que iba creciendo en su seno.


 


La Iglesia no se margina de la sociedad, está en medio de ella llevando un mensaje de amor solidario. Pensemos en la estupenda labor de formación en humanidad que da la fe cristiana: en tantas parroquias, en tantos matrimonios y familias, en tantas congregaciones o asociaciones, en tantos colegios, en centros de acogida para pobres y marginados, en multitud de misioneros, en personas voluntarias que se ofrecen para ayudar a necesidades diversas y distintas. Si por un casual desapareciera todo lo que realiza la Iglesia a favor de la educación, de los necesitados y de la labor apostólica, la sociedad se resentiría gravemente. No caigamos en la tentación de mirar las cosas sin analizarlas bien. Es muy fácil dar una opinión o incluso hacer una crítica pero también se ha de ser justos a la hora de valorar lo que realiza la Iglesia y el bien que ha hecho durante siglos.


 


La Iglesia es promotora de paz y lo hace centrándose en el corazón humano. Ella cree que el príncipe de la paz es Jesucristo y por ello muchos nos sentimos aliviados cuando recurrimos a los sacramentos y encontramos el perdón de Dios. La paz va creciendo a medida que crece el amor y la misericordia. Como ocurre en una familia, cuando las discusiones desembocan en distancias y separaciones, lo único que puede restañar tal drama es el amor lleno de misericordia y perdón. Todos tenemos sed de paz y se han de buscar caminos para alcanzarla; es imposible llegar a la paz cuando el corazón está endurecido y mucho menos cuando el odio es el motor de los actos. Creo en la Iglesia y en quien la ha fundado, que es Jesucristo. Y, a pesar de sus miembros que pueden caer en la infidelidad, cada día creo y amo más a la Iglesia. Es mi madre del alma y en ella me abandono.


JAVIER "TESTIGO DE PAZ"


por


Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona-Tudela


30 de noviembre 2008


Siempre me he sentido fascinado y admirado por la fuerza misionera de San Francisco de Javier. No era un joven extraño a los demás, ni siquiera mejor: era un joven que se fió de Jesucristo y se lanzó a la aventura de vivir y anunciar el Evangelio. Sus expectativas humanas eran auténticas y sinceras pero centradas en él mismo porque quería destacar ante la gente y ante su familia. Cuando descubre que la vida no sirve de nada si no se hace por un amor mayor que es Jesucristo, cambia su forma de pensar y de vivir. En esta transformación encuentra el sentido a su vida y se entrega sin reservas a Jesucristo en su Iglesia sin pararse en sí mismo. Y desprendido de sí, comienza una aventura que le hará ser, al estilo de San Pablo, el apóstol de los que no "conocen el amor de Cristo". Surca los mares hasta oriente y no cesa de dar lo mejor que lleva en su "vasija de barro" que es el "amor por Cristo y a amar a Cristo".


 


Me impresiona que San Francisco de Javier no tuviera otra razón que la de ser mediación de aquel del que se ha fiado: de Cristo. Sólo desde este modo de pensar y de vivir se puede ser "testigo de paz". Por ello me quiero fijar en este aspecto tan necesario en la sociedad que nos toca vivir. La paz no nace de acuerdos más o menos voluntariosos simplemente y menos de diálogos interesados. La paz nace de un corazón dispuesto a darse por amor. Un corazón "contrito y humillado", como nos dice el Salmo, es aquel que se pone al servicio de los hermanos y tiene la fortaleza para saber perdonar y saber pedir perdón. La paz es el lenguaje nuevo que instaura Jesucristo cuando después de haber entregado su vida y resucitado dice a los suyos:"Mí paz os dejo, mí paz os doy".


 


Celebramos la Jornada de las Misiones en la Diócesis de Pamplona-Tudela y el motivo fundamental es la experiencia misionera que tuvo San Francisco de Javier. Hoy nos sigue impulsando a todos para saber orientar nuestro trabajo de cada día con este espíritu de servicio a los demás por el Evangelio de Jesucristo. No se contrapone el servicio y generosidad que se realiza cuando se ayuda a los demás con el servicio y amor a Jesucristo porque "en esto conocerán que sois mis discípulos si os amáis los unos a los otros". No hay mayor signo de paz que la solidaria fraternidad y la generosa solidaridad.


