sábado, 20 de junio de 2009

Año Sacerdotal





Una vez le escuché a un amigo una simpática anécdota sobre Juan María Vianney
(el Santo Cura de Ars)… contaba él que este piadosísimo sacerdote era molestado
frecuentemente por el demonio, quien aprovechaba cada oportunidad para ponerle a
prueba… un día, Juan María se sentía un poco indispuesto y se dirigió a la
letrina para… bueno, para hacer lo que se hace en ese lugar… se sentó y, como el
santo aprovechaba cada instante para orar, tomó su rosario y comenzó a desgranar
sus cuentas… en eso se le presenta el enemigo y en tono burlón lo dice:


- “¡Cura blasfemo… te jactas de servir a Dios frente al altar, pero mira a
donde has venido a traer tus devocioncillas! ¿No te da vergüenza rezarle a la
Virgen mientras defecas?”


El Cura de Ars, acostumbrado ya a estos ataques, le respondió:


- “¿Por qué te inquietas? No hay nada de malo en mi devoción, pues todo lo
que sube es para Dios… y lo que baja, ¡para ti!”


Al escuchar esto, el demonio salió de allí rabiando pues no había conseguido
quitarle la paz al Cura de Ars.


Ustedes se preguntarán, a qué el chistecito este… pues realmente fue una
anécdota que me contó el diácono Evaristo Guzmán un día que conversábamos sobre
lo que significa la santidad y cómo el Señor respeta la identidad de cada uno de
sus hijos… y aún así, a pesar de las debilidades y fragilidades, cuando nos
ponemos confiadamente en Sus manos, Él obra en y a través del más pequeño e
insignificante de todos: laicos u ordenados…


El día de hoy iniciamos el Año Sacerdotal que el Santo Padre
ha proclamado con ocasión al 150 aniversario del
“dies natalis” de Juan
María Vianney (4 de agosto)… con el lema
“Fidelidad de Cristo, fidelidad del
sacerdote”
… ¡hasta en el lema se ve la mano del Espíritu!


Este año es una oportunidad maravillosa que el Señor nos ofrece para tomar
conciencia de lo importante que son nuestras oraciones para ayudar a nuestros
sacerdotes… para alcanzar las gracias que necesitan para poder perseverar en su
ministerio… y para que puedan crecer en santidad…

Oración por los Sacerdotes

Oh, Dios eterno y omnipotente, mira el rostro de tu Cristo, y por amor a Él,
que es el Sumo Sacerdote eterno, ten piedad de tus sacerdotes. Recuerda Dios
misericordiosísimo, que no son sino unos seres humanos, débiles, frágiles.
Renueva en ellos la gracia que han recibido por la imposición de las manos del
Obispo. Guárdalos cerca de Ti, para que el enemigo no prevalezca contra ellos; a
fin de que nunca hagan nada que desdiga en punto alguno de su sublime
vocación.

Oh, Jesús, a Tí ruego por tus sacerdotes infieles y tibios; por tus
sacerdotes que laboran en casa o fuera en campo de misión; por tus sacerdotes
jóvenes; por tus sacerdotes enfermos; por tus sacerdotes en el purgatorio.

Pero sobre todo te encomiendo a los sacerdotes que me son más queridos; al
sacerdote que me bautizó; a los sacerdotes que me absolvieron de mis pecados; a
los sacerdotes cuya Misas asistí, y que me dieron tu cuerpo y tu Sangre en la
Sagrada Comunión, a los sacerdotes que me enseñaron y me instruyeron o me
animaron y me ayudaron; a los sacerdotes a quienes debo algo en cualquier otro
modo, especialmente…

oh Jesús guárdalos a todos cerca de tu Corazón y bendícelos copiosamente, así
en el tiempo como en la eternidad. Amén.

Introducción


El 4 de diciembre de 1963 fue promulgado el Decreto Sacrosanta
Concilium
para la reforma litúrgica. Era el primero de los documentos
emanados del Concilio Vaticano II.


Por casi 400 años, la liturgia católica había estado normada por lo que el
Concilio de Trento (1545-1563), en tiempos de San Pío V, había dictaminado. La
Santa Misa se celebraba exactamente igual en todas partes del mundo y el Misal
era idéntico en todos los países; estaba en lengua latina y sus rúbricas estaban
perfectamente establecidas.


Era realmente hermoso ver y escuchar en cualquier parte del mundo los mismos
movimientos, las mismas frases. Daba una idea de la universalidad de la Iglesia
Católica. En Japón como en Argentina, los fieles escuchábamos el
Dominus
vobiscum
que el sacerdote pronunciaba en voz baja para que el acólito (que
representaba a toda la feligresía) contestara también en voz baja:
“Et cum
Spíritu tuo”
.


Cada domingo del año tenía sus lecturas invariables: escuchábamos 52 párrafos
del Evangelio año tras año. Algunos fieles poseían y sabían manejar su Misal
Diario para poder entender en español lo que el sacerdote rezaba en latín, la
lengua oficial de la Iglesia. Otros se contentaban con rezar cada vez la famosa
“Misa de Lavalle”, o rezaban otras oraciones como el Vía Crucis o el Santo
Rosario, mientras el sacerdote oficiaba, de espaldas al pueblo, en latín y en
voz baja, las oraciones y ritos de la Misa.


