sábado, 23 de abril de 2011

TV Lourdes - Le direct avec la vie de Sanctuaires Notre-Dame de Lourdes | Lourdes

TV Lourdes - Le direct avec la vie de Sanctuaires Notre-Dame de Lourdes Lourdes


No me mires, Señor.
que tus ojos brillantes
me hacen daño,
como sol de mediodía.
No me mires, Señor.
No me mires.

Cierra tus ojos,
en la cruz clavados.
Cierra tus ojos
para contemplarte.

Déjame que yo te mire, Señor,
déjame que yo te mire.

Tu rostro lleno de paz...
y de perdones.
Tu rostro de misericordias,
lleno de amores.

Siento tu muerte
más que la mía...

Quiero quererte!

Abre tus ojos ya.
Que sigan brillando,
aunque yo muera.

Que tus ojos sigan brillando
para que el mundo te vea.

Que, si tu mirada
cierra la nuestra,
al cerrar nuestros ojos,
tú estás más cerca
para disipar las sombras
y mis tinieblas
Y al palpar mis miserias
tú seas la salida
a vida nueva.
AMEN.
Eduardo Mtnz.Abad, escolapio.
La Pasión del Abandonado


La pasión según Marcos es la pasión del abandonado. Todos lo abandonan: la gente alegre del día de ramos, los discípulos, Pedro... ¡y hasta el Padre! Nunca se sintió Jesús tan incomprendido y tan solo, entregado a la soldadesca (¡el Hijo de Dios cubierto de esputos y abofeteado!) y tratado como culpable por los jefes religiosos.

Desciende hasta lo más profundo de la soledad humana. El, que hablaba, que había venido para hablarnos, se calla. Son impresionantes dos observaciones de Marcos: "¿No contestas nada?", dice el sumo sacerdote; "¿No respondes?", le dice Pilato.

Silencio de Jesús. Hay momentos en los que Jesús no tiene nada que decir, nada que decirnos. Indicó lo que era, señaló el camino por donde le podemos seguir. Si no lo seguimos, ¿qué puede decirnos ya? - ¿No me respondes? - No. Estás demasiado lejos. Sólo se está cerca de mí por medio de actos de amor y de coraje.

Si no seguimos a Jesús más que escuchando religiosamente sus palabras o predicándolas con elocuencia, sin ponerlas en práctica, somos de los que lo abandonan. Es una verdad muy dura que nos negamos a aceptar. La meditación de esta pasión tiene que ponernos ante la exigencia fundamental del evangelio: sólo se "sigue" a Jesús haciendo lo que él pide.

Pasión de los abandonos y del terrible silencio de Jesús. Pero también pasión de los tres gritos:

- ¿Eres tú el mesías, el hijo del bendito? - ¡Lo soy!, grita Jesús, rompiendo el secreto sobre su mesianidad y su gloria.

Encadenado, humillado, revela finalmente lo inaudito: "Vais a ver cómo el hijo del hombre toma asiento a la derecha del todopoderoso, y cómo viene entre las nubes del cielo". Aquello no podía aceptarse, en aquel lugar y ante aquellos sacerdotes, mas que como una blasfemia. Pero ¿y nosotros? ¿Con qué fe lo miramos nosotros, en este momento? Jesús grita en la cruz su confianza: "¡Dios mío, Dios mío!".

Y lo hace luchando contra el sentimiento más terrible de abandono: "¿Por qué me has abandonado?". Palabra preciosa que ofrece a los que bajan a esos abismos. Si no hubiera llegado hasta allá, ¿sería el Enmanuel prometido, el Dios con nosotros? Jesús, contigo puedo gritar en medio del abandono, pero contigo quiero decir también: "¡Dios mío!" donde creía que ya no podía decirlo.

El tercer grito de esta pasión es aquél al que nos conduce Marcos desde el comienzo de su evangelio. Decir: "¡Tú eres Dios!" no a aquel que electrizaba a la gente, al que fue transfigurado, sino al condenado en la cruz. Una muerte tal que el centurión gritó: "Realmente este hombre era Hijo de Dios". Es el lector del evangelio el que dice esto al final de esta pasión. Pero una vez más: es inútil decirlo, si esto no nos cambia.

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 111
Un Dios sin Poder


El evangelista nos presenta un cuadro dramático y terrible. Fuera de la ciudad sagrada, junto al camino, a la vista de la mucha gente que pasaba por allí, colgado en una cruz entre dos bandidos (guerrilleros nacionalistas, quizá), agoniza el mismo que pocos días antes había sido recibido y aclamado triunfalmente por el pueblo como el Rey-Mesías. Y con un letrero en el que se daba noticia de la causa de su condena: "El rey de los judíos".

Todos se ríen de él, ridiculizando las palabras que había pronunciado cuando predicaba: tanto los que al escucharlo recibieron su mensaje como acusación y denuncia de sus injusticias como los que lo debieron sentir como anuncio de liberación.

Todos de acuerdo: los transeúntes, gente del pueblo que quizá lo había aclamado el domingo de Ramos y que ya había perdido toda esperanza en él; los sumos sacerdotes y los letrados que habían vuelto a engañar al pueblo para que rechazara a Jesús y que ahora celebraban lo que creían que era su triunfo, y hasta los que estaban crucificados con él.

Todos de acuerdo en que ése no es modo de salvar al mundo: si el salvador no es capaz de salvarse a sí mismo..., ¿a quién podrá salvar?

Todos de acuerdo en que si Dios estuviera con él la suerte de aquel condenado no sería la que estaban viendo. Si aquel despojo humano fuera de verdad el Hijo de Dios, ¿qué clase de Padre sería ese Dios? Y, al final, parece que hasta el mismo condenado les da la razón: "¡Eloi, eloi, lema sabaktani", que significa Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

UN DIOS SIN PODER

"¡Vaya! ¡El que derriba el santuario y lo edifica en tres días! ¡Baja de la cruz y sálvate!...

Ha salvado a otros y él no se puede salvar. ¡El Mesías, el rey de Israel! ¡Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos!"

Un Dios sin poder. A algunos les sonará a blasfemia, pero eso es lo que se ve en el crucificado. "Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso", decimos en el credo. Pero ¿en qué consiste su poder? Ciertamente, el poder de Dios no es como el de los poderosos de la tierra (capacidad de determinar o modificar la libertad de los demás). No. El Padre no cambia el curso de los acontecimientos que los hombres, en el uso de su libertad, han decidido; no fuerza la libertad de los hombres, ni siquiera para que éstos sean buenos.

Preguntarse si podría hacerlo es un absurdo, algo así como preguntarse si Dios puede pecar. Entonces...

Dios es amor, dice San Juan. Y ése, el amor, es su poder. Y de ese poder sí está llena la figura del crucificado. Sus paisanos no fueron capaces de descubrirlo: todos los que hablan al verlo en la cruz pretenden que Dios anule lo que los hombres han hecho para que, demostrado así su poder, puedan creer en Jesús. No les entraba en la cabeza que el amor fuera ya salvación.

Quizá también a nosotros nos resulta difícil creer que el amor puede transformar el mundo. Sin embargo, conocemos por experiencia la fuerza del amor: si se apodera de nosotros nos cambia la vida, y cuando se hace norma de convivencia de un grupo, transforma su forma de vivir. Entonces, si lo dejáramos organizar el mundo en lugar de que siga estando en manos de la fuerza y del poder, ¿no cambiaría nada? No, no es tarea fácil.

Como Jesús, hay que poner en juega la vida. Y sin ventaja: Jesús tuvo que afrontar la muerte solo, como un simple hombre. La confianza que él tenía en Dios ("Dios mío" expresa una gran familiaridad) no alivia ni el dolor de verse rechazado por su pueblo y derrotado por sus enemigos ni la angustia, tan humana, de enfrentarse a la muerte. Pero así manifestó el poder del amor de Dios. Sólo un forastero, un pagano, supo verlo: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios". Entre tantos salvadores poderosos, ¿no sería inteligente dar una oportunidad a este salvador?

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 76ss.
La noche más larga de la historia

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo




Titularía está contemplación "The longest night" (la noche más larga). Vamos a contemplar la noche más larga de la vida de Jesucristo: Desde el prendimiento en el huerto de Getsemaní hasta el alba del viernes santo.

Todo ser humano desea ser respetado, ser tratado como lo que es. Todo ser humano tiene el sentido de la dignidad. Tiene también el sentido del honor. Y está dispuesto a morir antes de ver violado su honor. Un hombre digno pone el honor por encima de todo: Del mundo, de las cosas, del dinero, del bienestar, del placer. Prefiere ser un mendigo, pero que nadie le escupa, que nadie le abofetee. Cuando se viola el honor, el hombre se rebela y está dispuesto a lo que sea con tal de hacer respetar su honor o de verlo resarcido.

Cristo fue herido, acribillado, en su honor de hombre, en la noche más larga de la historia humana. Más todavía, fue destrozado en su honor de Hijo de Dios. Psicológicamente, el tiempo como que se detuvo en aquella noche de la ignominia.


Aplicación de sentidos

Quiero detenerme a ver el honor de Cristo destrozado por sus mismos amigos. Cristo ha dado su corazón y su amistad a unos hombres, y éstos se muestran indignos de esa amistad, la violan, e hieren así a Jesucristo en su dignidad de amigo.

Contemplemos la traición de Judas: Llega con un tropel de soldados y le traiciona de la manera más indigna: Con un beso. Con todo, Cristo le llama amigo. ¡Qué mansedumbre de la mirada de Jesús a éste pobre desgraciado! ¡Con qué amistad, con qué amor miraría a Judas! ¡En vano!

Traicionado por Pedro, que no lo reconoce, que reniega de Jesús. Con su negación pisotea el honor de Jesús que se ha dignado contarle entre sus amigos y discípulos. ¡Qué penetrante debió ser la mirada de Jesús, y a la vez qué dulce, para que Pedro, que le ha negado, salga del palacio de Caifás y comience a llorar amargamente!

Abandonado por todos los apóstoles: "Todos lo abandonaron", constata el evangelista. ¿Dónde están? Perdidos en medio de la ciudad, en la oscuridad de la noche, descontrolados, temerosos de ser reconocidos como discípulos de Jesús. La dignidad de la amistad, ¡qué bajos fondos toca en el alma de estos apóstoles!

Abandonado también por su pueblo. El pueblo que había recibido tantos beneficios de él, que le había escuchado, que había sido curado por él...en el palacio de Pilatos no sabe sino gritar: "¡Crucifícale! ¡crucifícale!".

Podemos aplicar también los sentidos a contemplar a Cristo deshonrado, tratado inhumanamente, siendo inocente. Tratado no sólo como criminal, sino como deshecho de hombre: Primero, abofeteado por un esclavo; luego escupido por unos cuantos soldados, medio borrachos; además, azotado, coronado de espinas sin piedad...En esas horas nocturnas se acumula toda la brutalidad del mundo contra Jesús, toda la ignominia del hombre.

