miércoles, 1 de octubre de 2008



 

 

Libro de Job 3,1-3.11-17.20-23.

Después de esto, Job rompió el silencio y maldijo el día de su nacimiento.
Tomó la palabra y exclamó:
¡Desaparezca el día en que nací y la noche que dijo: "Ha sido engendrado un varón"!
¿Por qué no me morí al nacer? ¿Por qué no expiré al salir del vientre materno?
¿Por qué me recibieron dos rodillas y dos pechos me dieron de mamar?
Ahora yacería tranquilo, estaría dormido y así descansaría,
junto con los reyes y consejeros de la tierra que se hicieron construir mausoleos,
o con los príncipes que poseían oro y llenaron de plata sus moradas.
O no existiría, como un aborto enterrado, como los niños que nunca vieron la luz.
Allí, los malvados dejan de agitarse, allí descansan los que están extenuados.
¿Para qué dar a luz a un desdichado y la vida a los que están llenos de amargura,
a los que ansían en vano la muerte y la buscan más que a un tesoro,
a los que se alegrarían de llegar a la tumba y se llenarían de júbilo al encontrar un sepulcro,
al hombre que se le cierra el camino y al que Dios cerca por todas partes?


Salmo 88(87),2-3.4-5.6.7-8.

¡Señor, mi Dios y mi salvador, día y noche estoy clamando ante ti:
que mi plegaria llegue a tu presencia; inclina tu oído a mi clamor!
Porque estoy saturado de infortunios, y mi vida está al borde del Abismo;
me cuento entre los que bajaron a la tumba, y soy como un hombre sin fuerzas.
Yo tengo mi lecho entre los muertos, como los caídos que yacen en el sepulcro, como aquellos en los que tú ya ni piensas, porque fueron arrancados de tu mano.
Me has puesto en lo más hondo de la fosa, en las regiones oscuras y profundas;
tu indignación pesa sobre mí, y me estás ahogando con tu oleaje

Día litúrgico: Martes XXVI del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 9,51-56):   Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo.


Comentario: Rev. D. Llucià Pou i Sabaté (Vic-Barcelona, España)


«Volviéndose, les reprendió»



Hoy, en el Evangelio, contemplamos cómo «Santiago y Juan, dijeron: ‘Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?’. Pero volviéndose, les reprendió» (Lc 9,54-55). Son defectos de los Apóstoles, que el Señor corrige.


Cuenta la historia de un aguador de la India que, en los extremos de un palo que colgaba en sus espaldas, llevaba dos vasijas: una era perfecta y la otra estaba agrietada, y perdía agua. Ésta —triste— miraba a la otra tan perfecta, y avergonzada un día dijo al amo que se sentía miserable porque a causa de sus grietas le daba sólo la mitad del agua que podía ganar con su venta. El trajinante le contestó: —Cuando volvamos a casa mira las flores que crecen a lo largo del camino. Y se fijó: eran flores bellísimas, pero viendo que volvía a perder la mitad del agua, repitió: —No sirvo, lo hago todo mal. El cargador le respondió: —¿Te has fijado en que las flores sólo crecen a tu lado del camino? Yo ya conocía tus fisuras y quise sacar a relucir el lado positivo de ellas, sembrando semilla de flores por donde pasas y regándolas puedo recoger estas flores para el altar de la Virgen María. Si no fueses como eres, no habría sido posible crear esta belleza.


Todos, de alguna manera, somos vasijas agrietadas, pero Dios conoce bien a sus hijos y nos da la posibilidad de aprovechar las fisuras-defectos para alguna cosa buena. Y así el apóstol Juan —que hoy quiere destruir—, con la corrección del Señor se convierte en el apóstol del amor en sus cartas. No se desanimó con las correcciones, sino que aprovechó el lado positivo de su carácter fogoso —el apasionamiento— para ponerlo al servicio del amor. Que nosotros también sepamos aprovechar las correcciones, las contrariedades —sufrimiento, fracaso, limitaciones— para “comenzar y recomenzar”, tal como san Josemaría definía la santidad: dóciles al Espíritu Santo para convertirnos a Dios y ser instrumentos suyos.


 


San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia
Sermón sobre el salmo 64


«No lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén»

     Hay dos ciudades: una se llama Babilonia, la otra Jerusalén. El nombre de Babilonia significa «confusión»; Jerusalén significa «visión de paz». Mirad bien a la ciudad de confusión para mejor conocer la visión de paz; soportad la primera, aspirad a la segunda.

     ¿Qué es lo que nos permite distinguir a estas dos ciudades? ¿Podemos ahora separar la una de la otra? Están mezcladas una en la otra, desde el amanecer del género humano, se encaminan hacia el fin de los tiempos. Jerusalén nació con Abel, Babilonia con Caín... La materialidad de las dos ciudades se construyó más tarde, pero representan simbólicamente a las dos ciudades inmateriales cuyos orígenes remontan el comienzo de los tiempos y que deben durar hasta la consumación de los siglos. Entonces el Señor las separará, cuando ponga a unos a su derecha y a los otros a su izquierda (Mt 25,33)...

     Pero ya ahora hay alguna cosa que distingue a los ciudadanos de Jerusalén de los de Babilonia: son dos amores. El amor de Dios hace Jerusalén; el amor del mundo hace Babilonia. Preguntaos  que es lo que amáis y sabréis de dónde sois. Si os encontráis con que sois ciudadanos de Babilonia, arrancad de vuestra vida la codicia, plantad en ella la caridad; si os encontráis con que sois ciudadanos de Jerusalén, soportad pacientemente la cautividad, esperad vuestra liberación. En efecto, muchos de los ciudadanos de nuestra madre Jerusalén (Gal 4,26) primero habían sido cautivos de Babilonia...

     ¿Cómo despertar en nosotros el amor a la Jerusalén, nuestra patria, de la que el largo exilio nos ha hecho perder el recuerdo? Es el Padre, él mismo, quien desde allá nos escribe y con sus cartas, que son las Santas Escrituras, enciende de nuevo en nosotros la nostalgia del retorno.


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