miércoles, 20 de abril de 2011










Experiencia del Espíritu

Cuando se da una esperanza total que prevalece sobre todas las demás esperanzas particulares, que abarca con su suavidad y con su silenciosa promesa todos los crecimientos y todas las caídas,

cuando se acepta y se lleva libremente una responsabilidad donde no se tienen claras perspectivas de éxito y de utilidad,

cuando un hombre conoce y acepta su libertad última, que ninguna fuerza terrena le puede arrebatar,

cuando se acepta con serenidad la caída en las tinieblas de la muerte como el comienzo de una promesa que no entendemos,

cuando se da como buena la suma de todas las cuentas de la vida que uno mismo no puede calcular pero que Otro ha dado por buenas, aunque no se puedan probar,

cuando la experiencia fragmentada del amor, la belleza y la alegría, se viven sencillamente y se aceptan como promesa del amor, la belleza y la alegría, sin dar lugar a un escepticismo cínico como consuelo barato del último desconsuelo,

cuando el vivir diario, amargo, decepcionante y aniquilador, se vive con serenidad y perseverancia hasta el final, aceptado por una fuerza cuyo origen no podemos abarcar ni dominar,

cuando se corre el riesgo de orar en medio de tinieblas silenciosas sabiendo que siempre somos escuchados, aunque no percibimos una respuesta que se pueda razonar o disputar,

cuando uno se entrega sin condiciones y esta capitulación se vive como una victoria,

cuando el caer se convierte en un verdadero estar de pie,

cuando se experimenta la desesperación y misteriosamente se siente uno consolado sin consuelo fácil,

cuando el hombre confía sus conocimientos y preguntas al misterio silencioso y salvador, más amado que todos nuestros conocimientos particulares convertidos en señores demasiado pequeños para nosotros,

cuando ensayamos diariamente nuestra muerte e intentamos vivir como desearíamos morir: tranquilos y en paz, cuando... podríamos continuar durante largo tiempo.

Allí está Dios y su gracia liberadora, allí conocemos a quien nosotros, cristianos, llamamos Espíritu Santo de Dios,

allí se hace una experiencia que no se puede ignorar en la vida, aunque a veces esté reprimida, porque se ofrece a nuestra libertad con el dilema de si queremos aceptarla o si, por el contrario, queremos defendernos de ella en un infierno de libertad al que nos condenamos nosotros mismos.

Esta es la mística de cada día, el buscar a Dios en todas las cosas. Aquí está la sobria embriaguez del Espíritu de la que hablan los Padres de la Iglesia y la liturgia antigua y a la que nos esta permitido rehusar o despreciar por su sobriedad.

KARL RAHNER

ESPIRITUALIDAD

ESPIRITUALIDAD

CARTEL CATECISMOS

CARTEL CATECISMOS

cartel de francisco de asís

cartel de francisco de asís

CARTEL ESCRITORES ECLESIÁSTICOS

CARTEL ESCRITORES ECLESIÁSTICOS

Cartel de Santa Teresa de Jesús

Cartel de Santa Teresa de Jesús

Juan de la Cruz

Juan de la Cruz

Cartel Doctores de la Iglesia

Cartel Doctores de la Iglesia

Cartel Doctores de la Iglesia

Cartel Doctores de la Iglesia

JESÚS DE NAZARETH

JESÚS DE NAZARETH

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal
8. CLARETIANOS 2002-2003
Queridos amigos:

Hace varios años que el filósofo judío Levinas me ayudó a caer en la cuenta de lo que significa el rostro humano. Es la parte de nuestro cuerpo que nosotros nunca podemos ver directamente. Y, sin embargo, la parte que los demás ven. Más aún: el rostro es como una concentración de nuestro cuerpo entero para los demás. Son los demás quienes nos dicen: "Te veo hoy con mala cara" o "Tienes buena cara". Nuestro rostro es la ventana por la cual se comunica lo que somos. Comunican nuestros ojos y comunican nuestros labios. Una frente fruncida es señal de preocupación. Unos labios apretados indican rabia. Una sonrisa transmite alegría.
11. DOMINICOS 2003

Continuamos en la liturgia de hoy vivenciando los mismos sentimientos expuestos en el día de ayer.

Es crucial el momento en que uno de los discípulos colabora con los enemigos en la entrega de su Maestro. Al conocerlo, el alma vuelve a rumiar una y mil veces, por un lado, la grandeza del Amor y, por otro, la miseria de la infidelidad y traición.
Asociémonos nosotros al grito del amor sincero y del dolor asumido, y tomemos como punto de partida la antífona de entrada a la Misa:
Al nombre de Jesús

toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo.

El Señor se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz.

Por ello Jesucristo es SEÑOR, para gloria de Dios Padre.

A él sea la gloria. Amén.

En los textos bíblicos de las lecturas se nos sugiere que interioricemos los sentimientos de las almas fieles, en gestos de adhesión a Cristo.

Hagámoslo

en el silencio de una oración personal prolongada y comprometida,

en el coloquio de grupo que comparta actitudes de almas nobles, entregadas,

en la formulación de compromisos arriesgados que nos lleven a perfeccionar nuestro modo de seguimiento del Maestro.

Reflexionemos con Cristo y con los hermanos que sufren:

El mundo no puede ser igual antes y después de la pasión y muerte de Cristo.

Es necesario que arrepintiéndonos de nuestras injusticias, egoísmos, suficiencias y liviandades, reiniciemos caminos de honestidad, de santidad, de amor y paz.

Digamos, pues, con verdad:

Llorando los pecados, tu pueblo está, Señor.

Vuélvenos tu mirada y danos tu perdón.

Seguiremos tus pasos, camino de la cruz,

Subiendo hasta la cumbre de la Pascua de luz.

OREMOS:

¡Oh Dios!, que para librarnos de la esclavitud del pecado

quisiste que tu Hijo padeciera y muriera en la cruz,

concédenos, por la mediación de su sangre, la gracia de vernos renovados conforme a su imagen para vernos un día también resucitados con Él. Amén
Si el rostro es un concentrado de humanidad, ¡qué fuerza adquieren las palabras del profeta Isaías ("No oculté el rostro a insultos y salivazos") o las del salmo 68 ("La vergüenza cubrió mi rostro")!

Junto al sentido del oído, hoy ponemos a punto también el sentido de la vista para contemplar el rostro de Jesús durante los próximos días. No sé si se parece al rostro diseñado hace poco más de un año por expertos de la BBC a partir del cráneo de un judío del siglo I. Lo que sí sé es que se trata de un mapa en el que están registrados los gozos y sufrimientos de todos los seres humanos.

En vísperas de su muerte, el rostro de Jesús resume la entera trayectoria de su vida terrena: sus largos años de laboratorio nazareno y sus pocos meses o años de itinerancia misionera por tierras de Galilea y de Jerusalén.

¿Cómo veían el rostro de Jesús sus discípulos cuando le preguntaban, uno tras otro, incluido Judas, la pregunta del millón: "¿Soy yo acaso, Señor?". ¿Verían preocupación, rabia, frustración, derrota? ¿O verían un rostro luminoso, sobrecargado de amor en cada una de sus millones de células?

"Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro". Esta es la súplica que brota en un día como hoy en el que millones de personas se ponen en camino hacia los lugares donde van a pasar los días del triduo sacro.

¿Se puede vivir el triduo sacro estando de vacaciones? ¿Se ha convertido la Semana Santa en un simple período vacacional, salpicado con algún rito folclórico religioso a modo de relleno para tranquilizar la conciencia? Quizá hoy podemos responder con sencillez. Se puede vivir el triduo sacro en cualquier lugar ... con tal de que no tengamos miedo de buscar y contemplar el rostro de Cristo. No importa tanto el lugar cuanto el coraje de dirigir nuestros ojos a ese rostro cubierto de insultos y salivazos y, sin embargo, hermoso, radiante, perdonador. Ese rostro se muestra en la liturgia de la iglesia y se muestra en las personas sufrientes que, sin duda, iremos encontrando. Por mucho derecho que tengamos al descanso, no podemos mirar en otra dirección, porque en el familiar con problemas o en el que nos sirve en un hotel podemos descubrir al Cristo que sigue sufriendo hoy. Volver la espalda a esos rostros tan reales es volver la espalda al Cristo que nos mira.

"Oculi nostri ad Dominum Jesum" canta la liturgia. "Nuestros ojos están vueltos al Señor Jesús". Ojalá podamos aguzar la vista para contemplar este rostro en cualquier lugar en el que nos encontremos durante los próximos días.

Vuestro amigo.
Gonzalo Fernández (gonzalo@claret.org
MOMENTO DE REFLEXIÓN
1. ¿Tan malo era Judas como para preparar la traición?

A nosotros nos puede parecer, desde la riqueza de nuestra fe, que la felonía de Judas desbordaba todo límite de comprensión.
Pero ésa puede ser una forma de engañarnos, si con ello nos consideramos justos a nosotros mismos, mejores que los demás, incapaces de traiciones.
Nos movemos en planos distintos, por gracia de Dios.
Judas, a pesar de las maravillas y bondades del Maestro, no estaba persuadido de su grandeza de Mesías, Salvador. Necesitaba de mayor luz. Su error fue exigirla conforme a sus esquemas e intereses, no conforme al plan de Dios.
Nosotros en cambio sí estamos persuadidos de la grandeza del Mesías, pues creemos que Jesús es el Hijo de Dios.
Pero ¿por qué lo creemos? Por gracia de Dios. ¡Misterio!
2. Sólo treinta monedas.
Convenir la traición y entrega en el módico precio de treinta monedas ¿no nos resulta insultante?
Materialmente sí.
Pero hemos de tomar ese precio como algo simbólico, alusivo a lo poco en que se estimaba la obra de Cristo y su persona.
¿No hacemos nosotros eso mismo cuando desestimamos a los demás, cuando los traicionamos, cuando nos dejamos turbar por pasiones sordas de egoísmo o de poder...
No nis engañemos. Cristo es de valor infinito, y ese valor o se adora, sin precio, o se desprecia y anula. ¡Grandeza o miseria humana!
Retengamos para nuestra meditación
el contraste entre Jesús que ama y sirve y Judas que ambiciona y traiciona. Temblemos por ser Judas,
y no caigamos en la tentación de vender a nadie ni pisotear su dignidad .