ESPERANZA QUE NO DEFRAUDA


por


Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona-Tudela


7 de diciembre 2008 


Ante ciertas situaciones sociales que flagelan al ser humano y que hacen perder las esperanzas se siente en las personas un cierto malestar que entristece la vida; es aquí donde se hace palpable la afirmación de los santos: "Las esperanzas humanas no logran dar lo que la esperanza en Dios sí concede". Son siglos y siglos que el ser humano vive a expensas de sus propias opciones y siempre se ve defraudado por la falta de una consecución total y perfecta. Sólo quien confía en las promesas de Cristo puede encontrar una luz en su camino. La esperanza en Cristo no defrauda, es más nos lleva a la auténtica realización de la persona y de la humanidad.


 


Hablar de esperanza ante las crisis tan diversas por las que pasa la sociedad es como hablar de un cuento que nunca existirá. El Sínodo que se ha celebrado en Roma y que hace menos de un mes que ha finalizado nos recuerda que "quien entra en las calles del mundo descubre los bajos fondos donde anidan sufrimientos y pobreza, humillaciones y opresiones, marginación y miserias, enfermedades físicas, psíquicas y soledades. A menudo, las piedras de las calles están ensangrentadas por guerras y violencias, en los centros de poder la corrupción se reúne con la injusticia. Se alza el grito de los perseguidos por la fidelidad a su conciencia y su fe. Algunos se ven arrollados por la crisis existencial o su alma se ve privada de un significado que dé sentido y valor a la vida misma". 


La esperanza que no defrauda está presente en el Hijo de Dios que en su solidaridad de amor y con el sacrificio de sí mismo siembra –dirá el Sínodo en su comunicado final- "en el límite y en el mal de la humanidad una semilla de divinidad, o sea, un principio de liberación y de salvación; con su entrega a nosotros circunda de redención el dolor y la muerte, que él asumió y vivió, y abre también para nosotros la aurora de la resurrección". Es aquí donde se enraíza la auténtica esperanza, sin ella todo estaría perdido. Cristo es quien nos recupera y por ello más hemos de luchar ante las atroces circunstancias que nos quieren robar la esperanza.


 


Nosotros como cristianos tenemos la misión de anunciar la esperanza, compartiéndola con los que sufren, con los pobres y con los frustrados de la vida, mediante el testimonio que nos aporta la fe en el Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y paz. El mismo Sínodo insiste en la cercanía de los cristianos y una cercanía que no juzga ni condena, sino que sostiene, ilumina, conforta y perdona, siguiendo las palabras de Cristo: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré" (Mt 11,28). Los testimonios de los misioneros y de tantos que en silencio actúan se ven apoyados por este estilo de vida que ofrece todo por llevar la esperanza a una sociedad que sufre. Recuerdo la experiencia de una misionera en medio del conflicto en Congo; ella me decía que la fuerza del amor era su única arma para seguir mostrando a los desplazados y huidos que al menos alguien estaba a su lado. Estar junto y al lado del pobre y del que sufre por amor es el mejor signo de la esperanza que no defrauda.


LA ESPECIE HUMANA, ¿ESTÁ PROTEGIDA?


por


Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona-Tudela


14 de diciembre de 2008 


Me siento muy mal cuando, con pretensiones progresistas, se dan circunstancias en las que se contradice el sentido lógico y el sentido común. Comienzo poniendo un ejemplo y es el de los que defienden la naturaleza y su proceso normal y por lo tanto un nido de águilas no se puede vulnerar por un depredador. ¡Estoy de acuerdo! La ley penaliza a quien destruya los huevos de águilas porque el mismo ecosistema padecería las consecuencias; además no es de recibo eliminar por gusto personal algo que debe llegar a su término. Sin embargo no se utiliza la misma medida de la ley para el feto, en la especie humana, que está en el seno de la madre. Sabemos que son millones de seres humanos a los que se les impide llegar a la vida y se les lleva a la máquina trituradora de desechos sanitarios. La consecuencia que deduzco es que para la especie animal se respeta el proceso y para la humana no. No lo entiendo ni desde la lógica, ni desde la razón. Me parece una aberración de sentido común y de sentido ético.


