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domingo, 3 de abril de 2011

7. J/MIRADA.

"Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento" (Jn 9, 1). Admiremos una vez más esta capacidad que tiene Jesús de vernos pasar. En el relato de San Juan se advierte hasta qué punto la escena se ha grabado profundamente en el espíritu de los apóstoles y ha renovado su manera de observar a los otros y de observarse a sí mismos. Y más especialmente su observación del pecado y de los pecadores.

Según las concepciones de la época, una enfermedad o un mal crónico sólo podían ser resultado directo del pecado. No sólo del pecado de los orígenes sino también del pecado personal. "Rabbí ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?" (Jn 9, 2). La mirada que los contemporáneos de Cristo dirigen a las personas es una mirada que juzga. ¿Es diferente la mirada que nosotros dirigimos a nuestros contemporáneos? En el momento mismo en que negamos el pecado. (¿Acaso, según el pensamiento moderno, no nos encierra en un universo mórbido y destructivo? ¿La libertad a la que el hombre tiene derecho no exige la liberación de las reglas y de los tabúes al mismo tiempo que la negación de todo valor?). Clasificamos a los hombres en buenos y malos, justos e injustos, pecadores y sin pecado. Nos presentamos como justos ante los demás. Me hago el justo ante mi cónyuge si me obstino en considerar que en las dificultades de nuestra vida en común los errores le corresponden a él de modo principal. "¡Si me prestara más atención! ¡Si no fuese tan egoísta! ¡Si no me llevara siempre la contraria!". Me hago justo ante mi hijo, cuando sólo tomo en consideración los comportamientos que chocan con mi sensibilidad tradicional. "Fíjese, vive con una sin haberse casado" en lugar de: "¿Qué imagen le hemos dado acerca de la perennidad de la pareja?". Me hago el justo ante mi parroquia cuando desdeño todas las iniciativas. "Los que frecuentamos tal o cual grupo, quienes vivimos en tal o cual corriente, sabemos bien qué mediocre y carente de impulso es la parroquia. ¡Sólo van unos cristianos sociológicos, adeptos a la misa de once. Y además llegan tarde!".

Sabemos... Este arte de saberlo todo nos permite juzgar a los demás y distinguirnos de ellos. Aquí resuenan las afirmaciones de los fariseos. "Sabemos que ese hombre es un pecador" (Jn 9, 24). Y el justo por excelencia rebajado al nivel de las gentes poco aconsejables. "Has nacido en pecado ¿Y nos das lecciones a nosotros?" (Jn 9, 34). Así queda barrido de un plumazo un testimonio verídico.

P/COSA-AJENA: Nos situamos también como el justo de nuestra familia y de nuestro entorno profesional. "Ellos", decimos, para marcar muy bien la distancia que nos separa. El sindicalista se hace el justo ante el patrono, el patrono se hace el justo ante el asalariado, el hombre de izquierda se hace el justo ante el hombre de derechas, el incrédulo se hace el justo ante el cristiano, el provinciano se hace el justo ante el extranjero y así continuamente.

El pecado es cosa de los demás. Hace unos años participé en una marcha nocturna colectiva de París a Longpont "en reparación de las faltas cometidas contra el amor". Rápidamente advertí que las faltas que había que reparar eran las de los demás, las de los que se habían quedado. Como en una cierta concepción, felizmente superada, cuando uno se hacía carmelita para expiar los pecados de los demás. ¿En qué criterios nos apoyamos para separar así el buen trigo de la cizaña? En los criterios más legalistas. "Este hombre no viene de Dios porque no guarda el sábado". (Jn 9, 16). Este no va a misa, aquel es adúltero, este vive en concubinato, aquel es un ladrón. La observación que dirigimos a los demás les reduce a estereotipos. En la época de Cristo se designaba para la reprobación del pueblo al publicano y a la prostituta. Los fariseos juzgan en función de lo que quieren demostrar y no en función de una realidad humana: "Este hombre no viene de Dios porque no guarda el sábado"... "¿Pero cómo puede un pecador realizar semejantes señales?" (Jn 9, 16). Hoy designamos a nuestros prójimos en función de lo que queremos demostrar: al patrono (explotador, inhumano, arbitrario, que sólo vive para el dinero), al sindicalista (mentiroso, falsario, demagogo, agitador a sueldo de Moscú), a los padres (atrasados, conservadores, hipócritas, intolerables, mantenedores de la sociedad de consumo), a los hijos (rechazan las obligaciones, perezosos, no respetan valores). ¿Cómo llegar a la gente con esas pancartas? ¿Cómo conocer a un hombre, a una mujer, siempre en cambio? Pero si llega a faltarnos uno de nuestros criterios de clasificación, ya no sabemos en donde estamos. Esta es la teoría de los vecinos del ciego y de "los que solían verle antes" -¡Las palabras hablan por sí mismas!- "Unos decían: "Es él". "No", decían otros, "sino que es uno que se le parece". Pero él decía: "Soy yo"" (Jn 9, 9). Soy yo, nos responde el patrono, el sindicalista, los padres, los hijos; yo, una persona y no un estereotipo.

Pero en esto no tenemos remedio. Nos ocupamos de los pecadores con actitud de superioridad y condescendencia protectora. Es cierto, pero no arregla nada sino todo lo contrario que los que aceptan reconocerse como pecadores actúan del mismo modo respecto a ellos. Su existencia personal, con sus trastornos y sus sombras, desaparece tras unos pecados reducidos a conceptos. "He faltado a tal mandamiento... He cometido adulterio... Soy un ladrón... Soy orgulloso". San Ignacio de Loyola nos pone en guardia contra esta intelectualización, esta reducción del pecado a un concepto. Nos dice: "Repasa los lugares, repasa las personas. Busca entonces el mal de que eres autor". Es totalmente opuesta nuestra mirada habitual, al candor ingenuo y fresco de un niño que respondía a su catequista cuando preguntaba: "¿Somos pecadores? Yo soy pecador, pues desde hace una semana no me hago la cama por llevar la contraria a mi mamá que se ocupa demasiado de mi hermanita". El observador rígido hubiese dicho: "Es perezoso"; el testigo más perspicaz hubiese dicho; "Es malo con su madre"; el psicólogo experto hubiese dicho; "Tiene celos", pero el niño aporta una observación completamente distinta, una maravillosa observación espiritual sobre un fragmento de la existencia real. Una observación que reconoce que hay comportamientos, pensamientos y abstenciones que destruyen a su autor y que destruyen, o quieren destruir, a los demás. (PECADOR/VICTIMA) Esto es el pecado; una destrucción de los demás y de sí mismo; es echar a perder una parte de la propia vida bajo el pretexto de querer vivir una vida distinta de la vida plena y superabundante que Dios propone. Los mandamientos, al calificar como pecado tal o cual comportamiento, extraen las consecuencias de una constatación previa: tal comportamiento destruye la vida en nosotros y en nuestro entorno.

Intelectualizar, conceptualizar y reducir nuestros pecados a etiquetas es una manera de negar el pecado, de acusar una especie de fatalidad, de sacarlo de la realidad. O también de minimizarlo: aceptamos reconocernos pecadores, pero pecadores mejorados. El pecado de los creyentes consiste en querer abandonar la realidad humana. No se reconocen miembros de una humanidad pecadora. Están por encima, por debajo, al margen, en otro lugar, pero no dentro. Como familiares de Dios que son, creen tener derechos sobre él, como los fariseos creían tener derechos sobre Yahvé: "Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos" (Jn 9, 14). ¿Es preciso, pues, ser depositarios de la voluntad de Dios al precio de suprimir al hombre? ¿Servir al cristiano y a la ley en lugar de servir al hombre? El drama de los fariseos y de numerosos creyentes, estriba en no ver que si Dios manifiesta por el pecado y sus consecuencias una repulsión invencible, siente por los pecadores una ternura invencible. Jesús manifiesta con ellos una preferencia que causa escándalo. "Los publicanos y los pecadores corrían hacia él para escucharle". "¿Por qué comes y bebes con publicanos y pecadores?".

J/P P/MISERICORDIA P/ACEPTACION: Si me creo justo y sin pecado, yo mismo me excluyo de la solicitud de Dios que es la única que puede justificarme. "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado pero como decís: "Vemos", vuestro pecado permanece" (Jn 9, 41). Pues " yo he venido por los pecadores" y "he venido a este mundo para que los que ven se vuelvan ciegos" (Jn 9, 39). En el pecador, Jesús encuentra al hombre y el pecado se convierte en una provocación a la misericordia de Dios. Cualquier sufrimiento o miseria cobran sentido en la medida en que permiten manifestarse a la potencia de Dios; nuestros pecados no son signos de catástrofes sino una posibilidad de manifestación de amor divino. Cuando sus discípulos le preguntan quién ha pecado, el ciego o sus padres, Jesús rechaza este debate destructor que hace converger la mirada sobre el pecado. Nos pide que miremos hacia la potencia de Dios: "Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios" (Jn 9, 3).

Además el Señor apela a la dignidad de la persona humana, a su libre colaboración, al invitar al ciego a que vaya él mismo a lavarse a la piscina de Siloé. El ciego lo comprendió y en el milagro que le entrega la vista vio el beneficio de Dios. Su ceguera curada es ocasión de rendir gloria a Dios y de detenerse a la realidad de su obra: "Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo... Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada" (Jn 9, 25 y 33). Lo mismo puede decir el pecador al pie de la cruz: "Sólo sé una cosa: yo era pecador y ahora estoy salvado... Si este hombre no viniera de Dios nada podría hacer". Sólo él me justifica, pero no debe eliminarme de la lista de los pecadores y de los ciegos. Qué verídica era la actitud de Santa Teresa de Lisieux que escribía en su diario: "Me he sentado a la mesa de los pecadores...". Pero esa frase causó tal escándalo que su superiora la censuró hasta que una visión más verdadera nos la entregó en su verdad espiritual. ¿Habría leído Santa Teresa a San Pedro Crisólogo en el Sermón 30?:

"¿Quién es pecador sino el que se niega a verse como tal? ¿Acaso no es hundirse en su pecado y, a decir verdad, identificarse con él, ese dejar de reconocerse pecador? ¿Y quién es injusto sino el que se estima justo?... Vamos, fariseo, confiesa tu pecado y podrás acudir a la mesa de Cristo; Cristo para ti se hará pan, pan cortado por el perdón de los pecados; Cristo se convertirá para ti en la copa, copa que se vertirá por la remisión de tus faltas. Vamos, fariseo, comparte la comida de los pecadores y Cristo compartirá tu comida". ·CRISOLOGO-Pedro-SAN

Señor, debo convencerme de que soy pecador. No un "pobre pecador" en el sentido de que la palabra "pobre" minimice la situación, como se dice "mi pobre amigo" o "es un pobre tipo", sino como un pecador en el sentido pleno, sin apreciar el grado o la importancia de mi pecado. Plenamente participante en el pecado del mundo en el que me hallo sumido a través del erotismo, de la mentira, de la guerra y la violencia, del deslizamiento en la comodidad y en el placer. Plenamente responsable de mi pecado personal. Pero, en mi situación de pecador, eres tú el que acude a mí, diciéndome: "Te amo tal como eres. Este es el hombre que veo en ti, el hijo de mi Padre que me mira. No quiero ver en tu pecado más que la ocasión de mi amor. Pero tú mismo, ámame tal como eres. No te complazcas en la contemplación morbosa de tu falta ¿No sabes que yo tengo todo poder sobre los demonios? No esperes a ser perfecto, ni un santo para amarme porque de ese modo no me amarás nunca". Con Pedro, pecador perdonado, me es posible decirte: "Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero" (Jn 21, 17). Y eres tú, Señor Jesús, quien me solicita, quien me ruega, a fin de que te preste mi colaboración, recorriendo voluntariamente el camino hasta Siloé para bañarme en el agua purificadora de mi bautismo.