El Triduo santo de la pasión y resurrección del Señor
Catequesis de S.S. Juan Pablo II durante las audiencias generales de los miércoles
31 de marzo de 1999
1. Con el domingo pasado, llamado de Ramos, hemos entrado en la semana llamada «santa» porque en ella conmemoramos los acontecimientos centrales de nuestra redención. El núcleo de esta semana es el Triduo de la pasión y la resurrección del Señor, que, como se lee en el Misal romano, «es el punto culminante de todo el año litúrgico, ya que Jesucristo ha cumplido la obra de la redención de los hombres y de la glorificación perfecta de Dios principalmente por su misterio pascual, por el cual, muriendo, destruyó nuestra muerte y, resucitando, restauró la vida» (Normas generales, 18). En la historia de la humanidad no ha sucedido nada más significativo y de mayor valor. Así, al concluir la Cuaresma, nos disponemos a vivir con fervor los días más importantes para nuestra fe e intensificamos nuestro compromiso de seguir, cada vez con mayor fidelidad, a Cristo, redentor del hombre.

2. La Semana santa nos lleva a meditar en el sentido de la cruz, en la que «alcanza su culmen la revelación del amor misericordioso de Dios» (cf. Dives in misericordia, 8). De manera muy particular, nos impulsa a esa reflexión el tema de este tercer año de preparación inmediata para él gran jubileo del 2000 dedicado al Padre. Nos ha salvado su infinita misericordia. Para redimir a la humanidad nos entregó libremente a su Hijo unigénito. ¿Cómo no darle gracias? La historia está iluminada y dirigida por el evento incomparable de la redención: Dios, rico en misericordia, ha derramado sobre todo ser humano su infinita bondad por medio del sacrificio de Cristo.

¿Cómo manifestar de modo adecuado nuestro agradecimiento? La liturgia de estos días, por un lado, nos invita a elevar al Señor, vencedor de la muerte, un himno de gratitud, y, por otro, nos pide al mismo tiempo que eliminemos de nuestra vida todo lo que nos impide conformarnos a él. Contemplamos a Cristo en la fe y recorramos de nuevo las etapas decisivas de la salvación que realizó. Nos reconocemos pecadores y confesamos nuestra ingratitud, nuestra infidelidad y nuestra indiferencia ante su amor. Necesitamos su perdón, que nos purifique y sostenga en el esfuerzo de conversión interior y de constante renovación del espíritu.

3. «Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito; limpia mi pecado» (Sal 50, 3-4).

Estas palabras, que proclamamos el miércoles de Ceniza, nos han acompañando durante todo el itinerario cuaresmal. Resuenan en nuestro espíritu con singular intensidad ante la cercanía de los días santos, en los que se nos renueva el don extraordinario del perdón de los pecados, que nos obtuvo Jesús en la cruz. Frente a Cristo crucificado, manifestación elocuente de la misericordia de Dios, ¿cómo no arrepentirnos de nuestros pecados y convertirnos al amor?, ¿cómo no reparar concretamente los males causados a los demás y restituir los bienes conseguidos de modo ilícito? El perdón exige gestos concretos: el arrepentimiento sólo es verdadero y eficaz cuando se traduce en obras concretas de conversión y justa reparación.

4. «Por tu fidelidad, ayúdame, Señor». Así nos invita a orar la liturgia de este Miércoles santo, totalmente proyectada hacia los acontecimientos salvíficos que conmemoraremos en los próximos días. Al proclamar hoy el evangelio de san Mateo sobre la Pascua y la traición de Judas, ya pensamos en la solemne misa «in cena Domini» de mañana por la tarde, que recordara la institución del sacerdocio y de la Eucaristía, así como el mandamiento «nuevo» del amor fraterno, que nos dejó el Señor en la víspera de su muerte.

Antes de esa sugestiva celebración se tendrá, mañana por la mañana, la Misa crismal, que en todas las catedrales del mundo preside el obispo, rodeado de su presbiterio. Se bendicen los sagrados óleos para el bautismo, para la unción de los enfermos, y el crisma. Luego, por la tarde, después de la misa «in cena Domini», habrá tiempo para la adoración, como para responder a la invitación que Jesús dirigió a sus discípulos en la dramática noche de su agonía: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mt 26, 38).

El Viernes santo es un día de profunda emoción, en el que la Iglesia nos hace volver a escuchar el relato de la pasión de Cristo. La «adoración» de la cruz será el centro de la acción litúrgica que se celebrará ese día, mientras la comunidad eclesial ora intensamente por las necesidades de los creyentes y del mundo entero.

A continuación viene una fase de profundo silencio. Todo callará hasta la noche del Sábado santo. En el centro de las tinieblas irrumpirán la alegría y la luz con los sugestivos ritos de la Vigilia pascual y el canto gozoso del «Aleluya». Será el encuentro, en la fe, con Cristo resucitado, y la alegría pascual se prolongará a lo largo de los cincuenta días que seguirán.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, dispongámonos a revivir estos acontecimientos con íntimo fervor junto con María santísima, presente en el momento de la pasión de su Hijo y testigo de su resurrección. Un canto polaco dice: «Madre santísima, elevamos nuestra súplica a tu corazón, atravesado por la espada del dolor». Que María acepte nuestras oraciones y los sacrificios de los que sufren, confirme nuestros propósitos cuaresmales y nos acompañe mientras seguimos a Jesús en la hora de la prueba suprema. Cristo, martirizado y crucificado, es fuente de fuerza y signo de esperanza para todos los creyentes y para la humanidad entera.

. CLARETIANOS 2004
Queridas amigos y amigas: ¿Conocéis este poema?

“Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor”.(1)

Cuando lo leo, me imagino que es Jesús, el que llevó las tres heridas de todo ser humano que viene a este mundo: la del amor, la de la muerte, la de la vida...

Por eso lo imagino cercano, contemporáneo de toda persona y de toda generación. “El Hijo de Dios que, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo ser humano” (Vaticano II, Gaudium et Spes, 22). Con la mujer y con el varón. Con el joven y con el entrado en años. Con la persona sin letras y con la cultivada. Con quien ha tenido suerte y con quien cayó en desgracia. Con el negro y con el blanco. Con el sudamericano, con el del este, con el árabe, con el occidental, con el subsahariano, con el asiático...

Porque hay muchas cosas que nos diferencian, pero las cosas más básicas nos igualan. Quizá deberíamos pensar más en ellas: la común humanidad y el tener que lidiar con las tres heridas -la de la vida, la de la muerte, la del amor-. “El misterio del ser humano sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (...) Cristo manifiesta plenamente la humanidad al propio ser humano y le descubre la grandeza de su vocación”... ¿Tendrá algo que ver con vivir para amar, amar para morir, morir para vivir?
Se acerca la Pascua. La mesa está preparada. Ojalá que puedas, en estos días, renovar tu vida... en Cristo, nuestro Hermano. Intuir su Amor... para darlo. Compartir su Muerte... para no perder la esperanza. Recibir su Vida... para contagiarla. Déjate servir en la mesa de la Pascua. El Maestro ha preparado un lugar para ti. “Sus heridas nos han curado”.
Vuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez, claretiano (luismacmf@yahoo.es)
MIÉRCOLES SANTO
Libro de Isaías 50,4-9.

El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Está cerca el que me hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí! Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar? Todos ellos se gastarán como un vestido, se los comerá la polilla.

Salmo 69,8-10.21-22.31.33-34.

Por ti he soportado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro;
me convertí en un extraño para mis hermanos, fui un extranjero para los hijos de mi madre:
porque el celo de tu Casa me devora, y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian.
La vergüenza me destroza el corazón, y no tengo remedio. Espero compasión y no la encuentro, en vano busco un consuelo:
pusieron veneno en mi comida, y cuando tuve sed me dieron vinagre.
así alabaré con cantos el nombre de Dios, y proclamaré su grandeza dando gracias;
Que lo vean los humildes y se alegren, que vivan los que buscan al Señor:
porque el Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos.

Evangelio según San Mateo 26,14-25.

Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?". Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo. El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?". El respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: 'El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'". Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará". Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo, Señor?". El respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!". Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?". "Tú lo has dicho", le respondió Jesús.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
LECTURAS:
1ª: Is 50, 4-9a=(Is 50, 4-7=RAMOS)=(Is 50, 5-9=DOMINGO 24B)

2ª: Mt 26, 14-25 =RAMOS A

-Dios me ha dado el lenguaje de un hombre que se deja instruir: Para que, a mi vez, sepa reconfortar al que está muy abatido.

Palabras admirables de psicología humana.

Escuchar.

Capacidad de escuchar: Papel del Siervo de Dios... verdadero servicio entre hermanos...

Saber reconfortar.

Y para ello, ser uno mismo pobre, -dejarse instruir-. Dejarse reconfortar por Dios, para, a su vez, saber reconfortar. Saber lo que es el desaliento, la prueba.

Jesús, habiendo sido probado puede ayudar «a los que han agotado sus fuerzas».

En estos días mi oración se hace más ardiente en favor de «los que ya no pueden más».

Nombro a los que conozco, que están quizá cerca de mí y se encuentran en ese caso.

También pienso en los que están lejos, en todos esos innumerables pobres que hay por el mundo... los mal alimentados, los mal aposentados o sin hogar, los que no tienen el amor de nadie. Todos aquellos con los cuales Jesús ha venido a compartir su condición. Todos los que más se parecen a Jesús... ¡los que ya no pueden más!

-La «palabra» me despierta cada mañana, para que escuche. El Señor Dios me ha abierto el oído.

Jesús, escuchando al Padre.

Abre nuestros oídos, Señor, para que sepamos escuchar a Dios también... y escuchar a nuestros hermanos...