Así eran las cosas y nadie se extrañaba de ello. Las cosas de Dios eran
misteriosas de por sí. La Santa Misa había sido siempre así y supuestamente así
debería seguir siendo.


Por eso el decreto Sacrosantum Concilium causó tanto impacto. De
todos los documentos del Concilio, fue el que tuvo más inmediatos efectos. Sin
ser el más importante, fue el que el pueblo fiel percibió primero al ver cómo la
Misa iba cambiando poco a poco.


Las reformas litúrgicas han sido graduales, como dando tiempo a la Iglesia de
ir comprendiendo cada vez mejor el Santo Sacrificio de la Misa. Los jóvenes
nacidos después del Concilio, no pueden darse una idea de lo que significó para
los adultos oír por primera vez al sacerdote saludarnos en castellano con el
“El Señor esté con vosotros” y poder contestar, ahora todos en voz
alta:
“Y con tu espíritu”.


Y cuando por fin el altar fue cambiado para el pueblo y toda la Misa fue
traducida a todas las lenguas, hubo júbilo en la Iglesia, asombro en muchos, y
rechazo en algunos.


Los efectos de la reforma litúrgica (que no sólo abarca la Santa Misa, sino
todos los Sacramentos y hasta el Oficio Divino que rezan los sacerdotes todos
los días) se han sentido cada vez con mayor profundidad. No han faltado, por
desgracia y como era natural, excesos y desviaciones que la Santa Sede ha
tratado de controlar, pero en general podemos decir que el Pueblo Fiel ahora
participa y comprende muchísimo más la esencia de la Misa.


¿Qué es la Santa Misa?


Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche en que le traicionaban,
instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, con el que
perpetuaría por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y así
confiaría a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su Muerte y Resurrección:
sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual,
“en el cual se come a Cristo, el alma se llena de Gracia y se nos da una
prenda de la Gloria venidera”
. Así define el Concilio en el número 47 del
decreto
Sacrosantum Concilium la esencia del Sacrificio
Eucarístico.


Los tres Evangelistas llamados sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas, nos relatan
directamente lo sucedido en la Última Cena, y San Pablo, en su primera carta a
los Corintios (11, 23-25), nos consigna lo que él mismo ya recibió por
tradición. Antes de que los Evangelios fueran redactados, ya la Iglesia
celebraba la Sagrada Eucaristía.


¿Qué es un sacrificio?


Desde la más remota antigüedad el hombre ha intentado adorar, complacer o
aplacar al Dios verdadero o a sus falsas divinidades por medio de los
sacrificios. Ante la imposibilidad física de dar a sus dioses algún regalo, han
destruido en su honor toda clase de dones hasta llegar a los sacrificios
humanos. Los sacrificios para agradar a Dios, están simbolizados en el libro del
Génesis, Capítulo 4, con las ofrendas de Caín y Abel.


El Pueblo de Dios, Israel, ofrecía a Yahvé diversas clases de sacrificios y
holocaustos, cuya descripción minuciosa encontramos en el Levítico.


Ahora bien: evidentemente los sacrificios de la Antigua Alianza y con más
razón los ofrecidos por los pueblos paganos a sus falsos dioses, carecían de
toda eficacia para obtener el perdón de los pecados (Hebreos 10, 1-4). No existe
ninguna proporción entre la ofensa hecha a Dios, y el valor de la sangre de
machos cabríos o toros.


El único sacrificio eficaz


Es por esto que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, tomando un
cuerpo perfectamente humano de las entrañas purísimas de la Virgen María,
llevando sobre sí el pecado del mundo, se ofrece como Víctima Divina en el altar
del Calvario por la Redención del género humano (Hebreos 4, 5-10).


Siendo Jesucristo Persona Divina, su sangre es la única que eficazmente y de
una vez para siempre,
“borra el pecado del mundo”. Un sólo sacrificio
era necesario y suficiente para nuestra salvación: el Sacrificio de Jesús en la
Cruz. Nadie puede ofrecer a Dios un Sacrificio comparable, ni nadie podrá
salvarse si no es por Cristo muerto en la Cruz y resucitado y glorioso al tercer
día.


Los tres momentos de la Redención


Nuestro Señor Jesucristo realizó su sacrificio redentor en tres momentos
diferentes, en tres días diferentes:
la Última Cena, la Muerte en
el Calvario
y la Resurrección al tercer día. Estos tres momentos
constituyen lo que la Iglesia llama
“El Misterio Pascual del
Señor”
.


En la Última Cena, Jesús entrega ya en realidad su Cuerpo y
su Sangre, ofreciéndose por la salvación de todos. El
Viernes
Santo
se hace la dolorosa realidad de su Pasión y Muerte en la Cruz y
triunfa, del pecado y de la muerte, el
Domingo de Resurrección,
el primer domingo de la historia.


