No tengamos miedo de anunciar a Jesucristo
La Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado recientemente (14 de diciembre 2007) una “Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la Evangelización”. Se puede consultar en L’Osservatore Romano del 15-XII-2007, y está accesible en el lugar correspondiente de la página web de la Santa Sede (http://www.vatican.va).
El texto ofrece un gran interés para todos, especialmente porque toca de cerca la vocación misionera y el anuncio del Evangelio. No se trata de reiterar ahora el contenido y la argumentación de la Nota. Sólo quiero señalar algunos aspectos que me parecen verdaderamente esenciales para la evangelización. Las claves del texto podrían ser las siguientes palabras: “anuncio, conversión, libertad, Reino, Iglesia”. Es un documento dirigido, por tanto, a iluminar la tarea misionera en la que estamos todos implicados. Os animo a su lectura detenida.
Como es habitual, estos breves textos salen al paso de problemas que tienen una real incidencia práctica. En este caso, la preocupación central de la Nota es –según sus palabras- la “confusión creciente que induce a muchos a desatender y dejar inoperante el mandato misionero del Señor (cf. Mt 28, 19)” (n. 3).
La afirmación resulta grave. La tarea evangelizadora gracias a Dios es enormemente fecunda en numerosos lugares, como bien sabe la Congregación. Pero el problema que la Congregación constata también es real y afecta –se dice- a no pocos agentes evangelizadores. En realidad, lo decisivo es que semejante “confusión” tiene, por así decir, una enorme relevancia cualitativa, ya que hiere hondamente en el corazón mismo de la existencia y misión cristianas.
No es fácil comprender, desde la lógica de la fe, ese fenómeno. Bastaría recordar con san Pablo que la evangelización “es más bien un deber que me incumbe. Y ¡hay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9, 16). Por su parte, el Concilio Vaticano II invitó con gran énfasis a la Iglesia entera a tomar conciencia de su misión evangelizadora. Se trata, en consecuencia, de una situación totalmente contraria al sentir y al decir del Concilio, y sus causas habrá que buscarlas en otro lugar.
Hay dos circunstancias -señala la Nota- que han llevado en bastantes casos a esa confusión. Primeramente, existe una equívoca interpretación del respeto debido a la conciencia personal. Para algunos, presentar el Evangelio y la oferta cristiana -y la eventual conversión al Señor- parecería lesionar la libertad de los individuos. Ciertamente, a nadie se le oculta que ese riesgo ha sido más que evidente a lo largo de la historia. Sin embargo, con mayor evidencia debe reconocerse honestamente que hoy los creyentes estamos persuadidos de que toda verdadera evangelización presupone la libertad de las conciencias. Nada hay más contradictorio con el Evangelio que acompañar el anuncio cristiano con presiones indebidas de cualquier tipo. Esto es tan claro que no hace falta insistir en ello.
Ahora bien, respetar la conciencia de los no creyentes es a todas luces algo bien diverso de guardar un extraño silencio sobre la propia fe. En realidad, esa actitud sólo aparentemente mostraría respeto. De entrada, supone una imagen muy pobre de las personas y de su conciencia pensar que el anuncio sencillo del Evangelio coarta su libertad. Por lo demás, la mejor expresión de respeto a las personas es precisamente darles la posibilidad de conocer y vivir según el designio de Dios. Cabría dar la vuelta al argumento y preguntarse: ¿quién soy yo para negar a otros el Evangelio? Tiene aquí plena vigencia aquella fuerte advertencia de Juan Pablo II: “Toda persona tiene derecho a escuchar la ‘Buena Nueva’ de Dios que se revela y se da en Cristo, para realizar en plenitud la propia vocación” (cf. Redemptoris missio, n. 46).
No tengamos falsos temores. El anuncio del Evangelio amplía la libertad del hombre, aun cuando solo fuera –que no es poco- porque con esa oferta cada persona tiene la oportunidad de discernir el plan de Dios y descubrir su existencia de manera totalmente nueva. Justamente la Nota dedica buena parte del texto (nn. 4-9) a las “implicaciones antropológicas” que tiene para los hombres la plenitud de la vocación humana revelada en Cristo; la plenitud de lo bueno y de lo verdadero que permite iluminar el sentido auténtico de la vida y destino del hombre. Son unas consideraciones dignas de meditar atentamente, de modo especial las que hacen referencia a la recta búsqueda de la verdad religiosa (nn. 4-5).