Haz que yo oiga, Señor, a todos mis hermanos que claman dirigiéndose a mí. Haz que oiga el gemido de los pobres, la llamada de los hermanos. Y ayúdame a responder.

Fidelidad. Oído abierto.

Sáname de mi «sordera» habitual.

-Y yo no me resistí, ni me hice atrás. Presenté mis espaldas a los que me golpeaban y mis mejillas a los que mesaban mi barba. No protegí mi rostro de los insultos y de los salivazos.

¡Cuánto paralelismo contigo Jesús!

«No protegí mi rostro»

El colmo de la afrenta: la bofetada dada a un adulto, el salivazo que mancilla el rostro.

Espectáculo insostenible, incluso en la pantalla de cine o de televisión. Jesús recibió salivazos en su rostro.

Perdón, Señor Dios nuestro.

P/ACEPTACION: Deberíamos avergonzarnos de nuestros pecados. "Si conocieses tus pecados, te invadiría el terror". ·Pascal-B.

Contemplo tu hermoso rostro sucio, mancillado.

«¡Oh Dios santo, oh Dios fuerte, oh Dios inmortal! Ten piedad de nosotros».

-Pero el Señor viene en mi ayuda para que no me alcanzaran los insultos... Es el Señor mi defensor.

El tema de la «humillación» está vinculado al tema de la «exaltación». Jesús sabía que su muerte sería una victoria.

Hay que pensar que Jesús sacó de esos textos, que conocía bien, confortación y certidumbre.

La resurrección está presente ya en la cruz.

Pascua se perfila durante toda la semana dolorosa.
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL

DOSSIER SEMANA SANTA

DOSSIER SEMANA SANTA

martes, 19 de abril de 2011

JAVIERADAS 2011
¡En marcha…. a Javier!
“Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”
6 y 12 de marzo de 2011
Queridos peregrinos y caminantes de las Javieradas:
Un año más, nos sentimos convocados a vivir esta experiencia de peregrinación que tanto bien ha ido haciendo durante años.
Os invito a mirar con ilusión y con alegría este tiempo de preparación para vivir, con un espíritu auténtico, las Jornadas de las Javieradas. Una peregrinación es el Pueblo de Dios en marcha. Es un signo de la Iglesia peregrina y misionera. Por eso, a Javier se marcha en espíritu de penitencia y de fe.
Se camina hacia una meta significativa en el Castillo de Javier, sí, pero que la trasciende. Se marcha hacia la reconciliación, la conversión, la gracia, el encuentro fuerte con Jesucristo y los hermanos, el compromiso misionero con la justicia, el amor, la paz y con todos los valores evangélicos.
Invito a todos, pero de modo especial a los jóvenes en este año en el que celebraremos la “Jornada Mundial de la Juventud”, para que os planteéis la vida con audacia y sin temores, desde el gozo de vivir un amor que todo lo transforma y todo lo llena; desde un amor que no deja nada a la intemperie sino que ayuda a madurar y a forjar la vida hacia un futuro mucho mejor: el Reino de los Cielos.
El Papa, Benedicto XVI, en un mensaje dirigido a los peregrinos de las Javieradas del año pasado nos recordaba: “Os invito a tomar el camino hacia Javier como una ocasión providencial para recapacitar sobre la propia vocación cristiana, ahondar en la conversión sincera, fortalecer sus lazos con la Iglesia, de la que son miembros vivos, y acoger con corazón gozoso a Cristo, que viene a nuestro encuentro para iluminar nuestras vidas y enviarnos a propagar el Evangelio en todos los ambientes, a ejemplo del gran misionero San Francisco”.
El peregrino no desfallece sino que va dando paso a paso, con firmeza y con disposición generosa; no se atemoriza y menos se echa para atrás; pone la mirada en la meta y no se deja abatir por las inclemencias. El buen peregrino, además, se fía de los que saben más que el …///…
Antes de iniciar “el camino hacia Javier”, escuchamos una voz en nuestro interior que nos invita a “ponernos en marcha” y que nos llama por nuestro nombre. Al comienzo del Tiempo Cuaresmal la Iglesia -de todas las maneras posibles- nos insiste en esta actitud de “caminantes ante la vida”; estar “en camino hacia el Señor”, estar “en camino con el Señor”.
Qué gozo poder caminar hacia la cuna de San Francisco de Javier, nuestro más insigne misionero, patrono universal de las misiones. También él, escuchó la voz del Señor mientras se dedicaba a sus estudios en la Universidad de París: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma”.
No podemos olvidar que toda llama que viene de Dios lleva consigo una misión y una tarea. Por eso, le pedimos al Santo de Javier que nos ayude a vivir como él: siempre dispuestos a ser fieles heraldos del Evangelio y firmes para aceptar la voluntad de Dios, para orientar la vida no según nuestros deseos sino según el designio que Dios tiene sobre cada uno de nosotros.
Nada hay que dé más gozo al alma que seguir las indicaciones del Maestro: “Aquí estoy -Señor- para hacer tu voluntad…. puedes contar conmigo para anunciar la Buena Noticia del Evangelio de la Esperanza y de la Vida”.
La Virgen oyó, también, la voz del Señor que la llamaba por su nombre: “Dios te salve, María”. Y respondió con prontitud y disponibilidad: “He aquí la esclava. Hágase en mí, según tu palabra”. A ella nos acogemos para que nos enseñe a escuchar la voz del Señor y a responderle con generosidad.
¡Miramos el horizonte del camino, sabiendo cual es nuestra meta, haciendo realidad la invitación que el Señor nos ha hecho y sintiendo en lo profundo de cada uno de nuestros corazones la necesidad de vivir “Arraigados y edificados en Cristo y firmes en nuestra fe”!
Con mi afecto y bendición,
+ Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela
EL BUEN PASTOR. AMOR AL PAPA

- Jesús es el buen Pastor y encarga a Pedro y a sus sucesores que continúen su misión aquí en la tierra en el gobierno de su Iglesia.

- El primado de Pedro. El amor a Pedro de los primeros cristianos.

- Obediencia fiel al Vicario de Cristo; dar a conocer sus enseñanzas. El “dulce Cristo en la tierra”.

I. Ha resucitado el buen Pastor que dio la vida por sus ovejas, y se dignó morir por su grey. Aleluya (1).

La figura del buen Pastor determina la liturgia de este domingo. El sacrificio del Pastor ha dado la vida a las ovejas y las ha devuelto al redil. Años más tarde, San Pedro afianzaba a los cristianos en la fe recordándoles en medio de la persecución lo que Cristo había hecho y sufrido por ellos: por sus heridas habéis sido curados. Porque erais como ovejas descarriadas; mas ahora os habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas (2). Por eso la Iglesia entera se llena de gozo inmenso de la resurrección de Jesucristo (3) y le pide a Dios Padre que el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor (4).

Los primeros cristianos manifestaron una entrañable predilección por la imagen del Buen Pastor, de la que nos han quedado innumerables testimonios en pinturas murales, relieves, dibujos que acompañan epitafios, mosaicos y esculturas, en las catacumbas y en los más venerables edificios de la antigüedad. La liturgia de este domingo nos invita a meditar en la misericordiosa ternura de nuestro Salvador, para que reconozcamos los derechos que con su muerte ha adquirido sobre cada uno de nosotros. También es una buena ocasión para llevar a nuestra oración personal nuestro amor a los buenos pastores que Él dejó en su nombre para guiarnos y guardarnos.

En el Antiguo Testamento se habla frecuentemente del Mesías como del buen Pastor que habría de alimentar, regir y gobernar al pueblo de Dios, frecuentemente abandonado y disperso. En Jesús se cumplen las profecías del Pastor esperado, con nuevas características. Él es el buen Pastor que da la vida por sus ovejas y establece pastores que continúen su misión. Frente a los ladrones, que buscan su interés y pierden el rebaño, Jesús es la puerta de salvación (5); quien pasa por ella encontrará pastos abundantes (6). Existe una tierna relación personal entre Jesús, buen Pastor, y sus ovejas: llama a cada una por su nombre; va delante de ellas; las ovejas le siguen porque conocen su voz... Es el pastor único que forma un solo rebaño (7) protegido por el amor del Padre (8). Es el pastor supremo (9).

En su última aparición, poco antes de la Ascensión, Cristo resucitado constituye a Pedro pastor de su rebaño (10), guía de la Iglesia. Se cumple entonces la promesa que le hiciera poco antes de la Pasión: pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos (11). A continuación le profetiza que, como buen pastor, también morirá por su rebaño.

Cristo confía en Pedro, a pesar de las negaciones. Sólo le pregunta si le ama, tantas veces cuantas habían sido las negaciones. El Señor no tiene inconveniente en confiar su Iglesia a un hombre con flaquezas, pero que se arrepiente y ama con obras.

Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez si le amaba, y le respondió: Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Le dijo Jesús: Apacienta mis ovejas.

La imagen del pastor que Jesús se había aplicado a sí mismo pasa a Pedro: él ha de continuar la misión del Señor, ser su representante en la tierra.

Las palabras de Jesús a Pedro -apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas- indican que la misión de Pedro será la de guardar todo el rebaño del Señor, sin excepción. Y “apacentar” equivale a dirigir y gobernar. Pedro queda constituido pastor y guía de la Iglesia entera. Como señala el Concilio Vaticano II, Jesucristo “puso al frente de los demás Apóstoles al bienaventurado Pedro e instituyó en la persona del mismo el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión” (12).

Donde está Pedro se encuentra la Iglesia de Cristo. Junto a él conocemos con certeza el camino que conduce a la salvación.

II. Sobre el primado de Pedro -la roca- estará asentado, hasta el fin del mundo, el edificio de la Iglesia. La figura de Pedro se agranda de modo inconmensurable, porque realmente el fundamento de la Iglesia es Cristo (13), y, desde ahora, en su lugar estará Pedro. De aquí que el nombre posterior que reciban sus sucesores será el de Vicario de Cristo, es decir, el que hace las veces de Cristo.