La visión de fe

La visión de fe, ¿qué descubre en todo esto? En primer lugar, a la fe impresiona el silencio de Dios. Ante la inhumanidad de los hombres Dios calla; acepta, ama, sufre y redime en silencio. Nosotros nos hubiésemos rebelado, no hubiésemos permitido eso. Dios, que tenía poder de cambiar la escena, no lo hizo. Con su silencio descubre al hombre lo salvaje que es cuando se deja llevar del instinto de su naturaleza. Quiere hacer ver al hombre el abismo al que ha descendido como ser humano: No es digno de llamarse hombre. Por todo eso, Dios guarda silencio, un silencio que quiere ser enormemente elocuente.

La visión teologal nos ayuda también a descubrir la fe de Dios en el hombre. En todo hombre se esconde una fiera y un ángel. En esa noche el hombre ha demostrado con Jesús toda su bestialidad. Ha demostrado hasta donde puede llegar su alma de fiera. Jesucristo conoce, sin embargo, el corazón del hombre y tiene fe en el ángel que anida en su corazón. Calla, acepta, sufre como Dios para despertar ese ángel dormido que existe en todo ser humano; para redimir al hombre de esa bestia que lleva en el corazón, para matarla, y así lograr que el ángel, ya despierto, pueda vivir y manifestarse. Cristo tiene fe en el hombre, capaz de ser convertido en un verdadero hombre a la medida del salvador, el hombre nuevo.

¿Por qué sufre Cristo tanta ignominia? "Permanece de rodillas inmóvil y silencioso, mientras el impuro demonio envolvía su espíritu con una túnica empapada de todo lo que el crimen humano tiene de odioso y atroz...¡Cuál fue su horror cuando al mirarse no se reconoció, cuando se sintió semejante a un impuro, a un detestable pecador! Sus labios, su corazón eran como los miembros de un pérfido y no como los de Dios. Son esas las manos del Cordero inmaculado de Dios hasta ese instante inocentes, pero rojas ahora por mil actos bárbaros y sanguinarios. Son esos los labios del Cordero, ahora profanados por las visiones malignas y las fascinaciones idólatras en pos de las cuales abandonaron los hombres a su adorable creador. Su corazón está congelado por la avaricia, la crueldad, la incredulidad. Su memoria misma está cargada con todos los pecados cometidos desde la caída en las regiones terrestres. Así se ve a sí mismo Jesús hasta no reconocerse" (Martín Descalzo).

¿Por qué? Por mí, para mí y en lugar mío. Por la humanidad, para la humanidad y en lugar de la humanidad. Esta es la verdadera visión que nos da la fe, ante el misterio de la pasión de Cristo.

Reflexionemos en Cristo en la cruz, en el crucifijo en el cual nosotros acabamos aprendiendo a Cristo, acabamos reconociendo a Cristo. ¿Qué es lo que vemos cuando miramos el crucifijo? La cruz de Cristo en el Calvario es el testimonio de la fuerza del mal contra el mismo Hijo de Dios; es el poder del mal que en estos momentos parece no tener freno. Incluso Aquél que había vencido al mal, en sus diversos medios de presentarse en la historia del hombre, en el pecado, en el dolor, en la muerte, ahora se ve totalmente a disposición del mal.

La cruz que se levanta sobre la tierra, la cruz que se eleva sobre todos los hombres, que le hace ser Redentor, es al mismo tiempo la más clara manifestación del poder del mal sobre Cristo, es la más clara muestra de que Cristo está dejado por Dios para que todo el mal que sufre el hombre se clave en Él. Sin embargo, Cristo es inocente.

Él es el único, entre los hombres de toda la historia, libre de pecado, incluso de la desobediencia de Adán y del pecado original.
Es en Cristo, —en quien no conocía el pecado—, donde el pecado se hace, al menos aparentemente, señor de su vida. Es la obediencia de Cristo hasta la muerte, y muerte de cruz, la que va a hacer posible que las cadenas del pecado sean vencidas a partir de este momento por todo hombre que se una a la cruz del Salvador.

Sin embargo, si miramos en el corazón de Cristo, ¡con cuánto dolor sufriría el verse hecho pecado!, ¡cuánta repugnancia moral sentiría al verse reducido, no sólo a la condición de pecador, sino de maldito por la ley! "Maldito el hombre que cuelga de un madero", decía la ley de Moisés.

¡Con cuánto amor habrá tenido que arder el corazón del Señor para ser capaz de vencer la repugnancia del pecado! Es esto lo que vemos: vemos a Jesús crucificado, vemos a Jesús insultado, vemos a Jesús que grita en la cruz: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?" Los esbirros se acercan a la cruz, toman las palabras de Cristo como una burla. Unos le dicen que llaman a Elías, otros le empapan una esponja en vinagre y le dan de beber, y algunos, en el último chiste macabro, le dicen: "Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarlo".

"Pero Jesús, dando un fuerte grito, exhaló el espíritu. En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos". Acababa de cumplirse en Cristo hasta la última de las profecías, y por eso, el velo del Santuario que impedía que los fieles viesen al Santo de los Santos, ya no tenía ningún sentido, no tenía ningún porqué, y se rasga en dos.

¿Qué es lo que hace que Cristo llegue hasta ahí? Si hemos visto su alma en Getsemaní y hemos visto su alma antes de salir al Calvario, ¿cuál es esta última de las profecías, cuál es esta última de las obediencias que Cristo tiene que sufrir? "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?", el salmo que recitaría nuestro Señor como última oración en el Calvario y que podría ser para nosotros un momento de especial encuentro en el alma de Cristo; que se va identificando con todos estos sentimientos, que mira a sí misma y ve los ultrajes recibidos y, por otra parte, mira a Dios y ve que Él es su Creador, su Señor, en su alma humana, en su naturaleza humana. Al mismo tiempo, Cristo se ve a sí mismo y se da cuenta de que no puede desconfiar de Dios y, sin embargo, está sufriendo la más tremenda de las obscuridades, la más tremenda de las noches del alma, cuando Dios mismo se aparta del alma de Cristo en un misterio insondable, en un misterio irreconocible, en un misterio ante el cual nosotros solamente podemos caer de rodillas y decir: "Creo, Señor, te adoro y te pido perdón, porque todo esa obscuridad, esa noche, la has querido pasar por mí."

Y como quien no quisiera tocar la herida dolorosa de su Señor, pongámonos simplemente de rodillas delante de Cristo crucificado y pidámosle perdón, porque por nosotros, Él tuvo que llegar a sufrir incluso el despojo absoluto de su Padre.

Si nosotros llegásemos hasta ese encuentro, veríamos cómo Cristo nuestro Señor tiene que sufrir en su alma el sentimiento de la más tremenda de las injusticias: la ignominia de la muerte, que es la suma debilidad del ser humano al ver cómo su cuerpo se deshace por medio de la muerte. ¡Qué duro es ver morir a un ser querido, qué duro debe ser esa impotencia de Cristo, sin otro camino que el de la aceptación! Sólo cuando el hombre ha hecho de la cruz la presencia de Dios en su vida, como Cristo, su mente y su corazón es capaz de ver en la muerte un inclinarse profundo de Dios hacia cada uno de los hombres en los momentos más difíciles y dolorosos.

Cada vez que besamos una cruz, no besamos simplemente un instrumento de tortura en el que han muerto miles y miles de hombres a lo largo de toda la historia de la humanidad, besamos el signo que nuestro Señor hizo bendito con su muerte. En la cruz de Cristo, sobre la que viene la muerte en un torrente de impotencia y de amor, nosotros vemos el toque del amor eterno de Dios sobre las heridas del pecado, que son las que de verdad causan el dolor de la experiencia terrena del hombre. El alma de Cristo, imponente ante la muerte que ve venir, sabe que es el toque de amor eterno de Dios sobre la obscuridad de su debilidad como hombre, y de nuestras debilidades.

Pongámonos nosotros a los pies de la cruz, y dentro de nuestro corazón recitemos ese canto del siervo de Yahvé: "Despreciado y deshecho de hombre, varón de dolores, sabedor de dolencias como ante quien se oculta el rostro despreciable y no le tuvimos en cuenta. Eran nuestras dolencias las que Él llevaba y nuestros dolores los que Él soportaba. Nosotros le vimos, nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, herido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz y con sus cardenales hemos sido curados".

En Cristo, Varón de Dolores, se encierra el dolor de la cruz; un dolor que abraza el dolor de todos los hombres de la historia. Son nuestras dolencias las que son llevadas; son nuestros dolores los que son soportados; son nuestras rebeldías las que abren su carne; son nuestras culpas las que muelen su cuerpo; son nuestros castigos, que Él soporta, los que nos traen la paz.

Cristo se convierte así en el depositario de toda la culpa de la humanidad. Cristo es el depositario de toda tu culpa y de toda mi culpa, de toda tu vida y de toda mi vida. Veamos a Cristo cargado con nuestros pecados, atrevámonos a decirle: "¿Te acuerdas de este pecado mío? Es tuyo. ¿Te acuerdas de esta otra infidelidad, te acuerdas de esta otra ingratitud? Te la llevas en tus hombros. Todos nosotros, como ovejas, erramos; cada uno marchó por su camino, y Yahvé descargó sobre Él la culpa de todos nosotros
Cristo abraza el dolor redentor en la cruz. Entre malhechores, entre insultos, entre esbirros que se burlan, va cumpliendo, una detrás de otra, las profecías que lo presentan como un cordero llevado al degüello, como oveja que, ante los que la trasquilan, está muda. Tampoco Él abrió la boca. Es el dolor redentor que pasa por la opresión, por la humillación, por el ser lavado, por el silencio...

"Tras arresto y juicio fue arrebatado de sus contemporáneos; quien se preocupa fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo fue herido." Personalicemos esto y démonos cuenta de que no es un juego que se repite toda la Semana Santa para que el pueblo cristiano tenga algo de que dolerse y algo de que arrepentirse; es una vida humana la que cargó sobre sí todos mis pecados. Una vida que fue considerada impía, maldita, alejada de Dios aun en su muerte. Pero Él era inocente. Su fecundidad proviene precisamente de su don.

Si nosotros nos atrevemos a ver esto así, atrevámonos también a hacer con Cristo un acto de oblación personal, a ofrecernos junto con Cristo en el misterio de la cruz, a ofrecernos junto con Cristo como el único sentido que tiene nuestra vida cristiana.

¿Cómo se puede ser feliz? ¿Cómo se puede perseverar y ser auténtico cuando mira uno a Cristo en la cruz? Solamente hay un camino: siendo corredentor con Cristo en la cruz, estando siempre clavados en esa cruz. Y, cuando vengan los problemas, piensen que ustedes quisieron ser de Cristo, crucificados con Cristo, salvadores de los hombres. Siempre que busquemos otra cosa en nuestra vida, vamos por un camino equivocado, vamos fuera del plan de Dios.

