domingo, 23 de noviembre de 2008

CRISTO REY

 
















Fiesta de Cristo Rey
Fiesta de Cristo Rey


ÚLTIMO DOMINGO DEL AÑO LITURGICO:

Cristo es el Rey del universo  y de cada uno de nosotros.

Es una de las fiestas  más importantes del calendario litúrgico, porque celebramos que Cristo es  el Rey del universo. Su Reino es el Reino de  la verdad y la vida, de la santidad y la  gracia, de la justicia, del amor y la paz.

Un  poco de historia

La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por  el Papa Pío XI el 11 de Marzo de 1925.  
El Papa quiso motivar a los católicos a reconocer  en público que el mandatario de la Iglesia es Cristo  Rey.

Posteriormente se movió la fecha de la celebración dándole un  nuevo sentido. Al cerrar el año litúrgico con esta fiesta  se quiso resaltar la importancia de Cristo como centro de  toda la historia universal. Es el alfa y el omega,  el principio y el fin. Cristo reina en las personas  con su mensaje de amor, justicia y servicio. El Reino  de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre  y para todos los hombres.

Con la fiesta  de Cristo Rey se concluye el año litúrgico. Esta fiesta  tiene un sentido escatólogico pues celebramos a Cristo como Rey  de todo el universo. Sabemos que el Reino de Cristo  ya ha comenzado, pues se hizo presente en la tierra  a partir de su venida al mundo hace casi dos  mil años, pero Cristo no reinará definitivamente sobre todos los  hombres hasta que vuelva al mundo con toda su gloria  al final de los tiempos, en la Parusía.

Si quieres conocer  lo que Jesús nos anticipó de ese gran día, puedes  leer el Evangelio de Mateo 25,31-46.

En la fiesta de Cristo  Rey celebramos que Cristo puede empezar a reinar en nuestros  corazones en el momento en que nosotros se lo permitamos,  y así el Reino de Dios puede hacerse presente en  nuestra vida. De esta forma vamos instaurando desde ahora el  Reino de Cristo en nosotros mismos y en nuestros hogares,  empresas y ambiente.

Jesús nos habla de las  características de su Reino a través de varias parábolas en  el capítulo 13 de Mateo:

“es semejante a un grano  de mostaza que uno toma y arroja en su huerto  y crece y se convierte en un árbol, y las  aves del cielo anidan en sus ramas”;

“es semejante al  fermento que una mujer toma y echa en tres medidas  de harina hasta que fermenta toda”;  “es semejante a  un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra  lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene  y compra aquel campo”;

“es semejante a un mercader que  busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va,  vende todo cuanto tiene y la compra”.  

En ellas,  Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo  y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más  que todos los tesoros de la tierra y que su  crecimiento será discreto, sin que nadie sepa cómo ni cuándo,  pero eficaz.

La Iglesia tiene el encargo de predicar y extender  el reinado de Jesucristo entre los hombres. Su predicación y  extensión debe ser el centro de nuestro afán vida como  miembros de la Iglesia. Se trata de lograr que Jesucristo  reine en el corazón de los hombres, en el seno  de los hogares, en las sociedades y en los pueblos.  Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo en el que  reine el amor, la paz y la justicia y la  salvación eterna de todos los hombres.

Para lograr que Jesús reine  en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo.  La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y  los sacramentos son medios para conocerlo y de los que  se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su  amor.  Se trata de conocer a Cristo de una  manera experiencial y no sólo teológica.

Acerquémonos a la Eucaristía,  Dios mismo, para recibir de su abundancia. Oremos con profundidad  escuchando a Cristo que nos habla.

Al conocer a  Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, por que Él  es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le  nota.

El tercer paso es imitar a Jesucristo. El amor nos  llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer  como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida  de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo  conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de  Cristo ha comenzado para nosotros.

Por último, vendrá  el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a  la acción de extender el Reino de Cristo a todas  las almas mediante obras concretas de apostolado. No nos podremos  detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.

Dedicar nuestra vida a la  extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo  mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una  alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las  circunstancias de la vida.

A lo largo de la historia hay  innumerables testimonios de cristianos que han dado la vida por  Cristo como el Rey de sus vidas. Un ejemplo son  los mártires de la guerra cristera en México en los  años 20’s, quienes por defender su fe, fueron perseguidos y  todos ellos murieron gritando “¡Viva Cristo Rey!”.

La fiesta de  Cristo Rey, al finalizar el año litúrgico es una oportunidad  de imitar a estos mártires promulgando públicamente que Cristo es  el Rey de nuestras vidas, el Rey de reyes, el  Principio y el Fin de todo el Universo.

Libro de Ezequiel 34,11-12.15-17.

Porque así habla el Señor: ¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él.
Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas.
Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar -oráculo del Señor-.
Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia.
En cuanto a ustedes, ovejas de mi rebaño, así habla el Señor: Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y chivos.