La Nota señala a continuación un segundo motivo que también ha influido en “dejar inoperante el mandato misionero”. Se refiere la Congregación a quienes afirman que no se debe anunciar explícitamente el Evangelio ni favorecer la conversión a Cristo y la adhesión a la Iglesia con el argumento de que todos los caminos humanos, religiosos o no, son caminos de salvación, sobre todo en la medida en que se promueva la justicia, la paz, la libertad, la solidaridad (n. 3).
Es probable que esta segunda idea –expuesta muchas veces de manera precipitada y acrítica en folletos, libros, conferencias pastorales, etc.- haya influido de hecho más negativamente que la anterior. Estamos ciertamente persuadidos de que la verdad “no se impone de otra manera, sino por la fuerza de la misma verdad” (Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, n. 1). No hay otro camino para la misión que la aceptación libre y auténtica del Evangelio. Por eso, habría que interrogarse si la desatención al anuncio explícito del Evangelio por un presunto respeto a las conciencias no está, en realidad, mayormente motivada por una debilidad de nuestras convicciones sobre la verdad y la bondad del Evangelio y de la existencia cristiana.
Si es ese el caso, ¿no cabría hablar de una dolorosa crisis de fe personal? No deberíamos extrañarnos. El actual ambiente relativista propicia perplejidades letales para el creyente: ¿es Cristo realmente el Camino, la Verdad y la Vida? ¿son todas las religiones y experiencias humanas al menos parcialmente verdaderas e igualmente válidas? ¿acaso no resulta hoy presuntuoso presentarse como portador de la verdad y sustituir el “anuncio” cristiano por el “diálogo”? ¿qué sentido tiene decir que la Iglesia es necesaria para la salvación? Estos interrogantes, y otros similares, “han ido creando –dice la Nota- una situación en la cual, para muchos fieles, no está clara la razón de ser de la evangelización. Hasta se llega a afirmar que la pretensión de haber recibido como don la plenitud de la revelación de Dios, esconde una actitud de intolerancia y un peligro para la paz” (n. 10).
A nadie se le escapa la trascendencia de estas cuestiones -os decía al principio- para el sentido mismo de la evangelización. Se comprende que ante esa confusión de que habla la Nota aparezcan las dudas y la parálisis en el anuncio misionero, o bien se busquen otros significados para la misión, que siempre serán necesariamente parciales: porque “si damos a los hombres sólo conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e instrumentos, les damos demasiado poco” (Benedicto XVI, cit. en n. 2). Tampoco puede contentarnos el solo testimonio porque “incluso el testimonio más hermoso se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado –lo que Pedro llamada dar ‘razón de vuestra esperanza’ (1 Pe 3, 15)-, explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús” (Pablo VI, Exh. Apost. Evangelii nuntiandi, n. 22).
El contenido de la Nota recoge otros aspectos que no podemos mencionar ahora. Estoy convencido de que su consideración será muy iluminadora para la reflexión personal. El alcance de las cuestiones planteadas requerirá, además, el estudio de los muchos y buenos materiales que ya existen en relación con ellas. Os recomiendo, por ejemplo, releer la Decl. Dominus Iesus de la Congregación para la Doctrina de la Fe (16-VI-2000). Con esas y otras reflexiones podremos alcanzar, con la luz del Espíritu, convicciones sólidamente fundadas que pacifiquen la inteligencia y nos confirmen en el entusiasmo gozoso por la misión.
La Nota concluye con una significativa evocación del gran número de cristianos que movidos por el amor a Jesús han emprendido, a lo largo de la historia, iniciativas y obras de todo tipo para anunciar el Evangelio a todo el mundo. “El anuncio y el testimonio del Evangelio son el primer servicio que los cristianos pueden dar a cada persona y a todos el género humano, por estar llamados a comunicar a todos el amor de Dios, que se manifestó plenamente en el único Redentor del mundo, Jesucristo” (Benedicto XVI, cit. en n. 13). Ese es también nuestro auténtico deseo, que justifica todos los afanes y desvelos que la misión requiere. Como Pablo, quiera el Señor que también nosotros podamos sentir y decir: “La caridad de Cristo nos urge” (2 Co 5, 14).
