sábado, 20 de junio de 2009

Dichosos los que no han visto y han c...

Dichosos los que no han visto y han creídoTags: ,




Dichosos los que no han visto y han creídoFiesta de Sto. Tomás, apóstol

Querido padre Tomás:


¡Feliz día de tu Santo! Algo muy gracioso me sucedió hace un par de años.
Estaba pensando en ello cuando decidí escribirte. Lo que pasó fue que el padre
Martín Lucia y yo fuimos juntos a un retiro espiritual. Como yo tenía un resfrío
muy fuerte y estaba tosiendo, el padre Martín me sugirió que tomara un trago de
coñac para que me ayudara a dormir. No había llevado despertador y estaba
preocupado que si tomaba el trago no iba a poder levantarme a las 3:00 a.m. para
mi hora Santa con el Señor en el Santísimo Sacramento.


El padre Martín me aseguró que Dios iba a encontrar la forma de despertarme,
así tomé el coñac. ¡Pum! A las 3:00 a.m. oí un fuerte golpe seguido de otros en
la puerta. Esperando ver al padre Lucia cuando abrí la puerta, me quedé muy
sorprendido al mirar hacia abajo y ver a un perro en su lugar. El perro había
entrado a la casa, subido la escalera, se había puesto de espalda a la puerta y
con la cola la golpeaba hasta que me levanté a abrirla. A la mañana siguiente me
enteré que el perro nunca entraba a la casa.


Estoy sentado aquí pensando para mis adentros: Si Dios puede utilizar un
perro para llevarme a mi hora Santa, ¿no podría usarme a mí, querido Tomás, para
acercarte más al Santísimo Sacramento? Quiero seguir escribiéndote en mi máquina
de escribir, con la misma fuerza del perro que golpeaba mi puerta, hasta que por
la gracia de Dios empieces a hacer una hora Santa por día y tengas Adoración
Perpetua en tu parroquia.


Es solo cuestión de fe, ¡fe en que el Santísimo Sacramento es realmente la
persona de Jesús, aquí con nosotros, en este mismo lugar y en este mismo
momento! Tu tocayo no creyó que Jesús había resucitado,
“Si no veo en sus
manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no
meto mi mano en su costado, no creeré”
(Jn 20,25).


Por esta razón se le llama: “Tomás el Incrédulo”. ¿Quién es hoy “Tomás el
Incrédulo”? La gente cree en la Resurrección pero, ¿saben dónde mora el Señor
resucitado? ¡Hoy, “Tomás el Incrédulo” es aquel que no cree que el Santísimo
Sacramento es Jesús, nuestro Salvador Resucitado, con todo el poder de Su
Resurrección, que derrama gracias abundantes sobre todos aquellos que se acercan
a Su divina presencia!


Muchos dirán que “sí” creen en la Presencia Real. Pero la fe es mucho más que
una aprobación intelectual. La creencia es inseparable del comportamiento. Si
creemos que Jesús está presente en el Santísimo Sacramento, entonces nos
comportamos de acuerdo a nuestra creencia. Vamos a Él, nos acercamos a Él,
correos hacia Él. San Pablo dice,
“La fe es garantía de lo que se espera; la
prueba de las realidades que no se ven”
(Heb 11,1).


Si pudieras ver a Jesús en el Santísimo Sacramento, Tomás, ¿no reservarías
una hora todos los días para estar con Él? Si pudieras verlo como realmente Él
es, ¿no tendrías Adoración Perpetua en tu parroquia? El mundo entero vendría día
y noche a verlo y a estar con Él.


Imagínate lo que sucedería si Jesús se hiciera visible en el Santísimo
Sacramento. Todo el mundo querría tomar el primer vuelo hacia las Filipinas para
ir a tu parroquia. Y, ¿no le diría Jesús a cada uno lo que le dijo al apóstol
Tomás:
“Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han
creído”
? (Jn 20,29).


En el Evangelio de hoy, Jesús se le aparece a Tomás para que crea que ha
resucitado. La maravilla más grande de su amor no es que Él se te aparezca;
Jesús te espera en el Santísimo Sacramento. Él quiere que vayas a Él por la fe,
para que por toda la eternidad te pueda llamar “BIENAVENTURADO”.


Su amor es más que decir: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu
mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”
(Jn
20,27).


Jesús en el Santísimo Sacramento es el mismo que dijo estas palabras a Tomás,
el mismo que atravesó las puertas cerradas y que se presentó en medio de loa
apóstoles y les dijo:
“La paz esté con vosotros”.


Esta es la paz que Jesús quiere que tengas en tus horas santas. La
experiencia de esta paz es mucho mayor que si Jesús te mostrara sus llagas. Sus
llagas no se ven en el Santísimo Sacramento. Sus llagas son ahora la belleza del
paraíso. Estas llagas brillan más gloriosamente que el sol. Estas llagas son
fuente de Gracia.


Jesús quiere darte la plenitud de estas gracias, que vengas a Él por la fe.
Por eso es mucho mejor que Él no te muestre Sus llagas visiblemente como al
apóstol Tomás, porque Él quiere derramar sobre ti las gracias invisibles de
estas llagas con todo el merito, toda la gloria, la belleza y el amor salvífico
que emanan de ellas.


Con cada hora Santa que hagas, le estás diciendo a Jesús: “Señor mío y
Dios mío”
(Jn 20,28).


Y cada vez Él te dice: “Dichoso eres, Tomás, porque no has visto y has
creído”
.


Fraternalmente tuyo en
Su Amor Eucarístico,Mons. Pepe

Aquí está la Sierva de Dios  Pedro Manuel Sarmiento

 El rumor de los ángeles es muy débil, sólo se escucha cuando todo lo
demás reposa en silencio. Ella lo oía a menudo. Estaba acostumbrada al canto de
los pájaros. Sabía que un copo de nieve suena como una nota colgada de un hilo
de frío. Pero para oír a Gabriel, tuvo que sentir su propio corazón que, aquel
día, le decía cosas sorprendentes: Dios podía ser grande y pequeño a la vez;
estaba enamorado de ella para hacer realidad sueños imposibles, veía el mundo
del revés: los poderosos no podían nada, los humildes tenían su oportunidad.
Dios se acordaba de los hombres, y ella..., a ella sólo se le ocurría un
monosílabo repetido: sí, sí...


Dicen que los ángeles no tienen corazón, amar sólo pueden los
humanos y Dios.
Por eso Gabriel se volvió palabra de Dios, mensajero de un
eco: "no necesito una Sierva, serás mi madre, y hasta me pondrás un nombre, el
que a ti y a mí nos guste, ¿qué te parece Jesús? Por eso Gabriel está confuso,
oye dos latidos y
uno no es suyo: el de la mujer, ¡ah, el niño!, justo de
quien te estaba hablando.
Los ángeles no hacen ruido, y Gabriel se ha
marchado discretamente. Pero Dios hablaba ya, su eco y su música.

Y en la tierra paz

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Pedro Manuel Sarmiento

 

Todas las madres saben  que su hijo es el más precioso. Tú también lo
pensabas y... , aunque a todas las demás no se les pueda quitar la razón, tenías
buenos motivos para creértelo. Había nacido de ti, la preferida de Dios, a quien
decía cosas al oído.

Ilustración: Maximino Cerezo Barredo,
cmf

Él era el príncipe de la paz. Un príncipe pequeñito, que se te
parecía, y que ya esbozaba sonrisas como un espejo imitador de tus gestos. El
niño era de esos que no dan guerra.

Quienes vieron, sintieron que algo
había cambiado. El infinito se había abreviado en su cara. Dios miraba por sus
ojos, desde abajo, al ser humano a quien siempre había visto grande y erguido. Y
. agarraba cualquier dedo, co­mo hacen los niños desde el primer día, para
aliarse con la carne de sus queridos seres hermanos. Temblaba ya, como tiemblan
los hombres, respiraba, latía, se sometía al rigor del tiempo: días, fríos y
cálidos, tiempo de cualquier hombre, que cuando nace se está muriendo porque
vive.

Eso de hacerse hombre le gustaba al niño, resultaba algo más que
interesante, era apasionante ...
¡María, enséñanos al crío! Queremos ver
cómo es Dios, y cómo somos nosotros cuando se nos junta con el amor y la paz. y
vimos el reflejo de los ojos eternos de una muchacha sonriente que creía, con
razón, que su hijo era el más guapo del mundo.
Y vendrán del Oriente

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Pedro Manuel Sarmiento

 

Eran unos personajes extraños. Ella, que no había viajado mucho más allá
del su pueblo y el de su prima, no había visto nada igual. Al principio sólo
pudieron entenderse por gestos amables. La sonrisa de María había fijado el
curso de la estrella. Se había parado allí donde abrazaba a su niño
pequeño.

