lunes, 19 de enero de 2009

Desbordo de gozo con el Señor

Carta a los Hebreos 5,1-10.
Todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y puesto para intervenir en favor de los hombres en todo aquello que se refiere al servicio de Dios, a fin de ofrecer dones y sacrificios por los pecados.
El puede mostrarse indulgente con los que pecan por ignorancia y con los descarriados, porque él mismo está sujeto a la debilidad humana.
Por eso debe ofrecer sacrificios, no solamente por los pecados del pueblo, sino también por los propios pecados.
Y nadie se arroga esta dignidad, si no es llamado por Dios como lo fue Aarón.
Por eso, Cristo no se atribuyó a sí mismo la gloria de ser Sumo Sacerdote, sino que la recibió de aquel que le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy.
Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.
El dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión.
Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer.
De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen,
porque Dios lo proclamó Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec.
Salmo 110,1.2.3.4.
De David. Salmo. Dijo el Señor a mi Señor: "Siéntate a mi derecha, mientras yo pongo a tus enemigos como estrado de tus pies".
El Señor extenderá el poder de tu cetro: "¡Domina desde Sión, en medio de tus enemigos!".
"Tú eres príncipe desde tu nacimiento, con esplendor de santidad; yo mismo te engendré como rocío, desde el seno de la aurora".
El Señor lo ha jurado y no se retractará: "Tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec".
Evangelio según San Marcos 2,18-22.
Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?".
Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo.
Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!".


Ruperto de Deutz (hacia 1075-1130), monje benedictino
La Trinidad y sus obras, libro 42, sobre Isaías, 2,26


«El Esposo está con ellos»

     «Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios» (Is 61,10)... El advenimiento, la presencia del Señor, de la que habla el profeta en este versículo, es el beso que desea la esposa del Cántico de los cánticos, cuando dice: 'Que me bese con beso de su boca'» (Ct 1,1). Y esta esposa fiel es la Iglesia: ella nació en los patriarcas, se desposó en Moisés y en los profetas; con ardiente deseo de su corazón suspiraba por la venida del Amado... Llena del gozo ahora por el beso que ha recibido, exclama gozosa: «¡Desbordo de gozo con el Señor!»
     Participando de este gozo, Juan Bautista, el ilustre «amigo del Esposo», el confidente de los secretos del Esposo y de la esposa, el testigo de su amor mutuo, declara: «El que lleva a la esposa es el esposo; en cambio, el amigo del esposo, que asiste y lo oye, se alegra con la voz del esposo. Pues esta alegría mía está colmada» (Jn 3,29). Sin duda alguna, el que fue precursor del Esposo en su nacimiento, también el precursor de su Pasión, cuando el Esposo descendió a los infiernos anunció la Buena Nueva a la Iglesia que se encontraba allí, esperando...
     Este versículo, pues, se refiere totalmente a la Iglesia exultante, cuando, en los infiernos, se apresura a ir al encuentro del Esposo: «Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios. ¿Cuál es la causa de mi gozo? ¿Cuál es el motivo de mi exultación? Es porque me ha revestido con traje de gala y me envuelto en un manto de triunfo» (v 11). En Adán fui desnudada, me fue necesario juntar hojas de higuera para esconder mi desnudez; miserablemente cubierta con túnicas de piel, fui echada del paraíso (Gn 3, 7-21). Pero hoy, mi Señor y mi Dios ha sustituido las hojas por el traje de gala. A causa de su Pasión en nuestra carne, me ha puesto un primer vestido, el del bautismo y la remisión de los pecados; y en lugar de la túnica de piel de la mortalidad, me ha envuelto en un segundo vestido, el de la resurrección y de la inmortalidad.