Espero que esta reflexión nos haga actuar convencidos del don de la fe que hemos recibido y que la presentemos gozosamente sin prevenciones de que el interlocutor se pueda sentir acosado, al revés, sentirá que la nobleza del corazón del creyente no se doblega y menos se oculta de manifestar en lo que cree. Dar el regalo que hemos recibido de la fe es a la postre no sólo muy bien aceptado sino hasta agradecido. Los complejos provocan desconfianza y animan a la cobardía.
Queridos diocesanos de
Navarra:
Nada más ser nombrado
vuestro Obispo por el Santo Padre
Benedicto XVI, quiero dirigirme a todos los navarros manifestándoos mi
disponibilidad y servicio en nombre de Jesucristo y de su evangelio. No voy a
vosotros con pretensiones especiales, sino que voy como un humilde servidor para
llevaros el don más grande que tenemos los humanos: el Amor de Cristo y de su
Iglesia. Falsearía mi servicio si fuera en mi nombre; voy en nombre de
Jesucristo al que quiero amar con toda mi alma y desde quien os podré
acompañar, ayudar, animar, alentar, aliviar y, en solidaridad, vivir vuestras
preocupaciones y alegrías. Y voy también en nombre de la Iglesia a la que quiero
con pasión, como se quiere a una madre, consciente de que mi misión será la de llevaros todas las
gracias y dones que en ella se contienen. Me siento pequeño y pobre, pero al mismo tiempo rico porque estoy seguro de
que Dios nos ama y de que, como buen Padre, está siempre abierto al perdón y a la misericordia. En
él pongo todos nuestros afanes.
Voy a suceder a Mons.
Fernando Sebastián que, durante catorce años, ha desarrollado una labor pastoral importantísima en medio de
vosotros. Su testimonio, su celo y su entrega serán para mí un estímulo en la
nueva misión que Cristo me encomienda en nombre de la Iglesia. Muy
agradecidos hemos de estar todos a D. Fernando a quien, cariñosamente, así
llamáis. Quiero decirle que estas tierras de Navarra siempre serán brazos
abiertos para lo que necesite. También quiero recordar a Mons. José María
Cirarda quien, desde su retiro, estoy seguro que reza y pide mucho por todos
nosotros.
A todos los fieles
cristianos y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que vivís en esa
hermosa tierra de Navarra y que tantos santos ha dado a la Iglesia, os abrazo con todo mi afecto. Voy a vosotros desde
otra Iglesia particular y personal a la que he servido y pastoreado durante casi
cuatro años. Quiero agradecer al ámbito militar y a los cuerpos de la Seguridad del Estado su
entrega en favor de la paz y armonía social.
Mi misión es la de
llevaros el amor de Cristo, lo mismo que he intentado realizar en las Diócesis
precedentes. El lema de mi episcopado se fundamenta en la oración de Cristo al
Padre: “Padre que todos sean uno para que
el mundo crea”. En la unidad y para la unidad quiero vivir y siempre en
comunión con el Papa y mis hermanos Obispos. No tengo otra divisa ni otra motivación;
ésta es la única que me atrae y me urge para que Dios sea glorificado, adorado
y amado siempre en medio de nosotros.
Ruego a Santa María la Real de la Catedral de Pamplona, a nuestros patronos San
Fermín y San Francisco de Javier, a Santa Ana y San Agustín en Tudela y a todos
los santos que veneráis en Navarra que nos protejan del mal, nos ayuden a vivir
con pasión la santidad, como hicieron ellos,
y a gozar de una fraternidad llena de
paz y alegría.
Con mi bendición para
todos y cada una de vuestras familias.
Vuestro amigo y hermano,
Familia cristiana ¡sé lo que eres!