Ya no te acuerdas de mi pecado, mis faltas han desaparecido ante tu rostro. Además, me invitas a una alegría total, la de contemplar al Hijo del hombre en toda su gloria. Los fariseos no se interesaron por el júbilo del ciego curado. Rebosantes de su rencor y cegados por sus designios, sólo tuvieron un propósito: echar en cara a Jesús que ha violado el sábado. Al ciego "le echaron fuera" (Jn 9, 347). Curiosidad egoísta por no decir malsana. Formalismo incapaz de leer la verdad del hombre, de respetar al hombre. Señor, tú te interesas por el ciego al que has curado, te interesas por mí. En una relación de persona a persona, tú eres el primero en interesarte por la capacidad de ver que tú me has entregado, tú eres el primero en apelar a mi reciente júbilo, en penetrar en mi júbilo para que yo penetre en el tuyo. "Tú crees en el Hijo del hombre?... ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?... ¡Le has visto!" (Jn 9, 36-37). Sí, eres tú quien me hablas, Señor. Acudes a mi mesa, la mesa del ciego curado, para que tenga la alegría de verte, yo, que soy pecador, pero pecador salvado por tu amor. Tú me das el alimento de la misericordia y la copa de la benevolencia. La Vida acude a esta mesa de condenados a muerte para que vivan con la vida. El Juez va a la comida de los culpables para sustraer a los culpables de la sentencia. Vienes a mí para que yo llegue hasta Dios. Me postro y digo: "Creo, Señor" (Jn 9, 38).

ALAIN GRZYBOWSKI
BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA
NARCEA/MADRID 1988.Pág. 80ss

MARCO CUARESMA 04A

MARCO CUARESMA 04A





Nuestra ceguera.

Porque no vemos nada. Vemos escasamente la superficie de las personas, de las cosas y de los acontecimientos, pero no vemos su verdadera y profunda realidad, o dicho bíblicamente: «el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón». El corazón de la vida se nos escapa siempre. Nos creemos muy lúcidos, pero somos ciegos y esta es la peor ceguera; no saber que estamos ciegos.

Somos ciegos para ver los acontecimientos. Los contemplamos como algo rutinario o fortuito. O quizá nos admiramos o sorprendemos, pero de forma pasajera, sin que nos deje huella alguna.

¿Quién descubre el sentido de cada hecho, de cada historia? ¿Quién se deja interpelar por los acontecimientos de cada día, sean grandes o pequeños? ¿Qué veo detrás de cada lágrima? ¿Cuántas acciones de gracias pronuncio?

Las cosas.

Nos rodean y nos fascinan. Las necesitamos y las adoramos. Nuestros ídolos personales. Somos insaciables. Hacemos un fin de lo que es un medio. No vemos en ellas el secreto que encierran. Porque las cosas no son solamente algo para usar, consumir o almacenar. Las cosas, para el que sabe ver, son una especie de sacramento. «Hay más de Dios que de agua en cada gota de agua» decía Pascal. Se convierten en memorial y signo de presencia: el regalo de un amigo o la prenda de un ser amado.

Las personas.

Las vemos y las tratamos tan superficialmente que las convertimos en cosas. Otras veces la persona un número o un voto. Un ser anónimo. Otras veces es un rival a vencer o un enemigo que aplastar.

Hay un ciego de nacimiento. Oscuridad total. Sólo de oídas conoce la luz. Sólo por el tacto conoce las cosas. Sólo por la palabra conoce a las personas.

«Al pasar Jesús vio a un hombre ciego». Ese paso no era casual; estaba ya preparado desde toda la eternidad. La iniciativa de la salvación parte de Jesús. El ciego no podía ver a Jesús. No es el ciego el que pide la luz. Es la luz la que se ofrece al ciego. La luz que se acerca a las tinieblas.

«Le untó en los ojos con barro». Nos pone delante de nosotros nuestros pecados. Extraña medicina. Para curar la ceguera le embarra los ojos; al que está en la tiniebla una nueva dosis de oscuridad. Dios actúa salvíficamente en el culmen de la crisis: más dolor al enfermo, más fracaso al humillado, más oscuridad al problematizado.

Cuando se llega al limite de la desesperación, ahí actúa Dios: cuando Abrahám lo da todo por perdido, cuando Magdalena llora desesperada ante el «hortelano», cuando Pablo da coces contra el aguijón, cuando Agustín se echa en tierra y se tira impotente y rabioso de los pelos, cuando alguien palpa el límite de la incapacidad, entonces Dios dice su palabra.

«Lávate en la piscina de Siloé». No es un agua cualquiera. Es el agua del Enviado. Es el agua que brotará del corazón de Cristo. Es el agua del Espíritu y la piscina es la iglesia. Lavarse en la piscina de Siloé, es sumergirse en Cristo en el seno de la comunidad. Lo que llamamos bautismo. Esta piscina (el Enviado, la piscina de la Gracia) contrasta con la de Jn 5, 2-7, la piscina de los cinco pórticos (la Torá, piscina de la Ley) donde era muy difícil obtener la curación.

En clave simbólica el autor nos dice lo siguiente: Jesús es la luz, la Ley es la oscuridad. El ciego ve porque acude a Jesús. En cambio, 38 años llevaba inválido el que acudía a la Ley y además sin esperanza de curación.

La curación del ciego es progresiva. Primero ve a los hombres, después verá a Jesús. Luego reconocerá a Jesús como profeta. A continuación lo verá como Mesías y finalmente dará testimonio de Jesús sufriendo persecución por él.

¿Este evangelio no es el relato de un milagro? No, Juan despacha el milagro en un par de versículos de los 41 que tiene el relato. Juan va narrando muy despacio el proceso de la fe. Al principio, todos ciegos. Al final, uno curado y muchos ciegos. El ciego sale de la noche: «¡Creo en ti Señor!». Los judíos se sumerjen en la noche: «Ese Jesús es un pecador».

¡Un ciego maravilloso! Patrono de los que buscan la luz. Sube obstinadamente hacia el misterio de Jesús, sin dejarse asustar por los que «saben», y bromeando con ellos cuando los demás tiemblan. Podemos leer una y mil veces el evangelio sin ver a Jesús. Desde el comienzo, Juan no deja de repetirlo: «La luz brilla en la noche, pero la noche no capta la luz» (Jn 1, 5). Ante el ciego que lo «ve» y los fariseos que lo miran sin verlo, Jesús se siente obligado a constatar lo que ocurre cuando él aparece: «Los ciegos ven y los que ven se hacen ciegos».

¡Pero yo sé! ¡Yo veo! No; «intentamos» ver. En cada página, día tras día. Somos ese ciego a quien Jesús da ojos para verlo. Hasta el último momento de nuestra vida, no dejemos de repetir la misma oración: «Jesús, que yo pueda verte».

EVANGELIO
A veces los dirigentes y poderosos abusan de su autoridad queriendo someter a riguroso control aduanero todas las manifestaciones del Espíritu, sobre todo si los beneficiarios pertenecen a las clases humilladas.

La resurrección ha convertido a Jesús en Luz de todos los humanos. Cada Eucaristía nos proporciona la oportunidad de contrastar nuestra visión con la mirada que Dios tiene del mundo, tal y como se ha manifestado en Cristo. Ser participantes de la luz nos obliga a caminar iluminando, poniendo en evidencia las obras de las tinieblas, denunciándolas, para que se caiga en la cuenta de la oportunidad de ver que se ofrece a todos.

El texto entre [ ] puede omitirse por razón de brevedad.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 9,1-41.

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.

[Y sus discípulos le preguntaron:

-Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?

Jesús contestó:

-Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.

Dicho esto,] escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo:

-Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).

El fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:

-¿No es ése el que se sentaba a pedir?

Unos decían:

-El mismo.

Otros decían:

-No es él, pero se le parece.

El respondía:

-Soy yo.

[Y le preguntaban:

-¿Y cómo se te han abierto los ojos?

El contestó:

-Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé y empecé a ver.

Le preguntaron:

-¿Dónde está él?

Contestó:

-No sé.]

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos.) También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.

El les contestó:

-Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.

Algunos de los fariseos comentaban:

-Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.

Otros replicaban:

-¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?

Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:

-Y tú ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?

El contestó:

-Que es un profeta.

[Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:

-¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?

Sus padres contestaron:

-Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.

Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos: porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:

-Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.

Contestó él:

-Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.

Le preguntan de nuevo:

-¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?

Les contestó:

-Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez?, ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?

Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:

-Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.

Replicó él:

-Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento, si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.]

Le replicaron:

-Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?

Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:

-¿Crees tú en el Hijo del hombre?

El contestó:

-¿Y quién es, Señor, para que crea en él?

Jesús le dijo:

-Lo estás viendo: el que te está hablando ése es.

El dijo:

-Creo, Señor.

Y se postró ante él.

[Dijo Jesús:

-Para un juicio he venido, yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos.

Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:

-¿También nosotros estamos ciegos?

Jesús les contestó:

-Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.]

Domingo 03 de Abril del 2011
Primera lectura
Lectura del primer libro de Samuel (16,1b.6-7.10-13a):

En aquellos días, el Señor dijo a Samuel: «Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey.»
Cuando llegó, vio a Eliab y pensó: «Seguro, el Señor tiene delante a su ungido.»
Pero el Señor le dijo: «No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón.»
Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo: «Tampoco a éstos los ha elegido el Señor.»
Luego preguntó a Jesé: «¿Se acabaron los muchachos?»
Jesé respondió: «Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas.»
Samuel dijo: «Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue.»
Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo.
Entonces el Señor dijo a Samuel: «Anda, úngelo, porque es éste.»
Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante.

Palabra de Dios
Salmo
Sal 22,1-3a.3b-4.5.6

R/. El Señor es mi pastor, nada me falta

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.

Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,8-14):

En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz –toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz–, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas. Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»

Cristo será tu Luz

Avanza la Cuaresma. De las tentaciones pasamos a la transfiguración y de ahí al encuentro de Jesús con la samaritana. La liturgia, las lecturas de cada domingo nos van centrando en la figura de Jesús. Al final, toda la Cuaresma se orienta a hacer memoria intensa de aquellos días de Pascua en Jerusalén en que a Jesús le tocó vivir su Pascua personal.

La Cuaresma tiene mucho de itinerario personal de encuentro con Jesús, de descubrimiento de su persona. Es que sin ese encuentro no hay nada que hacer. Se puede hablar mucho de moral, de vida cristiana, de comunidad, de iglesia, de órdenes, de sacramentos y de muchas otras cosas. Pero la base necesaria, el punto de partida imprescindible es el encuentro con Jesús. Descubrir en definitiva que Jesús es una persona viva que hoy se sigue dirigiendo a mí personalmente e invitándome a seguirle y a participar en su proyecto del Reino.

El evangelio de este domingo marca otro hito en esta aproximación a la figura de Jesús. Trae a nuestra memoria el relato de la curación de un ciego de nacimiento. Por en medio andan los fariseos que ponen en duda no sólo el milagro sino la nueva capacidad de ver que ha adquirido el ciego. Para ellos no basta con ver, con tener los ojos bien y distinguir las figuras y las formas. Además, hay otra forma de ver, de conocer, de interpretar las formas que se ven. Los fariseos dicen que el ciego ha nacido como fruto del pecado y que por eso no puede entender con claridad lo que ve.

“Me lavé y veo”

Sin embargo, el ciego no peca de imprudente. Recupera la vista física gracias a la acción de Jesús. Es plenamente de que estaba ciego y de que en un momento determinado ha comenzado a ver. Antes no veía y ahora ve. Por eso, su primera respuesta a la pregunta de los fariseos es sencilla: “Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.” No hay más que decir.

Lo que pasa es que los fariseos tienen ganas de hurgar. Le preguntan lo que piensa y el antiguo ciego dice lo que es obvio. El que hace el bien, el que devuelve la vista a los ciegos, no puede ser más que un profeta. Ha dado un paso más. Dice lo que piensa, lo que ve con su sentido común, con toda libertad. Aunque eso le cueste el ser rechazado por la sociedad, por los fariseos.

Pero todavía queda un paso más. Le falta el reencuentro con Jesús. Ahí se produce un momento de diálogo entre los dos, de encuentro en la intimidad, que termina con la confesión de fe: “Creo, Señor”.

“Creo, Señor”

Así, en un breve relato, el evangelista nos ha contado todo el proceso de la conversión, del encuentro con Jesús, del descubrimiento de Jesús como el Señor de nuestra vida, como el que da sentido a todo lo que hacemos, a nuestra forma de relacionarnos con los demás, al trabajo, al compromiso político, a la relación de pareja... Jesús anima toda una forma de vivir siempre de acuerdo con el Reino. Y nosotros, habiéndonos encontrado con él, nos comprometemos a vivir de esa manera. Porque entendemos que vale la pena, que es el mayor tesoro que podemos tener en la vida, que lo demás, como diría Pablo, es basura en comparación con Cristo.

En Jesús hemos descubierto la verdadera luz, la que ilumina nuestra vida y la vida del mundo. En Jesús podemos recuperar una vista que va más allá de la de los ojos de nuestro cuerpo. En Jesús aprendemos a ver con el corazón y con la mente. En Jesús, a su luz, todo recobra su sentido.

Ahora es el momento de ir más allá de este comentario y buscar el momento y la oportunidad para encontrarnos personalmente con Jesús. No se trata de leer un libro –aunque puede ayudar–. Al final, hay un momento en el que hay que cerrar el libro y entrar en nuestro interior para dialogar con Jesús de tú a tú. Para dejar que nos cure, para rumiar sus palabras y su estilo de vida. Para escuchar cuando nos pregunte: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Y responder con voz firme: “Creo, Señor.” Y luego salir al mundo para llenarlo de la luz de Cristo
labra de Dios

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (9,1.6-9.13-17.34-38):

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían: «El mismo.»
Otros decían: «No es él, pero se le parece.»
Él respondía: «Soy yo.»
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó: «Que es un profeta.»
Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él.

Palabra del Señor
Sábado 02 de Abril del 2011
Primera lectura
Lectura de la profecía de Oseas (6,1-6):

Vamos a volver al Señor: él, que nos despedazó, nos sanará; él, que nos hirió, nos vendará. En dos días nos sanará; al tercero nos resucitará; y viviremos delante de él. Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz. Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra. «¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, Judá? Vuestra piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora. Por eso os herí por medio de los profetas, os condené con la palabra de mi boca. Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos.»

Palabra de Dios
Salmo
Sal 50,3-4.18-19.20-21ab

R/. Quiero misericordia, y no sacrificios

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R/.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias. R/.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14):

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador." Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

Palabra del Señor
LA ORACIóN PERSONAL

— Necesidad de la oración. El ejemplo de Jesús.

— Oración personal: diálogo confiado con Dios.

— Poner los medios para rezar con recogimiento y evitar las distracciones.

I. Estaba Jesús orando en cierto lugar...1. Muchos pasajes del Evangelio muestran a Jesús que se retiraba y quedaba a solas para orar2; y se pone particularmente de relieve en los momentos más importantes de su ministerio público: Bautismo3, elección de los Apóstoles4, primera multiplicación de los panes5, transfiguración6, etcétera. Era una actitud habitual de Jesús: «A veces, pasaba la noche entera ocupado en coloquio íntimo con su Padre. ¡Cómo enamoró a los primeros discípulos la figura de Cristo orante!»7. ¡Cómo nos ayuda a nosotros!

En esta Cuaresma podemos fijarnos especialmente en una escena que contemplamos en el Santo Rosario: la oración de Jesús en el Huerto. Inmediatamente antes de entregarse a la Pasión, el Señor se dirige con los Apóstoles al Huerto de Getsemaní. Muchas veces había rezado Jesús en aquel lugar, pues San Lucas dice: Salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos8. Pero esta vez la oración de Jesús tendrá un matiz muy particular, porque ha llegado la hora de su agonía.

Llegado a Getsemaní, les dijo: Orad, para no caer en tentación9. Antes de retirarse un poco para orar, el Señor pide a los Apóstoles que permanezcan también en oración. Sabe Jesús que se acerca para ellos una fuerte tentación de escándalo al ver que es apresado su Maestro. Se lo ha comunicado ya durante la Última Cena, y ahora les advierte que no podrán resistir la prueba si no permanecen vigilantes y orando.

La oración es indispensable para nosotros, porque si dejamos el trato con Dios, nuestra vida espiritual languidece poco a poco. «Si se abandona la oración, primero se vive de las reservas espirituales..., y después, de la trampa»10. En cambio, la oración nos une a Dios, que nos dice: Sin mí no podéis hacer nada11. Conviene orar perseverantemente12, sin desfallecer nunca. Hemos de hablar con Él y tratarle mucho, con insistencia, en todas las circunstancias de nuestra vida. Además, ahora, durante este tiempo de Cuaresma, vamos con Jesucristo camino de la Cruz, y «sin oración, ¡qué difícil es acompañarle!»13.

El Señor nos enseña con el ejemplo de su vida cuál ha de ser nuestra actitud: dialogar siempre filialmente con Dios. «No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama»14. Siempre hemos de procurar tener presencia de Dios y contemplar los misterios de nuestra fe. Ese diálogo con Dios no debe interrumpirse; más aún, debe hacerse en medio de todas las actividades. Pero es indispensable que sea más intenso en esos ratos que diariamente dedicamos a la oración mental: meditamos y hablamos en su presencia sabiendo que verdaderamente Él nos oye y nos ve. Quizá sea la necesidad de la oración, junto con la de vivir la caridad, uno de los puntos en los que el Señor insistió más veces en su predicación.

II. Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, puesto de rodillas, oraba, diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya15.

Cuando el sufrimiento espiritual es tan intenso que le hace entrar en agonía, el Señor se dirige a su Padre con una oración llena de confianza. Le llama Abba, Padre, y le dirige palabras íntimas. Ese es el camino que debemos seguir también nosotros. En nuestra vida habrá momentos de paz espiritual y otros de lucha más intensa, quizá de oscuridad y de dolor profundo, con tentaciones de desaliento... La imagen de Jesús en el Huerto nos señala cómo hemos de proceder siempre: con una oración perseverante y confiada. Para avanzar en el camino hacia la santidad, pero especialmente cuando sintamos el peso de nuestra debilidad, hemos de recogernos en oración, en conversación íntima con el Señor.

La oración pública (o en común) en la que participan todos los fieles es santa y necesaria, pues Dios quiere ver a sus hijos también juntos orando16, pero nunca puede sustituir al precepto del Señor: tú, en tu aposento, cerrada la puerta, ora a tu Padre17. La liturgia es la oración pública por excelencia, «es la cumbre hacia la cual tiende toda la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo fuente de donde mana toda su fuerza (...). Con todo, la vida espiritual no se contiene en la sola participación de la sagrada Liturgia. Pues el cristiano, llamado a orar en común, debe sin embargo entrar también en su aposento y orar a su Padre en lo oculto, es más, según señala el Apóstol, debe rezar sin interrupción (1 Tes, 5, 17)»18.

La oración hecha en común con otros cristianos también debe ser oración personal, mientras los labios la recitan con las pausas oportunas y la mente pone en ella toda su atención.

En la oración personal se habla con Dios como en la conversación que se tiene con un amigo, sabiéndolo presente, siempre atento a lo que decimos, oyéndonos y contestando. Es en esta conversación íntima, como la que ahora intentamos mantener con Dios, donde abrimos nuestra alma al Señor, para adorar, dar gracias, pedirle ayuda, para profundizar –como los Apóstoles– en las enseñanzas divinas. «Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?” —¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!; y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio.

»En dos palabras: conocerle y conocerte: “¡tratarse!”»19.

Nunca puede ser plegaria anónima, impersonal, perdida entre los demás, porque Dios, que ha redimido a cada hombre, desea mantener un diálogo con cada uno de ellos, y al final de la vida la salvación o condenación dependerán de la correspondencia personal de cada uno. Debe ser el diálogo de una persona concreta –que tiene un ideal y una profesión determinada, y unas amistades propias..., y unas gracias de Dios específicas– con su Padre Dios.

III. Cuando se levantó de la oración y llegó hasta los discípulos, los encontró adormilados por la tristeza. Y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos y orad para no caer en tentación20.

Los apóstoles han descuidado el mandato del Señor. Los había dejado allí, cerca de Él, para que velaran y orasen y así no cayeran en la tentación: pero aún no aman bastante, y se dejan vencer por el sueño y la flaqueza, abandonando a Jesús en aquel momento de agonía. El sueño, imagen de la debilidad humana, ha permitido que se apodere de ellos una tristeza mala: decaimiento, falta de espíritu de lucha, abandono de la vida de piedad.

