domingo, 8 de mayo de 2011

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Domingo 08 de Mayo del 2011
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2,14.22-33):

El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: «Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a él: "Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia." Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que "no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción," hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos. Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo.»

Palabra de Dios
Salmo
Sal 15,1-2.5.7-8.9-10.11

R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano. R/.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1,17-21):

Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parcialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida. Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»
Él les preguntó: «¿Qué?»
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor
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COMENTARIOS AL EVANGELIO
Lc 24, 13-35

Par: /Mc/16/12-13

1.

El evangelio de Emaús es demasiado conocido para que sea necesario describir toda su riqueza; su tono, tan humano, hace resonar un eco tan profundo en nuestros corazones, en el corazón de todos sus oyentes, que cualquier comentario corre el peligro de alterar su excepcional transparencia. Arriesguemos, no obstante, algunas sugerencias.

Leído a continuación de las frases paulinas de las segundas lecturas, el episodio de los peregrinos de Emaús aparece como la celebración de la renovación que la resurrección de Jesús opera en aquellos que aceptan tal mensaje. Al final de su larga marcha, los dos discípulos están renovados por completo. Su comprensión de la vida ya es "otra". Hasta entonces, veían en la muerte el fracaso último de la humanidad. A sus ojos, cualquiera, por gran profeta que hubiera parecido, "por poderoso en obras y en palabras" que hubiese podido ser "delante de Dios y todo el pueblo", cualquiera que es "condenado a muerte y crucificado", corona su vida con un fracaso radical que destruye todo su significado. Ahora bien, esa teoría sobre la existencia, teoría que la experiencia corriente corrobora, es la que es falsa desde ahora.

Debido, en primer término, al Antiguo Testamento, que anunció por la voz de "Moisés y de los Profetas" que un hombre, el Mesías, tras haber soportado tales sufrimientos y experimentado el fracaso que significaban, "entraría", no obstante, "en la gloria" y obtendría el éxito verdadero.

Y ese anuncio de un vuelco tan categórico de las cosas, objeto por largo tiempo de una promesa, se ha hecho, a partir de ese día, realidad. El compañero de camino de los dos discípulos es "Jesús, el Nazareno", el mismo sobre el que se lamentaban los dos viajeros, a quien "concernía" la enseñanza de Moisés y de los Profetas, el que vive el destino inédito que aquellos héroes del pasado habían definido de antemano. Tras haber "soportado los sufrimientos predichos", "entra ahora en su gloria".

Se trata, pues, de una comprensión de la vida totalmente renovada, que Jesús, con su recuerdo del Antiguo Testamento, con su palabra, con su propia presencia, ofrece a los discípulos. Una teoría de las cosas que empalma con sus íntimas aspiraciones: se lo dicen uno a otro, reconociendo que la palabra de Jesús avivaba en ellos un deseo que el tema de la muerte había como sumido en el olvido.

Señalemos dos aspectos de esta renovación total que modifica la persona de los discípulos. En primer lugar, que esta novedad es necesariamente objeto de un compartir, de una comunicación, de un testimonio. No es posible guardar para sí tan "buena noticia". Una vez que se les muestra la verdad, los discípulos se van precipitadamente a Jerusalén para compartir su experiencia y proclamar su descubrimiento... El autor, además, señala un rasgo sugestivo: Jesús termina su comunicación con la fracción del pan.

En este gesto, en que san Lucas ve el acto eucarístico, el evangelista percibe como el espejo en el que aparecen en claro los rasgos de Jesucristo esbozados ya por "Moisés y los Profetas": ¿no es en ese momento cuando ambos compañeros reconocen a Jesús? La Eucaristía no celebra a un muerto, sino que proclama que el que estaba muerto vive, y corresponde a esta nueva representación de las cosas que sitúa la gloria más allá de los sufrimientos. Participar en la Eucaristía es adherirse a una comprensión de la vida que encuentra su realización en Jesucristo vivo, resucitado.

Decididamente, para los cristianos que celebran la Pascua, nada puede en absoluto ser como antes.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 315


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2.

La narración parte de Jerusalén y termina en Jerusalén. Un mismo itinerario inversamente recorrido: de Jerusalén a Emaús (vv.13-32) y de Emaús a Jerusalén (vv. 33-35). Pero, para Lucas, Jerusalén es algo más que una ciudad. Es el lugar donde están los once y los demás. Jerusalén es el grupo creyente. Los dos de Emaús han abandonado el grupo y retornan a él.

Cuando retornan se encuentran con un grupo que ya cree en Jesús resucitado (v. 34). No son, pues, los dos de Emaús los que hacen que el grupo sea creyente. Este dato es importante a la hora de determinar el sentido del relato: éste no va en línea apologética (demostrar la resurrección de Jesús), sino en línea catequética (mostrar las vías de acceso a Jesús resucitado, cómo encontrarse con Jesús resucitado). Los destinatarios del relato no son los que rechazan la resurrección de Jesús, sino los cristianos que no han tenido el tipo de acceso que tuvieron los testigos presenciales. En los dos de Emaús estamos tipificados todos los cristianos que no hemos tenido el tipo de acceso a Jesús que tuvieron los testigos presenciales.

¿Cuáles son nuestras vías de acceso a Jesús? En primer lugar, la lectura profundizada del A.T. (vv. 25-27). En segundo lugar, y como culminación de la anterior, la celebración de la Eucaristía.

Es en esta celebración donde finalmente se abren nuestros ojos para reconocer a Jesús (v. 31). El encuentro interpersonal, dicen los psicólogos, sólo se da en la medida en que nos situamos en una realidad que nos trasciende a todos, al mismo tiempo que nos constituye. Esta realidad es la celebración eucarística en su doble vertiente de Palabra y de Comida.

DABAR 1981/29


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3.

Para la liturgia, la semana de Pascua constituye una perfecta unidad con el mismo día de la resurrección (el prefacio nos hace decir todos los días de la semana: "en este día". No es fácil, ni incluso posible, establecer un determinado orden entre las diversas apariciones relatadas por los evangelistas.

"Si bien es verdad que ellos están de acuerdo al referir la aparición inicial del ángel (Mt 28. 5-7; Mc 16. 5-7; Lc 24. 4-7; Jn 10. 12-13), los cuatro evangelistas divergen en lo que respecta a la apariciones del mismo Jesús".

"La comparación con la detallada y tan antigua enumeración de 1 Co 15. 5-7, demuestra, por lo demás, que cada evangelista no quiso relatar todas las apariciones de Jesús resucitado".

En todo caso, resulta difícil señalar con precisión la fecha de algunas apariciones. Sin embargo, es cierto que el primer día de la resurrección fue un día repleto. Citemos las apariciones que entre todos refieren y sitúan en esta jornada histórica: a María Magdalena en el huerto (Jn 20. 11-18); a Pedro (alusión en Lc 24.34, consignada también en 1 Co 15. 5); siempre dentro de esta jornada, al caer de la tarde tiene lugar la conversación con los discípulos de Emaús y después la aparición a los once. El estupendo relato del reencuentro de Emaús nos recuerda a su modo la importancia capital, esencial, única, de la resurrección para nuestra fe. Hay cristianos que dan la impresión en ocasiones de conceder una importancia demasiado exclusiva a la muerte redentora del Salvador. Los discípulos de Emaús constituyen un ejemplo estupendo de los creyentes que detienen su creencia en la muerte... Les falta lo principal, lo que da sentido a todo lo demás, incluso a esa muerte que, sin la resurrección, es un fracaso: "Nosotros esperábamos", en imperfecto.

Este pasaje tiene para nosotros un especial interés. Es la primera vigilia bíblica del N.T., ¡y bajo la dirección de qué celebrante! "Comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando cuanto a él se refería en todas las Escrituras".

Ahí tenemos el hilo conductor y el plan ideal de una velada bíblica sobre un tema determinado: recorrer el A.T. bajo un punto de vista concreto y desembocar en Cristo que es la realización del mismo.

Esta "velada bíblica" de Emaús no es la única que en esta tarde dirige el celebrante extraordinario que es el Señor. En efecto, el evangelio de Lc, en el relato que hace de la aparición a los once de la misma tarde del día de la resurrección, nos dice: "Jesús les dijo: era preciso que se cumpliera todo lo que está escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos de mí. Entonces les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras" (Lc 24. 44-45).

Es característico señalar la unión existente entre estas meditaciones bíblicas y la comida. Cuando tiene lugar la aparición a los once, Jesús come con ellos para disipar toda duda sobre la realidad de su presencia (Lc 24. 43). Ya hemos leído que la conversación de Emaús desemboca en una comida. Incluso muy bien puede suceder que se trate de la primera eucaristía que fuese, a diferencia de la Cena, el Memorial de una realidad cumplida; en este caso tendríamos ahí el modelo de todas nuestras misas: Palabra y después Pan (Lc, al emplear aquí este término técnico -Fracción del Pan- que repetirá en Hch 2. 42, piensa, sin duda, en la Eucaristía.-Biblia de Jerusalén. Nota relativa a Lc 24. 35).

L. HEUSCHEN
LA BIBLIA CADA SEMANA
EDIC. MAROVA/MADRID 1965.Pág 165


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4.

Buscar todo "lo bueno" que un hombre puede compartir con otro hombre, cualquiera que éste sea, es hacer un camino que, según la fe cristiana, desemboca en la fraternidad universal. Jesús caminaba junto a dos hombres que sólo iban a Emaús. Estos andaban un camino muy corto; aquél, resucitado, acababa de comenzar con su vida y con su entrega a la muerte un camino mucho más largo y ambicioso, el camino del hombre, de todo hombre hacia el Reino de Dios. Unos y otros, al partir y al compartir, se juntaron en una misma marcha hacia un mismo destino.

EUCARISTÍA 1990/21


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5. EU/CAMINO-EMAUS.

Este evangelio es -precisamente porque refleja nuestro propio camino de fe- un retrato de la Eucaristía que celebramos cada domingo. Cuando nos juntamos para la celebración hemos estado haciendo camino, durante la semana, con ilusiones y decepciones, con momentos de búsqueda y de duda, con experiencias dolorosas y otras de alegría. Es el camino de Emaús. Y aquí, en la asamblea, los compartimos con Jesús, en la Escritura. Los "sucesos" de nuestra vida los ponemos ante los "sucesos" vividos por Jesús. La Palabra viva del Señor "enciende nuestros corazones" y da una nueva luz a todo aquello vivido. Después, en el gesto de compartir la mesa, renovamos aquel gesto del Señor, la fracción del pan, y todos sus actos de amor a hombres y mujeres concretos.

Jesús se nos hace presente y se nos hace alimento. Finalmente nos levantamos y volvemos al lugar de donde hemos venido, nos disponemos a rehacer el camino, a vivirlo con nueva ilusión, a anunciar a los demás la alegría de haber visto al Señor.

