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miércoles, 20 de abril de 2011

8. CLARETIANOS 2002-2003
Queridos amigos:

Hace varios años que el filósofo judío Levinas me ayudó a caer en la cuenta de lo que significa el rostro humano. Es la parte de nuestro cuerpo que nosotros nunca podemos ver directamente. Y, sin embargo, la parte que los demás ven. Más aún: el rostro es como una concentración de nuestro cuerpo entero para los demás. Son los demás quienes nos dicen: "Te veo hoy con mala cara" o "Tienes buena cara". Nuestro rostro es la ventana por la cual se comunica lo que somos. Comunican nuestros ojos y comunican nuestros labios. Una frente fruncida es señal de preocupación. Unos labios apretados indican rabia. Una sonrisa transmite alegría.
11. DOMINICOS 2003

Continuamos en la liturgia de hoy vivenciando los mismos sentimientos expuestos en el día de ayer.

Es crucial el momento en que uno de los discípulos colabora con los enemigos en la entrega de su Maestro. Al conocerlo, el alma vuelve a rumiar una y mil veces, por un lado, la grandeza del Amor y, por otro, la miseria de la infidelidad y traición.
Asociémonos nosotros al grito del amor sincero y del dolor asumido, y tomemos como punto de partida la antífona de entrada a la Misa:
Al nombre de Jesús

toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo.

El Señor se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz.

Por ello Jesucristo es SEÑOR, para gloria de Dios Padre.

A él sea la gloria. Amén.

En los textos bíblicos de las lecturas se nos sugiere que interioricemos los sentimientos de las almas fieles, en gestos de adhesión a Cristo.

Hagámoslo

en el silencio de una oración personal prolongada y comprometida,

en el coloquio de grupo que comparta actitudes de almas nobles, entregadas,

en la formulación de compromisos arriesgados que nos lleven a perfeccionar nuestro modo de seguimiento del Maestro.

Reflexionemos con Cristo y con los hermanos que sufren:

El mundo no puede ser igual antes y después de la pasión y muerte de Cristo.

Es necesario que arrepintiéndonos de nuestras injusticias, egoísmos, suficiencias y liviandades, reiniciemos caminos de honestidad, de santidad, de amor y paz.

Digamos, pues, con verdad:

Llorando los pecados, tu pueblo está, Señor.

Vuélvenos tu mirada y danos tu perdón.

Seguiremos tus pasos, camino de la cruz,

Subiendo hasta la cumbre de la Pascua de luz.

OREMOS:

¡Oh Dios!, que para librarnos de la esclavitud del pecado

quisiste que tu Hijo padeciera y muriera en la cruz,

concédenos, por la mediación de su sangre, la gracia de vernos renovados conforme a su imagen para vernos un día también resucitados con Él. Amén
Si el rostro es un concentrado de humanidad, ¡qué fuerza adquieren las palabras del profeta Isaías ("No oculté el rostro a insultos y salivazos") o las del salmo 68 ("La vergüenza cubrió mi rostro")!

Junto al sentido del oído, hoy ponemos a punto también el sentido de la vista para contemplar el rostro de Jesús durante los próximos días. No sé si se parece al rostro diseñado hace poco más de un año por expertos de la BBC a partir del cráneo de un judío del siglo I. Lo que sí sé es que se trata de un mapa en el que están registrados los gozos y sufrimientos de todos los seres humanos.

En vísperas de su muerte, el rostro de Jesús resume la entera trayectoria de su vida terrena: sus largos años de laboratorio nazareno y sus pocos meses o años de itinerancia misionera por tierras de Galilea y de Jerusalén.

¿Cómo veían el rostro de Jesús sus discípulos cuando le preguntaban, uno tras otro, incluido Judas, la pregunta del millón: "¿Soy yo acaso, Señor?". ¿Verían preocupación, rabia, frustración, derrota? ¿O verían un rostro luminoso, sobrecargado de amor en cada una de sus millones de células?

"Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro". Esta es la súplica que brota en un día como hoy en el que millones de personas se ponen en camino hacia los lugares donde van a pasar los días del triduo sacro.

¿Se puede vivir el triduo sacro estando de vacaciones? ¿Se ha convertido la Semana Santa en un simple período vacacional, salpicado con algún rito folclórico religioso a modo de relleno para tranquilizar la conciencia? Quizá hoy podemos responder con sencillez. Se puede vivir el triduo sacro en cualquier lugar ... con tal de que no tengamos miedo de buscar y contemplar el rostro de Cristo. No importa tanto el lugar cuanto el coraje de dirigir nuestros ojos a ese rostro cubierto de insultos y salivazos y, sin embargo, hermoso, radiante, perdonador. Ese rostro se muestra en la liturgia de la iglesia y se muestra en las personas sufrientes que, sin duda, iremos encontrando. Por mucho derecho que tengamos al descanso, no podemos mirar en otra dirección, porque en el familiar con problemas o en el que nos sirve en un hotel podemos descubrir al Cristo que sigue sufriendo hoy. Volver la espalda a esos rostros tan reales es volver la espalda al Cristo que nos mira.