Me dirijo a todas las familias de la Diócesis de Pamplona-Tudela para alentar y animar vuestra vocación que nadie puede sustituir. Estamos en unos momentos muy importantes en la sociedad, que requieren una reflexión especial. La familia es lo más grande y más sagrado que existe en la humanidad, en todas las épocas y en todos los tiempos. Por eso la hemos de defender desde todas las instancias sociales y religiosas. Un cuerpo no tendría mucho futuro si sus células estuvieran desintegradas; lo mismo sucede en la sociedad si la familia está desintegrada y dispersa. La solución a este gran problema conviene atajarlo cuanto antes, pues el tiempo corre en contra de nosotros.
La Navidad nos pone las claves fundamentales que ayudan a comprender la grandeza de la familia. Basta mirar a José, María y Jesús que vivieron en una actitud de respeto y amor. Cultivar en la familia la unidad y la ayuda mutua recrea la fuerza del gozo y de la felicidad. Además, hay un factor importante que es el de revitalizar el sentido del sacrificio. No hay un amor auténtico si no se hace oblativo por quien se ama, es decir, si no está dispuesto a sacrificarse por la persona amada. Tal vez se ha perdido este espíritu porque lo que cuesta y lo que supone esfuerzo no se tiene en consideración. Se buscan ‘nuevas sensaciones’ aunque estén llenas de veneno antimoral o vayan contra toda ética.
Conviene que la familia se despierte y tome las riendas de lo que es en sí misma. Me cuesta creer que no hay solución ante tantas dificultades. La familia ha de afianzarse en el gozo de ser coherentes con su fe y las familias cristianas tienen la responsabilidad de manifestar que esta forma de vida es posible. Será un bien que ayudará, y no tardando mucho, a la sociedad. Los reclamos de una vida vacía y sin sentido lo único que pueden producir y a corto plazo es una debacle existencial que provocará en la sociedad un desastre incalculable.
Ruego al Niño-Dios que haga crecer en nosotros los mismos sentimientos que se vivieron en Belén: la paz y el amor. Felicito a aquellos que luchan por una familia ennoblecida por las virtudes y valores que nunca pasan, por las familias que buscan juntos caminos de madurez y entrega mutua, por una familia que apuesta por un futuro mejor, por una sociedad más audaz en sus planteamientos y que solo pretende llevar la sana experiencia de una armonía que está implícita en la misma naturaleza. ¡Feliz Navidad a todas las familias!
Carta de Navidad a los misioneros navarros
Queridos misioneros:
Con estas sencillas palabras quiero desearos unas felices fiestas de Navidad que no sólo son entrañables por lo que suponen de fortalecimiento en la fraternidad universal sino son, sobre todo, gozosas por lo que es para la historia y la humanidad el nacimiento de un Niño que es Dios. Por esto y por vuestra entrega generosa en la misión os recuerdo en la plegaria –ante Jesús Eucaristía- todos los días.
Cuando vengáis a Navarra, para visitar a vuestras familias, espero veros. Sois la ‘perla preciosa’ de Navarra. Ya sé que estáis muy ilusionados en vuestro trabajo por las referencias y vivencias que escucho. Os doy mí más cordial enhorabuena. Por aquí todo va bien pues cuando uno está enamorado de Cristo todo revierte en bien para aquellos que le aman. Navarra tiene unas fuertes raíces cristianas que debemos seguir regando y por ello vosotros mostráis este espíritu de fe que nos anima para seguir manifestando que ser cristianos merece la pena vivirlo hoy.
He dado el Retiro espiritual de Adviento a todos los de Vida Consagrada de la Diócesis y les decía que no hemos de temer pues el Señor está a nuestro lado y nos acompaña y a pesar de la ‘noche social y cultural’ por la que pasamos Él está. Aun en medio de la noche la hierba crece. Cristo sigue creciendo en el corazón humano, ésta es nuestra esperanza. Anunciemos a Jesucristo con nuestra vida y con nuestras palabras. Os abrazo a todos y en esta Navidad os tendré muy presentes en mí oración.
¡Feliz Navidad y año 2008! 14 de diciembre de 2007
18 de noviembre, Día de la Iglesia Diocesana
Queridos diocesanos:
Un año más celebramos la campaña de la ‘Iglesia Diocesana’ lugar de encuentro con Dios. La Iglesia no sería ella misma si no reflejara auténticamente el rostro de Cristo. No por menos él la fundó y él, a través de los siglos, la sigue cuidando con el amor misericordioso de Dios.
