domingo, 12 de febrero de 2012

Apuntes del camino | tengo sed de Ti

Apuntes del camino tengo sed de TiMeditación del día de Hablar con Dios
Sexto Domingociclo b
LA LEPRA DEL PECADO
— El Señor viene a curar nuestros males más profundos.
Curación de un leproso.
— La lepra, imagen del pecado. Los sacerdotes perdonan los
pecados in persona Christi.
— Apostolado de la Confesión.
I. La curación de un leproso que narra el Evangelio de la
Misa1 debió de conmover mucho a las gentes y fue objeto frecuente de
predicación en la catequesis de los Apóstoles. Así nos lo hace ver el hecho de
ser recogido con tanto detalle por tres Evangelistas. De ellos, San Lucas
precisa que el milagro se realizó en una ciudad, y que la enfermedad se
encontraba ya muy avanzada: estaba todo cubierto de lepra2,
nos dice.
La lepra era considerada entonces como una enfermedad incurable.
Los miembros del leproso eran invadidos poco a poco, y se producían
deformaciones en la cara, en las manos, en los pies, acompañadas de grandes
padecimientos. Por temor al contagio, se les apartaba de las ciudades y de los
caminos. Como se lee en la Primera lectura de la Misa3, se les
declaraba por este motivo legalmente impuros, se les obligaba a llevar la cabeza
descubierta y los vestidos desgarrados, y habían de darse a conocer desde lejos
cuando pasaban por las cercanías de un lugar habitado. Las gentes huían de
ellos, incluso los familiares; y en muchos casos se interpretaba su enfermedad
como un castigo de Dios por sus pecados. Por estas circunstancias, extraña ver a
este leproso en una ciudad. Quizá ha oído hablar de Jesús y lleva tiempo
buscando la ocasión para acercarse a Él. Ahora, por fin, le ha encontrado y, con
tal de hablarle, incumple las tajantes prescripciones de la antigua ley mosaica.
Cristo es su esperanza, su única esperanza.
La escena debió de ser extraordinaria. Se postró el leproso ante
Jesús, y le dijo: Señor, si quieres puedes limpiarme. Si quieres... Quizá
se había preparado un discurso más largo, con más explicaciones..., pero al
final todo quedó reducido a esta jaculatoria llena de sencillez, de confianza,
de delicadeza: Si vis, potes me mundare, si quieres, puedes... En estas
pocas palabras se resume una oración poderosa. Jesús se compadeció; y los tres
Evangelistas que relatan el suceso nos han dejado el gesto sorprendente del
Señor: extendió la mano y le tocó. Hasta ahora todos los hombres habían
huido de él con miedo y repugnancia, y Cristo, que podía haberle curado a
distancia –como en otras ocasiones–, no solo no se separa de él, sino que llegó
a tocar su lepra. No es difícil imaginar la ternura de Cristo y la gratitud del
enfermo cuando vio el gesto del Señor y oyó sus palabras: Quiero, queda
limpio.
El Señor siempre desea sanarnos de nuestras flaquezas y de
nuestros pecados. Y no tenemos necesidad de esperar meses ni días para que pase
cerca de nuestra ciudad, o junto a nuestro pueblo... Al mismo Jesús de Nazaret
que curó a este leproso le encontramos todos los días en el Sagrario más
cercano, en la intimidad del alma en gracia, en el sacramento de la Penitencia.
«Es Médico y cura nuestro egoísmo, si dejamos que su gracia penetre hasta el
fondo del alma. Jesús nos ha advertido que la peor enfermedad es la hipocresía,
el orgullo que lleva a disimular los propios pecados. Con el Médico es
imprescindible una sinceridad absoluta, explicar enteramente la verdad y decir:
Domine, si vis, potes me mundare (Mt 8, 2), Señor, si quieres –y
Tú quieres siempre–, puedes curarme. Tú conoces mi flaqueza; siento estos
síntomas, padezco estas otras debilidades. Y le mostramos sencillamente las