Pedro es la firme seguridad de la Iglesia frente a todas las tempestades que ha sufrido y padecerá a lo largo de los siglos. El fundamento que le proporciona y la vigilancia que ejerce sobre ella como buen pastor son la garantía de que saldrá victoriosa a pesar de que estará sometida a pruebas y tentaciones. Pedro morirá unos años más tarde, pero su oficio de pastor supremo “es preciso que dure eternamente por obra del Señor, para perpetua salud y bien perenne de la Iglesia, que, fundada sobre roca, debe permanecer firme hasta la consumación de los siglos” (14).

El amor al Papa se remonta a los mismos comienzos de la Iglesia. Los Hechos de los Apóstoles (15) nos narran la conmovedora actitud de los primeros cristianos, cuando San Pedro es encarcelado por Herodes Agripa, que espera darle muerte después de la fiesta de Pascua. Mientras tanto la Iglesia rogaba incesantemente por él a Dios. “Observad los sentimientos de los fieles hacia sus pastores -dice San Crisóstomo-. No recurren a disturbios ni a rebeldía, sino a la oración, que es el remedio invencible. No dicen: como somos hombres sin poder alguno, es inútil que oremos por él. Rezaban por amor y no pensaban nada semejante” (16).

Debemos rezar mucho por el Papa, que lleva sobre sus hombros el grave peso de la Iglesia, y por sus intenciones. Quizá podemos hacerlo con las palabras de esta oración litúrgica: Dominus conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in animam inimicorum eius: Que el Señor le guarde, y le dé vida, y le haga feliz en la tierra, y no le entregue en poder de sus enemigos (17). Todos los días sube hacia Dios un clamor de la Iglesia entera rogando “con él y por él” en todas partes del mundo. No se celebra ninguna Misa sin que se mencione su nombre y pidamos por su persona y por sus intenciones. El Señor verá también con mucho agrado que nos acordemos a lo largo del día de ofrecer oraciones, horas de trabajo o de estudio, y alguna mortificación por su Vicario aquí en la tierra.

“Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón” (18): ojalá podamos decir esto cada día con más motivo. Este amor y veneración por el Romano Pontífice es uno de los grandes dones que el Señor nos ha dejado.

III. Junto a nuestra oración, nuestro amor y nuestro respeto para quien hace las veces de Cristo en la tierra. “El amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros una hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo” (19). Por esto, “no cederemos a la tentación, demasiado fácil, de oponer un Papa a otro, para no otorgar nuestra confianza sino a aquel cuyos actos respondan mejor a nuestras inclinaciones personales. No seremos de aquellos que añoran al Papa de ayer o que esperan al de mañana para dispensarse de obedecer al jefe de hoy. Leed los textos del ceremonial de la coronación de los pontífices y notaréis que ninguno confiere al elegido por el cónclave los poderes de su dignidad. El sucesor de Pedro tiene esos poderes directamente de Cristo. Cuando hablemos del sumo Pontífice eliminemos de nuestro vocabulario, por consiguiente, las expresiones tomadas de las asambleas parlamentarias o de la polémica de los periódicos y no permitamos que hombres extraños a nuestra fe se cuiden de revelarnos el prestigio que tiene sobre el mundo el jefe de la Cristiandad” (20).

Y no habría respeto y amor verdadero al Papa si no hubiera una obediencia fiel, interna y externa, a sus enseñanzas y a su doctrina. Los buenos hijos escuchan con veneración aun los simples consejos del Padre común y procuran ponerlos sinceramente en práctica.

En el Papa debemos ver a quien está en lugar de Cristo en el mundo: al “dulce Cristo en la tierra”, como solía decir Santa Catalina de Siena; y amarle y escucharle, porque en su voz está la verdad. Haremos que sus palabras lleguen a todos los rincones del mundo, sin deformaciones, para que, lo mismo que cuando Cristo andaba sobre la tierra, muchos desorientados por la ignorancia y el error descubran la verdad y muchos afligidos recobren la esperanza. Dar a conocer sus enseñanzas es parte de la tarea apostólica del cristiano.

Al Papa pueden aplicarse aquellas mismas palabras de Jesús: Si alguno está unido a mí, ése lleva mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada (21). Sin esa unión todos los frutos serían aparentes y vacíos y, en muchos casos, amargos y dañosos para todo el Cuerpo Místico de Cristo. Por el contrario, si estamos muy unidos al Papa, no nos faltarán motivos, ante la tarea que nos espera, para el optimismo que reflejan estas palabras de Mons. Escrivá de Balaguer: “Gozosamente te bendigo, hijo, por esa fe en tu misión de apóstol que te llevó a escribir: "No cabe duda: el porvenir es seguro, quizá a pesar de nosotros. Pero es menester que seamos una sola cosa con la Cabeza -”ut omnes unum sint!”- por la oración y por el sacrificio"“ (22).

(1) Antífona de comunión.- (2) 1 Pdr 2, 25.- (3) Oración colecta de la Misa.- (4) Ibídem.- (5) Cfr. Jn 10, 10.- (6) Cfr. Jn 10, 9-10.- (7) Cfr. Jn 10, 16.- (8) Cfr. Jn 10, 29.- (9) 1 Pdr 5, 4.- (10) Cfr. Jn 21, 15-17.- (11) Lc 22, 32.- (12) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 18.- (13) 1 Cor 3, 11.- (14) CONC. VAT. I, Const. Pastor aeternus, cap. 2.- (15) Cfr. Hech 12, 1-12.- (16) SAN JUAN CRISOSTOMO, Hom. sobre los Hechos de los Apóstoles, 26.- (17) Enchiridium indulgentiarum, 1986, n. 39 Oración pro Pontifice.- (18) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 573.- (19) IDEM, Homilía Lealtad a la Iglesia, 4-VI-1972.- (20) G. CHEVROT, Simón Pedro, Rialp, Madrid 1967, pp. 126-127.- (21) Jn 15, 5.- (22) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 968.
LA TAREA SALVADORA DE LA IGLESIA
La oración por la Iglesia.
Por el Bautismo somos constituidos instrumentos de salvación en el propio ambiente.

II. Diariamente ha de ocupar un lugar de primer orden en nuestras oraciones la persona del Romano Pontífice, su tarea en servicio de la Iglesia universal, la ayuda que le prestan sus colaboradores más inmediatos: Dominus conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in animam inimicorum eius (9), nos enseña a pedir la liturgia. Es abrumador el peso que, con solicitud paterna, ha de llevar sobre sí el Vicario de Cristo: si consideramos en la presencia de Dios, si advertimos -no es difícil, al conocer comentarios de la prensa laicista, de otros medios de comunicación, etc.- la resistencia con que le combaten los enemigos de la fe; si conocemos la presión de los que abominan del afán apostólico de los cristianos y se oponen a la tarea evangelizadora que impulsa constantemente el Papa, pediremos fervientemente al Señor que conserve al Romano Pontífice, que lo vivifique con su aliento divino, que lo haga santo y lo llene de sus dones, que lo proteja de modo especialísimo. En el Evangelio de la Misa de hoy (10) el Señor advierte a sus discípulos que estén alerta y se guarden de una levadura: la de los fariseos y de Herodes. No se refiere aquí a la levadura buena que han de ser sus discípulos, sino a otra, capaz también de transformar la masa desde dentro, pero para mal. La hipocresía farisaica y la vida desordenada de Herodes, que sólo se movía por ambiciones personales, eran un mal fermento que contagiaba a la masa de Israel, corrompiéndola.

Tenemos el gratísimo deber de pedir cada día que todos los fieles cristianos seamos verdadera levadura en medio de un mundo alejado de Dios, que la Iglesia puede salvar. “Estos tiempos son tiempos de prueba y hemos de pedir al Señor, con un clamor que no cese (Cfr. Is 58, 1), que los acorte, que mire con misericordia a su Iglesia y conceda nuevamente la luz sobrenatural a las almas de los pastores y a las de todos los fieles” (11). No podemos dejar a un lado este deber filial con nuestra Madre la Iglesia, misteriosamente necesitada de protección y de ayuda: “Ella es Madre... una madre debe ser amada” (12).

Es grande el daño que produce en las almas la mala levadura de la doctrina adulterada y de desdichados ejemplos, aumentados y aireados por gentes sectarias. Cuando nos encontremos ante la doctrina falsa, ante situaciones quizá escandalosas, debemos hacer examen y preguntarnos: ¿qué he hecho yo por sembrar buena doctrina?, ¿cómo es mi conducta en el cumplimiento de mis deberes profesionales?, ¿qué hago para que mis hijos, mis hermanos, mis amigos adquieran la doctrina de Jesucristo?, ¿cómo son mi oración y mi mortificación por la Iglesia? Hemos de pedir también -son muchas las personas que lo hacen a diario en la Santa Misa, en el rezo del Santo Rosario y en otras ocasiones- por los Pastores todos de la Iglesia de Dios: junto al Papa, los Obispos. Es antiquísima la oración con que los fieles encomendamos al Señor al Ordinario del lugar: Stet et pascat in fortitudine tua, Domine, in sublimitate nominis tui. Siempre es grande la necesidad del favor divino que los Pastores de la Iglesia requieren para llevar adelante su misión. Tenemos la responsabilidad de ayudarles, y para ello pedimos que el Señor les sostenga y les ayude a apacentar su grey con la fortaleza divina y con la suavidad y altísima sabiduría que viene del Cielo. Cada día, en la Santa Misa, con estas u otras palabras recogidas en las demás Plegarias Eucarísticas, reza el sacerdote: “A ti, pues, Padre misericordioso, te pedimos humildemente (...), ante todo, por tu Iglesia santa y católica, para que le concedas la paz, la protejas, la congregues en la unidad y la gobiernes en el mundo entero, con tu servidor el Papa..., con nuestro obispo..., y todos aquellos que, fieles a la verdad, promueven la fe católica y apostólica” (13). Así podemos acordarnos de las intenciones del Papa, de los Obispos, de rezar por los sacerdotes, por los religiosos y por todo el Pueblo de Dios; también por quien más necesitado esté en el Cuerpo Místico de Cristo, viviendo con naturalidad el dogma de la Comunión de los Santos.