Por eso dedicamos una jornada para festejar a dicha Madre que tiene en su regazo la fuerza de la gracia de Cristo que ha prometido ‘permanecer en medio de nosotros’ hasta el final de los siglos. No es de agradecidos si no apreciamos y queremos a la Iglesia que aunque sea anciana se la debe apreciar como a la madre que, por muy mayor que sea, muestra con sus ojos brillantes y sus arrugas curtidas, un amor de ternura inigualable.
Os animo, queridos diocesanos, a ser fieles hijos de la misma. Por mi parte siempre trataré de llevaros este amor fresco que como Obispo tengo la obligación de haceros presente y siempre en comunión con los sacerdotes, los consagrados y todos vosotros que me lo debéis demandar.
Deseo que en la Diócesis crezca la adhesión sincera a la Palabra de Dios, la cercanía a los Sacramentos del Perdón y de la Eucaristía. Como creyentes en Cristo no creceríamos espiritualmente si no tenemos el arrojo de vivir –cada día más- este gran regalo que nos llega a través de la Iglesia.
Os pido también que, como Comunidad Viva, ayudemos a la Iglesia en todas sus necesidades. Que la colecta que se va a realizar, en esta jornada, sea generosa. Son muchas las realidades que debemos cubrir y para esto hemos de colaborar todos.
Muchas gracias por vuestra fidelidad al Señor y roguemos juntos y unidos para que el Reino de Cristo brille en esta tierra de Navarra. Con mi bendición y presentes en mi oración.
Apasionado por el bien en euskera
Si Navarra tiene algo que agradecer es la experiencia de luz que nos han dado los santos. Celebramos la fiesta de San Francisco de Javier un hombre apasionado por el bien y por realizar el bien a los demás. No cabe duda que su espíritu, entre aventurero y heroico, supo dar lo mejor de si para buscar en todo servir, amar y adorar a Dios. Su vida era una constante entrega que no podía pararse. Sus viajes, en medio de las dificultades, eran un encuentro con culturas diversas que él asumía como un regalo de Dios y a las que infundía la Luz de la Verdad que viene dada en Cristo. La evangelización trata de buscar y comprender las razones y sentimientos de los demás sin negarles los caminos del bien y de la verdad.
La propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad que salva y ese amor es el sello precioso –dirá Juan Pablo II- del Espíritu Santo que, como protagonista de la evangelización, no cesa de mover los corazones al anuncio del evangelio, abriéndolos para que lo reciban. Todo corazón humano ansía, aspira y espera implícitamente encontrar a Jesucristo. En muchos momentos nos encontramos sorprendidos por las reacciones positivas de personas que muestran e irradian una bondad especial. Son ya signos de un proceso interior que pide a gritos que alguien le hable de la buena noticia que es Jesucristo.
San Francisco de Javier no se acomplejaba aun en medio de tantas dificultades y hasta persecuciones. Estaba seguro que el mensaje evangelizador que él vivía y llevaba a los demás no era una ideología sino el anuncio de una Vida que salva y libera de la esclavitud del pecado. Su rostro estaba marcado por el mismo rostro de Cristo. Si no hubiera dado a los demás esta experiencia, que traspasaba su vida, se hubiera convertido en un predicador de mercadillo que todo lo más hubiera conseguido en torno a sí un grupo de gente que admirada su predicación. Su única pasión era llevar la libertad del Buen Dios que comprende a todos y a todos quiere llevarles por el camino de la gracia.
Estoy seguro que la fiesta que celebramos seguirá dando esperanza a los navarros. No debemos dejarnos llevar por el desánimo o la apatía, luchar y trabajar por hacer el bien y eliminar el mal se convierte en un programa de auténtica humanidad. Hoy necesitamos ardor en el corazón, fortaleza de espíritu, arrojo armónico de buenas costumbres, ilusión en el quehacer diario y vigilantes en la justa realización de los proyectos encomendados. La experiencia de los santos que, para nada, se marginaron o se salieron de todo aquello que toca a lo humano muestra la calidad de su vida. Su entrega tiene como finalidad sanar y recrear a la humanidad desde una perspectiva de fe que hace posible su realización.
