sábado, 2 de mayo de 2009

Cristo está vivo, porque ha resucitado verdaderamente.

 No tengamos miedo de anunciar a Jesucristo

 La Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado recientemente (14 de diciembre 2007) una “Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la Evangelización”. Se puede consultar en L’Osservatore Romano del 15-XII-2007, y está accesible en el lugar correspondiente de la página web de la Santa Sede (http://www.vatican.va).

 

El texto ofrece un gran interés para todos, especialmente porque toca de cerca la vocación misionera y el anuncio del Evangelio. No se trata de reiterar ahora el contenido y la argumentación de la Nota. Sólo quiero señalar algunos aspectos que me parecen verdaderamente esenciales para la evangelización. Las claves del texto podrían ser las siguientes palabras: “anuncio, conversión, libertad, Reino, Iglesia”. Es un documento dirigido, por tanto, a iluminar la tarea misionera en la que estamos todos implicados. Os animo a su lectura detenida.

 

Como es habitual, estos breves textos salen al paso de problemas que tienen una real incidencia práctica. En este caso, la preocupación central de la Nota es –según sus palabras- la “confusión creciente que induce a muchos a desatender y dejar inoperante el mandato misionero del Señor (cf. Mt 28, 19)” (n. 3).

 

La afirmación resulta grave. La tarea evangelizadora gracias a Dios es enormemente fecunda en numerosos lugares, como bien sabe la Congregación. Pero el problema que la Congregación constata también es real y afecta –se dice- a no pocos agentes evangelizadores. En realidad, lo decisivo es que semejante “confusión” tiene, por así decir, una enorme relevancia cualitativa, ya que hiere hondamente en el corazón mismo de la existencia y misión cristianas.

 

No es fácil comprender, desde la lógica de la fe, ese fenómeno. Bastaría recordar con san Pablo que la evangelización “es más bien un deber que me incumbe. Y ¡hay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9, 16). Por su parte, el Concilio Vaticano II invitó con gran énfasis a la Iglesia entera a tomar conciencia de su misión evangelizadora. Se trata, en consecuencia, de una situación totalmente contraria al sentir y al decir del Concilio, y sus causas habrá que buscarlas en otro lugar.

 

Hay dos circunstancias -señala la Nota- que han llevado en bastantes casos a esa confusión. Primeramente, existe una equívoca interpretación del respeto debido a la conciencia personal. Para algunos, presentar el Evangelio y la oferta cristiana -y la eventual conversión al Señor- parecería lesionar la libertad de los individuos. Ciertamente, a nadie se le oculta que ese riesgo ha sido más que evidente a lo largo de la historia. Sin embargo, con mayor evidencia debe reconocerse honestamente que hoy los creyentes estamos persuadidos de que toda verdadera evangelización presupone la libertad  de las conciencias. Nada hay más contradictorio con el Evangelio que acompañar el anuncio cristiano con presiones indebidas de cualquier tipo. Esto es tan claro que no hace falta insistir en ello.

 

Ahora bien, respetar la conciencia de los no creyentes es a todas luces algo bien diverso de guardar un extraño silencio sobre la propia fe. En realidad, esa actitud sólo aparentemente mostraría respeto. De entrada, supone una imagen muy pobre de las personas y de su conciencia pensar que el anuncio sencillo del Evangelio coarta su libertad. Por lo demás, la mejor expresión de respeto a las personas es precisamente darles la posibilidad de conocer y vivir según el designio de Dios. Cabría dar la vuelta al argumento y preguntarse: ¿quién soy yo para negar a otros el Evangelio? Tiene aquí plena vigencia aquella fuerte advertencia de Juan Pablo II: “Toda persona tiene derecho a escuchar la ‘Buena Nueva’ de Dios que se revela y se da en Cristo, para realizar en plenitud la propia vocación” (cf. Redemptoris missio, n. 46).

 

No tengamos falsos temores. El anuncio del Evangelio amplía la libertad del hombre, aun cuando solo fuera –que no es poco- porque con esa oferta cada persona tiene la oportunidad de discernir el plan de Dios y descubrir su existencia de manera totalmente nueva. Justamente la Nota dedica buena parte del texto (nn. 4-9) a las “implicaciones antropológicas” que tiene para los hombres la plenitud de la vocación humana revelada en Cristo; la plenitud de lo bueno y de lo verdadero que permite iluminar el sentido auténtico de la vida y destino del hombre. Son unas consideraciones dignas de meditar atentamente, de modo especial las que hacen referencia a la recta búsqueda de la verdad religiosa (nn. 4-5).

 

La Nota señala a continuación un segundo motivo que también ha influido en “dejar inoperante el mandato misionero”. Se refiere la Congregación a quienes afirman que no se debe anunciar explícitamente el Evangelio ni favorecer la conversión a Cristo y la adhesión a la Iglesia con el argumento de que todos los caminos humanos, religiosos o no, son caminos de salvación, sobre todo en la medida en que se promueva la justicia, la paz, la libertad, la solidaridad (n. 3).

 

Es probable que esta segunda idea –expuesta muchas veces de manera precipitada y acrítica en folletos, libros, conferencias pastorales, etc.- haya influido de hecho más negativamente que la anterior. Estamos ciertamente persuadidos de que la verdad “no se impone de otra manera, sino por la fuerza de  la misma verdad” (Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, n. 1). No hay otro camino para la misión que la aceptación libre y auténtica del Evangelio. Por eso, habría que interrogarse si la desatención al anuncio explícito del Evangelio por un presunto respeto a las conciencias no está, en realidad, mayormente motivada por una debilidad de nuestras convicciones sobre la verdad y la bondad del Evangelio y de la existencia cristiana.

 

Si es ese el caso, ¿no cabría hablar de una dolorosa crisis de fe personal? No deberíamos extrañarnos. El actual ambiente relativista propicia perplejidades letales para el creyente: ¿es Cristo realmente el Camino, la Verdad y la Vida? ¿son todas las religiones y experiencias humanas al menos parcialmente verdaderas e igualmente válidas? ¿acaso no resulta hoy presuntuoso presentarse como portador de la verdad y sustituir el “anuncio” cristiano por el “diálogo”? ¿qué sentido tiene decir que la Iglesia es necesaria para la salvación? Estos interrogantes, y otros similares, “han ido creando –dice la Nota- una situación en la cual, para muchos fieles, no está clara la razón de ser de la evangelización. Hasta se llega a afirmar que la pretensión de haber recibido como don la plenitud de la revelación de Dios, esconde una actitud de intolerancia y un peligro para la paz” (n. 10).

 

A nadie se le escapa la trascendencia de estas cuestiones -os decía al principio- para el sentido mismo de la evangelización. Se comprende que ante esa confusión de que habla la Nota aparezcan las dudas y la parálisis en el anuncio misionero, o bien se busquen otros significados para la misión, que siempre serán necesariamente parciales: porque “si damos a los hombres sólo conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e instrumentos, les damos demasiado poco” (Benedicto XVI, cit. en n. 2). Tampoco puede contentarnos el solo testimonio porque “incluso el testimonio más hermoso se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado –lo que Pedro llamada dar ‘razón de vuestra esperanza’ (1 Pe 3, 15)-, explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús” (Pablo VI, Exh. Apost. Evangelii nuntiandi, n. 22).

 

El contenido de la Nota recoge otros aspectos que no podemos mencionar ahora. Estoy convencido de que su consideración será muy iluminadora para la reflexión personal. El alcance de las cuestiones planteadas requerirá, además, el estudio de los muchos y buenos materiales que ya existen en relación con ellas. Os recomiendo, por ejemplo, releer la Decl. Dominus Iesus de la Congregación para la Doctrina de la Fe (16-VI-2000). Con esas y otras reflexiones podremos alcanzar, con la luz del Espíritu, convicciones sólidamente fundadas que pacifiquen la inteligencia y nos confirmen en el entusiasmo gozoso por la misión.  