"En la vida de un cristiano, la luz tiene que estar presente y tiene que doblegarnos bajo su peso. No penséis nunca en una vida fácil, lejos del sufrimiento y del sacrificio. La vida terrena es para luchar, para caer en el polvo mil veces y levantarse otras mil veces, es una vida para ser humillados por amor a Cristo. No soñéis con vidas sin cruces. Porque la cruz es un instrumento connatural a la vida del hombre y en especial para aquellos que, por vocación hemos aceptado seguir a Cristo por los caminos del Calvario.

Ahora bien, llevad esa cruz con alegría, con el amor con que se ama a Cristo. Llevad esa cruz con optimismo, con el optimismo del cristiano, que por la fe conoce la trascendencia de su vida de frente a la eternidad. Llevad esa cruz y ayudar a otros a llevarla como buenos samaritanos".

La muerte de Cristo en la cruz se convierte para nosotros en redención. Y si es un momento de profundo dolor, de negra pena, es al mismo tiempo, un momento de profunda liberación. Mi alma ante ese Cristo crucificado tiene que echarse hacia atrás, mi alma tiene que empujar, tiene que tomar su condición de apóstol, consciente de que a partir de ahora, el Señor crucificado vive en mí, que a partir de ahora el Señor redentor redime con mis palabras, redime con mi corazón, redime con mi celo apostólico, redime con mi ilusión de traer almas para Cristo, redime con mi obediencia, redime por vivir con delicadeza mi vocación.

Así es como Cristo muere este Viernes Santo en la cruz. No es repitiendo de nuevo su sacrificio que nosotros simplemente vamos a conmemorar. Es, sobre todo, haciendo que nosotros nos abracemos con más claridad y con más fuerza a este sacrificio redentor, hecho garantía, hecho amor, hecho corazón dispuesto a servir a los hombres.
P Ó R T I C O
Se trata de contemplar -como recomienda San Ignacio- "como si presente me hallare"- el misterio de la muerte en cruz del Hijo de Dios, del Jesús, hermano y redentor nuestro. Un misterio, lleno de sentido salvador para cada hombre, que no requiere hoy tanto exhortaciones sentimentales ni explicaciones doctrinales, como hondura de fe.

Es el núcleo de la fe que incide en la vida de cada uno de nosotros. No es solamente un misterio a contemplar, sino un misterio que debemos vivir como la fuente más profunda de todo nuestro comportamiento. Nadie puede ser cristiano sino a partir de asumir este hecho: el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, ha entregado su vida aceptando la muerte y la muerte en cruz.

Sin duda ya hoy -y especialmente mañana y durante todas las semanas de Pascua- debemos proclamar el anuncio pascual de la Resurrección, del triunfo de la Vida, del triunfo de Jesús. Pero no podemos olvidar que esta victoria es fruto de la entrega hasta la muerte, de la lucha hasta el extremo por amor. Si el cristiano no puede quedarse en la muerte de Jesús, como si fuera el fin de la historia, tampoco puede escamotearla como si la Resurrección no exigiera-implicara antes la muerte y muerte de cruz.


PREPARAR EL VIERNES SANTO
1. EL SENTIDO DE LA CELEBRACIÓN

Hoy es, propiamente, el principio de la celebración de la Pascua. Pascua significa paso, el paso de la muerte a la vida. Por ello, la celebración de hoy no puede centrarse simplemente en el dolor y en la compasión por la muerte y los sufrimientos (celebramos con ornamentos rojos de testimonio, no negros de funeral). Ni puede ser tampoco una celebración en la que, por querer valorar la resurrección, se escamotease la realidad de la muerte de Cristo, una muerte real, dolorosa, trágica, no un simple accidente o un expediente de trámite.

Lograr el tono conveniente para este día -"viernes santo de la pasión del Señor"- no es fácil. Y tampoco es fácil ofrecer soluciones, por cuanto las circunstancias son muy variadas: desde la ciudad desierta, pasando por los lugares en los que la atención está monopolizada por las procesiones, hasta los pueblos que se conviertan en receptores de ciudadanos en vacaciones de primavera... Pero en todo caso, en cada una de esas situaciones distintas, se trata de esforzarse por crear una celebración que tenga tono de verdad y autenticidad, tono de presencia cautivada y agradecida el pie de la cruz, tono de comunión con la humanidad entera que, de cerca o de lejos, sabiéndolo o no, está también aquí, ante la cruz del Señor.

-LAS LECTURAS

Las dos primeras lecturas y el salmo responsorial constituyen prácticamente textos paralelos. Los tres contienen la descripción del misterio de la muerte gloriosa: "El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años: lo que el Señor quiere prosperará por sus manos" (primera lectura). "A tus manos encomiendo mi espíritu... Haz brillar tu rostro sobre tu siervo..." (salmo). "Experimentó la obediencia, y se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (segunda lectura).

La idea que atraviesa esas lecturas es sobre todo que el Siervo, con su muerte, salva: él es el sacerdote que ofrece su propia sangre. El ha mantenido la fidelidad al Amor de modo total, y no se ha echado atrás por temor a ser destrozado por el pecado que domina el mundo: así, ha abierto en medio de la historia de los hombres un camino que es camino de Dios. Todo esto resuena de modo especial en la celebración con la solemne aclamación antes de la pasión: "Cristo, por nosotros...": este canto debería aparecer como un resumen aclamativo de las lecturas uniendo las primeras con la pasión.

La Pasión de san Juan es la pasión que describe la obra del sexto día: la formación del hombre nuevo, a través de los sufrimientos del Hombre: "¡Ecce homo!" (/Jn/19/05). JC es el Hombre, el hombre definitivamente realizado, porque ha vivido totalmente lo que hace que los hombres seamos verdaderamente hombres: el Amor, es decir, la vida de Dios. Cuando JC se da cuenta de que todo lo que decía la Escritura se ha realizado (el nuevo pueblo de Dios está iniciado en las personas de María y el discípulo) sólo le queda proclamar la continuación de esta obra "entregando el Espíritu", y el agua y la sangre.

-LA HOMILÍA

No resulta fácil preparar la homilía de hoy. Pero conviene que la haya y que esté bien preparada: normalmente no muy larga, pensada, precisa, para traducir y aproximar el mensaje salvador que celebramos a cada uno de los cristianos reunidos.

Quizá hoy de un modo especial, la homilía debería ser una homilía que los predicadores nos predicáramos ante todo a nosotros mismos. Sentarse, leer y meditar las lecturas y los textos de hoy, y preguntarse: ¿qué significa la muerte de JC para mí? ¿qué significa para la Iglesia y la humanidad a la que pertenezco? Y luego, intentar transmitirlo en la homilía.

Algunos elementos sugerentes pueden ser:

- Contemplar el amor. Antes que a reflexionar, hoy se nos invita a contemplar. A adorar y dar gracias porque alguien se ha decidido a amar totalmente. A adorar y dar gracias porque Dios ha querido asumir la historia humana totalmente también, para convertirla en historia divina. La adoración de la cruz será hoy expresión de todo eso.

- Creer en el amor. Ante la cruz de JC, símbolo de fracaso, nosotros decimos que creemos en él, en su camino. Que creemos que su amor es fuente de vida, que el amor es más fuerte que el mal que lo crucificó. Que ante su cruz podemos decir: JC es el Señor.

Y lo podemos decir también ante todas las cruces que crucifican el amor en nuestro mundo.

- El hombre verdadero. Es lo que decíamos más arriba al comentar la Pasión: JC es el único que ha sido verdaderamente hombre, que no se ha dejado rebajar ni anular por la cerrazón, la dureza y las mezquindades que nos impiden ser hombres y que hacen que la humanidad no logre ser humana.

- La humanidad al pie de la cruz. Hoy no puede faltar este elemento, y conviene valorar su solemne expresión en la oración universal: hoy, más que nunca, nos sentimos solidarios de los dolores y las esperanzas de los hombres, porque para todos ha dado su vida el Señor.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1982, 7
2.

Hoy celebramos ya la Pascua, en su primer momento, el de la Muerte. La Pascua abarca un doble movimiento, descendente y ascendente, y es un único acontecimiento: muerte y resurrección del Señor. Los tres días se celebran como un único día, y tiene una única Eucaristía, la de la Vigilia, punto culminante del Triduo, donde no se recordará sólo el aspecto glorioso, sino toda la "inmolación del Cordero Pascual". Pascua no es sólo la resurrección: antes es la Muerte. No podemos quedarnos en celebrar sólo la Muerte, pero tampoco sólo en la glorificación.

Por eso, la celebración de hoy con un tono de fe pascual y esperanza, tiene con todo un clima de sobriedad y admiración contenida por el gran acontecimiento de la entrega del Siervo hasta la muerte.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1985, 7
3. ORACIÓN UNIVERSAL.

La oración universal tiene hoy un especial relieve: ¡Toda la humanidad es puesta a los pies de la cruz!. Recordemos la manera de hacerlo: el diácono o lector proclama la intención, se deja unos momentos de silencio para la oración personal (conviene, por tanto, que este silencio permita orar realmente), y el celebrante dice la oración. Se puede variar o añadir alguna intención).

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL
4. CRUZ ADORACIÓN.

Besar la Cruz. Con sentimientos profundos. Besar y amar la vida que nos crucifica. Conscientes de portar una cruz: para unos piedra de tropiezo y caída, para otros roca sobre la que edificar seguro; el mundo la llama escándalo o necedad, el creyente "Rostro Radiante de Dios". Besarla. En ella quiere Dios manifestar el Señorío sobre lo que destruye al hombre: VICTORIA, TU REINARAS; OH CRUZ, TU NOS SALVARAS.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
COMENTARIOS AL CICLO C
Desclee de Brouwer BILBAO 1988.Pág. 66
5. AYUNO.

El ayuno, debe tener un carácter pascual: de preparación para la gran fiesta de la Pascua. El ayuno nos priva de alimentos de la tierra para que nuestro espíritu no esté tan agobiado por las necesidades del cuerpo y se pueda dedicar más plenamente, sin tropiezos, a Dios, y espere con mas ansias el convite gozoso de la Pascua. Por eso el cristiano cuando ayuna se dedica también a la oración.

El primer gesto de la acción litúrgica de la tarde con todo lo que acabamos de decir: la postración de los ministros y el permanecer arrodillados todos los fieles expresa esta actitud del cristiano que ayuna y ora, que se postra o se inclina profundamente ante el Señor QUE PASA para salvar a su pueblo; éste se siente abatido por el pecado y culmina así su penitencia cuaresmal. La Pascua del Señor lo levantará.

-ESCUCHAR LA PALABRA

Es el primer elemento de la celebración de la Pasión: el que da el tono a toda la acción. La lectura debe ser íntegra de las tres lecturas y pausada, con espacios de silencio, en un clima de meditación y contemplación, con breves moniciones (sobre todo a la primera y a la segunda) para que la asamblea pueda captar ampliamente su sentido.