Estos tres hechos redentores se realizan al unísono en cada Misa y
constituyen juntos un solo hecho Redentor que se prolonga y actualiza en el
tiempo y en el espacio en cada altar católico.


En efecto: Cada vez que un sacerdote católico consagra el pan y el vino,
Jesucristo se hace realmente presente en las especies sacramentales y al mismo
tiempo se entrega en alimento como en la Última Cena; muere como el Viernes
Santo al consagrarse por separado su Cuerpo y su Sangre, y resucita triunfante
al reunirse nuevamente su Cuerpo y su Sangre en el momento de la “comixtión”,
poco antes de la Comunión.


La Iglesia reconoce este hecho maravilloso al rezar sobre las ofrendas el 2do
domingo ordinario del siguiente modo:
“Concédenos, Señor, participar
dignamente en esta Eucaristía, porque cada vez que celebramos el memorial del
sacrificio de tu Hijo, se lleva a cabo la obra de nuestra Redención”
.


Si Cristo muere en cada Misa por nosotros, también es cierto que está
resucitado y que se nos entrega vivo en la Comunión para que tengamos Vida
Eterna (Juan 6, 55-59).


Toda la potencia salvadora del Misterio Pascual, está presente en cada Misa,
un sólo sacrificio, el del Calvario, se renueva incesantemente en toda la tierra
en los altares católicos, salvando permanentemente a la humanidad pecadora. Es
el cumplimiento cabal de la profecía de Malaquías, Cáp. 1, 11,
“Desde donde
sale el sol hasta el ocaso, todas las naciones me respetan y en todo el mundo se
ofrece en mi Nombre tanto el humo del incienso, como una ofrenda pura”
.


Uniformidad del Rito


Ciertamente era emocionante, antes de la reforma litúrgica, asistir a Misa en
cualquier parte del mundo y escuchar las oraciones en latín, el lenguaje oficial
de la Iglesia y observar los mismos movimientos sacerdotales. Se hacía sentir la
catolicidad de la Iglesia. Pero también es cierto que aparte de algunas frases
muy conocidas, nadie entendía nada si no llevaba su Misal propio.


Esa uniformidad aparentemente se ha perdido al traducir los ritos a las
diversas lenguas del mundo, pero es tan solo una apariencia porque gracias a la
unidad de la Iglesia Católica, el Sacrificio se celebra exactamente de la misma
manera en todo el mundo, orando las mismas oraciones y realizando los mismos
movimientos. En todo caso, si no entendemos la lengua de un determinado país,
tampoco entendíamos la Misa en latín y al menos los de esa lengua participan y
entienden perfectamente lo que sucede.


La lengua latina no se ha abandonado; sigue siendo la lengua oficial de la
Iglesia, pero negar que la traducción de la Misa a las lenguas vernáculas haya
sido un cambio benéfico, es una equivocación. Basta constatar la participación
de los fieles en la actualidad, para bendecir al Concilio por el documento
Sacrosantum Concilium que puso la liturgia al alcance de todos, aún de
los analfabetos.


Al mismo tiempo que algunos espíritus inclinados a lo tradicional, se han
opuesto terminantemente a las reformas, otros de signo distinto han caído en
exageraciones hasta de mal gusto. Era de esperarse y la Santa Sede ha tenido que
intervenir en ambos casos, a veces dolorosamente.


Las partes de la Misa


Todo el conjunto de palabras y acciones realizadas en la Misa, forman cuatro
momentos bien distintos que hay que saber aprovechar plenamente.


Liturgia de la Palabra

1. Antífona de entrada  Cuando no hay coro, ni un cántico
para empezar la Misa, se reza la Antífona que normalmente es un versículo de la
Biblia. Es muy importante porque nos anticipa la temática de toda la
celebración. Es como la obertura de una obra musical, que nos anuncia lo que va
a seguir.

Como ejemplo está la antífona de la Misa de Jesucristo Sumo y Eterno
Sacerdote (Hebreos 7, 24):
“Cristo, mediador de la nueva alianza, por el
hecho de permanecer para siempre, posee un sacerdocio perpetuo”
.


Ya de entrada, nos ponemos a la expectativa, porque las oraciones y las
lecturas bíblicas, abundarán seguramente en el tema.


2. La Señal de la Cruz
Da comienzo propiamente al
Sacrificio de la Misa, signándonos en el Nombre de las Tres Divinas Personas. Al
mismo tiempo que nos bendecimos con la señal de la Cruz, instrumento de nuestra
salvación, invocamos a Dios Trino; toda la Misa es Trinitaria y no podía ser de
otro modo.


3. Saludo ritual
Él oficiante saluda a la feligresía con
varias fórmulas, todas ellas riquísimas en contenido. La primera y más usual:
“La Gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la Comunión del
Espíritu Santo, estén con ustedes”
, tomada de las cartas de San Pablo, no
podía ser más profunda, más completa y más bella. El sacerdote no podría desear
nada más grande a la comunidad, que a su vez le devuelve el saludo diciendo el
tradicional
“y con tu espíritu”.