 


La ciencia debe regirse con la conciencia y, si son bien armonizadas ambas, su labor será muy positiva en el suceder de la Historia. Por eso, la ciencia, tiene en sus manos hacer el bien que llevará a frutos abundantes de humanización y si realiza el mal las situaciones deshumanizadoras son irreversibles y muy difíciles de corregir. Con la vida y con las manipulaciones de la misma no se puede jugar. La Historia juzgará de forma implacable las consecuencias de tales errores. Por supuesto, Dios también las juzgará. Esto es un principio de sentido lógico que nos lo resume el dicho popular "quien juega con fuego, se puede quemar".


 


Si desde la misma razón se hace un discernimiento lógico ¿cómo es posible que no se de importancia a la defensa de la vida desde la concepción, desde la primera formación de un ser vivo, desde el momento que la vida se ha hecho presencia en un embrión? La persona no es un ente abstracto sino un ser vivo que ha comenzado a ser cuando inicia su vida. Si a mí me hubieran truncado los inicios de vida ahora no existiría. ¿No es éste un argumento suficiente y convincente? No se necesita más que recurrir a la sindéresis, es decir, a la capacidad natural para juzgar rectamente y el respeto a la vida es de pura justicia. Hace pocos días me encontré con una persona que estaba buscando a su madre que la abandonó en manos de una familia que la adoptó y simplemente quería expresar a su madre biológica el agradecimiento por haberle dado la posibilidad de vivir.


 


La defensa de la vida es una de las esencias fundamentales del mensaje evangélico y cristiano. Por ello la Iglesia siempre aplaudirá a quien defienda la vida y condenará lo que vaya en contra de la vida misma. En los años que vivió el Papa Juan Pablo II lo expresó de forma contundente y en muchos de sus discursos el Papa Benedicto XVI ha dado doctrina firme en sus afirmaciones; también los obispos lo hemos manifestado hasta la saciedad y los creyentes favorecemos, por el bien de la humanidad, la "cultura de la vida". Como decía Edmund Burke "todo lo que es necesario para el triunfo del mal, es que los hombres de bien no hagan nada". La conciencia no se somete a los fáciles manejos de las antropologías recortadas e interesadas, la conciencia verdadera defiende la vida y la protege. De ahí que se ha de trabajar por el bien de la humanidad pues de lo contrario se la puede dañar y de forma absoluta. Apoyemos la "cultura de la vida y no la de la muerte".


ENTREVISTA


a


Mons. Francisco Pérez González


por "Cooperadores Salesianos" de Pamplona


12 de diciembre 2008 


1.- ¿Cómo es un día en su vida? 


R.- Es muy sencillo. Me levanto pronto, a las 6’00 hs. de la mañana. Rezo y celebro la Eucaristía y después del desayuno tengo visitas en el Despacho del Arzobispado. A veces tengo que viajar o celebrar acontecimientos diversos y entonces no estoy en el Despacho. Por la tarde, después de comer, suelo seguir recibiendo visitas. No me parece bien que retrase las visitas y procuro recibir lo antes posible a los que vienen a verme. Dedico bastante tiempo a responder cartas o E-mail y lo mismo dedico mucho a escribir o leer. Cuando tengo algún rato libre voy a visitar enfermos o personas que están en situaciones de sufrimiento. 


2.- Mensaje del Sr. Arzobispo a un educador cristiano.- 


R.- El mensaje fundamental que dirijo a un educador cristiano es muy concreto: Vivir la fe con ilusión y transmitirla sin miedo porque a Cristo siempre le hemos de proponer, nunca imponer. Que la propuesta cristiana sea para todos sin distinción. Muchas veces será con palabras y la mayoría con el testimonio. La fe se comunica en comunión con la enseñanza de la Iglesia; el educador cristiano que lo haga al margen de esta comunión está adulterando su fe y hace un mal enorme y a veces irreparable a los que le escuchan o educa. Por eso el creyente habla y vive en armonía y consonancia con Cristo que tiene su morada en la Iglesia; La Iglesia fundada por Cristo es la garantía de que su Reino crezca. 