Que los lectores de la Pasión según san Juan cumplan su ministerio con mucha dignidad, con una pronunciación muy clara y una entonación que verdaderamente corresponda a la lectura proclamada, y no simplemente a la narración de una historia literaria. Las aclamaciones de la asamblea, que sean elocuentes y bien preparadas. Es preferible no usar audiovisuales. La proclamación de la Pasión es más para ser contemplada interiormente que exteriormente, y no según cualquier artista por clásico o bueno que nos parezca, sino según san Juan, el evangelista más amado y que amó más al Maestro. Los acontecimientos de la Pasión han de grabarse más en el corazón que en los ojos.

-ORAR POR TODOS LOS HOMBRES

La plegaria universal de hoy es un precioso vestigio de la antigua oración de los fieles, restaurada por el Vaticano II. Es verdaderamente instructiva sobre el sentido y el alcance de la oración universal que ahora ya decimos en todas las misas. Y debe dársele esta justa importancia conectada con el carácter propio de este día: la salvación alcanzada por Cristo en la cruz se extiende a toda la Iglesia y a la humanidad entera.

-CRISTO REINA DESDE LA CRUZ

La adoración de la Cruz es un signo muy valorado por nuestro pueblo en la celebración de hoy. Hay que hacerla con toda dignidad escogiendo la forma que más se adapte a la asamblea (y a la disposición del templo) de las dos posibilidades que presenta el Misal. La cruz descubierta y adorada tiene que ser única. Es muy aconsejable que si en el presbiterio hay un crucifijo, éste permanezca cubierto durante toda la celebración.

Si la adoración de la cruz con todos sus elementos se presenta según el guión litúrgico, el pueblo comprenderá que la celebración del Viernes no es funeral por Jesús. Para ir disipando esta deformación, nada mejor que realizar con dignidad y vigor este rito litúrgico. El canto tendría que acomodarse mucho a los textos del Misal. Si no puede cantarse el himno "Oh Cruz fiel", estaría bien que un lector fuera recitando las estrofas mientras el pueblo después de cada una de ellas hace una breve aclamación. Las moniciones, durante la procesión de adoración, tienen que poner de relieve que Cristo reinó precisamente desde la Cruz: aclamemos, pues, la realeza triunfante del Señor al adorar la Cruz; ésta será por siempre más signo de la Pasión gloriosa del Redentor. ¡Levantemos la Cruz del resucitado! ¡No nos lamentemos ante la muerte -ni de Cristo ni de la nuestra- los que creemos en la Resurrección (de Cristo y nuestra)!

-PROCLAMAR LA MUERTE DEL SEÑOR EN LA COMUNIÓN Hoy, todo, la Palabra proclamada, la Cruz, la Comunión, nos anuncia y nos hace presente la muerte gloriosa de Cristo, el Señor. Comulgamos hoy con la carne sacrificada del Hijo del hombre, entregada en la cruz para dar la vida al mundo (cf. Jn 6, 51). Comulgamos, pues, la vida celebrando la muerte del Señor, que vino para que todos tuvieran vida sobreabundante (cf. Jn 10,10).

-PROLONGAR LA PLEGARIA

Conviene exhortar a los fieles a permanecer todo el día en espíritu de oración, en ayuno, que haga que el espíritu esté despierto a Dios que habla y nos recuerda y renueva la Pasión de su Hijo: la más grande manifestación y entrega de su amor. Esta actitud de ayuno cristiano acompañado de la plegaria, tiene que prolongarse durante todo el Sábado Santo, como recomienda el Vaticano II (Sacrosanctum Concilium, 110), recomendación que muchos fieles ignoran (¡incluso sacerdotes y religiosos!). ¡Y todo ello como expectativa de la gran celebración pascual, en la noche santa! Los ejercicios piadosos no tienen que oscurecer o quitar importancia a la celebración litúrgica, al contrario, tienen que prepararla o prolongarla en un clima de austeridad y oración que caracteriza el Viernes Santo vivido cristianamente: por los que en todo deben ser seguidores de la Cruz de Cristo.

P. LLABRÉS
MISA DOMINICAL 1991, 6

6. LAS CELEBRACIONES EN LAS "IGLESIAS POBRES"

Hoy y mañana, en estas "Orientaciones" quisiéramos tener especialmente en cuenta las celebraciones en las "iglesias pobres", es decir, en aquellas que cuentan con escasos medios. Subrayando lo fundamental, lo que más debe tenerse en cuenta, estas notas también pueden ser útiles para las iglesias con más medios, para que lo secundario no ahogue lo principal.

Recordemos lo que decíamos ayer: celebramos hechos y no lecciones, mensajes. De ahí que en la celebración de hoy nos centremos en el hecho de la muerte de Jesús en cruz, muerte salvadora, primer paso del hecho pascual, mucho más que en las lecciones morales que de ella se deducen (ya sea en referencia a nuestro ser pecadores, ya sea en referencia a Jesús como modelo moral). Sería erróneo convertir la acción litúrgica de hoy en una especie de "celebración penitencial" por nuestros pecados o en una especie de "via crucis" rememorativo de los sufrimientos y sentimientos de Jesús. Es bastante más que eso: es la celebración del primer paso del hecho crucial cristiano, la muerte/resurrección del Hijo de Dios hecho hombre. Importa tener "fe" en que celebrando bien este hecho, cada cristiano se sentirá él conmovido por el ejemplo del Señor, afectado como hombre pecador, sin necesidad de que le demos precocinadas estas consecuencias.

-LOS DOS MOMENTOS CUMBRES

Los dos momentos cumbres de la celebración de hoy son la lectura de la Pasión y la adoración de la Cruz. Será, por tanto, lo que más debe asegurarse y que -incluso sensiblemente- destaque. El texto de la Pasión está en los tres leccionarios dominicales (si no se dispone de los tres, convendrá fotocopiarlo para los lectores).

A estos debería entregarse el texto unos días antes. Si no hay quien pueda leerlo aceptablemente, será preferible que lo lea el sacerdote (pero con especial entonación, sin ninguna prisa). En las sugerencias para el canto proponemos varias antífonas para intercalar durante esta lectura, pero si -por ejemplo- sólo se sabe una, puede repetirse la misma en varias ocasiones. Evidentemente, se escuchará mucho mejor la extensa lectura sentados (menos al principio y desde antes de la crucifixión).

La adoración de la Cruz debe ser el otro momento cumbre, que se realice sin prisas y con solemnidad. (En algunos lugares se produce la paradoja de que, mientras en la acción litúrgica se liquida con cierta rapidez este rito, luego se organiza con esplendor un Via Crucis u otros actos devocionales). Parece preferible escoger la segunda forma de mostrar la Cruz -la procesional- y prescindir del rito de ir descubriendo la Cruz. La adoración deberá hacerse individualmente y si durante ella no se puede cantar, utilizar -con volumen discreto- la grabación de un casete. Para preparar la celebración -en todas las iglesias-, también en las que disponen de más medios -recomendaríamos que días antes los responsables se lean atentamente las rúbricas del Misal (hacer un listado de todo lo que se debe prever y del "papel" de cada ministro o ayudante: la celebración debe realizarse sin distraer al personal porque ahora falta eso, etc.). También repasar lo que subraya la Carta de la Congregación para el Culto (que ayer citábamos): notaríamos especialmente la libertad de horarios y la recomendación de que se use "una cruz suficientemente grande y bella" (¡el Señor y los fieles se lo merecen!).

-LA HOMILÍA

Deber ser hoy máximamente religiosa, contemplativa (incluso en el tono). Sin olvidar que la muerte del Hijo de Dios en cruz es un escándalo/necesidad (decía san Pablo), el gran predicador de Cristo crucificado) que no admite que la diluyamos con explicaciones o moralismos.

"Mirarán al que atravesaron", dice el evangelio de Juan. La homilía -no demasiado extensa- debería ayudar a saber mirar al Crucificado (y al final de la homilía, dejar un espacio de oración silenciosa, como recomienda el Misal). Con una mirada que nace más de la fe que de los sentimientos. Y la fe -toda la narración de Juan es una mirada desde la fe- cree que del Crucificado brota la vida ("sangre y agua" del costado). La mirada de la fe no borra nada de la tragedia de la Cruz -y de su comunión solidaria con toda tragedia de cada hombre y mujer a través de la historia- pero es también una mirada penetrada de esperanza: el Crucificado es también el Resucitado. Y es desde esta mirada de fe que une tragedia con victoria que descubrimos que la imagen histórica de Dios -la revelación de Dios en la historia humana- es precisamente el Crucificado, omnipotente en la debilidad de su amor hasta la muerte.
7.

Hoy empieza, propiamente, la celebración de la Pascua (Pascua significa paso: ni es correcto quedarse en la muerte -como lo presenta con frecuencia la celebración tradicional de la Semana Santa-, ni tampoco lo es celebrar la resurrección olvidando el paso por la muerte, por la lucha). El esfuerzo pastoral debería centrarse en esta unión entre celebración de la muerte y celebración de la resurrección. Sin olvidar -escamotear- ninguno de los dos aspectos, pero uniéndolos: la celebración, hoy, de la pasión y muerte del Señor, está ya preñada de esperanza; como la celebración de la resurrección, mañana por la noche, es victoria sobre la muerte, culminación de un camino de donación hasta el extremo, el extremo de la muerte (¡y muerte en cruz!).

Conseguir el tono adecuado para este día -viernes santo de la pasión del Señor- no resulta nada fácil. Y aquí tampoco es fácil dar soluciones, porque las circunstancias son muy diversas: desde la ciudad desierta pasando por los sitios donde la atención queda centrada en las procesiones, hasta los pueblos que se convierten en receptores de los ciudadanos en vacaciones de primavera. El intento pastoral debería ser facilitar en cada lugar -sin condenar nada- la vivencia de lo que significa la celebración de la pasión y muerte de JC, paso hacia la Resurrección. Por eso los pastores, en cada lugar, deberán poner a trabajar su imaginación, adaptarse a la realidad de cada lugar, pero también encontrar el modo de facilitar ayuda a los cristianos, en todas partes. Sin rendirse con excesiva facilidad a aquello de que no hay nada que hacer.

-LOS CENTROS DE LA CELEBRACIÓN

Son hoy la lectura solemne de la Pasión según San Juan y la veneración de la Cruz. Como preparación, las demás lecturas bíblicas; como intermedio, la plegaria universal; como conclusión -no culminante- la comunión con la Eucaristía del jueves.

La Pasión debe ser leída por tres lectores (recuérdese que el texto se halla en los tres leccionarios). Convendrá interrumpirla y subrayar su cariz de lectura contemplativa con algunas aclamaciones, antífonas o alguna coral adecuada. Por ejemplo: comienza la lectura de la Pasión y todo el mundo está de pie: después de la escena del huerto ("...¿no voy a beber?"), se puede cantar "Danos un corazón" MD 659 (sólo la respuesta), e invitar luego a la asamblea a sentarse. Se prosigue la lectura hasta "... Barrabás era un bandido"; entonces se puede cantar "Tu reino es vida", MD 823 (sólo la respuesta), y seguir hasta "...para que lo crucificaran". Entonces se puede cantar, sin estrofas, "Anunciaremos tu reino" MD 609. Todo el mundo se pone de pie, y escuchan así la última parte de la Pasión. Al terminar se puede hacer una aclamación breve, como p.e., "Victoria, tú reinarás", MD 934 (sólo la antífona), y otra aclamación a JC.