Ilustración: Maximino Cerezo Barredo,
cmf
Eran unos hombres grandes, que arrastraban sus tesoros para
ponerlos en su regazo. La intuición los puso en camino con la esperanza de
encontrar a alguien mayor que ellos.
El ámbar, el incienso, la mirra, el
oro, la especería y las esencias más puras, se les olvidaron en el equipaje, al
contemplar los pliegues de tu vestido desde donde, tu niño deslumbrante, nublaba
sus sentidos con una mirada cómplice de amor y paz.
se acordaron de los
regalos, estaban bastante confusos. Mejor así, el nuevo Rey no necesitaba
riqueza. Era él quien regalaba al contemplarle. Por eso María y José no salieron
de pobres tras la visita, pero los extraños se fueron mucho más ricos de lo que
habían llegado.
Ellos pensaron que habían soñado el
encuentro.
Allí se estaba inclinando la eternidad, y dudaron de sí
mismos, porque al Hijo de Dios no se lo habían imaginado así. ..
Pero ya no
eran los más grandes. La pequeña madre acunaba al mayor tesoro. Sólo al
marcharse.

María del Exilio

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Pedro Manuel Sarmiento

 Los gemidos de Raquel aún taladraban el silencio, cuando salieron
los tres fugitivos. Llevaban lo imprescindible, y dejaban todo lo suyo al
cuidado de Dios. ¡Un hombre necesita tan poco cuando tiene que huir! Jesús ya
estaba en el amplio mundo, y parecía no querer saber de sus fronteras. El
extranjero también era su casa, el destierro su destino, igual que el de los
miles de hijos de una Madre silenciosa, que acuna el sueño tranquilo de su
príncipe de la paz. Dios es manso en sus brazos. No acepta lucha con el enemigo,
se retira, silencioso, hasta que la justicia y el amor sean las únicas cláusulas
del tratado con los poderosos.


Ilustración: Maximino Cerezo Barredo,
cmf
 María, José y el niño huyen hasta que Herodes entre en
razón. Dicen que no lo hizo y, como siempre, fue su muerte la última palabra. El
mundo entonces estaba igual de al revés que ahora, sólo cambiaba la dirección,
había que huir del norte al sur, y luego, como siempre, no desesperar... El
exilio era la esperanza de Dios, su hogar el camino con los hombres que sufren,
allí donde lloran las madres porque nada se entiende: Dafur, Gaza,
Congo...
 Y dicen, eso siempre en la versión de los evangelios
apócrifos, que Dios Padre fue muy buen amo de casa en Nazaret, y cuidó de todo,
tanto que a su vuelta parecía que nunca se hubieran ido. María, vuelves al hogar
para decirnos a todos: ¡no os preocupéis que Dios está en casa! el Martes 17 de 
Iba creciendo  Pedro Manuel Sarmiento

 El chico era una joya. En Nazaret todos disfrutaban al verle. Era el
orgullo de su padre y de su madre, sobre todo cuando les decían que se estaba
haciendo un hombre, y que se parecía mucho a ellos. A María le gustaba ver su
cara. Le recordaba muchos rasgos de ella misma: esos ojos y ese mirar que
irradiaban felicidad.


A él le hacía gracia que le preguntarán siempre qué le
daba su madre para crecer. Contestaba con una repuesta curiosa y un poco
enigmática: "la gracia es suya y mía..." Según dicen los sabios exégetas, en
arameo parece que sonaba parecido a decir: "yo todo lo que tengo es un
regalo".
Era muy apañado y servicial. Siempre endulzaba la vida con el
silencio de quien acompaña desde el silencio. Daba gusto tener a Jesús en casa,
haciendo las pequeñas cosas de cada día. Sabía hacer fácil lo difícil, agradable
lo desagradable y, sobre todo, había, aprendió a sonreír como su
madre.
 Si, iba creciendo, y Dios se hacía grande, en el cuerpo de un
pequeño gran hombre, que tenía una madre joven, guapa, y dispuesta a hacer de su
corazón el hogar de su Hijo y el de todos sus amigos. del 2009 - Vida de María

Año Sacerdotal





Una vez le escuché a un amigo una simpática anécdota sobre Juan María Vianney
(el Santo Cura de Ars)… contaba él que este piadosísimo sacerdote era molestado
frecuentemente por el demonio, quien aprovechaba cada oportunidad para ponerle a
prueba… un día, Juan María se sentía un poco indispuesto y se dirigió a la
letrina para… bueno, para hacer lo que se hace en ese lugar… se sentó y, como el
santo aprovechaba cada instante para orar, tomó su rosario y comenzó a desgranar
sus cuentas… en eso se le presenta el enemigo y en tono burlón lo dice:


- “¡Cura blasfemo… te jactas de servir a Dios frente al altar, pero mira a
donde has venido a traer tus devocioncillas! ¿No te da vergüenza rezarle a la
Virgen mientras defecas?”


El Cura de Ars, acostumbrado ya a estos ataques, le respondió:


- “¿Por qué te inquietas? No hay nada de malo en mi devoción, pues todo lo
que sube es para Dios… y lo que baja, ¡para ti!”


Al escuchar esto, el demonio salió de allí rabiando pues no había conseguido
quitarle la paz al Cura de Ars.


Ustedes se preguntarán, a qué el chistecito este… pues realmente fue una
anécdota que me contó el diácono Evaristo Guzmán un día que conversábamos sobre
lo que significa la santidad y cómo el Señor respeta la identidad de cada uno de
sus hijos… y aún así, a pesar de las debilidades y fragilidades, cuando nos
ponemos confiadamente en Sus manos, Él obra en y a través del más pequeño e
insignificante de todos: laicos u ordenados…


El día de hoy iniciamos el Año Sacerdotal que el Santo Padre
ha proclamado con ocasión al 150 aniversario del
“dies natalis” de Juan
María Vianney (4 de agosto)… con el lema
“Fidelidad de Cristo, fidelidad del
sacerdote”
… ¡hasta en el lema se ve la mano del Espíritu!


Este año es una oportunidad maravillosa que el Señor nos ofrece para tomar
conciencia de lo importante que son nuestras oraciones para ayudar a nuestros
sacerdotes… para alcanzar las gracias que necesitan para poder perseverar en su
ministerio… y para que puedan crecer en santidad…

Oración por los Sacerdotes

Oh, Dios eterno y omnipotente, mira el rostro de tu Cristo, y por amor a Él,
que es el Sumo Sacerdote eterno, ten piedad de tus sacerdotes. Recuerda Dios
misericordiosísimo, que no son sino unos seres humanos, débiles, frágiles.
Renueva en ellos la gracia que han recibido por la imposición de las manos del
Obispo. Guárdalos cerca de Ti, para que el enemigo no prevalezca contra ellos; a
fin de que nunca hagan nada que desdiga en punto alguno de su sublime
vocación.

Oh, Jesús, a Tí ruego por tus sacerdotes infieles y tibios; por tus
sacerdotes que laboran en casa o fuera en campo de misión; por tus sacerdotes
jóvenes; por tus sacerdotes enfermos; por tus sacerdotes en el purgatorio.

Pero sobre todo te encomiendo a los sacerdotes que me son más queridos; al
sacerdote que me bautizó; a los sacerdotes que me absolvieron de mis pecados; a
los sacerdotes cuya Misas asistí, y que me dieron tu cuerpo y tu Sangre en la
Sagrada Comunión, a los sacerdotes que me enseñaron y me instruyeron o me
animaron y me ayudaron; a los sacerdotes a quienes debo algo en cualquier otro
modo, especialmente…

oh Jesús guárdalos a todos cerca de tu Corazón y bendícelos copiosamente, así
en el tiempo como en la eternidad. Amén.

Introducción


El 4 de diciembre de 1963 fue promulgado el Decreto Sacrosanta
Concilium
para la reforma litúrgica. Era el primero de los documentos
emanados del Concilio Vaticano II.


Por casi 400 años, la liturgia católica había estado normada por lo que el
Concilio de Trento (1545-1563), en tiempos de San Pío V, había dictaminado. La
Santa Misa se celebraba exactamente igual en todas partes del mundo y el Misal
era idéntico en todos los países; estaba en lengua latina y sus rúbricas estaban
perfectamente establecidas.


Era realmente hermoso ver y escuchar en cualquier parte del mundo los mismos
movimientos, las mismas frases. Daba una idea de la universalidad de la Iglesia
Católica. En Japón como en Argentina, los fieles escuchábamos el
Dominus
vobiscum
que el sacerdote pronunciaba en voz baja para que el acólito (que
representaba a toda la feligresía) contestara también en voz baja:
“Et cum
Spíritu tuo”
.


Cada domingo del año tenía sus lecturas invariables: escuchábamos 52 párrafos
del Evangelio año tras año. Algunos fieles poseían y sabían manejar su Misal
Diario para poder entender en español lo que el sacerdote rezaba en latín, la
lengua oficial de la Iglesia. Otros se contentaban con rezar cada vez la famosa
“Misa de Lavalle”, o rezaban otras oraciones como el Vía Crucis o el Santo
Rosario, mientras el sacerdote oficiaba, de espaldas al pueblo, en latín y en
voz baja, las oraciones y ritos de la Misa.


Así eran las cosas y nadie se extrañaba de ello. Las cosas de Dios eran
misteriosas de por sí. La Santa Misa había sido siempre así y supuestamente así
debería seguir siendo.


Por eso el decreto Sacrosantum Concilium causó tanto impacto. De
todos los documentos del Concilio, fue el que tuvo más inmediatos efectos. Sin
ser el más importante, fue el que el pueblo fiel percibió primero al ver cómo la
Misa iba cambiando poco a poco.