III. En una carta de San Juan Leonardi al Papa Pablo V, quien le pedía algunos consejos para revitalizar al Pueblo de Dios, decía el santo: “Por lo que mira a estos remedios, ya que han de ser comunes a toda la Iglesia (...), habría que fijar la atención primeramente en todos aquellos que están al frente de los demás, para que así la reforma comenzara por el punto desde donde debe extenderse a las otras partes del cuerpo. Habría que poner un gran empeño en que los cardenales, los patriarcas, los arzobispos, los obispos y los párrocos, a quienes se ha encomendado directamente la cura de almas, fuesen tales que se les pudiera confiar con toda seguridad el gobierno de la grey del Señor” (14). Nosotros no dejemos de pedir cada día por su santidad: que amen cada día más a Jesús presente en la Sagrada Eucaristía, que recen con piedad cada vez mayor a la Santísima Virgen, que sean fuertes, caritativos, que tengan amor a los enfermos, que cuiden esmeradamente la enseñanza del Catecismo, que den un testimonio claro de desprendimiento, de sobriedad...

Pero la Iglesia somos todos los bautizados, y todos somos instrumentos de salvación para los demás cuando procuramos permanecer unidos a Cristo con el cumplimiento fiel de nuestros deberes religiosos: la Santa Misa, la oración, la presencia de Dios durante el día...; cuando estamos unidos a la persona y a las intenciones del Romano Pontífice y del Obispo de la diócesis; cuando somos ejemplares en el cumplimiento de nuestros deberes profesionales, familiares, cívicos; con un apostolado eficaz en el entramado de relaciones en el que discurre nuestra vida. Este apostolado se hace más urgente cuanta más cizaña encontramos en nuestro camino, cuando percibamos el efecto de esa mala levadura de la que habla el Señor.

Avivemos nuestra fe. El Pueblo de Dios -enseña el Concilio Vaticano II- ha de abarcar el mundo entero, reuniendo a todos los hombres dispersos, desorientados. Y para ello envió Dios a su Hijo, a quien constituyó heredero universal, para que fuera Maestro, Sacerdote y Rey nuestro (15). Hoy podemos recordar el Salmo II, que proclama la realeza de Cristo, y pedimos a Dios Padre que sean muchas las almas en las que reine el Señor, muchos los pueblos que acojan la palabra de salvación que proclama la Iglesia, ya que también a Ella -como nos recuerda la Constitución Lumen gentium- le han sido dadas en heredad todas las naciones.

(9) Enchiridion Indulgentiarum, 1986. Aliae concessiones, n. 39.- (10) Mc 8, 14-21.- (11) J. ESCRIVA DE BALAGUER, o. c. , p. 55.- (12) JUAN PABLO II, Homilía 7-XI-1982.- (13) MISAL ROMANO, Ordinario de la Misa. Canon Romano.- (14) SAN JUAN LEONARDI, Cartas al Papa Pablo V para la reforma de la Iglesia .- (15) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 13.- (16) Cfr. ibídem.

EL PAPA, FUNDAMENTO PERPETUO DE LA UNIDAD
Jesús promete a Pedro que será la roca sobre la que edificará su Iglesia.
Amor al Papa.

- Donde está Pedro, allí está la Iglesia, allí encontramos a Dios. Acoger la palabra del Papa y darla a conocer.

I. El Evangelio de la Misa (1) presenta a Jesús con sus discípulos en Cesarea de Filipo. Habían llegado a aquella región después de dejar Betsaida y de emprender el camino del Norte por la ribera oriental del lago (2). Mientras caminan, Jesús pregunta a los Apóstoles: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Y después que ellos le dijeran las diversas opiniones de las gentes, Jesús les interpela directamente: Pero vosotros, ¿quién decís que soy Yo? “Todos nosotros -comenta el Papa Juan Pablo II- conocemos ese momento en el que no basta hablar de Jesús repitiendo lo que otros han dicho..., no basta recoger una opinión, sino que es preciso dar testimonio, sentirse comprometido por el testimonio y después llegar hasta los extremos de las exigencias de ese compromiso. Los mejores amigos, seguidores, apóstoles de Cristo fueron siempre los que percibieron un día dentro de sí la pregunta definitiva, que no tiene vuelta de hoja, ante la cual todas las demás resultan secundarias y derivadas: "Para ti, ¿quién soy Yo?"“ (3). La vida y todo el futuro “depende de esa respuesta nítida y sincera, sin retórica ni subterfugios, que pueda darse a esa pregunta” (4).

La interpelación dirigida a todos aquellos que le siguen, encuentra un especial eco en el corazón de Pedro, quien, movido por una singular gracia, contesta: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Jesús le llama bienaventurado por la respuesta llena de verdad, en la que confiesa abiertamente la divinidad de Aquel en cuya compañía llevan ya meses. Éste es el momento escogido por Cristo para comunicar a Pedro que sobre él recaerá el Primado de toda su Iglesia: Y Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedará atado en los Cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra quedará desatado en los Cielos. Será la roca, el fundamento firme sobre el que Cristo construirá su Iglesia, de tal manera que ningún poder podrá derribarla. Y el mismo Señor ha querido que diariamente se sienta apoyado y protegido por la veneración, el amor y la oración de todos los cristianos. ¿Cómo es nuestra oración diaria por su persona y por sus intenciones? Es mucha su responsabilidad, y no podemos dejarlo solo. Si deseamos estar muy unidos a Cristo, lo hemos de estar en primer lugar con quien hace sus veces aquí en la tierra. “Que la consideración diaria del duro peso que grava sobre el Papa y sobre los obispos, te urja a venerarles, a quererles con verdadero afecto, a ayudarles con tu oración” (5).

II. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedará atado en los Cielos...

Las llaves indican poder: Colgaré de un hombro las llaves del palacio de David, se lee en la Primera lectura (6) a propósito de Eliacín, mayordomo del palacio real. El poder prometido a Pedro, y que le será conferido después de la resurrección (7), es inmensamente superior. No se le dan las llaves de un reino terreno, sino del Reino de los Cielos, del Reino que no es de este mundo pero se incoa aquí y durará eternamente. Pedro tiene el poder de atar y desatar, es decir, de absolver o condenar, de acoger o de excluir. Es tan grande este poder que aquello que decida en la tierra será ratificado en el Cielo. Para ejercerlo, cuenta con una asistencia especial del Espíritu Santo.

Desde el primer día en que conoció a Jesús se llamará para siempre Petrus, piedra. Y Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (8). Con este cambio de nombre quiso indicar el Señor la nueva misión que le será encomendada: la de ser el cimiento firme del nuevo edificio, la Iglesia. “Es como si el Señor le dijera -escribe San León Magno-: "Yo soy la piedra inquebrantable, Yo soy la piedra angular (...), el fundamento fuera del cual nadie puede edificar; pero también tú eres piedra, porque por mi virtud has adquirido tal firmeza, que tendrás juntamente conmigo, por participación, los poderes que Yo tengo en propiedad"“ (9).

Desde los comienzos de la Iglesia, los cristianos han venerado al Papa. El Príncipe de los Apóstoles es nombrado siempre en primer lugar (10) y hace frecuente uso de una especial autoridad ante los demás: propone la elección de un nuevo Apóstol que ocupe el lugar de Judas (11), toma la palabra en Pentecostés y convierte a los primeros cristianos (12), responde ante el Sanedrín en nombre de todos (13), castiga con plena autoridad a Ananías y Safira (14), admite en la Iglesia a Cornelio, el primer gentil (15), preside el Concilio de Jerusalén y rechaza las pretensiones de algunos cristianos provenientes del judaísmo acerca de la necesidad de la circuncisión, afirmando que la salvación sólo se obtiene en Jesucristo (16).

Estos poderes espirituales tan grandes son dados a Pedro para bien de la Iglesia, y, como ésta ha de durar hasta el fin de los tiempos, esos poderes se trasmitirán a quienes sucedan a Pedro a lo largo de la historia. El Magisterio de la Iglesia siempre ha subrayado esta verdad; la Constitución dogmática sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II, afirma: “este santo Concilio, al seguir las huellas del Vaticano I, enseña y declara con él, que Jesucristo, Pastor eterno (...), puso en Pedro el principio visible y el perpetuo fundamento de la Unidad de la Fe y de la Comunión. Esta doctrina de la institución, perpetuidad, fuerza y razón de ser del sagrado primado del Romano Pontífice, y de su magisterio infalible, este santo Concilio la propone nuevamente como objeto firme de fe a todos los fieles” (17). El Romano Pontífice es el sucesor de Pedro; unidos a él estamos unidos a Cristo. Es su Vicario aquí en la tierra, el que hace sus veces.

Nuestro amor al Papa no es sólo un afecto humano, fundamentado en su santidad, en simpatía, etc. Cuando acudimos a ver al Papa, a escuchar su palabra, lo hacemos por ver, tocar y oír a Pedro, al Vicario de Cristo; es el “dulce Cristo en la tierra”, en expresión de Santa Catalina de Siena, sea quien sea. “Tu más grande amor, tu mayor estima, tu más honda veneración, tu obediencia más rendida, tu mayor afecto ha de ser también para el Vice-Cristo en la tierra, para el Papa.

“Hemos de pensar los católicos que, después de Dios y de nuestra Madre la Virgen Santísima, en la jerarquía del amor y de la autoridad, viene el Santo Padre” (18).

III. Una antigua fórmula resume en muy pocas palabras el contenido de la doctrina acerca del Romano Pontífice: ubi Petrus, ibi Ecclesia, ibi Deus (19). Donde está Pedro, allí está la Iglesia, y allí también encontramos a Dios. “El Romano Pontífice -enseña el Concilio Vaticano II-, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la multitud de los fieles” (20). “Y ¿qué sería de esta unidad si no hubiera uno puesto al frente de toda la Iglesia, que la bendijese y la guardase, y que uniese a todos sus miembros en una sola profesión de fe y los juntase con un lazo de caridad y de unión?” (21). Quedaría rota la unión en mil pedazos y andaríamos como ovejas dispersas, sin una fe segura en que creer, sin un camino claro que andar.