Después de la lectura hay que hacer una breve homilía, centrada en el aspecto de muerte "gloriosa": es en el Crucificado donde mayormente se revela el Dios que nos ama y por eso da la vida, vence la muerte.

La adoración de la Cruz es otro de los momentos culminantes. Tiene que llevar a la contemplación de la Cruz como paso hacia la victoria pascual, e incluso como principio de esta victoria. Es muy conveniente que toda la asamblea tenga ocasión de ir a besar la Cruz (si ésta es lo suficientemente grande, un modo fácil y más rápido es colocarla de tal modo que los fieles, en doble hilera, puedan acercarse a besar las manos -derecha e izquierda-; también se puede dejar la cruz sobre el altar y que los asistentes se acerquen por distintos sitios a besar el altar o la cruz). Si se hace adoración colectiva -creemos que poco recomendable excepto en casos especiales- deberá, con todo, dejarse un buen rato de plegaria. En todo caso, será indispensable acompañar la adoración de la Cruz con cantos adecuados. Darle solemnidad, hacerla sin prisa.

Por lo que respecta a la oración universal, pueden suprimirse algunas de las plegarias que propone el misal y añadir otras, pero conservando el estilo propio de este día y su carácter universal: hoy es una oración solemne, por todos los hombres, para que a todos llegue la vida que brota de la cruz.

La comunión, finalmente, tiene hoy el cariz propio del día, es decir, de sobriedad (incluso algunos liturgistas opinan que fue un error restablecerla en el día de hoy).

8. ORIENTACIONES PARA LA CELEBRACIÓN

-COMIENZA LA PASCUA

Hoy es el primer día del Triduo Pascual, inaugurado con la Eucaristía vespertina de ayer. La Pascua es todo el movimiento de tránsito de Jesús a través de la muerte a la Nueva Vida de Resucitado. Hoy celebramos de modo intenso el primer acto de este paso, la «Pascha Crucifixionis», como la llamaban los Padres. La muerte y la resurrección forman la gran unidad que se llama Pascua. El recuerdo de la Muerte, hoy, está ya lleno de esperanza y victoria. Mientras que la fiesta de la Resurrección seguirá teniendo presente la dinámica del paso por la muerte: «Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado», dirá el prefacio pascual.

-DÍA CENTRADO EN LA CRUZ

Este día está centrado evidentemente en la muerte salvadora de Jesús en la Cruz. Pero no con aire de tristeza, sino de sobria e intensa celebración: la comunidad cristiana proclama la Pasión del Señor y adora su Cruz. La celebración debe respirar un tono de serenidad y contemplación en torno al misterio central de la pasión y la muerte de Cristo.

Si se elige una hora más temprana para la celebración -por ejemplo, hacia el mediodía- todo el resto de la jornada y durante el sábado será la Cruz, situada centralmente, con un paño rojo y luces, el punto de referencia y de adoración para los fieles. En la celebración, los cantos, las lecturas y las oraciones nos sitúan con vigor en esta actitud de fe adorante. El color es el rojo, color de mártires y de sangre: Cristo, Sumo Sacerdote, se entrega voluntariamente por la humanidad, como primer mártir. El gesto de la postración en el suelo por parte del sacerdote se recomienda por su expresiva novedad: no hacen falta moniciones para captar toda la carga de adoración y recogimiento que comporta, mientras la comunidad está de rodillas.

La entrada de la Cruz tal vez es mejor hacerla presentándola ya descubierta: eso sí, cuidando la dignidad de su entrada, la aclamación repetida y las pausas de adoración de rodillas. Hay que dar relieve sobre todo a la adoración de la Cruz, uno de los momentos más expresivos del día. Que cada fiel tenga oportunidad de acercarse, adorar y besar la Cruz, mientras los cantos le dan sentido profundo al acto. Si la Cruz es grande, y los fieles muchos, la procesión puede ser doble y besar una u otra mano.

-LA ENTREGA DEL SIERVO HASTA LA MUERTE

La homilía sigue teniendo importancia también hoy, para ayudar a la comunidad a que entre en la actitud de adoración contemplativa del gran misterio. Eso sí, que sea más breve, porque ya las lecturas son largas y particularmente elocuentes. Debe ser homilía «pascual», centrada sobre todo en Cristo y su paso por la muerte a la Nueva Vida.

En lsaías leemos el cuarto cántico del Siervo, el que más directamente presenta su disposición sacrificial por los demás. La impresionante lectura resulta hoy la mejor clave profética para entender la entrega de Jesús a la muerte. Más que nunca el lector de este cántico debe prepararse y extremar la expresividad de su proclamación.

La segunda lectura nos centra todavía más en ese Cristo que tiene miedo ante la muerte, que experimenta lo difícil que es ser fiel a su misi6n hasta el fin: un camino serio de solidaridad que incluye la muerte.

Cada año leemos este día la Pasión según san Juan. También aquí la proclamación expresiva, dialogada o no, con intermedios de silencio o de aclamaciones cantadas, es la mejor ayuda para que esta palabra evangélica sea Palabra viva, dicha hoy y aquí para esta comunidad creyente, como «buena noticia» de salvación. No es un día para demasiadas aplicaciones dispersas en dirección moral. Por una parte las lecturas invitan a contemplar, no sólo a Cristo en su Cruz, sino en su prolongación: la humanidad doliente, los creyentes que también encuentran dificultad en su camino, que experimentan su pasión y muerte, sudor y sangre, siempre en la perspectiva pascual de vida que Dios nos prepara.

Pero lo más coherente con la celebración de hoy es que la homilía sea plenamente pascual y centrada en la figura de Cristo en su paso por la muerte a la nueva existencia gloriosa. Una homilía que invite a la fe, a la admiración y a la respuesta de la comunidad cristiana que, precisamente porque cree en Cristo y le contempla clavado en la Cruz, asimila también en su propia vida el doble movimiento de muerte y resurrección.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1993, 5

9. PARA LAS INTENCIONES DEL VIERNES SANTO

Proponemos aquí una actualización de las dos últimas intenciones de plegaria del Viernes santo (la oración se dice como en el misal):

IX. Por los gobernantes: Oremos también por los gobernantes de todas las naciones, para que Dios nuestro Señor, según sus designios, les guíe en sus pensamientos y decisiones hacia la paz y libertad de todos los seres humanos; que trabajen decididamente al servicio de una vida más digna para toda persona, y se esfuercen por lograr que los países más pobres puedan salir de la situación injusta en que se encuentran.

X. Por los atribulados: Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso, para que libre al mundo de toda falsedad, del hambre y la miseria. Oremos por los que sufren los horrores de la guerra, de las dictaduras crueles, de la tortura, de toda violencia. Oremos también por los perseguidos y encarcelados, y por los que son tratados injustamente por los hombres. Oremos por las familias que están en situaciones difíciles, por los que no tienen trabajo, por los pobres. Y oremos por los que son víctimas del racismo, por los emigrantes y desterrados, por los que se encuentran solos, por los enfermos, los moribundos y todos los que sufren.
"¡Oh noche maravillosa!"

¡Oh noche maravillosa!
Esta noche la Iglesia celebra el acontecimiento fundamental y fundante de su fe, que está en el origen y en la base de todo, la más maravillosa de las acciones de Dios en favor del género humano: la Resurrección de Cristo. La Vigilia Pascual es la más importante de todas las celebraciones del año. De ahí que comience con un solemne pregón que proclama que estamos ante una noche santa, noche de gracia, “noche dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino”. La lecturas litúrgicas ofrecen un recorrido por las diferentes etapas de la historia de la salvación. La primera de estas etapas es la creación del ser humano a imagen de Dios; la palabra poderosa de Dios está en el origen del cosmos y del hombre, un mundo bueno y un ser humano llamado a ser el interlocutor de Dios, su amigo privilegiado. Continúa luego narrando la gesta de Dios, que libra a su pueblo de las cadenas de la esclavitud y le regala una tierra que mana lecha y miel, tierra de fraternidad, tierra de Dios. Esta historia culmina en la resurrección de Cristo, signo del gran amor de Dios a la humanidad y garantía de vida plena y feliz para todos los que siguen el camino que con Cristo se ha abierto a la humanidad.


Fray Martín Gelabert Ballester
Convento de San Vicente Ferrer (Valencia









Meditación del día de Hablar con Dios
Sábado Santo
Pasión de Nuestro Señor

LA SEPULTURA DEL CUERPO DE JESúS

— Señales que siguieron a la muerte de Nuestro Señor. La lanzada. El descendimiento.

— Preparación para la sepultura. Valentía y generosidad de Nicodemo y José de Arimatea.

— Los Apóstoles junto a la Virgen.

I. Después de tres horas de agonía Jesús ha muerto. Los Evangelistas narran que el cielo se oscureció mientra el Señor estuvo pendiente de la cruz, y ocurrieron sucesos extraordinarios, pues era el Hijo de Dios quien moría. El velo del templo se rasgó de arriba abajo1, significando que con la muerte de Cristo había caducado el culto de la Antigua Alianza2; ahora, el culto agradable a Dios se tributa a través de la Humanidad de Cristo, que es Sacerdote y Víctima.

La tarde del viernes avanzaba y era necesario retirar los cuerpos; no podían quedar allí el sábado. Antes que luciera la primera estrella en el firmamento debían estar enterrados. Como era la Parasceve (el día de la preparación de la Pascua), para que no quedaran los cuerpos en la cruz, pues aquel sábado era un día grande, los judíos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitasen3. Este envió unos soldados que quebraron las piernas de los ladrones, para que murieran más rápidamente. Jesús ya estaba muerto, pero uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante brotó sangre y agua4. Este suceso, además del hecho histórico que presenció San Juan, tiene un profundo significado. San Agustín y la tradición cristiana ven brotar los sacramentos y la misma Iglesia del costado abierto de Jesús: «Allí se abría la puerta de la vida, de donde manaron los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se entra en la verdadera vida...»5. La Iglesia «crece visiblemente por el poder de Dios. Su comienzo y crecimiento están simbolizados en la sangre y el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado»6. La muerte de Cristo significó la vida sobrenatural que recibimos a través de la Iglesia.

Esta herida, que llega al corazón y lo traspasa, es una herida de superabundancia de amor que se añade a las otras. Es una manera de expresar lo que ninguna palabra puede ya decir. María comprende y sufre, como Corredentora. Su Hijo ya no la pudo sentir, Ella sí. Y así se acaba de cumplir hasta el final la profecía de Simeón: una espada traspasará tu alma7.