4. Acto penitencial
Se invita a la comunidad a pedir
perdón a Dios por los pecados cometidos. Ante la santidad inconmensurable de
Dios, debemos reconocer humildemente nuestra fragilidad, nuestra malicia,
nuestra nada. Con varias fórmulas reconocemos que hemos pecado. La más usual es
el
“Yo confieso” en la que no solamente nos confesamos pecadores
delante de Dios y de los santos sino que pedimos a la Iglesia triunfante y
militante, orar por nosotros, por cada uno de los presentes.


Termina el Acto penitencial con el rezo o canto de los muy tradicionales
“Kyries”, incorporados a las Misas del rito latino de las Iglesias del
rito griego del Medio Oriente.


Este Acto Penitencial, como otros sacramentales de la Iglesia, nos obtiene
automáticamente el perdón de las faltas veniales y podemos por lo tanto con toda
confianza acercarnos después a la Sagrada Comunión.


No así cuando por desgracia, hemos ofendido a Dios gravemente. Los pecados
mortales deber ser confesados en el Sacramento de la Reconciliación. San Pablo
es tajante al respecto, al advertir a los Corintios en su primera carta (11,
27-28) que no se atrevan a comulgar indignamente. No debemos alejarnos de la
Comunión por cualquier tarta, y debemos evitar tanto los escrúpulos, como la
conciencia laxa.


Como no siempre es fácil confesarse ante un sacerdote antes de la Misa,
existe la tentación, por parte de éste, de emitir una
“Absolución
General”
de modo que todos puedan comulgar si lo desean. Siendo válidas esa
clase de absoluciones, no está permitido, sin embargo, confundirlas con el acto
penitencial de la Misa. Se debe hacer un acto penitencial antes, en un rito
distinto y bien preparado. El sacerdote debe saber perfectamente las normas
eclesiásticas para el caso y los peligros que el abuso de esa práctica trae a
los fieles.


No es objeto del presente estudio abundar en el tema de la Reconciliación,
pero ¡Dios bendiga a los sacerdotes que dedican largas horas al sublime
“Ministerio de la Reconciliación”!


5. Gloria a Dios
Después de haber pedido perdón a Dios de
los pecados, damos Gloria al Señor con el himno maravilloso que entonaran nada
menos que los Ángeles, la Noche de Navidad.


La Iglesia glorifica a las Tres Divinas Personas en este cántico gozoso. Es
un himno antiquísimo en la liturgia que ha sido musicalizado de mil maneras,
desde el solemne y moderado canto gregoriano de la Edad Media, hasta las
expresiones polifónicas más complicadas de los grandes maestros.


Después de la reforma litúrgica, el pueblo canta la Gloria de Dios con
tonadas sencillas, asequibles a todo el mundo y en la propia lengua. Hay que
tener cuidado, sin embargo, de cantar tanto en el Gloria como en las demás
partes de la Misa, los cánticos que sean concordes con la acción litúrgico que
se está desarrollando. Existen, por ejemplo, cantos que aparentemente son
“de Gloria”, que no tienen nada que ver con el texto original de la
Misa, que consiste precisamente en glorificara las Tres Divinas Personas.


6. Oración Colecta
Tiene la Misa tres oraciones muy
especiales precedidas por la invitación sacerdotal expresada por el “Oremos”:
la Oración Colecta, la Oración sobre las Ofrendas y la
Oración después de la Comunión
. Su estructura es parecida y trataremos de
las dos últimas en su momento.


La Oración Colecta recibe su nombre porque se trata de unir, de colectar en
una sola oración, los sentimientos que debe tener toda la comunidad al asistir
ese día a Misa.


Como la Antífona de entrada, orienta la liturgia a celebrarse. Es una oración
sumamente importante que debemos escuchar por tanto con mucha atención y unirnos
al sacerdote plenamente para sacar el máximo provecho de la Eucaristía.


Antes que nada hay que notar que las oraciones de la Misa se dirigen, salvo
raras excepciones, a Dios Padre. Con el título de Padre, Señor, Dios Todo
poderoso, Dios eterno, etc. nos estamos refiriendo al Padre de Nuestro Señor
Jesucristo y nuestro Padre. A Él y nada más se ofrece la Misa. El sacrificio
infinito de la muerte de Cristo, no puede ofrecerse a una criatura, ni siquiera
a la Virgen Santísima.


Por ser Jesucristo Persona Divina, en algunas ocasiones, por ejemplo, en la
fiesta del Corpus Christi, nos podemos dirigir directamente a Él con todo
derecho. Pero nunca digamos que ofrecemos una Misa a la Virgen, a un Santo
Patrono, y menos a un difunto. Analicemos, por ejemplo, la oración colecta de la
llamada Misa de Santa María en Sábado:

“Por intercesión de la Santísima Virgen María, llena de Gracia, cuya memoria
gloriosa estamos celebrando, haz Señor, que también nosotros podamos participar
de los dones de tu amor. Por Nuestro Señor Jesucristo que contigo vive y reina
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los
siglos.”


En primer lugar, nos estamos dirigiendo a Dios Padre con el título de
“Señor”. Hacemos memoria de la Virgen María y pedimos que Ella
interceda por nosotros, pero no es Ella el centro de la oración.