llagas; y el pus, si hay pus»4; todas las miserias de nuestra
vida.
Hoy debemos recordar que las mismas flaquezas y debilidades
pueden ser la ocasión para acercarnos más a Cristo, como le ocurrió a este
leproso. Desde aquel momento sería ya un discípulo incondicional de su Señor.
¿Nos acercamos nosotros con estas disposiciones de fe y de confianza a la
Confesión? ¿Deseamos vivamente la limpieza del alma? ¿Cuidamos con esmero la
frecuencia con que hayamos previsto recibir este sacramento?
II. Los Santos Padres vieron en la lepra la imagen
del pecado5 por su fealdad y repugnancia, por la separación de los
demás que ocasiona... Con todo, el pecado, aun el venial, es incomparablemente
peor que la lepra por su fealdad, por su repugnancia y por sus trágicos efectos
en esta vida y en la otra. «Si tuviésemos fe y si viésemos un alma en estado de
pecado mortal, nos moriríamos de terror»6. Todos somos pecadores,
aunque por la misericordia divina estemos lejos del pecado mortal. Es una
realidad que no debemos olvidar; y Jesús es el único que puede curarnos; solo
Él.
El Señor viene a buscar a los enfermos, y Él es quien únicamente
puede calibrar y medir con toda su tremenda realidad la ofensa del pecado. Por
eso nos conmueve su acercamiento al pecador. Él, que es la misma Santidad, no se
presenta lleno de ira, sino con gran delicadeza y respeto. «Así es el estilo de
Jesús, que vino a dar cumplimiento, no a destruir.
»Al sanar, al curar de la lepra, el Señor realiza grandes
signos. Estos signos servían para manifestar la potencia de Dios ante
las enfermedades del alma: ante el pecado. La misma reflexión se desarrolla en
el Salmo responsorial, que proclama precisamente la bienaventuranza del
perdón de los pecados: Dichoso el que ha sido absuelto de su culpa...
(Sal 31, 1). Jesús sana de la enfermedad física, pero al mismo tiempo
libera del pecado. Se revela de esta forma como el Mesías anunciado por los
Profetas, que tomó sobre Sí nuestras enfermedades y asumió nuestros
pecados (cfr. Is 53, 3-12) para liberarnos de toda enfermedad
espiritual y material (...). Así, pues, un tema central de la liturgia de hoy es
la purificación del pecado, que es como la lepra del
alma»7.
Jesús nos dice que ha venido para eso: para perdonar, para
redimir, para librarnos de esa lepra del alma, del pecado. Y proclama su perdón
como signo de omnipotencia, como señal de un poder que solo Dios mismo puede
ejercer8. Cada Confesión es expresión del poder y de la misericordia
de Dios; los sacerdotes ejercitan este poder no en virtud propia, sino en nombre
de Cristo –in persona Christi–, como instrumentos en manos del Señor.
«Jesús nos identifica de tal modo consigo en el ejercicio de los poderes que nos
confirió –decía Juan Pablo II a los sacerdotes–, que nuestra personalidad es
como si desapareciese delante de la suya, ya que Él es quien actúa por medio de
nosotros (...). Es el propio Jesús quien, en el sacramento de la Penitencia,
pronuncia la palabra autorizada y paterna: Tus pecados te son
perdonados»9. Oímos a Cristo en la voz del sacerdote.
En la Confesión nos acercamos, con veneración y agradecimiento,
al mismo Cristo; en el sacerdote debemos ver a Jesús, el único que puede sanar
nuestras enfermedades. «“Domine!” –¡Señor!–, “si vis, potes me mundare” si
quieres, puedes curarme.
»—¡Qué hermosa oración para que la digas muchas veces con la fe
del leprosito cuando te acontezca lo que Dios y tú y yo sabemos! —No tardarás en
sentir la respuesta del Maestro: “volo, mundare!” —quiero, ¡sé
limpio!»10. Jesús nos trata con suprema delicadeza y amor cuando más
necesitados nos encontramos a causa de las faltas y pecados.
