miércoles, 24 de junio de 2009

El Amor no es amado








La Palabra consuela e interpela


Muchas veces nos hemos encontrado
aturdidos por tanto ruido y por tantas palabras que salen a borbotones de
nuestra boca y parece que uno no se realiza si no habla. Tan importante como
hablar es saber escuchar. Las tertulias de los medios de comunicación son la
viva expresión de lo poco que se escucha y lo mucho que se pisa, a toda costa,
al adversario. Pero lo peor de todo es cuando quien habla se cree tan poseedor
de la verdad que no tiene ni idea de lo que está diciendo. El dicho popular de
«cuando no tengas ideas comienza a inventar palabras», es muy significativo. La
falta de respeto y al mismo tiempo la gran ignorancia filosófica y de modo
especial la lógica que va acompañada del sentido común parece que se nos han ido
de vacaciones.


Con motivo de la Cuaresma y la Pascua
cinco obispos escribíamos una carta pastoral y en ella decíamos que hoy ser
testigos del evangelio es algo muy serio. El testigo no es un simple vendedor de
ideas. Ni siquiera sin más un hombre convencido de lo que afirma, pero no
implicado en ello. Un testigo es aquel que ha vivido un acontecimiento
absolutamente central en su existencia. Este acontecimiento le ha marcado, ha
cambiado el curso de su existencia, hasta el punto de que no puede en adelante
sino transmitirlo con su palabra y con su vida. La Palabra y el Espíritu crean
testigos así. Pascal decía: «Creo en testigos que se dejan degollar».


Esta vocación común de todo creyente,
reconocida, acogida y vivida, es capital para el presente y el futuro de nuestra
Iglesia. En unos tiempos en los que incluso muchos cristianos han perdido todo
contacto habitual con la Palabra de Dios y nos encontramos con generaciones a
quienes la Palabra y la fe les parece algo extraño o incluso algo mitológico, no
podemos olvidar, sin embargo, que son muchos los creyentes que sinceramente
siembran en todos los ambientes y tratan de llevar con su testimonio la
fragancia de la Palabra incluso a aquellos que no quieren escucharla. No deben
olvidar estos cristianos que, por su condición bautismal, son enviados por
Jesucristo y por la Iglesia a impregnar todos los ambientes aún los más hostiles
y contrarios.


Reconocemos la dificultad de
manifestar la fe en determinados ámbitos. Pero la Palabra de Dios tiene una
fuerza especial que consuela e interpela al mismo tiempo. En todo ser humano hay
un ansia de infinito, es más, desea inconscientemente ser pertenencia de Dios.
El mensaje bíblico puede abrir puertas y romper barreras. «Sólo aquel cristiano
que tenga bien centrado el evangelio en su corazón, un evangelio que se ha
convertido en contemplación y en oración, logrará mantenerlo en su boca como un
tesoro del que hablar y lo tendrá en sus manos como algo ineludible que tiene
que entregar» (P. Chávez, salesiano). La Palabra que se escucha bien por dentro
se anuncia mejor por fuera.    


+Mons. Francisco Pérez
González


Arzobispo de Pamplona y Obispo de
Tudela


                 

Catequistas y profesores de Religión

Al finalizar el curso no puedo por menos que agradecer a los catequistas y profesores de religión su labor educativa y su trabajo durante este año. Comprendo que muchas veces os habrá venido el deseo de “tirar la toalla” pues la labor formativa y catequística no es fácil. No obstante ahí seguís y con el servicio bien cumplido. Sabéis muy bien que hoy enseñar religión y formar en la experiencia de la fe supone además de mucho esfuerzo una gran dosis de testimonio de la fe. Por ello os doy las gracias en nombre de toda la comunidad cristiana: de la Iglesia que camina en Navarra. Recuerdo lo que decía un venerable jesuita, el P. Morales: “La vida cristiana alumbrada en el bautismo muere sin la oración, como el árbol al que se le corta la raíz. No florece pujante si no va acompañada siempre de la mortificación amorosa, pues regalo y oración no se compadecen y es disparate creer que Dios admite a su amistad estrecha a gente regalada y sin trabajos”. Y él mismo decía muchas veces que la fidelidad al bautismo es imposible sin la oración continua que incendie y avive el fuego del amor a Jesucristo. 