J. ROMAGUERA
MISA DOMINICAL 1990/09


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6. ADMIRACION/J

La fe en JC tiene además una historia personal que acontece en cada individuo. Al comienzo de esa historia se encuentra casi siempre la admiración. Y es que nos admiramos cuando topamos con algo que, anteriormente, no nos habíamos encontrado, que sobrepasa nuestra capacidad de imaginación y de lo que en adelante ya no nos podemos deshacer; ésta es, precisamente, la experiencia del evangelio cuando en él se describe que "ardía el corazón".

EUCARISTÍA 1987/22


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7.

Texto: Este domingo no está tomado de Juan, sino de Lucas. Muy en consonancia con los gustos de este autor, el texto es un relato de viaje o de camino. Pero el sentido del camino que hacen los dos discípulos es exactamente el contrario del que habían hecho antes siguiendo a Jesús. Contrario en geografía, porque se marchan de Jerusalén; contrario sobre todo en motivación, porque el camino que ahora hacen es el de la desesperanza. "Nosotros teníamos la esperanza de que él fuera el libertador de Israel". El término "libertador" y la expresión "libertador de Israel" son característicos de Lucas. Remiten a la expresión "liberación de Israel", usada en los comienzos de la obra para expresar las esperanzas del pueblo, representadas por Simeón (Lc 2, 25) y por Ana (Lc 2, 38). Esta liberación debía ser función del Mesías. Ya desde esos comienzos ha dejado Lucas muy claro su punto de vista: Jesús es el Mesías y, consiguientemente, el libertador de Israel.

Los dos discípulos, en cambio, han dejado de compartir este punto de vista. La condena a muerte de Jesús por la autoridad competente les cierra toda posibilidad de ver en Jesús al libertador de Israel. La cruz no encajaba en sus esquemas de Mesías y por ello mismo era un escándalo y un obstáculo insalvable. De ahí su camino de desesperanza. CZ/ESCANDALO: El desconocido caminante que se ha unido a los dos discípulos les echa en cara su desconocimiento del Antiguo Testamento. La frase "lo que anunciaron los profetas" es una expresión que designa al Antiguo Testamento en su totalidad. La cruz del Mesías no es un escándalo; es una misteriosa necesidad recogida en todo el Antiguo Testamento.

La hospitalidad de los dos discípulos hace posible el reconocimiento definitivo del desconocido en la mesa al partir el pan, en clara preferencia al gesto de la cena del Señor de Lc.22, 19. Los dos discípulos pueden así rehacer el camino a Jerusalén y formar parte del grupo cristiano, el cual lo es por vivir la certeza de la resurrección de Jesús. Comentario: Es bastante perceptible que la finalidad de Lucas es didáctica: hacer ver que al libertador o Mesías se le encuentra en la lectura de la Palabra de Dios y en la celebración de la Eucaristía. El relato no responde al qué, sino al dónde. No pretende hacer ver que Jesús ha resucitado, sino dónde encontrar a Jesús resucitado.

Biblia y Eucaristía. Lectura y celebración. Ambas le son necesarias al cristiano si ha de ser portador de esperanza.

A. BENITO
DABAR 1990/26


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8. JERUSALEN/Lc.

La narración parte de Jerusalén (v. 13) y termina en Jerusalén (v. 33). Un mismo itinerario inversamente recorrido: de Jerusalén a Emaús, salida de (vs. 13-32), de Emaús a Jerusalén, vuelta a (vs. 33-35). Pero para Lucas Jerusalén es algo más que una ciudad; es el lugar donde están "los once y los demás" (vs. 9 y 33). Jerusalén es algo más que una referencia geográfica; es una referencia a un grupo de personas. A este nivel hay que hablar de abandono del grupo y retorno al grupo.

La situación del grupo es distinta al comienzo y al final del relato. Al comienzo es una situación de incredulidad (cfr. 24, 11: "Ellos lo tomaron por un delirio y se negaron a creerlas").

Al final es una situación de fe (cfr. 24, 34: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón"). Nótese que esta situación existe ya cuando los dos de Emaús se reencuentran con el grupo; no son ellos los que la crean. Este dato literario es muy importante para detectar el sentido del texto.

Fijémonos detenidamente en el v. 34. Es una exclamación entusiasta. Pero en esta exclamación puede distinguirse un doble momento: "El Señor ha resucitado", "se ha aparecido a Simón". Es decir, el v. 34 reproduce en pequeño lo que el lector ha podido ver desarrollado en los vs. 13-32. La creencia en Jesús resucitado descansa en unos testigos presenciales en nada predispuestos a tal creencia. La fe en la resurrección tiene una base pericial suficiente para generar una certeza histórica. La estructuración global del relato y la particular del v. 34 están al servicio de esta certeza. Lucas viene a decir lo siguiente: la fe en la resurrección de Jesús está fundamentada en criterios de autenticidad histórica. Por consiguiente, añadimos nosotros, la opción creyente es más fidedigna que la no creyente. Pero esta última afirmación es sólo un añadido nuestro. El análisis literario revela que la finalidad de Lucas al componer el relato no va por la línea apologética (demostrar la resurrección de Jesús). La finalidad de Lucas es catequética: mostrar las vías de acceso a Jesús resucitado, cómo encontrarse con Jesús resucitado. Los destinatarios del relato no son los que rechazan la resurrección de Jesús, sino los cristianos que no han tenido el tipo de acceso que tuvieron los testigos presenciales.

El paradigma de estos cristianos son los dos de Emaús. Ellos experimentan el desencanto y la duda. El símbolo de esta experiencia es el camino de Emaús (cfr. vs. 13-14. 21-24). Es un camino de retirada, de falta de visibilidad (v. 16). ¿Por qué asustarnos si hacemos esta misma experiencia? Teniendo a la vista esta experiencia y en respuesta a la misma compone Lucas el relato. Una primera vía de acceso a Jesús resucitado es la lectura profundizada del Antiguo Testamento (vs.25-27). ¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las Escrituras? (v. 32). Una segunda vía, culminación de la anterior, es la fracción del pan (v. 30), término técnico para designar la Eucaristía (cfr. Hech. 2, 42; 20, 7). Es aquí donde finalmente "se les abrieron los ojos y lo reconocieron" (v. 31). En la Palabra y la Cena (las dos partes de la Misa) es donde nos encontraremos también nosotros con Jesús resucitado. Este encuentro del mismo tipo (tipo de encuentro, no tipo de acceso; no hay, pues, contradicción con lo escrito anteriormente) al vivido por los primeros testigos. Ellos garantizan un encuentro por el tipo de acceso que tuvieron a él, pero no son los únicos en poder vivir el encuentro con el resucitado; también nosotros podemos vivirlo si escuchamos la Palabra e insistimos en hospedar al que viene tan desapercibidamente que puede confundírsele con unas raciones de pan y vino.

DABAR 1978/25


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9.

Jesús alcanza a estos dos discípulos que marchan hacia Emaús que dista de Jerusalén unos treinta kilómetros. Ellos han oído hablar a las mujeres sobre la tumba vacía, pero, al parecer, no hacen mucho caso de esta noticia. Jesús les invita a conversar con él mediante su pregunta y ellos se desahogan contándole los sucesos que han tenido lugar en Jerusalén. Su situación de ánimo es significativa y debe considerarse que era común entre todos los discípulos de Jesús. Vieron en el Maestro a un gran profeta, acreditado por sus palabras y obras ante todo el pueblo; pero al fin sucedió lo incomprensible: sus enemigos, los que ostentaban el poder temporal y espiritual de Israel, lo han crucificado.

Estos discípulos no culpan de la muerte de Jesús al pueblo, sino sólo a las autoridades. En el Profeta de Nazaret creyeron haber encontrado al Mesías prometido que libraría a Israel de todas las opresiones, y ahora resulta que, antes de iniciar su obra, ha sucumbido ante sus enemigos sin que Dios haya intervenido ni antes ni después de su muerte. Por eso no comprenden nada y marchan derrotados y sin esperanza, que ya han pasado tres días y el "asunto" del Nazareno parece haber sido liquidado para siempre.

Si hubieran contado con la resurrección, estos discípulos hubieran recibido con gozo la noticia de las mujeres y no hubieran dejado que su escepticismo les quitara la esperanza. Jesús no les reprocha su falta de fe, sino su falta de entendimiento para comprender las Escrituras. Ellos sólo habían tenido ojos y oídos para la gloria del Mesías, pero no comprendieron una sola palabra de lo que habían anunciado los profetas sobre el "Siervo de Yavé". No comprendieron que el camino hacia la gloria pasaba por la cruz. No comprendieron que Jesús "tenía" que padecer según el plan de Dios y según lo que él mismo les había dicho repetidamente (9, 22; 13, 33; 17, 25; 22, 37; 24, 44) Y no comprendieron nada de esto porque estaban llenos de prejuicios sobre un mesianismo a ras de tierra y de los problemas meramente temporales de Israel. Jesús les muestra cuán equivocados andaban y les interpreta el sentido de los textos mesiánicos del A.T. Pero no les recuerda lo que él mismo ya había anunciado porque todavía no quiere darse a conocer.

Jesús quiere hacerse invitar por los dos discípulos, según el modo de hablar de los judíos, "el día va de caída" a partir de mediodía. No hace falta pensar que fuera excesivamente tarde.

Para honrar a su huésped le invitan a que presida la mesa. Y según era costumbre entre los judíos, Jesús pronunció la acción de gracias, bendiciendo a Dios por el pan, lo partió y les dio para que comieran. En este momento le reconocieron. Jesús resucitado se les manifestó y ellos se convirtieron en sus testigos. Naturalmente, corrieron a comunicar la noticia.

EUCARISTÍA 1981/22


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10.

El camino a Emaús es el camino de la fe a partir de la vida y acción ("¿eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?"), el camino del reconocimiento, el camino de experimentar como se van abriendo los ojos (te son abiertos y no sabes cómo), escuchando la Palabra de Dios y participando de la fracción del pan, alrededor del Resucitado (un ausente presente).

Lucas, a partir de un "material común", elabora una preciosa catequesis cristológica sobre la fracción del pan y sobre cómo se lee la Escritura desde el acontecimiento pascual. La clave interpretativa gira alrededor del hecho de reconocer a Jesús resucitado, que, al mismo tiempo, implica la misión de anunciarlo vivo. Esta catequesis tiene como marco "el primer día de la semana" (Día del Señor) y como objetivo posibilitar que los ojos "te sean abiertos" después de participar en la escuela de la Palabra y en la fracción del pan, aspectos de la presencia del Resucitado (en un contexto de ausencia: "pero él desapareció").

Es necesaria la iniciativa de Jesús: "se acercó y se puso a caminar con ellos"; pero, sus ojos eran incapaces de reconocerlo.

Al final del camino (que, a pie, notemos, es largo, y que parte del lugar clave: Jerusalén), "a ellos se les abrieron los ojos" (gratuitamente, no por iniciativa suya) "y lo reconocieron " (cumbre del texto).