Carta a los Hebreos 6,10-20.  lunes 19 enero 2009
Porque Dios no es injusto para olvidarse de lo que ustedes han hecho y del amor que tienen por su Nombre, ese amor demostrado en el servicio que han prestado y siguen prestando a los santos.
Solamente deseamos que cada uno muestre siempre el mismo celo para asegurar el cumplimento de su esperanza.
Así, en lugar de dejarse estar perezosamente, imitarán el ejemplo de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.
Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, como no podía jurar por alguien mayor que él, juró por sí mismo,
diciendo: Sí, yo te colmaré de bendiciones y te daré una descendencia numerosa.
Y por su paciencia, Abraham vio la realización de esta promesa.
Los hombres acostumbran a jurar por algo más grande que ellos, y lo que se confirma con un juramento queda fuera de toda discusión.
Por eso Dios, queriendo dar a los herederos de la promesa una prueba más clara de que su decisión era irrevocable, la garantizó con un juramento.
De esa manera, hay dos realidades irrevocables -la promesa y el juramento- en las que Dios no puede engañarnos. Y gracias a ellas, nosotros, los que acudimos a él, nos sentimos poderosamente estimulados a aferrarnos a la esperanza que se nos ofrece.
Esta esperanza que nosotros tenemos, es como un ancla del alma, sólida y firme, que penetra más allá del velo,
allí mismo donde Jesús entró por nosotros, como precursor, convertido en Sumo Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.
Salmo 111(110),1-2.4-5.9-10.
¡Aleluya! Doy gracias al Señor de todo corazón, en la reunión y en la asamblea de los justos.
Grandes son las obras del Señor : los que las aman desean comprenderlas.
El hizo portentos memorables, el Señor es bondadoso y compasivo.
Proveyó de alimento a sus fieles y se acuerda eternamente de su alianza.
El envió la redención a su pueblo, promulgó su alianza para siempre : su Nombre es santo y temible.
El temor del Señor es el comienzo de la sabiduría : son prudentes los que lo practican. ¡El Señor es digno de alabanza eternamente!
Evangelio según San Marcos 2,23-28.
Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar.
Entonces los fariseos le dijeron: "¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?".
El les respondió: "¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre,
cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?".
Y agregó: "El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado.
De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado".


Elredo de Rielvaux (1110-1167) monje cisterciense
Espejo de la caridad, III, 3,4,6
                                                                                   «El señor del sábado»


     Cuando el hombre, alejándose del alboroto exterior, habiendo cerrado su puerta de la ruidosa multitud de las vanidades, examinado sus tesoros, se recoge en el secreto de su corazón cuando en él ya no existe agitación ni desorden, nada que le estire, nada que le atenace, sino que ya en él todo es dulzura, armonía, paz, tranquilidad, y que todo el pequeño mundo de sus pensamientos, palabras y acciones sonríen al alma como un padre en una familia muy unida y pacífica, de repente nace entonces en su corazón una maravillosa seguridad. De esta seguridad proviene un gozo extraordinario, y de este gozo brota un canto de alegría que estalla en alabanzas a Dios, tanto más fervorosas cuanto tiene más conciencia de que todo el bien que encuentra en sí es un puro don de Dios.
 Es la gozosa celebración del sábado que debe ser precedida de otros seis días, es decir, de haber terminado completamente las obras. Primero nos hace falta transpirar haciendo obras buenas, para, seguidamente, descansar con la conciencia en paz... En este sábado, el alma saborea cuán suave es Jesús.






El apóstol Pedro

Simón Pedro,
siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como la nuestra...


El apóstol Pedro  Guido Adolfo Rojas Zamorano"Verdades de la Fe Católica"


Su nombre era Simón Bar-Jona, hijo de Jonás, era un rudo y sencillo pescador del lago de Genesaret, que vivía con su mujer y su suegra en la aldea de Betsaida, en la región de Galilea. Pedro, junto con su hermano Andrés, seguidor de Juan el Bautista, y sus amigos y compañeros de trabajo, Santiago el mayor y Juan el discípulo amado, se encontraron entre los primeros apóstoles de Cristo Jesús, quien le cambió su nombre por Pedro, Kefa en arameo o Cefas en griego, que quiere decir "piedra" o "roca" (Juan 1, 40-42); invitándolo a hacer desde entonces "pescador de hombres" (Lucas 5, 10).