 

La Nota concluye con una significativa evocación del gran número de cristianos que movidos por el amor a Jesús han emprendido, a lo largo de la historia, iniciativas y obras de todo tipo para anunciar el Evangelio a todo el mundo. “El anuncio y el testimonio del Evangelio son el primer servicio que los cristianos pueden dar a cada persona y a todos el género humano, por estar llamados a comunicar a todos el amor de Dios, que se manifestó plenamente en el único Redentor del mundo, Jesucristo” (Benedicto XVI, cit. en n. 13). Ese es también nuestro auténtico deseo, que justifica todos los afanes y desvelos que la misión requiere. Como Pablo, quiera el Señor que también nosotros podamos sentir y decir: “La caridad de Cristo nos urge” (2 Co 5, 14).

 

Espero que esta reflexión nos haga actuar convencidos del don de la fe que hemos recibido y que la presentemos gozosamente sin prevenciones de que el interlocutor se pueda sentir acosado, al revés, sentirá que la nobleza del corazón del creyente no se doblega y menos se oculta de manifestar en lo que cree. Dar el regalo que hemos recibido de la fe es a la postre no sólo muy bien aceptado sino hasta agradecido. Los complejos provocan desconfianza y animan a la cobardía.

Queridos diocesanos de
Navarra:



 



Nada más ser nombrado
vuestro Obispo por
  el Santo Padre
Benedicto XVI, quiero dirigirme a todos los navarros manifestándoos mi
disponibilidad y servicio en nombre de Jesucristo y de su evangelio. No voy a
vosotros con pretensiones especiales,
 sino que voy como un humilde servidor para
llevaros el don más grande que tenemos los humanos: el Amor de Cristo y de su
Iglesia. Falsearía mi servicio si fuera en mi nombre; voy en nombre de
Jesucristo al que quiero amar con toda mi alma y desde quien os podré
acompañar, ayudar, animar, alentar, aliviar y, en solidaridad, vivir vuestras
preocupaciones y alegrías. Y voy también en nombre de la Iglesia a la que quiero
con pasión, como se quiere a una madre, consciente de que
 mi misión será la de llevaros todas las
gracias y dones que en ella se contienen. Me siento pequeño y pobre,
 pero al mismo tiempo rico porque estoy seguro de
que Dios nos ama y de que, como buen Padre, está siempre abierto al perdón y a la misericordia. En
él pongo todos nuestros afanes.



 



Voy a suceder a Mons.
Fernando Sebastián que, durante catorce años, ha desarrollado
 una labor pastoral importantísima en medio de
vosotros. Su testimonio, su celo y su entrega serán para mí un estímulo en la
nueva misión que Cristo me encomienda en nombre de la Iglesia. Muy
agradecidos hemos de estar todos a D. Fernando a quien, cariñosamente, así
llamáis. Quiero decirle que estas tierras de Navarra siempre serán brazos
abiertos para lo que necesite. También quiero recordar a Mons. José María
Cirarda quien, desde su retiro, estoy seguro que reza y pide mucho por todos
nosotros.



 



A todos los fieles
cristianos y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que vivís en esa
hermosa tierra de Navarra y que tantos santos ha dado a la Iglesia, os
  abrazo con todo mi afecto. Voy a vosotros desde
otra Iglesia particular y personal a la que he servido y pastoreado durante casi
cuatro años. Quiero agradecer al ámbito militar y a los cuerpos de la Seguridad del Estado su
entrega en favor de la paz y armonía social.



 



Mi misión es la de
llevaros el amor de Cristo, lo mismo que he intentado realizar en las Diócesis
precedentes. El lema de mi episcopado se fundamenta en la oración de Cristo al
Padre:
“Padre que todos sean uno para que
el mundo crea”.
En la unidad y para la unidad quiero vivir y siempre en
comunión con el Papa y mis hermanos Obispos. No tengo otra divisa ni otra motivación;
ésta es la única que me atrae y me urge para que Dios sea glorificado, adorado
y amado siempre en medio de nosotros.



 



Ruego a  Santa María la Real de la Catedral de Pamplona, a nuestros patronos San
Fermín y
  San Francisco de Javier, a  Santa Ana y San Agustín en Tudela y a todos
los santos que veneráis en Navarra que nos protejan del mal, nos ayuden a vivir
con pasión la santidad,
 como hicieron ellos,
 y a gozar de una fraternidad llena de
paz y alegría.



 Con mi bendición para
todos y
  cada una de vuestras familias.
Vuestro amigo y hermano,


 Familia cristiana ¡sé lo que eres!

en euskera 

            Me dirijo a todas las familias de la Diócesis de Pamplona-Tudela para alentar y animar vuestra vocación que nadie puede sustituir. Estamos en unos momentos muy importantes en la sociedad, que requieren una reflexión especial. La familia es lo más grande y más sagrado que existe en la humanidad, en todas las épocas y en todos los tiempos. Por eso la hemos de defender desde todas las instancias sociales y religiosas. Un cuerpo no tendría mucho futuro si sus células estuvieran desintegradas; lo mismo sucede en la sociedad si la familia está desintegrada y dispersa. La solución a este gran problema conviene atajarlo cuanto antes, pues el tiempo corre en contra de nosotros.

 

            La Navidad nos pone las claves fundamentales que ayudan a comprender la grandeza de la familia.  Basta mirar a José, María y Jesús que vivieron en una actitud de respeto y amor. Cultivar en la familia la unidad y la ayuda mutua recrea la fuerza del gozo y de la felicidad. Además, hay un factor importante que es el de revitalizar el sentido del sacrificio. No hay un amor auténtico si no se hace oblativo por quien se ama, es decir, si no está dispuesto a sacrificarse por la persona amada. Tal vez se ha perdido este espíritu porque lo que cuesta y lo que supone esfuerzo no se tiene en consideración. Se buscan ‘nuevas sensaciones’ aunque estén llenas de veneno antimoral o vayan contra toda ética.

 

           Conviene que la familia se despierte y tome las riendas de lo que es en sí misma. Me cuesta creer que no hay solución ante tantas dificultades. La familia ha de afianzarse en el gozo de ser coherentes con su fe y las familias cristianas tienen la responsabilidad de manifestar que esta forma de vida es posible. Será un bien que ayudará, y no tardando mucho, a la sociedad. Los reclamos de una vida vacía y sin sentido lo único que pueden producir y a corto plazo es una debacle existencial que provocará en la sociedad un desastre incalculable.

 

           Ruego al Niño-Dios que haga crecer en nosotros los mismos sentimientos que se vivieron en Belén: la paz y el amor. Felicito a aquellos que luchan por una familia ennoblecida por las virtudes y valores que nunca pasan, por las familias que buscan juntos caminos de madurez y entrega mutua, por una familia que apuesta por un futuro mejor, por una sociedad más audaz en sus planteamientos y que solo pretende llevar la sana experiencia de una armonía que está implícita en la misma naturaleza. ¡Feliz Navidad a todas las familias!

Carta de Navidad a los misioneros navarros


Queridos misioneros:
 

Con estas sencillas palabras quiero desearos unas felices fiestas de Navidad que no sólo son entrañables por lo que suponen de fortalecimiento en la fraternidad universal sino son, sobre todo, gozosas por lo que es para la historia y la humanidad el nacimiento de un Niño que es Dios. Por esto y por vuestra entrega generosa en la misión os recuerdo en la plegaria –ante Jesús Eucaristía- todos los días.