"Oculi nostri ad Dominum Jesum" canta la liturgia. "Nuestros ojos están vueltos al Señor Jesús". Ojalá podamos aguzar la vista para contemplar este rostro en cualquier lugar en el que nos encontremos durante los próximos días.

Vuestro amigo.
Gonzalo Fernández (gonzalo@claret.org
MOMENTO DE REFLEXIÓN
1. ¿Tan malo era Judas como para preparar la traición?

A nosotros nos puede parecer, desde la riqueza de nuestra fe, que la felonía de Judas desbordaba todo límite de comprensión.
Pero ésa puede ser una forma de engañarnos, si con ello nos consideramos justos a nosotros mismos, mejores que los demás, incapaces de traiciones.
Nos movemos en planos distintos, por gracia de Dios.
Judas, a pesar de las maravillas y bondades del Maestro, no estaba persuadido de su grandeza de Mesías, Salvador. Necesitaba de mayor luz. Su error fue exigirla conforme a sus esquemas e intereses, no conforme al plan de Dios.
Nosotros en cambio sí estamos persuadidos de la grandeza del Mesías, pues creemos que Jesús es el Hijo de Dios.
Pero ¿por qué lo creemos? Por gracia de Dios. ¡Misterio!
2. Sólo treinta monedas.
Convenir la traición y entrega en el módico precio de treinta monedas ¿no nos resulta insultante?
Materialmente sí.
Pero hemos de tomar ese precio como algo simbólico, alusivo a lo poco en que se estimaba la obra de Cristo y su persona.
¿No hacemos nosotros eso mismo cuando desestimamos a los demás, cuando los traicionamos, cuando nos dejamos turbar por pasiones sordas de egoísmo o de poder...
No nis engañemos. Cristo es de valor infinito, y ese valor o se adora, sin precio, o se desprecia y anula. ¡Grandeza o miseria humana!
Retengamos para nuestra meditación
el contraste entre Jesús que ama y sirve y Judas que ambiciona y traiciona. Temblemos por ser Judas,
y no caigamos en la tentación de vender a nadie ni pisotear su dignidad .

El Triduo santo de la pasión y resurrección del Señor
Catequesis de S.S. Juan Pablo II durante las audiencias generales de los miércoles
31 de marzo de 1999
1. Con el domingo pasado, llamado de Ramos, hemos entrado en la semana llamada «santa» porque en ella conmemoramos los acontecimientos centrales de nuestra redención. El núcleo de esta semana es el Triduo de la pasión y la resurrección del Señor, que, como se lee en el Misal romano, «es el punto culminante de todo el año litúrgico, ya que Jesucristo ha cumplido la obra de la redención de los hombres y de la glorificación perfecta de Dios principalmente por su misterio pascual, por el cual, muriendo, destruyó nuestra muerte y, resucitando, restauró la vida» (Normas generales, 18). En la historia de la humanidad no ha sucedido nada más significativo y de mayor valor. Así, al concluir la Cuaresma, nos disponemos a vivir con fervor los días más importantes para nuestra fe e intensificamos nuestro compromiso de seguir, cada vez con mayor fidelidad, a Cristo, redentor del hombre.

2. La Semana santa nos lleva a meditar en el sentido de la cruz, en la que «alcanza su culmen la revelación del amor misericordioso de Dios» (cf. Dives in misericordia, 8). De manera muy particular, nos impulsa a esa reflexión el tema de este tercer año de preparación inmediata para él gran jubileo del 2000 dedicado al Padre. Nos ha salvado su infinita misericordia. Para redimir a la humanidad nos entregó libremente a su Hijo unigénito. ¿Cómo no darle gracias? La historia está iluminada y dirigida por el evento incomparable de la redención: Dios, rico en misericordia, ha derramado sobre todo ser humano su infinita bondad por medio del sacrificio de Cristo.

¿Cómo manifestar de modo adecuado nuestro agradecimiento? La liturgia de estos días, por un lado, nos invita a elevar al Señor, vencedor de la muerte, un himno de gratitud, y, por otro, nos pide al mismo tiempo que eliminemos de nuestra vida todo lo que nos impide conformarnos a él. Contemplamos a Cristo en la fe y recorramos de nuevo las etapas decisivas de la salvación que realizó. Nos reconocemos pecadores y confesamos nuestra ingratitud, nuestra infidelidad y nuestra indiferencia ante su amor. Necesitamos su perdón, que nos purifique y sostenga en el esfuerzo de conversión interior y de constante renovación del espíritu.