Pedimos a continuación una gracia determinada y concluimos siempre con la
mención explícita de Jesucristo, único mediador entre Dios y la humanidad que
por ser Persona Divina, vive triunfante y glorioso, con el Espíritu Santo en la
intimidad eterna de la Trinidad Santísima.


A esta oración el pueblo fiel debe contestar con un sonoro “Amén”,
palabra que significa la aceptación plena de lo expresado. Es como decir: Así
es, de acuerdo, Sí Señor.


7. Lecturas
Preparada nuestra mente y nuestro espíritu
con todo lo precedente, nos sentamos a escuchar sin incomodidades la Palabra de
Dios que se nos proclama los domingos en tres lecturas y entre semana con dos
solamente.


Esta nueva modalidad permite a la Iglesia tener un panorama más amplio de la
Sagrada Escritura. Además, los textos han sido seleccionados y acomodados en un
ciclo de tres años y no cada año como antes de la reforma.


Se da oportunidad ahora de que los laicos o seglares proclamen las lecturas
primera y segunda. Vale la pena hacer algunas recomendaciones al caso: en primer
lugar, la persona debe saber leer en público. Los nervios traicionan y la
Palabra de Dios no debe ser mascullada a trompicones ni admite errores en la
pronunciación, Los lectores deben ser pues, personas entrenadas y haber
preparado previamente lo que van a leer.


El atuendo mismo debe ser apropiado; tanto hombres como mujeres deben darse
cuenta de que están cumpliendo con un ministerio sublime y no es propio subir al
presbiterio
“en fachas”. Así como el sacerdote se reviste de ornamentos
sagrados para oficiar la Misa, el laico debe ir decentemente vestido.


8. Salmo Responsorial
Entre una lectura y otra, se
incluye un Salmo recitado responsorialmente o sea, participando toda la
comunidad con un estribillo, rezado o cantado. Por lo general y por desgracia,
el elenco de oraciones del católico normal, es muy pobre. Nos limitamos a cuatro
o cinco oraciones aprendidas desde la infancia y malamente recitadas.


Hay que aprovechar, por tanto, este momento de la misa. Rezar con los salmos
es orar a Dios con palabra de Dios.


Tenemos ahí una oportunidad magnífica de enriquecer nuestra vida de
oración.


9. Aclamación antes del Evangelio
El Aleluya es una
aclamación jubilosa usada por el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Nos
ponemos de pie mientras exultamos por escuchar la Palabra de Dios. Normalmente
se cita un versículo del Evangelio que se va a proclamar, como introducción.


10. Evangelio
Es la parte más importante de la Liturgia
de la Palabra. Lo proclama personalmente el sacerdote después de saludar
solemnemente al pueblo. En algunas ocasiones, para darle realce a la
proclamación, se usa el incienso dándonos a entender que los Evangelios, de
entre toda la Biblia, son la parte más importante, al presentarnos directamente
al autor de nuestra Redención. Él ponernos de pie nos ayuda a estar alerta y es
signo al mismo tiempo, de estar dispuestos a poner manos a la obra ante la
voluntad del Señor.


Hacemos tres cruces: En la frente, en los labios y en el corazón:
significando el anhelo que tenemos de entender la Palabra, amarla y ser
capaces de proclamarla
. Rito antiquísimo y muy venerable en la Iglesia.


11. Homilía
La Biblia debe leerse en “La Iglesia”, o sea,
según las enseñanzas del Magisterio Eclesiástico, de acuerdo con la Tradición
riquísima y veinte veces secular de la Iglesia que Cristo fundó en los
Apóstoles. Siendo un libro complejo y difícil, teniendo el mismo Evangelio
pasajes oscuros, es una imprudencia rayada en la locura, pretender como
sostienen los protestantes, la libre interpretación de la Biblia. Como el etíope
de Hechos 8, 26-39, es de elemental prudencia pedir ayuda para entenderla.


Los sacerdotes son ministros de la Palabra. Para eso han sido llamados por
Dios, para ello han estudiado y estudian constantemente. Son profesionales de la
Biblia. El sacerdote no habla por sí solo, habla y explica el Evangelio según el
pensar de la Iglesia de Cristo, la Católica.


La homilía es pues, la explicación de las lecturas. Su aplicación a la vida
de todos los días. No es un sermón de circunstancias como se acostumbra en
alguna festividad extraordinaria. Debe ser corta y clara. Los fieles deben, dado
el caso, pedir al sacerdote, después de la Misa, la aclaración de algún punto
que no hayan entendido o en el que no estén de acuerdo.


12. El Credo
Magnífica manifestación de nuestra Fe es la
recitación del Credo en la Misa. Nació la Iglesia bajo la persecución, primero
de los judíos y después de los emperadores romanos. A la muerte de los
Apóstoles, las iglesias por ellos fundadas se esparcieron por toda Europa, Medio
Oriente y Norte de Africa, con muy poca comunicación entre ellas y por tanto con
el peligro de desvirtuar la fe apostólica. Fue por eso que apenas otorgada la
libertad religiosa a los cristianos por la conversión del mismo emperador
Constantino, los Obispos de toda la Iglesia se reunieron para poner con mucha
precisión los artículos principales de la FE. Así desde el año 325, en el
Concilio de Nicea, fue redactado el Credo que hemos conservado fiel y
cuidadosamente. Lo recitarnos de pie para manifestar nuestra adhesión gozosa a
cada uno de sus artículos y como signo de nuestra misión para que todo el mundo
crea en Cristo.