No caeremos en esa situación si mantenemos vivo el diálogo con Dios en cada rato de oración. Frecuentemente tendremos que acudir a los Santos Evangelios o a otro libro –como este que lees–, para que nos ayude a encauzar ese diálogo, aproximarnos más al Señor, en el que nada ni nadie nos puede sustituir. Así hicieron muchos santos: «Si no era acabando de comulgar –dice Santa Teresa– jamás osaba comenzar a tener oración sin libro, que tanto temía mi alma estar sin él en oración, como si con mucha gente fuera a pelear. Con este remedio, que era como una compañía o escudo en que había de recibir los golpes de los muchos pensamientos, andaba consolada»21.

Hemos de poner los medios para hacer esa oración mental con recogimiento. En el lugar más adecuado según nuestras circunstancias, siempre que sea posible, ante el Señor en el Sagrario. Y a la hora que hayamos determinado en nuestro plan de vida ordinario. En la oración estaremos también prevenidos contra las distracciones; esto supone, en gran medida, la mortificación de la memoria y de la imaginación, apartando lo que nos impida estar atentos a nuestro Dios. Hemos de evitar el tener «los sentidos despiertos y el alma dormida»22.

Si luchamos con decisión contra las distracciones, el Señor nos facilitará la vuelta al diálogo con Él; además, el Ángel Custodio tiene, entre otras, la misión de interceder por nosotros. Lo importante es no querer estar distraídos y no estarlo voluntariamente. Las distracciones involuntarias, que nos vienen a pesar nuestro, y que procuramos rechazar en cuanto somos conscientes, no quitan provecho ni mérito a nuestra oración. No se enfadan el padre y la madre porque balbucee sin sentido el niño que todavía no sabe hablar. Dios conoce nuestra flaqueza y tiene paciencia, pero hemos de pedirle: «concédenos el espíritu de oración»23.

Al Señor le será grato que hagamos el propósito de mejorar en la oración mental todos los días de nuestra vida; también aquellos en los que nos parezca costosa, difícil y árida, porque «la oración no es problema de hablar o de sentir, sino de amar. Y se ama, esforzándose en intentar decir algo al Señor, aunque no se diga nada»24. Si lo hacemos así, toda nuestra vida saldrá enriquecida y fortalecida. La oración es un potentísimo faro que da luz para iluminar mejor los problemas, para conocer mejor a las personas y así poder ayudarlas en su caminar hacia Cristo, para situar en su verdadero lugar aquellos asuntos que nos preocupan. La oración deja en el alma una atmósfera de serenidad y de paz que se transmite a los demás. La alegría que produce es un anticipo de la felicidad del Cielo.

Ninguna persona de este mundo ha sabido tratar a Jesús como su Madre Santa María, que pasó largas horas mirándole, hablando con Él, tratándole con sencillez y veneración. Si acudimos a Nuestra Madre del Cielo, aprenderemos muy pronto a hablar, llenos de confianza, con Jesús, y a seguirle de cerca, muy unidos a su Cruz.

1 Lc 11, 1-3. — 2 Cfr. Mt 14, 23; Mc 1, 35; Lc 5, 16; etc. — 3 Cfr. Lc 3, 21. — 4 Cfr. Lc 6, 12. — 5 Cfr. Mc 6, 46. — 6 Cfr. Lc 9, 29. — 7 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 119. — 8 Lc 22, 39. — 9 Lc 22, 40. — 10 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 445. — 11 Jn 15, 5. — 12 Cfr. Lc 18, 1. — 13 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 89. — 14 Santa Teresa, Vida, 8, 2. — 15 Lc 22, 41-42. — 16 Cfr. Mt 18, 19-20. — 17 Mt 6, 6. — 18 Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 10, 12. — 19 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 91. — 20 Lc 22, 45-46. — 21 Santa Teresa, Vida, 6, 3. — 22 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 368. — 23 Preces de laudes. Lunes IV semana de Cuaresma. — 24 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 464.

Meditación de ayer de Hablar con Dios
Cuaresma. Cuarto domingo

LA ALEGRÍA EN LA CRUZ

— La alegría es compatible con la mortificación y el dolor. Se le opone la tristeza, no la penitencia.

— La alegría tiene un origen espiritual, surge de un corazón que ama y se siente amado por Dios.

— Dios ama al que da con alegría.

I. Alégrate, Jerusalén; alegraos con ella todos los que la amáis, gozaos de su alegría..., rezamos en la Antífona de entrada de la Misa: Laetare, Ierusalem...1.

La alegría es una característica esencial del cristiano, y la Iglesia no deja de recordárnoslo en este tiempo litúrgico para que no olvidemos que debe estar presente en todos los momentos de nuestra vida. Existe una alegría que se pone de relieve en la esperanza del Adviento, otra viva y radiante en el tiempo de Navidad; más tarde, la alegría de estar junto a Cristo resucitado; hoy, ya avanzada la Cuaresma, meditamos la alegría de la Cruz. Es siempre el mismo gozo de estar junto a Cristo: «solo de Él, cada uno de nosotros puede decir con plena verdad, junto con San Pablo: Me amó y se entregó por mí (Gal 2, 20). De ahí debe partir vuestra alegría más profunda, de ahí ha de venir también vuestra fuerza y vuestro sostén. Si vosotros, por desgracia, debéis encontrar amarguras, padecer sufrimientos, experimentar incomprensiones y hasta caer en pecado, que rápidamente vuestro pensamiento se dirija hacia Aquel que os ama siempre y que con su amor ilimitado, como de Dios, hace superar toda prueba, llena todos nuestros vacíos, perdona todos nuestros pecados y empuja con entusiasmo hacia un camino nuevamente seguro y alegre»2.

Este domingo es tradicionalmente conocido con el nombre de Domingo «Laetare», por la primera palabra de la Antífona de entrada. La severidad de la liturgia cuaresmal se ve interrumpida en este domingo que nos habla de alegría. Hoy está permitido que –si se dispone de ellos– los ornamentos del sacerdote sean color rosa en vez de morados3, y que pueda adornarse el altar con flores, cosa que no se hace los demás días de Cuaresma4.

La Iglesia quiere recordarnos así que la alegría es perfectamente compatible con la mortificación y el dolor. Lo que se opone a la alegría es la tristeza, no la penitencia. Viviendo con hondura este tiempo litúrgico que lleva hacia la Pasión –y por tanto hacia el dolor–, comprendemos que acercarnos a la Cruz significa también que el momento de nuestra Redención se acerca, está cada vez más próximo, y por eso la Iglesia y cada uno de sus hijos se llenan de alegría: Laetare, alégrate, Jerusalén, y alegraos con ella todos los que la amáis.

La mortificación que estaremos viviendo estos días no debe ensombrecer nuestra alegría interior, sino todo lo contrario: debe hacerla crecer, porque nuestra Redención se acerca, el derroche de amor por los hombres que es la Pasión se aproxima, el gozo de la Pascua es inminente. Por eso queremos estar muy unidos al Señor, para que también en nuestra vida se repita, una vez más, el mismo proceso: llegar, por su Pasión y su Cruz, a la gloria y a la alegría de su Resurrección.

II. Alegraos siempre en el Señor, otra vez os digo: alegraos5. Con una alegría que es equivalente a felicidad, a gozo interior, y que lógicamente también se manifiesta en el exterior de la persona.

«Como es sabido, existen diversos grados de esta “felicidad”. Su expresión más noble es la alegría o “felicidad” en sentido estricto, cuando el hombre, a nivel de sus facultades superiores, encuentra la satisfacción en la posesión de un bien conocido y amado (...). Con mayor razón conoce la alegría y felicidad espiritual cuando su espíritu entra en posesión de Dios, conocido y amado como bien supremo e inmutable»6. Y continúa diciendo Pablo VI: «La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría. Porque la alegría tiene otro origen: es espiritual. El dinero, el “confort”, la higiene, la seguridad material, no faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la aflicción, la tristeza, forman parte, por desgracia, de la vida de muchos»7.

El cristiano entiende perfectamente estas ideas expresadas por el Romano Pontífice. Y sabe que la alegría surge de un corazón que se siente amado por Dios y que a su vez ama con locura al Señor. Un corazón que se esfuerza además para que ese amor a Dios se traduzca en obras, porque sabe –con el refrán castellano– que «obras son amores y no buenas razones». Un corazón que está en unión y en paz con Dios, pues, aunque se sabe pecador, acude a la fuente del perdón: Cristo en el sacramento de la Penitencia.

Al ofrecerte, Señor, en la celebración gozosa del domingo, los dones que nos traen la salvación, te rogamos nos ayudes...8. Los sufrimientos y las tribulaciones acompañan a todo hombre en la tierra, pero el sufrimiento, por sí solo, no transforma ni purifica; incluso puede ser causa de rebeldía y de desamor. Algunos cristianos se separan del Maestro cuando llegan hasta la Cruz, porque ellos esperan la felicidad puramente humana, libre de dolor y acompañada de bienes naturales.

El Señor nos pide que perdamos el miedo al dolor, a las tribulaciones, y nos unamos a Él, que nos espera en la Cruz. Nuestra alma quedará más purificada, nuestro amor más firme. Entonces comprenderemos que la alegría está muy cerca de la Cruz. Es más, que nunca seremos felices si no nos unimos a Cristo en la Cruz, y que nunca sabremos amar si a la vez no amamos el sacrificio. Esas tribulaciones, que con la sola razón parecen injustas y sin sentido, son necesarias para nuestra santidad personal y para la salvación de muchas almas. En el misterio de la corredención, nuestro dolor, unido a los sufrimientos de Cristo, adquiere un valor incomparable para toda la Iglesia y para la humanidad entera. El Señor nos hace ver, si acudimos a Él con humildad, que todo –incluso aquello que tiene menos explicación humana– concurre para el bien de los que aman a Dios9. El dolor, cuando se le da su sentido, cuando sirve para amar más, produce una íntima paz y una profunda alegría. Por eso, el Señor en muchas ocasiones bendice con la Cruz.

Así hemos de recorrer «el camino de la entrega: la Cruz a cuestas, con una sonrisa en tus labios, con una luz en tu alma»10.

III. El cristiano se da a Dios y a los demás, se mortifica y se exige, soporta las contrariedades... y todo eso lo hace con alegría, porque entiende que esas cosas pierden mucho de su valor si las hace a regañadientes: Dios ama al que da con alegría11. No nos tiene que sorprender que la mortificación y la Penitencia nos cuesten; lo importante es que sepamos encaminarnos hacia ellas con decisión, con la alegría de agradar a Dios, que nos ve.

«“¿Contento?” —Me dejó pensativo la pregunta.