III. Hemos de aprender de este leproso: con su
sinceridad se pone delante del Señor, e hincándose de
rodillas11 reconoce su enfermedad y pide que le cure.
Le dijo el Señor al leproso: Quiero, queda limpio. Y al
momento desapareció de él la lepra y quedó limpio. Nos imaginamos la inmensa
alegría del que hasta ese momento era leproso. Tanto fue su gozo que, a pesar de
la advertencia del Señor, comenzó a proclamar y divulgar por todas partes la
noticia del bien inmenso que había recibido. No se pudo contener con tanta dicha
para él solo, y siente la necesidad de hacer partícipes a todos de su buena
suerte.
Esta ha de ser nuestra actitud ante la Confesión. Pues en ella
también quedamos libres de nuestras enfermedades, por grandes que pudieran ser.
Y no solo se limpia el pecado; el alma adquiere una gracia nueva, una juventud
nueva, una renovación de la vida de Cristo en nosotros. Quedamos unidos al Señor
de una manera particular y distinta. Y de ese ser nuevo y de esa alegría nueva
que encontramos en cada Confesión hemos de hacer partícipes a quienes más
apreciamos, y a todos. No nos debe bastar el haber encontrado al Médico, debemos
hacer llegar la noticia, a través de nuestro apostolado personal, a muchos que
no saben que están enfermos o que piensan que sus males son incurables. Llevar a
muchos a la Confesión es uno de los grandes encargos que Cristo nos hace en
estos momentos en que verdaderas multitudes se han alejado de aquello que más
necesitan: el perdón de sus pecados.
En ocasiones, tendremos que comenzar por una catequesis
elemental, aconsejándoles quizá libros de fácil lectura y explicándoles, con un
lenguaje que entiendan, los puntos fundamentales de la fe y de la moral. Les
ayudaremos a ver que su tristeza y su vacío interior provienen de la ausencia de
Dios en sus vidas. Con mucha comprensión les facilitaremos incluso el modo de
hacer un examen de conciencia profundo, y les animaremos a que acudan al
sacerdote, quizá el mismo con el que nosotros nos confesamos habitualmente, a
que sean sencillos y humildes y cuenten todo lo que les aleja del Señor, que les
está esperando. Nuestra oración, el ofrecer por ellos horas de trabajo y alguna
mortificación, el confesarnos nosotros mismos con la frecuencia que tengamos
prevista, atraerá de Dios nuevas gracias eficaces para esas personas que
deseamos se acerquen al sacramento, a Cristo mismo.
Aquel día fue inolvidable para el leproso. Cada encuentro
nuestro con Cristo es también inolvidable, y nuestros amigos, a quienes hemos
ayudado en su caminar hasta Dios, jamás olvidarán la paz y la alegría de su
encuentro con el Maestro. Y se convertirán a su vez en apóstoles que propagan la
Buena Nueva, la alegría de confesarse bien. Nuestra Madre Santa María nos
concederá, si acudimos a Ella, el gozo y la urgencia de comunicar los grandes
bienes que el Señor –Padre de las Misericordias– nos ha dejado en este
sacramento.
1 Mc 1, 40-45. — 2 Lc 5, 12. — 3
Lev 13, 1-2; 44-46. — 4 San Josemaría
Escrivá, Es Cristo que pasa, 93. — 5 Cfr. San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 25, 2.
— 6 Santo Cura de Ars, citado por Juan XXIII en
Carta Sacerdotii nostri primordia. — 7 Juan
Pablo II, Homilía 17-II-1985. — 8 Cfr. Mt 9, 2 ss. —
9 Juan Pablo II, Homilía en el estadio de
Maracaná, Río de Janeiro, 2-VII-1980. — 10 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 142. — 11 Mc 1,
40.
† Nota: Ediciones Palabra (poseedora de los derechos de autor) sólo
nos ha autorizado a difundir la meditación diaria a usuarios concretos para su
uso personal, y no desea su distribución por fotocopias u otras formas de
distribución.