Nosotros queremos estar con Pedro, porque con él está la Iglesia, con él está Cristo; y sin él no encontraremos a Dios. Y porque amamos a Cristo, amamos al Papa: con la misma caridad. Y como estamos pendientes de Jesús, de sus deseos, de sus gestos, de su vida toda, así nos sentimos unidos al Romano Pontífice hasta en los menores detalles: le amamos sobre todo por Aquel a quien representa y de quien es instrumento. “Ama, venera, reza, mortifícate -cada día con más cariño- por el Romano Pontífice, piedra basilar de la Iglesia, que prolonga entre todos los hombres, a lo largo de los siglos y hasta el fin de los tiempos, aquella labor de santificación y gobierno que Jesús confió a Pedro” (22).

En los Hechos de los Apóstoles se pone de manifiesto el amor y la devoción que los primeros cristianos sentían hacia Pedro: sacaban los enfermos a las plazas y los ponían en lechos y camillas para que, al pasar Pedro, al menos su sombra alcanzase a alguno de ellos (23). Se contentaban con que les llegara la sombra de Pedro. ¡Sabían bien que muy cerca de él estaba Cristo! Recibimos con su palabra una claridad meridiana en medio de las doctrinas confusas que proclaman -hoy, como en el pasado- tantos falsos profetas y tantos falsos doctores. Tengamos hambre de conocer las enseñanzas del Papa y de darlas a conocer en nuestro ambiente. Ahí está la luz que ilumina las conciencias; hagamos el propósito de recibir su palabra con docilidad y obediencia interna, con amor (24).

(1) Mt 16, 13-20.- (2) Cfr. Mc 8, 27; Lc 9, 18.- (3) JUAN PABLO II, Homilía de la Misa en Belo Horizonte, 1-VII-1980.- (4) Ibídem.- (5) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 136.- (6) Is 22, 19-23.- (7) Cfr. Jn 21, 15-18.- (8) Jn 1, 42.- (9) SAN LEON MAGNO, Homilía 4.- (10) Mt 10, 2 ss. ; Hech 1, 13.- (11) Hech 1, 15-22.- (12) Hech 2, 14-36.- (13) Hech 4, 8 ss.- (14) Hech 5, 1 ss.- (15) Hech 10, 1 ss.- (16) Hech 15, 7-10.- (17) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 18.- (18) J. ESCRIVA DE BALAGUER, o. c., n. 135.- (19) SAN AMBROSIO, Comentario al Salmo XII, 40, 30.- (20) CONC. VAT. II, loc. cit., 23.- (21) GREGORIO XVI, Enc. Commissum divinitus, 15-VI-1835.- (22) J. ESCRIVA DE BALAGUER, o. c. , n. 134.- (23) Hech 5, 15.- (24) Cfr. CONC. VAT. II, loc. cit., 25.
EL FUNDAMENTO DE LA UNIDAD

- El primado de Pedro se prolonga en la Iglesia a través de los siglos en la persona del Romano Pontífice.

- El Vicario de Cristo.

- El Primado, garantía de la unidad de los cristianos y cauce del verdadero ecumenismo. Amor y veneración por el Papa.

I. San Juan inicia la narración de la vida pública de Jesús contándonos cómo se encontraron con Él los primeros discípulos y cómo Andrés le presentó a su hermano Pedro. El Señor le dio la bienvenida con este saludo: Tú eres Simón, hijo de Juan, tú te llamarás Cefas, que quiere decir Pedro (1). Cefas es la transcripción griega de una palabra aramea que quiere decir piedra, roca, fundamento. Por eso el Evangelista, que escribe en griego, explica el significado del término empleado por Jesús. Cefas no era nombre propio, pero el Señor llama así al Apóstol para indicar la misión que el mismo Jesús le revelará más adelante. Poner el nombre equivalía a tomar posesión de lo nombrado. Así, por ejemplo, Dios constituye a Adán dueño de la creación y le manda poner nombre a todas las cosas (2), manifestando así su dominio. El nombre de Noé se le impone como signo de nueva esperanza después del diluvio (3). Dios cambió el nombre de Abram por Abrahán para designar que sería padre de muchas generaciones (4).

Los primeros cristianos consideraron tan significativo el nombre de Cefas que lo emplearon sin traducirlo (5); después se hizo corriente su traducción -Piedra, Pedro-, que motivó el olvido, en buena parte, de su primer nombre, Simón. El Señor le llamará con mucha frecuencia Simón Pedro, significando el nombre propio y la misión y el oficio que se le encomienda. Resultan aún más significativas estas palabras de Jesús al no ser Pedro -Cefas- nombre propio de persona en aquella época.

Desde el principio, Pedro ocupó un lugar singular entre los discípulos de Jesús y luego en la Iglesia. En las cuatro listas del Nuevo Testamento donde se enumeran los Doce, Simón Pedro ocupa el primer lugar. Jesús lo distingue entre los demás, a pesar de que Juan aparezca como su predilecto: se aloja en su casa (6), paga el tributo por los dos (7) y posiblemente se le aparece primero (8). En muchas ocasiones se le destaca de los demás. Así, las expresiones Pedro y sus compañeros (9), Pedro y los que le acompañaban (10)... El ángel dice a las mujeres: Id a decir a sus discípulos y a Pedro... (11). Otras muchas veces, Pedro es el portavoz de los Doce; y también es quien pide al Señor que les explique el sentido de las parábolas (12), etc.

Todos saben bien de esta preeminencia de Simón. Así, por ejemplo, los encargados de recaudar el tributo se dirigen a él para cobrar los dracmas del Maestro (13)... Esta superioridad no se debe a su personalidad, sino a la distinción de que es objeto por parte de Jesús, quien le otorgará de modo solemne este poder, fundamento de la unidad de la Iglesia, que se prolongará en sus sucesores hasta el fin de los tiempos: «El Romano Pontífice -enseña el Concilio Vaticano II- es el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los obispos como de la multitud de los fieles» (14).

En estos días en que nuestra oración se dirige a obtener del Señor la unidad de todos los cristianos, hemos de pedir de modo muy particular por el Papa, en quien está vinculada toda unidad. Debemos pedir por sus intenciones, por su persona: Dominus conservet eum et vivificet eum... El Señor lo conserve, y lo vivifique, y le haga feliz en la tierra..., le pedimos a Dios, y lo podemos repetir a lo largo del día, seguros de que será una oración muy grata al Señor.

II. Estando en Cesarea de Filipo, mientras caminaban, Jesús preguntó a los discípulos qué opinaba la gente de Él. Y ellos, con sencillez, le contaron lo que se decía sobre su Persona. Entonces Jesús les pidió a ellos su parecer, después de aquellos años de seguirle: Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Pedro se adelantó a todos y dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. El Señor le contestó con estas palabras tan trascendentales para la historia de la Iglesia y del mundo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la sangre ni la carne, sino mi Padre que está en los Cielos. Y Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los Cielos, y todo lo que atares en la tierra quedará atado en los Cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra quedará desatado en los Cielos (15).

Este texto se encuentra en todos los códices antiguos y es citado ya por los primeros autores cristianos (16). El Señor funda la Iglesia sobre la misma persona de Simón: Tú eres Pedro y sobre esta piedra... Las palabras de Jesús van dirigidas a él personalmente: «Tú»..., y contienen una clara alusión al primer encuentro (17). El discípulo es el fundamento firme sobre el que se asienta este edificio en construcción que es la Iglesia. La prerrogativa propia de Cristo de ser la única piedra angular (18) se comunica a Pedro. De aquí el nombre posterior que recibirá el sucesor de Pedro: Vicario de Cristo, el que le suple y hace sus veces. De ahí también ese entrañable título que Santa Catalina de Siena daba al Papa: el dulce Cristo en la tierra (19). Viene el Señor a decir a Pedro: «aunque Yo soy el fundamento y fuera de Mí no puede haber otro, sin embargo también tú, Pedro, eres piedra, porque Yo mismo te constituyo en fundamento y porque las prerrogativas que son de mi propiedad Yo te las comunico y, por consiguiente, son comunes a los dos» (20).

En aquellos tiempos de ciudades amuralladas, entregar las llaves era símbolo de dar la autoridad y de confiar el cuidado de la ciudad. Cristo deposita en Pedro la responsabilidad de guardar y cuidar la Iglesia, es decir, le da la autoridad suprema sobre ella. Atar y desatar, en el lenguaje semita de la época, significa «prohibir y permitir». Pedro y sus sucesores serán, al mismo tiempo que el fundamento, los encargados de orientar, mandar, prohibir, dirigir... Y este poder, como tal, será ratificado en el Cielo. Además, el Vicario de Cristo será encargado, a pesar de su debilidad personal, de sostener a los demás Apóstoles y a todos los cristianos. En la Ultima Cena, Jesús le dirá: Simón, Simón, he aquí que Satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero Yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos (21). Ahora, en el momento en que recuerda las verdades supremas, cuando ha instituido la Eucaristía y su Muerte está próxima, Jesús renueva la promesa del Primado: la fe de Pedro no puede desfallecer porque se apoya en la eficacia de la oración de Cristo.

Por la oración de Jesús, Pedro no desfalleció en su fe, a pesar de su caída. Se levantó, confirmó a sus hermanos y fue la piedra angular de la Iglesia. «Donde está Pedro, allí está la Iglesia; donde está la Iglesia, no hay muerte, sino vida» (22), comenta San Ambrosio. Aquella oración de Jesús, a la que unimos hoy la nuestra, mantiene su eficacia a través de los siglos (23).