DIOS AMA SIN REPROCHE NI CONDENA
Es significativo contemplar a Jesús cuando le indica a Zaqueo que baje de la higuera. Su pedagogía no es como la nuestra pues cuando vemos a alguien, si tenemos una actitud negativa, o le juzgamos o le reprochamos o le corregimos de forma inmisericorde o le marginamos. La mirada de Dios es distinta porque es positiva y en su misma mirada ayuda a crecer. Conoce nuestro interior y sabe lo que aún nos queda por conseguir. Los datos del alma es muy difícil describirlos porque en lo íntimo del ser humano hay grandes misterios. La fe es un don de Dios y una respuesta gozosa por parte del hombre. Sólo Dios conoce nuestro interior. Lo cierto es que, como decía Juan Pablo II: “En lo profundo de cada ser humano, todo hombre o mujer desea poseer al todo de Cristo”.
Esto nos invita a ensanchar el horizonte de nuestra visión y no porque debamos ser faltos de realismo sino más bien porque la mirada del creyente debe asentarse sobre la experiencia de fe. El amor de Dios no es abstracto o fuera de la realidad, todo lo contrario, si es verdadero amor se concreta en la vida. El libro de la Sabiduría lo explica muy bien. Dios ama a todas las cosas porque él mismo las ha creado por amor. Dios ama la vida; ama su obra creadora porque en ella reside su propio espíritu. Si Dios retira su amor, su espíritu, todo lo creado sucumbiría. Dios ama sin mas, ama porque ama y ama por amar. Nunca reprocha y nunca condena porque es el hombre quien se ve asediado por su propio reproche y por su propio desvarío al no concederle a Dios presencia en su vida. Llevar una vida agradable a Dios es la consecuencia del creyente auténtico.
Siguiendo la imitación a Cristo y conociendo nuestras imperfecciones podemos tener la impresión de aquel que se sentía angustiado y fluctuaba muchas veces entre el temor y la esperanza. Un día, abatido por la tristeza, entró en una Iglesia y, postrándose al pie del altar, oraba y discurría así en su corazón: “¡Si supiera con certeza que iba a perseverar hasta el fin! Y al punto oyó esta respuesta: “¿Qué harías si lo supieras? Haz ahora lo que quisieras hacer en tal caso, y estarás firmemente seguro”. Y al instante se levantó consolado y fortalecido, se abandonó en Dios y cesó aquella penosa incertidumbre” (Cfr. Kempis, Imitación de Cristo, pag. 186).
Nos preocupamos por lo que sucederá en nuestro devenir y sin embargo no nos preocupamos del presente que es lo único que tenemos en nuestras manos. Es en este presente donde la fuerza de Dios actúa y así nos permite cumplir “los buenos deseos y la tarea de la fe” (Tes 1,12). No sabemos cuando vendrá el Señor pero la mejor espera es vivir el hoy que nos toca, el momento que nos apremia, lo demás es secundario puesto que ya llegará. Las grandes angustias existenciales vienen provocadas por la falta de aceptar el momento presente como el don más grande que tenemos a nuestro alcance. Si el pasado esclaviza y al futuro se teme crea tal insatisfacción que provoca la incertidumbre angustiosa. Como Zaqueo comprobó y experimentó el amor del Señor y esto fue lo que rehizo su vida y se convirtió, lo mismo hoy hemos de sentir nosotros para que la alegría y
Tres deseos
Acojamos el amor de Dios, porque es lo que nos mantendrá siempre en pie y capacitados para la entrega a los demás. Consideremos fundamental en nuestra vida creer en el amor de Dios; más allá de nuestras debilidades y miserias, por encima de circunstancias dolorosas que nos veamos obligados a afrontar, aceptando el cariño o desprecio que nos deparen los hombres. Dios es siempre paciente y misericordioso. Descubramos que sólo el amor es capaz de iluminar y transformar los corazones.
Y, cuando el corazón cambia, transforma todo a su alrededor. Anhelemos en nuestros corazones el milagro de la fraternidad que sólo la caridad de los unos para con los otros hará posible. Amor gozado y amor ofrecido. Si esto se hace realidad entre nosotros, no tenemos nada por lo que temer.
