sábado, 17 de enero de 2009

DIOS EXISTE Y ALGUIEN ME LO HA DICHO


Primer Libro de Samuel 3,3-10.19.
La lámpara de Dios aún no se había apagado, y Samuel estaba acostado en el Templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios.
El Señor llamó a Samuel, y él respondió: "Aquí estoy".
Samuel fue corriendo adonde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy, porque me has llamado". Pero Elí le dijo: "Yo no te llamé; vuelve a acostarte". Y él se fue a acostar.
El Señor llamó a Samuel una vez más. El se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy, porque me has llamado". Elí le respondió: "Yo no te llamé, hijo mío; vuelve a acostarte".
Samuel aún no conocía al Señor, y la palabra del Señor todavía no le había sido revelada.
El Señor llamó a Samuel por tercera vez. El se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy, porque me has llamado". Entonces Elí comprendió que era el Señor el que llamaba al joven,
y dijo a Samuel: "Ve a acostarte, y si alguien te llama, tú dirás: Habla, Señor, porque tu servidor escucha". Y Samuel fue a acostarse en su sitio.
Entonces vino el Señor, se detuvo, y llamó como las otras veces: "¡Samuel, Samuel!". El respondió: "Habla, porque tu servidor escucha".
Samuel creció; el Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras.
Salmo 40,2.4.7-8.8-9.10.
Esperé confiadamente en el Señor: él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor.
Puso en mi boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios. Muchos, al ver esto, temerán y confiarán en el Señor.
Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no pediste holocaustos ni sacrificios,
entonces dije: "Aquí estoy.
entonces dije: "Aquí estoy.
En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón".
Proclamé gozosamente tu justicia en la gran asamblea; no, no mantuve cerrados mis labios, tú lo sabes, Señor.
Carta I de San Pablo a los Corintios 6,13-15.17-20.
Los alimentos son para el estómago y el estómago para los alimentos, y Dios destruirá a ambos. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo.
Y Dios que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros con su poder.
¿No saben acaso que sus cuerpos son miembros de Cristo? ¿Cómo voy a tomar los miembros de Cristo para convertirlos en miembros de una prostituta? De ninguna manera.
En cambio, el que se une al Señor se hace un solo espíritu con él.
Eviten la fornicación. Cualquier otro pecado cometido por el hombre es exterior a su cuerpo, pero el que fornica peca contra su propio cuerpo.
¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen,
sino que han sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos.
Evangelio según San Juan 1,35-42.
Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos
y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: "Este es el Cordero de Dios".
Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.
El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: "¿Qué quieren?". Ellos le respondieron: "Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?".
"Vengan y lo verán", les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.
Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro.
Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías", que traducido significa Cristo.
Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas", que traducido significa Pedro. 
 


San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia
Sermones sobre el evangelio de san Juan, nº 7


«Se quedaron con él aquel día»

     «Juan estaba allí con dos de sus discípulos.» Juan era tan «amigo del Esposo» que no buscaba su propia gloria; simplemente daba testimonio de la verdad (Jn 3, 29.26). ¿Acaso sueña retener a sus discípulos y privarles de que sigan al Señor? De ninguna manera, sino que él mismo les muestra al que han de seguir... Y les declara: «¿Por qué queréis seguir a mi lado? Yo no soy el Cordero de Dios. Éste es el Cordero de Dios... Éste es el que quita el pecado del mundo.»
 Escuchando estas palabras, los dos discípulos que estaban con Juan siguieron a Jesús. «Y Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les preguntó: '¿Qué buscáis?' Ellos le contestaron: 'Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» Y todavía no le siguieron de manera definitiva; sabemos que le siguieron cuando les llamó para que dejaran sus barcas..., cuando les dijo: «Seguidme, y os haré pescadores de hombres» (Mt 4,19). Es a partir de este momento que le siguieron y ya no lo dejaron nunca más. De momento querían ver dónde vivía Jesús, y poner en práctica esta palabra de la Escritura: «Si ves un hombre prudente, madruga a seguirle, que gaste tu pie el umbral de su puerta. Medita en los preceptos del Señor, aplícate sin cesar a sus mandamientos» (Sir 6,36). Jesús, pues, les enseño donde vivía; vinieron y se quedaron con él. ¡Qué día más dichoso pasaron! ¡Qué noche más feliz! ¿Quién nos dirá lo que escucharon de la boca del Señor? También nosotros podemos construir una mansión en nuestro corazón, construyamos una casa en la que Cristo pueda venir a enseñarnos y conversar con nosotros.