Cuando vengáis a Navarra, para visitar a vuestras familias, espero veros. Sois la ‘perla preciosa’ de Navarra. Ya sé que estáis muy ilusionados en vuestro trabajo por las referencias y vivencias que escucho. Os doy mí más cordial enhorabuena. Por aquí todo va bien pues cuando uno está enamorado de Cristo todo revierte en bien para aquellos que le aman. Navarra tiene unas fuertes raíces cristianas que debemos seguir regando y por ello vosotros mostráis este espíritu de fe que nos anima para seguir manifestando que ser cristianos merece la pena vivirlo hoy.

 

He dado el Retiro espiritual de Adviento a todos los de Vida Consagrada de la Diócesis y les decía que no hemos de temer pues el Señor está a nuestro lado y nos acompaña y a pesar de la ‘noche social y cultural’ por la que pasamos Él está. Aun en medio de la noche la hierba crece. Cristo sigue creciendo en el corazón humano, ésta es nuestra esperanza. Anunciemos a Jesucristo con nuestra vida y con nuestras palabras. Os abrazo a todos y en esta Navidad os tendré muy presentes en mí oración.

 

¡Feliz Navidad y año 2008!     14 de diciembre de 2007 

18 de noviembre, Día de la Iglesia Diocesana

         Queridos diocesanos:


        Un año más celebramos la campaña de la ‘Iglesia Diocesana’ lugar de encuentro con Dios. La Iglesia no sería ella misma si no reflejara auténticamente el rostro de Cristo. No por menos él la fundó y él, a través de los siglos, la sigue cuidando con el amor misericordioso de Dios. 

        Por eso dedicamos una jornada para festejar a dicha Madre que tiene en su regazo la fuerza de la gracia de Cristo que ha prometido ‘permanecer en medio de nosotros’ hasta el final de los siglos. No es de agradecidos si no apreciamos y queremos a la Iglesia que aunque sea anciana se la debe apreciar como a la madre que, por muy mayor que sea, muestra con sus ojos brillantes y sus arrugas curtidas, un amor de ternura inigualable.

Os animo, queridos diocesanos, a ser fieles hijos de la misma. Por mi parte siempre trataré de llevaros este amor fresco que como Obispo tengo la obligación de haceros presente y siempre en comunión con los sacerdotes, los consagrados y todos vosotros que me lo debéis demandar.

Deseo que en la Diócesis crezca la adhesión sincera a la Palabra de Dios, la cercanía a los Sacramentos del Perdón y de la Eucaristía. Como creyentes en Cristo no creceríamos espiritualmente si no tenemos el arrojo de vivir –cada día más- este gran regalo que nos llega a través de la Iglesia.

Os pido también que, como Comunidad Viva, ayudemos a la Iglesia en todas sus necesidades. Que la colecta que se va a realizar, en esta jornada, sea generosa. Son muchas las realidades que debemos cubrir y para esto hemos de colaborar todos.

Muchas gracias por vuestra fidelidad al Señor y roguemos juntos y unidos para que el Reino de Cristo brille en esta  tierra de Navarra. Con mi bendición y presentes en mi oración.

Apasionado por el bien  en euskera

Si Navarra tiene algo que agradecer es la experiencia de luz que nos han dado los santos. Celebramos la fiesta de San Francisco de Javier un hombre apasionado por el bien y por realizar el bien a los demás. No cabe duda que su espíritu, entre aventurero y heroico, supo dar lo mejor de si para buscar en todo servir, amar y adorar a Dios. Su vida era una constante entrega que no podía pararse. Sus viajes, en medio de las dificultades, eran un encuentro con culturas diversas que él asumía como un regalo de Dios y a las que infundía la Luz de la Verdad que viene dada en Cristo. La evangelización trata de buscar y comprender las razones y sentimientos de los demás sin negarles los caminos del bien y de la verdad.

 

La propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad que salva y ese amor es el sello precioso –dirá Juan Pablo II- del Espíritu Santo que, como protagonista de la evangelización, no cesa de mover los corazones al anuncio del evangelio, abriéndolos para que lo reciban. Todo corazón humano ansía, aspira y espera implícitamente encontrar a Jesucristo. En muchos momentos nos encontramos sorprendidos por las reacciones positivas de personas que muestran e irradian una bondad especial. Son ya signos de un proceso interior que pide a gritos que alguien le hable de la buena noticia que es Jesucristo.

 

San Francisco de Javier no se acomplejaba aun en medio de tantas dificultades y hasta persecuciones. Estaba seguro que el mensaje evangelizador que él vivía y llevaba a los demás no era una ideología sino el anuncio de una Vida que salva y libera de la esclavitud del pecado. Su rostro estaba marcado por el mismo rostro de Cristo. Si no hubiera dado a los demás esta experiencia, que traspasaba su vida, se hubiera convertido en un predicador de mercadillo que todo lo más hubiera conseguido en torno a sí un grupo de gente que admirada su predicación. Su única pasión era llevar la libertad del Buen Dios que comprende a todos y a todos quiere llevarles por el camino de la gracia.

 

Estoy seguro que la fiesta que celebramos seguirá dando esperanza a los navarros. No debemos dejarnos llevar por el desánimo o la apatía, luchar y trabajar por hacer el bien y eliminar el mal se convierte en un programa de auténtica humanidad. Hoy necesitamos ardor en el corazón, fortaleza de espíritu, arrojo armónico de buenas costumbres, ilusión en el quehacer diario y vigilantes en la justa realización de los proyectos encomendados. La experiencia de los santos que, para nada, se marginaron o se salieron de todo aquello que toca a lo humano muestra la calidad de su vida. Su entrega tiene como finalidad sanar y recrear a la humanidad desde una perspectiva de fe que hace posible su realización.

DIOS AMA SIN REPROCHE NI CONDENA 

     Es significativo contemplar a Jesús cuando le indica a Zaqueo que baje de la higuera. Su pedagogía no es como la nuestra pues cuando vemos a alguien, si tenemos una actitud negativa, o le juzgamos o le reprochamos o le corregimos de forma inmisericorde o le marginamos. La mirada de Dios es distinta porque es positiva y en su misma mirada ayuda a crecer. Conoce nuestro interior y sabe lo que aún nos queda por conseguir. Los datos del alma es muy difícil describirlos porque en lo íntimo del ser humano hay grandes misterios. La fe es un don de Dios y una respuesta gozosa por parte del hombre. Sólo Dios conoce nuestro interior. Lo cierto es que, como decía Juan Pablo II:  “En lo profundo de cada ser humano, todo hombre o mujer desea poseer al todo de Cristo”.

 

     Esto nos invita a ensanchar el horizonte de nuestra visión y no porque debamos ser faltos de realismo sino más bien porque la mirada del creyente debe asentarse sobre la experiencia de fe. El amor de Dios no es abstracto o fuera de la realidad, todo lo contrario, si es verdadero amor se concreta en la vida. El libro de la Sabiduría lo explica muy bien. Dios ama a todas las cosas porque él mismo las ha creado por amor. Dios ama la vida; ama su obra creadora porque en ella reside su propio espíritu. Si Dios retira su amor, su espíritu, todo lo creado sucumbiría. Dios ama sin mas, ama porque ama y ama por amar. Nunca reprocha y nunca condena porque es el hombre quien se ve asediado por su propio reproche y por su propio desvarío al no concederle a Dios presencia en su vida. Llevar una vida agradable a Dios es la consecuencia del creyente auténtico.

 

     Siguiendo la imitación a Cristo y conociendo nuestras imperfecciones podemos tener la impresión de aquel que se sentía angustiado y fluctuaba muchas veces entre el temor y la esperanza. Un día, abatido por la tristeza, entró en una Iglesia y, postrándose al pie del altar, oraba y discurría así en su corazón: “¡Si supiera con certeza que iba a perseverar hasta el fin! Y al punto oyó esta respuesta: “¿Qué harías si lo supieras? Haz ahora lo que quisieras hacer en tal caso, y estarás firmemente seguro”. Y al instante se levantó consolado y fortalecido, se abandonó en Dios y cesó aquella penosa incertidumbre” (Cfr. Kempis, Imitación de Cristo, pag. 186).