 Este es el secreto del auténtico catequista, profesor, sacerdote, religioso…. Si no encontramos en la vida interior el fundamento sólido para la acción apostólica y evangelizadora nos podemos convertir en unos grandes organizadores de diversión. La creatividad, como testigos de la fe en Jesucristo, supone una experiencia de íntima amistad y comunión con Cristo y con la Iglesia. Recuerdo los diálogos que tuve con el  Cardenal Van Thuan, un hombre con una gran experiencia de fe, una fe madurada por haber padecido durante trece años el horrible castigo de la cárcel. Élme decía que hay una imagen que describe a la Iglesia como si fuera la luna: de noche brilla, no con la luz propia, sino con la luz reflejada: la del sol, que es Cristo. La oración, especialmente en su cima y en su fuente, que es la Eucaristía, pero también en su preparación y dilatación, que es la oración personal, es el lugar en el que nos dejamos inundar por la luz del sol, Cristo, para ser capaces de vivir la comunión con la Iglesia y de anunciar el Evangelio a todos.

 Lo más importante en la experiencia del catequista y del profesor de religión es el testimonio de la fe, que siempre va anunciada con el gozo de la esperanza. Pero al mismo tiempo, como la luz ilumina el camino en medio de la oscuridad, así las orientaciones del Catecismo y de la enseñanza de la Iglesia han de ser la guía que nos va mostrando la ruta a seguir en el encuentro con el Maestro que es Camino, Verdad y Vida. Por eso invito a todos los agentes de pastoral a fin de que sigamos anunciando con ilusión y alegría a Cristo y a la voz de Cristo que es la Iglesia. La sociedad está hambrienta de la verdad y demanda heraldos del Evangelio, la única luz que brilla en medio de las tinieblas  culturales y sociales.     

 

+Mons. Francisco Pérez González

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela


El Amor no es amado


 


Cuando uno se consagra al Corazón de
Cristo, se une a Él por el amor, y entonces goza con lo que Él goza, y también
sufre con lo que Él sufre. El amor, pues, lleva necesariamente a la reparación,
lleva a compensar las ofensas al Amor. Refiere Santa Margarita María que cuando
Jesús le mostró su Corazón rodeado de una corona de espinas significando las
punzadas producidas por nuestros pecados y una cruz en su parte superior, me
explicó las maravillas de su puro amor, y hasta qué exceso había llegado su amor
para con los hombres, de quienes no recibía sino ingratitudes.


Para poder reparar es necesario estar
unido por el amor. Por eso Juan Pablo II decía en Paray-le-Monial, lugar de las
revelaciones a Santa Margarita: “La Reparación es que los pecadores vuelvan al
Señor tocados por su amor y vivan en adelante con más amor en compensación por
su pecado”. Desde ese momento se participa también en su dolor, por eso un santo
Domingo de Guzmán y un san Francisco de Asís lloraban noches enteras repitiendo:
"¡El amor no es amado!". 


El espíritu de reparación y los actos
de reparación son desde luego muy diversos en la vida del fiel cristiano. En
primer lugar conlleva el evitar todo lo que desagrada al Corazón de Jesús.
Consiste en desear sinceramente no ofenderle jamás, y para ello es necesaria la
gracia del sacramento de la Penitencia. También consiste en unir nuestros
sufrimientos a los del Corazón de Jesús, para acompañarle y consolarle aceptando
las penas con paciencia y con amor. Es lo que explica el Papa Benedicto XVI
cuando dice en: “Poder ofrecer las pequeñas dificultades cotidianas, que nos
aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un
sentido…incluir sus pequeñas dificultades en el gran compadecer de Cristo, que
así entraban a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita
el género humano” ( Encíclica, Spe Salvi, 40).


Refiere al respecto la Madre Teresa de
Calcuta casos preciosos: “Un muchacho pobre, en Kalighat, que sufría
horriblemente, en los últimos momentos de su vida dijo que le daba pena morir
porque acababa de aprender a sufrir por amor a Dios… Cuando veo sufrir a mi
gente me siento impotente y me resulta difícil decirles que Dios los ama, pero
siempre vinculo esto con el símbolo de la presencia de Jesús en la cruz que los
ha besado. Recuerdo haber dicho esto a una mujer que, rodeada por sus hijos aún
pequeños, se moría de cáncer. Yo no sabía si sufría más por tener que dejar a
sus hijos o por la agonía de su cuerpo, y le dije: Jesús en la cruz se le ha
acercado tanto que comparte su pasión con usted y la quiere besar. Al oír esto
juntó las manos y dijo: Madre, dígale a Jesús que no deje de besarme. Había
entendido esto muy bien”. 


Y también es reparación ofrecer con
tal espíritu penitencias, limosnas, oraciones, y sobre todo la Santa Misa y la
Comunión; y también lo es el trabajar por disminuir las ofensas inferidas a este
Corazón, dándolo a conocer, trayéndole nuevos amigos. Consuelo para el Señor ha
de ser que esta reparación la realice el mundo entero. Como decía Juan Pablo II:
“Junto al Corazón de Cristo, el corazón humano aprende a conocer el sentido
verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida
auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a
unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así -y ésta es la
verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas
acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la tan deseada
civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo”. Se entiende así pues
que, de manera muy especial, el consagrarse con sinceridad al Corazón de Cristo
es verdaderamente expresión de reparación.     