Pedro siempre encabeza la lista de los doce amigos del Señor (Mateo 10, 2; Marcos 3, 16; Lucas 6, 14; Hechos 1, 13), él mismo se nombra como "siervo y apóstol de Jesucristo" (2Pedro 1, 1) "testigo de los sufrimientos de Cristo" (1Pedro 5, 1), aparece a veces como el portavoz de los apóstoles ( Mateo 18, 21-22; Marcos 10, 28). A él lo interrogan los que cobraban impuestos para el templo (Mateo 17, 24-27); además Pedro, al lado de Santiago y Juan, fueron los tres discípulos más cercanos al Salvador, y estuvieron presentes en la resurrección de la hija de Jairo (Marcos 5, 37), en la transfiguración en el monte Tabor (9, 2); ellos tres con Andrés lo interrogan en el monte de los Olivos, sobre las señales antes del fin (13, 3-4). Son también Pedro y Juan los encargados de preparar la "Última Cena" (Lucas 22, 7-8), y nuevamente los tres son llamados por el Mesías a permanecer vigilantes, mientras él hace oración en el Getsemaní (Marcos 14, 32-33). "Por eso, Santiago, Pedro y Juan... eran tenidos como columnas de la iglesia" (Gálatas 2, 9).


El amor y la confianza de Pedro a su Divino Maestro, se vio probado cuando empieza a caminar sobre las agua para salir a su encuentro (Mateo 14, 25-31); ante el abandono de los judíos que no creían que Cristo era el verdadero "pan bajado del cielo", es Pedro quien reconoce que solo él tiene "palabras de vida eterna" (Juan 6, 68); en un acto de valor momentáneo tiene el coraje de decir que iría por su Señor a la cárcel y hasta la muerte (Lucas 22, 33); el arrojo al cortarle la oreja a Malco, cuando lo van a apresar en la noche del Jueves Santo (Juan 18, 10). Asimismo, después de la resurrección se encontraba pescando en el lago de Tiberíades, en compañía de otros apóstoles, y aparece Jesús en la orilla, entonces "Apenas oyó Simón Pedro que era el Señor, se vistió, porque estaba sin ropa, y se tiró al agua" (Juan 21, 7).


El pasaje bíblico más contundente que demuestra la importancia de Pedro, lo encontramos en Mateo 16, 13-19; cuando el Unigénito de Dios en la región de Cesarea de Filipo, les pregunta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?" (13); ante la confusión de los demás, Pedro contesta acertadamente "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios viviente" (16; comparar con Marcos 8, 27-29; Lucas 9, 18-20). No obstante, no era la primera vez que uno de los doce reconocía la naturaleza y misión divina de Jesucristo; pues al principio de su ministerio, Natanael (o Bartolomé) también le dijo: "Maestro ¡tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel!" (Juan 1, 49). Igual respuesta encontramos en otra ocasión de los demás discípulos: "¡En verdad tú eres el Hijo de Dios!" (Mateo14,33). Pero solamente a Simón Pedro, Cristo Jesús le dice que su declaración no viene de los hombres sino de Dios Padre que está en el cielo (Mateo 16, 17). Seguidamente Jesús agrega: "Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a construir mi iglesia; y ni siquiera el poder de la muerte podrá vencerla" (18). En este punto hay que aclarar que la Iglesia Católica no es la Iglesia de Pedro, sino de Cristo representado en el apóstol, ya que el Santo de Dios es el "pastor principal" (1Pedro 5, 4). Por último, el Mesías le da plena autoridad, bajo el símbolo de las "llaves del reino de los cielos" (Mateo 16, 19; Apocalipsis 3, 7), de "atar y desatar en la tierra y en el cielo". Es decir, que Dios da por bueno y aprobado lo que Pedro haga con su iglesia en el mundo.