EVANGELIO
La acción de gracias, que
consiste en proclamar abiertamente el beneficio recibido, es manifestación de
que vivimos en el reino. Alabamos al Padre porque nos sentimos curados de la
lepra que nos margina y nos impide vivir en fraternidad universal.

Lectura del santo Evangelio según San
Marcos 1,40-45.
En aquel tiempo se acercó a
Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
-Si quieres, puedes limpiarme.
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó
diciendo:
-Quiero: queda limpio.
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó
limpio.
El lo despidió, encargándole
severamente:
-No se lo digas. a nadie;
pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación
lo que mandó Moisés.
Pero cuando se fue, empezó a
divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía
entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así
acudían a él de todas partes.







3-7. CLARETIANOS 2002
Es pequeño Samuel, pero no tanto como para no correr a responder
-al principio con confusión, mucha confusión- con la propia palabra, con la vida
"Aquí estoy" a esa llamada. Responder aunque en aquellos días las palabras del
Señor no eran frecuentes.El sentimiento de sentirse encontrado por Dios
de sentirse adentrado en la "Pasión" del Padre hace que la vida no pueda seguir
igual, que la salud brote a borbotones -sobre todo la que nace del experimentar
que tu vida está cargada de sentido-... quizá por eso, en el fondo, "todo el
mundo te busca".Hoy, Señor, me presento ante ti con todo lo que
soy y lo que tengo. Acudo a ti como persona sedienta, necesitada...
porque sé que en ti encontraré respuesta. Siento que no puedo vivir con
la duda todo el tiempo y que se acerca el momento de tomar una
decisión.Deseo ponerme ante ti con un corazón abierto como el de María,
con los ojos fijos en ti esperando que me dirijas tu Palabra. Deseo
ponerme ante ti como Abraham, con el corazón lleno de tu esperanza,
poniendo mi vida en tus manos. Deseo ponerme ante ti como Samuel,
con los oídos y el corazón dispuestos a escuchar tu voluntad.Aquí me
tienes, Señor, con un deseo profundo de conocer tus designios. Quisiera
tener la seguridad de saber lo que me pides en este momento; quisiera
que me hablases claramente, como a Samuel. Muchas veces vivo en la eterna
duda. Vivo entre dos fuerzas opuestas que me provocan indecisión y en
medio de todo no acabo de ver claro.Sácame, Señor, de esta confusión en
que vivo. Quiero saber con certeza el camino que tengo que seguir.
Quiero entrar dentro de mí mismo y encontrar la fuerza suficiente
para darte una respuesta sin excusas, sin pretextos. Quiero perder
tantos miedos que me impiden ver claro el proyecto de vida que puedas
tener sobre mí.¿Qué quieres de mí, Señor? ¡Respóndeme! ¿Quieres que
sea un discípulo tuyo para anunciarte en medio de este mundo? Señor,
¿qué esperas de mí? ¿por qué yo y no otro? ¿Cómo tener la seguridad de que
es este mi camino y no otro?En medio de este enjambre de dudas
quiero que sepas, Señor, que haré lo que me pidas. Si me quieres para
anunciar tu Reino, cuenta conmigo, Señor. Si necesitas mi colaboración
para llevar a todas las personas con las que me encuentre hacia ti,
cuenta conmigo, Señor.Si me llamas a ser testigo tuyo de una forma
más radical como consagrado en medio de los hombres, cuenta conmigo,
Señor. Y si estás con deseos de dirigir tu Palabra a mi oídos y a mi
corazón, habla, Señor, que tu siervo escucha.

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sábado, 4 de febrero de 2012

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CAMINANDO CON JESUS

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José Luis Martín Descalzo : Carta a Dios