 

      Nos preocupamos por lo que sucederá en nuestro devenir y sin embargo no nos preocupamos del presente que es lo único que tenemos en nuestras manos. Es en este presente donde la fuerza de Dios actúa y así nos permite cumplir  “los buenos deseos y la tarea de la fe” (Tes 1,12). No sabemos cuando vendrá el Señor pero la mejor espera es vivir el hoy que nos toca, el momento que nos apremia, lo demás es secundario puesto que ya llegará. Las grandes angustias existenciales vienen provocadas por la falta de aceptar el momento presente como el don más grande que tenemos a nuestro alcance. Si el  pasado esclaviza y al futuro se teme crea tal insatisfacción que provoca la incertidumbre angustiosa. Como Zaqueo comprobó y experimentó el amor del Señor y esto fue lo que rehizo su vida y se convirtió, lo mismo hoy hemos de sentir nosotros para que la alegría y  

Tres deseos

Acojamos el amor de Dios, porque es lo que nos mantendrá siempre en pie y capacitados para la entrega a los demás. Consideremos fundamental en nuestra vida creer en el amor de Dios; más allá de nuestras debilidades y miserias, por encima de circunstancias dolorosas que nos veamos obligados a afrontar, aceptando el cariño o desprecio que nos deparen los hombres. Dios es siempre paciente y misericordioso. Descubramos que sólo el amor es capaz de iluminar y transformar los corazones.

 

Y, cuando el corazón cambia, transforma todo a su alrededor. Anhelemos en nuestros corazones el  milagro de la fraternidad que sólo la caridad de los unos para con los otros hará posible. Amor gozado y amor ofrecido. Si esto se hace realidad entre nosotros, no tenemos nada por lo que temer.


Revelemos la vida que brota de la Iglesia: viva, porque Cristo está vivo, porque ha resucitado verdaderamente. Él es nuestra seguridad, puesto que no nos ha dejado huérfanos. Él es también nuestra esperanza: ha vencido al odio con el amor. Además, es nuestro mejor apoyo, porque le pertenecemos. Y es nuestra mejor alegría, al llenar enteramente nuestro corazón.

Cristo es la Vida, porque la suya nunca acaba. Es la Verdad, porque nos ilumina toda la existencia.

EL ROSTRO DE LA VERDAD

Por Mons. Francisco Pérez González

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

 

AMOR, PAZ Y PERDÓN        

Recuerdo siempre con gran gozo lo que me enseñaron desde pequeño en mi familia y en mi pueblo: los seres humanos necesitamos vivir en compañía del amor, la paz y el perdón. No eran muy entendidos en letras mis padres y mis vecinos, pero este lema he querido siempre llevarlo bien cobijado en mi corazón. Ciertamente que muchas veces no lo he cumplido con precisión y con harto dolor pido perdón: si no lo he cumplido, es por falta de nobleza interior y por juzgar a los demás según el baremo de una mentalidad y racionalidad recortadas.

 

Comprendo que no hay mejor ofrenda que el vivir al estilo de Cristo: En esto conocerán que sois mis discípulos: si os amáis como yo os he amado. No hay ley más grande que ésta, de tal forma que Cristo la convierte en la "Ley nueva", es decir, que sirva para todos los tiempos.

 

Con los sentimientos de los demás no se puede "jugar", pero sí que se puede "conjugar", cuando el amor, la paz y el perdón forman una cadena de relaciones auténticas y armoniosas. Los Santos nos muestran este rostro amable de Cristo: por ellos mismos no lo pueden hacer, sino por haber sido traspasados por el fuego amoroso de Dios.

 

Necesitamos poner en acto el siempre nuevo modo de vivir. Se ha de ir pasando de una santidad individual a una santidad colectiva, porque el único que resplandecerá será Cristo, que ha prometido vivir siempre en medio de los suyos.

 

Cuando aquel monje, padre Abad, estaba turbado y preocupado porque en el Monasterio las cosas no iban bien, alguien le dijo: Tenéis al Mesías disfrazado y no le habéis reconocido. Pusieron en acto el amor, la paz y el perdón y aquella comunidad comenzó a resplandecer de alegría, de solidaridad y de fraternidad sincera. En ella brillaba una Luz que nadie podía eliminar, a no ser que la oscuridad del individualismo y del egoísmo la marginara.

 

Si marginamos el amor, la paz y el perdón, estamos dejando de lado a Dios, y la razón es muy sencilla: porque nada se asemeja a Él como la belleza, la armonía y la bondad. Emanan de Él como del sol emanan los rayos de luz y calor. Los Santos son un reflejo vivo y una expresión fehaciente de este estilo de vida que luce sin lucirse, es decir, que no se exponen a sí mismos, sino que muestran a Aquél que les ha atraído hacia sí, a Cristo, la única Luz del mundo.

 

El día 28 de este mes de octubre van a ser beatificados 498 mártires españoles. Lo único que vivieron fue -desde la fe- estas tres manifestaciones: ofrecieron su vida perdonando, amando y con la paz en sus rostros.  

DIOS, AMIGO PARA SIEMPRE

Hoy celebramos el ‘día de todos los difuntos’ y llevamos, como expresión de cariño, flores a las tumbas de nuestros difuntos en el Cementerio. No es puramente un recuerdo, ni simplemente un acto nostálgico de memoria temporal o de alguien que pasó por aquí y nada más.

 

La fe nos hace ver que Dios nos ha creado por amor y al amor eterno nos llama. Las promesas de Cristo son tan reales que se harán plenitud de eternidad y por ello se cumplirán con total certeza. Los difuntos brillan en la Luz aun en medio de las tinieblas de la muerte. La vida vence a la muerte y esta es nuestra mejor suerte. San Agustín decía que ‘las flores se marchitan, las lágrimas se secan pero la oración (que nos hace palpar ya la vida que no acaba) permanece’.

 

En este día tengo presente -en la Eucaristía- a todos aquellos que han fallecido, a todos los navarros que vivieron en esta tierra y ya participan de la eterna compañía de Dios, amigo para siempre. El Cielo es una casa que construimos en la tierra y habitamos en la eternidad. Vivamos este día con la mirada puesta hacia arriba, donde los nuestros nos contemplan con amor y a ellos les mostramos nuestro cariño.

16 de diciembre de 2007 Invitación a la Jornada del 30 de diciembre de 2007                                      

                                                    24 de octubre de 20007

 LA FE NO CONSISTE EN UN DESEO NI ES UN ENIGMA


La fe no se
puede medir ni con el deseo, ni como si de un enigma se tratara. La fe es un
encuentro con el Misterio. El deseo tiene de positivo que busca la luz pero no
es la luz y el enigma es un camino de adivinación en una descripción imaginaria
con bases hipotéticas o una definición ambigua que se queda sostenida en una
nubosidad. Sin embargo el Misterio es una verdad de fe inaccesible a la razón
humana y que sólo puede conocerse por revelación divina. Cada uno de los
pasajes, considerado por separado y como objeto de meditación, de la vida,
pasión, muerte y resurrección de Cristo nos lleva al auténtico
Misterio.


 Cuando Jesús
felicita a los que crean sin haber visto, está hablando de este Misterio. Tomás,
uno de los apóstoles, había puesto muchas condiciones y se topa con su falta de
fe. Sus deseos y sus preguntas enigmáticas le habían provocado la falta de fe.
Quería tocar las llagas de las manos y de los pies de Jesús, es más se había
imaginado a Jesús de una forma distorsionada y era un enigma difícil de
clarificar. Vio a Jesús y no pudo por menos que decir: “Señor mío y Dios mío”.
La fe es un encuentro profundo con la Persona de Cristo. Muchas veces me he
visto sorprendido, al dejarme llevar por un imaginario encuentro con alguien, y
sin embargo siempre he recibido una respuesta clara, real y personal: “Soy yo,
no tengas miedo”. No es un fantasma, es un Amor tan concreto que da Luz y Vida a
mi vida. Esta amistad es un encuentro vivo y personal.