3.- ¿Cómo ve a los jóvenes respecto con la Iglesia?.- 


R.- Al ser hijos de este tiempo se encuentran con muchos interrogantes que la sociedad o los medios de comunicación les presenta. El joven es como una esponja, absorbe todo lo que se le eche. Por ello se ha de educar al joven en valores y a ser crítico pero bien formado. Por otra parte ellos quieren ver en nosotros autenticidad. Pongo el ejemplo de personas que viven a fondo su fe, esto atrae al joven; ahí tenemos muchas vocaciones jóvenes a la vida contemplativa o activa que es exigente. A ellos hay que presentarles un Cristo que invita a dejarlo todo para seguirlo, pero si le presentamos un Cristo edulcorado, poco exigente y socializante… no les atrae. Además al joven conviene presentarle bien la Palabra de Dios y los Sacramentos que son las fuentes de vida cristiana. En las celebraciones no hay que hacer teatro para atraerlos; ellos no quieren ser engañados. Los jóvenes cristianos han de ser los apóstoles de los jóvenes. Conviene prepararlos bien. 


4.- ¿Cree usted que la Iglesia debería hacer algún cambio para acercarse a los jóvenes?  


R.- La Iglesia debe ser fiel a la enseñanza de Cristo y al estilo de vida que él nos pide. Muchas veces la propuestas de la sociedad son divergentes y hasta contrarias a las indicaciones de la Iglesia. Lo moderno no quiere decir que sea verdadero. La Verdad brilla por sí misma y se ha de anunciar con firmeza. Cuando me hacen esta pregunta siempre suelo decir que la Iglesia no tiene otra misión ni otra pretensión sino la de hacer presente a Cristo con el amor, creer el Símbolo de la fe y practicar los Diez Mandamientos. Seguir a Jesucristo se debe concretar y estos marcos han de estar presentes siempre. La Iglesia se acerca a los jóvenes como nos lo han mostrado el Papa Juan Pablo II y el Papa Benedicto XVI. Sin viveza evangélica no habrá forma de convencer. Muchos jóvenes están bien orientados y viven la experiencia de Iglesia con ilusión y alegría. 


5.- ¿Qué les diría el Arzobispo a los alumnos de nuestro Colegio?.- 


R.- Que sean buenos estudiantes y trabajadores. Que no se dejen llevar por lo fácil y que huyan de los que les quieren manipular; pensemos en tantos jóvenes que se drogan o se dejan llevar por el sexo como si de un juego se tratara. Un joven sano es un joven que se plantea la vida con rectitud y buscando siempre hacerse el bien y hacer el bien. Como cristianos se ha de buscar vivir las virtudes propias que hacen al joven madurar humana, espiritual y moralmente. Seguir a Cristo es la mayor libertad y la mayor felicidad que uno se pueda imaginar. 


6.- ¿En qué podemos ayudar los Salesianos cooperadores en la Iglesia de Navarra?.- 


R.- Siendo fieles al carisma que habéis recibido y viviendo la fe con ilusión y alegría. Además unidos a las propuestas que emanen de las enseñanzas del Arzobispo y las concreciones de las mismas; este año celebrando bien el Jubileo Paulino, impulsando el Sacramento de la Confesión, apoyando para que se formen buenos cristianos forjándose en la oración y en la adoración a Cristo Eucaristía, ayudando a los pobres y necesitados con nuestra cercanía y nuestra solidaridad o bien con los cauces propios de Salesianos o con Cáritas Diocesana o parroquial. No tengáis miedo de llevar a los chicos a retiros, convivencias donde se hable de Jesús y se viva a Jesús en medio de ellos.  


7.- ¿Cómo potenciar la verdadera Navidad entre los jóvenes?.- R.- Enseñándoles a admirar al Niño que está en Belén. Cantando Villancicos. Pero sobre todo darles la oportunidad para celebrar una buena Confesión individual y personal para después gozar con el Sacramento de la Eucaristía. La Navidad es dar brillo a nuestras almas y esto para que Jesucristo brille. No olvidarse de los pobres y para ello no hacer gastos inútiles y colaborar con algún proyecto de Misioneros o de Manos Unidas…


 8.- ¿Cómo podemos llevar el mensaje de Cristo a nuestra sociedad? R.- Siendo cristianos que nos creemos lo que somos. Que no nos acomodemos a la forma de pensar del mundo y que vivamos la experiencia de la fe desde el amor a Dios hasta el amor al prójimo. Siendo Iglesia viva y sin dejarnos atrapar por la críticas negativas que sobre ella se hacen. Un gran amor a Cristo y a su Iglesia


MENSAJE DE NAVIDAD 2008


por


Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona-Tudela


25 de Diciembre 2008


Las fiestas de Navidad, queramos o no queramos, nos recuerdan el nacimiento de un Niño muy especial que nació en Belén y al que se le ha recordado siempre desde hace más de dos mil años. Tal Niño es Dios. Esta afirmación solamente la puede hacer quien tiene la autoridad y es Él mismo quien así nos lo ha dicho. La absoluta realidad es esa y nadie lo podrá cambiar por mucho que se intente. En algunos momentos y ahora en nuestro tiempo también se trata, por todos los medios, de desviar la mirada de este hecho trascendental y ni se ha conseguido ni se conseguirá. Todo pasa con el tiempo pero Dios nunca; y lo más sorprendente es que nuestra vida si tiene validez es gracias a Él y gracias a su entrega generosa por nosotros. La garantía de nuestro futuro es Él y nadie más que Él; ha conseguido ganarnos la eterna bienaventuranza.


Estos días de Navidad son para que cantemos con alegría y dejemos que se haga presente este Niño Dios que ha llenado la tierra de felicidad. Que en la familia reine el amor y reine el gozo donde vuelva a resonar: ¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres en los que Él se complace!" (Lc 2,14). Las calles se llenan de luces y guirnaldas, de colgantes y de símbolos navideños, de fiesta y de luz. ¿Qué celebramos?, preguntaba un niño a su abuela. Ella le respondió: "Celebramos la fiesta de un nacimiento, el más hermoso que ha podido acontecer, el nacimiento de Jesús". Aquel niño cuando llegó a casa vio que sus padres habían preparado, con imágenes de barro, el portal de Belén. Antes de cenar el mismo niño llevó, entre sus manos, la pequeña figurilla de Jesús y la puso en la cuna del portal de Belén. Cantaron un villancico rezaron el Ave María y así comenzó la cena de Navidad.


 


Estos días de Navidad que son momento de fiesta y alegría, recordando lo que sucedió en Belén, también son días de amor y concordia. Por ello no hemos de olvidar a los más pobres y hacer posible que corra, entre todos, la solidaridad; Cáritas diocesana que tiene como esencia fundamental tender la mano a los que les falta lo más necesario es la que se pone, ante el portal de Belén, para llevar al Niño Dios las carencias de nuestros hermanos los que más sufren y pasan hambre. Por otra parte la concordia, el perdón y la misericordia son signos vivos del Amor que Dios ha tenido con nosotros y Él desde Belén nos invita a reconciliarnos. 


Con estos sentimientos de fe, bien podemos decir:


¡FELIZ NAVIDAD 2008!


JORNADA DE LA SAGRADA FAMILIA


El misterio de la Encarnación, que celebramos en la Navidad, es tan amplio y tan rico, que no se puede abarcar en una sola fiesta. Por eso, la liturgia va como desenvolviendo los diversos pliegues de ese misterio, para que nosotros entremos en ellos y gocemos de las maravillas que Dios tiene para aquellos que lo aman. Así, hoy nos invita a contemplar ese misterio, con la Sagrada Familia de Nazaret, María, José y el Niño para que, iluminados por ella, nosotros encontremos el modelo para construir nuestras familias y con ellas, nuestro pueblo.