Una vez lo han reconocido, vuelven a Jerusalén, donde con los Once hacen la profesión de fe (cf. 1C 15,4-5). Lucas hace coincidir la reunión de todos los discípulos en Jerusalén porque es desde allí, una vez recibido el Espíritu Santo, que el anuncio pascual se extenderá a todos los rincones de la tierra (cf.continuación en el Libro de los Hechos). La escena del camino de Emaús no tiene paralelos en los evangelios, excepto un eco en el final canónico de Mc 16,9-20(vv. 12-13).

JAUME FONTBONA
MISA DOMINICAL 1990/09


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11.

Como otros relatos y secciones de la obra lucana, este relato tiene una estructura concéntrica bien definida, al servicio del interés teológico. El encuentro del eunuco con Felipe que hallamos en el libro de los Hechos de los Ap6stoles sigue una estructura idéntica al relato de los dos discípulos de Emaús.

Desde la salida de Jerusalén hasta la vuelta, diversas correspondencias convergen en el centro: "¡El está vivo!" El intento de Lucas es mostrar la presencia viva del crucificado-resucitado entre sus discípulos.

La tristeza inicial contrasta con la alegría del final que hay que comunicar inmediatamente.

Los dos discípulos hablan de Jesús de Nazaret, de sus obras y palabras poderosas, de su crucifixión. Jesús les dará el sentido de su vida a la luz de las Escrituras. Ellas hablan de Jesús. Jesús habla de ellas.

La fe en Jesús resucitado no nace del sepulcro vacío, sino del encuentro con él. Lucas centra este encuentro en las Escrituras (que preparan el corazón) y en la Eucaristía (lo reconocen al partir el pan).

Ni que decir tiene que, además del mensaje central de este relato, hay una infinidad de elementos vitales que Lucas sabe describir o insinuar con una gran belleza y eficacia, y que nos pueden ayudar a comprender el itinerario de la fe.

J. M. GRANÉ
MISA DOMINICAL 1993/06


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12. Lc/24/13-35

El relato de la aparición a los discípulos de Emaús nos presenta la experiencia de dos discípulos el día de Pascua. Son dos seguidores de Jesús -uno de ellos se llamaba Cleofás (v 18) y no pertenecía al grupo de los once.

El episodio transmite, con un arte difícil de igualar, una experiencia humana única, en la que advertimos tanto el abatimiento y la desolación por lo que había acontecido a Jesús de Nazaret como el renacimiento de la esperanza gracias a una manifestación del resucitado. El encuentro (13-16) y el diálogo (17-27) permiten ver los límites de la fe que aquellos discípulos tenían puesta en Jesús. Veían en él a «un hombre y profeta poderoso» (19) que hubiera podido redimir a Israel como un nuevo Moisés -también llamado profeta poderoso en Hch 7,22-35-, pero no habían descubierto todavía que Jesús redimiría a Israel precisamente a través de su muerte y resurrección. Habían oído los rumores de las apariciones de los ángeles a las mujeres, afirmando que «Jesús estaba vivo» (23; cf. v 5 y Hch 1,3- 25,19), pero no las habían creído. Haciendo camino (25-27), Jesús les interpreta las profecías del AT, que anunciaban el sufrimiento del Mesías (cf. Lc 18,31- Hch 26,23). Así les ayuda a aceptar que la pasión de Jesús era su camino hacia la gloria (26; cf. Lc 9,22; 22,69).

La escena en la que culmina la narración es -como en todas las apariciones del resucitado- la del reconocimiento: «se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (31) Eso ocurría cuando Jesús, al ser convidado a casa de uno de ellos, tomó la iniciativa de bendecir, partir y darles el pan. Jesús quiere que le reconozcan al principio de la cena, mientras él, bendiciendo el pan, cumple la función de cabeza de familia. Al descubrirlo los dos, se les hace invisible, porque su presencia gloriosa no es ya la misma que la de su vida terrena.

El final de la narración nos presenta a los discípulos corriendo a comunicar la noticia a los once y a sus compañeros (33). Los encuentran comentando lo que le había pasado a Simón: «Verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón» (34). La narración incorpora así otra aparición del resucitado, en este caso a uno de los once, aparición referida también en la primera carta a los corintios (15,5).

D. ROURE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 886 s.

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal
El día del Señor

— El domingo, día del Señor.

— Las fiestas cristianas. Sentido de las festividades. La Santa Misa, centro de la fiesta cristiana.

— El culto público a Dios. El descanso dominical y festivo.

I. «El día llamado del Sol se reúnen todos en un mismo lugar, quienes habitan en la ciudad y los que viven en el campo... Y nos reunimos todos en este día, en primer lugar, porque, en este día, que es el primero de la semana, Dios creó el mundo (...) y porque es el día en que Jesucristo nuestro Salvador resucitó de entre los muertos»1. El sábado judío dio paso al domingo cristiano desde los mismos comienzos de la Iglesia. Desde entonces, cada domingo celebramos la Resurrección de Cristo.

El sábado era en el Antiguo Testamento día dedicado a Yahvé. Dios mismo lo instituyó2 y mandó que el pueblo israelita se abstuviera de ciertos trabajos en esa jornada, para dedicarse a honrar a Dios3. También era el día en el que se congregaba la familia y se celebraba el fin de la cautividad en Egipto. Con el paso del tiempo, los rabinos complicaron el precepto divino, y en tiempos de Jesús existía una serie de minuciosas y agobiantes prescripciones que nada tenían que ver con lo que Dios había dispuesto sobre el sábado.

Los fariseos chocaron frecuentemente con Jesús por estas cuestiones. Sin embargo, el Señor no menospreció el sábado, no lo suprimió como día dedicado a Yahvé; por el contrario, parece ser su día predilecto: acude ese día a las sinagogas a predicar, y muchos de sus milagros fueron realizados en día de sábado.

La Sagrada Escritura, en innumerables pasajes, había dado siempre un concepto alto y noble del sábado. Era el día establecido por Dios para que su pueblo le diese un culto público, y la total dedicación de la jornada aparece como una obligación grave4. La importancia del precepto se deduce también de la repetición de ese mandato a lo largo de la Escritura. En ocasiones, los Profetas señalan como causa de los castigos de Dios sobre su pueblo el no haber guardado sus sábados.

El descanso sabático era de naturaleza estrictamente religiosa, y por eso culminaba y se manifestaba en la oblación de un sacrificio5.

Las fiestas de Israel, y particularmente el sábado, eran signo de la alianza divina y un modo de expresar el gozo de saberse propiedad del Señor y objeto de su elección y de su amor. Por eso cada fiesta estaba ligada a un acontecimiento de salvación.

Sin embargo, aquellas fiestas solo contenían la promesa de una realidad que aún no había tenido lugar. Con la Resurrección de Jesucristo, el sábado deja paso a la realidad que anunciaba, la fiesta cristiana. El mismo Jesús habla del reino de Dios como de una gran fiesta ofrecida por un rey con ocasión de las bodas de su hijo6, en quien somos invitados a participar de los bienes mesiánicos7. Con Cristo surge un culto nuevo y superior, porque tenemos también un nuevo Sacerdote, y se ofrece una nueva Víctima.

II. Después de la Resurrección, el primer día de la semana fue considerado por los Apóstoles como el día del Señor, dominica dies8, cuando Él nos alcanzó con su Resurrección la victoria sobre el pecado y la muerte. Por eso los primeros cristianos tenían las reuniones litúrgicas en domingo. Y esta ha sido la constante y universal tradición hasta nuestros días. «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen desde el mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón día del Señor o domingo»9.

Este precepto de santificar las fiestas regula un deber esencial del hombre con su Creador y Redentor. En este día dedicado a Dios le damos culto especialmente con la participación en el Sacrificio de la Misa. Ninguna otra celebración llenaría el sentido de este precepto.

Junto al domingo, la Iglesia determinó las fiestas que conmemoran los principales acontecimientos de nuestra salvación: Navidad, Pascua, Ascensión, Pentecostés, otras fiestas del Señor y las fiestas de la Virgen. Junto a estas, los cristianos celebraron desde el principio el die natalis o aniversario del martirio de los primeros cristianos. Las fiestas cristianas llegaron incluso a ordenar el mismo calendario civil. Siguiendo el calendario, la Iglesia «conmemora los misterios de la redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que en cierto modo se hacen presentes en todo momento para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación»10.

El centro y el origen de la alegría de la fiesta cristiana se encuentra en la presencia del Señor en su Iglesia, que es la prenda y el anticipo de una unión definitiva en la fiesta que no tendrá fin11. De ahí la alegría que inunda la celebración dominical, como aparece en la Oración sobre las ofrendas de la Misa de hoy: Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo; y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo para tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno. Por eso nuestras fiestas no son un mero recuerdo de hechos pasados, como puede serlo el aniversario de un acontecimiento histórico, sino que son un signo que manifiesta y hace presente a Cristo entre nosotros.

La Santa Misa hace presente a Jesús en su Iglesia y es Sacrificio de valor infinito que se ofrece a Dios Padre en el Espíritu Santo. Todos los demás valores humanos, culturales y sociales de la fiesta deben ocupar un segundo lugar, cada uno en su orden, sin que en ningún momento oscurezcan o sustituyan lo que debe ser fundamental. Junto a la Santa Misa, tienen un lugar importante las manifestaciones de piedad litúrgica y popular, como el culto eucarístico, las procesiones, el canto, un mayor cuidado en el vestir, etc.

Hemos de procurar, mediante el ejemplo y el apostolado, que el domingo sea «el día del Señor, el día de la adoración y de la glorificación de Dios, del santo Sacrificio, de la oración, del descanso, del recogimiento, del alegre encontrarse en la intimidad de la familia»12.

III. Aclamad al Señor, tierra entera; tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria, leemos en la Antífona de entrada13.

El precepto de santificar las fiestas responde también a la necesidad de dar culto público a Dios, y no solo de modo privado. Algunos pretenden relegar el trato con Dios al ámbito de la conciencia, como si no debiera tener necesariamente manifestaciones externas. Sin embargo, el hombre tiene el deber y el derecho de rendir culto externo y público a Dios; sería una grave lesión que los cristianos se vieran obligados a ocultarse para poder practicar su fe y dar culto a Dios, que es su primer derecho y su primer deber.

El domingo y las fiestas determinadas por la Iglesia son, ante todo, días para Dios y días especialmente propicios para buscarle y para encontrarle. «Quaerite Dominum. Nunca podemos dejar de buscarlo: sin embargo, hay períodos que exigen hacerlo con más intensidad, porque en ellos el Señor está especialmente cercano, y por lo tanto es más fácil hallarlo y encontrarse con Él. Esta cercanía constituye la respuesta del Señor a la invocación de la Iglesia, que se expresa continuamente mediante la liturgia. Más aún, es precisamente la liturgia la que actualiza la cercanía del Señor»14.

Las fiestas tienen una gran importancia para ayudar a los cristianos a recibir mejor la acción de la gracia. En esos días se exige también que el creyente interrumpa el trabajo para poder dedicarse mejor al Señor. Pero no hay fiesta sin celebración, pues no basta dejar el trabajo para hacer fiesta; tampoco hay fiesta cristiana sin que los creyentes se reúnan para dar gracias, alabar al Señor, recordar sus obras, etcétera. Por eso indicaría poco sentido cristiano plantear el domingo, la fiesta, el fin de semana..., de manera que se hiciera imposible o muy difícil ese trato con Dios. A algunos cristianos tibios les sucede que acaban por pensar que no tienen tiempo para asistir a la Santa Misa, o lo hacen precipitadamente, como quien se libera de una enojosa obligación.