 Hoy, inmersos en
la dinámica angustiosa de un quehacer vertiginoso y en un materialismo atroz
-con los impulsos de un vivir por placer- la fe no se considera algo útil. Y sin
embargo la sed de fe –es decir la sed de Dios- está más presente que en otros
momentos de la historia. Mientras más nos separamos del Misterio, más sed
tenemos de él. Por eso aquellos que, no por méritos propios sino por pura bondad
de Dios, decimos que poseemos la fe, tenemos la gran responsabilidad de ser
testigos de la misma sin vanagloriarnos y mostrarla a raudales y no para que
seamos glorificados nosotros, sino aquel que es Misterio de
Amor.


 Me cuesta creer
que haya tanto agnosticismo o tanto ateísmo en el corazón de los hombres de hoy.
Tal vez la búsqueda de Dios se haga por caminos distorsionados y cueste llegar.
Tomás no era ni agnóstico, ni ateo; era simplemente un pragmatista de la fe y se
dio cuenta que creer es confiar y amar al misterio que se desvela en Dios. Por
eso cuanto más presentemos, los que tenemos la responsabilidad, a Cristo, su
vida, pasión y muerte-resurrección, haremos el mejor regalo a una humanidad
sedienta de él. Se nos invita a ser portadores de una nueva evangelización. Las
discusiones, los racionalismos, las manifestaciones de increencia, las falaces
tesis de un laicismo vacío… caerán como si de un castillo de naipes se tratara.


El lema del
Domund 2007 tiene como base la respuesta que Jesús da a Tomás de ‘felices los
que creen’ y la labor de la misión de llevar esta felicidad a toda la humanidad
y de modo especial a aquellos que aún no saben nada de Cristo. Ser misioneros de
este Misterio nos hace vibrar por una parte de temblor por la responsabilidad
adquirida y por otra parte de ilusión y esperanza para que muchos descubran la
grandeza de creer. La Iglesia, como ‘luz para las gentes’, ha de anunciar sin
fatiga este gran Amor de Dios, manifestado en Cristo.


viernes, 1 de mayo de 2009

SAN JOSÉ OBRERO


San
José  Obrero  


El día 1 de Mayo del año 1955, el Papa Pío
XII, instituyó la fiesta de San José Obrero. Una fiesta bien distinta que ha de
celebrarse desde el punto de partida del amor a Dios y de ahí pasar a la
vigilancia por la responsabilidad de todos y de cada uno al amplísimo y complejo
mundo de la relación con el prójimo basada en el amor: desde el trabajador al
empresario y del trabajo al capital, pasando por poner de relieve y bien
manifiesta la dignidad del trabajo -don de Dios- y del trabajador -imagen de
Dios-, los derechos a una vivienda digna, a formar familia, al salario justo
para alimentarla y a la asistencia social para atenderla, al ocio y a practicar
la religión que su conciencia le dicte; además, se recuerda la responsabilidad
de los sindicatos para logro de mejoras sociales de los distintos grupos, habida
cuenta de las exigencias del bien de toda la colectividad y se aviva también la
responsabilidad política del gobernante.


Todo esto incluye ¡y mucho más! la doctrina
social de la Iglesia porque se toca al hombre al que ella debe anunciar el
Evangelio y llevarle la Salvación; así mantuvo siempre su voz la Iglesia y quien
tenga voluntad y ojos limpios lo puede leer sin tapujos ni retoques en Rerum
novarum, Mater et magistra, Populorum progressio, Laborem exercens, Solicitudo
rei socialis, entre otros documentos. Dar doctrina, enseñar donde está la
justicia y señalar los límites de la moral; recordar la prioridad del hombre
sobre el trabajo, el derecho a un puesto en el tajo común, animar a la revisión
de comportamientos abusivos y atentatorios contra la dignidad humana... es su
cometido para bien de toda la humanidad; y son principios aplicables al campo y
a la industria, al comercio y a la universidad, a la labor manual y a la alta
investigación científica, es decir, a todo el variadísimo campo donde se
desarrolle la actividad humana.


Nada más natural que fuera el titular de la
nueva fiesta cristiana José, esposo de María y padre en funciones de Jesús, el
trabajador que no lo tuvo nada fácil a pesar de la nobilísima misión recibida de
Dios para la Salvación definitiva y completa de todo hombre; es uno más del
pueblo, el trabajador nato que entendió de carencias, supo de estréchese en su
familia y las llevó con dignidad, sufrió emigración forzada, conoció el
cansancio del cuerpo por su esfuerzo, sacó adelante su responsabilidad familiar;
es decir, vivió como vive cualquier trabajador y probablemente tuvo dificultades
laborales mayores que muchos de ellos; se le conoce en su tiempo como José «el
artesano» y a Jesús se le da el nombre descriptivo de «el hijo del artesano». Y,
por si fuera poco, los designios de Dios cubrían todo su compromiso.


Fiesta sugiere honra a Dios, descanso y
regocijo. Pues, ánimo. Honremos a Dios santificando el trabajo diario con el que
nos ganamos el pan, descansemos hoy de la labor y disfrutemos la alegría que
conlleva compartir lo nuestro con los demás.





  Oremos:  Dios nuestro, creador del universo, que has
establecido que el hombre coopere con su trabajo al perfeccionamiento de tu
obra, haz que, guiados por el ejemplo de San José y ayudados por sus plegarias,
realicemos las tareas que nos asignas y alcancemos la recompensa que nos
prometes. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
© evangeli.net


Día litúrgico: Viernes III de
Pascua


 



Texto del Evangelio (Jn 6,52-59):   En
aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: «¿Cómo puede
éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo:
si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida
en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le
resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo
en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre,
también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como
el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para
siempre». Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.


Comentario: Rev. D. Àngel Caldas i Bosch (Salt-Girona,
España)


«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del
Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros»



Hoy, Jesús
hace tres afirmaciones capitales, como son: que se ha de comer la carne del Hijo
del hombre y beber su sangre; que si no se comulga no se puede tener vida; y que
esta vida es la vida eterna y es la condición para la resurrección (cf.
Jn 6,53.58). No hay nada en el Evangelio tan claro, tan rotundo y tan
definitivo como estas afirmaciones de Jesús.


No siempre los católicos estamos a la altura de lo que
merece la Eucaristía: a veces se pretende “vivir” sin las condiciones de vida
señaladas por Jesús y, sin embargo, como ha escrito Juan Pablo II, «la
Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y
reducciones».


“Comer para vivir”: comer la carne del Hijo del hombre
para vivir como el Hijo del hombre. Este comer se llama “comunión”. Es un
“comer”, y decimos “comer” para que quede clara la necesidad de la asimilación,
de la identificación con Jesús. Se comulga para mantener la unión: para pensar
como Él, para hablar como Él, para amar como Él. A los cristianos nos hacía
falta la encíclica eucarística de Juan Pablo II, La Iglesia vive de la
Eucaristía
. Es una encíclica apasionada: es “fuego” porque la Eucaristía es
ardiente.


«Vivamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes
de padecer» (Lc 22,15), decía Jesús al atardecer del Jueves Santo. Hemos
de recuperar el fervor eucarístico. Ninguna otra religión tiene una iniciativa
semejante. Es Dios que baja hasta el corazón del hombre para establecer ahí una
relación misteriosa de amor. Y desde ahí se construye la Iglesia y se toma parte
en el dinamismo apostólico y eclesial de la Eucaristía.