+Mons. Francisco Pérez
González


Arzobispo de Pamplona y Obispo de
Tudela
 

Renovemos nuestra devoción al Corazón de Cristo


    


Ante la proximidad del mes de junio,
que está tradicionalmente dedicado al Corazón de Cristo, y como preparación al
acto de Consagración que el próximo 21 de junio haremos los Obispos españoles,
quiero ofreceros algunas reflexiones y comienzo haciendo mías las palabras que
el año pasado nos dirigía a todos el Papa Benedicto XVI:


«Os invito a cada uno de vosotros a
renovar en el mes de junio su propia devoción al Corazón de Cristo… símbolo de
la fe cristiana, particularmente amado tanto por el pueblo como por los místicos
y los teólogos, pues expresa de una manera sencilla y auténtica la "buena
noticia" del amor, resumiendo en sí el misterio de la encarnación y de la
Redención… Dios ha querido entrar en los límites de la historia y de la
condición humana, ha tomado un cuerpo y un corazón, para que podamos contemplar
y encontrar el infinito en el finito, el Misterio invisible e inefable en el
Corazón humano de Jesús, el Nazareno».


Jesucristo, el Hijo de Dios, quiso
hacerse hombre y amar con corazón de hombre, en ese Corazón de Cristo está
resumido el Misterio del Amor de Dios, del que el hombre de hoy está tan
necesitado. Jesús hoy como hace dos mil años nos dice: «Venid a mí todos los
fatigados y agobiados, y yo os aliviaré… aprended de mi que soy manso y humilde
de corazón, y encontraréis vuestro descanso para vuestras almas: porque mi yugo
es suave y mi carga ligera». (Mt 11, 25 30). Él ha querido usar la imagen del
corazón para expresar lo mucho que nos quiere. Todavía hoy este es el símbolo
que se utiliza para expresar el amor, se sigue encontrando en árboles de nuestra
Navarra: grabados a navaja un corazón atravesado por una flecha y con dos
nombres. Jesucristo ha querido usar este mismo signo. Un corazón no grabado,
sino de carne; en un árbol, el de la Cruz y traspasado, no por una flecha sino
por una lanza. Y con un nombre, el tuyo, pues todos podemos decir con san Pablo:
«Me amó y se entregó por mi» (Gal 2,20). Con esto el Señor nos dice que nos
quiere y nos ama.


En los umbrales de los tiempos
modernos, a finales del S. XVII, cuando el amor al Señor se enfría o se hace
tibio, el Señor se aparece a Santa Margarita María de Alacoque, le muestra su
Corazón y le dice: «He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que
nada se ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor».
Éste es el deseo del Señor, que nos percatemos de lo que nos quiere; y muchas
veces no sucede así. En este sentido, Beata Madre Teresa de Calcuta decía en su
testamento espiritual:


«Jesús quiere que os diga aún
cuánto amor siente por cada uno de vosotros, más allá de todo lo que os podáis
imaginar. Me inquieta el que algunos de vosotros no hayáis aún encontrado a
Jesús cara a cara: vosotros y Jesús a solas. Ciertamente podemos pasar un tiempo
en la capilla, ¿pero percibirlo en vosotros –con los ojos del alma- con qué amor
él os mira? ¿En vosotros conocer verdaderamente al Jesús vivo, no desde los
libros, sino por haberle dado hospedaje en vuestro corazón? ¿Habéis entendido
sus palabras de amor? Pedid la gracia: él tiene el deseo ardiente de
ofrecérosla. ... Cómo podremos pasar nosotros un solo día sin escuchar decir a
Jesús “yo te amo”… ¡Es imposible! Nuestra alma necesita esto, igual que nuestro
cuerpo necesita respirar... El diablo intentará servirse de heridas de la vida,
incluso de vuestras propias faltas, para persuadiros de que no es posible que
Jesús os ame realmente. Atención: éste es un peligro para todos nosotros. Pero
lo más triste es que eso es completamente contrario a lo que Jesús quiere y
espera deciros. No solo que Él os ama, sino más: que Él os desea ardientemente.
Vosotros le faltáis cuando no os acercáis a Él. Tiene sed de vosotros. Os ama
permanentemente, incluso cuando vosotros no os sentís dignos de ello... Jesús os
ama. Creed simplemente que vosotros sois preciosos para Él. Poned vuestros
sufrimientos a sus pies y solamente abrid vuestro corazón para que Él os ame tal
cual sois. Y Él hará el resto».


+ Mons.
Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona y Obispo de
Tudela


No hay comentarios: