sábado, 20 de junio de 2009

Dichosos los que no han visto y han c...

Dichosos los que no han visto y han creídoTags: ,




Dichosos los que no han visto y han creídoFiesta de Sto. Tomás, apóstol

Querido padre Tomás:


¡Feliz día de tu Santo! Algo muy gracioso me sucedió hace un par de años.
Estaba pensando en ello cuando decidí escribirte. Lo que pasó fue que el padre
Martín Lucia y yo fuimos juntos a un retiro espiritual. Como yo tenía un resfrío
muy fuerte y estaba tosiendo, el padre Martín me sugirió que tomara un trago de
coñac para que me ayudara a dormir. No había llevado despertador y estaba
preocupado que si tomaba el trago no iba a poder levantarme a las 3:00 a.m. para
mi hora Santa con el Señor en el Santísimo Sacramento.


El padre Martín me aseguró que Dios iba a encontrar la forma de despertarme,
así tomé el coñac. ¡Pum! A las 3:00 a.m. oí un fuerte golpe seguido de otros en
la puerta. Esperando ver al padre Lucia cuando abrí la puerta, me quedé muy
sorprendido al mirar hacia abajo y ver a un perro en su lugar. El perro había
entrado a la casa, subido la escalera, se había puesto de espalda a la puerta y
con la cola la golpeaba hasta que me levanté a abrirla. A la mañana siguiente me
enteré que el perro nunca entraba a la casa.


Estoy sentado aquí pensando para mis adentros: Si Dios puede utilizar un
perro para llevarme a mi hora Santa, ¿no podría usarme a mí, querido Tomás, para
acercarte más al Santísimo Sacramento? Quiero seguir escribiéndote en mi máquina
de escribir, con la misma fuerza del perro que golpeaba mi puerta, hasta que por
la gracia de Dios empieces a hacer una hora Santa por día y tengas Adoración
Perpetua en tu parroquia.


Es solo cuestión de fe, ¡fe en que el Santísimo Sacramento es realmente la
persona de Jesús, aquí con nosotros, en este mismo lugar y en este mismo
momento! Tu tocayo no creyó que Jesús había resucitado,
“Si no veo en sus
manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no
meto mi mano en su costado, no creeré”
(Jn 20,25).


Por esta razón se le llama: “Tomás el Incrédulo”. ¿Quién es hoy “Tomás el
Incrédulo”? La gente cree en la Resurrección pero, ¿saben dónde mora el Señor
resucitado? ¡Hoy, “Tomás el Incrédulo” es aquel que no cree que el Santísimo
Sacramento es Jesús, nuestro Salvador Resucitado, con todo el poder de Su
Resurrección, que derrama gracias abundantes sobre todos aquellos que se acercan
a Su divina presencia!


Muchos dirán que “sí” creen en la Presencia Real. Pero la fe es mucho más que
una aprobación intelectual. La creencia es inseparable del comportamiento. Si
creemos que Jesús está presente en el Santísimo Sacramento, entonces nos
comportamos de acuerdo a nuestra creencia. Vamos a Él, nos acercamos a Él,
correos hacia Él. San Pablo dice,
“La fe es garantía de lo que se espera; la
prueba de las realidades que no se ven”
(Heb 11,1).


Si pudieras ver a Jesús en el Santísimo Sacramento, Tomás, ¿no reservarías
una hora todos los días para estar con Él? Si pudieras verlo como realmente Él
es, ¿no tendrías Adoración Perpetua en tu parroquia? El mundo entero vendría día
y noche a verlo y a estar con Él.


Imagínate lo que sucedería si Jesús se hiciera visible en el Santísimo
Sacramento. Todo el mundo querría tomar el primer vuelo hacia las Filipinas para
ir a tu parroquia. Y, ¿no le diría Jesús a cada uno lo que le dijo al apóstol
Tomás:
“Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han
creído”
? (Jn 20,29).


En el Evangelio de hoy, Jesús se le aparece a Tomás para que crea que ha
resucitado. La maravilla más grande de su amor no es que Él se te aparezca;
Jesús te espera en el Santísimo Sacramento. Él quiere que vayas a Él por la fe,
para que por toda la eternidad te pueda llamar “BIENAVENTURADO”.


Su amor es más que decir: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu
mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”
(Jn
20,27).


Jesús en el Santísimo Sacramento es el mismo que dijo estas palabras a Tomás,
el mismo que atravesó las puertas cerradas y que se presentó en medio de loa
apóstoles y les dijo:
“La paz esté con vosotros”.


Esta es la paz que Jesús quiere que tengas en tus horas santas. La
experiencia de esta paz es mucho mayor que si Jesús te mostrara sus llagas. Sus
llagas no se ven en el Santísimo Sacramento. Sus llagas son ahora la belleza del
paraíso. Estas llagas brillan más gloriosamente que el sol. Estas llagas son
fuente de Gracia.


Jesús quiere darte la plenitud de estas gracias, que vengas a Él por la fe.
Por eso es mucho mejor que Él no te muestre Sus llagas visiblemente como al
apóstol Tomás, porque Él quiere derramar sobre ti las gracias invisibles de
estas llagas con todo el merito, toda la gloria, la belleza y el amor salvífico
que emanan de ellas.


Con cada hora Santa que hagas, le estás diciendo a Jesús: “Señor mío y
Dios mío”
(Jn 20,28).


Y cada vez Él te dice: “Dichoso eres, Tomás, porque no has visto y has
creído”
.


Fraternalmente tuyo en
Su Amor Eucarístico,Mons. Pepe

Aquí está la Sierva de Dios  Pedro Manuel Sarmiento

 El rumor de los ángeles es muy débil, sólo se escucha cuando todo lo
demás reposa en silencio. Ella lo oía a menudo. Estaba acostumbrada al canto de
los pájaros. Sabía que un copo de nieve suena como una nota colgada de un hilo
de frío. Pero para oír a Gabriel, tuvo que sentir su propio corazón que, aquel
día, le decía cosas sorprendentes: Dios podía ser grande y pequeño a la vez;
estaba enamorado de ella para hacer realidad sueños imposibles, veía el mundo
del revés: los poderosos no podían nada, los humildes tenían su oportunidad.
Dios se acordaba de los hombres, y ella..., a ella sólo se le ocurría un
monosílabo repetido: sí, sí...


Dicen que los ángeles no tienen corazón, amar sólo pueden los
humanos y Dios.
Por eso Gabriel se volvió palabra de Dios, mensajero de un
eco: "no necesito una Sierva, serás mi madre, y hasta me pondrás un nombre, el
que a ti y a mí nos guste, ¿qué te parece Jesús? Por eso Gabriel está confuso,
oye dos latidos y
uno no es suyo: el de la mujer, ¡ah, el niño!, justo de
quien te estaba hablando.
Los ángeles no hacen ruido, y Gabriel se ha
marchado discretamente. Pero Dios hablaba ya, su eco y su música.

Y en la tierra paz

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Pedro Manuel Sarmiento

 

Todas las madres saben  que su hijo es el más precioso. Tú también lo
pensabas y... , aunque a todas las demás no se les pueda quitar la razón, tenías
buenos motivos para creértelo. Había nacido de ti, la preferida de Dios, a quien
decía cosas al oído.

Ilustración: Maximino Cerezo Barredo,
cmf

Él era el príncipe de la paz. Un príncipe pequeñito, que se te
parecía, y que ya esbozaba sonrisas como un espejo imitador de tus gestos. El
niño era de esos que no dan guerra.

Quienes vieron, sintieron que algo
había cambiado. El infinito se había abreviado en su cara. Dios miraba por sus
ojos, desde abajo, al ser humano a quien siempre había visto grande y erguido. Y
. agarraba cualquier dedo, co­mo hacen los niños desde el primer día, para
aliarse con la carne de sus queridos seres hermanos. Temblaba ya, como tiemblan
los hombres, respiraba, latía, se sometía al rigor del tiempo: días, fríos y
cálidos, tiempo de cualquier hombre, que cuando nace se está muriendo porque
vive.

Eso de hacerse hombre le gustaba al niño, resultaba algo más que
interesante, era apasionante ...
¡María, enséñanos al crío! Queremos ver
cómo es Dios, y cómo somos nosotros cuando se nos junta con el amor y la paz. y
vimos el reflejo de los ojos eternos de una muchacha sonriente que creía, con
razón, que su hijo era el más guapo del mundo.
Y vendrán del Oriente

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Pedro Manuel Sarmiento

 

Eran unos personajes extraños. Ella, que no había viajado mucho más allá
del su pueblo y el de su prima, no había visto nada igual. Al principio sólo
pudieron entenderse por gestos amables. La sonrisa de María había fijado el
curso de la estrella. Se había parado allí donde abrazaba a su niño
pequeño.

Ilustración: Maximino Cerezo Barredo,
cmf
Eran unos hombres grandes, que arrastraban sus tesoros para
ponerlos en su regazo. La intuición los puso en camino con la esperanza de
encontrar a alguien mayor que ellos.
El ámbar, el incienso, la mirra, el
oro, la especería y las esencias más puras, se les olvidaron en el equipaje, al
contemplar los pliegues de tu vestido desde donde, tu niño deslumbrante, nublaba
sus sentidos con una mirada cómplice de amor y paz.
se acordaron de los
regalos, estaban bastante confusos. Mejor así, el nuevo Rey no necesitaba
riqueza. Era él quien regalaba al contemplarle. Por eso María y José no salieron
de pobres tras la visita, pero los extraños se fueron mucho más ricos de lo que
habían llegado.
Ellos pensaron que habían soñado el
encuentro.
Allí se estaba inclinando la eternidad, y dudaron de sí
mismos, porque al Hijo de Dios no se lo habían imaginado así. ..
Pero ya no
eran los más grandes. La pequeña madre acunaba al mayor tesoro. Sólo al
marcharse.

María del Exilio

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Pedro Manuel Sarmiento

 Los gemidos de Raquel aún taladraban el silencio, cuando salieron
los tres fugitivos. Llevaban lo imprescindible, y dejaban todo lo suyo al
cuidado de Dios. ¡Un hombre necesita tan poco cuando tiene que huir! Jesús ya
estaba en el amplio mundo, y parecía no querer saber de sus fronteras. El
extranjero también era su casa, el destierro su destino, igual que el de los
miles de hijos de una Madre silenciosa, que acuna el sueño tranquilo de su
príncipe de la paz. Dios es manso en sus brazos. No acepta lucha con el enemigo,
se retira, silencioso, hasta que la justicia y el amor sean las únicas cláusulas
del tratado con los poderosos.


Ilustración: Maximino Cerezo Barredo,
cmf
 María, José y el niño huyen hasta que Herodes entre en
razón. Dicen que no lo hizo y, como siempre, fue su muerte la última palabra. El
mundo entonces estaba igual de al revés que ahora, sólo cambiaba la dirección,
había que huir del norte al sur, y luego, como siempre, no desesperar... El
exilio era la esperanza de Dios, su hogar el camino con los hombres que sufren,
allí donde lloran las madres porque nada se entiende: Dafur, Gaza,
Congo...
 Y dicen, eso siempre en la versión de los evangelios
apócrifos, que Dios Padre fue muy buen amo de casa en Nazaret, y cuidó de todo,
tanto que a su vuelta parecía que nunca se hubieran ido. María, vuelves al hogar
para decirnos a todos: ¡no os preocupéis que Dios está en casa! el Martes 17 de 
Iba creciendo  Pedro Manuel Sarmiento

 El chico era una joya. En Nazaret todos disfrutaban al verle. Era el
orgullo de su padre y de su madre, sobre todo cuando les decían que se estaba
haciendo un hombre, y que se parecía mucho a ellos. A María le gustaba ver su
cara. Le recordaba muchos rasgos de ella misma: esos ojos y ese mirar que
irradiaban felicidad.


A él le hacía gracia que le preguntarán siempre qué le
daba su madre para crecer. Contestaba con una repuesta curiosa y un poco
enigmática: "la gracia es suya y mía..." Según dicen los sabios exégetas, en
arameo parece que sonaba parecido a decir: "yo todo lo que tengo es un
regalo".
Era muy apañado y servicial. Siempre endulzaba la vida con el
silencio de quien acompaña desde el silencio. Daba gusto tener a Jesús en casa,
haciendo las pequeñas cosas de cada día. Sabía hacer fácil lo difícil, agradable
lo desagradable y, sobre todo, había, aprendió a sonreír como su
madre.
 Si, iba creciendo, y Dios se hacía grande, en el cuerpo de un
pequeño gran hombre, que tenía una madre joven, guapa, y dispuesta a hacer de su
corazón el hogar de su Hijo y el de todos sus amigos. del 2009 - Vida de María

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