La liturgia de hoy nos retrotrae a la familia patriarcal iniciada por Abrahán, el padre de todos los creyentes, que, junto con Sara, su esposa, y con Isaac, fueron elegidos como transmisores de las promesas de salvación. Esta familia primitiva es interpretada en la carta a los Hebreos, a la luz de la revelación cristiana, poniendo de relieve que la fe es la clave para alcanzar aquellas promesas divinas. San León Magno imploraba: "que todos los pueblos vengan a incorporarse a la familia de los patriarcas, y que los hijos de la promesa reciban la bendición de la descendencia de Abrahán, a la cual renunciaron los hijos según la carne" (Sermón en la Epifanía). El texto del Evangelio se detiene en la familia de Nazaret, como modelo definitivo, como escuela en la que aprender la fe, la vida, el trabajo y las pequeñas virtudes que forman el cañamazo sobre el que resalta la personalidad de cada uno de los miembros. La Sagrada Familia nos muestra el camino para escuchar, meditar y penetrar el sentido profundo y misterioso de la presencia del Hijo de Dios, hecho niño, entre nosotros; y nos estimula a abrirnos a los demás y acoger como miembros de nuestra propia familia a los más necesitados.


La Biblia está llena de pequeñas y grandes historias familiares y los primeros cristianos celebraban la liturgia en lo cotidiano de una casa, así como Israel confiaba a la familia la celebración de la Pascua. La familia ha sido fundamental en la transmisión de la vida y de la fe y, bien puede llamarse, como hizo Juan Pablo II, la Iglesia doméstica, que refleja la comunión trinitaria y la comunión eclesial (Familiaris Consortio, 21). Es verdad que la familia viene siendo atacada desde el siglo XIX cuando la revolución industrial trajo consigo un éxodo masivo hacia las ciudades y unas dificultades enormes para conseguir vivienda digna. Es verdad también que actualmente recibe una agresión más directa, más frontal con leyes contrarias a la identidad del matrimonio, que es la unión de un hombre y una mujer, a la unidad indisoluble, a la estima de la vida desde el momento de la concepción, a la libertad de educación, etc., etc. En realidad los ataques contra la familia vienen de muy antiguo, y ya San Ignacio de Antioquía, en el siglo segundo, advertía que "los que perturban la familia no heredarán el reino de Dios" (Carta a los Efesios). A pesar de todos estos envites, la familia cristiana ha salido fortalecida: superó las dificultades sociales de los dos últimos siglos y sabrá superar los que hoy plantea el laicismo galopante.


Nuestros hogares navarros han sido a lo largo de la historia remanso de luz y alegría, de serenidad y fortaleza, han dado frutos cuajados de santidad, como San Francisco Javier, han sido en definitiva la columna esencial donde se ha apoyado la sociedad firme y noble que hemos heredado. Hoy nuestras familias tienen retos casi insospechados en tiempos anteriores, han de ser sujetos y protagonistas de la acción misionera y evangelizadora de la Iglesia (Instrucción de la Conferencia Episcopal, La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad), han de mantener los valores humanos y cristianos, que parecen tambalearse. Han de ser, principalmente para los niños y los jóvenes, escuela de humanidad donde se aprende y se vive la fe, donde se aprende y se vive la piedad, donde se aprende y se vive el sentido del trabajo, del servicio a los demás, del descanso necesario y regenerador.


 


Queridas familias luchad por vuestra propia identidad. El futuro será lo que sea la familia hoy. No nos dejemos engañar. Vivamos unidos y en armonía con lo que emana del Evangelio y con la Enseñanza de la Iglesia. Si así hacemos no sólo daremos gloria a Dios sino también a la humanidad. Concluyo repitiendo lo que os escribía en noviembre: "Quiero lanzar un canto a la familia como el núcleo más vivo que hay en la sociedad" y pido a la Sagrada Familia que nos alcance la fortaleza y la alegría necesaria en los tiempos que atravesamos


Homilía del día 28 de Diciembre 2008


S.I. Catedral de Pamplona


A las 12’00 hs.


