domingo, 3 de abril de 2011






Nuestra ceguera.

Porque no vemos nada. Vemos escasamente la superficie de las personas, de las cosas y de los acontecimientos, pero no vemos su verdadera y profunda realidad, o dicho bíblicamente: «el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón». El corazón de la vida se nos escapa siempre. Nos creemos muy lúcidos, pero somos ciegos y esta es la peor ceguera; no saber que estamos ciegos.

Somos ciegos para ver los acontecimientos. Los contemplamos como algo rutinario o fortuito. O quizá nos admiramos o sorprendemos, pero de forma pasajera, sin que nos deje huella alguna.

¿Quién descubre el sentido de cada hecho, de cada historia? ¿Quién se deja interpelar por los acontecimientos de cada día, sean grandes o pequeños? ¿Qué veo detrás de cada lágrima? ¿Cuántas acciones de gracias pronuncio?

Las cosas.

Nos rodean y nos fascinan. Las necesitamos y las adoramos. Nuestros ídolos personales. Somos insaciables. Hacemos un fin de lo que es un medio. No vemos en ellas el secreto que encierran. Porque las cosas no son solamente algo para usar, consumir o almacenar. Las cosas, para el que sabe ver, son una especie de sacramento. «Hay más de Dios que de agua en cada gota de agua» decía Pascal. Se convierten en memorial y signo de presencia: el regalo de un amigo o la prenda de un ser amado.

Las personas.

Las vemos y las tratamos tan superficialmente que las convertimos en cosas. Otras veces la persona un número o un voto. Un ser anónimo. Otras veces es un rival a vencer o un enemigo que aplastar.

Hay un ciego de nacimiento. Oscuridad total. Sólo de oídas conoce la luz. Sólo por el tacto conoce las cosas. Sólo por la palabra conoce a las personas.

«Al pasar Jesús vio a un hombre ciego». Ese paso no era casual; estaba ya preparado desde toda la eternidad. La iniciativa de la salvación parte de Jesús. El ciego no podía ver a Jesús. No es el ciego el que pide la luz. Es la luz la que se ofrece al ciego. La luz que se acerca a las tinieblas.

«Le untó en los ojos con barro». Nos pone delante de nosotros nuestros pecados. Extraña medicina. Para curar la ceguera le embarra los ojos; al que está en la tiniebla una nueva dosis de oscuridad. Dios actúa salvíficamente en el culmen de la crisis: más dolor al enfermo, más fracaso al humillado, más oscuridad al problematizado.

Cuando se llega al limite de la desesperación, ahí actúa Dios: cuando Abrahám lo da todo por perdido, cuando Magdalena llora desesperada ante el «hortelano», cuando Pablo da coces contra el aguijón, cuando Agustín se echa en tierra y se tira impotente y rabioso de los pelos, cuando alguien palpa el límite de la incapacidad, entonces Dios dice su palabra.

«Lávate en la piscina de Siloé». No es un agua cualquiera. Es el agua del Enviado. Es el agua que brotará del corazón de Cristo. Es el agua del Espíritu y la piscina es la iglesia. Lavarse en la piscina de Siloé, es sumergirse en Cristo en el seno de la comunidad. Lo que llamamos bautismo. Esta piscina (el Enviado, la piscina de la Gracia) contrasta con la de Jn 5, 2-7, la piscina de los cinco pórticos (la Torá, piscina de la Ley) donde era muy difícil obtener la curación.

En clave simbólica el autor nos dice lo siguiente: Jesús es la luz, la Ley es la oscuridad. El ciego ve porque acude a Jesús. En cambio, 38 años llevaba inválido el que acudía a la Ley y además sin esperanza de curación.

La curación del ciego es progresiva. Primero ve a los hombres, después verá a Jesús. Luego reconocerá a Jesús como profeta. A continuación lo verá como Mesías y finalmente dará testimonio de Jesús sufriendo persecución por él.

¿Este evangelio no es el relato de un milagro? No, Juan despacha el milagro en un par de versículos de los 41 que tiene el relato. Juan va narrando muy despacio el proceso de la fe. Al principio, todos ciegos. Al final, uno curado y muchos ciegos. El ciego sale de la noche: «¡Creo en ti Señor!». Los judíos se sumerjen en la noche: «Ese Jesús es un pecador».