Las reformas litúrgicas han sido graduales, como dando tiempo a la Iglesia de
ir comprendiendo cada vez mejor el Santo Sacrificio de la Misa. Los jóvenes
nacidos después del Concilio, no pueden darse una idea de lo que significó para
los adultos oír por primera vez al sacerdote saludarnos en castellano con el
“El Señor esté con vosotros” y poder contestar, ahora todos en voz
alta:
“Y con tu espíritu”.


Y cuando por fin el altar fue cambiado para el pueblo y toda la Misa fue
traducida a todas las lenguas, hubo júbilo en la Iglesia, asombro en muchos, y
rechazo en algunos.


Los efectos de la reforma litúrgica (que no sólo abarca la Santa Misa, sino
todos los Sacramentos y hasta el Oficio Divino que rezan los sacerdotes todos
los días) se han sentido cada vez con mayor profundidad. No han faltado, por
desgracia y como era natural, excesos y desviaciones que la Santa Sede ha
tratado de controlar, pero en general podemos decir que el Pueblo Fiel ahora
participa y comprende muchísimo más la esencia de la Misa.


¿Qué es la Santa Misa?


Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche en que le traicionaban,
instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, con el que
perpetuaría por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y así
confiaría a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su Muerte y Resurrección:
sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual,
“en el cual se come a Cristo, el alma se llena de Gracia y se nos da una
prenda de la Gloria venidera”
. Así define el Concilio en el número 47 del
decreto
Sacrosantum Concilium la esencia del Sacrificio
Eucarístico.


Los tres Evangelistas llamados sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas, nos relatan
directamente lo sucedido en la Última Cena, y San Pablo, en su primera carta a
los Corintios (11, 23-25), nos consigna lo que él mismo ya recibió por
tradición. Antes de que los Evangelios fueran redactados, ya la Iglesia
celebraba la Sagrada Eucaristía.


¿Qué es un sacrificio?


Desde la más remota antigüedad el hombre ha intentado adorar, complacer o
aplacar al Dios verdadero o a sus falsas divinidades por medio de los
sacrificios. Ante la imposibilidad física de dar a sus dioses algún regalo, han
destruido en su honor toda clase de dones hasta llegar a los sacrificios
humanos. Los sacrificios para agradar a Dios, están simbolizados en el libro del
Génesis, Capítulo 4, con las ofrendas de Caín y Abel.


El Pueblo de Dios, Israel, ofrecía a Yahvé diversas clases de sacrificios y
holocaustos, cuya descripción minuciosa encontramos en el Levítico.


Ahora bien: evidentemente los sacrificios de la Antigua Alianza y con más
razón los ofrecidos por los pueblos paganos a sus falsos dioses, carecían de
toda eficacia para obtener el perdón de los pecados (Hebreos 10, 1-4). No existe
ninguna proporción entre la ofensa hecha a Dios, y el valor de la sangre de
machos cabríos o toros.


El único sacrificio eficaz


Es por esto que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, tomando un
cuerpo perfectamente humano de las entrañas purísimas de la Virgen María,
llevando sobre sí el pecado del mundo, se ofrece como Víctima Divina en el altar
del Calvario por la Redención del género humano (Hebreos 4, 5-10).


Siendo Jesucristo Persona Divina, su sangre es la única que eficazmente y de
una vez para siempre,
“borra el pecado del mundo”. Un sólo sacrificio
era necesario y suficiente para nuestra salvación: el Sacrificio de Jesús en la
Cruz. Nadie puede ofrecer a Dios un Sacrificio comparable, ni nadie podrá
salvarse si no es por Cristo muerto en la Cruz y resucitado y glorioso al tercer
día.


Los tres momentos de la Redención


Nuestro Señor Jesucristo realizó su sacrificio redentor en tres momentos
diferentes, en tres días diferentes:
la Última Cena, la Muerte en
el Calvario
y la Resurrección al tercer día. Estos tres momentos
constituyen lo que la Iglesia llama
“El Misterio Pascual del
Señor”
.


En la Última Cena, Jesús entrega ya en realidad su Cuerpo y
su Sangre, ofreciéndose por la salvación de todos. El
Viernes
Santo
se hace la dolorosa realidad de su Pasión y Muerte en la Cruz y
triunfa, del pecado y de la muerte, el
Domingo de Resurrección,
el primer domingo de la historia.


Estos tres hechos redentores se realizan al unísono en cada Misa y
constituyen juntos un solo hecho Redentor que se prolonga y actualiza en el
tiempo y en el espacio en cada altar católico.


En efecto: Cada vez que un sacerdote católico consagra el pan y el vino,
Jesucristo se hace realmente presente en las especies sacramentales y al mismo
tiempo se entrega en alimento como en la Última Cena; muere como el Viernes
Santo al consagrarse por separado su Cuerpo y su Sangre, y resucita triunfante
al reunirse nuevamente su Cuerpo y su Sangre en el momento de la “comixtión”,
poco antes de la Comunión.


La Iglesia reconoce este hecho maravilloso al rezar sobre las ofrendas el 2do
domingo ordinario del siguiente modo:
“Concédenos, Señor, participar
dignamente en esta Eucaristía, porque cada vez que celebramos el memorial del
sacrificio de tu Hijo, se lleva a cabo la obra de nuestra Redención”
.


Si Cristo muere en cada Misa por nosotros, también es cierto que está
resucitado y que se nos entrega vivo en la Comunión para que tengamos Vida
Eterna (Juan 6, 55-59).


Toda la potencia salvadora del Misterio Pascual, está presente en cada Misa,
un sólo sacrificio, el del Calvario, se renueva incesantemente en toda la tierra
en los altares católicos, salvando permanentemente a la humanidad pecadora. Es
el cumplimiento cabal de la profecía de Malaquías, Cáp. 1, 11,
“Desde donde
sale el sol hasta el ocaso, todas las naciones me respetan y en todo el mundo se
ofrece en mi Nombre tanto el humo del incienso, como una ofrenda pura”
.


Uniformidad del Rito


Ciertamente era emocionante, antes de la reforma litúrgica, asistir a Misa en
cualquier parte del mundo y escuchar las oraciones en latín, el lenguaje oficial
de la Iglesia y observar los mismos movimientos sacerdotales. Se hacía sentir la
catolicidad de la Iglesia. Pero también es cierto que aparte de algunas frases
muy conocidas, nadie entendía nada si no llevaba su Misal propio.


Esa uniformidad aparentemente se ha perdido al traducir los ritos a las
diversas lenguas del mundo, pero es tan solo una apariencia porque gracias a la
unidad de la Iglesia Católica, el Sacrificio se celebra exactamente de la misma
manera en todo el mundo, orando las mismas oraciones y realizando los mismos
movimientos. En todo caso, si no entendemos la lengua de un determinado país,
tampoco entendíamos la Misa en latín y al menos los de esa lengua participan y
entienden perfectamente lo que sucede.


La lengua latina no se ha abandonado; sigue siendo la lengua oficial de la
Iglesia, pero negar que la traducción de la Misa a las lenguas vernáculas haya
sido un cambio benéfico, es una equivocación. Basta constatar la participación
de los fieles en la actualidad, para bendecir al Concilio por el documento
Sacrosantum Concilium que puso la liturgia al alcance de todos, aún de
los analfabetos.


Al mismo tiempo que algunos espíritus inclinados a lo tradicional, se han
opuesto terminantemente a las reformas, otros de signo distinto han caído en
exageraciones hasta de mal gusto. Era de esperarse y la Santa Sede ha tenido que
intervenir en ambos casos, a veces dolorosamente.


Las partes de la Misa


Todo el conjunto de palabras y acciones realizadas en la Misa, forman cuatro
momentos bien distintos que hay que saber aprovechar plenamente.


Liturgia de la Palabra

1. Antífona de entrada  Cuando no hay coro, ni un cántico
para empezar la Misa, se reza la Antífona que normalmente es un versículo de la
Biblia. Es muy importante porque nos anticipa la temática de toda la
celebración. Es como la obertura de una obra musical, que nos anuncia lo que va
a seguir.

Como ejemplo está la antífona de la Misa de Jesucristo Sumo y Eterno
Sacerdote (Hebreos 7, 24):
“Cristo, mediador de la nueva alianza, por el
hecho de permanecer para siempre, posee un sacerdocio perpetuo”
.


Ya de entrada, nos ponemos a la expectativa, porque las oraciones y las
lecturas bíblicas, abundarán seguramente en el tema.


2. La Señal de la Cruz
Da comienzo propiamente al
Sacrificio de la Misa, signándonos en el Nombre de las Tres Divinas Personas. Al
mismo tiempo que nos bendecimos con la señal de la Cruz, instrumento de nuestra
salvación, invocamos a Dios Trino; toda la Misa es Trinitaria y no podía ser de
otro modo.


3. Saludo ritual
Él oficiante saluda a la feligresía con
varias fórmulas, todas ellas riquísimas en contenido. La primera y más usual:
“La Gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la Comunión del
Espíritu Santo, estén con ustedes”
, tomada de las cartas de San Pablo, no
podía ser más profunda, más completa y más bella. El sacerdote no podría desear
nada más grande a la comunidad, que a su vez le devuelve el saludo diciendo el
tradicional
“y con tu espíritu”.