»—No se han inventado todavía las palabras, para expresar todo lo que se siente –en el corazón y en la voluntad– al saberse hijo de Dios»12. Quien se siente hijo de Dios, es lógico que experimente ese gozo interior.

La experiencia que nos transmiten los santos es unánime en este sentido. Bastaría recordar la confidencia que hace el apóstol San Pablo a los de Corinto: ... estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones13. Y conviene recordar que la vida de San Pablo no fue fácil ni cómoda: Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno; tres veces fui azotado con varas; una vez fui lapidado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé náufrago en alta mar; en mis frecuentes viajes sufrí peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles, peligros en ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; trabajos y fatigas, frecuentes vigilias, con hambre y sed, en frecuentes ayunos, con frío y desnudez14. Pues bien, con todo lo que acaba de enumerar, San Pablo es veraz cuando nos dice: estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones.

Tenemos cerca la Semana Santa y la Pascua, y por tanto el perdón, la misericordia, la compasión divina, la sobreabundancia de la gracia. Unas jornadas más, y el misterio de nuestra salud quedará consumado. Si alguna vez hemos tenido miedo a la penitencia, a la expiación, llenémonos de valor, pensando en que el tiempo es breve y el premio grande, sin proporción con la pequeñez de nuestro esfuerzo. Sigamos con alegría a Jesús, hasta Jerusalén, hasta el Calvario, hasta la Cruz. Además, «¿no es verdad que en cuanto dejas de tener miedo a la Cruz, a eso que la gente llama cruz, cuando pones tu voluntad en aceptar la Voluntad divina, eres feliz, y se pasan todas las preocupaciones, los sufrimientos físicos o morales?»15.

1 Is 66, 10-11. — 2 Juan Pablo II, Alocución, 1-III-1980. — 3 Misal Romano, Ordenación General, n. 308. — 4 Caeremoniale Episcoporum, 1984, n. 48. — 5 Flp 4, 4. — 6 Pablo VI, Exhor. Apos. Guadete in Domino, 9-V-1975, I. — 7 Ibídem. — 8 Oración sobre las ofrendas, Dom. IV de Cuaresma. — 9 Cfr. Rom 8, 28. — l0 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, II, 3. — 11 2 Cor 9, 7. — 12 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 61. — 13 2 Cor 7, 4. — 14 2 Cor 11, 24-27. — 15 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, II.

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

jueves, 31 de marzo de 2011



Alfa y Omega > Nº 729 > JMJ 2011
Encuentro del arzobispo de Madrid con jóvenes universitarios católicos
Defended vuestra fe
Dos días después de que un grupo de vándalos asaltara la capilla del Campus de Somosaguas, de la Universidad Complutense, el cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco Varela, se reunió con los jóvenes universitarios católicos, en una cita anual, que comenzó hace tres años, organizada por la Delegación de Pastoral Universitaria, y que este año se ha centrado en la JMJ. El cardenal de Madrid instó a los jóvenes a no tener miedo y a defender la fe entre sus compañeros


El cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco Varela, acudió, el sábado, a la cita anual con los universitarios madrileños, en la III Jornada de Universitarios Católicos (JUC), organizada por la Delegación de Pastoral Universitaria, 48 horas después de que un grupo de estudiantes -en su mayoría chicas- entrase gritando consignas feministas contra la Iglesia y se desnudasen, de cintura para arriba, en la capilla del Campus de Somosaguas.
Acompañados por la Cruz y un Icono de la Virgen, los universitarios peregrinaron desde la Facultad de Derecho, de la UCM, hasta la catedral de la Almudena, donde el cardenal habló con ellos, largo y tendido, sobre la situación actual en la que se encuentran en la universidad y les aconsejó sobre cómo afrontar las dificultades, además de animarles a acudir a la JMJ.
Una estudiante de Filología Hispánica planteó al cardenal de Madrid sus miedos frente al rechazo sistemático que los católicos están sufriendo en el ambiente universitario: «En la Autónoma se canceló que usted diese una conferencia: está siendo un momento de verificación de la fe. A nivel legal, ¿qué puede hacer la universidad con las capillas católicas?», preguntó. «Es cierto que existen grupos extremistas, que son relativamente nuevos y más activos, dispuestos a la ofensa y a la agresión de palabra, pero no es el estilo general de los jóvenes», respondió.
Acuerdos legales
Respecto a los términos legales, el cardenal arzobispo de Madrid añadió que «hay derecho a la libertad religiosa y a la práctica pública y privada de la religión, en cualquier ámbito de la vida. También están los Acuerdos entre España y la Santa Sede, donde se dice que la Iglesia podrá desarrollar su actividad pastoral en las universidades; y los convenios entre el Rectorado de la Complutense y de otras universidades con el Arzobispado, firmados hace más de 20 años, donde se regula esa presencia y los medios con los que cuenta: un local para el culto y un espacio para los grupos de jóvenes, donde puedan desarrollar actividades. Siguen vigentes, nadie los ha denunciado y, si lo hubieran hecho, se negociarían otros, porque los principios jurídicos básicos no los puede cambiar un organismo interno de la facultad. En la práctica, a veces, aparecen personas o tendencias que buscan reducir el espacio de presencia de la Iglesia en la universidad, o si pueden, eliminarlo. Argumentan que en una universidad pública no puede haber presencia religiosa. Sería anticonstitucional si se prohíbe. Tenemos que defenderlo y lo haremos».
Testimonio y argumentos

Un momento de la peregrinación de los jóvenes
universitarios, desde la Facultad de Derecho de la UCM
hasta la catedral de la AlmudenaUn joven, estudiante de Ingeniería de Caminos, preguntó al cardenal de Madrid cómo pueden, los jóvenes universitarios católicos, introducir la idea de Dios en el debate intelectual de hoy, en un momento en el que está de moda la negación de toda creencia. «Daría consejos prácticos según la Facultad -afirmó el cardenal Rouco Varela-, sobre todo si se quiere dar una contestación teórica, aunque la mejor respuesta siempre tiene que ver con la vida, viendo el testimonio de entrega; por ejemplo, de las Hermanas de la Madre Teresa. Hay que dar también una respuesta intelectual; no hay que tener miedo al debate, pero hay que empaparse bien de autores que lo faciliten. Heiddeger o Habermas, un filósofo de lo empírico que tuvo un diálogo con el Papa sobre los fundamentos prepolíticos de la democracia. Y, por supuesto, del Papa».
También otro estudiante de Ingeniería, esta vez Industrial, que se va a confirmar este año, pidió algunos consejos para dar ejemplo al resto de universitarios:«Sed buenos estudiantes y buenos compañeros, que saben a estar al lado del otro. Después, no ocultéis la fe; incluso haced ver que vuestra forma de ser tiene esa fuente, la relación con el Señor. Y cuando se produzcan situaciones de debate, incluso de ofensa..., sabed hablar al corazón del compañero e invitadle también a la JMJ», señaló.
Jóvenes sin prejuicios
El cardenal de Madrid animó a los chicos y chicas allí reunidos a no tener miedo de defender la fe, y los definió como jóvenes sin prejuicios, muy diferentes de la generalidad de los jóvenes de los años 80, década en la que comenzaron las Jornadas Mundiales de la Juventud, que vivían envueltos en un pluralismo ideológico y cultural quelos apartaba del camino de la fe. «¿Con qué jóvenes se encontrará Benedicto XVI en agosto? Con jóvenes libres de prejuicios respecto a Dios y a la vida. Es verdad que tenemos grupos de vándalos que asolan las capillas universitarias, pero son minorías. Estáis abiertos a la gracia de Cristo en unas circunstancias muy complejas: el cuestionamiento ideológico del cristianismo ha ido a más; estáis inundados en un mar de posiciones intelectuales que niegan a Dios. Vivís en un mundo sin condiciones, quebrantadísimo desde el punto de vista intelectual y moral. En estas circunstancias, ponemos en marcha la Jornada Mundial de la Juventud, centrada en Cristo, con el lema Arraigados en Cristo, firmes en la fe».
La clave está en la oración
El cardenal Rouco Varela también recordó a los jóvenes la importancia de abrir el corazón al otro, tanto para el bien de la JMJ, como para sucesos como el ocurrido en la capilla de Somosaguas: «¿Qué debe hacer un grupo de universitarios cercanos a la Pastoral Universitaria, a la vivencia cristiana configurada en las capillas universitarias, para que resulte bien la JMJ?» La clave está en la oración: «La condición previa es la apertura del corazón a la acción del Señor. Como no tengamos la base de una Iglesia que ora, las cosas no van a salir bien. Si están saliendo medianamente bien es porque hay muchas almas que rezan. Por eso, el primer requisito para que resulte bien la JMJ es prepararse espiritualmente para ella; y hay que hacerlo a fondo, con un estilo humano caracterizado por la generosidad de corazón y la apertura al otro, ensayando ya, desde la Universidad, la acogida. La Pastoral Universitaria tendrá una gran labor en la acogida: por ejemplo, en la Complutense, se van a congregar muchos jóvenes; nos han dejado instalaciones para poder acogerlos, en contraste con lo que pasó el otro día», concluyó.
Cristina Sánchez
Ante los ataques a la capilla de la UCM
El Arzobispado de Madrid publicó, el viernes, un comunicado, ante los hechos ocurridos en la capilla del Campus de Somosaguas, de la Universidad Complutense de Madrid, cuando varios estudiantes -en su mayoría chicas- entraron en el templo y profirieron insultos a la Iglesia católica, al Santo Padre y a la fe cristiana, además de desnudarse completamente, de cintura para arriba. En la Nota, el Arzobispado señala que «estos hechos, absolutamente reprobables, son objeto de delito, y denigran en primer lugar a quienes los cometen». Asimismo, eleva su queja «al Rectorado de la Universidad y recuerda que estas acciones son un atentado a la libertad de culto y una profanación de un lugar sagrado, lo cual conlleva penas canónicas en el caso de que quienes las han cometido estén bautizados».
«Es indigno que, en una sociedad democrática, donde se pide el respeto a las personas, a las instituciones religiosas y al derecho de la celebración pública de la fe en la Universidad Complutense -con la que la Iglesia mantiene una estrecha y amigable relación de colaboración-, algunos jóvenes puedan manchar con este tipo de comportamientos el buen nombre y trabajo de la comunidad universitaria», finaliza la Nota.
Mañana, viernes 18 de marzo, a las 13.30 horas, se celebrará una Misa de desagravio por la profanación del lugar sagrado. La Misa será en la propia capilla de Somosaguas, de la UCM.
Testimonio de una testigo directa de lo ocurrido en la capilla de Somosaguas
Los católicos debemos lanzarnos, de una vez, a dar la cara