Bajaron a Cristo de la cruz con cariño y veneración, y lo depositaron con todo cuidado en brazos de su Madre. Aunque su Cuerpo es una pura llaga, su rostro está sereno y lleno de majestad. Miremos despacio y con piedad a Jesús, como le miraría la Virgen Santísima. No solo nos ha rescatado del pecado y de la muerte, sino que nos ha enseñado a cumplir la voluntad de Dios por encima de todos los planes propios, a vivir desprendidos de todo, a saber perdonar cuando el que ofende ni siquiera se arrepiente, a saber disculpar a los demás, a ser apóstoles hasta el momento de la muerte, a sufrir sin quejas estériles, a querer a los hombres aunque se esté padeciendo por culpa de ellos... «No estorbes la obra del Paráclito: únete a Cristo, para purificarte, y siente, con Él, los insultos, y los salivazos, y los bofetones..., y las espinas, y el peso de la muerte..., y los hierros rompiendo tu carne, y las ansias de una muerte en desamparo...

»Y métete en el costado abierto de Nuestro Señor hasta hallar cobijo seguro en su llagado Corazón»8. Allí encontraremos la paz. Dice San Buenaventura, hablando de ese vivir místicamente dentro de las llagas de Cristo: «¡Oh, qué buena cosa es estar con Jesucristo crucificado! Quiero hacer en Él tres moradas: una, en los pies; otra, en las manos, y otra perpetua en su precioso costado. Aquí quiero sosegar y descansar, y dormir y orar. Aquí hablaré a su corazón y me ha de conceder todo cuanto le pidiere. ¡Oh, muy amables llagas de nuestro piadoso Redentor! (...). En ellas vivo, y de sus manjares me sustento»9.

Miramos a Jesús despacio y, en la intimidad de nuestro corazón, le decimos: ¡Oh buen Jesús!, óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. Nos permitas que me aparte de Ti. Del maligno enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a Ti, para que con tus Santos te alabe. Por los siglos de los siglos»10.

II. José de Arimatea, discípulo de Jesús, hombre rico, influyente en el Sanedrín, que ha permanecido en el anonimato cuando el Señor es aclamado por toda Palestina, se presenta a Pilato para hacerse cargo del Cuerpo del Señor. Se dispone a pedirle «la más grande demanda que jamás se ha hecho: el Cuerpo de Jesús, el Hijo de Dios, el tesoro de la Iglesia, su riqueza, su enseñanza y ejemplo, su consuelo, el Pan con que debía alimentarse hasta la vida eterna. José, en aquel momento, representaba con su petición el deseo de todos los hombres, de toda la Iglesia, que necesitaba de Él para mantenerse viva eternamente»11.

También en estos momentos de desconcierto, cuando los discípulos, excepto Juan, han huido, hace su aparición otro discípulo de gran relieve social, que tampoco ha estado presente en las horas de triunfo. Llegó Nicodemo, el mismo que había venido a Él de noche, trayendo una mezcla de mirra y áloe, como de cien libras12.

¡Cómo agradecería la Virgen la ayuda de estos dos hombres: su generosidad, su valentía, su piedad! ¡Cómo se lo agradecemos también nosotros!

El pequeño grupo que, junto a la Virgen y a las mujeres de las que hace especial mención el Evangelio, se hicieron cargo de dar sepultura al Cuerpo de Jesús, tienen poco tiempo a causa de la fiesta del día siguiente, que comenzaba al atardecer de ese día. Lavaron el Cuerpo con extremada piedad, lo perfumaron (la cantidad de perfumes que trajo Nicodemo era muy grande: como cien libras), lo envolvieron en un lienzo nuevo que compró José13 y lo depositaron en un sepulcro excavado en la roca, que era del propio José y que no había sido utilizado para ningún otro cuerpo14. Cubrieron su cabeza con un sudario15.

¡Cómo envidiamos a José de Arimatea y a Nicodemo! ¡Cómo nos gustaría haber estado presentes para cuidar con inmensa piedad del Cuerpo del Señor!: «Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor..., lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones..., lo envolveré con el lienzo nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad!

»Cuando todo el mundo os abandone y desprecie..., serviam!, os serviré, Señor»16.

No debemos olvidar un solo día que en nuestros sagrarios está Jesús ¡vivo!, pero tan indefenso como en la Cruz, o como después en el Sepulcro. Cristo se entrega a su Iglesia y a cada cristiano para que el fuego de nuestro amor lo cuide y lo atienda lo mejor que podamos, y para que nuestra vida limpia lo envuelva como aquel lienzo que compró José. Pero además de esas manifestaciones de nuestro amor, debe haber otras que quizá exijan parte de nuestro dinero, de nuestro tiempo, de nuestro esfuerzo: José de Arimatea y Nicodemo no escatimaron esas otras muestras de amor.

III. El Cuerpo de Jesús yacía en el sepulcro. El mundo ha quedado a oscuras. María era la única luz encendida sobre la tierra. «La Madre del Señor –mi Madre– y las mujeres que han seguido al Maestro desde Galilea, después de observar todo atentamente, se marchan también. Cae la noche.

»Ahora ha pasado todo. Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha rescatado.

»Empti enim estis pretio magno! (1 Cor 6, 20), tú y yo hemos sido comprados a gran precio.

»Hemos de hacer vida nuestra la vida y la muerte de Cristo. Morir por la mortificación y la penitencia, para que Cristo viva en nosotros por el Amor. Y seguir entonces los pasos de Cristo, con afán de corredimir a todas las almas.

»Dar la vida por los demás. Solo así se vive la vida de Jesucristo y nos hacemos una misma cosa con Él»17.

No sabemos dónde estaban los Apóstoles aquella tarde, mientras dan sepultura al Cuerpo del Señor. Andarían perdidos, desorientados y confusos, sin rumbo fijo, llenos de tristeza.

Si el domingo ya se les ve de nuevo unidos18 es porque el sábado, quizá la misma tarde del viernes, han acudido a la Virgen. Ella protegió con su fe, su esperanza y su amor a esta naciente Iglesia, débil y asustada. Así nació la Iglesia: al abrigo de nuestra Madre. Ya desde el principio fue Consoladora de los afligidos, de quienes estaban en apuros. Este sábado, en el que todos cumplieron el descanso festivo según manda la ley19, no fue para Nuestra Señora un día triste: su Hijo ha dejado de sufrir. Ella aguarda serenamente el momento de la Resurrección; por eso no acompañará a las santas mujeres a embalsamar el Cuerpo muerto de Jesús.

Siempre, pero de modo particular si alguna vez hemos dejado a Cristo y nos encontramos desorientados y perdidos por haber abandonado el sacrificio y la Cruz como los Apóstoles, debemos acudir enseguida a esa luz continuamente encendida en nuestra vida que es la Virgen Santísima. Ella nos devolverá la esperanza. «Nuestra Señora es descanso para los que trabajan, consuelo de los que lloran, medicina para los enfermos, puerto para los que maltrata la tempestad, perdón para los pecadores, dulce alivio de los tristes, socorro de los que la imploran»20. Junto a Ella nos disponemos a vivir la inmensa alegría de la Resurrección.

1 Cfr. Mt 27, 51. — 2 Cfr. Heb 9, 1-14. — 3 Jn 19, 31. — 4 Jn 19, 34. — 5 San Agustín, Coment. al Evangelio de San Juan, 120, 2. — 6 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 3. — 7 Lc 2, 35. — 8 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 58. — 9 Oración de San Buenaventura, citada por Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo, Madrid 1975, pp. 221-222. —10 Misal Romano, Acción de gracias después de la Misa. —11 L. de la Palma, La Pasión del Señor, p. 244. — 12 Jn 19, 39. — 13 Mc 15, 46. — 14 Cfr. Mt 27, 60. — 15 Cfr. Jn 20, 5-6. — 16 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, XIV, 1. — 17 Ibídem. — 18 Cfr. Lc 24, 9. — 19 Cfr. Lc 23, 56. — 20 San Juan Damasceno, Homilía en la Dormición de la B. Virgen Meditación de ayer de Hablar con Dios
Viernes Santo
Pasión de Nuestro Señor

JESúS MUERE EN LA CRUZ

— En el Calvario. Jesús pide perdón por quienes le maltratan y crucifican.

— Cristo crucificado: se consuma la obra de nuestra Redención.

— Jesús nos da a su Madre como Madre nuestra. Los frutos de la Cruz. El buen ladrón.

I. Jesús es clavado en la cruz. Y canta la liturgia: ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza...!1.

Toda la vida de Jesús está dirigida a este momento supremo. Ahora apenas logra llegar, jadeando y exhausto, a la cima de aquel pequeño altozano llamado «lugar de la calavera». Enseguida lo tienden sobre el suelo y comienzan a clavarle en el madero. Introducen los hierros primero en las manos, con desgarro de nervios y carne. Luego es izado hasta quedar erguido sobre el palo vertical que está fijo en el suelo. A continuación le clavan los pies. María, su Madre, contempla toda la escena.

El Señor está firmemente clavado en la cruz. «Había esperado en ella muchos años, y aquel día se iba a cumplir su deseo de redimir a los hombres (...). Lo que hasta Él había sido un instrumento infame y deshonroso, se convertía en árbol de vida y escalera de gloria. Una honda alegría le llenaba al extender los brazos sobre la cruz, para que supieran todos que así tendría siempre los brazos para los pecadores que se acercaran a Él: abiertos (...).

»Vio, y eso le llenó de alegría, cómo iba a ser amada y adorada la cruz, porque Él iba a morir en ella. Vio a los mártires, que, por su amor y por defender la verdad, iban a padecer un martirio semejante. Vio el amor de sus amigos, vio sus lágrimas ante la cruz. Vio el triunfo y la victoria que alcanzarían los cristianos con el arma de la cruz. Vio los grandes milagros que con la señal de la cruz se iban a hacer a lo largo del mundo. Vio tantos hombres que, con su vida, iban a ser santos, porque supieron morir como Él y vencieron al pecado»2. Contempló tantas veces cómo nosotros íbamos a besar un crucifijo; nuestro recomenzar en tantas ocasiones...

Jesús está elevado en la cruz. A su alrededor hay un espectáculo desolador; algunos pasan y le injurian; los príncipes de los sacerdotes, más hirientes y mordaces, se burlan; y otros, indiferentes, miran el acontecimiento. Muchos de los allí presentes le habían visto bendecir, e incluso hacer milagros. No hay reproches en los ojos de Jesús, solo piedad y compasión. Le ofrecen vino con mirra. Dad licor a los miserables y vino a los afligidos: que bebiendo olviden su miseria y no se acuerden más de sus dolores3. Era costumbre reservar estos gestos humanitarios con los condenados. La bebida –un vino fuerte con algo de mirra– adormecía y aliviaba el terrible sufrimiento.

El Señor lo probó por gratitud al que se lo ofrecía, pero no quiso tomarlo, para apurar el cáliz del dolor. ¿Por qué tanto padecimiento?, se pregunta San Agustín. Y responde: «Todo lo que padeció es el precio de nuestro rescate»4. No se contentó con sufrir un poco: quiso agotar el cáliz sin reservarse nada, para que aprendiéramos la grandeza de su amor y la bajeza del pecado. Para que fuéramos generosos en la entrega, en la mortificación, en el servicio a los demás.