Salmo 23(22),1-2.2-3.5.6.

Salmo de David. El señor es mi pastor, nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas
El me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas; me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre.
Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo.


Carta I de San Pablo a los Corintios 15,20-26.28.

Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos.
Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección.
En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo,
cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos, luego, aquellos que estén unidos a él en el momento de su Venida.
En seguida vendrá el fin, cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre, después de haber aniquilado todo Principado, Dominio y Poder.
Porque es necesario que Cristo reine hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies.
El último enemigo que será vencido es la muerte,
Y cuando el universo entero le sea sometido, el mismo Hijo se someterá también a aquel que le sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos.


Evangelio según San Mateo 25,31-46.

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso.
Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,
y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,
porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;
desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'.
Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'.
Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'.
Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles,
porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;
estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'.
Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'.
Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'.
Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna". 

 

San Nicolás Cabasilas (hacia 1320-1363), teólogo laico griego
La v ida en Cristo, IV, 93-97, 102


«Venid vosotros, los benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo»

     «Habiendo realizado la purificación de los pecados, Cristo está sentado a la derecha de su Majestad en las alturas» (Hb 1,3)...Es, pues, para servirnos que vino desde su Padre hasta el mundo. Y para colmo: no se manifestó tan sólo en el momento en que vino a la tierra revestido de la debilidad humana presentándose en forma de esclavo y escondida su calidad de señor, sino que más tarde se manifestará en todo su esplendor, el día en que vendrá con todo su poder y aparecerá con toda la gloria de su Padre.  Refiriéndose a su reino, se dice: «Se ceñirá, hará sentar a sus siervos a la mesa y los irá sirviendo» (Lc 12,37). ¡Éste es aquel por quien reinan los soberanos y gobiernan los príncipes!

     Es de esta manera que ejercerá su realeza verdadera y sin mancha...; es de esta manera que hace seguir a los que ha sometido a su poder: más amable que un amigo, más imparcial que un príncipe, más tierno que un padre, más íntimo que los miembros, más indispensable que el corazón. No se impone a través del temor, no domina por un salario. Sólo en él encuentra la fuerza de su poder, sólo a través de sí mismo se une a sus súbditos. Porque reinar a través del temor o en vistas a un salario, no es gobernar con autoridad, sino por la esperanza de un sueldo o por amenaza...

     Es preciso que Cristo reine en el sentido estricto de la palabra; toda otra autoridad es indigna de él. Ha sabido llegar a ella por un medio extraordinario... para llegar a ser el verdadero Señor, abraza la condición de esclavo y se hace el servidor de los esclavos, hasta la cruz y la muerte; es así como arrebata el alma de los esclavos y se apodera directamente de su voluntad. Sabiendo que éste es el secreto de su realeza, Pablo escribe: «Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo» (Flp 2, 8-9)... Por la primera creación, Cristo es Señor de la naturaleza; por la nueva creación, se ha convertido en señor de nuestra voluntad... Por eso dice: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18).


Comentario: P. Antoni Pou OSB (Monje de Montserrat, Cataluña, España)

«Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis»


Hoy, Jesús nos habla del juicio definitivo. Y con esa ilustración metafórica de ovejas y cabras, nos hace ver que se tratará de un juicio de amor. «Seremos examinados sobre el amor», nos dice san Juan de la Cruz.


Como dice otro místico, san Ignacio de Loyola en su meditación Contemplación para alcanzar amor, hay que poner el amor más en las obras que en las palabras. Y el Evangelio de hoy es muy ilustrativo. Cada obra de caridad que hacemos, la hacemos al mismo Cristo: «(…) Porque tuve hambre, y me disteis de comer; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; en la cárcel, y vinisteis a verme» (Mt 25,34-36). Más todavía: «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).


Este pasaje evangélico, que nos hace tocar con los pies en el suelo, pone la fiesta del juicio de Cristo Rey en su sitio. La realeza de Cristo es una cosa bien distinta de la prepotencia, es simplemente la realidad fundamental de la existencia: el amor tendrá la última palabra.


Jesús nos muestra que el sentido de la realeza -o potestad- es el servicio a los demás. Él afirmó de sí mismo que era Maestro y Señor (cf. Jn 13,13), y también que era Rey (cf. Jn 18,37), pero ejerció su maestrazgo lavando los pies a los discípulos (cf. Jn 13,4 ss.), y reinó dando su vida. Jesucristo reina, primero, desde una humilde cuna (¡un pesebre!) y, después, desde un trono muy incómodo, es decir, la Cruz.


Encima de la cruz estaba el cartel que rezaba «Jesús Nazareno, Rey de los judíos» (Jn 19,19): lo que la apariencia negaba era confirmado por la realidad profunda del misterio de Dios, ya que Jesús reina en su Cruz y nos juzga en su amor. «Seremos examinados sobre el amor».





 




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