¡Un ciego maravilloso! Patrono de los que buscan la luz. Sube obstinadamente hacia el misterio de Jesús, sin dejarse asustar por los que «saben», y bromeando con ellos cuando los demás tiemblan. Podemos leer una y mil veces el evangelio sin ver a Jesús. Desde el comienzo, Juan no deja de repetirlo: «La luz brilla en la noche, pero la noche no capta la luz» (Jn 1, 5). Ante el ciego que lo «ve» y los fariseos que lo miran sin verlo, Jesús se siente obligado a constatar lo que ocurre cuando él aparece: «Los ciegos ven y los que ven se hacen ciegos».

¡Pero yo sé! ¡Yo veo! No; «intentamos» ver. En cada página, día tras día. Somos ese ciego a quien Jesús da ojos para verlo. Hasta el último momento de nuestra vida, no dejemos de repetir la misma oración: «Jesús, que yo pueda verte».

EVANGELIO
A veces los dirigentes y poderosos abusan de su autoridad queriendo someter a riguroso control aduanero todas las manifestaciones del Espíritu, sobre todo si los beneficiarios pertenecen a las clases humilladas.

La resurrección ha convertido a Jesús en Luz de todos los humanos. Cada Eucaristía nos proporciona la oportunidad de contrastar nuestra visión con la mirada que Dios tiene del mundo, tal y como se ha manifestado en Cristo. Ser participantes de la luz nos obliga a caminar iluminando, poniendo en evidencia las obras de las tinieblas, denunciándolas, para que se caiga en la cuenta de la oportunidad de ver que se ofrece a todos.

El texto entre [ ] puede omitirse por razón de brevedad.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 9,1-41.

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.

[Y sus discípulos le preguntaron:

-Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?

Jesús contestó:

-Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.

Dicho esto,] escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo:

-Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).

El fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:

-¿No es ése el que se sentaba a pedir?

Unos decían:

-El mismo.

Otros decían:

-No es él, pero se le parece.

El respondía:

-Soy yo.

[Y le preguntaban:

-¿Y cómo se te han abierto los ojos?

El contestó:

-Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé y empecé a ver.

Le preguntaron:

-¿Dónde está él?

Contestó:

-No sé.]

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos.) También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.

El les contestó:

-Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.

Algunos de los fariseos comentaban:

-Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.

Otros replicaban:

-¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?

Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:

-Y tú ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?

El contestó:

-Que es un profeta.

[Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:

-¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?

Sus padres contestaron:

-Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.

Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos: porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:

-Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.

Contestó él:

-Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.

Le preguntan de nuevo:

-¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?

Les contestó:

-Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez?, ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?

Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:

-Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.

Replicó él:

-Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento, si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.]

Le replicaron:

-Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?

Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:

-¿Crees tú en el Hijo del hombre?

El contestó:

-¿Y quién es, Señor, para que crea en él?

Jesús le dijo:

-Lo estás viendo: el que te está hablando ése es.

El dijo:

-Creo, Señor.

Y se postró ante él.

[Dijo Jesús:

-Para un juicio he venido, yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos.

Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:

-¿También nosotros estamos ciegos?

Jesús les contestó:

-Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.]

Domingo 03 de Abril del 2011
Primera lectura
Lectura del primer libro de Samuel (16,1b.6-7.10-13a):

En aquellos días, el Señor dijo a Samuel: «Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey.»
Cuando llegó, vio a Eliab y pensó: «Seguro, el Señor tiene delante a su ungido.»
Pero el Señor le dijo: «No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón.»
Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo: «Tampoco a éstos los ha elegido el Señor.»
Luego preguntó a Jesé: «¿Se acabaron los muchachos?»
Jesé respondió: «Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas.»
Samuel dijo: «Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue.»
Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo.
Entonces el Señor dijo a Samuel: «Anda, úngelo, porque es éste.»
Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante.

Palabra de Dios
Salmo
Sal 22,1-3a.3b-4.5.6

R/. El Señor es mi pastor, nada me falta

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.

Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,8-14):

En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz –toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz–, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas. Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»

Cristo será tu Luz

Avanza la Cuaresma. De las tentaciones pasamos a la transfiguración y de ahí al encuentro de Jesús con la samaritana. La liturgia, las lecturas de cada domingo nos van centrando en la figura de Jesús. Al final, toda la Cuaresma se orienta a hacer memoria intensa de aquellos días de Pascua en Jerusalén en que a Jesús le tocó vivir su Pascua personal.