Estamos tocando la entraña misma del misterio, como Tomás,
que palpaba las heridas de Cristo resucitado. Los cristianos tendremos que
revisar nuestra fidelidad al hecho eucarístico, tal como Cristo lo ha revelado y
la Iglesia nos lo propone. Y tenemos que volver a vivir la “ternura” hacia la
Eucaristía: genuflexiones pausadas y bien hechas, incremento del número de
comuniones espirituales... Y, a partir de la Eucaristía, los hombres nos
aparecerán sagrados, tal como son. Y les serviremos con una renovada ternura

Viernes de la Tercer semana de Pascua

Libro de los Hechos de los Apóstoles
9,1-20.

Saulo, que
todavía respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se
presentó al Sumo Sacerdote
y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco,
a fin de traer encadenados a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que
encontrara, hombres o mujeres.
Y mientras iba caminando, al acercarse a
Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor.

Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?".
El preguntó: "¿Quién eres tú, Señor?". "Yo soy Jesús, a quien
tú persigues, le respondió la voz.
Ahora levántate, y entra en la ciudad:
allí te dirán qué debes hacer".
Los que lo acompañaban quedaron sin palabra,
porque oían la voz, pero no veían a nadie.
Saulo se levantó del suelo y,
aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo tomaron de la mano y lo
llevaron a Damasco.
Allí estuvo tres días sin ver, y sin comer ni beber.

Vivía entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor
dijo en una visión: "¡Ananías!". El respondió: "Aquí estoy, Señor".
El Señor
le dijo: "Ve a la calle llamada Recta, y busca en casa de Judas a un tal Saulo
de Tarso.
El está orando y ha visto en una visión a un hombre llamado
Ananías, que entraba y le imponía las manos para devolverle la vista".

Ananías respondió: "Señor, oí decir a muchos que este hombre hizo un gran
daño a tus santos en Jerusalén.
Y ahora está aquí con plenos poderes de los
jefes de los sacerdotes para llevar presos a todos los que invocan tu Nombre".

El Señor le respondió: "Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido por
mí para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al pueblo de
Israel.
Yo le haré ver cuánto tendrá que padecer por mi Nombre".
Ananías
fue a la casa, le impuso las manos y le dijo: "Saulo, hermano mío, el Señor
Jesús -el mismo que se te apareció en el camino- me envió a ti para que recobres
la vista y quedes lleno del Espíritu Santo".
En ese momento, cayeron de sus
ojos una especie de escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado.

Después comió algo y recobró sus fuerzas. Saulo permaneció algunos días con
los discípulos que vivían en Damasco,
y luego comenzó a predicar en las
sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios.

Salmo 117,1.2.
¡Alaben al
Señor, todas las naciones, glorifíquenlo, todos los pueblos!
Porque es
inquebrantable su amor por nosotros, y su fidelidad permanece para siempre.
¡Aleluya!

Evangelio según San Juan 6,52-59.
Los judíos
discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su
carne?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo
del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi
carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.

El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así
como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de
la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del
cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan
vivirá eternamente".
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.



Leer el comentario del Evangelio por : San Columbano

«Mi
carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida»






Salmo 30: "Tú eres mi Dios”





Salmo 30: "Tú eres mi Dios”



 


Millones de niños nacen atrapados por la red de la deuda. Por mucho que
trabajen siempre deberán algo. Innumerables jóvenes caen cada día en la red de
la droga; no saben cómo pero se sienten atrapados por mil lazos. Muchachas
jóvenes, de países pobres, ilusionadas por un futuro mejor, se ven atrapadas en
las redes de la prostitución. ¡Cuántas redes! El alcohol, la depresión, la
enfermedad incurable. ¿Es posible rezar ahí? ¿Es posible no desesperarse? El
salmista abre un boquete en la red para gritar, como una bocanada de aire
fresco: “Tú eres mi Dios”. Es lo más suyo, su mayor tesoro.




 


Sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi amparo. A tus manos
encomiendo mi espíritu: tú el Dios leal, me librarás. Oigo el cuchicheo de la
gente, y todo me da miedo; se conjuran contra mí y traman quitarme la vida. Pero
yo confío en ti, Señor, te digo: Tú eres mi Dios. En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen.




 


Deja que afloren en tu oración las situaciones difíciles por las que
atraviesa tu vida, preséntaselas al Señor. Trae a tu oración situaciones duras
de personas de tu entorno y encomiéndalas al Dios leal. Di con Jesús en todo
momento y situación: “Me pongo en tus manos”.“Tú eres mi Dios”




 


La oración se traduce en obras. Y no hay mejores obras que aquellas que
cortan las redes que nos asfixian a nosotros y a millones de personas. La
oración nos ayuda a ver las cosas de otra manera. “Un hombre que era cristiano
enfermó gravemente. Los médicos le dieron seis meses de vida. Su primera
reacción fue de rebelión contra Dios, porque Él permitía eso. De la rebelión
pasó a la duda de Dios y dejó de rezar. Más adelante recuperó a Dios y comenzó a
rezar para que le quitara la enfermedad. Pero con el tiempo su oración cambió, y
rezaba para que se hiciera la voluntad de Dios, cualquiera que fuera el
resultado de su enfermedad. Y hacia el final, su oración era para pedir la
gracia de vivir cristianamente su enfermedad, y para que ésta sirviera de
intercesión por los demás y para la venida del Reino de Dios” (Segundo
Galilea).

Salmo de Daniel: Bendito eres, Señor



 


Hay un secreto para ser felices: mirar la vida con ojos nuevos, cada mañana,
archivar sentimientos positivos en el interior, mostrarnos agradecidos por las
pequeñas cosas de cada día, esas que son totalmente gratuitas. Algo parecido
hace el orante en este salmo en el que da a Dios gloria y alabanza.




 


Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, bendito tu nombre santo y
glorioso. A ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres en el templo de tu
santa gloria. A ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres sobre el trono
de tu reino. A ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres tú, que sentado
sobre querubines sondeas los abismos. A ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres en la bóveda del cielo. A ti gloria y alabanza por los
siglos.




 


Canta o escucha alguna canción que exprese sentimientos de gratitud y
alabanza a Dios. Recuerda algunos motivos, que tienes en tu historia personal,
para alabar a Dios y exprésaselos junto con el salmista. Continúa la letanía de
bendiciones a Dios desde tu situación concreta. Bendice al hermano que tienes
cerca, él es un regalo en tu vida.




 


Que tu rostro refleje esa alabanza interior que inunda tu corazón. Es un buen
día para mostrarse afable y cordial con los que te rodean. "Danos, Señor,
aprender la ciencia de tu gozo, para inundar nuestras jornadas de alegría, y
sembrar tu mensaje a manos llenas". "Que este himno a la Trinidad por la
encarnación del Hijo pueda ser cantado juntos por quienes, habiendo recibido el
mismo Bautismo, comparten la misma fe en el Señor Jesús" (Juan Pablo II)


Salmo 39: "Aquí estoy"


Una
forma de acercarnos a este salmo es ponerle rostro, preguntarnos quién lo ha
dicho y, mejor, quién lo ha vivido. María es la mujer que le ha dicho, con la
vida, estas cosas a Dios. No se presenta ante Dios con grandes hazañas, pero es
capaz de decirle con todo el corazón: “Aquí estoy”. Por eso es modelo para
nosotros. “Y el ejemplo no es la cosa más importante para influir en los demás.
Es la única” (A. Schweitzer).



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Tú no quieres sacrificios no ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no
pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: "Aquí estoy", -como está escrito
en mi libro- " para hacer tu voluntad." Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en
las entrañas. He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado
los labios: Señor, tú lo sabes. No me he guardado en el pecho tu defensa, he
contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad
ante la gran asamblea.