II. La crucifixión era la ejecución más cruel y afrentosa que conoció la antigüedad. Un ciudadano romano no podía ser crucificado. La muerte sobrevenía después de una larga agonía. A veces, los verdugos aceleraban el final del crucificado quebrantándole las piernas. Desde los tiempos apostólicos hasta nuestros días muchos son los que se niegan a aceptar a un Dios hecho hombre que muere en un madero para salvarnos: el drama de la cruz sigue siendo motivo de escándalo para los judíos y locura para los gentiles5. Desde siempre, ahora también, ha existido la tentación de desvirtuar el sentido de la Cruz.

La unión íntima de cada cristiano con su Señor necesita de ese conocimiento completo de su vida, también de este capítulo de la Cruz. Aquí se consuma nuestra Redención, aquí encuentra sentido el dolor en el mundo, aquí conocemos un poco la malicia del pecado y el amor de Dios por cada hombre. No quedemos indiferentes ante un Crucifijo.

«Ya han cosido a Jesús al madero. Los verdugos han ejecutado despiadadamente la sentencia. El Señor ha dejado hacer, con mansedumbre infinita.

»No era necesario tanto tormento. Él pudo haber evitado aquellas amarguras, aquellas humillaciones, aquellos malos tratos, aquel juicio inicuo, y la vergüenza del patíbulo, y los clavos, y la lanza... Pero quiso sufrir todo eso por ti y por mí. Y nosotros, ¿no vamos a saber corresponder?

»Es muy posible que en alguna ocasión, a solas con un crucifijo, se te vengan las lágrimas a los ojos. No te domines... Pero procura que ese llanto acabe en un propósito»6.

III. Los frutos de la Cruz no se hicieron esperar. Uno de los ladrones, después de reconocer sus pecados, se dirige a Jesús: Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino. Le habla con la confianza que le otorga el ser compañero de suplicio. Seguramente habría oído hablar antes de Cristo, de su vida, de sus milagros. Ahora ha coincidido con Él en los momentos en que parece estar oculta su divinidad. Pero ha visto su comportamiento desde que emprendieron la marcha hacia el Calvario: su silencio que impresiona, su mirar lleno de compasión ante las gentes, su majestad grande en medio de tanto cansancio y de tanto dolor. Estas palabras que ahora pronuncia no son improvisadas: expresan el resultado final de un proceso que se inició en su interior desde el momento en que se unió a Jesús. Para convertirse en discípulo de Cristo no ha necesitado de ningún milagro; le ha bastado contemplar de cerca el sufrimiento del Señor. Otros muchos se convertirían al meditar los hechos de la Pasión recogidos por los Evangelistas.

Escuchó el Señor emocionado, entre tantos insultos, aquella voz que le reconocía como Dios. Debió producir alegría en su corazón, después de tanto sufrimiento. Yo te aseguro, le dijo, que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso7.

La eficacia de la Pasión no tiene fin. Ha llenado el mundo de paz, de gracia, de perdón, de felicidad en las almas, de salvación. Aquella Redención que Cristo realizó una vez, se aplica a cada hombre, con la cooperación de su libertad. Cada uno de nosotros puede decir en verdad: el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí8. No ya por «nosotros», de modo genérico, sino por mí, como si fuese único. Se actualiza la Redención salvadora de Cristo cada vez que en el altar se celebra la Santa Misa9.

«Jesucristo quiso someterse por amor, con plena conciencia, entera libertad y corazón sensible (...). Nadie ha muerto como Jesucristo, porque era la misma vida. Nadie ha expiado el pecado como Él, porque era la misma pureza»10. Nosotros estamos recibiendo ahora copiosamente los frutos de aquel amor de Jesús en la Cruz. Solo nuestro «no querer» puede hacer baldía la Pasión de Cristo.

Muy cerca de Jesús está su Madre, con otras santas mujeres. También está allí Juan, el más joven de los Apóstoles. Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa11. Jesús, después de darse a sí mismo en la Última Cena, nos da ahora lo que más quiere en la tierra, lo más precioso que le queda. Le han despojado de todo. Y Él nos da a María como Madre nuestra.

Este gesto tiene un doble sentido. Por una parte se preocupa de la Virgen, cumpliendo con toda fidelidad el Cuarto Mandamiento del Decálogo. Por otra, declara que Ella es nuestra Madre. «La Santísima Virgen avanzó también en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo de pie (Jn 19, 25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado; y, finalmente, fue dada por el mismo Cristo Jesús, agonizante en la Cruz, como madre al discípulo»12.

«Se apaga la luminaria del cielo, y la tierra queda sumida en tinieblas. Son cerca de las tres, cuando Jesús exclama:

»—Elí, Elí, lamma sabachtani?! Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46).

»Después, sabiendo que todas las cosas están a punto de ser consumadas, para que se cumpla la Escritura, dice:

»—Tengo sed (Jn 19, 28).

»Los soldados empapan en vinagre una esponja, y poniéndola en una caña de hisopo se la acercan a la boca. Jesús sorbe el vinagre, y exclama:

»—Todo está cumplido (Jn 19, 30).

»El velo del templo se rasga, y tiembla la tierra, cuando clama el Señor con una gran voz:

»—Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46).

»Y expira.

»Ama el sacrificio, que es fuente de vida interior. Ama la Cruz, que es altar del sacrificio. Ama el dolor, hasta beber, como Cristo, las heces del cáliz»13.

Con María, nuestra Madre, nos será más fácil, y por eso le cantamos con el himno litúrgico: «¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Hazme contigo llorar y dolerme de veras de sus penas mientras vivo; porque deseo acompañar en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo. Haz que me enamore su cruz y que en ella viva y more...»14.

1 Himno Crux fidelis. Adoración de la Cruz .— 2 L. de la Palma, La Pasión del Señor, pp. 168-169. — 3 Prov 31, 6-7. — 4 San Agustín, Comentario sobre el salmo 21, 11, 8. — 5 Cfr. 1 Cor 1, 23. — 6 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, XI, 1. — 7 Lc 23, 43. — 8 Gal 2, 20. — 9 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 3 y Oración sobre las Ofrendas del Domingo II del tiempo ordinario. — 10 R. Guardini, El Señor, Madrid 1956, vol. II, p. 170. — 11 Jn 19, 26-27. — 12 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 58. — 13 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, XII. — 14 Himno Stabat Mater
María.

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

jueves, 21 de abril de 2011

Mensaje de Jesús

¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida?
Déjame el cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor. Cuando te abandones en mí todo se resolverá con tranquilidad según mis designios.
No te desesperes, no me dirijas una oración agitada, como si quisieras exigirme el cumplimiento de tus deseos.
Cierra los ojos del alma y dime con calma. Jesús, yo confío en ti.
Evita las preocupaciones y angustias y los pensamientos sobre lo que pueda suceder después.
No estropees mis planes, queriéndome imponer tus ideas. Déjame ser Dios y actuar con libertad.
Abandónate confiadamente en mí. Reposa en mí y deja en mis manos tu futuro.
Dime frecuentemente: Jesús, yo confío en ti.
Lo que más daño te hace es tu razonamiento y tus propias ideas y querer resolver las cosas a tu manera.
Cuando me dices: Jesús, yo confío en ti, no seas como el paciente que le pide al médico que lo cure, pero le sugiere el modo de hacerlo.
Déjate llevar en mis brazos divinos, no tengas miedo, YO TE AMO.
Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración sigue confiado. Cierra los ojos del alma y confía.
Continua diciéndome a toda hora: Jesús, yo confío en ti.
Necesito las manos libres para poder obrar. No me ates con tus preocupaciones inútiles. Confía solo en MI, abandonándote en MI.
Así que no te preocupes, hecha en MI todas tus angustias y duerme tranquilamente.
Dime siempre: Jesús, yo confío en TI y veras grandes milagros. Te lo prometo por mi amor.
«Delante de la cruz, los ojos míos
quédenseme, Señor, así mirando
y sin ellos quererlo estén llorando
porque pecaron mucho y están fríos.

Y estos labios que dicen mis desvíos,
quédenseme, Señor, así cantando,
y sin ellos querer estén rezando
porque pecaron mucho y son impíos.

Y así con la mirada en vos prendida
y así con la palabra prisionera,
como a la carne a vuestra cruz asida
quédeseme, Señor, el alma entera
así clavada en vuestra cruz mi vida,
Señor, así cuando queráis me muera».