3. «Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito; limpia mi pecado» (Sal 50, 3-4).

Estas palabras, que proclamamos el miércoles de Ceniza, nos han acompañando durante todo el itinerario cuaresmal. Resuenan en nuestro espíritu con singular intensidad ante la cercanía de los días santos, en los que se nos renueva el don extraordinario del perdón de los pecados, que nos obtuvo Jesús en la cruz. Frente a Cristo crucificado, manifestación elocuente de la misericordia de Dios, ¿cómo no arrepentirnos de nuestros pecados y convertirnos al amor?, ¿cómo no reparar concretamente los males causados a los demás y restituir los bienes conseguidos de modo ilícito? El perdón exige gestos concretos: el arrepentimiento sólo es verdadero y eficaz cuando se traduce en obras concretas de conversión y justa reparación.

4. «Por tu fidelidad, ayúdame, Señor». Así nos invita a orar la liturgia de este Miércoles santo, totalmente proyectada hacia los acontecimientos salvíficos que conmemoraremos en los próximos días. Al proclamar hoy el evangelio de san Mateo sobre la Pascua y la traición de Judas, ya pensamos en la solemne misa «in cena Domini» de mañana por la tarde, que recordara la institución del sacerdocio y de la Eucaristía, así como el mandamiento «nuevo» del amor fraterno, que nos dejó el Señor en la víspera de su muerte.

Antes de esa sugestiva celebración se tendrá, mañana por la mañana, la Misa crismal, que en todas las catedrales del mundo preside el obispo, rodeado de su presbiterio. Se bendicen los sagrados óleos para el bautismo, para la unción de los enfermos, y el crisma. Luego, por la tarde, después de la misa «in cena Domini», habrá tiempo para la adoración, como para responder a la invitación que Jesús dirigió a sus discípulos en la dramática noche de su agonía: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mt 26, 38).

El Viernes santo es un día de profunda emoción, en el que la Iglesia nos hace volver a escuchar el relato de la pasión de Cristo. La «adoración» de la cruz será el centro de la acción litúrgica que se celebrará ese día, mientras la comunidad eclesial ora intensamente por las necesidades de los creyentes y del mundo entero.

A continuación viene una fase de profundo silencio. Todo callará hasta la noche del Sábado santo. En el centro de las tinieblas irrumpirán la alegría y la luz con los sugestivos ritos de la Vigilia pascual y el canto gozoso del «Aleluya». Será el encuentro, en la fe, con Cristo resucitado, y la alegría pascual se prolongará a lo largo de los cincuenta días que seguirán.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, dispongámonos a revivir estos acontecimientos con íntimo fervor junto con María santísima, presente en el momento de la pasión de su Hijo y testigo de su resurrección. Un canto polaco dice: «Madre santísima, elevamos nuestra súplica a tu corazón, atravesado por la espada del dolor». Que María acepte nuestras oraciones y los sacrificios de los que sufren, confirme nuestros propósitos cuaresmales y nos acompañe mientras seguimos a Jesús en la hora de la prueba suprema. Cristo, martirizado y crucificado, es fuente de fuerza y signo de esperanza para todos los creyentes y para la humanidad entera.

. CLARETIANOS 2004
Queridas amigos y amigas: ¿Conocéis este poema?

“Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor”.(1)

Cuando lo leo, me imagino que es Jesús, el que llevó las tres heridas de todo ser humano que viene a este mundo: la del amor, la de la muerte, la de la vida...

Por eso lo imagino cercano, contemporáneo de toda persona y de toda generación. “El Hijo de Dios que, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo ser humano” (Vaticano II, Gaudium et Spes, 22). Con la mujer y con el varón. Con el joven y con el entrado en años. Con la persona sin letras y con la cultivada. Con quien ha tenido suerte y con quien cayó en desgracia. Con el negro y con el blanco. Con el sudamericano, con el del este, con el árabe, con el occidental, con el subsahariano, con el asiático...

Porque hay muchas cosas que nos diferencian, pero las cosas más básicas nos igualan. Quizá deberíamos pensar más en ellas: la común humanidad y el tener que lidiar con las tres heridas -la de la vida, la de la muerte, la del amor-. “El misterio del ser humano sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (...) Cristo manifiesta plenamente la humanidad al propio ser humano y le descubre la grandeza de su vocación”... ¿Tendrá algo que ver con vivir para amar, amar para morir, morir para vivir?
Se acerca la Pascua. La mesa está preparada. Ojalá que puedas, en estos días, renovar tu vida... en Cristo, nuestro Hermano. Intuir su Amor... para darlo. Compartir su Muerte... para no perder la esperanza. Recibir su Vida... para contagiarla. Déjate servir en la mesa de la Pascua. El Maestro ha preparado un lugar para ti. “Sus heridas nos han curado”.
Vuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez, claretiano (luismacmf@yahoo.es)

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