La Cuaresma tiene mucho de itinerario personal de encuentro con Jesús, de descubrimiento de su persona. Es que sin ese encuentro no hay nada que hacer. Se puede hablar mucho de moral, de vida cristiana, de comunidad, de iglesia, de órdenes, de sacramentos y de muchas otras cosas. Pero la base necesaria, el punto de partida imprescindible es el encuentro con Jesús. Descubrir en definitiva que Jesús es una persona viva que hoy se sigue dirigiendo a mí personalmente e invitándome a seguirle y a participar en su proyecto del Reino.

El evangelio de este domingo marca otro hito en esta aproximación a la figura de Jesús. Trae a nuestra memoria el relato de la curación de un ciego de nacimiento. Por en medio andan los fariseos que ponen en duda no sólo el milagro sino la nueva capacidad de ver que ha adquirido el ciego. Para ellos no basta con ver, con tener los ojos bien y distinguir las figuras y las formas. Además, hay otra forma de ver, de conocer, de interpretar las formas que se ven. Los fariseos dicen que el ciego ha nacido como fruto del pecado y que por eso no puede entender con claridad lo que ve.

“Me lavé y veo”

Sin embargo, el ciego no peca de imprudente. Recupera la vista física gracias a la acción de Jesús. Es plenamente de que estaba ciego y de que en un momento determinado ha comenzado a ver. Antes no veía y ahora ve. Por eso, su primera respuesta a la pregunta de los fariseos es sencilla: “Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.” No hay más que decir.

Lo que pasa es que los fariseos tienen ganas de hurgar. Le preguntan lo que piensa y el antiguo ciego dice lo que es obvio. El que hace el bien, el que devuelve la vista a los ciegos, no puede ser más que un profeta. Ha dado un paso más. Dice lo que piensa, lo que ve con su sentido común, con toda libertad. Aunque eso le cueste el ser rechazado por la sociedad, por los fariseos.

Pero todavía queda un paso más. Le falta el reencuentro con Jesús. Ahí se produce un momento de diálogo entre los dos, de encuentro en la intimidad, que termina con la confesión de fe: “Creo, Señor”.

“Creo, Señor”

Así, en un breve relato, el evangelista nos ha contado todo el proceso de la conversión, del encuentro con Jesús, del descubrimiento de Jesús como el Señor de nuestra vida, como el que da sentido a todo lo que hacemos, a nuestra forma de relacionarnos con los demás, al trabajo, al compromiso político, a la relación de pareja... Jesús anima toda una forma de vivir siempre de acuerdo con el Reino. Y nosotros, habiéndonos encontrado con él, nos comprometemos a vivir de esa manera. Porque entendemos que vale la pena, que es el mayor tesoro que podemos tener en la vida, que lo demás, como diría Pablo, es basura en comparación con Cristo.

En Jesús hemos descubierto la verdadera luz, la que ilumina nuestra vida y la vida del mundo. En Jesús podemos recuperar una vista que va más allá de la de los ojos de nuestro cuerpo. En Jesús aprendemos a ver con el corazón y con la mente. En Jesús, a su luz, todo recobra su sentido.

Ahora es el momento de ir más allá de este comentario y buscar el momento y la oportunidad para encontrarnos personalmente con Jesús. No se trata de leer un libro –aunque puede ayudar–. Al final, hay un momento en el que hay que cerrar el libro y entrar en nuestro interior para dialogar con Jesús de tú a tú. Para dejar que nos cure, para rumiar sus palabras y su estilo de vida. Para escuchar cuando nos pregunte: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Y responder con voz firme: “Creo, Señor.” Y luego salir al mundo para llenarlo de la luz de Cristo
labra de Dios

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (9,1.6-9.13-17.34-38):

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían: «El mismo.»
Otros decían: «No es él, pero se le parece.»
Él respondía: «Soy yo.»
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó: «Que es un profeta.»
Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él.

Palabra del Señor
Sábado 02 de Abril del 2011
Primera lectura
Lectura de la profecía de Oseas (6,1-6):

Vamos a volver al Señor: él, que nos despedazó, nos sanará; él, que nos hirió, nos vendará. En dos días nos sanará; al tercero nos resucitará; y viviremos delante de él. Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz. Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra. «¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, Judá? Vuestra piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora. Por eso os herí por medio de los profetas, os condené con la palabra de mi boca. Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos.»

Palabra de Dios
Salmo
Sal 50,3-4.18-19.20-21ab

R/. Quiero misericordia, y no sacrificios

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R/.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias. R/.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14):

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador." Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

Palabra del Señor

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