El descanso no es solo una oportunidad para recuperar fuerzas, sino que es también signo y anticipo del reposo definitivo en la fiesta del Cielo. Por eso la Iglesia quiere celebrar sus fiestas incluyendo el descanso laboral, al que por otra parte tienen derecho los fieles cristianos como ciudadanos iguales a los demás; derecho, que el Estado ha de garantizar y proteger.

El descanso festivo no debe interpretarse ni ser vivido como un simple no hacer nada –una pérdida de tiempo–, sino como la ocupación positiva y el enriquecimiento personal en otras tareas. Hay muchos modos de descansar, y no conviene quedarse en el más fácil, que muchas veces no es el que mejor nos descansa. Si sabemos limitar, por ejemplo, el uso de la televisión también los días de fiesta, no repetiremos tanto la falsa excusa de que «no tenemos tiempo». Al contrario, veremos que esos días podemos pasar más tiempo con la familia, atender a la educación de los hijos, cultivar el trato social y las amistades, hacer alguna visita a unas personas necesitadas, o que están solas o enfermas, etcétera. Es quizá la ocasión que estábamos buscando para poder conversar detenidamente con un amigo; o el momento para que el padre o la madre puedan hablar a solas, al hijo que más lo necesita y escuchar. En general, hay que «... saber tener todo el día cogido por un horario elástico, en el que no falte como tiempo principal –además de las normas diarias de piedad– el debido descanso, de tertulia familiar, la lectura, el rato dedicado a una afición de arte, de literatura o de otra distracción noble: llenando las horas con una tarea útil, haciendo las cosas lo mejor posible, viviendo los pequeños detalles de orden, de puntualidad, de buen humor»15.

1 Liturgia de las Horas. Segunda lectura. San Justino, Apología 1ª 67. — 2 Gen 2, 3. — 3 Ex 20, 8-11; 21, 13; Dt 5, 14. — 4 Cfr. Ex 31, 14-15. — 5 Cfr. Num 28, 9-10. — 6 Cfr. Mt 22, 2-13. — 7 Cfr. Is 25, 6-8. — 8 Apoc 1, 10. — 9 Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 106. — 10 Ibídem, 102. — 11 Cfr. Apoc 21, 1 ss; 2 Cor 1, 22. — 12 Pío XII, Aloc. 7-lX-1947. — 13 Sal 65, 1-2. — 14 Juan Pablo II, Homilía, 20-III-1980. — 15 Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, 111.




SACRA VIRGINITAS

SACRA VIRGINITAS


ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES
POR INTERCESIÓN DEL BEATO
JUAN PABLO II, PAPA
Oh Trinidad Santa, te damos gracias por
haber concedido a la Iglesia al Beato Juan
Pablo II y porque en él has reflejado la ternura
de tu paternidad, la gloria de la cruz
de Cristo y el esplendor del Espíritu de
amor. El, confiando totalmente en tu infinita
misericordia y en la maternal intercesión
de María, nos ha mostrado una imagen
viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos
la santidad, alto grado de la vida cristiana
ordinaria, como camino para alcanzar la
comunión eterna contigo. Concédenos, por
su intercesión, y si es tu voluntad, la gracia
que imploramos, con la esperanza de que
sea pronto incluido en el número de tus
santos. Amén.
Con aprobación eclesiástica
AGOSTINO CARD. VALLINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma
Para comunicación de gracias:
Postulazione della Causa di Canonizzazione
del Beato Giovanni Paolo II
Piazza S. Giovanni in Laterano, 6/a - 00184 Roma
Foto Grzegorz Galazka

lunes, 2 de mayo de 2011

El día del Señor - Misa de beatificación de Juan Pablo II, 2 parte - RTVE.es

El día del Señor - Misa de beatificación de Juan Pablo II, 2 parte - RTVE.es

El día del Señor - Misa de beatificación de Juan Pablo II, 1 parte - RTVE.es

El día del Señor - Misa de beatificación de Juan Pablo II, 1 parte - RTVE.es

El día del Señor - Domingo de Resurrección desde Roma - RTVE.es

El día del Señor - Domingo de Resurrección desde Roma - RTVE.es

El día del Señor - Domingo de Ramos desde Roma - RTVE.es

El día del Señor - Domingo de Ramos desde Roma - RTVE.es





13 Tv. Creemos

13 Tv. Creemos

domingo, 1 de mayo de 2011

La más bella confesión

El triunfo de Cristo es suyo pero también nuestro, del mismo modo que la confesión de Santo Tomas es suya pero también muy nuestra, con la victoria de Cristo resucitamos todos, en la confesión de Tomas le confesamos a Él como nuestro Dios y Señor.
Tras la pasión y la muerte vino la victoria definitiva no sólo de Cristo ya Señor de la vida y de la muerte, sino de todos nosotros. Sí, una victoria que toda la creación esperaba como el resultado primigenio del amor de Dios para los hombres, de todos los hombres sin olvidar a ninguno, a no ser de aquellos que de una forma firme y en completa libertad renuncien a Dios, lo que si me perdonáis veo muy, muy difícil. Efectivamente el triunfo de Cristo es suyo pero también nuestro, del mismo modo que la confesión de Santo Tomas es suya pero también muy nuestra, con la victoria de Cristo resucitamos todos, en la confesión de Tomas nos confesamos todos, mejor dicho le confesamos a Él como nuestro Dios y Señor.
Con la resurrección del Señor nos sabemos en camino desde el día de nuestro nacimiento y bautismo, de que volveremos a nuestra verdadera casa, la casa de Padre, de aquel que nos espera siempre, de aquel que no se cansa de esperar y que siempre nos envía mensajes de esa felicidad que hemos de vivir aquí para más tarde compartir allí.
Desde el momento en que fuimos creados se nos dio el titulo de dioses y señores de una creación puesta a nuestro servicio, se nos hizo superior a los ángeles. Pero Dios, el Dios de la resurrección tenia que quedarse de alguna forma en cada uno de nosotros, ante esto es imposible que alguna vez de nuestro corazón salga la frase “ya no puedo más”. Somos desde Cristo y desde la confesión del apóstol seres infinitos y verdaderamente maravillosos a los ojos de Dios, pero esto lo mismo que la confesión hay que creerlo, sentirlo, vivirlo y hacerlo realidad.
La confesión de Santo Tomas, nos lleva lejos, quizás demasiado, pero ¡cuanta hermosura y belleza! ¡Señor mío y Dios mío! En un momento de nuestra vida hemos de tomar una decisión, o bien, aceptar la muerte o enfrentarnos al doloroso proceso de la renovación, con la resurrección del Señor Jesús vemos que por mucho dolor que padezcamos siempre, inevitable e inexorablemente vendrá la resurrección, el triunfo sin más. Porque el amor de Dios es grande, tan grande como nosotros. Tan grande como la vida misma y nosotros somos una expansión hasta ese infinito del que Dios por medio de la resurrección de Cristo nos lleva siempre de su mano, que lastima que muchos de nosotros no nos demos cuenta de lo grandes que somos a los ojos de Dios, al fin y al cabo, los únicos ojos que importan, lo único que es verdaderamente necesario.
Si verdaderamente creyésemos cuánto se nos ama, no podríamos más que sonreír y bailar eternamente, ¡tirar a la basura todos los malos rollos!, por ello cuando hablas en la soledad de tu alma no creas que nadie te escucha, Tomas el incrédulo, el descreído, fue capaz de entonar la más bella confesión de fe, cuando se dio cuenta de que con su negación no estaba siendo capaz de ver el amor que había empezado a proyectarse en él desde hacia mucho tiempo, Tomas comienza una nueva historia y se sumerge en ella porque se reconoce parte del Creador y del Resucitado y que su existencia quedaría no sólo elevada sino expandida para siempre.
En el corazón de Santo Tomas se abrió la puerta y jamás dejo de estar abierta, porque el amor le condujo a la confesión y esta a la resurrección que ya Cristo había experimentado en sus carnes y en sus huesos. Por ello, a Santo Tomas debemos mirarlo despacio, muy despacio, para que su corazón pueda terminar la confesión completa diciendo; “Te amo Señor, por ser mi Señor. Te amo por estar, te amo por hacerme sentir que estoy acompañado. Te amo por ayudarme a despertar. Te amo por mover mis pasos. Te amo por mostrarme tu enseñanza, mientras con ella y junto a ella recuerdo mi esencia divina. Te amo porque has tenido la valentía de iluminarme. Te amo al reconocer que me amo, porque Señor tu y yo somos uno desde siempre y para siempre.
Ya estamos en la pascua florida, aquella que nos lleva a la vida y una vida que es eterna. Ahora nos queda a nosotros salir al encuentro de esta energía del amor de un Dios que vino a nacer, padecer, morir y finalmente resucitar entre nosotros y devolver, lo que podríamos llamar parte de la física Quántica, pues la energía del amor es tan fuerte, que cuanto más das, más te llega, más llena nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestra alma y nuestro corazón, nos empezaremos a sanar a nosotros mismos, pues, no existe en el Universo, medicina mejor, que la frecuencia altísima del amor. ¡Señor mío y Dios mío!
A veces solemos encerrarnos en una burbuja y nos enganchamos a una tormenta sin salida, nos convertimos en adictos al dolor. Hasta que decidimos romper esa maldita burbuja y vivir el instante que se nos regala y que por muy poquito nos perdimos, ¡Señor mío y Dios mío!, reconocemos entonces nuestro camino, el camino de Cristo resucitado ese camino, en fin, que es interior y nunca exterior, nos quieren enseñar a buscar fuera lo que llevamos dentro, porque somos seres divinos y hermosos que llevamos la simiente de Dios allí en el interior. ¡Señor mío y Dios mío!
Que la lección de la resurrección y de la confesión más hermosa hecha ante el Señor, nosotros todos, yo el primero, podamos entonar desde el amor que se nos multiplica por mil, hasta más allá de la vida que nos aguarda esa confesión, la más autentica y hermosa ante un Dios que tras morir como mueren los hombres, triunfa como sólo Dios puede hacer. Dando vida, comunicando vida, regalando vida por amor, para que al reconocerle podamos exclamar sin titubeos; ¡Señor mío y Dios mío! Que su resurrección señale el comienzo definitivo y único de la nuestra, que sepamos morir a esta vida para empezar a vivir la única y más verdadera, que esa gracia que se nos regala desde el nacimiento se encuentre en nosotros, como el santo y seña más perfecto y como el tatuaje más glorioso que cada uno llevamos en el corazón marcado por el fuego del Espíritu Santo. Que lo único que cuente en nuestro caminar diario esa que sabemos como lo supo el Apóstol que ya hemos comenzado, que ya nos hemos puesto en camino hacia la casa del Padre y podamos exclamar definitivamente al contemplarle ¡Señor mío y Dios mío!