 


Dile a Dios con María alguna vez durante el día: “Aquí estoy”. Es una
preciosa manera de abrirse al Espíritu y dejarse hacer por él. Acoge como María
a Jesús en tus entrañas y llévalo contigo allí donde vayas, hagas lo que hagas.
Deja que salga de tu vida un canto nuevo, el del amor de Dios a la humanidad.
Únelo al Magníficat de María que proclama la grandeza del Señor




 


Cuando consideramos lo que Dios nos pide, él nos empuja a realizar los deseos
más hermosos de nuestro corazón, que son los deseos más hermosos de Dios para la
humanidad. Detrás del canto nuevo surge la vida nueva. “Un periódico de Tokio
publicaba la noticia de una donante anónima que había entregado 10 millones de
yens a la Cruz Roja para ayudar a los refugiados de Camboya en Thailandia. La
donante explicó así su gesto: Hoy, al ver en la televisión la noticia gráfica de
la situación de hambre y desnutrición de tantos niños, un primer plano mostraba
a un niño famélico alargando la mano pidiendo comida. Mi nietecito se ha quitado
el “onochi” (pastel de arroz) de la boca y se ha ido a la pantalla de la
televisión para dárselo al niño hambriento. El no habla porque es muy pequeño;
yo hago este donativo con su corazón”


Salmo 41: "Mi alma tiene sed del Dios vivo"



 


La búsqueda de Dios es apasionada, gozosa; florece en los que están
enamorados de un Dios que nos ha tocado el corazón con su hermosura. Está llena
de imágenes, de colorido, de frescura, de luz; está llena de vida. Muchos
orantes la han convertido en un gemido vivo. San Agustín y San Juan de la Cruz
nos prestan sus palabras: “Exhalaste tu perfume, y respiré, y suspiro por Ti.
Gusté de Ti, y siento hambre y sed. Me tocaste, y me abraso en tu paz”. “¿Adónde
te escondiste, Amado y me dejaste con gemido? Salí tras ti corriendo...”. Si no
estamos así de enamorados, digamos al menos, que nos gustaría estarlo para
buscar a Dios como “busca la cierva las corrientes de agua”.




 


Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿cuándo veré el rostro de Dios? Como busca
la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Tiene sed de
Dios del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Envía tu luz y tu
verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada.
Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias al
son de la cítara, Dios, Dios mío.




 


Llama al Espíritu y pídele su luz y verdad, para que te guíen en la vida de
cada día. Únete a todos los enamorados de Dios y di con ellos: “Mi alma tiene
sed de ti, Dios vivo”, “mi alma te busca a ti, Dios mío”. Acércate a Dios con
gozo, pues es el Dios de tu alegría y cántale al son de la cítara de tu
corazón.




 


A veces buscamos a Dios con tan pocas ganas que cualquier dificultad es un
enorme impedimento que nos cierra el paso. Buscarlo hoy, cuando tanta gente está
de vuelta, con pasión, con gozo, unido a los hermanos y hermanas, puede ser una
aventura apasionante.


Salmo 45: "Dios es nuestra fuerza"


En
los grupos de oración, en la asamblea litúrgica, y en los pequeños o grandes
acontecimientos de nuestra vida diaria, hemos experimentado, frecuentemente, la
presencia cercana de Dios, en medio de nosotros, alegrando nuestro corazón,
llenándolo de confianza; si estamos con el Señor, si nos acogemos a su casa, no
debemos temer nada, ni la mayor catástrofe cósmica imaginable. Aunque todo
vacile y se hunda bajo nuestros pies, permaneceremos firmemente anclados en
Dios. Esta seguridad es la que proclama el salmista en su oración.



 


Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra, y los montes se desplomen en el
mar. El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su
morada. Teniendo a Dios en medio, no vacila; Dios la socorre al despuntar la
aurora. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios
de Jacob. Venid a ver las obras del Señor; las maravillas que hace en la
tierra.




 


Proclama que "Dios es para nosotros refugio y fortaleza, poderoso defensor en
el peligro" ¿De qué peligros te tiene que liberar, hoy día, Dios?, ¿a ti?, ¿al
grupo orante?, ¿a tu familia?, ¿a la Iglesia?, ¿al mundo? Presenta al Señor
estas realidades Pídele que la alegría de su presencia llene de esperanza el
corazón de los creyentes.



El
estribillo del salmo: "El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro
alcázar es el Dios de Jacob" se puede convertir en la jaculatoria, que te
acompañe a lo largo de la jornada. Cada vez que te acuerdes repite este
estribillo verás, cómo tu corazón, demasiado agitado por otras muchas
circunstancias de la vida, se sosiega con la confianza. "Danos, Señor, la
novedad de tu presencia viva, la que invita a nacer de nuevo, a mirar con ojos
diferentes el rostro del que camina a nuestro lado, a estrenar la sonrisa que
mueve las montañas. Danos la confianza en tu palabra de vida, saciar el corazón
en tu costado abierto y andar calles y plazas sirviendo el pan para el
hambriento". 



Salmo 49: “La acción de gracias”



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© cipe

 


A veces hacemos muchas cosas por los demás, pero esto no les
hace felices. A ellos porque en ocasiones nuestras acciones los humillan; a
nosotros, porque nos crece el orgullo de creernos mejores. ¿No será otro el modo
de relacionarnos con los demás? ¿No habrá que mirar más a cada uno, descubrir lo
que llevan de vida, de Dios, de don? Decía San Vicente de Paul: “Recuerda que te
será necesario mucho amor para que los pobres te perdonan el pan que les
llevas”.




 


  No te reprocho
tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa, ni un cabrito de
tus rebaños.
¿Por qué recitas mis preceptos y
tienes siempre en la boca mi alianza, t
ú que
detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?
Esto haces, ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? El que me
ofrece acción de gracias, ése me honra;
al que
sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.




 


  No mires tanto lo que tú haces por los
demás cuanto lo que los demás hacen por ti. No mires tanto lo que tú haces por
Dios, cuanto lo que Dios hace por ti. Alimenta tu vida con las acciones de Dios
y con los gestos de cariño de los demás y deja que te brote a borbotones la
acción de gracias. Agradece la creación, agradece la vida, agradece el bautismo,
la eucaristía, el perdón.




 


Jesús miraba resaltando lo que de nuevo, original y único
llevaba cada persona, porque cada uno somos una obra maestra de Dios. “¿Rezar a
Dios? Sí, cada noche, contesta el pequeño. ¿Y qué le pides? Nada. Le pregunto si
puedo ayudarle en algo”. Descubrir que todos somos necesarios en este caminar,
llena de alegría el corazón y nos hace sentirnos a todos como una familia
enviada a construir un mundo mejor. Recordamos que “un corazón solitario no es
un corazón” (Machado). 

Salmo 80: Lenguaje desconocido



 


San Juan de la Cruz dice que Dios nos trata "al modo que la amorosa madre
hace al niño tierno, al cual al calor de sus pechos, le calienta, y con leche
sabrosa y manjar blando y dulce le cría y en sus brazos le trae y regala". Para
acercarnos a este salmo necesitamos distanciarnos del lenguaje de la
competitividad, del interés propio, de la eficacia, y escuchar otros lenguajes:
el lenguaje del cariño, de la confianza, del amor de una madre que no sabe qué
más locuras hacer para que su hijo no se pierda. ¿Qué más puede hacer Dios por
nosotros?




 


Oigo un lenguaje desconocido: "Retiré sus hombros de la carga, y sus manos
dejaron la espuerta. Clamaste en la aflicción, y te libré. Te respondí oculto
entre los truenos, te puse a prueba junto a la fuente de Meribá. Escucha, pueblo
mío, doy testimonio contra ti; ¡Ojalá me escuchases, Israel! No tendrás un dios
extraño, no adorarás un dios extranjero; yo soy el Señor, Dios tuyo, que te
saqué del país de Egipto. ¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi
camino!: te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel
silvestre."




