sábado, 19 de marzo de 2011












I. Contemplamos la Palabra
Lectura del segundo libro de Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16
En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra del Señor: -«Ve y dile a mi siervo David: "Esto dice el Señor: Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Él construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre." »
Sal 88 R. Su linaje será perpetuo.
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.» R.

Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
«Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades.» R.

Él me invocará:
«Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora.»
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable. R.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 4, 13. 16-18. 22
Hermanos: No fue la observancia de la Ley, sino la justificación obtenida por la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo. Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia; así, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Así, dice la Escritura: «Te hago padre de muchos pueblos.» Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que, no existe, Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia.» Por lo cual le valió la justificación.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 1, 16. 18-21. 24a
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: Maria, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.» Cuando José se despertó, hizo lo que le habla mandado el ángel del Señor.
II. Oramos con la Palabra
JESÚS, quiero acompañarte y estar contigo al lado de José, el esposo de tu Madre, el buen padre para ti. Y pedirle que me enseñe como te enseñó a ti. Y rogarle que ayude a los seminaristas y aspirantes al sacerdocio a parecerse más a ti. Y suplicar que ayude a los padres de familia a educar a sus hijos, que también lo son de Dios. Y poner a toda la Iglesia, y de modo especial a los moribundos, en manos de su Patrono celestial.

Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 publicado por EDIBESA.

III. Compartimos la Palabra
Nuestra comunidad celebra especialmente la festividad de hoy, pues es San José. Vivimos en la ciudad de Valencia y aunque en la actualidad no todos residimos en ella sí que conocemos bien las fiestas que aquí se celebran, las Fallas. Les aseguro que siempre hemos disfrutado juntos de ellas y que han sido muy importantes en nuestras biografías. Pero además tenemos también otros motivos que nos llenan de alegría, como es poder reflexionar uno de los pocos textos evangélicos en los que aparece la figura de José de Nazaret.

El texto de Mateo no es mucho lo que nos dice acerca de él, sin embargo, los detalles que nos brinda nos han parecido preciosos. Pues de José se dice que era una persona justa, que soñaba, que escuchó el mensaje que venía de parte de Dios y que se atrevió a ponerlo en práctica. No está nada mal el retrato que se ofrece de este hombre, ¿verdad?

Intentando ir un poco más allá, hemos buscado aquello a lo que el texto puede apuntar y que podríamos poner en marcha en nuestras vidas tanto personales, comunitarias como también eclesiales. Así que la Palabra de hoy nos ha hecho caer en la cuenta de algunas actitudes que queremos rescatar para esta Cuaresma.

La primera de ellas es encontrarnos con José de Nazaret como un ser humano “justo”. Parece que la noticia de que su prometida María esperaba un hijo le hizo iniciar un hondo discernimiento. La situación no se presentaba sencilla. Por un lado estaba la Ley, que regía su vida judía. Así que si cumplía sus rígidos preceptos, debía repudiar a María. Eso hubiera supuesto el dejar a la mujer que amaba en un estado de vulnerabilidad total frente a su sociedad. Por otro lado, no quiso ejercer el poder que le otorgaba la Ley, se dejó vencer por los sentimientos hacia María. A José de Nazaret le pudo el amor y decidió “repudiarla en secreto”. Esta decisión dolorosa y traumática muestra la relación profunda que debió darse entre estos dos jóvenes, María y José.

La segunda pincelada que queremos rescatar es la de “soñador”. José de Nazaret viene de una estirpe en la que ya a otros Dios se les había revelado a través de ese estado, como le sucedió a José –que supo interpretar los sueños de otros – y a Jacob –que en medio del sueño luchó contra Dios–. Nos ha parecido el sueño un medio muy sugerente para poder dejar un espacio por donde la divinidad pueda colarse y manifiestar sus proyectos hacia nosotros/as. Estamos tércamente convencidos de que los sueños manifiestan lo que somos y en ellos la Sabiruría nos muestra sus propuestas.

La última es la de su capacidad para la “escucha” y su atrevimiento al ponerla en práctica. No nos resulta siempre sencillo escuchar. A veces no invertimos el tiempo necesario para hacerlo atentamente, ni a los otros ni tampoco a Dios. Simplemente, estamos en otras voces que parecen tener más autoridad. De ahí que nos siga sorprendiendo cómo José de Nazaret se atrevió a tomar una decisión que “complicaría” tanto su vida.

Nos encantaría saber que la justicia, los sueños, la escucha atenta y el atrevimiento están cerca de nuestras vidas y de nuestras instituciones eclesiales. Pues también en esta festividad se celebra el día del Seminario. Acontecimiento que nos hace reflexionar acerca del largo camino que nos queda aún para lograr sueños en los que se reconozca la plenitud de las mujeres, que se escuche su vergonzosa minoridad y que se den pasos atrevidos para lograr su derecho a recibir los siete sacramentos, en lugar de quedar fuera de los órganos de gobierno, en nombre de una menor capacidad sacramental.

Para felicitarles queremos compartir esta imagen-predicadora del pintor dominico Juan Bautista Maíno (Pastrana 1581-Madrid 1649) en la que aparece una figura de José de Nazaret poco común: está “comiéndose” a besos a su hijo recién nacido, al Salvador.
Imagen extraida de: Alicia Pérez Tripiana y Maria Ángeles Sobrino López, Jesús en el Museo del Prado. PPC, Madrid 2009.

Comunidad El Levantazo
CPJA - Valencia
19 de marzo

SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ*

— Las promesas del Antiguo Testamento se realizan en Jesús a través de José.

— Fidelidad del Santo Patriarca a la misión recibida de Dios.

— Nuestra fidelidad.

I. Este es el criado fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia1.

Esta familia de la que se habla en la Antífona de entrada de la Misa es la Sagrada Familia de Nazareth, el tesoro de Dios en la tierra, que encomendó a San José, «el servidor fiel y prudente», que entregó su vida con alegría y sin medida para sacarla adelante. La familia del Señor es también, por ampliación, la Iglesia, que reconoce a San José como su protector y patrono.

La Primera lectura evoca las antiguas promesas en las que se anuncia, de generación en generación, la llegada de un Rey fuerte y justo, un Pastor bueno que conducirá al rebaño hacia verdes praderas2, un Redentor que nos salvará3. En esta lectura de hoy se comunica a David, por medio del profeta Natán, que de su descendencia llegará el Mesías, quien tendrá un reinado eterno. Por José, es Jesús hijo de David. En Él se han cumplido las promesas hechas desde Abrahán4.

«Con la Encarnación las “promesas” y las “figuras” del Antiguo Testamento se hacen “realidad”: lugares, personas, hechos y ritos se entremezclan según precisas órdenes divinas, transmitidas mediante el ministerio angélico y recibidas por criaturas particularmente sensibles a la voz de Dios. María es la humilde sierva del Señor, preparada desde la eternidad para la misión de ser Madre de Dios; José es aquel (...) que tiene el encargo de proveer a la inserción “ordenada” del Hijo de Dios en el mundo, en el respeto de las disposiciones divinas y de las leyes humanas. Toda la vida, tanto “privada” como “escondida” de Jesús ha sido confiada a su custodia»5.

El Evangelio de la Misa tiene especial interés en recalcar que José está entroncado en la casa de David, depositaria de las promesas hechas a los patriarcas: Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo6. Es el Patriarca del Nuevo Testamento.

Fue José un hombre sencillo que Dios cubrió de gracias y de dones para que cumpliera una misión singular y entrañable en los planes salvíficos. Vivió entre gozos inenarrables, al tener junto a él a Jesús y a María, y también entre incertidumbres y sufrimientos: perplejidad ante el misterio obrado en María, que él todavía no conoce; la pobreza extrema de Belén; la profecía de Simeón en el Templo sobre los sufrimientos del Salvador; la angustiosa huida a Egipto; la vida apenas sin recursos en un país extraño; la vuelta de Egipto y los temores ante Arquelao... Fue siempre fidelísimo a la voluntad de Dios, dejando a un lado planes y razones meramente humanas.

El centro de su vida fueron Jesús y María, y el cumplimiento de la misión que Dios le había confiado. «La entrega de San José aparece tejida de ese entrecruzarse de amor fiel, de fe amorosa, de esperanza confiada. Su fiesta es, por eso, un buen momento para que todos renovemos nuestra entrega a la vocación de cristianos, que a cada uno de nosotros ha concedido el Señor.

»Cuando se desea sinceramente vivir de fe, de amor y de esperanza, la renovación de la entrega no es volver a tomar algo que estaba en desuso. Cuando hay fe, amor y esperanza, renovarse es -a pesar de los errores personales, de las caídas, de las debilidades mantenerse en las manos de Dios: confirmar un camino de fidelidad. Renovar la entrega es renovar (...) la fidelidad a lo que el Señor quiere de nosotros: amar con obras»7.

Le pedimos especialmente hoy al Santo Patriarca el deseo eficaz de cumplir la voluntad de Dios en todo, en una entrega alegre, sin condiciones, que sirva a muchos para que encuentren el camino que conduce al Cielo.

II. Siervo bueno y fiel, entra en el banquete de tu Señor8. Estas palabras de la Antífona de comunión de la Misa las oiría un día San José por el cumplimiento amoroso y alegre de su misión en la tierra. Son palabras dichosísimas que un día también el Señor nos dirá a nosotros si hemos sido fieles a la vocación recibida, aunque hayamos tenido que recomenzar muchas veces, con humildad y sencillez de corazón. En otra oración de la Misa del día se repite la palabra fidelidad aplicada a San José: Dios todopoderoso, que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José...9, rezamos en la oración colecta. Parece como si el Señor quisiera hoy recordarnos la fidelidad a nuestros compromisos para con Él y para con los demás, la fidelidad a la vocación recibida de Dios, a la llamada que cada cristiano ha recibido, su quehacer en el mundo según el querer de Dios.