Un aspecto de la capilla del Campus de Somosaguas,
de la UCMCuando el jueves, 10 de marzo, llegué a la Facultad de Psicología, de la Universidad Complutense, un amigo me avisó de las pintadas contra la Iglesia en la capilla y de lo guerreras que estaban las asociaciones de izquierda. Le prometí pasar por el templo y rezar por los alumnos del Campus. Sabía que, en Somosaguas, el colectivo de lesbianas y feministas era muy peleón, pero nunca imaginé que iba a verlas en acción.
Al llegar, pude leer en las fachadas del templo varios eslóganes: La única Iglesia que ilumina es la que arde; Cerdos pederastas; Arderéis como en el 36; y otra típica: Alejad vuestros rosarios de nuestros ovarios. Ya dentro, recé.
Cuando me disponía a marcharme, el ruido desde un megáfono muy próximo me alertó de alguna concentración en el exterior. Pensé que se trataba de un acto en el Campus, hasta que una voz femenina dijo: Vamos a cantar, y entonó una especie de gregoriano. ¡Estaban en la puerta y, entonces, lo vi claro! Venían a manifestarse en son de burla, pero no pensé que fueran a entrar.
De dos en dos, como en procesión, aparecieron en el interior del templo. Me levanté para detenerlas, me puse delante frenándolas con las manos y dije a la primera pareja: «Aquí no podéis entrar así, ni hacer nada»…; pero me sobrepasaron y siguió entrando gente. «Sólo vamos a hacer un comunicado», me contestó la que dirigía al grupo y portaba el megáfono. Me pregunté qué podía hacer o decir, cómo impedirlo o pararlo, pero la prudencia y el silencio del capellán, que permaneció en la entrada, me hicieron ver que hacerles frente podría provocar un aumento de blasfemias o algún destrozo en el templo.
El grupo no llegaba a las 50 personas. La mayoría eran mujeres, y unas veinte llevaban la cabeza cubierta con un pañuelo morado. Algunas portaban fotos de Benedicto XVI, con una cruz gamada en el pecho. En la introducción, se quejaron de la presencia de una capilla en un espacio público y varias proclamaron distintos textos de la Iglesia sobre el papel de la mujer y la homosexualidad. También reivindicaron la prostitución como promiscuidad sin límites de ningún tipo, y lo hicieron ya sin palabras. Había llegado el momento de los hechos, de demostrar en un templo católico que se negaban a ser beatas y vírgenes y que querían ser prostitutas. Que no querían estar bajo la represión de la Iglesia. Las veinte se quitaron el pañuelo de la cabeza, la camiseta y más de cinco se quedaron completamente desnudas de cintura para arriba. Se trasformaron, ya eran libres. Había llegado el culmen, el momento esperado, y aplaudieron exultantes. Dos de ellas se besaron.
En sus brazos o torsos desnudos podía leerse Prostitutas y libres -expresado en términos más vulgares, claro-, Bolleras, Violentas o Bisexual. Mientras, coreaban Contra el Vaticano poder clitoriano; Me gustan las peras y las manzanas y yo me acuesto con quien me da la gana… La Conferencia Episcopal también fue nombrada. Radiantes, recogieron sus ropas del suelo y se marcharon felicitándose por la hazaña. Habían contribuido a la lucha contra las capillas católicas en la universidad, y, además lo habían grabado, y se habían hecho fotos.
Lo que ellas denominan performance -arte en vivo-, no fue otra cosa que exhibicionismo, blasfemia, profanación de un lugar sagrado, alteración del orden público, grabación ilícita y atentado contra la libertad religiosa y de culto.
Sé que esta semana, en muchos lugares, se está reparando el agravio. Dios, que de los males puede sacar bienes, puede hacer que los católicos nos lancemos, de una vez, a dar la cara, a hacer apostolado abiertamente y sin complejos, a manifestar con la vida la alegría de seguir a Cristo; salgamos de nuestros miedos, cobardías y de nuestro secularismo interno. Muchos lo hacen, pero hay tantos dormidos... Yo, la primera que necesito conversión. Aun así repito: Jesús, te quiero.
Altagracia Domínguez

Alfa y Omega, nº 729, JMJ 2011

Alfa y Omega, nº 729, JMJ 2011

miércoles, 30 de marzo de 2011

I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro del Deuteronomio 4,1.5-9:
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar. Mirad, yo os enseño los mandatos y decretos que me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumpláis en la tierra donde vais a entrar para tomar posesión de ella. Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: "Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente." Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos? Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy? Pero, cuidado, guárdate muy bien de olvidar los sucesos que vieron tus ojos, que no se aparten de tu memoria mientras vivas; cuéntaselos a tus hijos y nietos.»
Sal 147,12-13.15-16.19-20 R/. Glorifica al Señor, Jerusalén
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza. R/.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,17-19:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.»
II. Oramos con la Palabra
CRISTO,quieres que acate tu ley, no por puro cumplimiento (cumplo-y-miento), sino como aceptación respetuosa y gozosa de tu voluntad, que quiere lo mejor para mí y me señala el camino. Tu palabra me da vida: ¿cómo voy a prescindir de tu Palabra cuando es la luz para mis pasos y la fuerza para seguir caminando hacia la Vida?

Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 publicado por EDIBESA.

III. Compartimos la Palabra
•“ Ahora, Israel, escucha los mandatos que yo te mando cumplir”
El libro del Deuteronomio, recuerda a Israel, todo lo que Moisés transmitió al pueblo, en nombre de Dios. Inculca la fidelidad a Dios, único medio para ser feliz; esta fidelidad consiste, no sólo en saberse un pueblo privilegiado que tiene a su Dios con ellos:¿Hay alguna nación tan grande que tenga a sus dioses, tan cerca, como lo está el Señor nuestro Dios siempre que le invocamos? . Efectivamente, Dios ha entrado en la historia de Israel, lo ha guiado, “lo ha cuidado como a las niñas de sus ojos,; como el águila extendió sus alas, los tomó y los llevó sobre sus plumas” (Dt 32,11-12) pero esto no es suficiente, el pueblo tiene que dar una respuesta, que, no es otra que cumplir los mandamientos de la Alianza; que los conserve en su memoria y los trasmita a sus hijos y nietos para que sean fieles al Dios de sus padres.
Dios conserva siempre su fidelidad;¿Cuál es nuestra respuesta?

•“No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.”
Para un israelita, lo más importante era la Ley, una ley que, muchas veces, era interpretada erróneamente, poniendo al hombre en función de la Ley y no a la Ley en función del hombre; Cristo antepone al hombre, por eso, cura a los enfermos aunque sea día de sábado: “El sábado es para el hombre, no el hombre para el sábado”; “Mi Padre trabaja y yo también trabajo”, esto era interpretado, por algunos escribas y fariseos, como un desprecio a la Ley de Moisés, pero Cristo aclara, “No he venido a derogar la Ley y los profetas, he venido a darles plenitud”. La plenitud de la Ley es el Amor, quien ama de verdad, ha cumplido la Ley , por eso dice Jesús, no he venido a derogar la Ley sino a darle plenitud.

La carta a los gálatas nos recuerda que:” Cristo nació bajo la Ley para libarnos de la Ley, para que lleguemos a ser hijos por adopción en el Amor”.

Hna. María Pilar Garrúes El Cid
Misionera Dominica del Rosario
12. DOMINICOS 2003

Cambiar, sin violentar; mejorar, sin herir
Adelantemos tres pensamientos que nos ayudarán a vivir la jornada en actitud positiva, agradecida, humilde, comprometida, fiel:


Señor, tú me enseñarás el sendero de la vida, y yo, si te escucho, podré gozar en tu presencia.


Dichosos quienes escuchan la Palabra de Dios, la guardan en su corazón y fructifican en bondades.


Los mandamientos de la ley son sabiduría y prudencia, hacen al hombre honrado y generan paz en la justicia y amor.


En la primera lectura de la acción litúrgica contamos hoy con un hermoso discurso de Moisés, recogido en el Deuteronomio. Moisés está contemplando la Tierra prometida, pero no puede entrar en ella. Dios le ha guiado en el camino, pero otro y no él será el elegido. Su voz, emocionada, se convierte en cantora de la sensatez, perfección y belleza de Ley. Quien sea fiel a ella, dice, será amigo de Dios, y l a eso están llamados los hijos de Israel.

Por su parte, Jesús, en otro momento de la historia de salvación, cuando esa primera Ley, la de Moisés, toca a su fin y es superada, nos advierte: yo no he venido a suprimir la ley antigua sino a perfeccionarla y darle plenitud.

Para nosotros, creyentes en Cristo, la ley antigua, aun siendo buena, es la de Moisés y los profetas; la ley nueva es la de Jesús, y a ésta la vemos encumbrada mil codos sobre los preceptos anteriores, porque está penetrada por un espíritu nuevo, el espíritu del Hijo de Dios, encarnado.

La lección que se nos ofrece es clara: Hemos de venerar la ley antigua y su verdad, como obra inspirada por Dios a favor del hombre. Pero más allá de la justicia de la Ley, hemos de saber vivir en una Ley Nueva, la del Espíritu de Cristo, la del Reino de Dios, que es Reino de justicia, amor y paz.

ORACIÓN:

Enséñanos, Señor, a vivir en plenitud como hijos tuyos, y en esa experiencia de vida comprenderemos cómo nos has amado, cómo nos has iluminado en la historia –toda ella de salvación- y cómo nos quieres respetuosos pero dinámicos, agradecidos pero inquietos, conscientes del momento que vivimos pero sedientos de un mañana más puro, honrado, santo. Amén.

Evangelio del día - Predicación - Orden de Predicadores

Evangelio del día - Predicación - Orden de Predicadores

Manuel Lozano Garrido... "Lolo"

Manuel Lozano Garrido... "Lolo"

El mundo visto desde Roma

El mundo visto desde Roma

Oración del enfermo
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“¡Señor, nosotros, los enfermos, nos acercamos a Ti!...
Somos los “inútiles” de la humanidad. En todas partes estorbamos...
No podemos echar nuestra parte a la economía maltrecha del hogar difícil.
Gastamos y consumimos dolorosamente los pobres ahorros, en medicinas,
en inyecciones, en apresuradas visitas de médicos...
Todos sonríen; nosotros lloramos, en silencio.
Todos trabajan; nosotros descansamos, forzosamente.
Quietud más fatigosa que la misma labor.
No podemos levantar la silla, que ha caído;
ni acudir al teléfono que suena; ni abrir la puerta, cuando toca el timbre...
No nos es permitido soñar; ni amar a una mujer o a un hombre;
ni pensar en un hogar;
ni acariciar, con los dedos de la ilusión, las rubias cabezas de nuestros hijos”...
“Y, sin embargo, sabemos... que tenemos reservada para nosotros
una empresa muy grande: ayudar a los hombres a salvarse, unidos a Ti...
Haz, Señor: que conozcamos nuestra vocación y su sentido íntimo...
Recoge, Señor, como un manojo de lirios en tus manos clavadas,
nuestra inutilidad,
para que les des una eficacia redentora universal...
La salvación del mundo la has puesto en nuestras manos.
Que no os defraudemos”

Manuel Lozano Garrido, Lolo

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Credo del Sufrimiento


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CREO en el sufrimiento como en una elección y quiero hacer de cada latido, un sí de correspondencia al amor.