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I. Contemplamos la Palabra Lectura del primer libro de Reyes 3,4-13 En aquellos días, Salomón fue a Gabaón a ofrecer allí sacrificios, pues allí estaba la ermita principal. En aquel altar ofreció Salomón mil holocaustos. En Gabaón el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo:«Pídeme lo que quieras.»Respondió Salomón:«Tú le hiciste una gran promesa a tu siervo, mi padre David, porque caminó en tu presencia con lealtad, justicia y rectitud de corazón; y le has cumplido esa gran promesa, dándole un hijo que se siente en su trono: es lo que sucede hoy. Pues bien, Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?»Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello, y Dios le dijo:«Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti. Y te daré también lo que no has pedido: riquezas y fama, mayores que las de rey alguno.» Sal 118, 9. 10. 11. 12. 13. 14 R. Enséñame, Señor, tus leyes. ¿Cómo podrá un joven andar honestamente?Cumpliendo tus palabras. R.Te busco de todo corazón,no consientas que me desvíe de tus mandamientos. R.En mi corazón escondo tus consignas,así no pecaré contra ti. R.Bendito eres, Señor,enséñame tus leyes. R.Mis labios van enumerando los mandamientos de tu boca. Mi alegría es el camino de tus preceptos. R. Lectura del santo evangelio según san Marcos 6, 30-34 En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo:-«Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. »Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado.Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma. II. Compartimos la PalabraDa pues a tu siervo un corazón sabio”Dios concedió a Salomón una sabiduría e inteligencia extraordinarias. La Sabiduría como Don de Dios es lo que podemos observar en este texto. Salomón pide la sabiduría desde la humildad, con prudencia sin ningún tipo de interés ni egoísmo. Pide a Dios que le dé certeza en el arte de gobernar a su pueblo. Le urge la necesidad del buen juicio y sentido común para saber decidir bien ante los problemas de un pueblo numeroso. Todos necesitamos de la sabiduría para nuestra vida comunitaria o familiar pues quizás en ocasiones nos encontremos con decisiones difíciles ante las que no tengamos capacidad de discernir, de encontrar una solución. Solo desde esa sabiduría, regalo de Dios, sabremos dar claridad y ayuda a los demás. Por eso hoy podemos pedir, como Salomón, que nos sea concedida la sabiduría, un corazón atento que escucha. Podríamos decir como en el salmo “enséñame tus leyes… no permitas que me desvíe de tus mandamientos… mi alegría es el camino de tus preceptos más que todas las riquezas”.“Venid vosotros a un sitio tranquilo a descansar”En este Evangelio vemos dos tipos de escenas. Por un lado Jesús invita a sus discípulos a ir un sitio tranquilo a descansar. Tenemos una gran necesidad de silencio, de recogimiento, de soledad, ante la mucha agitación que vivimos. Tenemos prisa en todo, demasiado activismo que nos agota y empobrece. La mayor parte de la gente vive sumida en el estrés. Por eso queremos descansar, anhelamos un tiempo de descanso, un poco de paz en nuestras vidas, vivir la oración como Jesús. La otra escena que podemos vivir es la escucha, la compasión, el compartir. Jesús ve una multitud y le da lástima. Ve a la gente como ovejas sin pastor, y sin mirar el tiempo que le va a quitar, ni las fuerzas que tendrá que consumir, se pone a enseñarles. Nosotros tenemos necesidad de tener a alguien con quien compartir lo que vivimos, lo que sentimos, tenemos gran sed de ser escuchados. Por eso debemos empezar nosotros a dar eso que Jesús manifiesta en este Evangelio y que nuestro corazón necesita. Situarnos delante de la otra persona con todo nuestro tiempo, con todo lo que somos y tenemos para así poder aliviar sus necesidades más profundas, saber encontrar siempre el hueco grande y alentador para estar con Jesús, para así poder estar también con nuestros hermanos los hombres. MM. Dominicas Monasterio Sta. María la Real Bormujos (Sevilla

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Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández-Carvajal

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jueves, 2 de febrero de 2012

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jueves, 26 de enero de 2012

Pueblo de Dios - Especial 25 aniversario, Pueblo de Dios - RTVE.es A la Carta

Pueblo de Dios - Especial 25 aniversario, Pueblo de Dios - RTVE.es A la Carta

CAMINANDO CON JESUS

CAMINANDO CON JESUS
El Dios en el que creo
Autor: José L. Caravias,
S.J.



Así como los gobernantes deben hacer declaración de sus
bienes antes de asumir sus cargos, así yo también, de una forma semejante,
quiero confesar mi fe personal, sin pudor ni formalismos, como quien no tiene
nada que ocultar. Quizás a alguien le sirva en esta Semana Santa para
replantearse también él en qué clase de Dios cree.
Ciertamente me duele que se dude y se difame mi fe y mi
buena voluntad. Yo soy pecador, como todo el mundo, y muchas veces mi orgullo me
ha llevado a ser infiel a Dios y al pueblo. Pero, a partir de mi fragilidad, la
fe en Dios ha sido siempre lo más íntimo y definitivo de mi ser. Sin fe no se
entiende mi vida. La fe me ha dado luz y fuerzas para superar y trascender los
muchos problemas de mi ya larga vida. La búsqueda y la experiencia de Dios han
estructurado y dirigido mi vida. Me esfuerzo con tesón en distinguir entre el
verdadero rostro de Dios y los muchos engañosos rostros idolátricos que se nos
presentan por doquier.

Experimentar vivencialmente a Dios y la dignidad sublime de
todo ser humano es el horizonte hacia el que siempre he querido rumbear mi vida.
Y esa vivencia me lleva a comprometerme con seriedad en la defensa y desarrollo
de la vida de mis hermanos, especialmente cuando esa vida está disminuida y
amenazada.
Pero pasemos ya a compartir la confesión de mi fe
personal e íntima en Dios. No se trata de nada original, sino de un don de Dios
que, puesto que viene de él, no tengo problemas en compartirlo con otros hijos
de Dios, aun a riesgo de que algunos me malinterpreten. Espero que a la mayoría
de mis lectores les sirva de estímulo Y ello sin dejar de respetar el derecho
que tiene cada uno de creer en lo que quiera y como quiera.
Creo en un Dios Papá bueno, siempre enteramente bueno
(“ore Taita juky ete asy”), que nos quiere a todos por igual y que lo ha hecho
todo para todos sus hijos. No creo en esos dioses “argeles” que premian a los
buenos y castigan a los malos, que siempre tienen el palo alzado, que mandan el
dolor para probarnos, que prefieren más a unos hijos que a otros, que hacen
ricos a los ricos y pobres a los pobres…
Creo en el Dios que está presente y activo en todo lugar
donde se busca y se realiza la justicia, la verdad y el amor verdadero. No creo,
en cambio, en dioses que favorecen y blanquean cualquier tipo de injusticias,
mentiras, desprecios y odios. No creo en el dios del dinero acumulado y del
poder opresor.
Creo en el Dios que siempre respeta la dignidad y la
libertad humana. Ofrece sus dones a todos, pero a nadie se los impone. Y ha
puesto responsablemente la marcha de la historia en nuestras manos. Pero no creo
en dioses que lo tienen todo fijamente previsto y predeterminado o que favorecen
a sus devotos con milagritos que evitan el compromiso responsable de construir
comunitariamente un mundo justo.
Creo en el Dios que ha creado un universo maravilloso,
capaz de desarrollarse autónoma y evolutivamente, según las propias leyes que él
mismo le dio al ponerlo en marcha. No creo en esos dioses que tienen que estar
dando permiso cada momento para que llueva o no llueva, para que alguien se
enferme o se cure, para que un terremoto destruya esta casa y salve a la
otra…
Creo en el Dios que es misterio, al que se va conociendo
poco a poco cada vez más de cerca, pero al que nunca podremos comprender del
todo durante esta vida. Creo en el Dios que es enteramente libre, al que jamás
se le puede encasillar ni encerrar en ideologías, guetos o santuarios. Nadie es
dueño de él, ni se deja manejar por nadie.
Creo en el Dios que históricamente se encarnó en Jesús,
a través de María, mostrando así su radical solidaridad con la raza humana. Se
hizo en todo semejante a nosotros, compartiendo nuestros dolores y nuestras
esperanzas. En Jesús nos dejó Dios una imagen viva de su amor solidario y
respetuoso para con todos, pero especialmente para con los despreciados y
empobrecidos.Creo en Jesús, que es Dios y es hombre, imagen visible del
Padre, nuestro único y auténtico Salvador, luz y fuerza de Dios. El es Señor del
Universo y hacia él corre la Historia.
Creo que Jesús no sólo perdona nuestros pecados, sino
que además nos posibilita crecer cada vez más en humanidad y conocer cada vez
más de cerca al Padre; nos convierte en hijos legítimos de Dios, constructores y
herederos de su Reino.Creo que Jesús está hoy presente en todo ser humano,
pero especialmente en los que sufren desprecio, marginación o cualquier tipo de
miseria. Cuanto más y mejor ayudamos a los hermanos a crecer en humanidad más
cerca estamos de Jesús y su Reino.
No creo en esas imágenes de un Jesús dulzón y afeminado,
lujosamente ataviado, al que se le puede comprar su ayuda con cualquier tipo de
práctica religiosa piadosa. No creo en el Jesús al que se le quite algo de
humano o algo de divino.
Conocer, amar y seguir al Jesús histórico, plenamente
Dios y hombre, triunfador de la muerte, presente activamente en la Historia, es
la cumbre de mis ideales.Creo en el Espíritu Santo como sabiduría y fuerza
transformadora del amor del Padre y del Hijo.
Creo en las Iglesias donde se vive el perdón y la
fraternidad que pide la fe en Jesús.
Creo en los sacramentos como signos visibles de la
presencia consoladora y fuerte de Jesús.
Creo en las inmensas posibilidades de desarrollo de todo
ser humano; creo en las capacidades de la inteligencia y el amor humanos; creo
en la potencialidad del pueblo consciente y organizado; creo en el proceso de
dignificación de la mujer; creo en la presencia de Dios en toda cultura humana,
en la belleza, en el arte, en la expansión del universo… Todo ello es imagen
creciente de Dios.
Creo en la amistad; amistades complementarias,
multiplicadoras, fieles, sacrificadas, profundas y sinceras. Creo que en la
amistad vive Dios… Creo en Dios amigo, siempre fiel, respetuoso y dispuesto a
dar una mano.
Creo en la lucha contra todo dolor humano y al mismo
tiempo creo que el dolor humaniza, sensibiliza ante el dolor ajeno y acerca a
Dios.
Creo en la fuerza del Resucitado, pero consciente de que
la resurrección es para los crucificados.
Creo que la muerte no es sino el paso a la plenitud de
la vida, en la que, como regalo de Dios, podremos desarrollar todas nuestras
potencialidades, conoceremos a Dios tal cual es y construiremos una perfectas
fraternidad.