Nuestra vida no tiene otro sentido que ser fieles al Señor, en cualquier edad y circunstancia en la que nos encontremos. De eso depende, lo sabemos bien, nuestra felicidad en esta vida y, en buena parte, la felicidad de quienes nos rodean. San José pasó por situaciones bien diferentes y no todas fueron humanamente gratas, pero el Santo Patriarca fue firme como la roca y contó siempre con la ayuda de Dios. Nada desvió a José del camino que se le había señalado; fue el hombre al que Dios, fiándose de Él, puso al frente de su familia aquí en la tierra. «¿Qué otra cosa fue su vida sino una entera dedicación al servicio para el que había sido llamado? Esposo de la Virgen María, padre legal de Jesús (...), consumió su vida con la atención puesta en ellos, entregado al cumplimiento de la misión para la que había sido llamado. Y como un hombre entregado es un hombre que ya no se pertenece, él dejó de preocuparse de sí mismo desde el momento en que, ilustrado por el ángel en aquel primer sueño, aceptó plenamente el designio de Dios sobre él, y al recibir a María su esposa comenzó a vivir para aquellos que habían sido puestos bajo su custodia. El Señor le confió su familia y José no le defraudó; Dios se apoyó en él, y él se mantuvo firme en toda clase de circunstancias»10. Dios, para muchas cosas grandes, se apoya en nosotros... No le defraudemos.

Le decimos hoy al Señor que queremos ser fieles, entregados a nuestro quehacer divino y humano en la tierra, como lo fue San José, sabiendo que de ello depende el sentido de nuestra vida toda. Examinemos despacio en qué podríamos ser más fieles: compromisos para con Dios, con quienes quizá tenemos a nuestro cargo, en el apostolado, en la tarea profesional...

III. Concédenos, Señor, que podamos servirte... con un corazón puro como San José, que se entregó para servir a tu Hijo...11.

Mientras preparábamos la Solemnidad de hoy considerando la devoción de los siete domingos de San José, meditábamos el principio enunciado por Santo Tomás, que se aplica a la elección de San José, y a toda vocación: «A los que Dios elige para algo los prepara y dispone de tal modo que sean idóneos para ello»12. La fidelidad de Dios se muestra en las ayudas que otorga siempre, en cualquier situación de edad, trabajo, salud, etc., en que nos encontremos, para que cumplamos fielmente nuestra misión en la tierra. San José correspondió delicada y prontamente a las innumerables gracias que recibió de parte de Dios.

Nosotros debemos meditar muchas veces que el Señor no nos fallará jamás; Él espera siempre nuestra correspondencia firme: en la juventud, en la madurez, y cuando ya no sea mucho el tiempo que nos separe de Dios; cuando parece que todo acompaña para ser leales y en aquellos momentos en los que pudiera dar la impresión de que todo invita a romper los compromisos contraídos.

El no sentir a Dios alguna vez –o por largos períodos–, el no sentirse atraído a dedicar a Dios el mejor rato del día, puede deberse, quizá, a que se tiene el alma llena de uno mismo y de todo lo que pasa a nuestro alrededor. En estos momentos la fidelidad a Dios es fidelidad al recogimiento interior, al empeño por salir de ese estado, a la vida de oración, a esa oración en la que el alma se queda sola, desnuda ante Dios y le pide, o le mira...

Dios espera de todos nosotros una actitud despierta, amorosa, llena de iniciativas. ¡El corazón del Santo Patriarca estuvo siempre lleno de alegría, incluso en los momentos más difíciles! Hemos de lograr que nuestro quehacer divino en la tierra, nuestro caminar hacia Dios sea siempre nuevo, como nuevo y original es siempre el amor, pues, como señala el poeta: Nadie fue ayer // ni va hoy // ni irá mañana // hacia Dios // por este mismo camino // que yo voy. // Para cada hombre guarda // un rayo nuevo de luz el sol // y un camino virgen // Dios. Siempre eternamente nuevo.

Hoy pedimos a San José esa juventud interior que da siempre la entrega verdadera, la renovación desde sus mismos cimientos de estos firmes compromisos que adquirimos un día. Le pedimos también por tantos que esperan de nosotros esa alegría interior, consecuencia de la entrega, que les arrastre hasta Jesús, a quien encontrarán siempre muy cerca de María.

1 Antífona de entrada. Lc 12, 42. — 2 Ez 34, 23. — 3 Gen 3, 15. — 4 Segunda lectura. Rom 4, 18. — 5 Juan Pablo II, Exhor. Apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989, 8. — 6 Mt 1, 16. — 7 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 43. — 8 Antífona de comunión. Mt 25, 21. — 9 Misal Romano, Oración colecta de la Misa de San José. — 10 F. Suárez, José, esposo de María, pp. 276-277. — 11 Misal Romano, Misa de la Solemnidad de San José. Oración sobre las ofrendas. — 12 Santo Tomás, Suma Teológica, 3, q. 27, a. 4, c.

* Se interrumpe en cierto modo la práctica cuaresmal para celebrar la Solemnidad de San José, esposo de María. Él, junto con Nuestra Señora, cuidó de Jesús Niño, y no hay en el Cielo, excepto su Esposa, santo más grande. De igual forma que fue cabeza de la Sagrada Familia y cuidó de ella aquí en la tierra, así ejerce ahora su patrocinio sobre la Iglesia universal.

Esta festividad, que ya existía en numerosos lugares, se fijó en esta fecha durante el siglo xv y luego se extendió a toda la Iglesia como fiesta de precepto en 1621. El Papa Pío IX lo nombró, en 1847, Patrono de la Iglesia universal. La paternidad de San José alcanza no solo a Jesús -de quien hizo las veces de padre- sino a la misma Iglesia, que continúa en la tierra la misión salvadora de Cristo. Así lo reconoció el Papa Juan XXIII al incorporar su nombre al Canon Romano, para que todos los cristianos -en el momento en que Cristo se hace presente en el altar- veneremos la memoria del que gozó de su presencia física en la tierra.
Inicio - Palabra Diaria
Lecturas Jueves de la 1ª semana de Cuaresma
Jueves 17 de Marzo del 2011
Primera lectura
Lectura del libro de Ester (14,1.3-5.12-14):

En aquellos días, la reina Ester, temiendo el peligro inminente, acudió al Señor y rezó así al Señor, Dios de Israel: «Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti, pues yo misma me he expuesto al peligro. Desde mi infancia oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados, para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido. Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación y dame valor, Señor, rey de los dioses y señor de poderosos. Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que cambie y aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices. A nosotros, líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo.»

Palabra de Dios
Salmo
Sal 137,1-2a.2bc.3.7c-8

R/. Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor

Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R/.

Daré gracias a tu nombre,
por tu misericordia y tu lealtad;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.

Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,7-12):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden! En resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas.»
Si ayer las lecturas nos proponían la figura de un profeta, hoy nos presentan otra figura bíblica, una mujer: la reina Esther, mujer de fe, mujer de su pueblo. Esther es ejemplo de valor, de coraje, pero sobre todo, de oración confiada, que es lo que nos recomienda hoy Jesús en el evangelio.

Para poder pedir con fe, primero tenemos que haber sabido escuchar con la misma fe. Escuchar la realidad, escucharnos a nosotros mismos, escuchar el clamor de nuestros hermanos anteponiéndolo a las propias necesidades... en definitiva, escuchar como Dios quiere. Sólo entonces, desde la obediencia (auténtica escucha) de la fe, podremos invocar a Dios. Quizá tengamos que sabernos y sentirnos realmente solos e indigentes, como sola se sintió Esther; quizá tengamos que fiarnos tanto de Dios como nos fiamos de nuestro mejor amigo, de quien más queremos y nos quiere.

Y será entonces, cuando pidamos de tal manera que podamos creer que ya se nos ha concedido, pues “si nosotros siendo malos, damos cosas buenas a nuestros hijos, ¡cuánto más nuestro Padre del cielo nos dará lo mejor!”. ¿Acaso no nos lo ha dado ya? ¿Acaso no es un hijo lo mejor que tiene un padre? Nos ha dado a su Hijo y tenemos una Cuaresma por delante para hacernos conscientes de semejante don. Nos ha dado su vida, su humanidad, su muerte y su resurrección... ¿puede dejarnos indiferentes sin provocar en nuestro interior el deseo de responder a tanto amor entregando nosotros la vida?
Vuestra hermana en la fe, Rosa Ruiz. Misionera Claretiana (rosaruizarmi@gmail.com)

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

martes, 15 de marzo de 2011



LA HUMILDAD ES PUERTA POR DONDE DIOS ENTRA



LA HUMILDAD ES PUERTA POR DONDE DIOS ENTRA

TV Lourdes - Le direct avec la vie de Sanctuaires Notre-Dame de Lourdes | Lourdes

TV Lourdes - Le direct avec la vie de Sanctuaires Notre-Dame de Lourdes | Lourdes

YouTube - ABBA - Gracias Por La Musica

YouTube - ABBA - Gracias Por La Musica

YouTube - ABBA - Chiquitita (Spanish version)

YouTube - ABBA - Chiquitita (Spanish version)

www.galeriasokoa.com - Galeria de arte en la red

www.galeriasokoa.com - Galeria de arte en la red

www.galeriasokoa.com - Galeria de arte en la red

www.galeriasokoa.com - Galeria de arte en la red

Galeria artelibre - Isabel Guerra - Fine art

Galeria artelibre - Isabel Guerra - Fine art

Estéreo Católica - La mejor música Católica en linea, Musica religiosa

Estéreo Católica - La mejor música Católica en linea, Musica religiosa
Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2011

Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado
Autor: S.S.- Benedicto XVI | Fuente: http://www.vatican.va/
«Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado» (cf. Col 2, 12)

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Crist o Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).

1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavado. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.

El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.

Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.

2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor -la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico-, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento de l renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él.

El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.

El Evangelio de la Transfigurac ión del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.

La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.

El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, qu iere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz».

Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dim ensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.

El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.

3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Crist o, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el
cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa -y no sólo de lo superfluo- aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).

En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.

En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16 , 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.

En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Ba utismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.

Vaticano, 4 de noviembre de 2010

BENEDICTUS PP. XVI
---------------------------------------------
HABLAR CON DIOS de Francisco Carvajal
Cuaresma. 1ª semana. Martes
LA AYUDA DE LOS ÁNGELES CUSTODIOS
— Existencia de los ángeles custodios. Devoción de los primeros cristianos.
— Ayudas que pueden prestarnos.
— Amistad y devoción a los ángeles custodios.

I. San Mateo termina la narración de las tentaciones de Nuestro Señor con este versículo: Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían1.

«Contemplemos un poco esta intervención de los ángeles en la vida de Jesús, porque así entenderemos mejor su papel –la misión angélica– en toda vida humana. La tradición cristiana describe a los Ángeles Custodios como a unos grandes amigos, puestos por Dios al lado de cada hombre, para que le acompañen en sus caminos. Y por eso nos invita a tratarlos, a acudir a ellos.