Fr. Juan Franco Pérez
Real Convento de Predicadores, Valencia




CRISTO DE LA MISERICORDIA

Según Sus revelaciones a
Santa Faustina Kowalska en Polonia.

¡Jesús en vos confío!
mensaje al pie del cuadro
"Oh Sangre y Agua,
que brotaron del Corazón de Jesús
como una Fuente de Misericordia para nosotros,
en Vos confío..."

PROMESA DE JESÚS
"Yo prometo al alma que venere ésta imagen que no perecerá ... Protegeré durante toda su vida, cual madre a su hijo, a las almas que propagaren el culto a Mi Misericordia; en la hora de la muerte no seré para ellos Juez sino Salvador..." -Promesa hecha durante Sus apariciones (1931-1938) a Santa Faustina Kowalska en Plock, Polonia.




INDICE

EN ESTA PAGINA
Explicación de la devoción
La imagen
La coronilla
Verdadera devoción
Hora de la misericordia
Domingo de la Misericordia
¿Por que?

DIVINA MISERICORDIA EN OTRAS PAG. DE CORAZONES.ORG
Santa Faustina Kowalska
Vida y Espiritualidad
ORACIONES -Divina Misericordia
-Coronilla, Novena y otras.
-a Santa María Faustina
Palabras de Jesús Misericordioso a Santa María Faustina (Diario de S.Faustina)
Acto de Consagración del Mundo por JPII
Indulgencias en la Fiesta, Decreto
Homilía del Papa en consagración del santuario
Importancia actual de la Div. Mis.
Meditación hora de Mis. -M.Adela
La Coronilla de la Div. Mis. y las tribulaciones

OTRAS
Misericordia
Revelación del Corazón de Jesús a Sta. Margarita. (3 siglos antes de Sta. Faustina)

ENLACES
Sor Faustina y el mensaje
ewtn-divina_misericordia
Divina Misericordia.com
Divina Misericordia.org
Santuario Jesús Misericordioso
The Divine Mercy Org engl.

LA DEVOCIÓN A LA DIVINA MISERICORDIA

Introducción
Cuando Dios quiere revelar un mensaje a la humanidad, no busca a los más importantes y sabios, sino que se revela a través de los más sencillos y humildes, que saben ser dóciles a sus inspiraciones y gracias. Este es el caso del mensaje de la Divina Misericordia dado a la Santa Hna. María Faustina Kowalska, religiosa polaca, instrumento elegido y probado por el Señor.

Santa Faustina (como es conocida en el mundo entero) pertenecía a la Congregación de Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia, conocidas como las "Hermanas Magdalenas" que se dedican a la educación de jóvenes de bajos recursos. Vemos como el Señor empieza a poner las piezas de su "rompecabezas de gracia", en un orden perfecto. El revela Su Misericordia a una religiosa de la comunidad dedicada a Su Misericordia.

Santa Faustina estuvo en varias casas de su Orden, siempre realizando trabajos muy sencillos y desapercibidos, tales como la cocina, el jardín, la limpieza del convento o atendiendo la puerta. Precisamente es a esta hermana menos notoria a la que el Señor escoge para dar al mundo entero el gran mensaje de su Misericordia que a tantas almas ha tocado y transformado al propagarse por el mundo entero en momentos tan críticos para la humanidad.


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La imagen de la Misericordia

El 22 de febrero de 1931, santa Faustina recibió la primera revelación de la Misericordia de Dios, ella lo anota así en su diario: "En la noche cuando estaba en mi celda, vi al Señor Jesús vestido de blanco. Una mano estaba levantada en ademán de bendecir y, con la otra mano, se tocaba el vestido, que aparecía un poco abierto en el pecho, brillaban dos rayos largos: uno era rojo y, el otro blanco. Yo me quedé en silencio contemplando al Señor. Mi alma estaba llena de miedo pero también rebosante de felicidad. Después de un rato, Jesús me dijo:

Pinta una imagen Mía, según la visión que ves, con la Inscripción : "¡Jesús, yo confío en Ti!." Yo deseo que esta Imagen sea venerada, primero en tu capilla y después en el mundo entero. Yo prometo que el alma que honrare esta imagen, no perecerá. También le prometo victoria sobre sus enemigos aquí en la tierra, pero especialmente a la hora de su muerte. Yo el Señor la defenderé como a Mi propia Gloria.

Cuando contó esto en confesión, el padre le dijo que seguramente Jesús deseaba pintar esta imagen en su corazón pero ella sentía que Jesús le decía "Mi Imagen ya está en tu corazón. Yo deseo que se establezca una fiesta de la Misericordia y que esta imagen sea venerada por todo el mundo. Esta fiesta será el primer domingo después de Pascua. Deseo que los sacerdotes proclamen esta gran misericordia Mía a los pecadores."

Por orden de su confesor Santa Faustina le preguntó al Señor el significado de los rayos que aparecen en la imagen emanando del corazón y el Señor le respondió:

"Los dos rayos significan Sangre y Agua- el rayo pálido representa el Agua que justifica a las almas; el rayo rojo simboliza la Sangre, que es la vida de las almas-. Ambos rayos brotaron de las entrañas mas profundas de Mi misericordia cuando mi corazón agonizado fué abierto por una lanza en la Cruz... Bienaventurado aquel que se refugie en ellos, porque la justa mano de Dios no le seguirá hasta allí".

El Señor manifiesta su Corazón, y el agua y la sangre que de el brotaron como manantial de reconciliación para todos los hombres.

Esta revelación es una continuación de la misericordia divina que Jesús nos ofrece en la cruz y que se reveló también a Santa Margarita María.
LA VIDA Y EL MENSAJE DE
Santa Faustina
APÓSTOL DE LA DIVINA MISERICORDIA


Deseo transformamre en tu misericordia y ser un vivo reflejo de ti, oh Señor. Que este más grande atributo de Dios, es decir su insondable misericordia, pase a través de mi corazón y mi alma al prójimo.

Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos para que yo jamás sospeche o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle.

Ayúdame Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.

Ayúdame Señor, a que mi lengua aea misericordiosa para que jamás critique a mi prójimo sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos.

Ayúdame Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas.

Ayúdame Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propria fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.

Ayúdame Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie le rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús. Soportaré mis proprios sufrimientos en silencio. Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí.

Jesús mío, transfórmame en tu porque tú lo puedes todo. (163)

Indice

DEVOCIÓN A LA DIVINA MISERICORDIA La esencia de la devoción a la Divina Misericordia
La imagen de la Divina Misericordia
La fiesta de la Divina Misericordia Explicación
Novena a la Divina Misericordia
El sacramento de reconciliación y penitencia
La santa Comunión

La coronilla a la Divina Misericordia
La hora de la Misericordia Oraciones en la hora de la Misericordia

La propagación de la devoción a la Divina Misericordia

SANTA FAUSTINA La esencia de la misión de Santa Faustina
La vida de Santa Faustina

FOTOGRAFIAS Santuario de la Divina Misericordia en Cracovia - Lagiewniki
La fiesta de la Divina Misericordia '98
La fiesta de la Divina Misericordia '99

La misión de santa Faustina
Palabras del Señor Jesús a Sor Faustina:
En el Antiguo Testamento le enviaba a mi pueblo los profetas con truenos. Hoy, te envío a toda la humanidad con mi misericordia. No quiero castigar a la humanidad llena de dolor, sino sanarla estrechándola contra mi Corazón misericordioso. (1588)

Es la señal de los últimos tiempos. Después de ella vendrá el dia de la justicia. Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la fuente de mi misericordia, que se beneficien de la sangre y del agua que brotó para ellos. (848) Antes de venir como el Juez justo, abro de par en par las puertas de mi misericordia. Quen no quiere pasar por la puerta de mi misericordia, deberá pasar por la puerta de mi justicia... (1146)

Santa Faustina
El testimonio de vida y el mensaje de santa Faustina ayudan a realizar las tareas, planteadas por el Santo Padre Juan Pablo II ante toda la Iglesia, de "proclamar y de llevar a la práctica" el misterio de la Divina Misericordia y de orar por la misericordia para el mundo entero.

Nació en el año 1905 en la aldea de Glogowiec, cerca de Lodz, como la tercera de diez hermanos en la familia de los Kowalski. Desde pequeña se destacó por el amor a la oración, laboriosidad, obediencia y sensibilidad ante la pobreza humana. Su educación escolar duró apenas tres años. Al cumplir 16 años abandonó la casa familiar para trabajar de empleada doméstica en casas de familias acomodadas.

A los 20 años entró en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, donde - como Sor María Faustina - vivió 13 años cumpliendo los deberes de cocinera, jardinera y portera. Su vida, aparentemente ordinaria, monótona y gris, se caracterizó por la extraordinaria profundidad de su unión con Dios. Desde niña había deseado ser una gran santa y, en consecuencia, caminó hacia este fin colaborando con Jesús en la obra de salvar a las almas perdidas, hasta ofrecerse como sacrificio por los pecadores. Los años de su vida conventual estuvieron marcados, pues, por el estigma del sufrimiento y las extraordinarias gracias místicas.

La misión de santa Faustina consiste en:

recordar la verdad de la fe, revelada en la Sagrada Escritura, sobre el amor misericordioso de Dios a cada hombre, incluido el pecador más grande;
transmitir las nuevas formas de culto a la Divina Misericordia;
iniciar un gran movimiento de devotos y apóstoles de la Divina Misericordia que ha de llevar a la renovación religiosa de los fieles en el espíritu de esta devoción, es decir, en el espíritu evangélico del abandono de niño en Dios y el amor activo al prójimo.
Sor Faustina, destrozada físicamente por la tisis y los sufrimientos que ofrecía por los pecadores, murió en el olor de santidad en Cracovia, el 5 de octubre de 1938, a los 33 años.

El primer domingo después de Pascua, el 18 de abril de 1993, en la Plaza de San Pedro - Roma - el Santo Padre Juan Pablo II la incluyó entre los beatos. Al día siguiente, durante la audiencia general dijo:

"Dios habló a nosotros a través de la riqueza espiritual de la beata Sor Faustina Kowalska que dejó al mundo un gran mensaje de la Divina Misericordia e invitó al abandono total en el Creador. Dios le dio una gracia especial porque pudo conocer su misericordia a través de las experiencias místicas, gracias a un don extraordinario de la oración contemplativo.

Sor Faustina, beata, te doy gracias por haber recordado al mundo este gran misterio de la Divina Misericordia. Este . El inexpresable misterio del Padre que hoy en día el hombre y el mundo tanto necesitan."







Lecturas Domingo 01 de Mayo del 2011, Domingo 2º de Pascua - Ciclo A - Ciudad Redonda

Lecturas Domingo 01 de Mayo del 2011, Domingo 2º de Pascua - Ciclo A - Ciudad Redonda
Domingo II de Pascua (1 - Mayo - 2011)
Angel Moreno - Domingo 01 de Mayo del 2011
“Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”.

Gracias, Señor, por tu pedagogía y comprensión, por saber venir en la propia dolencia a curar las heridas de mi incredulidad.

Gracias porque conviertes en llamadas mis negaciones y en ellas me haces confesar tu misericordia, la mayor experiencia de que Tú eres mi Dios y Señor.
Gracias por no guardar memoria de mis huidas y ser Tú quien da el paso para que pueda restaurar mi partencia al grupo de tus discípulos, y porque en tu cuerpo has querido dejar para siempre las huellas de la vulnerabilidad humana.

Gracias por tu opción de no dejarnos sumergidos en nuestra propia duda y cavilaciones intelectuales y acortar el camino de la confesión de la fe por hacerte presente en las heridas de tantos hermanos; al poner en ellas nuestras manos, es a ti a quien palpamos y bendecimos.

Gracias, Señor, después de estos ocho días, en los que has llamado insistentemente a nuestra puerta de todas las formas posibles y a todas las horas del día, para que no tengamos excusa de no haber coincido con tu paso. En cualquier momento te haces presente en tantos acontecimientos imprevistos, a veces tan dolorosos, pero que gracias a tus llagas se convierten en posibilidad de vida.

Discernimiento

Ante la experiencia de exilio del apóstol Tomás, ¿dónde te encuentras? ¿Reafirmado en la duda, en la sospecha, en la incredulidad, en la humilde declaración de amor, en la confesión de la divinidad de Cristo? ¿Te das cuenta de que el Resucitado tiene poder para presentarse en la misma forma en la que tú te obstinas escéptico, es decir en lo que crees que más te niega?

Testimonio

Jesús de Nazaret, el que fue condenado a muerte por blasfemo y murió entre malhechores, el que fue crucificado y sepultado, es el Hijo de Dios, el Salvador. Hay que profesarlo con los labios, con la humildad de dejarse curar las heridas que se producen por las opciones independientes.
¿Sientes que Jesús es el Señor? ¿Lo crees? ¿Lo confiesas? “Dichosos los que creen sin haber visto”.
Domingo 01 de Mayo del 2011
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2,42-47):

Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

Palabra de Dios
Salmo
Sal 117,2-4.13-15.22-24

R/. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia

Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. R/.

Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos. R/.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1,3-9):

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe –de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego– llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31):

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espiritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Palabra del Señor







Biografía
Juan Pablo II fue el Papa 264° (263° Sucesor de Pedro).

Karol Józef Wojtyła, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, una pequeña ciudad a 50 kms. de Cracovia, el 18 de mayo de 1920.

Era el más pequeño de los tres hijos de Karol Wojtyła y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941. Su hermana Olga murió antes de que naciera él.

Fue bautizado por el sacerdote Franciszek Zak el 20 de junio de 1920 en la Iglesia parroquial de Wadowice; a los 9 años hizo la Primera Comunión, y a los 18 recibió la Confirmación. Terminados los estudios de enseñanza media en la escuela Marcin Wadowita de Wadowice, se matriculó en 1938 en la Universidad Jagellónica de Cracovia y en una escuela de teatro.

Cuando las fuerzas de ocupación nazi cerraron la Universidad, en 1939, el joven Karol tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química (Solvay), para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.

A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del "Teatro Rapsódico", también clandestino.

Tras la segunda guerra mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal en Cracovia el 1 de noviembre de 1946 de manos del Arzobispo Sapieha.Seguidamente fue enviado a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en 1948 en teología, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz (Doctrina de fide apud Sanctum Ioannem a Cruce). En aquel período aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda.


En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada "Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler". Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Etica Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin.

El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo titular de Olmi y Auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958 en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.

El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967, con el título de San Cesareo en Palatio, Diaconía elevada pro illa vice a título presbiteral.

Además de participar en el Concilio Vaticano II (1962-1965), con una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, el Cardenal Wojtyła tomó parte en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos anteriores a su pontificado.

Los cardenales reunidos en Cónclave le eligieron Papa el 16 de octubre de 1978. Tomó el nombre de Juan Pablo II y el 22 de octubre comenzó solemnemente su ministerio petrino como 263 sucesor del Apóstol Pedro. Su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia y ha durado casi 27 años.

Juan Pablo II ejerció su ministerio petrino con incansable espíritu misionero, dedicando todas sus energías, movido por la "sollicitudo omnium Ecclesiarum" y por la caridad abierta a toda la humanidad. Realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia, y 146 por el interior de este país. Además, como Obispo de Roma, visitó 317 de las 333 parroquias romanas.

Entre sus documentos principales se incluyen: 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas.Publicó también cinco libros como doctor privado: "Cruzando el umbral de la esperanza" (octubre de 1994);"Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal" (noviembre de 1996); "Tríptico romano - Meditaciones", libro de poesías (marzo de 2003); “¡Levantaos! ¡Vamos!” (mayo de 2004) y “Memoria e identidad” (febrero de 2005).

Realizó numerosas canonizaciones y beatificaciones para mostrar innumerables ejemplos de santidad de hoy, que sirvieran de estímulo a los hombres de nuestro tiempo: celebró 147 ceremonias de beatificación -en las que proclamó 1338 beatos- y 51 canonizaciones, con un total de 482 santos. Proclamó a santa Teresa del Niño Jesús Doctora de la Iglesia. Amplió notablemente el Colegio cardenalicio, creando 231 cardenales (más uno "in pectore", cuyo nombre no se hizo público antes de su muerte) en 9 consistorios. Además, convocó 6 reuniones plenarias del colegio cardenalicio.


Presidió 15 Asambleas del Sínodo de los obispos: 6 generales ordinarias (1980, 1983, 1987, 1990, 1994 y 2001), 1 general extraordinaria (1985) y 8 especiales (1980, 1991, 1994, 1995, 1997, 1998 (2) y 1999).

Más que todos sus predecesores se encontró con el pueblo de Dios y con los responsables de las naciones: más de 17.600.000 peregrinos participaron en las 1166 Audiencias Generales que se celebran los miércoles. Ese numero no incluye las otras audiencias especiales y las ceremonias religiosas [más de 8 millones de peregrinos durante el Gran Jubileo del año 2000] y los millones de fieles que el Papa encontró durante las visitas pastorales efectuadas en Italia y en el resto del mundo. Hay que recordar también las numerosas personalidades de gobierno con las que se entrevistó durante las 38 visitas oficiales y las 738 audiencias o encuentros con jefes de Estado y 246 audiencias y encuentros con Primeros Ministros.

Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005, a las 21.37, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de Pascua y domingo de la Misericordia Divina. Desde aquella noche hasta el 8 de abril, día en que se celebraron las exequias del difunto pontífice, más de tres millones de peregrinos rindieron homenaje a Juan Pablo II, haciendo incluso 24 horas de cola para poder acceder a la basílica de San Pedro.

Giovanni Paolo II - Causa di Beatificazione e Canonizzazione

Giovanni Paolo II - Causa di Beatificazione e Canonizzazione

Giovanni Paolo II - Beatificazione e Canonizzazione - Sito Ufficiale

Giovanni Paolo II - Beatificazione e Canonizzazione - Sito Ufficiale









Biografía
Juan Pablo II fue el Papa 264° (263° Sucesor de Pedro).

Karol Józef Wojtyła, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, una pequeña ciudad a 50 kms. de Cracovia, el 18 de mayo de 1920.

Era el más pequeño de los tres hijos de Karol Wojtyła y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941. Su hermana Olga murió antes de que naciera él.

Fue bautizado por el sacerdote Franciszek Zak el 20 de junio de 1920 en la Iglesia parroquial de Wadowice; a los 9 años hizo la Primera Comunión, y a los 18 recibió la Confirmación. Terminados los estudios de enseñanza media en la escuela Marcin Wadowita de Wadowice, se matriculó en 1938 en la Universidad Jagellónica de Cracovia y en una escuela de teatro.

Cuando las fuerzas de ocupación nazi cerraron la Universidad, en 1939, el joven Karol tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química (Solvay), para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.

A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del "Teatro Rapsódico", también clandestino.

Tras la segunda guerra mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal en Cracovia el 1 de noviembre de 1946 de manos del Arzobispo Sapieha.Seguidamente fue enviado a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en 1948 en teología, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz (Doctrina de fide apud Sanctum Ioannem a Cruce). En aquel período aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda.


En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada "Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler". Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Etica Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin.

El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo titular de Olmi y Auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958 en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.

El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967, con el título de San Cesareo en Palatio, Diaconía elevada pro illa vice a título presbiteral.

Además de participar en el Concilio Vaticano II (1962-1965), con una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, el Cardenal Wojtyła tomó parte en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos anteriores a su pontificado.

Los cardenales reunidos en Cónclave le eligieron Papa el 16 de octubre de 1978. Tomó el nombre de Juan Pablo II y el 22 de octubre comenzó solemnemente su ministerio petrino como 263 sucesor del Apóstol Pedro. Su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia y ha durado casi 27 años.

Juan Pablo II ejerció su ministerio petrino con incansable espíritu misionero, dedicando todas sus energías, movido por la "sollicitudo omnium Ecclesiarum" y por la caridad abierta a toda la humanidad. Realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia, y 146 por el interior de este país. Además, como Obispo de Roma, visitó 317 de las 333 parroquias romanas.

Entre sus documentos principales se incluyen: 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas.Publicó también cinco libros como doctor privado: "Cruzando el umbral de la esperanza" (octubre de 1994);"Don y misterio: en el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal" (noviembre de 1996); "Tríptico romano - Meditaciones", libro de poesías (marzo de 2003); “¡Levantaos! ¡Vamos!” (mayo de 2004) y “Memoria e identidad” (febrero de 2005).
Realizó numerosas canonizaciones y beatificaciones para mostrar innumerables ejemplos de santidad de hoy, que sirvieran de estímulo a los hombres de nuestro tiempo: celebró 147 ceremonias de beatificación -en las que proclamó 1338 beatos- y 51 canonizaciones, con un total de 482 santos. Proclamó a santa Teresa del Niño Jesús Doctora de la Iglesia. Amplió notablemente el Colegio cardenalicio, creando 231 cardenales (más uno "in pectore", cuyo nombre no se hizo público antes de su muerte) en 9 consistorios. Además, convocó 6 reuniones plenarias del colegio cardenalicio.
Presidió 15 Asambleas del Sínodo de los obispos: 6 generales ordinarias (1980, 1983, 1987, 1990, 1994 y 2001), 1 general extraordinaria (1985) y 8 especiales (1980, 1991, 1994, 1995, 1997, 1998 (2) y 1999).

Más que todos sus predecesores se encontró con el pueblo de Dios y con los responsables de las naciones: más de 17.600.000 peregrinos participaron en las 1166 Audiencias Generales que se celebran los miércoles. Ese numero no incluye las otras audiencias especiales y las ceremonias religiosas [más de 8 millones de peregrinos durante el Gran Jubileo del año 2000] y los millones de fieles que el Papa encontró durante las visitas pastorales efectuadas en Italia y en el resto del mundo. Hay que recordar también las numerosas personalidades de gobierno con las que se entrevistó durante las 38 visitas oficiales y las 738 audiencias o encuentros con jefes de Estado y 246 audiencias y encuentros con Primeros Ministros.

Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005, a las 21.37, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en la octava de Pascua y domingo de la Misericordia Divina. Desde aquella noche hasta el 8 de abril, día en que se celebraron las exequias del difunto pontífice, más de tres millones de peregrinos rindieron homenaje a Juan Pablo II, haciendo incluso 24 horas de cola para poder acceder a la basílica de San Pedro.

Karol - El hombre que se convirtió en Papa
Con motivo de la canonización de Juan Pablo II el próximo día 1 de mayo, 13tv emitirá los próximos sábados 9, 16, 23 y 30 de abril un episodio de la serie, finalizando la misma un día antes del comienzo del proceso de santificación del Papa polaco. Los seguidores de “este hombre de bien” se adentraran en la historia del siglo XX de manos de una de las personalidades que han marcado la historia reciente de la Iglesia Católica. Poeta, obrero y filósofo antes de entrar al sacerdocio, la vida de Karol Wojtyla fue sacudida por constante pérdidas y desilusiones. Con la fe como único camino en el cual apoyarse, el que sería uno de los Papas más queridos y admirados de la historia, comenzó una vida llena de sacrificios y esfuerzos para acercar el mensaje de Dios a la sociedad: "Amemos al hombre, a cada hombre, mujer y a cada niño, porque son parte de la humanidad que amamos".

Protagonizado por Piotr Adamczyk, “están todos chiflados si pretenden hacer una película sobre mí”, le espetó el Pontifice en una ocasión al saludar al conocido actor polaco, y dirigida por Giaccomo Battiato, la cinta es un ejemplo de cómo conseguir un producto de gran calidad sin perder el aroma del cine de autor. Junto a una genial banda sonora, el resto del reparto y equipo técnico hacen de esta serie uno de los documentos más relevantes de uno de los hombres más importantes e influyentes del pasado siglo XX.

“Retratar la vida de un hombre ordinario ya es suficientemente difícil. Una vida nunca es sólo una película, son muchas películas. Imagínense cuanto más difícil es interpretar la vida de uno de los hombres más grandes del siglo XX” (Giacomo Battiato)

“El Papa no es tan presumido de dar o no dar autorizaciones. Un autor es libre de entregar su propia interpretación. La asesoría del Vaticano vino por el lado histórico. No recibí ninguna sola restricción” (Giacomo Battiato)

“Simplemente imperdible. Un gran logro de Giacomo Battiato quien, en tan sólo 3 horas, logar contar la historia de Karol Wojtyla desde sus años de juventud, hasta su elección como Pontífice” (www.bazuka.com)

El domingo, tal y como viene siendo habitual en la programación de 13tv, también habrá cine de calidad para todos los gustos. Por un lado, a partir de las 18:00 horas, tendrá comienzo el programa ‘Nuestro cine español’. Dirigido por José Luís Uribarri el programa de esta semana emite el film ‘La chica del trébol’. Protagonizada por Rocío Dúrcal, cuenta la historia de una joven de origen humilde y las desventuras por las que tendrá que pasar al enamorarse de un chico perteneciente a la alta sociedad madrileña.

Tras la emisión de la película habrá un coloquio dirigido por el propio Uribarri y en el que estará Junior, viudo de la cantante y actriz. Además de adentrarse y comentar todas las anécdotas que rodearon el rodaje de esta película, harán un completo repaso a lo que fue la vida de la gran cantante y actriz Rocío Dúrcal.

A las 21:45 horas llega el espacio ‘Cine con mayúsculas’. Dirigido y presentado por Juana Samanes, ofrecerán esta semana la película ‘El tren de la vida’. Película de origen francés pero dirigida y realizada por el director rumano Radu Mihaileanu, muy conocido por su película ‘El concierto’, esta maravillosa cinta cuenta la historia de un grupo de judíos que en albores de la II Guerra Mundial tienen que hacerse pasar por soldados nazis para poder salvar sus vidas.

Ganadora de varios premios de prestigio – en Venecia ganó el Premio a la mejor ópera prima-, la película recupera el espíritu de esa otro gran film que es ‘La vida es bella’.

"La locomotora argumental de la película es preciosa" (Carlos Marañón: Cinemanía)

"Perfecto equilibrio entre comedia y tragedia" (Esteve Riambau: Fotogramas)
Con motivo de la beatificación de Juan Pablo II, publicamos este artículo,

quizás todavía más actual que en el momento en que se escribió.

Hace ahora veinticinco años que Karol Wojtyla se convirtió en Juan Pablo II. El mundo ha dado muchas vueltas en ese tiempo, ha vivido alegrías desbordantes –bastaría recordar la caída del muro de Berlín y de los regímenes comunistas- y muchos momentos duros: hambre, marginación, guerras, xenofobias, y un largo etcétera en el que se entremezclarían la cotidianeidad y lo extraordinario, el dolor y la esperanza, la alegría y el llanto.

Es justo decir que nada de todo eso ha sido ajeno a Juan Pablo II, ni siquiera se podría afirmar que le ha pasado rozando. Fiel a aquella idea de que el hombre es el camino de la Iglesia, perseverante y tenaz para colocar a la persona por encima de todo, se ha sorbido todos los dolores de esta humanidad nuestra, ha vibrado con sus logros, ha ensanchado su corazón con sus alegrías. Y no le ha faltado verter su sangre por sus convicciones. Aquel 13 de mayo de 1981 cuando caía abatido por unas balas y, ahora, cuando parece que le escapa la vida a chorros mientras mantiene su servicio petrino a Dios y a la persona. El Pontífice actual no es un hombre de medias tintas, parece que se ha propuesto morir trabajando, no soslaya los problemas ni las inquietudes, sino que se cuela con fuerza en ellos para ofrecer soluciones.

Siendo experto en humanidad, emplea la suya para conducir el mundo hacia Dios, mientras ama ese mundo con todas sus vicisitudes, sin angelismos ignorantes del acontecer diario de tejas abajo. Debajo de esas tejas, recoge al hombre para alzarlo hasta Dios con todo el bagaje de su vivir diario: con sus inquietudes y sus esperanzas, con sus logros y fracasos, con su fatiga y su descanso, con su grandeza y su miseria.

El servicio que Dios le ha pedido no conoce parones ni descansos, no finaliza en la jubilación, no busca la imagen que vende no sé qué. Quizá algunos más sensibles se ven heridos porque ya no anda apenas, porque lee penosa y poco inteligiblemente a veces, por el tremolar de sus manos dolientes, por aquel rostro tan expresivo que la enfermedad acartonó. A mí también me duele esa imagen, pero no exijo su retirada; al contrario, me conmueve y me convierte. Es el abuelo del mundo que –como otro Cristo, como Vicecristo que es- se ha subido a la Cruz, como su Señor, por amor, porque nadie ama más que quien da la vida por sus amigos. Sí, porque somos sus amigos, sus hermanos, sus hijos y sus nietos, especialmente esa juventud de todo el globo que sintoniza con él como nadie, ésa de las pancartas de Cuatro Vientos: “Danos caña” y “Tú sí que eres galáctico”.

El Papa se ha subido a la Cruz para señalar el camino a todos, también a los que la rehúyen. Esa imagen doliente y entregada es el mejor antídoto contra el egoísmo, la soberbia, la banalidad que envuelve tantas vidas llenas de vacío.

Pero, además, resulta que ese abuelo del mundo es un poeta y un intelectual, y un obrero, y un artista, y un escritor y, sobre todo, un sacerdote. Ese abuelo es el mejor referente de la humanidad, aunque nos cueste seguirlo porque ha situado alto el listón: allí donde se desvanece la frivolidad y se encuentra a Dios, allá en la zona de la alegría es donde nos convoca, en el lugar feliz de la entrega. Quizá sea apasionado lo que escribo. De ningún modo he deseado hacerlo desde la frialdad. Pero no creo que haya nadie que pueda verlo falso. “Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón” (Camino, 573).
Por su permanente actualidad, publicamos este artículo escrito con motivo

del fallecimiento del Papa ahora beatificado.

En la Epístola a los Hebreos, se dice de Cristo que, “aun siendo Hijo, experimentó en su carne lo que cuesta obedecer”, es decir, cumplir la voluntad del Padre. De modo espontáneo ha venido esta idea a mi memoria, pensando en Juan Pablo II, porque el representante de Cristo en la tierra ha gozado de la misma oportunidad a lo largo de su vida: ha sido el hombre que no se bajó de la Cruz, el que ha experimentado en su propia carne lo que cuesta vivir con pasión el cumplimiento de la voluntad de Dios, sabiendo valorar el sufrimiento con una profundidad, alegría y serenidad asombrosos.

No ha tenido una vida fácil: huérfano prematuramente, perseguido por motivos religiosos, duros trabajos en la mina o en la clandestinidad del seminario, pérdidas de los seres más queridos, incomprensión y odio hasta el intento de ser asesinado, más incomprensión por no ceder a modas pasajeras y defender el depósito invariable de la fe, diversas y dolorosas enfermedades. A ese elenco incompleto, habría que añadir los sufrimientos con su pueblo por los martirios nazi y soviético. Ante este panorama, un observador fino podría pensar que ha sido un desgraciado. Pero todos sabemos que no fue así. Ha sido un atleta de Dios, trabajador incansable, que nunca pensó en sí mismo. Ha sido feliz en la Cruz.

“Símbolo de la fe –decía Juan Pablo II en Río de Janeiro-, la Cruz es también símbolo del sufrimiento que conduce a la gloria, de la pasión a la resurrección. Per crucem ad lucem, por la cruz, llegar a la luz: este proverbio, profundamente evangélico, nos dice que, vivida en su verdadero significado, la cruz del cristiano es siempre una Cruz pascual”. También queda bien plasmada la actitud del Papa hacia el dolor en estas palabras de San Josemaría: “El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese camino, porque Cristo mismo nos ayuda y con Él no cabe la tristeza. In laetitia, nulla dies sine cruce!, me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz”.

Así ha sido la vida de Juan Pablo II, cumpliendo al pie de la letra el designio divino sobre él –y, de modos diversos, sobre todos los cristianos- tan bella y realistamente expresado por San Pablo cuando dice a los corintios que no quiere desvirtuar la Cruz de Cristo, a quienes repite después, con santo orgullo, que predica a Cristo crucificado; o al dirigirse a los gálatas afirmando que está crucificado con Cristo, y que, de ese modo, “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”.

Nuestro mundo consumista y hedonista, el del carpe diem –aprovecha el tiempo, goza- es difícil que entienda la fuerza salvadora del dolor y del sufrimiento. Juan Pablo II lo ha entendido con Cristo, y se ha constituido en un ejemplo y un aliciente para volver a las fuentes de la salvación, de la alegría, de la realización personal, también en lo humano. Sin comprender la fuerza del amor abnegado, de la entrega doliente, de la fortaleza para la lucha o ante la adversidad, el hombre se torna vacío, con horizontes pequeños y egoístas. El Papa muerto, por el contrario, ha sido un gigante de amor a la humanidad entera, un entregado a la causa de Dios y del hombre, alguien que ha sentido –vuelvo a San Pablo- los padecimientos por todas las iglesias. Es difícil encontrar una vida más llena y más enamorada.