Revelemos la vida que brota de la Iglesia: viva, porque Cristo está vivo, porque ha resucitado verdaderamente. Él es nuestra seguridad, puesto que no nos ha dejado huérfanos. Él es también nuestra esperanza: ha vencido al odio con el amor. Además, es nuestro mejor apoyo, porque le pertenecemos. Y es nuestra mejor alegría, al llenar enteramente nuestro corazón.
Cristo es la Vida, porque la suya nunca acaba. Es la Verdad, porque nos ilumina toda la existencia.
EL ROSTRO DE LA VERDAD
Por Mons. Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela
AMOR, PAZ Y PERDÓN
Recuerdo siempre con gran gozo lo que me enseñaron desde pequeño en mi familia y en mi pueblo: los seres humanos necesitamos vivir en compañía del amor, la paz y el perdón. No eran muy entendidos en letras mis padres y mis vecinos, pero este lema he querido siempre llevarlo bien cobijado en mi corazón. Ciertamente que muchas veces no lo he cumplido con precisión y con harto dolor pido perdón: si no lo he cumplido, es por falta de nobleza interior y por juzgar a los demás según el baremo de una mentalidad y racionalidad recortadas.
Comprendo que no hay mejor ofrenda que el vivir al estilo de Cristo: En esto conocerán que sois mis discípulos: si os amáis como yo os he amado. No hay ley más grande que ésta, de tal forma que Cristo la convierte en la "Ley nueva", es decir, que sirva para todos los tiempos.
Con los sentimientos de los demás no se puede "jugar", pero sí que se puede "conjugar", cuando el amor, la paz y el perdón forman una cadena de relaciones auténticas y armoniosas. Los Santos nos muestran este rostro amable de Cristo: por ellos mismos no lo pueden hacer, sino por haber sido traspasados por el fuego amoroso de Dios.
Necesitamos poner en acto el siempre nuevo modo de vivir. Se ha de ir pasando de una santidad individual a una santidad colectiva, porque el único que resplandecerá será Cristo, que ha prometido vivir siempre en medio de los suyos.
Cuando aquel monje, padre Abad, estaba turbado y preocupado porque en el Monasterio las cosas no iban bien, alguien le dijo: Tenéis al Mesías disfrazado y no le habéis reconocido. Pusieron en acto el amor, la paz y el perdón y aquella comunidad comenzó a resplandecer de alegría, de solidaridad y de fraternidad sincera. En ella brillaba una Luz que nadie podía eliminar, a no ser que la oscuridad del individualismo y del egoísmo la marginara.
Si marginamos el amor, la paz y el perdón, estamos dejando de lado a Dios, y la razón es muy sencilla: porque nada se asemeja a Él como la belleza, la armonía y la bondad. Emanan de Él como del sol emanan los rayos de luz y calor. Los Santos son un reflejo vivo y una expresión fehaciente de este estilo de vida que luce sin lucirse, es decir, que no se exponen a sí mismos, sino que muestran a Aquél que les ha atraído hacia sí, a Cristo, la única Luz del mundo.
El día 28 de este mes de octubre van a ser beatificados 498 mártires españoles. Lo único que vivieron fue -desde la fe- estas tres manifestaciones: ofrecieron su vida perdonando, amando y con la paz en sus rostros.
DIOS, AMIGO PARA SIEMPRE
Hoy celebramos el ‘día de todos los difuntos’ y llevamos, como expresión de cariño, flores a las tumbas de nuestros difuntos en el Cementerio. No es puramente un recuerdo, ni simplemente un acto nostálgico de memoria temporal o de alguien que pasó por aquí y nada más.
La fe nos hace ver que Dios nos ha creado por amor y al amor eterno nos llama. Las promesas de Cristo son tan reales que se harán plenitud de eternidad y por ello se cumplirán con total certeza. Los difuntos brillan en la Luz aun en medio de las tinieblas de la muerte. La vida vence a la muerte y esta es nuestra mejor suerte. San Agustín decía que ‘las flores se marchitan, las lágrimas se secan pero la oración (que nos hace palpar ya la vida que no acaba) permanece’.