Encarnacion, Padre Jose L. Caravias

Encarnacion, Padre Jose L. Caravias
Encarnación
Autor: José L. Caravias,
S.J.



El misterio de la encarnación es el misterio clave de la fe
cristiana, resumen y plenitud de la revelación de Dios. "El Verbo se hizo carne"
(Jn 1,14). "Verbo" en la filosofía griega significaba todo lo divino, lo
sublime, lo eterno, la perfección sin límites; "carne", en cambio, era el
símbolo de lo despreciable, lo corruptible, lo pasajero, lo imperfecto. Las dos
realidades eran irreconciliables entre sí: una negaba a la otra. Pero Juan
afirma que lo eterno se convierte en temporal, que lo infinito se hace limitado,
que el todopoderoso se queda débil... ¡Blasfemia para los piadosos e insensatez
para los sabios! Pero maravillosa esperanza para los que creemos en el
Amor...
Hasta que no aceptamos el misterio amoroso de la
encarnación, persiste en nosotros la tendencia pagana de rechazar lo más
profundo del mensaje de Navidad. Nos gusta romantizar el pesebre y presentar al
Niño Dios rubito y gordito, ricamente ataviado. Así es más cómodo seguir
viviendo egoístamente aislados. Pues acarrea serias consecuencias creer en una
persona divina que nació y vivió pobremente y se comprometió hasta la muerte por
defender la dignidad d e los pobres. Él “trabajó con manos de hombre, pensó con
inteligencia de hombre, actuó con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre”
(Vaticano II, GS. 22). Cuesta creer que Jesús fue, al mismo tiempo, plenamente
Dios y plenamente hombre.
Algunos teólogos sostienen que el pecado de los ángeles
habría sido la no aceptación de la encarnación: ellos, que conocían
perfectamente a Dios, se negaron a aceptar la encarnación, como cosa
disparatada. Y es que esta "locura de Dios" (1Cor 1,25) sólo puede entenderse
desde la perspectiva de la humildad del amor.
¿Para qué y por qué se hizo Dios ser humano? Hombre
completo, pleno, con todos los pasos normales de crecimiento y las vivencias
propias de un humano. Se podría haber encarnado sabiéndolo todo, ya crecido, en
la era de las comunicaciones masivas, con poderes extraordinarios… Pero no, "se
hizo en todo semejante a nosotros", con nuestra mismas tentaciones, nuestros
sufrimientos y nuestros problemas. Se hizo "carne y sangre", dolorosa, frágil y
enfermiza. Mordió a plenitud la dureza de esta vida.
¿Por qué lo hizo así? Porque "no vino a ayudar a los
ángeles", sino a la raza humana. Por eso "tuvo que hacerse semejante en todo a
sus hermanos" (Heb 2,17).
Antiguamente Dios se había mostrado misericordioso, pero
siempre desde arriba hacia abajo. Él podía vivir tan tranquilo en su cielo, y
desde allá derramar sus dones a estos pobres mortales, pero sin tocarle a él el
dolor ni la muerte. Por eso protestaron con rebeldía Jeremías, Habacuc y
Job.
Pero Dios es amor, y el amor acerca a los amados. Dios,
desde su grandiosidad, se acercaba todo lo que podía a sus criaturas humanas.
Pero los humanos le echaban en cara a Dios su lejanía y dudaban de la
efectividad de su amor.Por eso, en reunión de familia, como dice San Ignacio
en sus Ejercicios, decidieron que uno de los tres viniera a hacerse de veras
hombre para poder sentir en carne propia las experiencias de los humanos. Así la
familia divina llegaría a comprenderlos mejor, y los humanos, a su vez,
sentirían a la divinidad más cercana y comprensiva. Pero era necesario que la
experiencia fuera en serio: el Hijo tenía que hacerse realmente hombre, con
todas sus consecuencias. Sin dejar de ser Dios, tenía que ser plenamente
hombre.
La Carta a los Hebreos, primer tratado de Cristología,
escrito alrededor del año 90, poco antes del Apocalipsis, aclara las razones de
la encarnación en 2,14-18 y 4,15-16. Afirma que "tuvo que hacerse carne y
sangre" (2,14) para poder hacer de puente entre lo divino y lo humano. Fue
"probado por medio del sufrimiento"; y por eso "es capaz de ayudar a los que son
puestos a prueba" (2,18). Él "no se queda indiferente ante nuestras debilidades,
por haber sido sometido a las mismas pruebas que nosotros"
(4,15).
"Por lo tanto, acerquémonos con confianza a Dios,
dispensador de la gracia; conseguiremos su misericordia y, por su favor,
recibiremos ayuda en el momento oportuno" (4,16).
Con toda seguridad podemos ya entrar en la intimidad de
Dios, porque Jesús, a través de su carne, "inauguró para nosotros un camino
nuevo y vivo" (10,19), "digno de toda confianza" (10,23).
Antes era difícil y tortuoso llegar a Dios. Desde la
concepción y nacimiento de Jesús, el nuevo puente construido por él nos puede
llevar a Dios de forma directa y segura.
No podemos quejarnos ya de la lejanía de Dios. Él es
amigo íntimo, que nos quiere y nos comprende porque ha pasado las mismas pruebas
que nosotros. Y, si él las superó, sabrá ayudarnos también a nosotros a
superarlas. Con toda confianza le podemos echar el brazo sobre el hombro y
llamarlo compañero, chera'a, chamigo. Ésta es la gran noticia, siempre nueva y
fresca, que trae el Niño Dios.
Lástima que a muchos esta " buena nueva" todavía no les
ha llegado al corazón. "Vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a todos los que lo recibieron, les concedió ser hijos de Dios" (Jn
1,11-12).
Celebremos en estas próximas Navidades la cercanía de
Dios. Su amistad está llamando a nuestras puertas (Ap 3,20). Su perdón está al
alcance de la mano. Y toda su respetuosa ayuda. Basta con decirle que sí. Pero
un sí encarnado en la realidad de nuestras vidas, las propias y las del
prójimo...