4. Acto penitencial
Se invita a la comunidad a pedir
perdón a Dios por los pecados cometidos. Ante la santidad inconmensurable de
Dios, debemos reconocer humildemente nuestra fragilidad, nuestra malicia,
nuestra nada. Con varias fórmulas reconocemos que hemos pecado. La más usual es
el
“Yo confieso” en la que no solamente nos confesamos pecadores
delante de Dios y de los santos sino que pedimos a la Iglesia triunfante y
militante, orar por nosotros, por cada uno de los presentes.


Termina el Acto penitencial con el rezo o canto de los muy tradicionales
“Kyries”, incorporados a las Misas del rito latino de las Iglesias del
rito griego del Medio Oriente.


Este Acto Penitencial, como otros sacramentales de la Iglesia, nos obtiene
automáticamente el perdón de las faltas veniales y podemos por lo tanto con toda
confianza acercarnos después a la Sagrada Comunión.


No así cuando por desgracia, hemos ofendido a Dios gravemente. Los pecados
mortales deber ser confesados en el Sacramento de la Reconciliación. San Pablo
es tajante al respecto, al advertir a los Corintios en su primera carta (11,
27-28) que no se atrevan a comulgar indignamente. No debemos alejarnos de la
Comunión por cualquier tarta, y debemos evitar tanto los escrúpulos, como la
conciencia laxa.


Como no siempre es fácil confesarse ante un sacerdote antes de la Misa,
existe la tentación, por parte de éste, de emitir una
“Absolución
General”
de modo que todos puedan comulgar si lo desean. Siendo válidas esa
clase de absoluciones, no está permitido, sin embargo, confundirlas con el acto
penitencial de la Misa. Se debe hacer un acto penitencial antes, en un rito
distinto y bien preparado. El sacerdote debe saber perfectamente las normas
eclesiásticas para el caso y los peligros que el abuso de esa práctica trae a
los fieles.


No es objeto del presente estudio abundar en el tema de la Reconciliación,
pero ¡Dios bendiga a los sacerdotes que dedican largas horas al sublime
“Ministerio de la Reconciliación”!


5. Gloria a Dios
Después de haber pedido perdón a Dios de
los pecados, damos Gloria al Señor con el himno maravilloso que entonaran nada
menos que los Ángeles, la Noche de Navidad.


La Iglesia glorifica a las Tres Divinas Personas en este cántico gozoso. Es
un himno antiquísimo en la liturgia que ha sido musicalizado de mil maneras,
desde el solemne y moderado canto gregoriano de la Edad Media, hasta las
expresiones polifónicas más complicadas de los grandes maestros.


Después de la reforma litúrgica, el pueblo canta la Gloria de Dios con
tonadas sencillas, asequibles a todo el mundo y en la propia lengua. Hay que
tener cuidado, sin embargo, de cantar tanto en el Gloria como en las demás
partes de la Misa, los cánticos que sean concordes con la acción litúrgico que
se está desarrollando. Existen, por ejemplo, cantos que aparentemente son
“de Gloria”, que no tienen nada que ver con el texto original de la
Misa, que consiste precisamente en glorificara las Tres Divinas Personas.


6. Oración Colecta
Tiene la Misa tres oraciones muy
especiales precedidas por la invitación sacerdotal expresada por el “Oremos”:
la Oración Colecta, la Oración sobre las Ofrendas y la
Oración después de la Comunión
. Su estructura es parecida y trataremos de
las dos últimas en su momento.


La Oración Colecta recibe su nombre porque se trata de unir, de colectar en
una sola oración, los sentimientos que debe tener toda la comunidad al asistir
ese día a Misa.


Como la Antífona de entrada, orienta la liturgia a celebrarse. Es una oración
sumamente importante que debemos escuchar por tanto con mucha atención y unirnos
al sacerdote plenamente para sacar el máximo provecho de la Eucaristía.


Antes que nada hay que notar que las oraciones de la Misa se dirigen, salvo
raras excepciones, a Dios Padre. Con el título de Padre, Señor, Dios Todo
poderoso, Dios eterno, etc. nos estamos refiriendo al Padre de Nuestro Señor
Jesucristo y nuestro Padre. A Él y nada más se ofrece la Misa. El sacrificio
infinito de la muerte de Cristo, no puede ofrecerse a una criatura, ni siquiera
a la Virgen Santísima.


Por ser Jesucristo Persona Divina, en algunas ocasiones, por ejemplo, en la
fiesta del Corpus Christi, nos podemos dirigir directamente a Él con todo
derecho. Pero nunca digamos que ofrecemos una Misa a la Virgen, a un Santo
Patrono, y menos a un difunto. Analicemos, por ejemplo, la oración colecta de la
llamada Misa de Santa María en Sábado:

“Por intercesión de la Santísima Virgen María, llena de Gracia, cuya memoria
gloriosa estamos celebrando, haz Señor, que también nosotros podamos participar
de los dones de tu amor. Por Nuestro Señor Jesucristo que contigo vive y reina
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los
siglos.”


En primer lugar, nos estamos dirigiendo a Dios Padre con el título de
“Señor”. Hacemos memoria de la Virgen María y pedimos que Ella
interceda por nosotros, pero no es Ella el centro de la oración.


Pedimos a continuación una gracia determinada y concluimos siempre con la
mención explícita de Jesucristo, único mediador entre Dios y la humanidad que
por ser Persona Divina, vive triunfante y glorioso, con el Espíritu Santo en la
intimidad eterna de la Trinidad Santísima.


A esta oración el pueblo fiel debe contestar con un sonoro “Amén”,
palabra que significa la aceptación plena de lo expresado. Es como decir: Así
es, de acuerdo, Sí Señor.


7. Lecturas
Preparada nuestra mente y nuestro espíritu
con todo lo precedente, nos sentamos a escuchar sin incomodidades la Palabra de
Dios que se nos proclama los domingos en tres lecturas y entre semana con dos
solamente.


Esta nueva modalidad permite a la Iglesia tener un panorama más amplio de la
Sagrada Escritura. Además, los textos han sido seleccionados y acomodados en un
ciclo de tres años y no cada año como antes de la reforma.


Se da oportunidad ahora de que los laicos o seglares proclamen las lecturas
primera y segunda. Vale la pena hacer algunas recomendaciones al caso: en primer
lugar, la persona debe saber leer en público. Los nervios traicionan y la
Palabra de Dios no debe ser mascullada a trompicones ni admite errores en la
pronunciación, Los lectores deben ser pues, personas entrenadas y haber
preparado previamente lo que van a leer.


El atuendo mismo debe ser apropiado; tanto hombres como mujeres deben darse
cuenta de que están cumpliendo con un ministerio sublime y no es propio subir al
presbiterio
“en fachas”. Así como el sacerdote se reviste de ornamentos
sagrados para oficiar la Misa, el laico debe ir decentemente vestido.


8. Salmo Responsorial
Entre una lectura y otra, se
incluye un Salmo recitado responsorialmente o sea, participando toda la
comunidad con un estribillo, rezado o cantado. Por lo general y por desgracia,
el elenco de oraciones del católico normal, es muy pobre. Nos limitamos a cuatro
o cinco oraciones aprendidas desde la infancia y malamente recitadas.


Hay que aprovechar, por tanto, este momento de la misa. Rezar con los salmos
es orar a Dios con palabra de Dios.


Tenemos ahí una oportunidad magnífica de enriquecer nuestra vida de
oración.


9. Aclamación antes del Evangelio
El Aleluya es una
aclamación jubilosa usada por el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Nos
ponemos de pie mientras exultamos por escuchar la Palabra de Dios. Normalmente
se cita un versículo del Evangelio que se va a proclamar, como introducción.


10. Evangelio
Es la parte más importante de la Liturgia
de la Palabra. Lo proclama personalmente el sacerdote después de saludar
solemnemente al pueblo. En algunas ocasiones, para darle realce a la
proclamación, se usa el incienso dándonos a entender que los Evangelios, de
entre toda la Biblia, son la parte más importante, al presentarnos directamente
al autor de nuestra Redención. Él ponernos de pie nos ayuda a estar alerta y es
signo al mismo tiempo, de estar dispuestos a poner manos a la obra ante la
voluntad del Señor.


Hacemos tres cruces: En la frente, en los labios y en el corazón:
significando el anhelo que tenemos de entender la Palabra, amarla y ser
capaces de proclamarla
. Rito antiquísimo y muy venerable en la Iglesia.


11. Homilía
La Biblia debe leerse en “La Iglesia”, o sea,
según las enseñanzas del Magisterio Eclesiástico, de acuerdo con la Tradición
riquísima y veinte veces secular de la Iglesia que Cristo fundó en los
Apóstoles. Siendo un libro complejo y difícil, teniendo el mismo Evangelio
pasajes oscuros, es una imprudencia rayada en la locura, pretender como
sostienen los protestantes, la libre interpretación de la Biblia. Como el etíope
de Hechos 8, 26-39, es de elemental prudencia pedir ayuda para entenderla.


Los sacerdotes son ministros de la Palabra. Para eso han sido llamados por
Dios, para ello han estudiado y estudian constantemente. Son profesionales de la
Biblia. El sacerdote no habla por sí solo, habla y explica el Evangelio según el
pensar de la Iglesia de Cristo, la Católica.


La homilía es pues, la explicación de las lecturas. Su aplicación a la vida
de todos los días. No es un sermón de circunstancias como se acostumbra en
alguna festividad extraordinaria. Debe ser corta y clara. Los fieles deben, dado
el caso, pedir al sacerdote, después de la Misa, la aclaración de algún punto
que no hayan entendido o en el que no estén de acuerdo.


12. El Credo
Magnífica manifestación de nuestra Fe es la
recitación del Credo en la Misa. Nació la Iglesia bajo la persecución, primero
de los judíos y después de los emperadores romanos. A la muerte de los
Apóstoles, las iglesias por ellos fundadas se esparcieron por toda Europa, Medio
Oriente y Norte de Africa, con muy poca comunicación entre ellas y por tanto con
el peligro de desvirtuar la fe apostólica. Fue por eso que apenas otorgada la
libertad religiosa a los cristianos por la conversión del mismo emperador
Constantino, los Obispos de toda la Iglesia se reunieron para poner con mucha
precisión los artículos principales de la FE. Así desde el año 325, en el
Concilio de Nicea, fue redactado el Credo que hemos conservado fiel y
cuidadosamente. Lo recitarnos de pie para manifestar nuestra adhesión gozosa a
cada uno de sus artículos y como signo de nuestra misión para que todo el mundo
crea en Cristo.


Básicamente es la fe en las Tres Divinas personas, y en la Iglesia que Cristo
fundó. Con el Credo termina la Liturgia de la Palabra.

Rito de las Ofrendas

1. Procesión Ya sea en solemne procesión o directamente,
son llevadas al altar las ofrendas de pan y vino, especies sacramentales que han
de ser consagradas más adelante.

Es además el momento adecuado para llevar donativos para los pobres y el
momento de hacer la colecta en efectivo para el sustento del sacerdote y los
gastos de la Parroquia, Todo ello lo ofrecemos a Dios siendo conscientes de que
nuestras pobres ofrendas son poca cosa. Ponemos en el altar, con el pan y el
vino, nuestro trabajo, esfuerzos y personas mismas.


2. Orad hermanos
El sacerdote nos invita a orar junto con
él, recordándonos que en la Misa, todo el pueblo fiel ejerce su sacerdocio
bautismal o común, distinto del ministerial del sacerdote, pero no menos real.
Es toda la Iglesia la que ofrece el Sacrificio de la Misa.


3. Oración sobre las ofrendas
Termina el Rito de Ofrendas
con la segunda oración de la trilogía formada por la Colecta, Ofrendas y
Poscomunión. En muy pocas palabras son oraciones estupendas y precisamente
redactadas se hace mención tanto de las ofrendas, como de lo que estarnos
celebrando, en perfecta continuidad con la oración colecta.


Liturgia del Sacrificio


1. Prefacio
Da comienzo la tercera parte de la Misa con
una oración magnífica llamada Prefacio y que va precedida con un diálogo
introductorio entre el Ministro y el pueblo. Ello mismo le da un realce y debe
llamarnos la atención. El Prefacio es una oración elegantemente redactada, llena
de sentido y enseñanza, profundamente dogmática y hasta poética en algunas
ocasiones.


Varía según la celebración o la fiesta y si ponemos atención, quedamos
perfectamente ubicados en la mentalidad de la Iglesia para la ocasión.


2. Santo, Santo, Santo
El Prefacio termina
introduciéndonos al canto que entonaremos embelesados ante la Divina Majestad
por los siglos de los siglos en la Gloria. La Iglesia desde ahora, en comunión
con la Corte Celestial, alaba al que es el Santo de los Santos (Apocalipsis 4,
8-11; Isaías 6, 3).


3. Anáfora
Hasta antes del Concilio la Misa tenía una
sola oración consecratoria llamada Canon Romano. S.S. San Pío V la aprobó para
unificar distintas versiones usuales en su tiempo y evitar cuidadosamente
infiltraciones y desviaciones venidas del protestantismo.


Con la Reforma Litúrgica actual, la Iglesia ha incorporado al Misal varias
otras oraciones, llamadas Anáforas, para realizar la consagración de las
especies sacramentales.


Tengamos presente ante las nuevas anáforas, dos hechos muy importantes: en
primer lugar, algunas no son nuevas ni mucho menos; por el contrario, han sido
rescatadas de antiguos misales y son por lo tanto tradicionales; y en segundo
lugar, recordemos que la Iglesia tiene todo el poder, dado por Nuestro Señor, de
componer dichas anáforas. Después de todo, en la Ultima Cena, las palabras
consagratorias empleadas por el Señor, son muy breves y el resto lo dejó Dios a
su Iglesia.


Siendo fieles al relato de la Ultima Cena y empleando exactamente las mismas
palabras de Nuestro Señor, las especies sacramentales quedan transubstanciadas
en el Cuerpo y Sangre de Cristo lo que constituye la esencia misma de la
Misa.


Misterium Fidei


La Consagración
Todas las anáforas nos llevan por
distintos caminos a la Última Cena. Es el momento sublime sobre toda
ponderación, en que el sacerdote oficiante deja de ser en cierto modo él mismo
para consagrar
“in persona Christi” (personalmente, como Cristo, en
persona de Cristo) el pan y el vino diciendo:



“Tomad y comed todos de él porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por
vosotros. Tomad y bebed todos de él porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre
de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por todos los
hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración
mía.”


Haciendo presente por su ministerio, real y verdaderamente a Cristo el Señor,
con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. ¡Cristo, Dios y Hombre, se hace
presente en cada altar de la Iglesia Católica! Suprimiendo con su todo poder las
distancias y los tiempos, multiplica su Presencia Real en nuestros altares para
consumar su Sacrificio hasta el fin de los tiempos.


La Elevación
Con toda razón decimos que este hecho es un
“Misterium Fidei”: un misterio de FE. En contra de todas las
apariencias, tan solo por la fe sin discusiones que la Iglesia tiene en la
Palabra del Señor, somos capaces de creer hecho tan prodigioso. A la entrega
total, absoluta, radical de Dios Encarnado a los hombres, corresponde una Fe no
menos total, absoluta y radical. ¡No podía ser de otra manera!


Cristo está en nuestros altares realmente presente y realmente muerto. Signo
eficaz de la muerte redentora de Cristo, es la CONSAGRACIÓN por separado del
Cuerpo y la Sangre. Así como en el Calvario, Jesús murió, al derramar su Sangre,
así está muerto por nosotros en el altar. Cada altar católico en el mundo
entero, es un Calvario en donde se sacrifica a la única Víctima capaz de
“perdonar el pecado del mundo”. Toda la fuerza redentora del sacrificio
de la cruz, está Presente en el altar, salvando permanentemente a la humanidad
pecadora.


Si en el Ofertorio no teníamos otra cosa que ofrecer al Padre sino un poco de
pan y vino y nuestras pobres buenas obras, ahora la Iglesia tiene por fin
“al Cordero de Dios” que se ofrece a Sí mismo y a quien ofrecernos
inmediatamente después de la Consagración. Y además, nos ofrecemos a nosotros
mismos junto con la Víctima Divina, completando en nosotros, Cuerpo Místico del
Señor, los sufrimientos de Jesucristo. Toda la Iglesia es sacerdotal y toda la
Iglesia es víctima con Cristo el Señor.


Todas las anáforas terminan espléndidamente con una pequeña elevación de
nuestra Víctima hacia Dios Padre, acompañando el gesto oferente con las palabras
“Por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del
Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.”


Podríamos decir que esta oración, es el resumen de toda la Misa, es por el
hecho prodigioso de que Jesús está presente en nuestros altares que podemos dar
al Padre Eterno, por el Espíritu Santo, la gloria que se merece. Y la Iglesia se
atreve, con la seguridad que le da la FE a proclamar que esto repercutirá
“por los siglos de los siglos”. A estas palabras eminentemente
sacerdotales, el pueblo fiel responde con el Amén más solemne de la Misa, que
debe resonar vibrantemente, con la fuerza de un pueblo que se sabe salvado por
Cristo Jesús, capaz de adorar al Padre Eterno con toda propiedad porque en la
Eucaristía, y solo en Ella, Cristo con su Iglesia es quien rinde honores al
Padre de todos, en el Espíritu Santo.


Rito de Comunión La Misa no es solamente el perfecto acto de adoración por medio del
sacrificio de la Cruz, sino que en el colmo del amor por nosotros, Dios se nos
da en alimento.
“Mi Carne es verdadera comida, Mi Sangre es verdadera
bebida”
, había dicho Jesús (Juan 6, 55). No es posible, ciertamente,
imaginar nada más grande, nada más sublime; ¡comernos a nuestro Dios! Con razón
dijeron los judíos:
“duras son estas palabras” (Juan 6, 60). No
imaginaban la manera tan sencilla y elegante con la que Cristo cumpliría su
promesa de darse en alimento. Es una lástima que los protestantes, aún después
de la Ultima Cena, hayan tomado la misma incrédula posición.


Pero hay que tener en cuenta que la Comunión no es opcional como muchos
creen. Nuestro Señor muy claramente condiciona la salvación eterna, a la
aceptación de su don y la frecuentación de este Sagrado Misterio (Juan 6). El
católico que no acostumbra, o no puede comulgar, pone en entredicho su
salvación. Comulgar con cierta regularidad y frecuencia (¿por qué no diariamente
o al menos cada domingo?) Es condición indispensable para resucitar a la
gloria.


1. El Padrenuestro
¡Da comienzo el rito de la Comunión,
con la recitación de la única oración que Jesús nos enseñó. Tratados enteros
existen comentando tan excelente oración. Tan solo nos referiremos M Folleto
E.V.C. 621, en el que el Sr. Obispo de Tampico, Mons. Rafael Gallardo, nos
entrega una serie de preciosas reflexiones.


2. Rito de Paz
La Paz es mencionada en la Misa en
repetidas ocasiones. Evidentemente se trata de la Paz que solo Cristo puede dar
“no la paz que da el mundo” (Juan 14, 27) pero debemos sanar todas las
disensiones, rencillas, envidias, desuniones, venganzas, guerras, pues todo eso
es absolutamente antievangélico.


Por eso, recordando la palabra del Señor que nos exige hacer las paces con
nuestros enemigos y perdonar como Él nos perdona, antes de presentar nuestra
ofrenda en el altar, la Misa actual ha repuesto el rito de Paz que antiguamente
se usaba. En un sencillo gesto de amistad, como darse la mano, debe manifestarse
el deseo de reconciliarnos con todo el mundo y la decisión de perdonar cualquier
ofensa que hayamos recibido. Sólo así podremos acercarnos correctamente a la
Sagrada Comunión.


En esta época de especial violencia, es verdaderamente genial de nuestra
Iglesia el que nos demos este gesto de PAZ.


3. Comixtión
Después de partir la Hostia, el sacerdote
deja caer en el cáliz una partícula del Cuerpo de Cristo. Esta acción, pasa
desapercibida para muchos y sin embargo es muy bella. Tiene el significado de
que tanto el Pan como el Vino consagrados, no son sino una sola cosa: Cristo.
Antiguamente se acostumbraba poner en el cáliz una partícula consagrada el día
anterior, significando la unidad del sacrificio a través del tiempo.


Jesucristo no permaneció muerto: habiendo resucitado, su Cuerpo y su Sangre
se han reunido nuevamente.


4. Cordero de Dios
Por tres veces la comunidad se dirige
a Jesús con las palabras pronunciadas por San Juan Bautista cuando lo conoció
personalmente. Dios se encarnó precisamente para quitar el pecado del mundo y
darnos su Gracia.


5. Señor, yo no soy digno
Ahora recordamos las palabras
llenas de fe y de respeto que el Centurión dijo al saber que Cristo intentaba ir
a su casa. ¿Quién es digno de tal visita? Pero a pesar de nuestra indignidad
pecadora, obedecemos al mandato del Señor y nos atrevemos a tomar su Cuerpo,
confiados en que tanto por el Acto Penitencial, como por el Sacramento de la
Reconciliación, Dios nos ha perdonado y hecho menos indignos de comulgar.


6. Comunión
El momento sublime ha llegado y el sacerdote
al presentarnos la Eucaristía nos pide un último acto de fe. Ante la Hostia
Consagrada cuyas apariencias no han cambiado en nada, debemos declarar en voz
clara que creemos firmemente que es el Cuerpo de Cristo, ¡y Dios entra en
nosotros!


Podemos comulgar con una sola especie o con las dos dependiendo de las
circunstancias concretas. Toca al sacerdote juzgar la oportunidad y el modo de
acuerdo con las normas establecidas por la Congregación de la Sagrada Liturgia
de la Santa Sede.


Sobre todo en estos casos se impone el uso del platillo de la Comunión,
porque puede acontecer que la Sangre de Cristo caiga al suelo. ¡Con cuánto
cuidado debemos tratar los Sagrados Misterios!


Podemos también, en el caso de comulgar con una sola especie de pan, recibir
el Cuerpo del Señor en la propia mano, pero tengamos sumo cuidado de no dejar
caer partículas de la Hostia, o pedir así la Comunión con un dejo de orgullo o
familiaridad indebida. Pensemos que nadie, ni el Santo Padre, merece tener a
Cristo en sus manos.


7. Oración después de la Comunión
Haciendo eco a la
oración Colecta y a la oración sobre las Ofrendas, ésta recoge los sentimientos
de la asamblea unificándolos al hecho que acabamos de realizar, la perfecta
Comunión con Cristo Sacramentado.


8. Bendición y despedida
La Misa termina con estos dos
actos, pero nuestra oración no necesariamente debe terminarse. Se impone un
momento íntimo de diálogo con el Señor, realmente presente en nuestro interior.
Es el momento de una Acción de Gracias ya sea muy persona lo tomado de las
hermosísimas oraciones compuestas por los grandes santos para el caso. Ejemplo
de ellas pueden ser las de San Ignacio de Loyola, las de Santo Tomás de Aquino o
las de San Buenaventura.


¡Hay tanto que agradecer al Señor! ¡Hay tanto que pedirle! No debemos
desaprovechar la oportunidad de un sabroso y prolongado coloquio con Nuestro
Señor.


Conclusión


Podemos concluir citando las palabras del Concilio en el documento
Sacrosantum Concilium: “Toda celebración litúrgica, por ser obra de
Cristo Sacerdote y de Su Cuerpo, la Iglesia, es acción sagrada por excelencia
cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna
otra acción de la Iglesia”
.


Conociendo lo que es la Santa Misa, es incomprensible la actitud de aquellos
que asisten tan solo “cuando les nace” como para hacerle a Dios un favor.
Tampoco es congruente aquel que asiste pero no comulga, pretextando “que no se
ha confesado” porque vivir en pecado mortal, es una locura.


La Iglesia siempre ha considerado la Misa dominical como de “precepto”, es
decir, obligatoria. Es la Aplicación concreta del Mandamiento de la Antigua
Alianza: “Santificarás las Fiestas”. El domingo sustituyó al sábado judío,
porque fue en domingo cuando Cristo resucitó y cuando el Espíritu Santo
descendió sobre el Colegio Apostólico en Pentecostés. El domingo es el día del
Señor y a El debe dedicarse.


Un católico instruido, jamás deberá considerar la Misa como una obligación;
es por el contrario, un inmenso privilegio reservado a los cristianos. Muchos
cristianos han comprendido la excelencia del Sacrificio Eucarístico y no se
contentan con adorar a Dios los domingos sino que asisten a Misa y comulgan lo
más frecuentemente posible, hasta diariamente. Viven las palabras del salmista.
“Sediento estoy de Dios, del Dios que me da la Vida” (Salmo 42, 2),
¡dichosas tales almas!

Autor: R.P. Pedro Herrasti, S.M.
Fuente: La Verdad Católica
Org


viernes, 19 de junio de 2009

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús


Domingo de la 12ª semana de Tiempo Ordinario        

Lectura del libro de Job
(38,1.8-11):
El Señor habló a Job desde la tormenta: «¿Quién cerró el
mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse
nubes por mantillas y nieblas por pañales, cuando le impuse un límite con
puertas y cerrojos, y le dije: "Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se
romperá la arrogancia de tus olas”?» 
Palabra de Dios

 Salmo responsorial Sal
106,23-24.25-26.28-29.30-31

R/. Dad gracias al Señor, porque es
eterna su misericordia.

Entraron en naves por el mar,
comerciando
por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas
en el océano. R/.
Él habló y levantó un viento tormentoso,
que
alzaba las olas a lo alto;
subían al cielo, bajaban al abismo,
el
estómago revuelto por el marco. R/.
Pero gritaron al Señor en su
angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave
brisa,
y enmudecieron las olas del mar. R/.
Se alegraron de
aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
en gracias al Señor
por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
R/.
 Lectura de la segunda carta del apóstol san
Pablo a los Corintios (5,14-17):

Nos apremia el amor de Cristo, al
considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Cristo murió por todos,
para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó
por ellos. Por tanto, no valoramos a nadie según la carne. Si alguna vez
juzgamos a Cristo según la carne, ahora ya no. El que es de Cristo es una
criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.Palabra
de Dios.
 Lectura del santo evangelio según san Marcos
(4,35-40):

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos
a la otra orilla.»
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba;
otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían
contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un
almohadón. Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que nos
hundamos?»
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio,
cállate!»
El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué sois
tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»
Se quedaron espantados y se decían unos a
otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le
obedecen!»Palabra de Dios

Serenidad en medio de la Tormenta



      Cuando estábamos en el seminario menor, en invierno, cuando había galerna
en el mar, algunas veces nos dejaban salir a ver las olas que chocaban contra el
malecón que defendía el puerto. Eran terribles. Algunas de ellas llegaban con su
espuma hasta lo alto del faro, que estaba plantado sobre un promontorio enorme
que sobresalía del mar como un inmenso barco. Al chocar contra la orilla, las olas producían un estruendo horrendo.
No era seguro estar cerca de la orilla. No sería la primera vez que un golpe de
mar se llevaba a alguien y el mar no devolvía su cuerpo hasta pasados unos días.

      De vez en cuando la tormenta era tan fuerte que el malecón, hecho a
base de bloques enormes de hormigón, quedaba roto. La fuerza del agua era capaz
de reducir a pequeñas piedras aquellos bloques de muchas toneladas de peso. Pero
el peñón enorme sobre el que estaba edificado el faro, a pesar de los años y de
la fuerza de las olas, a pesar de la erosión que mostraba en su base, permanecía
inamovible.
Las agitaciones de la
vida

      En la vida pasamos también por muchas tormentas. La vida es
cambio y no siempre tranquilo. A veces la leve brisa que alivia el calor del
verano se convierte en viento huracanado que rompe, destruye, destroza y derriba
las construcciones que con tanta dificultad hemos hecho para sentirnos seguros
frente a las adversidades de la vida. Son las enfermedades, los problemas
económicos, las crisis en las vidas de las parejas, las relaciones en las
familias, las crisis de fe.
      Hay muchos problemas que nos atenazan. Hay muchos momentos
de crisis. Son como las olas que chocan continuamente contra la orilla y
terminan por romperla. Nuestro esfuerzo es siempre el de procurarnos la defensa
que nos proteja contra esos vientos impetuosos que amenazan nuestra vida y la de
los nuestros.
      En la Iglesia también sentimos las amenazas de las olas
que chocan contra esta barca del reino. Algunos viven atemorizados porque
piensan que esta sociedad nos ataca y va a terminar por hundir la frágil
barquilla que para ellos es la Iglesia. Creen que hay que construir parapetos,
que hay que reforzar la quilla, que hay que fortalecer el casco, y claman
asustados pensando que nos hundimos. Para evitarlo proponen medidas urgentes.
Algunos hasta se autoproclaman salvadores de la Iglesia.

El faro y el
dique

      Frente a tantas amenazas, hay que recordar lo del faro y
el dique. El dique, obra de la ingeniería, se rompía cada pocos años, el peñón
sobre el que se levantaba el faro, estaba allí, impasible ante las olas y los
vientos, casi se diría que eterno.
      Frente a los que se empeñan en
levantar muros y paredes y techos que nos defiendan de los vientos de este
mundo, hay que recordar que nuestro Dios es el creador de todo, también de los
vientos, que hay que confiar en él y en Jesús, su hijo y señor nuestro. Sólo él
es capaz de levantar las peñas que aguantan todo. La frágil barquilla de la
Iglesia no es tan frágil porque cuenta con la presencia de Jesús. Nuestra vida puede estar agitada por la enfermedad, los disgustos y
tantas otras cosas. Sentiremos el choque de las olas, hasta es posible que nos
mareemos y sintamos miedo. Pero sabemos que el Señor está con nosotros. Y que,
con su presencia, no hay mar ni tormenta que no podamos atravesar. Es cuestión
de confiar. Y saber que siempre, siempre, después de la tormenta, viene la
calma. Porque el Señor lo es también de la tormenta.
      Entonces, ¿nos da
lo mismo todo? No. De ninguna manera. Con Jesús nos sentimos servidores del
Reino, trabajadores de la fraternidad, atentos a las necesidades de nuestros
hermanos y hermanas. Seguros de que todo lo que hagamos en favor del Reino
estará bendecido por Dios. Y, sin desanimarnos nunca, porque sabemos que estamos
apoyados en la roca firme, la que aguanta todas las olas y vientos; porque
sabemos que nuestra barca aguantará la tormenta. En el nombre de Jesús.

Fernando Torres Pérez cmf

Sábado de la 10ª semana de Tiempo Ordinario. Inmaculado Corazón
de María.

 Isaías 61, 9-11
Desbordo de gozo
con el Señor
La estirpe de mi pueblo será célebre entre las naciones, y
sus vástagos entre los pueblos.
Los que los vean reconocerán que son la
estirpe que bendijo el Señor.
Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro
con mi Dios: porque me ha vestido con un traje de gala y me ha envuelto en un
manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con
sus joyas.
Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus
semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los
pueblos Palabra del Señor
 Mi corazón se regocija por el Seño, mi
salvador.

Mi corazón se regocija por el señor,
mi poder se exalta
por Dios;
mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación.
R.
Se rompen los arcos de tus valientes,
mientras los
cobardes se ciñen de valor;
los hartos se contratan por el pan,
mientras
los hambrientos engordan;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras
la madre de muchos queda baldía. R.
El Señor da la muerte y la
vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,

humilla y enaltece. R.
Él levanta del polvo al desvalido,

alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes

y que herede un trono de gloria. R.
 Lucas 2,41-51
Los padres de Jesús
solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
Cuando Jesús
cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se
volvieron; pero el niño Jesús se quedo en Jerusalén, sin que lo supieran sus
padres.
Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y
se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se
volvieron a Jerusalén en su busca.
A los tres días, lo encontraron en el
templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas;
todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que
daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
“Hijo,
¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos
angustiados.”
Él les contestó:
“¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais
que yo debía estar en la casa de mi Padre?”
Pero ellos no comprendieron
lo que quería decir.
Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su
autoridad.
Su madre conservaba todo esto en su corazón. Palabra del Señor
Queridos amigos y amigas:
Tras celebrar la Solemnidad del Corazón de
Jesús, celebramos hoy la Memoria del Inmaculado Corazón de María. Tras el Hijo
viene la Madre: la que nos lo regala y nos lleva hasta Él.

¿Y qué tiene
el Corazón de María?
“Su madre conservaba todo esto en su corazón”. El
Corazón de María está lleno de Jesús. En sus entretelas guarda toda su vida: sus
palabras, sus gestos, sus detalles… Acercarse a María es ver a Jesús desde los
ojos de la madre, que quiere entender en medio de las dudas, que busca confiar
en medio de la dificultad… que está al pie de la cruz frente a toda
desesperanza.
“Proclama mi alma la grandeza del Señor”. El Corazón de
María está lleno de alegría y de esperanza. Ella hace presente aquél “desbordo
de gozo con el Señor” que dijera Isaías. Porque es capaz de reconocer que la
Buena Noticia esperada se ha cumplido en su Hijo. Que Dios es fiel. Y que sigue
con nosotros, alentándonos en cualquier lucha. Por eso siempre hay
futuro.
“Haced lo que Él os diga”. El Corazón de María está lleno de
compromiso. Porque es el corazón de la mujer que se pone en camino, hacia la
montaña, a servir a su prima. Porque es el corazón de la mujer que, ante la
falta de vino y el peligro del fin de la fiesta, nos dice “haced lo que Él os
diga”. Los hijos de María tenemos tarea, proyecto: hacer lo que Él nos dijo
–amar, perdonar, bautizar, anunciar el Evangelio, partir el pan, dar de comer,
vestir al desnudo, visitar al enfermo…
Corazón fiel de María
sé nuestra
compañía
.
Vuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez,
claretiano (luismacmf@yahoo.es)

Viernes de la 11ª semana de Tiempo Ordinario.Solemnidad del
Sagrado Corazón de Jesús

Lectura de la profecía de Oseas 11, 1b. 3-4.
8c-9

Así diece el Señor:

-”Cuando Israel era joven, lo amé, desde
Egipto llamé a mi hijo. Yo enseñe a andar a Efraín lo alzaba en brazos; y él
comprendía que yo lo curaba.

Con cuerdas humanas, con correas de amor lo
atraía; era para ellos como el que levanta el yugo de la cerviz, me inclinaba y
le daba de comer.
Se me revuelve el corazón , se me commueven las
entrañas. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín; que
soy Dios, y no hombre; santo en medio de ti, y no enemigo a la
puerta”Palabra de Dios
 Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6
R. Sacaréis aguas con
gozo de las fuentes de la salvación.
El Señor es mi Dios y
Salvador:
confiaré y no temeré, porque mi fuerza
y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.
Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la
salvación. R.
Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los
pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso. R.
Tañed para
el Señor,
que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad
jubilosos, habitantes de Sión:
«Qué grande es en medio de ti el santo de
Israel.» R.
 Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los
Efesios 3, 8-12. 14-19

Hermanos:
A mí, el más insignificante de
todos los santos, se me ha dado esta gracia: anunciar a los gentiles la riqueza
insondable que es Cristo, y aclarar a todos la realización del misterio,
escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo.
Así,
mediante la Iglesia, los Principados y Potestades en los cielos conocen ahora la
multiforme sabiduría de Dios, según el designio eterno, realizado en Cristo
Jesús, Señor nuestro, por quien tenemos libre y confiado acceso a Dios, por la
fe en él.
Por esta razón, doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma
nombre toda familia en el cielo y en la tierra, pidiéndole que, de los tesoros
de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu robusteceros en lo profundo de
vuestro ser, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, que el amor sea
vuestra raíz y vuestro cimiento; y así, con todos los santos, lograréis abarcar
lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda
filosofía: el amor cristiano.
Así llegaréis a vuestra plenitud, según la
plenitud total de Dios.Palabra de Dios.
  Lectura del santo evangelio según san Juan 19,
31-37
En aquel tiempo, los judíos, como era el día de la Preparación,
para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado
era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los
quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al
otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había
muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza,
le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.
El que lo vio da
testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que
también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le
quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que
atravesaron.»Palabra del Señor.