Rafael Sánchez Mazas








Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal
Jueves Santo
Pasión de Nuestro Señor
LA úLTIMA CENA DEL SEÑOR
— Jesús celebra la Última Cena con los Apóstoles.
— Institución de la Sagrada Eucaristía y del sacerdocio ministerial.
— El Mandamiento Nuevo del Señor.
I. Este Jueves Santo nos trae el recuerdo de aquella Última Cena del Señor con los Apóstoles. Como en años anteriores, Jesús celebrará la Pascua rodeado de los suyos. Pero esta vez tendrá características muy singulares, por ser la última Pascua del Señor antes de su tránsito al Padre y por los acontecimientos que en ella tendrán lugar. Todos los momentos de esta Última Cena reflejan la Majestad de Jesús, que sabe que morirá al día siguiente, y su gran amor y ternura por los hombres.
La Pascua era la principal de las fiestas judías y fue instituida para conmemorar la liberación del pueblo judío de la servidumbre de Egipto. Este día será para vosotros memorable, y lo celebraréis solemnemente en honor de Yahvé, de generación en generación. Será una fiesta a perpetuidad1. Todos los judíos están obligados a celebrar esta fiesta para mantener vivo el recuerdo de su nacimiento como Pueblo de Dios.
Jesús encomendó la disposición de lo necesario a sus discípulos predilectos: Pedro y Juan. Los dos Apóstoles hacen con todo cuidado los preparativos. Llevaron el cordero al Templo y lo inmolaron, luego vuelven para asarlo en la casa donde tendrá lugar la cena. Preparan también el agua para las abluciones2, las «hierbas amargas» (que representan la amargura de la esclavitud), los «panes ácimos» (en recuerdo de los que tuvieron que dejar de cocer sus antepasados en la precipitada salida de Egipto), el vino, etc. Pusieron un especial empeño en que todo estuviera perfectamente dispuesto.
Estos preparativos nos recuerdan a nosotros la esmerada preparación que hemos de realizar en nosotros mismos cada vez que participamos en la Santa Misa. Se renueva el mismo Sacrificio de Cristo, que se entregó por nosotros, y nosotros somos también sus discípulos, que ocupamos el lugar de Pedro y Juan.
La Última Cena comienza a la puesta del sol. Jesús recita los salmos con voz firme y con un particular acento. San Juan nos ha transmitido que Jesús deseó ardientemente comer esta cena con sus discípulos3.
En aquellas horas sucedieron cosas singulares que los Evangelios nos han dejado consignadas: la rivalidad entre los Apóstoles, que comenzaron a discutir quién sería el mayor; el ejemplo sorprendente de humildad y de servicio al realizar Jesús el oficio reservado al ínfimo de los siervos: se puso a lavarles los pies; Jesús se vuelca en amor y ternura hacia sus discípulos: Hijitos míos..., llega a decirles. «El mismo Señor quiso dar a aquella reunión tal plenitud de significado, tal riqueza de recuerdo, tal conmoción de palabras y de sentimientos, tal novedad de actos y de preceptos, que nunca terminaremos de meditarlos y explorarlos. Es una cena testamentaria; es una cena afectuosa e inmensamente triste, al tiempo que misteriosamente reveladora de promesas divinas, de visiones supremas. Se echa encima la muerte, con inauditos presagios de traición, de abandono, de inmolación; la conversación se apaga enseguida, mientras la palabra de Jesús fluye continua, nueva, extremadamente dulce, tensa en confidencias supremas, cerniéndose así entre la vida y la muerte»4.
Lo que Cristo hizo por los suyos puede resumirse en estas breves palabras de San Juan: los amó hasta el fin5. Hoy es un día particularmente apropiado para meditar en ese amor de Jesús por cada uno de nosotros, y en cómo estamos correspondiendo: en el trato asiduo con Él, en el amor a la Iglesia, en los actos de desagravio y de reparación, en la caridad con los demás, en la preparación y acción de gracias de la Sagrada Comunión, en nuestro afán de corredimir con Él, en el hambre y sed de justicia...
II. Y ahora, mientras estaban comiendo, muy probablemente al final, Jesús toma esa actitud trascendente y a la vez sencilla que los Apóstoles conocen bien, guarda silencio unos momentos y realiza la institución de la Eucaristía.
El Señor anticipa de forma sacramental –«mi Cuerpo entregado, mi Sangre derramada»– el sacrificio que va a consumar al día siguiente en el Calvario. Hasta ahora la Alianza de Dios con su pueblo estaba representada en el cordero pascual sacrificado en el altar de los holocaustos, en el banquete de toda la familia en la cena pascual. Ahora, el Cordero inmolado es el mismo Cristo6: Esta es la nueva alianza en mi Sangre... El Cuerpo de Cristo es el nuevo banquete que congrega a todos los hermanos: Tomad y comed...
El Señor anticipó sacramentalmente en el Cenáculo lo que al día siguiente realizaría en la cumbre del Calvario: la inmolación y ofrenda de Sí mismo –Cuerpo y Sangre– al Padre, como Cordero sacrificado que inaugura la nueva y definitiva Alianza entre Dios y los hombres, y que redime a todos de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna.
Jesús se nos da en la Eucaristía para fortalecer nuestra debilidad, acompañar nuestra soledad y como un anticipo del Cielo. A las puertas de su Pasión y Muerte, ordenó las cosas de modo que no faltase nunca ese Pan hasta el fin del mundo. Porque Jesús, aquella noche memorable, dio a sus Apóstoles y sus sucesores, los obispos y sacerdotes, la potestad de renovar el prodigio hasta el final de los tiempos: Haced esto en memoria mía7. Junto con la Sagrada Eucaristía, que ha de durar hasta que el Señor venga8, instituye el sacerdocio ministerial.
Jesús se queda con nosotros para siempre en la Sagrada Eucaristía, con una presencia real, verdadera y sustancial. Jesús es el mismo en el Cenáculo y en el Sagrario. En aquella noche los discípulos gozaron de la presencia sensible de Jesús, que se entregaba a ellos y a todos los hombres. También nosotros, esta tarde, cuando vayamos a adorarle públicamente en el Monumento, nos encontraremos de nuevo con Él; nos ve y nos reconoce. Podemos hablarle como hacían los Apóstoles y contarle lo que nos ilusiona y nos preocupa, y darle gracias por estar con nosotros, y acompañarle recordando su entrega amorosa. Siempre nos espera Jesús en el Sagrario.
III. La señal por la que conocerán que sois mis discípulos será que os amáis lo unos a los otros9.
Jesús habla a los Apóstoles de su inminente partida. Él se marcha para prepararles un lugar en el Cielo10, pero, mientras, quedan unidos a Él por la fe y la oración11.
Es entonces cuanto enuncia el Mandamiento Nuevo, proclamado, por otra parte, en cada página del Evangelio: Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado12. Desde entonces sabemos que «la caridad es la vía para seguir a Dios más de cerca»13 y para encontrarlo con más prontitud. El alma entiende mejor a Dios cuando vive con más finura la caridad, porque Dios es Amor, y se ennoblece más y más en la medida en que crece en esta virtud teologal.
El modo de tratar a quienes nos rodean es el distintivo por el que nos conocerán como sus discípulos. Nuestro grado de unión con Él se manifestará en la comprensión con los demás, en el modo de tratarles y de servirles. «No dice el resucitar a muertos, ni cualquier otra prueba evidente, sino esta: que os améis unos a otros»14. «Se preguntan muchos si aman a Cristo, y van buscando señales por las cuales poder descubrir y reconocer si le aman: la señal que no engaña nunca es la caridad fraterna (...). Es también la medida del estado de nuestra vida interior, especialmente de nuestra vida de oración»15.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis...16. Es un mandato nuevo porque son nuevos sus motivos: el prójimo es una sola cosa con Cristo, el prójimo es objeto de un especial amor del Padre. Es nuevo porque es siempre actual el Modelo, porque establece entre los hombres nuevas relaciones. Porque el modo de cumplirlo será nuevo: como yo os he amado; porque va dirigido a un pueblo nuevo, porque requiere corazones nuevos; porque pone los cimientos de un orden distinto y desconocido hasta ahora. Es nuevo porque siempre resultará una novedad para los hombres, acostumbrados a sus egoísmos y a sus rutinas.
En este día de Jueves Santo podemos preguntarnos, al terminar este rato de oración, si en los lugares donde discurre la mayor parte de nuestra vida conocen que somos discípulos de Cristo por la forma amable, comprensiva y acogedora con que tratamos a los demás. Si procuramos no faltar jamás a la caridad de pensamiento, de palabra o de obra; si sabemos reparar cuando hemos tratado mal a alguien; si tenemos muchas muestras de caridad con quienes nos rodean: cordialidad, aprecio, unas palabras de aliento, la corrección fraterna cuando sea necesaria, la sonrisa habitual y el buen humor, detalles de servicio, preocupación verdadera por sus problemas, pequeñas ayudas que pasan inadvertidas... «Esta caridad no hay que buscarla únicamente en los acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria»17.
Cuando está ya tan próxima la Pasión del Señor recordamos la entrega de María al cumplimiento de la Voluntad de Dios y al servicio de los demás. «La inmensa caridad de María por la humanidad hace que se cumpla, también en Ella, la afirmación de Cristo: nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos (Jn 15, 13)»18.

1 Ex 12, 14. — 2 Jn 13, 5. — 3 Jn 13, 1. — 4 Pablo VI, Homilía de la Misa del Jueves Santo, 27-III-1975. — 5 Jn 13, 1. — 6 1 Cor 5, 7. — 7 Lc 22, 19; 1 Cor 2, 24. — 8 1 Cor 11, 26. — 9 Lavatorio de los pies. Antífona 4ª Jn 13, 35. — 10 Jn 14, 2-3. — 11 Jn 14, 12-14. — 12 Jn 15, 12. — 13 Santo Tomás, Coment. a la Epístola a los Efesios, 5, 1. — 14 ídem, Opúsculo sobre la caridad. — 15 B. Baur, En la intimidad con Dios, Herder, Barcelona 1973, p. 246. — 16 Jn 13, 34. — 17 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 38. — 18 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 287.

Una fuente de energía y resurrección
en el fondo de tu alma
Adora y confía
No te inquietes por las dificultades de la vida,
por sus altibajos, por sus decepciones,
por su porvenir más o menos sombrío.
Quiere lo que Dios quiere.

Ofrécele en medio de inquietudes y dificultades
el sacrificio de tu alma sencilla que, pese a todo,
acepta los designios de su providencia.

Poco importa que te consideres un frustrado
si Dios te considera plenamente realizado;
a su gusto.
Piérdete confiado ciegamente en ese Dios
que te quiere para sí.
Y que llegará hasta ti, aunque jamás le veas.

Piensa que estás en sus manos,
tanto más fuertemente cogido,
cuanto más decaído y triste te encuentres.

Vive feliz. Te lo suplico.
Vive en paz.
Que nada te altere.
Que nada sea capaz de quitarte tu paz.
Ni la fatiga psíquica. Ni tus fallos morales.
Haz que brote, y conserva siempre sobre tu rostro
una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor
continuamente te dirige.

Y en el fondo de tu alma coloca, antes que nada,
como fuente de energía y criterio de verdad,
todo aquello que te llene de la paz de Dios.

Recuerda:
cuanto te reprima e inquiete es falso.
Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida
y de las promesas de Dios.
Por eso, cuando te sientas
apesadumbrado,
triste,
adora y confía...

P. TEILHARD DE CHARDIN

miércoles, 20 de abril de 2011


No vas solo cargando tu cruz
La cruz te asusta;
su simple nombre de una sola sílaba te abruma;
pero es porque has luchado muchos años
con una gran cruz fantasma de tu imaginación;
una cruz sin Cristo, la cruz enorme de toda una vida:
una cruz que no era la que Dios
cargaba amorosamente sobre tus hombros.

La verdadera cruz es la de Cristo,
la que Él te regala y la que te ayuda a llevar
volviéndose tu Cirineo,
una cruz de un día,
porque Él dijo: "Bástale a cada día su afán."

¿Has podido llevar la cruz de este día?

Sí has podido.
Así podrás llevar la de mañana
y la de pasado mañana;
la mano que hoy te sostuvo
te sostendrá mañana y hasta el último día,
que también será un solo día.

No te hagas el gigante del Calvario,
lleva la cruz que te dan,
no la que tú te fabricas;
llévala con amor, con mucho amor,
y pesará menos:
cuanto más amor, menos peso;
y mira a la cima del Calvario:
de ese Árbol bendito penden los frutos
que más anhelas:
la santidad, la salvación
de innumerables almas, el cielo eterno.

Toma esa cruz con más amor;
mira al que va delante,
y ya no vuelvas la mirada atrás;
pero, si miras, verás que detrás de ti,
cayendo y levantándose, luchando duramente,
amorosamente por seguir en pie,
vienen miles de hermanos tuyos
con su cruz a cuestas.

Padre Mariano de Blas, L.C.

rezandovoy

rezandovoy
ENTRE LOS MÁS POBRES
Tienes tu escabel,
y tus pies descansan
entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
Quiero inclinarme ante Ti,
pero mi postración no llega
nunca a la sima
donde tus pies descansan
entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
El orgullo no puede
acercarse a Ti,
que caminas
con la ropa de los miserables,
entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
Mi corazón no sabe
encontrar su senda,
la senda de los solidarios,
por donde Tú vas
entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
R. TAGORE

Hazlo de todos modos...

Hazlo de todos modos...