III. La promesa que Jesús hizo a Pedro en Cesarea de Filipo se cumple después de la Resurrección, junto al lago de Genesaret, después de una pesca milagrosa semejante a aquella primera en que Simón dejó las barcas y las redes y siguió definitivamente a Jesús (24).

Pedro fue proclamado por Cristo su continuador, su vicario, con esa misión pastoral que el mismo Jesús indicó como su misión más característica y preferida: Yo soy el Buen Pastor.

«El carisma de San Pedro pasó a sus Sucesores (25). Él moriría unos años más tarde, pero era preciso que su oficio de Pastor supremo durara eternamente, pues la Iglesia -fundada sobre roca firme- debe permanecer hasta la consumación de los siglos (26).

Este Primado es garantía de la unidad de los cristianos y cauce por el que debe desarrollarse el verdadero ecumenismo. El Papa hace las veces de Cristo en la tierra; hemos de amarle, escucharle, porque en su voz está la verdad. Y procuraremos por todos los medios que esta verdad llegue a los rincones más lejanos o más difíciles de la tierra, sin deformaciones, para que muchos desorientados vean la luz y muchos afligidos recobren la esperanza. Viviendo la Comunión de los Santos, rezaremos cada día por su persona, como uno de los más gratos deberes de nuestra caridad ordenada.

La devoción y el amor al Papa constituye para los católicos un distintivo único que comporta el testimonio de una fe vivida hasta sus últimas consecuencias. El Papa es para nosotros la tangible presencia de Jesús, «el dulce Cristo en la tierra»; y nos mueve a quererlo, y a oír esa voz del Maestro interior que habla en nosotros y nos dice: Éste es mi elegido, escuchadlo, pues el Papa «hace las veces de Cristo mismo, Maestro, Pastor y Pontífice, y actúa en su lugar» (27).

(1) Jn 1, 42.- (2) Gen 2, 20.- (3) Gen 5, 20.- (4) Gen 17, 5.- (5) Cfr. Gal 2, 9;11; 14.- (6) Lc 4, 38-41.- (7) Mt 17, 27.- (8) Lc 24, 34.- ( 9) Lc 9, 32.- (10) Lc 8, 45.- (11) Mc 16, 7.- (12) Lc 12, 41.- (13) Mt 17, 24.- (14) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 23.- (15) Mt 16, 16-20.- (16) Cfr. J. AUER, J. RATZINGER, Curso de Teología dogmática, Herder, Barcelona 1986, vol. VIII, La Iglesia, p. 267 ss.- (17) Jn 1, 42.- (18) Cfr. 1 Pdr 2, 6-8.- (19) SANTA CATALINA DE SIENA, Carta 207, ed. italiana de P. MISCIATELI, Siena 1913, vol. III, p. 270.- (20) SAN LEON MAGNO, Sermón 4 .- (21) Lc 22, 31-32.- (22) SAN AMBROSIO, Comentario sobre el Salmo 12 .- (23) Cfr. CONC. VAT. I, Const. Pastor aeternus, 3.- (24) Jn 21, 15-17.- (25) JUAN PABLO II, Alocución 30-XII-1980.- (26) CONC. VAT. I, loc. cit., 2.- (27) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 21.

LA CATEDRA DEL APOSTOL SAN PEDRO*
Sentido de la fiesta.
San Pedro en Roma.
Amor y veneración al Romano Pontífice.

I. El Señor dice a Simón Pedro: Yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos (1). La voz cátedra significa materialmente la silla desde donde enseña el maestro, en este caso el Obispo, pero ya los Santos Padres la utilizaban como símbolo de la autoridad que tenían los Obispos, y especialmente la sede de Pedro, la de Roma. San Cipriano, en el siglo III, decía: «Se da a Pedro el primado para mostrar que es una la Iglesia de Cristo y una la Cátedra», es decir, el magisterio y el gobierno. Y para recalcar aún más la unidad, añadía: «Dios es uno, uno el Señor, una la Iglesia y una la Cátedra fundada por Cristo» (2).

Como símbolo de que Pedro había establecido su sede en Roma, el pueblo romano tenía un gran aprecio a una verdadera cátedra de madera, en la que, según una tradición inmemorial, se habría sentado el Príncipe de los Apóstoles. San Dámaso, en el siglo IV, la trasladó al baptisterio del Vaticano, construido por él. Durante muchos siglos estuvo bien visible y fue muy venerada por los peregrinos de toda la Cristiandad llegados a Roma. Al levantarse la actual Basílica de San Pedro, se creyó conveniente guardar como una reliquia la venerada cátedra. Al fondo del ábside se encuentra, a manera de imagen principal, la llamada «gloria de Bernini», un gran relicario en el que se conserva la silla del Apóstol cubierta de bronce y oro, sobre la que el Espíritu Santo irradia su asistencia.

Entre las fiestas que se encuentran en los calendarios anteriores al siglo IV, las primeras de la Iglesia, se cuenta la de hoy, con el título de Natale Petri de Cathedra, es decir, el día de la institución del Pontificado de Pedro. Con esta fiesta se quiso realzar y señalar el episcopado del Príncipe de los Apóstoles, su potestad jerárquica y magisterio en la urbe de Roma y en todo el orbe. Era costumbre antigua conmemorar la consagración de los Obispos y la toma de posesión de sus respectivas sedes. Pero estas conmemoraciones se extendían sólo a la propia diócesis. Sólo a la de Pedro se le dio el nombre de Cátedra, y fue la única que se celebró, desde los primeros siglos, en toda la Cristiandad. San Agustín, en un sermón para la fiesta del día, señala: «La festividad que hoy celebramos recibió de nuestros antepasados el nombre de Cátedra, con el que se recuerda que al primero de los Apóstoles le fue entregada hoy la Cátedra del episcopado» (3). A nosotros nos recuerda, una vez más, la obediencia y el amor al que hace las veces de Cristo en la tierra.

II. Sabemos por la tradición de la Iglesia (4) que Pedro residió durante algún tiempo en Antioquía, la ciudad donde los discípulos empezaron a llamarse cristianos (5). Allí predicó el Evangelio, y volvió después a Jerusalén, donde se desató una sangrienta persecución: el rey Herodes, después de haber hecho degollar a Santiago, viendo que esto complacía a los judíos, determinó también prender a Pedro (6). Liberado por el ministerio de un ángel, abandonó Palestina y se retiró a otro lugar (7). Los Hechos de los Apóstoles no nos dicen a dónde marchó, pero por la tradición sabemos que se dirigió a la Ciudad Eterna. San Jerónimo afirma que Pedro llegó a Roma en el año segundo del principado de Claudio -que corresponde al año 43 después de Cristo- y permaneció allí por espacio de veinticinco años, hasta su muerte (8). Algunos suponen un doble viaje a Roma: uno, después de marcharse de Jerusalén; habría regresado a Palestina hacia el año 49, fecha del Concilio de Jerusalén, y poco después habría vuelto, realizando luego algunos viajes misioneros.

San Pedro llegó a esta ciudad, centro del mundo en aquel tiempo, «para que la luz de la verdad, revelada para la salvación de todas las naciones, se derramase más eficazmente desde la misma cabeza por todo el cuerpo del mundo -afirma San León Magno-. Pues, ¿de qué raza no había entonces hombres en aquella ciudad? ¿O qué pueblos podían ignorar lo que Roma enseñase? Éste era el lugar apropiado para refutar las teorías de la falsa filosofía, para deshacer las necedades de la sabiduría terrena, para destruir la impiedad de los sacrificios; allí con suma diligencia se había ido reuniendo todo cuanto habían inventado los diferentes errores» (9).

El pescador de Galilea se convirtió así en fundamento y roca de la Iglesia, y estableció su sede en la Ciudad Eterna. Desde allí predicó a su Maestro, como lo había hecho en Judea y en Samaria, en Galilea y en Antioquía. Desde esta cátedra de Roma gobernó a toda la Iglesia, adoctrinó a todos los cristianos y derramó su sangre confirmando su predicación, a ejemplo de su Maestro. La tumba del Príncipe de los Apóstoles, situada debajo del altar de la Confesión de la Basílica vaticana -según afirma de manera unánime la tradición, ratificada por los hallazgos arqueológicos-, da a entender, también de un modo material y visible, que Simón Pedro es, por expresa voluntad divina, la roca fuerte, segura e inconmovible que soporta el edificio de la Iglesia entera a través de los siglos. En su magisterio y en el de sus sucesores resuena infalible la voz de Cristo y, por eso, está cimentada firmemente nuestra fe.

III. El Evangelio de la Misa recoge las palabras de Jesús en Cesarea de Filipo, en las que promete a Pedro y a sus sucesores el Primado de la Iglesia: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo (10). Y exclama San Agustín: «Bendito sea Dios, que ordenó exaltar al Apóstol Pedro sobre la Iglesia. Es digno honrar a este fundamento, por medio del cual es posible escalar el Cielo» (11). Desde Roma, unas veces a través de escritos, otras personalmente o por enviados suyos, consuela, reprende o fortalece en la fe a los cristianos que crecen ya por todas las regiones del Imperio Romano. En la Primera lectura de la Misa se dirige con cierta solemnidad a los pastores de diversas Iglesias locales del Asia Menor, exhortándolos a cuidar amorosamente de quienes les están encomendados: Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo, no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia (12). Estas exhortaciones nos recuerdan las de Jesús hablando del Buen Pastor (13) y las que le dirigió después de su Resurrección: Apacienta mis corderos... Apacienta mis ovejas (14).

Ésta es la misión encomendada por el Señor a Pedro y a sus sucesores: dirigir y cuidar de los demás pastores que rigen la grey del Señor, confirmar en la fe al Pueblo de Dios, velar por la pureza de la doctrina y de las costumbres, interpretar -con la asistencia del Espíritu Santo- las verdades contenidas en el depósito de la Revelación. Por lo cual -escribe en su segunda Carta- no cesaré jamás de recordaros estas cosas, por más que las sepáis y estéis firmes en la verdad que ya poseéis. Pues considero que es mi deber -mientras permanezca en esta tienda- estimularos con mis exhortaciones, pues sé que pronto tendré que abandonarla, según me lo ha manifestado nuestro Señor Jesucristo. Y procuraré que aun después de mi partida podáis recordar estas cosas en todo momento (15).