Básicamente es la fe en las Tres Divinas personas, y en la Iglesia que Cristo
fundó. Con el Credo termina la Liturgia de la Palabra.

Rito de las Ofrendas

1. Procesión Ya sea en solemne procesión o directamente,
son llevadas al altar las ofrendas de pan y vino, especies sacramentales que han
de ser consagradas más adelante.

Es además el momento adecuado para llevar donativos para los pobres y el
momento de hacer la colecta en efectivo para el sustento del sacerdote y los
gastos de la Parroquia, Todo ello lo ofrecemos a Dios siendo conscientes de que
nuestras pobres ofrendas son poca cosa. Ponemos en el altar, con el pan y el
vino, nuestro trabajo, esfuerzos y personas mismas.


2. Orad hermanos
El sacerdote nos invita a orar junto con
él, recordándonos que en la Misa, todo el pueblo fiel ejerce su sacerdocio
bautismal o común, distinto del ministerial del sacerdote, pero no menos real.
Es toda la Iglesia la que ofrece el Sacrificio de la Misa.


3. Oración sobre las ofrendas
Termina el Rito de Ofrendas
con la segunda oración de la trilogía formada por la Colecta, Ofrendas y
Poscomunión. En muy pocas palabras son oraciones estupendas y precisamente
redactadas se hace mención tanto de las ofrendas, como de lo que estarnos
celebrando, en perfecta continuidad con la oración colecta.


Liturgia del Sacrificio


1. Prefacio
Da comienzo la tercera parte de la Misa con
una oración magnífica llamada Prefacio y que va precedida con un diálogo
introductorio entre el Ministro y el pueblo. Ello mismo le da un realce y debe
llamarnos la atención. El Prefacio es una oración elegantemente redactada, llena
de sentido y enseñanza, profundamente dogmática y hasta poética en algunas
ocasiones.


Varía según la celebración o la fiesta y si ponemos atención, quedamos
perfectamente ubicados en la mentalidad de la Iglesia para la ocasión.


2. Santo, Santo, Santo
El Prefacio termina
introduciéndonos al canto que entonaremos embelesados ante la Divina Majestad
por los siglos de los siglos en la Gloria. La Iglesia desde ahora, en comunión
con la Corte Celestial, alaba al que es el Santo de los Santos (Apocalipsis 4,
8-11; Isaías 6, 3).


3. Anáfora
Hasta antes del Concilio la Misa tenía una
sola oración consecratoria llamada Canon Romano. S.S. San Pío V la aprobó para
unificar distintas versiones usuales en su tiempo y evitar cuidadosamente
infiltraciones y desviaciones venidas del protestantismo.


Con la Reforma Litúrgica actual, la Iglesia ha incorporado al Misal varias
otras oraciones, llamadas Anáforas, para realizar la consagración de las
especies sacramentales.


Tengamos presente ante las nuevas anáforas, dos hechos muy importantes: en
primer lugar, algunas no son nuevas ni mucho menos; por el contrario, han sido
rescatadas de antiguos misales y son por lo tanto tradicionales; y en segundo
lugar, recordemos que la Iglesia tiene todo el poder, dado por Nuestro Señor, de
componer dichas anáforas. Después de todo, en la Ultima Cena, las palabras
consagratorias empleadas por el Señor, son muy breves y el resto lo dejó Dios a
su Iglesia.


Siendo fieles al relato de la Ultima Cena y empleando exactamente las mismas
palabras de Nuestro Señor, las especies sacramentales quedan transubstanciadas
en el Cuerpo y Sangre de Cristo lo que constituye la esencia misma de la
Misa.


Misterium Fidei


La Consagración
Todas las anáforas nos llevan por
distintos caminos a la Última Cena. Es el momento sublime sobre toda
ponderación, en que el sacerdote oficiante deja de ser en cierto modo él mismo
para consagrar
“in persona Christi” (personalmente, como Cristo, en
persona de Cristo) el pan y el vino diciendo:



“Tomad y comed todos de él porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por
vosotros. Tomad y bebed todos de él porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre
de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por todos los
hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración
mía.”


Haciendo presente por su ministerio, real y verdaderamente a Cristo el Señor,
con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. ¡Cristo, Dios y Hombre, se hace
presente en cada altar de la Iglesia Católica! Suprimiendo con su todo poder las
distancias y los tiempos, multiplica su Presencia Real en nuestros altares para
consumar su Sacrificio hasta el fin de los tiempos.