Pero a todas estas circunstancias duras de su vida, ha unido la del dolor físico durante muchos años. Aquel formidable atleta ha devenido en un hombre doliente que apenas podía moverse: aquel gran comunicador del gesto y de la palabra quedó acartonado y mudo. Los expertos en marketing lo daban por retirado, sin acertar a comprender aquello de que, como Cristo, no podía ni quería bajar de la Cruz. Y esa actitud conmovedora ha sido con toda seguridad la mayor sacudida en los corazones de muchos. No hay truco: la salvación que predica la Iglesia está en la Cruz; y este Papa ha tenido el gozo de poder mostrarlo de un modo emocionante.



El sufrimiento –decía en Salvifici doloris- es una llamada a mostrar la grandeza moral del hombre, su madurez espiritual, pero es también una invitación de la Providencia a acercarse más al Crucificado, a comprenderlo, a compartir su misterio. En Cristo, todo dolor tiene sentido, y el Papa que nos deja –además de otras muchísimas cosas- ha hecho gozosamente palpable, visible, que es así. Por eso no se bajó de la Cruz.
Meditación del día de Hablar con Dios
Pascua. Segundo domingo

LA FE DE TOMáS

— Aparición de Jesús a los Apóstoles estando ausente Tomás. Le comunican que Jesús ha resucitado. Apostolado con quienes han conocido a Cristo, pero no le tratan.

— El acto de fe del Apóstol Tomás. Nuestra fe ha de ser operativa: actos de fe, confianza con el Señor, apostolado.

— La Resurrección es una llamada a manifestar con nuestra vida que Cristo vive. Necesidad de estar bien formados.

I. El primer día de la semana1, el día en que resucitó el Señor, el primer día del mundo nuevo, está repleto de acontecimientos: desde la mañana, muy temprano2, cuando las mujeres van al sepulcro, hasta la noche, muy tarde3, cuando Jesús viene a confortar a sus más íntimos: La paz sea con vosotros, les dice. Y dicho esto les mostró las manos y el costado. En esta ocasión, Tomás no estaba con los demás Apóstoles, no pudo ver al Señor, ni oír sus consoladoras palabras.

Este Apóstol fue el que dijo una vez: Vayamos también nosotros y muramos con él4. Y en la Última Cena expresó al Señor su ignorancia, con la mayor sencillez: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?5. Llenos de un profundo gozo, los Apóstoles buscarían a Tomás por Jerusalén aquella misma noche o al día siguiente. En cuanto dieron con él, les faltó tiempo para decirle: ¡Hemos visto al Señor! Pero Tomás, como los demás, estaba profundamente afectado por lo que habían visto sus ojos: jamás olvidaría la Crucifixión y Muerte del Maestro. No da ningún crédito a lo que los demás le dicen: Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en esa señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré6. Los que habían compartido con él aquellos tres años y con quienes por tantos lazos estaba unido, le repetirían de mil formas diferentes la misma verdad, que era su alegría y su seguridad: ¡Hemos visto al Señor!

Tomás pensaba que el Señor estaba muerto. Los demás le aseguraban que vive, que ellos mismos lo han visto y oído, que han estado con Él. Así hemos de hacer nosotros: para muchos hombres y para muchas mujeres Cristo es como si estuviera muerto, porque apenas significa nada para ellos, casi no cuenta en su vida. Nuestra fe en Cristo resucitado nos impulsa a ir a esas personas, a decirles de mil formas diferentes que Cristo vive, que nos unimos a Él por la fe y lo tratamos cada día, que orienta y da sentido a nuestra vida.

De esta manera, cumpliendo con esa exigencia de la fe, que es darla a conocer con el ejemplo y la palabra, contribuimos personalmente a edificar la Iglesia, como aquellos primeros cristianos de los que nos hablan los Hechos de los Apóstoles: crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor7.

II. A los ocho días, estaban de nuevo dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: La paz sea con vosotros. Después dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel8.

La respuesta de Tomás es un acto de fe, de adoración y de entrega sin límites: ¡Señor mío y Dios mío! Son las suyas cuatro palabras inagotables. Su fe brota, no tanto de la evidencia de Jesús, sino de un dolor inmenso. No son tanto las pruebas como el amor el que le lleva a la adoración y a la vuelta al apostolado. La Tradición nos dice que el Apóstol Tomás morirá mártir por la fe en su Señor. Gastó la vida en su servicio.

Las dudas primeras de Tomás han servido para confirmar la fe de los que más tarde habían de creer en Él. «¿Es que pensáis –comenta San Gregorio Magno– que aconteció por pura casualidad que estuviese ausente entonces aquel discípulo elegido, que al volver oyese relatar la aparición, y que al oír dudase, dudando palpase y palpando creyese? No fue por casualidad, sino por disposición de Dios. La divina clemencia actuó de modo admirable para que, tocando el discípulo dubitativo las heridas de la carne de su Maestro, sanara en nosotros las heridas de la incredulidad (...). Así el discípulo, dudando y palpando, se convirtió en testigo de la verdadera resurrección»9.

Si nuestra fe es firme, también se apoyará en ella la de otros muchos. Es preciso que nuestra fe en Jesucristo vaya creciendo de día en día, que aprendamos a mirar los acontecimientos y las personas como Él los mira, que nuestro actuar en medio del mundo esté vivificado por la doctrina de Jesús. Pero, en ocasiones, también nosotros nos encontramos faltos de fe como el Apóstol Tomás. Tenemos necesidad de más confianza en el Señor ante las dificultades en el apostolado, ante acontecimientos que no sabemos interpretar desde un punto de vista sobrenatural, en momentos de oscuridad, que Dios permite para que crezcamos en otras virtudes...

La virtud de la fe es la que nos da la verdadera dimensión de los acontecimientos y la que nos permite juzgar rectamente de todas las cosas. «Solamente con la luz de la fe y con la meditación de la palabra divina es posible reconocer siempre y en todo lugar a Dios, en quien nos movemos y existimos (Hech 17, 28); buscar su voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres, próximos o extraños, y juzgar con rectitud sobre el verdadero sentido y valor de las realidades temporales, tanto en sí mismas como en orden al fin del hombre»10.

Meditemos el Evangelio de la Misa de hoy. «Pongamos de nuevo los ojos en el Maestro. Quizá tú también escuches en este momento el reproche dirigido a Tomás: mete aquí tu dedo, y registra mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel (Jn 20 27); y, con el Apóstol, saldrá de tu alma, con sincera contrición, aquel grito: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20, 28), te reconozco definitivamente por Maestro, y ya para siempre –con tu auxilio– voy a atesorar tus enseñanzas y me esforzaré en seguirlas con lealtad»11.

¡Señor mío y Dios mío! ¡Mi Señor y mi Dios! Estas palabras han servido de jaculatoria a muchos cristianos, y como acto de fe en la presencia real de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, al pasar delante de un sagrario, en el momento de la Consagración en la Santa Misa... También pueden ayudarnos a nosotros para actualizar nuestra fe y nuestro amor a Cristo resucitado, realmente presente en la Hostia Santa.

III. El Señor le contestó a Tomás: Porque me has visto has creído: bienaventurados los que sin haber visto han creído12. «Sentencia en la que sin duda estamos señalados nosotros –dice San Gregorio Magno–, que confesamos con el alma al que no hemos visto en la carne. Se alude a nosotros, con tal que vivamos conforme a la fe; porque solo cree de verdad el que practica lo que cree»13.

La Resurrección del Señor es una llamada a que manifestemos con nuestra vida que Él vive. Las obras del cristiano deben ser fruto y manifestación del amor a Cristo.

En los primeros siglos la difusión del cristianismo se realizó principalmente por el testimonio personal de los cristianos que se convertían. Era una predicación sencilla de la Buena Nueva: de hombre a hombre, de familia a familia; entre quienes tenían el mismo oficio, entre vecinos; en los barrios, en los mercados, en las calles. Hoy también quiere el Señor que el mundo, la calle, el trabajo, las familias sean el cauce para la transmisión de la fe.

Para confesar nuestra fe con la palabra es necesario conocer su contenido con claridad y precisión. Por eso, nuestra Madre la Iglesia ha hecho tanto hincapié a lo largo de los siglos en el estudio del Catecismo, donde, de una manera breve y sencilla, se contiene lo esencial que hemos de conocer para poder vivirlo después. Ya San Agustín insistía a aquellos catecúmenos a punto de recibir el Bautismo: «Así, pues, el sábado próximo, en que celebraremos la vigilia, si Dios quiere, habréis de dar no la oración (el Padrenuestro), sino el símbolo (el Credo); porque si ahora no lo aprendéis, después, en la iglesia, no se lo habéis de oír todos los días al pueblo. Y, en aprendiéndolo bien, decidlo a diario para que no se olvide: al levantaros de la cama, al ir a dormiros, dad vuestro símbolo, dádselo a Dios, procurando hacer memoria de ello, y sin pereza de repetirlo. Es cosa buena repetir para no olvidar. No digáis: “Ya lo dije ayer, y lo digo hoy, y a diario lo digo; téngolo bien grabado en la memoria”. Sea para ti como un recordatorio de tu fe y un espejo donde te mires. Mírate, pues, en él; examina si continúas creyendo todas las verdades que de palabra dices creer, y regocíjate a diario en tu fe. Sean ellas tu riqueza, sean a modo de vestidos para el aderezo de tu alma»14. ¡A cuántos cristianos habría que decirles estas mismas palabras, pues han olvidado lo esencial del contenido de su fe!

Jesucristo nos pide también que le confesemos con obras delante de los hombres. Por eso, pensemos: ¿no tendríamos que ser más valientes en esa o aquella ocasión?, ¿no tendríamos que ser más sacrificados a la hora de sacar adelante nuestros quehaceres? Pensemos en nuestro trabajo, en el ambiente que nos rodea: ¿se nos conoce como personas que llevan vida de fe?, ¿nos falta audacia en el apostolado?, ¿conocemos con profundidad lo esencial de nuestra fe?

Terminamos nuestra oración pidiendo a la Virgen, Asiento de la Sabiduría, Reina de los Apóstoles, que nos ayude a manifestar con nuestra conducta y nuestras palabras que Cristo vive.

1 Jn 20, 1. — 2 Mc 16, 2. — 3 Jn 20, 19. — 4 Jn 11, 16. — 5 Jn 14, 5. — 6 Jn 20, 25. — 7 Hech 5, 14. — 8 Jn 20, 26-27. — 9 San Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 26, 7. — 10 Conc. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, 4. — 11 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 145. — 12 Jn 20, 29. — 13 San Gregorio Magno, loc. cit., 26, 9. — 14 San Agustín, Sermón 58, 15.

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