En este día tengo presente -en la Eucaristía- a todos aquellos que han fallecido, a todos los navarros que vivieron en esta tierra y ya participan de la eterna compañía de Dios, amigo para siempre. El Cielo es una casa que construimos en la tierra y habitamos en la eternidad. Vivamos este día con la mirada puesta hacia arriba, donde los nuestros nos contemplan con amor y a ellos les mostramos nuestro cariño.
16 de diciembre de 2007 Invitación a la Jornada del 30 de diciembre de 2007
24 de octubre de 20007
LA FE NO CONSISTE EN UN DESEO NI ES UN ENIGMA
La fe no se
puede medir ni con el deseo, ni como si de un enigma se tratara. La fe es un
encuentro con el Misterio. El deseo tiene de positivo que busca la luz pero no
es la luz y el enigma es un camino de adivinación en una descripción imaginaria
con bases hipotéticas o una definición ambigua que se queda sostenida en una
nubosidad. Sin embargo el Misterio es una verdad de fe inaccesible a la razón
humana y que sólo puede conocerse por revelación divina. Cada uno de los
pasajes, considerado por separado y como objeto de meditación, de la vida,
pasión, muerte y resurrección de Cristo nos lleva al auténtico
Misterio.
Cuando Jesús
felicita a los que crean sin haber visto, está hablando de este Misterio. Tomás,
uno de los apóstoles, había puesto muchas condiciones y se topa con su falta de
fe. Sus deseos y sus preguntas enigmáticas le habían provocado la falta de fe.
Quería tocar las llagas de las manos y de los pies de Jesús, es más se había
imaginado a Jesús de una forma distorsionada y era un enigma difícil de
clarificar. Vio a Jesús y no pudo por menos que decir: “Señor mío y Dios mío”.
La fe es un encuentro profundo con la Persona de Cristo. Muchas veces me he
visto sorprendido, al dejarme llevar por un imaginario encuentro con alguien, y
sin embargo siempre he recibido una respuesta clara, real y personal: “Soy yo,
no tengas miedo”. No es un fantasma, es un Amor tan concreto que da Luz y Vida a
mi vida. Esta amistad es un encuentro vivo y personal.
Hoy, inmersos en
la dinámica angustiosa de un quehacer vertiginoso y en un materialismo atroz
-con los impulsos de un vivir por placer- la fe no se considera algo útil. Y sin
embargo la sed de fe –es decir la sed de Dios- está más presente que en otros
momentos de la historia. Mientras más nos separamos del Misterio, más sed
tenemos de él. Por eso aquellos que, no por méritos propios sino por pura bondad
de Dios, decimos que poseemos la fe, tenemos la gran responsabilidad de ser
testigos de la misma sin vanagloriarnos y mostrarla a raudales y no para que
seamos glorificados nosotros, sino aquel que es Misterio de
Amor.
Me cuesta creer
que haya tanto agnosticismo o tanto ateísmo en el corazón de los hombres de hoy.
Tal vez la búsqueda de Dios se haga por caminos distorsionados y cueste llegar.
Tomás no era ni agnóstico, ni ateo; era simplemente un pragmatista de la fe y se
dio cuenta que creer es confiar y amar al misterio que se desvela en Dios. Por
eso cuanto más presentemos, los que tenemos la responsabilidad, a Cristo, su
vida, pasión y muerte-resurrección, haremos el mejor regalo a una humanidad
sedienta de él. Se nos invita a ser portadores de una nueva evangelización. Las
discusiones, los racionalismos, las manifestaciones de increencia, las falaces
tesis de un laicismo vacío… caerán como si de un castillo de naipes se tratara.
El lema del
Domund 2007 tiene como base la respuesta que Jesús da a Tomás de ‘felices los
que creen’ y la labor de la misión de llevar esta felicidad a toda la humanidad
y de modo especial a aquellos que aún no saben nada de Cristo. Ser misioneros de
este Misterio nos hace vibrar por una parte de temblor por la responsabilidad
adquirida y por otra parte de ilusión y esperanza para que muchos descubran la
grandeza de creer. La Iglesia, como ‘luz para las gentes’, ha de anunciar sin
fatiga este gran Amor de Dios, manifestado en Cristo.
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