 


Escucha este lenguaje nuevo, sorprendente y guárdalo en el corazón: "Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,18). "Mirad qué amor nos ha tenido el
Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (1 Jn 3,1). "Retiré tus
hombros de la carga, te respondí, te puse a prueba..." "¿Qué más se puede hacer
ya a mi viña, mi pueblo, que no se lo haya hecho yo" (Is 5,4).




 


- La humanidad espera escuchar nuevos lenguajes. ¿Quién les
pronunciará?


- Los que viven en clima de violencia necesitan oír el lenguaje nuevo de la
paz.


- Los que viven en el miedo y la desconfianza necesitan oír el lenguaje
confianza.


- Los que llevan mil heridas por dentro y por fuera necesitan oír el lenguaje
entrañable de la ternura.


- Los que mueren de hambre cada día necesitan escuchar urgentemente el
lenguaje nuevo del pan compartido.


- Los que viven alejados de la fe necesitan escuchar el lenguaje de Dios: "os
quiero con locura".


Salmo 50: "Renuévame por dentro"



 


Todos estamos familiarizados con la imagen de un camino. Y todos tenemos la
experiencia de lo que significa caminar con otro. La cuaresma es un camino, en
el que experimentamos que Dios camina junto a nosotros. Nos acercamos a este
salmo con la fuerte sensación de que Dios y el hombre están como amasados el uno
en el otro. Se necesitan, se desean, se buscan. Aunque sean distintos. Forman
una alianza entrañable.




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Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi
culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la
maldad que aborreces. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro
con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo
espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu
generoso. Señor me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.




 


Dile al Señor con sinceridad y sencillez cómo estás por dentro. Manifiéstale
tu deseo de limpieza, de gozo. Acoge a Dios, que te envuelve con su bondad, con
su compasión y misericordia. Ponte ante él como barro en manos del alfarero, y
pídele que te cree de nuevo, no desde la nada, sino desde ti mismo, que te
muestre su rostro, que te regale su Espíritu.




 


Toda palabra de Dios es para la vida. Este salmo nos invita a vivir la vida,
la nuestra, la de cada día, sabiendo que detrás está siempre la presencia
discreta, pero necesaria, silenciosa, pero gozosa de Dios. “Juntos andemos
Señor” (Teresa de Jesús). No olvidamos nuestra pequeñez, pero sabemos que el
Señor la puede convertir en alabanza. “Que mi vida sea una flauta que Tú la
llenes de música” (Tagore)





Salmo 85: "Enséñame, Señor, tu camino"



 


Hay muchas situaciones, tanto personales como comunitarias, que consideramos
difíciles, porque nos parece que no tienen salida. Nos golpea, sobre todo, la
enfermedad, la violencia, la injusticia, la corrupción. Parecen tener la última
y más poderosa palabra. Nos hacen perder el rumbo. Más que oración, lo que nos
sale de dentro es la rabia y la impotencia. ¿Quién nos enseñará el camino de la
verdad?




 


Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad. Inclina tu oído, Señor,
escúchame, que soy un pobre desamparado; protege mi vida, que soy un fiel tuyo;
salva a tu siervo, que confía en ti. Tú eres mi Dios, piedad de mi, Señor, que a
ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi
alma hacia ti. Porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con
los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi
súplica.




 


Preséntale al Señor una situación de dolor tuya o de los que te rodean.
Repítele, que él es bueno y clemente, rico en misericordia, y que se estremece
ante todos nuestros desamparos. Termina suplicando al Espíritu que te enseñe a
vivir esta situación en la verdad, en el amor.




 


Lleva a la vida la oración del salmo. Acércate a alguna persona a la que veas
triste, sola, enferma, escúchala y acompáñala en esos momentos. Que tu compañía
le haga sentirse un poco más animada y recuperada. Que tu cercanía afable y
discreta le abra a la esperanza. "Enciende, Señor, tu fuego de amor y de entrega
en el corazón de todos los que salen al encuentro del hermano, en la mirada
atenta hacia los necesitados, en las manos solícitas para la herida
ajena".





Salmo 88: “Cantaré tu amor, Señor”



 


Cuando salimos a pasear por el campo nos sorprende una y otra vez el canto de
los pájaros. ¡Son los trovadores del amor! Cuando caminamos entre la gente nos
sorprende el rostro tan serio que llevamos por la vida. ¿Por qué no cantamos?
¿Por qué no sonreímos? Hoy el salmista nos regala una canción, la canción que
cantaron los profetas, la que cantó José, al contemplar de cerca el amor de
Jesús y de María, la que canta la Iglesia. Cantémosla, aunque no lo hagamos del
todo bien. Aprendamos a vivir jubilosamente. “Basta que nos sintamos amados
incondicionalmente por una sola persona para que nos brote la música;¡ cuánto
más si quien nos ama es Dios!”.




 


Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por
todas las edades. Porque dije: “Tu misericordia es un edificio eterno, más que
el cielo has afianzado tu fidelidad.” Sellé una alianza con mi elegido, jurando
a David, mi siervo: “Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para
todas las edades.” Él me invocará: “Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca
salvadora.” Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza con él será
estable.




 


Canta hoy al Señor por su misericordia, su fidelidad, su amor. Dios es alegre
y joven, y le agradan las canciones. Canta al Señor, porque su presencia en tu
vida nunca te va a fallar. Canta al Señor, porque ha hecho una alianza contigo
en el bautismo para siempre. Canta al Señor y llámale Padre, Esposo, Amigo, mi
Dios, mi Roca salvadora.




 


Sea noche o sea día, nos vayan mejor o peor las cosas, acostumbrémonos a
poner en el viaje de la vida un canto de amor. “Los pájaros en la rama, los
lirios en el campo, el ciervo en el bosque, el pez en el mar e innumerables
gentes felices están cantando en este momento: ¡Dios es amor! Pero a la misma
hora está también sonando la voz de los que sufren y son sacrificados, y esa
voz, en tono más bajo, repite igualmente: ¡Dios es amor!" (Kierkegaard).


Salmo 101: "No me escondas tu rostro"



 


Nos cuesta mirar lo que no queremos ver: al ser humano humillado, despreciado
y crucificado; al que vive cerca y al que vemos y escuchamos en los medios de
comunicación. Muchas veces nos preguntamos por el silencio de Dios ante este
grito de dolor de los pueblos pobres y no sabemos qué respondernos. La oración
del salmista nos muestra una imagen nueva de Dios, la de un Dios que "escucha
los gemidos de los cautivos, de los oprimidos", de los sin voz y se hace
solidario con el dolor de la humanidad, reconstruyéndola con amor.




 


Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti; no me escondas tu
rostro el día de la desgracia. Inclina tu oído hacia mí; cuando te invoco,
escúchame en seguida. Los gentiles temerán tu nombre, los reyes del mundo, tu
gloria. Cuando el Señor reconstruya Sión y aparezca en su gloria, y se vuelva a
las súplicas de los indefensos, y no desprecie sus peticiones. Quede esto
escrito para la generación futura, y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado
en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los
condenados a muerte.




 


Ponte ante Dios y acepta su mirada. María cantó al Dios que mira nuestra
pequeñez. Lleva a la oración los rostros más heridos de las personas que llevas
en tu corazón y la de aquellos que hoy has escuchado en la televisión, en la
radio, o leído en el periódico. Reza, en nombre de todos, este salmo. Déjate
evangelizar por los pobres, los sencillos, los pequeños. "Derrama, Señor, tu
fuerza y tu inspiración sobre los que aman la vida y la defienden, sobre los que
reparten esperanza a los demás."




 


Cuando salgas hoy a la calle "mira y escucha" el rostro de las personas con
las que te vayas encontrando. No pases de prisa, ni de largo. Cada una de ellas
lleva dentro de sí una pena oculta, una desesperanza, un desencanto, un dolor
fuerte. Llévalas y preséntaselas a Jesús crucificado.