CREO que el sacrificio es un telegrama a Dios con respuesta segura de Gracia.

CREO en la misión redentora del sufrimiento. Me acercaré a quien sufre como el relicario que guarda el "Lignunm-crucis" de la Pasión.

Doy un margen de fe al dolor en lo que tiene de poda necesaria y viviré en silencio mi hora de germinación, con la esperanza a punto.

CREO en la función útil de la soledad. Los pantanos se hacen en las afueras, para recoger la fuerza del agua y luego devolverla en luces y energía.

CREO que la acción y sacrificio cristianos se traban como la era y la lumbre de un cirio. Cuanto más pura es una inmolación tanto más resplandeciente su testimonio.

CREO que la inutilidad física revierte en provecho espiritual de todos. El arco iris de la Redención se tensa desde la inmovilidad de un niño hasta la invalidez que dan los clavos de una Cruz.

Daré a Dios los panes y los peces de mi corazón para que ÉL los convierta en milagro de salvación para todos.

Árbol de Dios, con raíces y ramas, viviré con las rodillas atornilladas y las manos metidas en las estrellas, encaramando nuestra savia y porteando hacia abajo la cosecha de la Gracia.

Manuel Lozano Garrido, Lolo

Lolo, Beato y Enfermo Misionero

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Granito de Sal. Humanizamos Internet contigo

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TV Lourdes - Le direct avec la vie de Sanctuaires Notre-Dame de Lourdes | Lourdes

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martes, 29 de marzo de 2011

Programas gratis

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LAS VIRTUDES Y EL CRECIMIENTo ESPIRITUAL

— Las virtudes y la santidad.

— Virtudes humanas y virtudes sobrenaturales. Su ejercicio en la vida ordinaria.

— El Señor da siempre su gracia para vivir la fe cristiana en toda su plenitud.

I. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, Señor1.

Jesús nos enseña con diversas imágenes que el camino que conduce a la Vida, a la santidad, consiste en el pleno desarrollo de la vida espiritual: el grano de mostaza, que crece hasta llegar a ser un gran arbusto, donde se posan las aves del cielo; el trigo, que llega a la madurez y produce espigas con abundantes granos... Ese crecimiento, no exento de dificultades y que en ocasiones puede parecer lento, es el desarrollo de las virtudes. La santificación de cada jornada comporta el ejercicio de muchas virtudes humanas y sobrenaturales: la fe, la esperanza, la caridad, la justicia, la fortaleza..., la laboriosidad, la lealtad, el optimismo...

Las virtudes exigen para su crecimiento repetición de actos, pues cada uno de ellos deja una disposición en el alma que facilita el siguiente. Por ejemplo, la persona que ya al levantarse vive el «minuto heroico», venciendo la pereza desde el primer momento de la jornada2, tendrá más facilidad para ser diligente con otros deberes, pequeños o grandes, de la misma manera que el deportista mejora su forma física cuando se entrena, y adquiere mayor aptitud para repetir sus ejercicios. Las virtudes perfeccionan cada vez más al hombre, al mismo tiempo que le facilitan hacer buenas obras y el dar una pronta y adecuada respuesta al querer de Dios en cada momento. Sin las virtudes –esos hábitos buenos adquiridos por la repetición de actos y con la ayuda de la gracia– cada actuación buena se hace costosa y difícil, se queda solo como acto aislado, y es más fácil caer en faltas y pecados, que nos alejan de Dios. La repetición de actos en una misma dirección deja su huella en el alma, en forma de hábitos, que predisponen al bien o al mal en las actuaciones futuras, según hayan sido buenos o malos. De quien actúa bien habitualmente, se puede esperar que ante una dificultad lo seguirá haciendo: ese hábito, esa virtud le sostiene. Por eso es tan importante que la penitencia borre las huellas de los pecados de la vida pasada: para que no la vuelvan a inclinar al mal; penitencia más intensa cuanto más graves hayan sido las caídas o más largo el tiempo en que se haya estado separado de Dios, pues la huella que habrán dejado será mayor.

El ejercicio de las virtudes nos indica en todo momento el sendero que conduce al Señor. Cuando un cristiano, con la ayuda de la gracia, se esfuerza no solo por alejarse de las ocasiones de pecar y resistir con fortaleza las tentaciones, sino por alcanzar la santidad que Dios le pide, es cada vez más consciente de que la vida cristiana exige el desarrollo de las virtudes y también la purificación de los pecados y de las faltas de correspondencia a la gracia en la vida pasada. Especialmente en este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos invita precisamente a crecer en las virtudes: hábitos de obrar el bien.

II. La santidad es ejercicio de virtudes un día y otro, con constancia, en el ambiente y en las circunstancias en que vivimos. Las «virtudes humanas (...) son el fundamento de las sobrenaturales; y estas proporcionan siempre un nuevo empuje para desenvolverse con hombría de bien. Pero, en cualquier caso, no basta el afán de poseer esas virtudes: es preciso aprender a practicarlas. Discite benefacere (Is 1, 17), aprended a hacer el bien. Hay que ejercitarse habitualmente en los actos correspondientes –hechos de sinceridad, de veracidad, de ecuanimidad, de serenidad, de paciencia–, porque obras son amores, y no cabe amar a Dios solo de palabra, sino con obras y de verdad (1 Jn 3, 18)»3.

Aunque la santificación es enteramente de Dios, en su bondad infinita, Él ha querido que sea necesaria la correspondencia humana, y ha puesto en nuestra naturaleza la capacidad de disponernos a la acción sobrenatural de la gracia. Mediante el cultivo de las virtudes humanas –la reciedumbre, la lealtad, la veracidad, la cordialidad, la afabilidad...– disponemos nuestra alma, de la mejor manera posible, a la acción del Espíritu Santo. Se entiende bien así que «no es posible creer en la santidad de quienes fallan en las virtudes humanas más elementales»4.

Las virtudes del cristiano hay que ejercitarlas en la vida ordinaria, en todas las circunstancias: fáciles, difíciles o muy difíciles. «Hoy, como ayer, del cristiano se espera heroísmo. Heroísmo en grandes contiendas, si es preciso. Heroísmo –y será lo normal– en las pequeñas pendencias de cada jornada»5. De la misma manera que la planta se alimenta de la tierra en la que está, así la vida sobrenatural del cristiano, sus virtudes, hunden sus raíces en el mundo concreto en donde está inmerso: trabajo, familia, alegrías y desgracias, buenas y malas noticias... Todo debe servir para amar a Dios y hacer apostolado. Unos acontecimientos fomentarán más las acciones de gracias, otros la filiación divina; determinadas circunstancias harán crecer la fortaleza y otras la confianza en Dios... Teniendo en cuenta que las virtudes forman un entramado: cuando se crece en una, se adelanta en todas las demás. Y «la caridad es la que da unidad a todas las virtudes que hacen al hombre perfecto»6.

No podemos esperar situaciones ideales, circunstancias más propicias, para buscar la santidad y para hacer apostolado: «(...) cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios (...). Dejaos, pues, de sueños, de falsos idealismos, de fantasías, de eso que suelo llamar mística ojalatera –¡ojalá no me hubiera casado, ojalá no tuviera esta profesión, ojalá tuviera más salud, ojalá fuera joven, ojalá fuera viejo!...–, y ateneos, en cambio, sobriamente, a la realidad más material e inmediata, que es donde está el Señor»7.

El esperar situaciones y circunstancias que a nosotros nos parezcan buenas y propicias para ser santos, equivaldría a ir dejando pasar la vida vacía y perdida. Este rato de oración de hoy nos puede servir para preguntarnos junto al Señor: ¿es real mi deseo de identificarme cada vez más con Cristo?, ¿aprovecho verdaderamente las incidencias de cada día para ejercitarme en las virtudes humanas y, con la gracia de Dios, en las sobrenaturales?, ¿procuro amar más a Dios, haciendo mejor las mismas cosas, con una intención más recta?

III. El Señor no pide imposibles. Y de todos los cristianos espera que vivan en su integridad las virtudes cristianas, también si están en ambientes que parecen alejarse cada vez más de Dios. Él dará las gracias necesarias para ser fieles en esas situaciones difíciles. Es más, esa ejemplaridad que espera de todos será en muchas ocasiones el medio para hacer atrayente la doctrina de Cristo y reevangelizar de nuevo el mundo.

Muchos cristianos, al perder el sentido sobrenatural y, por tanto, la influencia real de la gracia en sus vidas, piensan que el ideal propuesto por Cristo necesita adaptaciones para poder ser vivido por hombres corrientes de este tiempo nuestro. Ceden ante compromisos morales en el trabajo, o en temas de moral matrimonial, o ante el ambiente de permisivismo y de sensualidad, ante un aburguesamiento más o menos generalizado, etcétera.

Con nuestra vida –que puede tener fallos, pero que no se conforma a ellos– debemos enseñar que las virtudes cristianas se pueden vivir en medio de todas las tareas nobles; y que ser compasivos con los defectos y errores ajenos no es rebajar las exigencias del Evangelio.

Para crecer en las virtudes humanas y en las sobrenaturales necesitaremos, junto a la gracia, el esfuerzo personal por desplegar la práctica de estas virtudes en la vida ordinaria, hasta conseguir auténticos hábitos, y no solo apariencia de virtud: «La fachada es de energía y reciedumbre. —Pero ¡cuánta flojera y falta de voluntad por dentro!

»—Fomenta la decisión de que tus virtudes no se transformen en disfraz, sino en hábitos que definan tu carácter»8.

San Juan Crisóstomo nos anima a luchar en la vida interior como hacen «los párvulos en la escuela. Primero –dice el Santo– aprenden la forma de las letras; luego empiezan a distinguir las torcidas, y así, paso a paso, acaban por aprender a leer. Dividiendo la virtud en partes, aprendamos primero, por ejemplo, a no hablar mal; luego, pasando a otra letra, a no envidiar a nadie, a no ser esclavos del cuerpo en ninguna situación, a no dejarnos llevar por la gula... Luego, pasando de ahí a las letras espirituales, estudiemos la continencia, la mortificación de los sentidos, la castidad, la justicia, el desprecio de la gloria vana; procuremos ser modestos, contritos de corazón. Enlazando unas virtudes con otras escribámoslas en nuestra alma. Y hemos de ejercitar esto en nuestra misma casa: con los amigos, con la mujer, con los hijos»9.