La Elevación
Con toda razón decimos que este hecho es un
“Misterium Fidei”: un misterio de FE. En contra de todas las
apariencias, tan solo por la fe sin discusiones que la Iglesia tiene en la
Palabra del Señor, somos capaces de creer hecho tan prodigioso. A la entrega
total, absoluta, radical de Dios Encarnado a los hombres, corresponde una Fe no
menos total, absoluta y radical. ¡No podía ser de otra manera!


Cristo está en nuestros altares realmente presente y realmente muerto. Signo
eficaz de la muerte redentora de Cristo, es la CONSAGRACIÓN por separado del
Cuerpo y la Sangre. Así como en el Calvario, Jesús murió, al derramar su Sangre,
así está muerto por nosotros en el altar. Cada altar católico en el mundo
entero, es un Calvario en donde se sacrifica a la única Víctima capaz de
“perdonar el pecado del mundo”. Toda la fuerza redentora del sacrificio
de la cruz, está Presente en el altar, salvando permanentemente a la humanidad
pecadora.


Si en el Ofertorio no teníamos otra cosa que ofrecer al Padre sino un poco de
pan y vino y nuestras pobres buenas obras, ahora la Iglesia tiene por fin
“al Cordero de Dios” que se ofrece a Sí mismo y a quien ofrecernos
inmediatamente después de la Consagración. Y además, nos ofrecemos a nosotros
mismos junto con la Víctima Divina, completando en nosotros, Cuerpo Místico del
Señor, los sufrimientos de Jesucristo. Toda la Iglesia es sacerdotal y toda la
Iglesia es víctima con Cristo el Señor.


Todas las anáforas terminan espléndidamente con una pequeña elevación de
nuestra Víctima hacia Dios Padre, acompañando el gesto oferente con las palabras
“Por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del
Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.”


Podríamos decir que esta oración, es el resumen de toda la Misa, es por el
hecho prodigioso de que Jesús está presente en nuestros altares que podemos dar
al Padre Eterno, por el Espíritu Santo, la gloria que se merece. Y la Iglesia se
atreve, con la seguridad que le da la FE a proclamar que esto repercutirá
“por los siglos de los siglos”. A estas palabras eminentemente
sacerdotales, el pueblo fiel responde con el Amén más solemne de la Misa, que
debe resonar vibrantemente, con la fuerza de un pueblo que se sabe salvado por
Cristo Jesús, capaz de adorar al Padre Eterno con toda propiedad porque en la
Eucaristía, y solo en Ella, Cristo con su Iglesia es quien rinde honores al
Padre de todos, en el Espíritu Santo.


Rito de Comunión La Misa no es solamente el perfecto acto de adoración por medio del
sacrificio de la Cruz, sino que en el colmo del amor por nosotros, Dios se nos
da en alimento.
“Mi Carne es verdadera comida, Mi Sangre es verdadera
bebida”
, había dicho Jesús (Juan 6, 55). No es posible, ciertamente,
imaginar nada más grande, nada más sublime; ¡comernos a nuestro Dios! Con razón
dijeron los judíos:
“duras son estas palabras” (Juan 6, 60). No
imaginaban la manera tan sencilla y elegante con la que Cristo cumpliría su
promesa de darse en alimento. Es una lástima que los protestantes, aún después
de la Ultima Cena, hayan tomado la misma incrédula posición.


Pero hay que tener en cuenta que la Comunión no es opcional como muchos
creen. Nuestro Señor muy claramente condiciona la salvación eterna, a la
aceptación de su don y la frecuentación de este Sagrado Misterio (Juan 6). El
católico que no acostumbra, o no puede comulgar, pone en entredicho su
salvación. Comulgar con cierta regularidad y frecuencia (¿por qué no diariamente
o al menos cada domingo?) Es condición indispensable para resucitar a la
gloria.


1. El Padrenuestro
¡Da comienzo el rito de la Comunión,
con la recitación de la única oración que Jesús nos enseñó. Tratados enteros
existen comentando tan excelente oración. Tan solo nos referiremos M Folleto
E.V.C. 621, en el que el Sr. Obispo de Tampico, Mons. Rafael Gallardo, nos
entrega una serie de preciosas reflexiones.


2. Rito de Paz
La Paz es mencionada en la Misa en
repetidas ocasiones. Evidentemente se trata de la Paz que solo Cristo puede dar
“no la paz que da el mundo” (Juan 14, 27) pero debemos sanar todas las
disensiones, rencillas, envidias, desuniones, venganzas, guerras, pues todo eso
es absolutamente antievangélico.


Por eso, recordando la palabra del Señor que nos exige hacer las paces con
nuestros enemigos y perdonar como Él nos perdona, antes de presentar nuestra
ofrenda en el altar, la Misa actual ha repuesto el rito de Paz que antiguamente
se usaba. En un sencillo gesto de amistad, como darse la mano, debe manifestarse
el deseo de reconciliarnos con todo el mundo y la decisión de perdonar cualquier
ofensa que hayamos recibido. Sólo así podremos acercarnos correctamente a la
Sagrada Comunión.


En esta época de especial violencia, es verdaderamente genial de nuestra
Iglesia el que nos demos este gesto de PAZ.


3. Comixtión
Después de partir la Hostia, el sacerdote
deja caer en el cáliz una partícula del Cuerpo de Cristo. Esta acción, pasa
desapercibida para muchos y sin embargo es muy bella. Tiene el significado de
que tanto el Pan como el Vino consagrados, no son sino una sola cosa: Cristo.
Antiguamente se acostumbraba poner en el cáliz una partícula consagrada el día
anterior, significando la unidad del sacrificio a través del tiempo.


Jesucristo no permaneció muerto: habiendo resucitado, su Cuerpo y su Sangre
se han reunido nuevamente.


4. Cordero de Dios
Por tres veces la comunidad se dirige
a Jesús con las palabras pronunciadas por San Juan Bautista cuando lo conoció
personalmente. Dios se encarnó precisamente para quitar el pecado del mundo y
darnos su Gracia.


5. Señor, yo no soy digno
Ahora recordamos las palabras
llenas de fe y de respeto que el Centurión dijo al saber que Cristo intentaba ir
a su casa. ¿Quién es digno de tal visita? Pero a pesar de nuestra indignidad
pecadora, obedecemos al mandato del Señor y nos atrevemos a tomar su Cuerpo,
confiados en que tanto por el Acto Penitencial, como por el Sacramento de la
Reconciliación, Dios nos ha perdonado y hecho menos indignos de comulgar.


6. Comunión
El momento sublime ha llegado y el sacerdote
al presentarnos la Eucaristía nos pide un último acto de fe. Ante la Hostia
Consagrada cuyas apariencias no han cambiado en nada, debemos declarar en voz
clara que creemos firmemente que es el Cuerpo de Cristo, ¡y Dios entra en
nosotros!


Podemos comulgar con una sola especie o con las dos dependiendo de las
circunstancias concretas. Toca al sacerdote juzgar la oportunidad y el modo de
acuerdo con las normas establecidas por la Congregación de la Sagrada Liturgia
de la Santa Sede.


Sobre todo en estos casos se impone el uso del platillo de la Comunión,
porque puede acontecer que la Sangre de Cristo caiga al suelo. ¡Con cuánto
cuidado debemos tratar los Sagrados Misterios!


Podemos también, en el caso de comulgar con una sola especie de pan, recibir
el Cuerpo del Señor en la propia mano, pero tengamos sumo cuidado de no dejar
caer partículas de la Hostia, o pedir así la Comunión con un dejo de orgullo o
familiaridad indebida. Pensemos que nadie, ni el Santo Padre, merece tener a
Cristo en sus manos.


7. Oración después de la Comunión
Haciendo eco a la
oración Colecta y a la oración sobre las Ofrendas, ésta recoge los sentimientos
de la asamblea unificándolos al hecho que acabamos de realizar, la perfecta
Comunión con Cristo Sacramentado.


8. Bendición y despedida
La Misa termina con estos dos
actos, pero nuestra oración no necesariamente debe terminarse. Se impone un
momento íntimo de diálogo con el Señor, realmente presente en nuestro interior.
Es el momento de una Acción de Gracias ya sea muy persona lo tomado de las
hermosísimas oraciones compuestas por los grandes santos para el caso. Ejemplo
de ellas pueden ser las de San Ignacio de Loyola, las de Santo Tomás de Aquino o
las de San Buenaventura.


¡Hay tanto que agradecer al Señor! ¡Hay tanto que pedirle! No debemos
desaprovechar la oportunidad de un sabroso y prolongado coloquio con Nuestro
Señor.


Conclusión


Podemos concluir citando las palabras del Concilio en el documento
Sacrosantum Concilium: “Toda celebración litúrgica, por ser obra de
Cristo Sacerdote y de Su Cuerpo, la Iglesia, es acción sagrada por excelencia
cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna
otra acción de la Iglesia”
.


Conociendo lo que es la Santa Misa, es incomprensible la actitud de aquellos
que asisten tan solo “cuando les nace” como para hacerle a Dios un favor.
Tampoco es congruente aquel que asiste pero no comulga, pretextando “que no se
ha confesado” porque vivir en pecado mortal, es una locura.


La Iglesia siempre ha considerado la Misa dominical como de “precepto”, es
decir, obligatoria. Es la Aplicación concreta del Mandamiento de la Antigua
Alianza: “Santificarás las Fiestas”. El domingo sustituyó al sábado judío,
porque fue en domingo cuando Cristo resucitó y cuando el Espíritu Santo
descendió sobre el Colegio Apostólico en Pentecostés. El domingo es el día del
Señor y a El debe dedicarse.


Un católico instruido, jamás deberá considerar la Misa como una obligación;
es por el contrario, un inmenso privilegio reservado a los cristianos. Muchos
cristianos han comprendido la excelencia del Sacrificio Eucarístico y no se
contentan con adorar a Dios los domingos sino que asisten a Misa y comulgan lo
más frecuentemente posible, hasta diariamente. Viven las palabras del salmista.
“Sediento estoy de Dios, del Dios que me da la Vida” (Salmo 42, 2),
¡dichosas tales almas!

Autor: R.P. Pedro Herrasti, S.M.
Fuente: La Verdad Católica
Org


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