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rezandovoy

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CARTEL EL PAN DE LA PALABRA

CARTEL EL PAN DE LA PALABRAReflexiónJesús en este pasaje nos da dos
enseñanzas, la primera sobre nuestro ser cristiano el cual debe NOTARSE; y la
segunda sobre la caridad y el respeto a los demás. Quisiera insistir en la
primera que es la base para la segunda. NO basta ser bautizados, dentro de
nosotros se esconde un misterio que tiene que manifestarse a los demás. Dios ha
puesto su Espíritu Santo y su Palabra, en cada uno de nosotros, una Luz que no
puede quedarse solo en nuestro corazón sino que ha de ser conocida y amada por
toda la humanidad. En la medida que dejamos que el Espíritu dirija nuestra vida
y hablamos de Jesús a los que nos rodean, en esa medida la Luz brilla y el Reino
de los cielos va siendo una realidad. No tengamos miedo de dejar que Jesús y la
vida en le Espíritu se transparente en nosotros…. Somos el instrumento por el
cual el mundo conocerá de una manera más clara a Dios. ¿Es tu vida un reflejo de
la vida del Espíritu?Que pases un día lleno del amor de
Dios.Como María, todo por Jesús y para JesúsPbro. Ernesto María
Caro

VIRGEN DE FÁTIMA - WEB DE CULTO Y ORACIÓN

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lunes, 2 de enero de 2012

TV Lourdes - Le direct avec la vie des Sanctuaires Notre-Dame de Lourdes | Lourdes

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Brotes de Olivo - Descargas

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