Lo importante es que nos decidamos con firmeza y con amor a buscar las virtudes en nuestro quehacer ordinario. Cuanto más nos ejercitemos en estos actos buenos, más facilidad tendremos para realizar los siguientes, identificándonos así cada vez más con Cristo. Nuestra Señora, «modelo y escuela de todas las virtudes»10, nos enseñará a llevar a cabo nuestro empeño si acudimos a Ella en petición de ayuda y consejo, y nos facilitará alcanzar los resultados que deseamos en nuestro examen particular de conciencia, que frecuentemente estará orientado hacia adquirir una virtud bien concreta y determinada.

1 Antífona de la Comunión. Sal 15, 11. — 2 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 206. — 3 ídem, Amigos de Dios, 91.— 4 A. del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, Madrid, Epalsa, 4ª ed., p. 28. — 5 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 82. — 6 San Alfonso Mª. de Ligorio, Prácticas del amor a Jesucristo. — 7 Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, 116. — 8 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 777. — 9 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre los Salmos, 11, 8. — 10 San Ambrosio, Tratado sobre las vírgenes, 2.Cuaresma. 3ª semana. Martes

perdonar y disculpar

— Perdonar y olvidar las pequeñas ofensas que se producen a veces en la convivencia diaria.

— Nuestro perdón en comparación con lo que el Señor nos perdona.

— Disculpar y comprender. Aprender a ver lo bueno de los demás.

I. En el trato con los demás, en el trabajo, en las relaciones sociales, en la convivencia de todos los días, es prácticamente inevitable que se produzcan roces. Es también posible que alguien nos ofenda, que se porte con nosotros de manera poco noble, que nos perjudique. Y esto, quizá, de forma un tanto habitual. ¿Hasta siete veces he de perdonar? Es decir, ¿he de perdonar siempre? Esta es la cuestión que le propone Pedro al Señor en el Evangelio de la Misa de hoy1. Es también nuestro tema de oración: ¿sabemos disculpar en todas las ocasiones?, ¿lo hacemos con prontitud?

Conocemos la respuesta del Señor a Pedro, y a nosotros: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Es decir, siempre. Pide el Señor a quienes le siguen, a ti y a mí, una postura de perdón y de disculpa ilimitados. A los suyos, el Señor les exige un corazón grande. Quiere que le imitemos. «La omnipotencia de Dios –dice Santo Tomás– se manifiesta, sobre todo, en el hecho de perdonar y usar de misericordia, porque la manera que Dios tiene de demostrar su poder supremo es perdonar libremente...»2, y por eso a nosotros «nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar»3. Es donde mostramos también nuestra mayor grandeza de alma.

«Lejos de nuestra conducta, por tanto, el recuerdo de las ofensas que nos hayan hecho, de las humillaciones que hayamos padecido –por injustas, inciviles y toscas que hayan sido–, porque es impropio de un hijo de Dios tener preparado un registro, para presentar una lista de agravios»4. Aunque el prójimo no mejore, aunque recaiga una y otra vez en la misma ofensa o en aquello que me molesta, debo renunciar a todo rencor. Mi interior debe conservarse sano y limpio de toda enemistad.

Nuestro perdón ha de ser sincero, de corazón, como Dios nos perdona a nosotros: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, decimos cada día en el Padrenuestro. Perdón rápido, sin dejar que el rencor o la separación corroan el corazón ni por un momento. Sin humillar a la otra parte, sin adoptar gestos teatrales ni dramatizar. La mayoría de las veces, en la convivencia ordinaria, ni siquiera será necesario decir «te perdono»: bastará sonreír, devolver la conversación, tener un detalle amable; disculpar, en definitiva.

No es necesario que suframos grandes injurias para ejercitarnos en esta muestra de caridad. Bastan esas pequeñas cosas que suceden todos los días: riñas en el hogar por cuestiones sin importancia, malas contestaciones o gestos destemplados ocasionados muchas veces por el cansancio de las personas, que tienen lugar en el trabajo, en el tráfico de las grandes ciudades, en los transportes públicos...

Mal viviríamos nuestra vida cristiana si al menor roce se enfriara nuestra caridad y nos sintiéramos separados de los demás, o nos pusiéramos de mal humor. O si una injuria grave nos hiciera olvidar la presencia de Dios y nuestra alma perdiera la paz y la alegría. O si somos susceptibles. Hemos de hacer examen para ver cómo son nuestras reacciones ante las molestias que, a veces, la convivencia lleva consigo. Seguir al Señor de cerca es encontrar también en este punto, en las contrariedades pequeñas y en las ofensas graves, un camino de santidad.

II. Y si siete veces al día te ofende... siete veces le perdonarás5. Siete veces, en muchas ocasiones. Incluso en el mismo día y sobre lo mismo. La caridad es paciente, no se irrita6.

En algún caso, nos puede costar el perdón. En lo grande o en lo pequeño. El Señor lo sabe y nos anima a recurrir a Él, que nos explicará cómo este perdón sin límite, compatible con la defensa justa cuando sea necesaria, tiene su origen en la humildad. Cuando acudimos a Jesús, Él nos recuerda la parábola que narra el Evangelio de la Misa de hoy. Un rey quiso arreglar cuentas con sus siervos. Y le presentaron uno que le debía diez mil talentos7. ¡Una enormidad! Unos sesenta millones de denarios (un denario era el jornal de un trabajador del campo).

Cuando una persona es sincera consigo misma y con Dios no es difícil que se reconozca como aquel siervo que no tenía con qué pagar. No solamente porque todo lo que es y tiene a Dios se lo debe, sino también porque han sido muchas las ofensas perdonadas. Solo nos queda una salida: acudir a la misericordia de Dios, para que haga con nosotros lo que hizo con aquel criado: compadecido de aquel siervo, le dejó libre y le perdonó la deuda.

Pero cuando este siervo encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios, no supo perdonar ni esperar a que pudiera pagárselos, a pesar de que el compañero se lo pidió de todas las formas posibles. Entonces su señor lo mandó llamar y le dijo: Siervo malo, yo te he perdonado toda la deuda porque me lo has suplicado. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo la he tenido en ti?

La humildad de reconocer nuestras muchas deudas para con Dios nos ayuda a perdonar y a disculpar a los demás. Si miramos lo que nos ha perdonado el Señor, nos damos cuenta de que aquello que debemos perdonar a los demás –aun en los casos más graves– es poco: no llega a cien denarios. En comparación de los diez mil talentos nada es.

Nuestra postura ante los pequeños agravios ha de ser la de quitarles importancia (en realidad la mayoría de las veces no la tienen) y disculpar también con elegancia humana. Al perdonar y olvidar, somos nosotros quienes sacamos mayor ganancia. Nuestra vida se vuelve más alegre y serena, y no sufrimos por pequeñeces. «Verdaderamente la vida, de por sí estrecha e insegura, a veces se vuelve difícil. —Pero eso contribuirá a hacerte más sobrenatural, a que veas la mano de Dios; y así serás más humano y comprensivo con los que te rodean»8.

«Hemos de comprender a todos, hemos de convivir con todos, hemos de disculpar a todos, hemos de perdonar a todos. No diremos que lo injusto es justo, que la ofensa a Dios no es ofensa a Dios, que lo malo es bueno. Pero, ante el mal, no contestaremos con otro mal, sino con la doctrina clara y con la acción buena: ahogando el mal en abundancia de bien (Cfr. Rom 12, 21)»9. No cometeremos el error de aquel siervo mezquino que, habiéndosele perdonado a él tanto, no fue capaz da perdonar tan poco.

III. La caridad ensancha el corazón para que quepan en él todos los hombres, incluso aquellos que no nos comprenden o no corresponden a nuestro amor. Junto al Señor no nos sentiremos enemigos de nadie. Junto a Él aprenderemos a no juzgar las intenciones íntimas de las personas.

No percibimos de los demás sino unas pocas manifestaciones externas, que ocultan, en muchas ocasiones, los verdaderos motivos de su actuar. «Aunque vierais algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo –aconseja San Bernardo–, sino más bien excusadle en vuestro interior. Excusad la intención, si no podéis excusar la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por debilidad. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, aun entonces procurad creerlo así, y decid para vuestros adentros: la tentación habrá sido muy fuerte»10.

¡Cuántos errores cometemos en los pequeños roces de la convivencia diaria! Muchos de ellos se deben a que nos dejamos llevar por juicios o sospechas temerarias. ¡Cuántas divisiones familiares se tornarían atenciones si viéramos que ese mal detalle, esa inoportunidad, se debe al cansancio de aquella persona después de un día largo y difícil! Además, «mientras interpretes con mala fe las intenciones ajenas, no tienes derecho a exigir comprensión para ti mismo»11.

La comprensión nos inclina a vivir amablemente abiertos hacia los demás, a mirarlos con simpatía; alcanza las profundidades del corazón y sabe encontrar la parte de bondad que hay siempre en todas las personas.

Solo es capaz de comprender quien es humilde. Si no, las faltas más pequeñas de los demás se ven aumentadas, y se tiende a disminuir y justificar las mayores faltas y errores propios. La soberbia es como esos espejos curvos que deforman la verdadera realidad de las cosas.

Quien es humilde es objetivo, y entonces puede vivir el respeto y la comprensión con los demás: surge fácil la disculpa para los defectos ajenos. Ante ellos, el humilde no se escandaliza. «No hay pecado –escribe San Agustín– ni crimen cometido por otro hombre que yo no sea capaz de cometer por razón de mi fragilidad, y si aún no lo he cometido es porque Dios, en su misericordia, no lo ha permitido y me ha preservado en el bien»12. Además, «aprenderemos también a descubrir tantas virtudes en los que nos rodean –nos dan lecciones de trabajo, de abnegación, de alegría...–, y no nos detendremos demasiado en sus defectos; solo cuando resulte imprescindible, para ayudarles con la corrección fraterna»13.

La Virgen nos enseñará, si se lo pedimos, a saber disculpar –en Caná, la Virgen no critica que se haya acabado el vino, sino que ayuda a solucionar su falta–, y a luchar en nuestra vida personal en esas mismas virtudes que, en ocasiones, nos puede parecer que faltan en los demás. Entonces estaremos en excelentes condiciones de poder prestarles nuestra ayuda.

1 Mt 18, 21-35. — 2 Santo Tomás, Suma Teológica, 1, q. 25, a. 3, ad 3. — 3 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 30, 5. — 4 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 309. — 5 Cfr. Lc 17, 4. — 6 1 Cor 13, 7. — 7 Cfr. Mt 18, 24 ss. — 8 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 762. — 9 ídem, Es Cristo que pasa, 182. — 10 San Bernardo, Sermón 40 sobre el Cantar de los Cantares. — 11 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 635. — 12 San Agustín, Confesiones, 2, 7. — 13 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 20.

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

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El día del Señor - Parroquia San Juan Evangelista - RTVE.es

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Las hijas de las islas (Pueblo de Dios) 27/03/2011 Temporada 2011 - RTVE.es

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