Del mismo modo, hay otros dos momentos en que el Verbo de Dios vuelve a mencionar la autoridad de Pedro:


  • "Dijo también el Señor: - Simón, Simón, mira que Satanás los ha pedido a ustedes para sacudirlos como si fueran trigo; pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, ayuda a tus hermanos a permanecer firmes" (Lucas 22, 31-32).
  • Pedro quien es el único del grupo que niega "tres veces" a su Maestro, en el patio de la casa del sumo sacerdote (Lucas 22, 34.54-62); sigue siendo su elegido, y a pesar de que el Señor conocía de antemano su debilidad humana (Lucas 5, 8), al confirmarle por "tres veces" que él será el "pastor de sus corderos y de sus ovejas" (Juan 21, 15-17).

  Por otra parte, los apóstoles reconocen la primacía de Pedro, así por ejemplo Juan lo deja entrar de primero al sepulcro vació el domingo de resurrección (Juan 20, 3-8); igualmente, Pablo manifiesta que Cristo se apareció a Pedro, y luego a los doce (1Corintios 15, 5; véase también Lucas 24, 34). El mismo apóstol de los gentiles viaja a Jerusalén para conocerlo (Gálatas 1, 18). Fue Pedro quien toma la palabra ante los ciento veinte creyentes, en la escogencia de Matías en reemplazo de Judas (Hechos 1, 15); en el día de Pentecostés con la llegada del Espíritu Santo, es el primero que empieza a proclamar a Cristo resucitado (2, 14.32), "Así pues, los que hicieron caso de su mensaje fueron bautizados; y aquel día se agregaron a los creyentes unas tres mil personas" (41).


Es también el primero en hacer un milagro público al curar al cojo de nacimiento en el templo de la Ciudad Santa (3, 6), después se dedica a predicar el evangelio en el pórtico de Salomón (3, 12ss), y ante el consejo del Sanedrín, anuncia a las principales autoridades religiosas del pueblo judío, la salvación traída con Jesucristo (4, 8ss). Pedro y los demás apóstoles, responden a la prohibición de enseñar en el nombre de Jesús, "Es nuestro deber obedecer a Dios antes que a los hombres" (5, 29).


Pedro pone al descubierto la mentira del trágico caso de Ananías y Safira (5, 1-10); y reprende a Simón, el mago, que había ofrecido dinero a los apóstoles para obtener el Espíritu Santo con la imposición de las manos (8, 18-23). La predicación de Pedro en la casa del capitán romano Cornelio, trae como resultado el bautismo y la aceptación del mensaje de Dios de una familia no judía (10, 44-48). Este hecho generó en algunos creyentes de Jerusalén un gran malestar (11, 1-2); pero ante la explicación de Pedro de sus actos, "todos se callaron y alabaron a Dios" (18). Además cuando el rey Herodes lo manda a prisión, se eleva en toda la iglesia una oración por él (12, 5), lo que provoca la intervención milagrosa de un ángel del Señor que lo saca de la cárcel (6-10).


En el incidente ocurrido en la iglesia de Antioquía sobre la cuestión de imponer la circuncisión a los cristianos procedentes del paganismo, Pablo le llama la atención a Pedro por tomar partido en este punto (Gálatas 2, 11-14). Sin embargo, Pablo lo que le reprocha es su forma de actuar, pero no pone en tela de juicio su misión de jefe del colegio apostólico y de la iglesia de Cristo. Incluso, es el mismo Pedro quien pone fin a la discusión (Hechos 15, 6-11); lo que contó además con las palabras de Santiago a favor suyo (13-14). Por todo esto, Pedro aparece como el primer apóstol de los paganos (7), y también de los judíos (Gálatas 2, 7-8).


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