»La Iglesia, al hacernos meditar estos pasajes de la vida de Cristo, nos recuerda que, en el tiempo de Cuaresma, en el que nos reconocemos pecadores, llenos de miserias, necesitados de purificación, también cabe la alegría. Porque la Cuaresma es simultáneamente tiempo de fortaleza y de gozo: hemos de llenarnos de aliento ya que la gracia del Señor no nos faltará, porque Dios estará a nuestro lado y enviará a sus Ángeles, para que sean nuestros compañeros de viaje, nuestros prudentes consejeros a lo largo del camino, nuestros colaboradores en todas nuestras empresas»2.

«La Sagrada Escritura y la Tradición llaman propiamente ángeles a aquellos espíritus puros que en la prueba fundamental de libertad han elegido a Dios, su gloria y su reino»3. A ellos les está encomendada la tutela de los hombres. ¿Por ventura –se lee en la Epístola a los Hebreos– no son todos ellos unos espíritus que hacen el oficio de servidores o ministros en favor de aquellos que deben ser los herederos de la salud?4.

Es doctrina común que todos y cada uno de los hombres, bautizados o no, tienen su Ángel Custodio. Su misión comienza en el momento de la concepción del hombre y se prolonga hasta el momento de su muerte. San Juan Crisóstomo afirma que todos los ángeles custodios concurrirán al juicio universal para «dar testimonio ellos mismos del ministerio que ejercieron por orden de Dios para la salvación de cada hombre»5.

En los Hechos de los Apóstoles encontramos numerosos pasajes en que se manifiesta la intervención de estos santos ángeles, y también la confianza con que eran tratados por los primeros cristianos6.

Esta veneración y confianza en los ángeles por parte de nuestros primeros hermanos en la fe, se pone especialmente de relieve en la liberación de San Pedro de la cárcel: Un ángel del Señor se presentó en el calabozo de Pedro, que quedó iluminado; y golpeando a Pedro en el costado, le despertó diciendo: «Levántate pronto»; y se cayeron las cadenas de sus manos. El ángel añadió: «Cíñete y cálzate las sandalias». Hízolo así. Y agregó: «Envuélvete en tu manto y sígueme»7.

Y Pedro, libre ya, se encaminó a casa de María, madre de Marcos, donde muchos estaban congregados en oración.

Golpeó la puerta del vestíbulo y salió una sierva llamada Rode, que, luego que conoció la voz de Pedro, fuera de sí de alegría, sin abrir la puerta, corrió a anunciar que Pedro estaba en el vestíbulo. Ellos dijeron: «Estás loca». Insistía ella en que era así: y entonces dijeron: «será su ángel»8. Este relato nos muestra el gran cariño que sentían por Pedro y la naturalidad de la fe en los ángeles custodios que tenían los primeros fieles. «Mira con qué confianza trataban a sus Custodios los primeros cristianos.

»—¿Y tú?»9.

Nosotros hemos de tratarles también con naturalidad y confianza, y nos asombraremos muchas veces del auxilio que nos prestan, para vencer en las luchas contra el maligno. «Estamos bien ayudados por los ángeles buenos, mensajeros del amor de Dios, a los cuales, enseñados por la tradición de la Iglesia, dirigimos nuestra oración: “Ángel de Dios, que eres mi custodio, ilumíname, custódiame, rígeme y gobiérname, ya que he sido confiado a tu piedad celeste. Amén”»10.

II. «... Y los ángeles vinieron y le servían». Los ángeles custodios tienen la misión de ayudar a cada hombre a alcanzar su fin sobrenatural. Yo mandaré a un ángel delante de ti -dice el Señor a Moisés- para que te defienda en el camino y te haga llegar al lugar que te he dispuesto11. Y el Catecismo Romano comenta: «Porque así como los padres, cuando los hijos precisan viajar por caminos malos y peligrosos, hacen que les acompañen personas que les cuiden y defiendan de los peligros, de igual manera nuestro celestial Padre, en este viaje que emprendemos para la celeste Patria, a cada uno de nosotros nos da ángeles para que, fortificados con su poder y auxilio, nos libremos de los lazos furtivamente preparados por nuestros enemigos y rechacemos las terribles acometidas que nos hacen; y para que con tales guías sigamos por el camino recto, sin que ningún error interpuesto por el enemigo sea capaz de separarnos del camino que conduce al cielo»12.

Misión de los ángeles custodios, por tanto, es auxiliar al hombre contra todas las tentaciones y peligros, y traer a su corazón buenas inspiraciones. Son nuestros intercesores, nuestros custodios, y nos prestan su ayuda cuando los invocamos. «Los Santos interceden por los hombres, mientras los Ángeles Custodios no solo ruegan por los hombres, sino que actúan alrededor de ellos. Si por parte de los bienaventurados se da una intercesión, por parte de los ángeles hay una intercesión y una intervención directa: son al mismo tiempo abogados de los hombres cerca de Dios y ministros de Dios cerca de los hombres»13.

El Ángel Custodio nos puede prestar también ayudas materiales, si son convenientes para nuestro fin sobrenatural o para el de los demás. No tengamos reparos en pedirle su favor en las pequeñas cosas materiales que necesitamos cada día: encontrar aparcamiento para el coche, no perder el autobús, ayuda en un examen que hemos estudiado, etc. Especialmente pueden colaborar con nosotros en el apostolado, en la lucha contra las tentaciones y contra el demonio, y en la oración. «Los ángeles, además de llevar a Dios nuestras noticias, traen los auxilios de Dios a nuestras almas y las apacientan como buenos pastores, con comunicaciones dulces e inspiraciones divinas. Los ángeles nos defienden de los lobos, que son los demonios, y nos amparan»14.

Al Ángel Custodio hemos de tratarle como a un entrañable amigo. Él está siempre en vela, constantemente dispuesto a prestarnos su concurso, si se lo pedimos. Es una gran pena cuando, por olvido, por tibieza o por ignorancia, no nos sentimos acompañados por tan fiel compañero, o no le pedimos ayuda en tantas ocasiones en que la necesitamos. Nunca estamos solos en la tentación o en la dificultad, nuestro Ángel nos asiste; estará a nuestro lado hasta el mismo momento en que abandonemos este mundo.

Al final de la vida, el Ángel Custodio nos acompañará ante el tribunal de Dios, como manifiesta la liturgia de la Iglesia en las oraciones para la recomendación del alma en el momento de la muerte.

III. «Ten confianza con tu Ángel Custodio. —Trátalo como un entrañable amigo –lo es– y él sabrá hacerte mil servicios en los asuntos ordinarios de cada día»15.

Para que el Ángel Custodio nos preste su ayuda es necesario darle a conocer, de alguna manera, nuestras intenciones y nuestros deseos. A pesar de la gran perfección de su naturaleza, los ángeles no tienen el poder de Dios ni su sabiduría infinita, de modo que no pueden leer el interior de las conciencias. Basta con que le hablemos mentalmente para que nos entienda, e incluso para que llegue a deducir de nuestro interior más de lo que nosotros mismos somos capaces de expresar. Por eso es tan importante tener un trato de amistad con el Ángel de la Guarda.

Además de nuestra amistad, al Ángel Custodio le debemos veneración, como a quien está siempre en la presencia de Dios, contemplándole cara a cara, y, a la vez, junto a nosotros.

La devoción a nuestro Ángel Custodio será una eficaz ayuda en nuestras relaciones con Dios en el trabajo, en el trato con las personas que nos rodean, en los pequeños y en los grandes conflictos que se pueden presentar a lo largo de nuestros días. En este tiempo de Cuaresma podemos tener especialmente presente, y nos debe conmover, la escena en el Huerto de Getsemaní, en que la Humanidad Santísima del Señor es confortada por un Ángel del Cielo.

«Hay que saber tratar a los Ángeles. Acudir a ellos ahora, decir a tu Ángel Custodio que estas aguas sobrenaturales de la Cuaresma no han resbalado sobre tu alma, sino que han penetrado hasta lo hondo, porque tienes el corazón contrito. Pídeles que lleven al Señor esa buena voluntad, que la gracia ha hecho germinar de nuestra miseria, como un lirio nacido en el estercolero. Sancti Angeli, Custodes nostri: defendite nos in proelio, ut non pereamus in tremendo iudicio. Santos Ángeles Custodios: defendednos en la batalla, para que no perezcamos en el tremendo juicio»16. A la Virgen, Regina Angelorum, le rogamos que nos enseñe a tratar a los Ángeles, particularmente en esta Cuaresma.

1 Mt 4, 11. — 2 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 63 — 3 Juan Pablo II, Audiencia general, 6-VIII-1986. — 4 Heb 1, 14. — 5 San Juan Crisóstomo, en Catena Aurea, vol. III, p. 238. — 6 Cfr. Hech 5, 19-20; 8, 26; 10, 3-6. — 7 Hech 12, 7-11. — 8 Hech 12, 13-17. — 9 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 570. — 10 Juan Pablo II, Audiencia general, 20-VIII-1986. — 11 Ex 23, 20. — 12 Catecismo Romano, p. 4, cap. IX, n. 4. — 13 G. Huber, Mi ángel marchará delante de ti, Ed. Palabra, Madrid 1980, 6ª ed., p. 43. — 14 San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 2, 3. — 15 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 562. — 16 ídem, Es Cristo que pasa, 63.

lunes, 14 de marzo de 2011

Browse: Home / Arzobispo / Mons. Francisco Pérez / Cartas Pastorales / Sentido de la mortificación y la penitencia
Sentido de la mortificación y la penitencia
By admin on 9 de marzo de 2011

PREGUNTA: Ante una sociedad que da pasos muy rápidos y ante posturas solidarias que están presentes en muchas instituciones o grupos ¿cree usted que sigue teniendo sentido el ayuno, la mortificación y la penitencia como nos inculca la Iglesia?

RESPUESTA: La conversión del corazón es tarea de todas las épocas y de todos los tiempos y, por eso, hoy también se requiere actuar en consonancia con los retos de nuestro tiempo que nos pide a los cristianos nuevos métodos y nuevas expresiones para seguir caminando en el seguimiento de Jesucristo, sin complejos y sin cobardías. Y todo en asociación o asociado con los sufrimientos y padecimientos de Jesucristo que es lo específico de toda penitencia, mortificación y ayuno.
La ejercitación, como el atleta que se entrega a cuidar su cuerpo para conseguir el fin que es la victoria, es un símil que ayuda a comprender lo que es la mortificación en la vida cristiana. Tanto el atleta como el creyente han de llevar una vida de austeridad para que los músculos, en uno, le ayuden a apostar con buen resultado en su carrera y ascesis, en el otro, le ayuden a vivificar su experiencia de hondo calado espiritual.
Los actos externos de penitencia y mortificación son una ayuda y un signo de la conversión interior del espíritu. La virtud de la penitencia -decía Pablo VI- se ejercita por el cumplimiento de los deberes del propio estado, por la aceptación de las dificultades que acompañan al ejercicio de la profesión y la convivencia humana, así como por la aceptación paciente de los sufrimientos inherentes a la vida humana.
Todo acto de penitencia, ayuno o mortificación ha de tener dos motivaciones fundamentales: hacerlo por verdadero amor de Dios y aplicar la solidaridad fraterna con los más necesitados. La Iglesia nos invita encarecidamente y obliga, en este tiempo de Cuaresma, a vivir la abstinencia y el ayuno en momentos concretos como es el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; los viernes cuaresmales se ha de guardar la abstinencia. Es importante vivirlo con las motivaciones antes expuestas para que nazcan de un corazón convertido a Dios y lleno de caridad hacia los hermanos que están a nuestro lado y de modo especial a los más necesitados.
A veces se ha perdido este sentido del tiempo cuaresmal por las circunstancias que nos rodean que son materialistas y hedonistas. Ahí se demostrará si somos o no verdaderos cristianos. No lo tenemos fácil a la hora de poder testificar el don de la fe que nos lleva a obrar en consecuencia, pero es nuestro reto más genuino. El cristiano o se plantea la vida como discípulo de Jesucristo o su experiencia se convierte en una falacia, en una mentira existencial.

Compartir este texto:

Posted in Cartas Pastorales
« Previous Next »

Sentido de la mortificación y la penitencia

Sentido de la mortificación y la penitencia

Escuela del silencio - Apareció la ternura - Espiritualidad - Orden de Predicadores

Escuela del silencio - Apareció la ternura - Espiritualidad - Orden de Predicadores
Meditaciones para Cuaresma por Fray Luis de Granada Jesús se prepara para la predicación
Jesús se prepara para la predicación con la oración y el ayuno
Después del sacro misterio del la predicación con la bautismo y del magnífico testimonio del cielo, es llevado Jesús por el Espíritu Santo al desierto, para que allí sea tentado del enemigo. ¿Qué consecuencia tienen entre sí estos misterios? ¿Cómo dicen en uno los trabajos y soledad del desierto con los pregones del ciclo, y las tentaciones del enemigo con los favores del Espíritu Santo? Primeramente, por aquí entenderemos que el regalar Dios a sus siervos no es para asegurarlos, sino para esforzarlos y disponerlos a mayores trabajos.

Así cura y da de comer el caminante a su caballo para esforzarlo en el camino, y así arma y favorece el capitán a sus soldados para ponerles en el mayor peligro. Y por esto, el que así se viere visitado de Dios, no por esto se tenga por más seguro, sino antes por citado y emplazado para el mayor peligro.

Donde también es de considerar cómo antes que el Salvador diese principio a la predicación del Evangelio, se aparejó con ayuno de cuarenta días y con la soledad ejercicio del desierto, para que tú entiendas por aquí cuán grande sea la misión de la salud de las almas, pues aquel Señor, que era sumamente perfecto, sin tener de eso alguna necesidad, se dispuso para él con tan grandes aparejos.

Y por aquí también entenderán los oficiales de este oficio en qué género de ejercicios se han de ejercitar antes que comience esta misión. Porque ninguno debe salir a lo público de la predicación si primero no se hubiese ejercitado en el secreto de la contemplación; pues, como dice San Gregorio, ninguno sale seguro fuera, si primero no está ejercitado de dentro.

Para lo cual es de saber que tres maneras de vidas virtuosas señalan los santos: una puramente activa, que principalmente entiende en obras de misericordia, y otra puramente contemplativa, más perfecta que ésta, que se ocupa en ejercicios de oración y contemplación, si no es cuando la obediencia o la necesidad de la caridad pide otra cosa. Otra hay más perfecta que éta, compuesta de ambas, que tiene lo uno y lo otro, cual fue la vida de los Apóstoles y cual debiera de ser la de todos los predicadores y perfectos.

Pues la orden que se ha de tener en esta vida, según San Buenaventura, es que regularmente hablando, ninguno debe pasar a la segunda sino después de ejercitado en la primera, ni menos a la tercera si no se ha ejercitado en la segunda. Porque, como dice San Gregorio, los verdaderos predicadores han de recoger en la oración lo que derraman en la predicación. De suerte que la principal maestra de los verdaderos predicadores, después de las ciencias para esto necesarias, ha de ser la soledad, donde Dios habla al corazón palabras que salgan del corazón y revela los secretos de su sabiduría a los verdaderos humildes.

Amemos, pues, la soledad, la cual el Señor santificó con su ejemplo; porque el que no conversa con los hombres, forzado es que converse con Dios.

¡Oh miseria del siglo presente! ¿Dónde están ahora aquellos dichosos tiempos? ¿Dónde los desiertos de Egipto, de Tebas, de Escitia y de Palestina, llenos de monasterios y de solitarios? ¿Dónde está aquel desierto de que dijeron los profetas: Hará el Señor que el desierto esté lleno de deleites y que la soledad sea como un vergel de Dios? ¿Dónde están aquellas flores siempre verdes, aunque plantadas en tierras desiertas y sin agua?

Ya los hombres desampararon los desiertos y se entregaron a la vida llena de cuidados. Por donde si, por estar ya cubierto de hierba ese camino, no tienes aparejo para ir al desierto, a lo menos haz dentro de ti un espiritual desierto, recogiendo tus sentidos y entrando dentro de ti mismo, porque por aquí entrarás a Dios. En el desierto vió Moisés la gloria de Dios, y en este espiritual desierto se da Dios a conocer y a gustar a sus amigos.

Fr. Luis de Granada

•Comentario
Conducido por el Espíritu, Jesús es empujado al desierto donde estuvo cuarenta días ayunando, haciendo oración, y fue tentado. Como lo había sido en la tradición veterotestamentaria, el desierto no sólo hace relación a un espacio físico, sino también a un ámbito teológico. En este sentido, el desierto es el lugar donde el hombre puede encontrarse con Dios, y ser probado por él. Así se constata en la experiencia de Jesús en el desierto. Allí, él siempre estuvo acompañado por el Espíritu que no lo abandonó nunca, y fue probado y salido vencedor de esa especie de puja entre él y el adversario. Jesús, se mantuvo fiel a su destino o misión y no claudicó a este por ningún tipo de poder. Por eso, frente a la tentación de arrogarse fama y prestigio, convirtiendo así sus milagros en una especie de medio propagandístico que mostrarían a un mesías no a la conveniencia del Padre, optó por mantenerse fiel a ese Dios que propone la pobreza, la humildad y aspereza de vida como camino que favorece el encuentro con él, y, por tanto, del logro de la felicidad. Desde esta perspectiva, la experiencia del desierto, concretiza singularmente lo que, en definitiva, contiene la significación del nombre Jesús, que es el de ser salvador.

El paso de Jesús por el desierto tiene para Granada su importancia. Este valor lo comprende o deriva desde la perspectiva de la misión que Jesús habla de realizar. Así, si éste es conducido al desierto y allí es tentado, es para que se sepa que Dios cuando hace regalos a sus siervos -Jesús posee el Espíritu como don por excelencia- no es para asegurarlos, sino para esforzarlos y disponerlos a mayores trabajos. A este propósito se suma cómo el Señor hubo de preparase con el ayuno. la soledad y diversos ejercicios antes de comenzar a predicar el evangelio. Y cómo, a la vez, ha de comprenderse lo importante que es el proyecto de la salvación, pues él mismo, que era perfecto y no tenia necesidad de pasar cuarenta días en el desierto, se dispuso para la realización de tal proyecto de múltiples aparejos (Obras, V/197).
En el sermón tercero correspondiente al domingo primero de cuaresma en cl que se comenta: "Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el Diablo" (MI 4, 1), fray Luis incluye este momento de la vida de Jesús, en su estancia en el desierto, como una de las obras que realiza en favor de los hombres, y, por lo mismo, cómo con ocasión de esta experiencia muestra ser el salvador y agente de la vida verdadera. De este modo. Jesús es considerado como el "árbol de la vida". A este respecto, y refiriéndose a Cristo, Granada dice lo siguiente:

"[...] no sólo toda su vida y muerte fueron causa de nuestra salvación, sino que todas sus acciones obraron esto mismo. Porque en todas sus obras mostró lo que debíamos hacer a imitación suya para salvarnos. Y además, con esas mismas obras nos mereció la gracia, con la cual pudiéramos hacerlo. Una de estas cosas pertenece a la denominada causa ejemplar, y, la otra, a la causa eficiente. De uno y otro modo Cristo Señor fue el autor de nuestra salvación y se dedicó todo a nuestro provecho. Por eso, se le llama con razón el árbol de la vida [...]"

Nicasio Martín Ramos, "Cristo, sacramento de Dios en Fray Luis de Granada", Salamanca 2005.
•Jesús se prepara para la predicación

Meditaciones - Espiritualidad - Orden de Predicadores

Meditaciones - Espiritualidad - Orden de Predicadores

Meditaciones - Espiritualidad - Orden de Predicadores

Meditaciones - Espiritualidad - Orden de Predicadores

CUARESMA

CUARESMA





El sacerdote, don de Dios para el mundo
By admin on 14 de marzo de 2011

El lema que este año nos ofrece el Día del Seminario es sugerente e importante para centrar la experiencia y la vocación de aquellos que ejercen el ministerio sacerdotal y de aquellos que se preparan en el ejercicio del mismo para el futuro: los seminaristas. El ser humano, la sociedad, si se quedan solos, si cierran las puertas al don de Dios, van siendo invadidos por las tinieblas y la frialdad, por la dureza de corazón. El sacerdote es un don de Dios para el mundo, es como ese fuego que Jesús envía al mundo para que las tinieblas y el frío no se adueñen de los corazones de los hombres.

Ciertamente, Jesús sigue ofreciéndonos su amor, quiere seguir dándonos este amor que quema por dentro, que da luz para nuestras cegueras y calor para nuestros corazones fríos. Nos lo da en su Palabra que es el Evangelio, en el perdón de los pecados, en la Eucaristía, ofrecida cada día en el altar y siempre presente en el sagrario, en la oración, … en definitiva, en la Iglesia. Y Jesús quiere que le abramos las puertas de par en par: quiere seguir siendo el vecino más importante de nuestra tierra, el amigo fiel de los jóvenes, el maestro amable de los más pequeños, quiere seguir siendo el apoyo de los enfermos y los ancianos, el servidor de los más pobres, el fundamento único de las familias, el consuelo de los que se sienten solos.

Y nosotros queremos seguir acudiendo a Él en busca de la paz que tanto necesitamos, en busca de la alegría, de la felicidad, de la salvación que sólo Dios puede regalar. Porque sin Él, sin su amor, el mundo se convierte en un hogar huérfano donde sólo existe amargura y tristeza. A pesar de que a veces intentemos disimularlo, llenándonos de cosas materiales y placeres a todos los niveles, el corazón está llamado a vivir realidades más hondas y profundas que transcienden pero que son las que dan consistencia a la experiencia humana: la fe, la esperanza y la caridad.

Precisamente, para hacernos llegar esta Buena Noticia, para llevarla a todas las personas de todos los tiempos, Jesús elige a unos hombres, los sacerdotes, que son mediadores de su perdón, de la Eucaristía y que predican el Evangelio. Son los sacerdotes, personas con limitaciones y pobrezas, como todos, pero que han recibido la llamada de Dios a servirle en esta vocación maravillosa. Os puedo decir que yo he sentido esta vocación y que es lo mejor que me ha ocurrido en la vida. Por eso, a los jóvenes que me leéis y escucháis os digo que busquéis sinceramente la voluntad de Dios: si descubrís que os llama al matrimonio, dadle muchas gracias y entregaros a Dios formando una familia cristiana y amándola con todas vuestras fuerzas. Pero si en algún momento sentís la inquietud de que Dios os llama al sacerdocio, a la vida religiosa, o a alguna vocación consagrada, no ahoguéis su llamada, pues os estáis jugando el acertar o no en la vida y esto es muy serio. Confiad en Dios, que es quien mejor nos conoce y quien más nos ama.

Para terminar, quisiera pedir a todos los diocesanos vuestra solidaridad con el Seminario. Por un lado, vuestra generosa colaboración económica, pues el Seminario tiene muchas necesidades materiales que hay que cubrir. Os agradecemos de corazón todo lo que en estos años nos estáis ayudando. Pero, sobre todo quiero pediros que consideréis el Seminario y las vocaciones como algo vuestro, algo que os toca muy de cerca, que habléis de las vocaciones en vuestras casas, que las favorezcáis en la familia. Y, sobre todo, tenemos que rezar, rogando al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Sabéis que Navarra está muy necesitada de nuevas vocaciones, que hacen falta sacerdotes para que la Luz de Cristo siga iluminando y el fuego de su amor siga ardiendo en medio de nuestros pueblos y ciudades. Pongamos todas estas intenciones en manos de nuestra Madre la Virgen María, de San José, patrono de las vocaciones sacerdotales y del Seminario, y de San Miguel arcángel, patrono propio de nuestro Seminario diocesano para que intercedan por nosotros.
LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
Libro del Levítico 19,1-2.11-18.

El Señor dijo a Moisés: Habla en estos términos a toda la comunidad de Israel: Ustedes serán santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo. Ustedes no robarán, no mentirán ni se engañarán unos a otros. No jurarán en falso por mi Nombre, porque profanarían el nombre de su Dios. Yo soy el Señor. No oprimirás a tu prójimo ni lo despojarás; y no retendrás hasta la mañana siguiente el salario del jornalero. No insultarás a un ciego, sino que temerás a tu Dios. Yo soy el Señor. No cometerás ninguna injusticia en los juicios. No favorecerás arbitrariamente al pobre ni te mostrarás complaciente con el rico: juzgarás a tu prójimo con justicia. No difamarás a tus compatriotas, ni pondrás en peligro la vida de tu prójimo. Yo soy el señor. No odiarás a tu hermano en tu corazón: deberás reprenderlo convenientemente, para no cargar con un pecado a causa de él. No serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.

Salmo 19,8-10.15.

La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple.
Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos.
La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos.
¡Ojalá sean de tu agrado las palabras de mi boca, y lleguen hasta ti mis pensamientos, Señor, mi Roca y mi redentor!


Evangelio según San Mateo 25,31-46.

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'. Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'. Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'. Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'. Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'. Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Meditación de ayer de Hablar con Dios
Cuaresma. Primer domingo

LAS TENTACIONES DE JESúS

— El Señor permite que seamos tentados para que crezcamos en las virtudes.

— Las tentaciones de Jesús. El demonio nos prueba de modo parecido.

— El Señor está siempre a nuestro lado. Armas para vencer.

I. «La Cuaresma conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación de esos años de predicación, que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. Cuarenta días de oración y de penitencia. Al terminar, tuvo lugar la escena que la liturgia de hoy ofrece a nuestra consideración, recogiéndola en el Evangelio de la Misa: las tentaciones de Cristo (Cfr. Mt 4, 1-11).

»Una escena llena de misterio, que el hombre pretende en vano entender –Dios que se somete a la tentación, que deja hacer al Maligno–, pero que puede ser meditada, pidiendo al Señor que nos haga saber la enseñanza que contiene»1.

Es la primera vez que interviene el diablo en la vida de Jesús y lo hace abiertamente. Pone a prueba a Nuestro Señor; quizá quiere averiguar si ha llegado ya la hora del Mesías. Jesús se lo permitió para darnos ejemplo de humildad y para enseñarnos a vencer las tentaciones que vamos a sufrir a lo largo de nuestra vida: «como el Señor todo lo hacía para nuestra enseñanza –dice San Juan Crisóstomo–, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate con el demonio, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por eso, como si no fuera de esperar»2. Si no contáramos con las tentaciones que hemos de padecer abriríamos la puerta a un gran enemigo: el desaliento y la tristeza.

Quería Jesús enseñarnos con su ejemplo que nadie debe creerse exento de padecer cualquier prueba. «Las tentaciones de Nuestro Señor son también las tentaciones de sus servidores de un modo individual. Pero su escala, naturalmente, es diferente: el demonio no va a ofreceros a vosotros ni a mí –dice Knox– todos los reinos del mundo. Conoce el mercado y, como buen vendedor, ofrece exactamente lo que calcula que el comprador tomará. Supongo que pensará, con bastante razón, que la mayor parte de nosotros podemos ser comprados por cinco mil libras al año, y una gran parte de nosotros por mucho menos. Tampoco nos ofrece sus condiciones de modo tan abierto, sino que sus ofertas vienen envueltas en toda especie de formas plausibles. Pero si ve la oportunidad no tarda mucho en señalarnos a vosotros y a mí cómo podemos conseguir aquello que queremos si aceptamos ser infieles a nosotros mismos y, en muchas ocasiones, si aceptamos ser infieles a nuestra fe católica»3.

El Señor, como se nos recuerda en el Prefacio de la Misa de hoy, nos enseña con su actuación cómo hemos de vencer las tentaciones y además quiere que saquemos provecho de las pruebas por las que vamos a pasar. Él «permite la tentación y se sirve de ella providencialmente para purificarte, para hacerte santo, para desligarte mejor de las cosas de la tierra, para llevarte a donde Él quiere y por donde Él quiere, para hacerte feliz en una vida que no sea cómoda, y para darte madurez, comprensión y eficacia en tu trabajo apostólico con las almas, y... sobre todo para hacerte humilde, muy humilde»4. Bienaventurado el varón que soporta la tentación –dice el Apóstol Santiago– porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman5.

II. El demonio tienta aprovechando las necesidades y debilidades de la naturaleza humana.

El Señor, después de haber pasado cuarenta días y cuarenta noches ayunando, debe encontrarse muy débil, y siente hambre como cualquier hombre en sus mismas circunstancias. Este es el momento en que se acerca el tentador con la proposición de que convierta las piedras que allí había en el pan que tanto necesita y desea.

Y Jesús «no solo rechaza el alimento que su cuerpo pedía, sino que aleja de sí una incitación mayor: la de usar del poder divino para remediar, si podemos hablar así, un problema personal (...).

»Generosidad del Señor que se ha humillado, que ha aceptado en pleno la condición humana, que no se sirve de su poder de Dios para huir de las dificultades o del esfuerzo. Que nos enseña a ser recios, a amar el trabajo, a apreciar la nobleza humana y divina de saborear las consecuencias del entregamiento»6.

Nos enseña también este pasaje del Evangelio a estar particularmente atentos, con nosotros mismos y con aquellos a quienes tenemos una mayor obligación de ayudar, en esos momentos de debilidad, de cansancio, cuando se está pasando una mala temporada, porque el demonio quizá intensifique entonces la tentación para que nuestras vidas tomen otros derroteros ajenos a la voluntad de Dios.

En la segunda tentación, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles de que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y le respondió Jesús: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.

Era en apariencia una tentación capciosa: si te niegas, demostrarás que no confías en Dios plenamente; si aceptas, le obligas a enviar, en provecho personal, a sus ángeles para que te salven. El demonio no sabe que Jesús no tendría necesidad de ángel alguno.

Una proposición parecida, y con un texto casi idéntico, oirá el Señor ya al final de su vida terrena: Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él7.

Cristo se niega a hacer milagros inútiles, por vanidad y vanagloria. Nosotros hemos de estar atentos para rechazar, en nuestro orden de cosas, tentaciones parecidas: el deseo de quedar bien, que puede surgir hasta en lo más santo; también debemos estar alerta ante falsas argumentaciones que pretendan basarse en la Sagrada Escritura, y no pedir (mucho menos exigir) pruebas o señales extraordinarias para creer, pues el Señor nos da gracias y testimonios suficientes que nos indican el camino de la fe en medio de nuestra vida ordinaria.

En la última de las tentaciones, el demonio ofrece a Jesús toda la gloria y el poder terreno que un hombre puede ambicionar. Le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: —Todas estas cosas te daré si postrándote delante de mí, me adoras. El Señor rechazó definitivamente al tentador.

El demonio promete siempre más de lo que puede dar. La felicidad está muy lejos de sus manos. Toda tentación es siempre un miserable engaño. Y para probarnos, el demonio cuenta con nuestras ambiciones. La peor de ellas es la de desear, a toda costa, la propia excelencia; el buscarnos a nosotros mismos sistemáticamente en las cosas que hacemos o proyectamos. Nuestro propio yo puede ser, en muchas ocasiones, el peor de los ídolos.

Tampoco podemos postrarnos ante las cosas materiales haciendo de ellas falsos dioses que nos esclavizarían. Los bienes materiales dejan de ser bienes si nos separan de Dios y de nuestros hermanos los hombres.

Tendremos que vigilar, en lucha constante, porque permanece en nosotros la tendencia a desear la gloria humana, a pesar de haberle dicho muchas veces al Señor que no queremos otra gloria que la suya. También a nosotros se dirige Jesús: Adorarás al Señor Dios tuyo; y a Él solo servirás. Y eso es lo que deseamos y pedimos: servir a Dios en la vocación a la que nos ha llamado.

III. El Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos dice: Confiad: Yo he vencido al mundo8. Y nosotros nos apoyamos en Él, porque, si no lo hiciéramos, poco conseguiríamos solos: Todo lo puedo en Aquel que me conforta9. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?10.

Podemos prevenir la tentación con la mortificación constante en el trabajo, al vivir la caridad, en la guarda de los sentidos internos y externos. Y junto a la mortificación, la oración: Velad y orad para no caer en la tentación11. También debemos prevenirla huyendo de las ocasiones de pecar por pequeñas que sean, pues el que ama el peligro perecerá en él12, y teniendo el tiempo bien ocupado, principalmente cumpliendo bien nuestros deberes profesionales, familiares y sociales.

Para combatir la tentación «habremos de repetir muchas veces y con confianza la petición del padrenuestro: no nos dejes caer en la tentación, concédenos la fuerza de permanecer fuertes en ella. Ya que el mismo Señor pone en nuestros labios tal plegaria, bien estará que la repitamos continuamente.

»Combatimos la tentación manifestándosela abiertamente al director espiritual, pues el manifestarla es ya casi vencerla. El que revela sus propias tentaciones al director espiritual puede estar seguro de que Dios otorga a este la gracia necesaria para dirigirle bien»13.

Contamos siempre con la gracia de Dios para vencer cualquier tentación. «Pero no olvides, amigo mío, que necesitas de armas para vencer en esta batalla espiritual. Y que tus armas han de ser estas: oración continua; sinceridad y franqueza con tu director espiritual; la Santísima Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia; un generoso espíritu de cristiana mortificación que te llevará a huir de las ocasiones y evitar el ocio; la humildad del corazón, y una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen: Consolatrix afflictorum et Refugium peccatorum, consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. Vuélvete siempre a Ella confiadamente y dile: Mater mea, fiducia mea; ¡Madre mía, confianza mía!»14.

1 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 61. — 2 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 13, 1. — 3 R. A. Knox, Sermones pastorales, p. 79. — 4 S. Canals, Ascética Meditada, 14ª ed., Madrid 1980, p. 127. — 5 Sant 1, 12. — 6 San Josemaría Escrivá, loc. cit. — 7 Mt 27, 42. — 8 Jn 16, 33. — 9 Flp 4, 13. — 10 Sal 26, 1. — 11 Mt 26, 41. — 12 Eccl 3, 27. — 13 B. Baur, En la intimidad con Dios, Herder. Barcelona 1975, 10ª ed., p. 121. — 14 S. Canals, o. c., p. 128.

LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
Cuaresma. 1ª semana. Lunes

EXISTENCIA Y ACTUACIÓN DEL DIABLO

— El diablo existe y actúa en las personas y en la sociedad. Su actividad es misteriosa, pero real y eficaz.

— Quién es el demonio. Su poder es limitado. Necesidad de la ayuda divina para vencer.

— Jesucristo es el vencedor del demonio. Confianza en Él. Medios que hemos de utilizar. El agua bendita.

I. De nuevo lo llevó el demonio a un monte muy alto... Entonces le respondió Jesús: Apártate, Satanás..., leíamos en el Evangelio de la Misa de ayer1.

El diablo existe. La Sagrada Escritura habla de él desde el primero hasta el último libro revelado, desde el Génesis al Apocalipsis. En la parábola de la cizaña, el Señor afirma que la mala simiente, cuyo cometido es sofocar el trigo, fue arrojada por el enemigo2. En la parábola del sembrador, viene el Maligno y arrebata lo que se había sembrado3.

Algunos, inclinados a un superficial optimismo, piensan que el mal es meramente una imperfección incidental en un mundo en continua evolución hacia días mejores. Sin embargo, la historia del hombre ha padecido la influencia del diablo. Hay rasgos presentes en nuestros días de una intensa malicia, que no se explican por la sola actuación humana. El demonio, en formas muy diversas, causa estragos en la Humanidad. Sin duda, «a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final»4. De tal manera que el demonio «provoca numerosos daños de naturaleza espiritual e, indirectamente, de naturaleza incluso física en los individuos y en la sociedad»5.

La actuación del demonio es misteriosa, real y eficaz. Desde los primeros siglos, los cristianos tuvieron conciencia de esa actividad diabólica. San Pedro advertía a los primeros cristianos: sed sobrios y estad en vela, porque vuestro enemigo el diablo anda girando alrededor de vosotros como león rugiente, en busca de presa que devorar. Resistidle firmes en la fe6.

Con Jesucristo ha quedado mermado el dominio del diablo, pues Él «nos ha liberado del poder de Satanás»7. Por razón de la obra redentora de Cristo, el demonio solo puede causar verdadero daño a quienes libremente le permitan hacérselo, consintiendo en el mal y alejándose de Dios.

El Señor se manifiesta en numerosos pasajes del Evangelio como vencedor del demonio, librando a muchos de la posesión diabólica. En Jesús está puesta nuestra confianza, y Él no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas8. El demonio tratará de «seducir y apartar el espíritu humano para que viole los preceptos de Dios, oscureciendo poco a poco el corazón de aquellos que tratan de servirle, con el propósito de que olviden al verdadero Dios, sirviéndole a él como si fuera el verdadero Dios»9. Y esto, siempre. De mil modos diferentes. Pero el Señor nos ha dado los medios para vencer en todas las tentaciones: nadie peca por necesidad. Consideremos, con hondura, en esta Cuaresma lo que esto significa.

Además, para librarnos del influjo diabólico, también ha dispuesto Dios un ángel que nos ayude y proteja. «Acude a tu Custodio, a la hora de la prueba, y te amparará contra el demonio y te traerá santas inspiraciones»10.

II. El demonio es un ser personal, real y concreto, de naturaleza espiritual e invisible, y que por su pecado se apartó de Dios para siempre, «porque el diablo y los otros demonios fueron creados por Dios naturalmente buenos; pero ellos, por sí mismos se hicieron malos»11. Es el padre de la mentira12, del pecado, de la discordia, de la desgracia, del odio, de lo absurdo y malo que hay en la tierra13. Es la serpiente astuta y envidiosa que trae la muerte al mundo14, el enemigo que siembra el mal en el corazón del hombre15, y al único que hemos de temer si no estamos cerca de Dios. Su único fin en el mundo, al que no ha renunciado, es nuestra perdición. Y cada día intentará llevar a cabo ese fin a través de todos los medios a su alcance. «Todo empezó con el rechazo de Dios y su reino, usurpando sus derechos soberanos y tratando de trastocar la economía de la salvación y el ordenamiento mismo de toda la creación. Un reflejo de esta actitud se encuentra en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: Seréis como dioses. Así el espíritu maligno trata de trasplantar en el hombre la actitud de rivalidad, de insubordinación a Dios y de oposición a Dios que ha venido a convertirse en la motivación de toda su existencia»16.

El demonio es el primer causante del mal y de los desconciertos y rupturas que se producen en las familias y en la sociedad. «Suponed, por ejemplo –dice el Cardenal Newman–, que sobre las calles de una populosa ciudad cayera de repente la oscuridad; podéis imaginar, sin que yo os lo cuente, el ruido y el clamor que se produciría. Transeúntes, carruajes, coches, caballos, todos se hallarían mezclados. Así es el estado del mundo. El espíritu maligno que actúa sobre los hijos de la incredulidad, el dios de este mundo, como dice San Pablo, ha cegado los ojos de los que no creen, y he aquí que se hallan forzados a reñir y discutir porque han perdido su camino; y disputan unos con otros, diciendo uno esto y otro aquello, porque no ven»17.

En sus tentaciones, el demonio utiliza el engaño, ya que solo puede presentar bienes falsos y una felicidad ficticia, que se torna siempre soledad y amargura. Fuera de Dios no existen, no pueden existir, ni el bien ni la felicidad verdaderos. Fuera de Dios solo hay oscuridad, vacío y la mayor de las tristezas. Pero el poder del demonio es limitado, y también él está bajo el dominio y la soberanía de Dios, que es el único Señor del universo.

El demonio –tampoco el ángel– no llega a penetrar en nuestra intimidad si nosotros no queremos. «Los espíritus inmundos no pueden conocer la naturaleza de nuestros pensamientos. Únicamente les es dado columbrarlos merced a indicios sensibles, o bien examinando nuestras disposiciones, nuestras palabras o las cosas hacia las cuales advierten una propensión por nuestra parte. En cambio, lo que no hemos exteriorizado y permanece oculto en nuestras almas, les es totalmente inaccesible. Incluso los mismos pensamientos que ellos nos sugieren, la acogida que les damos, la reacción que causan en nosotros, todo esto no lo conocen por la misma esencia del alma (...) sino, en todo caso, por los movimientos y manifestaciones externas»18.

El demonio no puede violentar nuestra libertad para inclinarla hacia el mal. «Es un hecho cierto que el demonio no puede seducir a nadie, si no es aquel que libremente le presta el consentimiento de su voluntad»19.

El santo Cura de Ars dice que «el demonio es un gran perro encadenado, que acosa, que mete mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes se le acercan demasiado»20. Con todo, «ningún poder humano puede compararse con el suyo, y solo el poder divino lo puede vencer y tan solo la luz divina puede desenmascarar sus artimañas.

»El alma que venza la potencia del demonio no lo podrá conseguir sin oración ni podrá entender sus engaños sin mortificación y sin humildad»21.

III. La vida de Jesús quedó resumida en los Hechos de los Apóstoles con estas palabras: Pasó haciendo el bien y librando a todos los oprimidos del demonio22. Y San Juan, tratando del motivo de la Encarnación, explica: Para esto vino el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo23.

Cristo es el verdadero vencedor del demonio: ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera24, dirá Jesús en la Última Cena, pocas hora antes de la Pasión. Dios «dispuso entrar en la historia humana de modo nuevo y definitivo, enviando a su Hijo en carne nuestra, a fin de arrancar por Él a los hombres del poder de las tinieblas y de Satanás»25.

El demonio, no obstante, continúa detentando cierto poder sobre el mundo en la medida en que los hombres rechazan los frutos de la redención. Tiene dominio sobre aquellos que, de una forma u otra, se entregan voluntariamente a él, prefiriendo el reino de las tinieblas al reino de la gracia26. Por eso no debe extrañarnos el ver, en tantas ocasiones, triunfar aquí el mal y quedar lesionada la justicia.

Nos debe dar gran confianza saber que el Señor nos ha dejado muchos medios para vencer y para vivir en el mundo con la paz y la alegría de un buen cristiano. Entre esos medios están: la oración, la mortificación, la frecuente recepción de la Sagrada Eucaristía y la Confesión, y el amor a la Virgen. Con Nuestra Señora estamos siempre seguros. El uso del agua bendita es también eficaz protección contra el influjo del diablo: «Me dices que por qué te recomiendo siempre, con tanto empeño, el uso diario del agua bendita. —Muchas razones te podría dar. Te bastará, de seguro, esta de la Santa de Ávila: “De ninguna cosa huyen más los demonios, para no tornar, que del agua bendita”»27.

Juan Pablo II nos exhorta a rezar dándonos más cuenta de lo que decimos en la última petición del Padrenuestro: «no nos dejes caer en la tentación, líbranos del Mal, del Maligno. Haz, oh Señor, que no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce aquel que ha sido infiel desde el comienzo»28. Nuestro esfuerzo en estos días de Cuaresma por mejorar la fidelidad a aquello que sabemos que Dios nos pide, es la mejor manifestación de que frente al Non serviam del demonio, queremos poner nuestro personal Serviam: Te serviré, Señor.

1 Cfr. Mt 4, 8-11. — 2 Mt 13, 25. — 3 Mt 13, 19. — 4 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 37. — 5 Juan Pablo II, Audiencia general, 20-VIII-1986. — 6 1 Pdr 5, 8. — 7 Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 6. — 8 Cfr. 1 Cor 10, 13. — 9 San Ireneo, Tratado contra las herejías, 5. — 10 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 567. — 11 Conc. Lateranense IV, 1215 DZ. 800 (428). — 12 Jn 8, 44. — 13 Cfr. Heb 2, 14. — 14 Cfr. Sab 2, 24. — 15 Cfr. Mt 13, 28-39. — 16 Juan Pablo II, Audiencia general, 13-VIII-1986. — 17 Card. J. H. Newman, Sermón para el Domingo II de Cuaresma. Mundo y pecado. — 18 Casiano, Colaciones, 7 — 19 Ibídem. — 20 Santo Cura de Ars, Sermón sobre las tentaciones. — 21 San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 3, 9. — 22 Hech, 10, 39. — 23 1 Jn 3, 8. — 24 Jn 12, 31. — 25 Conc. Vat. II, Decr. Ad gentes, 3. — 26 Cfr. Juan Pablo II, loc. cit. — 27 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 572. — 28 Juan Pablo II, loc. cit.
† Nota: Ediciones Palabra (poseedora de los derechos de autor) sólo nos ha autorizado a difundir la meditación diaria a usuarios concretos para su uso personal, y no desea su distribución por fotocopias u otras formas de distribución.

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

sábado, 12 de marzo de 2011

Paraules de Vida 13-03-11



Assolir la renovació personal i comunitària que tantes vegades desitgem, requereix del nostre esforç per disposar-nos per escoltar de nou la Paraula de Déu, puix aquí està la font que satisfà el nostre desig de renovació, que il·lumina la nostra vida, que ens porta a passar dels nostres interessos als de Crist, és a dir, a l'amor a Déu i als altres.

La Quaresma és temps de renovació. Ens condueix a la Pasqua, en la qual tota l'Església actualitza el pas de la mort a la vida, el nou naixement mitjançant la participació en la mort i resurrecció de Crist. La Quaresma és un camí joiós perquè ens duu a la renovació de les arrels que alimenten la nostra vida: “Pel baptisme heu estat sepultats amb Crist, i amb ell també heu ressuscitat, ja que heu cregut en l'acció poderosa de Déu que el va ressuscitar d'entre els morts” (cf.Col 2,12). La Quaresma ens disposa a la celebració de la Pasqua; promou la conversió a l'Evangeli; revifa la nostra identitat baptismal; crida a la celebració del perdó que solament Déu pot oferir; disposa a una participació viva i conseqüent de l'Eucaristia.

En aquest camí som cridats a ser deixebles oïdors de la Paraula del Senyor. Durant aquests diumenges de Quaresma ens acompanyaran les lectures que ens permetran aprofundir en l'estil de vida cristià, el qual no és possible sense l'amor a Crist i tot allò que Ell ens ha portat. Comencem escoltant, el primer diumenge, l'Evangeli de les temptacions. Jesús apareix davant els nostres ulls vencedor de satanàs, pare de la mentida; ens crida a mantenir el combat contra el mal i a fonamentar la nostra vida en Déu, font de tot amor. El segon diumenge de Quaresma escoltem l'evangeli de la Transfiguració del Senyor. Contemplem la imatge de Crist elevat a la glòria, en el moment en què va a iniciar la seva passió, que el durà a la mort en la Creu. És la memòria del nostre futur: la mort serà vençuda.

Els diumenges següents escoltem l'evangeli de Sant Joan, que ens presenta a la samaritana com a imatge de l'aigua viva i de l'Esperit que renova la nostra vida. El diumenge següent llegim la narració de la curació del cec de naixement. Un text que ens mostra les conseqüències del nostre Baptisme, que ens ha fet fills de la llum per viure com a fills de Déu i germans dels homes. Finalment, l'últim diumenge de Quaresma escoltem l'evangeli de la resurrecció de Llàtzer. És l'anunci de la gran novetat de la resurrecció de Crist i la promesa de la nostra.

La Quaresma serà temps de renovació si escoltem de nou la Paraula del Senyor.
† Javier Salinas Viñals

Bisbe de Tortosa

Paraules de Vida

Paraules de Vida
Cuaresma. Primer domingo

LAS TENTACIONES DE JESúS

— El Señor permite que seamos tentados para que crezcamos en las virtudes.

— Las tentaciones de Jesús. El demonio nos prueba de modo parecido.

— El Señor está siempre a nuestro lado. Armas para vencer.

I. «La Cuaresma conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación de esos años de predicación, que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. Cuarenta días de oración y de penitencia. Al terminar, tuvo lugar la escena que la liturgia de hoy ofrece a nuestra consideración, recogiéndola en el Evangelio de la Misa: las tentaciones de Cristo (Cfr. Mt 4, 1-11).

»Una escena llena de misterio, que el hombre pretende en vano entender –Dios que se somete a la tentación, que deja hacer al Maligno–, pero que puede ser meditada, pidiendo al Señor que nos haga saber la enseñanza que contiene»1.

Es la primera vez que interviene el diablo en la vida de Jesús y lo hace abiertamente. Pone a prueba a Nuestro Señor; quizá quiere averiguar si ha llegado ya la hora del Mesías. Jesús se lo permitió para darnos ejemplo de humildad y para enseñarnos a vencer las tentaciones que vamos a sufrir a lo largo de nuestra vida: «como el Señor todo lo hacía para nuestra enseñanza –dice San Juan Crisóstomo–, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate con el demonio, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por eso, como si no fuera de esperar»2. Si no contáramos con las tentaciones que hemos de padecer abriríamos la puerta a un gran enemigo: el desaliento y la tristeza.

Quería Jesús enseñarnos con su ejemplo que nadie debe creerse exento de padecer cualquier prueba. «Las tentaciones de Nuestro Señor son también las tentaciones de sus servidores de un modo individual. Pero su escala, naturalmente, es diferente: el demonio no va a ofreceros a vosotros ni a mí –dice Knox– todos los reinos del mundo. Conoce el mercado y, como buen vendedor, ofrece exactamente lo que calcula que el comprador tomará. Supongo que pensará, con bastante razón, que la mayor parte de nosotros podemos ser comprados por cinco mil libras al año, y una gran parte de nosotros por mucho menos. Tampoco nos ofrece sus condiciones de modo tan abierto, sino que sus ofertas vienen envueltas en toda especie de formas plausibles. Pero si ve la oportunidad no tarda mucho en señalarnos a vosotros y a mí cómo podemos conseguir aquello que queremos si aceptamos ser infieles a nosotros mismos y, en muchas ocasiones, si aceptamos ser infieles a nuestra fe católica»3.

El Señor, como se nos recuerda en el Prefacio de la Misa de hoy, nos enseña con su actuación cómo hemos de vencer las tentaciones y además quiere que saquemos provecho de las pruebas por las que vamos a pasar. Él «permite la tentación y se sirve de ella providencialmente para purificarte, para hacerte santo, para desligarte mejor de las cosas de la tierra, para llevarte a donde Él quiere y por donde Él quiere, para hacerte feliz en una vida que no sea cómoda, y para darte madurez, comprensión y eficacia en tu trabajo apostólico con las almas, y... sobre todo para hacerte humilde, muy humilde»4. Bienaventurado el varón que soporta la tentación –dice el Apóstol Santiago– porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman5.

II. El demonio tienta aprovechando las necesidades y debilidades de la naturaleza humana.

El Señor, después de haber pasado cuarenta días y cuarenta noches ayunando, debe encontrarse muy débil, y siente hambre como cualquier hombre en sus mismas circunstancias. Este es el momento en que se acerca el tentador con la proposición de que convierta las piedras que allí había en el pan que tanto necesita y desea.

Y Jesús «no solo rechaza el alimento que su cuerpo pedía, sino que aleja de sí una incitación mayor: la de usar del poder divino para remediar, si podemos hablar así, un problema personal (...).

»Generosidad del Señor que se ha humillado, que ha aceptado en pleno la condición humana, que no se sirve de su poder de Dios para huir de las dificultades o del esfuerzo. Que nos enseña a ser recios, a amar el trabajo, a apreciar la nobleza humana y divina de saborear las consecuencias del entregamiento»6.

Nos enseña también este pasaje del Evangelio a estar particularmente atentos, con nosotros mismos y con aquellos a quienes tenemos una mayor obligación de ayudar, en esos momentos de debilidad, de cansancio, cuando se está pasando una mala temporada, porque el demonio quizá intensifique entonces la tentación para que nuestras vidas tomen otros derroteros ajenos a la voluntad de Dios.