Queridos amigos y amigas:
Hoy celebramos la Solemnidad del Corazón de
Jesús.
En la manera de comprender el ser humano que tenían los judíos, el
corazón simboliza el centro de la persona, allí donde se constituye el ser y se
toman las decisiones fundamentales: amor-odio; vida-muerte.
El Evangelio
nos presenta al Corazón de Jesús como un corazón entregado. Así fue toda su
vida: una entrega a la voluntad del Padre. Desde su Bautismo, esa entrega se
hace explícita en la oración confiada y en la dedicación cotidiana en palabras y
obras.
Al final de su vida, esa entrega se hace total: permanece en la
dificultad, asume su destino, lava los pies a los suyos, les regala el
mandamiento del amor, les anticipa su entrega en el pan y en el vino… muere en
la cruz amando y perdonando.
Ese es el Corazón de Jesús: lleno de Amor,
lleno de Vida. Amor entregado, amor crucificado, del que brotan el agua y la
sangre, símbolos del Bautismo y de la Eucaristía que nos hacen hijos y hermanos,
para vivir con su mismo corazón.
Desde la eternidad, el Corazón de Jesús
sigue palpitando como lo hizo en nuestro mundo: pasión por Dios, pasión por la
humanidad. Esas son las “pasiones” que se nos invitan a vivir a sus seguidores.
Ser personas de corazón de carne –no de piedra-, un corazón que palpite al ritmo
de Dios y de los demás. Entregados… como Él se entregó. “Gratis lo recibisteis,
dadlo gratis”.
Gracias, Señor, por tu
Corazón,

por tu Vida, por tu Amor.
Aleja de mi todo lo
que sea muerte y egoísmo.

Devuélveme el corazón de carne,
capaz de sentir,
com-padecer y amar de verdad.

En Ti confío.
Vuestro hermano en la
fe:
Luis Manuel Suárez, claretiano (luismacmf@yahoo.es) 

   de la 11ª semana de Tiempo Ordinario
 Lectura de la segunda carta del apóstol san
Pablo a los Corintios 9, 6-11

Hermanos: Ojalá me toleraseis unos
cuantos desvaríos; bueno, ya sé que me los toleráis. Tengo celos de vosotros,
los celos de Dios; quise desposaros con un solo marido, presentándoos a Cristo
como una virgen intacta. Pero me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva
con su astucia, se pervierta vuestro modo de pensar y abandone la entrega y
fidelidad a Cristo. Se presenta cualquiera predicando un Jesús diferente del que
yo predico, os propone un espíritu diferente del que recibisteis, y un Evangelio
diferente del que aceptasteis, y 1o toleráis tan tranquilos. ¿En qué soy yo
menos que esos superapóstoles? En el hablar soy inculto, de acuerdo; pero en el
saber no, como os lo he demostrado siempre y en todo. ¿Hice mal en abajarme para
elevaros a vosotros? Lo digo porque os anuncié de balde el Evangelio de Dios.
Para estar a vuestro servicio, tuve que saquear a otras Iglesias, aceptando un
subsidio; mientras estuve con vosotros, aunque pasara necesidad, no me aproveché
de nadie; los hermanos que llegaron de Macedonia proveyeron a mis necesidades.
Mi norma fue y seguirá siendo no seros gravoso en nada. Lo digo con la verdad de
Cristo que poseo; nadie en toda Acaya me quitará esta honra. ¿Por qué?, ¿porque
no os quiero? Bien lo sabe Dios.Palabra de Dios.
 Sal 110, 1-2. 3-4. 7-8
R. Justicia y
verdad son las obras de tus manos, Señor.

Doy gracias al Señor de
todo corazón, en compañía de los rectos, en la asamblea. Grandes son las obras
del Señor, dignas de estudio para los que las aman. R.
Esplendor
y belleza son su obra, su generosidad dura por siempre; ha hecho maravillas
memorables, el Señor es piadoso y clemente. R.
Justicia y verdad
son las obras de sus manos, todos sus preceptos merecen confianza: son estables
para siempre jamás, s e han de cumplir con verdad y rectitud. R.
 Lectura del santo evangelio según san Mateo
6, 7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Cuando
recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por
hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que
os hace falta antes que lo pidáis. Vosotros rezad así: "Padre nuestro del cielo,
santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como
en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas,
pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en
la tentación, sino líbranos del Maligno." Porque si perdonáis a los demás sus
culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras
culpas.»Palabra del Señor 
de la 11ª semana de Tiempo Ordinario

 Lectura de la segunda carta del apóstol san
Pablo a los Corintios 9, 6-11

Hermanos: El que siembra tacañamente,
tacañamente cosechará; el que siembra generosamente, generosamente cosechará.
Cada uno dé como haya decidido su conciencia: no a disgusto ni por compromiso;
porque al que da de buena gana lo ama Dios. Tiene Dios poder para colmaros de
toda clase de favores, de modo que, teniendo siempre lo suficiente, os sobre
para obras buenas. Como dice la Escritura: «Reparte limosna a los pobres, su
justicia es constante, sin falta.» El que proporciona semilla para sembrar y pan
para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de
vuestra justicia. Siempre seréis ricos para ser generosos, y así, por medio
nuestro, se dará gracias a Dios.Palabra de Dios.
 Sal 111, 1-2. 3-4. 9
R. Dichoso quien terne
al Señor.
Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. Su
linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita.
R.
En su casa habrá riquezas y abundancia, su caridad es
constante, sin falta. En las tinieblas brilla como una luz el que es justo,
clemente y compasivo. R.
Reparte limosna a los pobres; su caridad
es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad. 
 Lectura del santo evangelio según san Mateo
6, 1-6. 16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Cuidad
de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por
ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por
tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como
hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser
honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio,
cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así
tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.
Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en
las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os
aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu
aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu
Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis
cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente
que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando
ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la
gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo
escondido, te recompensará.»Palabra del Señor

Martes de la 11ª semana de Tiempo Ordinario
Lectura de la segunda carta del apóstol san
Pablo a los Corintios 8, 1-9

Queremos que conozcáis, hermanos, la
gracia que Dios ha dado a las Iglesias de Macedonia: En las pruebas y desgracias
creció su alegría; y su pobreza extrema se desbordó en un derroche de
generosidad. Con todas sus fuerzas y aún por encima de sus fuerzas, os lo
aseguro, con toda espontaneidad e insistencia nos pidieron como un favor que
aceptara su aportación en la colecta a favor de los santos. Y dieron más de lo
que esperábamos: se dieron a sí mismos, primero al Señor y luego, como Dios
quería, también a nosotros. En vista de eso, como fue Tito quien empezó la cosa,
le hemos pedido que dé el último toque entre vosotros a esta obra de caridad. Ya
que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el
empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra
generosidad. No es que os lo mande; os hablo del empeño que ponen otros para
comprobar si vuestro amor es genuino. Porque ya sabéis lo generoso que fue
nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para
enriqueceros con su pobrezaPalabra de Dios.
 Sal 145, 2. 5-6. 7. 8-9a
R. Alaba,
alma mía, al Señor.

Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que
espera en el Señor, su Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay
en él; que mantiene su fidelidad perpetuamente. R.
Que hace
justicia a los oprimidos, quEl Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a
los que ya se doblan, el Señor ama a los justos. El Señor guarda a los
peregrinos. R.
 Lectura del santo evangelio según san Mateo
5, 43-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Habéis oído
que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os
digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis
hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y
buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os
aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si
saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo
mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre
celestial es perfecto.Palabra del Señor

 Lectura de la segunda carta del apóstol san
Pablo a los Corintios 6, 1-10

Hermanos: Secundando su obra, os
exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo
favorable te escuché, en día de salvación vine en tu ayuda»; pues mirad, ahora
es tiempo favorable, ahora es día de salvación. Para no poner en ridículo
nuestro ministerio, nunca damos a nadie motivo de escándalo; al contrario,
continuamente damos prueba de que somos ministros de Dios con lo mucho que
pasamos: luchas, infortunios, apuros, golpes, cárceles, motines, fatigas, noches
sin dormir y días sin comer; procedemos con limpieza, saber, paciencia y
amabilidad, con dones del Espíritu y amor sincero, llevando la palabra de la
verdad y la fuerza de Dios. Con la derecha y con la izquierda empuñamos las
armas de la justicia, a través de honra y afrenta, de mala y buena fama. Somos
los impostores que dicen la verdad, los desconocidos conocidos de sobra, los
moribundos que están bien vivos, los penados nunca ajusticiados, los afligidos
siempre alegres, los pobretones que enriquecen a muchos, los necesitados que
todo lo poseen.Palabra de Dios.
 Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4
R. El Señor da
a conocer su victoria.

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha
hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. R.

El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se
acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
R.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de
nuestro Dios. Aclamad al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad.
R.
 Lectura del santo evangelio según san Mateo
5, 38-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Habéis oído
que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente". Yo, en cambio, os digo: No hagáis
frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla
derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la
túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla,
acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo
rehuyas.»Palabra del Señor