Por Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona-Tudela


FIESTA DE LA MATERNIDAD DIVINA DE NUESTRA SEÑORA


y


JORNADA DE LA PAZ


1.- Salve, María, Madre de Dios, veneradísimo tesoro de todo el orbe. Así comenzó San Cirilo de Alejandría su mensaje al terminar el Concilio de Éfeso (año 430 d.C.), cuando la Iglesia declaró solemnemente la maternidad divina de nuestra Señora. María es la Madre de Dios (Theotókos) porque es madre de Jesús que, además de ser hombre, es verdadero Dios. Ella es la más excelsa entre las mujeres porque ha sido elegida para llevar en su seno al Hijo del Eterno Padre. San Pablo lo expresaba con lenguaje profundo y muy humano al dirigirse a los Gálatas de esta manera: "Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley" (Ga 4,4). A esta Mujer nosotros le tributamos el honor y el cariño que merece, porque la que es Madre de Dios, es también madre nuestra.


En estos días de comienzo del año nos deseamos unos a otros felicidades y bienestar. A los buenos deseos quiero unirme haciendo mía la bendición que Moisés impartía a los hijos de Israel y que recoge la liturgia de hoy: "Que el Señor te bendiga y te proteja; que se fije en ti y te conceda la paz". Bendecir en el lenguaje de la Biblia significa "decir bien una palabra", y cuando es Dios quien bendice, su palabra es eficaz, se cumple: "Dijo Dios: haya luz. Y hubo luz" (Gn 1,3). Significa también establecer la identidad de lo bendecido y darle fecundidad y eficacia: "Y bendijo Dios al hombre y a la mujer y les dijo: Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla" (Gn 1,28). Con estas sencillas palabras queda claro que todos los seres humanos somos fruto de la bendición divina. Esa misma bendición imploro para cada uno de vosotros, para que el Señor os conceda bienes materiales y espirituales, y os alcance la paz.


2.- Una forma de concretar este deseo de paz es la Jornada de la Paz que viene celebrándose desde 1968, cuando Pablo VI al finalizar el Concilio Vaticano II la instituyó para toda la Iglesia; es un día para pedir intensamente por la paz entre las naciones, entre los miembros de la familia y, en primer lugar, entre cada persona y Dios, porque la ruptura con Él es el origen de toda discordia. ¡Cómo me gustaría que este nuevo año cada uno nos reconciliáramos con Dios! Deseo que este año 2009 se siga potenciando el Sacramento del Amor Misericordioso de Dios y así todos gozar y lucrarnos del Jubileo Paulino.


El Santo Padre ha titulado el mensaje acostumbrado para esta fecha del modo siguiente: "Combatir la pobreza, construir la paz". Convencido de que la pobreza está en la base de muchos conflictos armados y de que estos agravan las situaciones de penuria y aumentan las diferencias entre ricos y pobre, propone fijar la atención y poner soluciones justas a las situaciones que hoy se muestran con especial crudeza. La más grave es la falta de principios morales: "Hay pobrezas inmateriales, dice, que no son consecuencia directa y automática de carencias materiales", sino que nacen del olvido o desprecio de la dignidad trascendente de la persona. Denuncia, como consecuencia de esa falta de principios morales, el "exterminio de millones de niños no nacidos en nombre de la lucha contra la pobreza". Pone también en evidencia los chantajes a los que son sometidos algunos países por parte "de quienes condicionan las ayudas económicas a la puesta en práctica de políticas contrarias a la vida" y señala que es difícil combatir el SIDA "si no se afrontan los problemas morales con los que está relacionada la difusión del virus". Un tercer ámbito sobre el que el Santo Padre llama la atención es la pobreza de los niños, ya que "casi la mitad de quienes viven en la pobreza absoluta son niños". Concluye Benedicto XVI con una invitación "a cada discípulo de Cristo, así como a toda persona de buena voluntad, para que ensanche su corazón hacia las necesidades de los pobres, haciendo cuanto le sea posible para salir a su encuentro".


Volvamos de nuevo los ojos a Santa María, Madre de Dios, para invocarla con la oración que han repetido tantos cristianos, hermanos nuestros, y nosotros mismo desde nuestra infancia: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén"Os deseo a todos los diocesanos: ¡¡¡FELIZ AÑO 2009!!! 


Homilía del día 1 de enero 2009


S.I. Catedral de Pamplona


A las 12’00 hs


Por Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona-Tudela


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