En la segunda tentación, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles de que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y le respondió Jesús: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.

Era en apariencia una tentación capciosa: si te niegas, demostrarás que no confías en Dios plenamente; si aceptas, le obligas a enviar, en provecho personal, a sus ángeles para que te salven. El demonio no sabe que Jesús no tendría necesidad de ángel alguno.

Una proposición parecida, y con un texto casi idéntico, oirá el Señor ya al final de su vida terrena: Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él7.

Cristo se niega a hacer milagros inútiles, por vanidad y vanagloria. Nosotros hemos de estar atentos para rechazar, en nuestro orden de cosas, tentaciones parecidas: el deseo de quedar bien, que puede surgir hasta en lo más santo; también debemos estar alerta ante falsas argumentaciones que pretendan basarse en la Sagrada Escritura, y no pedir (mucho menos exigir) pruebas o señales extraordinarias para creer, pues el Señor nos da gracias y testimonios suficientes que nos indican el camino de la fe en medio de nuestra vida ordinaria.

En la última de las tentaciones, el demonio ofrece a Jesús toda la gloria y el poder terreno que un hombre puede ambicionar. Le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: —Todas estas cosas te daré si postrándote delante de mí, me adoras. El Señor rechazó definitivamente al tentador.

El demonio promete siempre más de lo que puede dar. La felicidad está muy lejos de sus manos. Toda tentación es siempre un miserable engaño. Y para probarnos, el demonio cuenta con nuestras ambiciones. La peor de ellas es la de desear, a toda costa, la propia excelencia; el buscarnos a nosotros mismos sistemáticamente en las cosas que hacemos o proyectamos. Nuestro propio yo puede ser, en muchas ocasiones, el peor de los ídolos.

Tampoco podemos postrarnos ante las cosas materiales haciendo de ellas falsos dioses que nos esclavizarían. Los bienes materiales dejan de ser bienes si nos separan de Dios y de nuestros hermanos los hombres.

Tendremos que vigilar, en lucha constante, porque permanece en nosotros la tendencia a desear la gloria humana, a pesar de haberle dicho muchas veces al Señor que no queremos otra gloria que la suya. También a nosotros se dirige Jesús: Adorarás al Señor Dios tuyo; y a Él solo servirás. Y eso es lo que deseamos y pedimos: servir a Dios en la vocación a la que nos ha llamado.

III. El Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos dice: Confiad: Yo he vencido al mundo8. Y nosotros nos apoyamos en Él, porque, si no lo hiciéramos, poco conseguiríamos solos: Todo lo puedo en Aquel que me conforta9. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?10.

Podemos prevenir la tentación con la mortificación constante en el trabajo, al vivir la caridad, en la guarda de los sentidos internos y externos. Y junto a la mortificación, la oración: Velad y orad para no caer en la tentación11. También debemos prevenirla huyendo de las ocasiones de pecar por pequeñas que sean, pues el que ama el peligro perecerá en él12, y teniendo el tiempo bien ocupado, principalmente cumpliendo bien nuestros deberes profesionales, familiares y sociales.

Para combatir la tentación «habremos de repetir muchas veces y con confianza la petición del padrenuestro: no nos dejes caer en la tentación, concédenos la fuerza de permanecer fuertes en ella. Ya que el mismo Señor pone en nuestros labios tal plegaria, bien estará que la repitamos continuamente.

»Combatimos la tentación manifestándosela abiertamente al director espiritual, pues el manifestarla es ya casi vencerla. El que revela sus propias tentaciones al director espiritual puede estar seguro de que Dios otorga a este la gracia necesaria para dirigirle bien»13.

Contamos siempre con la gracia de Dios para vencer cualquier tentación. «Pero no olvides, amigo mío, que necesitas de armas para vencer en esta batalla espiritual. Y que tus armas han de ser estas: oración continua; sinceridad y franqueza con tu director espiritual; la Santísima Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia; un generoso espíritu de cristiana mortificación que te llevará a huir de las ocasiones y evitar el ocio; la humildad del corazón, y una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen: Consolatrix afflictorum et Refugium peccatorum, consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. Vuélvete siempre a Ella confiadamente y dile: Mater mea, fiducia mea; ¡Madre mía, confianza mía!»14.

1 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 61. — 2 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 13, 1. — 3 R. A. Knox, Sermones pastorales, p. 79. — 4 S. Canals, Ascética Meditada, 14ª ed., Madrid 1980, p. 127. — 5 Sant 1, 12. — 6 San Josemaría Escrivá, loc. cit. — 7 Mt 27, 42. — 8 Jn 16, 33. — 9 Flp 4, 13. — 10 Sal 26, 1. — 11 Mt 26, 41. — 12 Eccl 3, 27. — 13 B. Baur, En la intimidad con Dios, Herder. Barcelona 1975, 10ª ed., p. 121. — 14 S. Canals, o. c., p. 128

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal
Conversión, porque el Señor nos está esperando como al hijo pródigo, ahora que comienza la Cuaresma. ¡Ojalá!, todos nos acerquemos al Sacramento del perdón, el signo vivo del amor del Padre que nos abraza. La conversión consiste en creer en la muerte y resurrección de Jesús como realidades que se han dado para cada uno; es saber que solo de la mano de Cristo es posible conocer y vivir la riqueza de su amor. Conversión significa volver a Dios, reconocer nuestros pecados, saber que Él nos perdona y comenzar una nueva vida. Quien no ha experimentado el perdón tampoco sabe lo que es el amor de Dios, infinito y misericordioso. Este lugar y esta fecha, dentro de la novena de la Gracia, son especialmente propicios para gozar del amor de Dios en el Sacramento de la misericordia. Acercaos vosotros y animad a vuestros familiares y a vuestros amigos a acercarse a la fuente del Perdón.

Volvemos nuestra mirada a María, la madre de Jesús, ¡la madre de los jóvenes! La imagen de María de Javier que preside la iglesia que tenéis a vuestra espalda, donde San Francisco fue bautizado, recoge nuestra decisión y nos ayuda a ponerla en práctica.

Solemnidad de S. Francisco Javier. 3 de diciembre de 2010

Solemnidad de S. Francisco Javier. 3 de diciembre de 2010

Camino de Emaús - Cine y religión cristiana - Vida de Jesús

Camino de Emaús - Cine y religión cristiana - Vida de Jesús

Camino de Emaús - Francisco Cerro - Vía Crucis (Cristo de la Salud)

Camino de Emaús - Francisco Cerro - Vía Crucis (Cristo de la Salud)

Camino de Emaús - Vídeos - Cántico de las criaturas (San Francisco)

Camino de Emaús - Vídeos - Cántico de las criaturas (San Francisco)
Vosotros sois mis amigos

+ FRANCISCO CERRO CHAVES

Obispo de Coria-Cáceres
Fuente: Alfa y Omega
Jesús (Gregorio Domínguez)
Aquel hombre que viajaba en avión presumía de cuantos amigos tenía. Hablaba de miles. El que estaba a su lado, en el asiento, le comentó:

«¿Me deja usted que le haga cuatro preguntas para descubrir verdaderamente cuántos amigos tiene? La primera es a cuántos invitaría a su boda». Le respondió que a unos quinientos, a lo que le contestó el que le preguntaba: «Ya se ha rebajado un poco la cifra de amigos que dice que tiene. La segunda pregunta es a quiénes invitaría al bautizo de su primer hijo». Respondió que a unos setenta. Lo cual bajó, también, sensiblemente la cifra de amigos que decía tener. Luego le preguntó que a quién comunicaría que le habían diagnosticado una enfermedad grave. Respondió que a unos cinco. Por último le dijo: «¿A cuántos le gustaría hablar poco antes de morir?» Respondió que a dos o tres. Entonces, le dijo el compañero de asiento: «Éstos últimos son, verdaderamente, los amigos que usted tiene».


Jesús nos llama amigos. Jesús es el Amigo que nunca falla. Si nos ha demostrado su amor de pasión muriendo, nos demuestra que nos ama como Amigo resucitado, porque su amistad es vivir para el servicio del otro. Es verdad lo que decía aquel refrán árabe: Se podrá olvidar al amigo con quien reíste, pero nunca con el que lloraste. La amistad de Jesús es una amistad real. Él es el amigo que no falta a la cita, que se encuentra siempre disponible, que nunca se desentiende, que aguanta y nos acepta como somos y hasta el último momento.


Jesús quiere una amistad y un amor como Él nos ha amado. Esto es impresionante y muy consolador. Es amigo siempre porque nos ama con toda la fuerza de su Corazón redentor y porque nos invita a querer siempre a los que Dios pone en nuestro camino. Nos llama a hacernos de verdad amigos de verdad de los que nos acompañan en el camino de la vida. El hombre de hoy, sobre todo los jóvenes, no sabe distinguir entre admiración y amistad. Compruebo que muchos jóvenes llaman amigos a los que admiran. No es así. La amistad exige mucho más que la admiración. Podemos admirar a Jesús. ¡Es admirable! Pero la realidad es mucho más rica, ¡es amigo de verdad!

Esa amistad exige conocimiento mutuo, exige ponerse en lugar del otro, estar a las duras y a las maduras. Los buenos amigos son como el buen vino, conforme pasa el tiempo se hace de más calidad, de mejor sabor.


Jesús es Amigo y nos recuerda que el mandamiento nuevo, el que nos ha traído toda la novedad del Evangelio, tiene mucho que ver con su manera de amistad: Como Yo os he amado. Vosotros sois mis amigos, nos dice Jesús, y de pronto estalla en nuestro corazón la alegría de ser su amigo para siempre.

Camino de Emaús - Espiritualidad

Camino de Emaús - Espiritualidad

Canciones de misa - Cantos para la Eucaristía - El Señor Dios nos amó - A - Canciones de misa I - Canciones de misa

Canciones de misa - Cantos para la Eucaristía - El Señor Dios nos amó - A - Canciones de misa I - Canciones de misa

YouTube - Padre Nuestro de la Vida - Brotes de Olivo: padrenuestro.net

YouTube - Padre Nuestro de la Vida - Brotes de Olivo: padrenuestro.net

HERMANA GLENDA

HERMANA GLENDA

Camino de Emaús - Música cristiana

Camino de Emaús - Música cristiana

Camino de Emaús - Vídeos

Camino de Emaús - Vídeos