La fiesta de hoy nos ofrece una oportunidad más para manifestar nuestra filial adhesión a las enseñanzas del Santo Padre, a su magisterio, y para examinar el interés que ponemos en conocerlas y llevarlas a la práctica.

El amor al Papa es señal de nuestro amor a Cristo. Y este amor y veneración se han de poner de manifiesto en la petición diaria por su persona y por sus intenciones: Dominus conservet eum et vivificet eum et beatum faciat eum in terra... El Señor lo conserve y lo vivifique y le haga feliz en la tierra, y no permita que caiga en manos de sus enemigos. Este amor se ha de señalar aún más en determinados momentos: cuando realiza un viaje apostólico, en la enfermedad, cuando arrecian los ataques de los enemigos de la Iglesia, cuando por cualquier circunstancia nos encontramos más próximos a su persona... «Católico, Apostólico, «Romano! -Me gusta que seas muy romano. Y que tengas deseos de hacer tu "romería", "videre Petrum", para ver a Pedro» (16).

(1) Antífona de entrada. Lc 22, 32.- (2) SAN CIPRIANO, Epístola 43, 5.- (3) SAN AGUSTIN, Sermón 15, sobre los santos.- (4) Cfr. SAN LEON MAGNO, En la fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo. Homilía 82, 5.- (5) Hech 11, 26.- (6) Hech 12, 3.- (7) Hech 12, 17.- (8) SAN JERONIMO, De viris illustribus, 1.- (9) SAN LEON MAGNO, loc. cit., 3-4.- (10) Mt 16, 13-19.- (11) SAN AGUSTIN, loc. cit.- (12) 1 Pdr 5, 2.- (13) Jn 10, 1 ss.- (14) Jn 21, 15-17.- (15) 2 Pdr 1, 12-15.- (16) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 520.

*Se celebraba esta fiesta, ya antes del siglo IV, para señalar que Pedro había establecido su sede en Roma. Se encuentra en los calendarios más antiguos bajo el título de Natale Petri de Cathedra, y con la indicación de que se celebrara el 22 de febrero. Con la festividad de hoy se quiso expresar, desde los comienzos, la unidad de toda la Iglesia, que tiene su fundamento en Pedro y en sus sucesores en la sede romana.
SANTA CATALINA DE SIENA*

- Amor a la Iglesia y al Papa, «el dulce Cristo en la tierra».

I. Sin una instrucción particular (aprendió a escribir siendo ya muy mayor) y con una corta existencia, Santa Catalina pasó por la vida, llena de frutos, «como si tuviese prisa de llegar al eterno tabernáculo de la Santísima Trinidad» (1). Para nosotros es modelo de amor a la Iglesia y al Romano Pontífice, a quien llamaba «el dulce Cristo en la tierra» (2), y de claridad y valentía para hacerse oír por todos.

Los Papas residían entonces en Avignon, con múltiples dificultades para la Iglesia universal, mientras que Roma, centro de la Cristiandad, se volvía poco a poco una gran ruina. El Señor hizo entender a la Santa la necesidad de que los Papas volvieran a la sede romana para iniciar la deseada y necesaria reforma. Incansablemente oró, hizo penitencia, escribió al Papa, a los Cardenales, a los príncipes cristianos...

A la vez, Santa Catalina proclamó por todas partes la obediencia y amor al Romano Pontífice, de quien escribe: «Quien no obedezca a Cristo en la tierra, el cual está en el lugar de Cristo en el Cielo, no participa del fruto de la Sangre del Hijo de Dios» (3).

Con enorme vigor dirigió apremiantes exhortaciones a Cardenales, Obispos y sacerdotes para la reforma de la Iglesia y la pureza de las costumbres, y no omitió graves reproches, aunque siempre con humildad y respeto a su dignidad, pues son «ministros de la sangre de Cristo» (4). Es principalmente a los pastores de la Iglesia a los que dirige una y otra vez llamadas fuertes, convencida de que de su conversión y ejemplaridad dependía la salud espiritual de su rebaño.

Nosotros pedimos hoy a la Santa de Siena alegrarnos con las alegrías de nuestra Madre la Iglesia, sufrir con sus dolores. Y podemos preguntarnos cómo es nuestra oración diaria por los pastores que la rigen, cómo ofrecemos, diariamente, alguna mortificación, horas de trabajo, contrariedades llevadas con serenidad..., que ayuden al Santo Padre en esa inmensa carga que Dios ha puesto sobre sus hombros. Pidamos también hoy a Santa Catalina que nunca le falten buenos colaboradores al «dulce Cristo en la tierra».

«Para tantos momentos de la historia, que el diablo se encarga de repetir, me parecía una consideración muy acertada aquella que me escribías sobre lealtad: "llevo todo el día en el corazón, en la cabeza y en los labios una jaculatoria: ¡Roma!"» (5). Esta sola palabra podrá ayudarnos a mantener la presencia de Dios durante el día y expresar nuestra unidad con el Romano Pontífice y nuestra petición por él. Quizá nos pueda servir hoy para aumentar nuestro amor a la Iglesia.

(1) JUAN PABLO II, Homilía en Siena, 14-X-1980.- (2) SANTA CATALINA DE SIENA, Cartas, III, Ed. italiana de P. MISCIATELI, Siena 1913, 211.- (3) IDEM, Carta 207, III, 270.- (4) Cfr. PABLO VI, Homilía en la proclamación de Santa Catalina como Doctora de la Iglesia, 4-X-1970.- (5) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Surco, n. 344.

*Nació en Siena en el año 1347. Ingresó muy joven en la Tercera Orden de Santo Domingo, sobresaliendo por su espíritu de oración y de penitencia. Llevada de su amor a Dios, a la Iglesia y al Romano Pontífice, trabajó incansablemente por la paz y unidad en la Iglesia en los tiempos difíciles del destierro de Avignon. Se trasladó a esta ciudad y pidió al Papa Gregorio XI que regresara cuanto antes a Roma, donde el Vicario de Cristo en la tierra debía gobernar la Iglesia. «Si muero, sabed que muero de pasión por la Iglesia», declaró unos días antes de su muerte, ocurrida el 30 de abril de 1380.
SAN PIO X*

- Amor a la Iglesia y al Papa.

III. San Pío X amó y sirvió con suma fidelidad a la Iglesia. Desde el comienzo de su Pontificado acometió una serie de profundas reformas. De modo particular dedicó una especial atención a los sacerdotes, de quienes lo esperaba todo. De su santidad, dijo muchas veces y de modos distintos, dependía en gran medida la santidad del pueblo cristiano. En el Cincuenta aniversario de su ordenación sacerdotal dedicó a los sacerdotes una exhortación (11) que tenía como motivo: Sobre cómo deben ser los sacerdotes que la Iglesia necesita. Pedía, ante todo, sacerdotes santos, entregados por entero a su labor de almas.

Muchos de los problemas, necesidades y circunstancias de aquellos once años de Pontificado de San Pío X, siguen siendo actuales. Por eso, hoy puede ser una buena ocasión para que examinemos cómo es nuestro amor con obras a la Iglesia; si, en medio de los quehaceres temporales, cada uno de nosotros tiene «una viva conciencia de ser un miembro de la Iglesia, a quien se le ha confiado una tarea original, insustituible e indelegable, que debe llevar a cabo para el bien de todos» (12): dar buena doctrina, aprovechando toda ocasión oportuna, o creándola; ayudar a otros a que encuentren el camino de su reconciliación con Dios, mediante la Confesión sacramental: pedir cada día y ofrecer horas de trabajo bien acabado por la santidad de los sacerdotes; ayudar, con generosidad, al sostenimiento de la Iglesia y de obras buenas; contribuir a la difusión del Magisterio del Papa y de los Obispos, principalmente en asuntos que se refieren a la justicia social, a la moralidad pública, a la enseñanza, a la familia... ««Qué alegría, poder decir con todas las veras de mi alma: amo a mi Madre la Iglesia santa!» (13). Un amor que se traduce cada día en obras concretas.

Examinemos también cómo es nuestro amor filial al Papa, que para todos los cristianos ha de ser «una hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo» (14). Meditemos junto al Señor si pedimos todos los días por la persona del Romano Pontífice, para que el Señor lo custodie y lo vivifique y le haga dichoso en la tierra..., si estamos unidos a sus intenciones, si rezamos por ellas...

Dios poderoso y eterno -le rogamos con una oración de la Misa-, que para defender la fe católica e instaurar todas las cosas en Cristo, colmaste al Papa San Pío X de sabiduría divina y de fortaleza apostólica; concédenos que, dóciles a sus instrucciones y ejemplos, consigamos la recompensa eterna.

(11) SAN PIO X, Enc. Haerent animo, 4-VIII-1908.-(12) JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Christifideles laici, cit., 28.-(13) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 518.-(14) IDEM, Amar a la Iglesia, p. 32.
*San Pío X nació en la pequeña población de Riese, al Norte de Italia, el 2 de junio de 1835. De niño conoció las estrecheces de una familia sencilla de diez hijos; su padre era el alguacil del pueblo. Se distinguió por un continuo servicio a la Iglesia y a las almas como párroco, Patriarca Arzobispo de Venecia y Romano Pontífice. Mostró una energía santa en defender la pureza de la doctrina, revalorizó y dignificó la Sagrada Liturgia y extendió la práctica de la Comunión frecuente. Adoptó como lema de su pontificado: Instaurare omnia in Christo. Murió el 20 de agosto de 1914.
Nota: Ediciones Palabra (poseedora de los derechos de autor) sólo ha autorizado a difundir la meditación diaria a usuarios concretos para su uso personal, y no desea su distribución por fotocopias u otras formas de distribución.

Página web de Francisco Fernández Carvajal

Página web de Francisco Fernández Carvajal