sábado 17 Enero 2009
Comentario a Lucas, 5, 23.27
San Antonio
Carta a los Hebreos 4,12-16.
Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
Ninguna cosa creada escapa a su vista, sino que todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas.
Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe.
Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado.
Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.
Salmo 19,8.9.10.15.
La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple.
Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos.
La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos.
¡Ojalá sean de tu agrado las palabras de mi boca, y lleguen hasta ti mis pensamientos, Señor, mi Roca y mi redentor!
Evangelio según San Marcos 2,13-17.
Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba.
Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían.
Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: "¿Por qué come con publicanos y pecadores?".
Jesús, que había oído, les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".


San Antonio  Abad,(251-356)
Es conocido con distintos apelativos. San Antonio de Egipto, pues allí nació, cerca de Menfis, el año 251. San Antonio del Desierto, pues al desierto se retiró para seguir a Cristo. San Antonio el Grande, por el inmenso influjo de su ascética, tanto por su caridad en atender al prójimo, como por su fortaleza frente a las tentaciones del demonio, tema que con frecuencia han reflejado en sus cuadros los pintores.
Pero el nombre que le distingue sobre todo es San Antonio abad. Abad significa padre, y entre todos los abades  que hemos celebrado esta semana, Antonio fue por antonomasia el abad, el padre de los monjes. San Pacomio había iniciado el movimiento de convertir a los solitarios anacoretas en cenobita, agrupándolos en monasterios de vida común. San Antonio fue escogido por la Providencia para consolidar el cenobitismo.
Antonio es un caso ejemplar de tomar la palabra de Dios como dirigida expresamente a cada uno de los oyentes. "Hoy se cumple esta palabra entre vosotros", había dicho Jesús. Así la cumplió San Antonio. Su vida la conocemos bien, gracias a su confidente y biógrafo San Atanasio, obispo de Alejandría, a quien dejaría en herencia su túnica. Es la primera hagiografía que se conoce, obra muy bien recibida por el mundo romano.
Sus padres le habían dejado una copiosa herencia y el encargo de cuidar de su hermana menor. Un día entró en la iglesia cuando el sacerdote leía: "Ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres". Otro día oyó decir: "No os agobiéis por el mañana". Y se comprometió a vivirlo sin dilación. Confió su hermana a un grupo de vírgenes que vivían los consejos evangélicos, y él dejó sus tierras a sus convecinos, vendió sus muebles, se despojó de todo, rompió las cadenas que le sujetaban y se marchó al desierto.
El último medio siglo de su vida -vivió 105 años- residió en el monte Colzum, cerca del mar Rojo. Amante de la soledad, allí vivía en una pequeña laura, entre largos ayunos y oraciones, y haciendo esteras para no caer en la ociosidad. Así se defendía contra los violentos ataques del demonio, que no le dejaba un momento de reposo. Es el ambiguo valor del desierto, lugar propicio para el encuentro con Dios y para las tentaciones del maligno. Antonio es un magnífico ejemplo para vencer las tentaciones.
Muy pronto encontró imitadores. Un enjambre de lauras individuales fueron pobladas por fieles seguidores que querían vivir cerca de aquella regla viva. Se reunían para celebrar juntos los divinos oficios. De este modo compaginaban el silencio y soledad con la vida común. Sólo salió de allí para ayudar a su amigo Atanasio en la lucha contra los herejes, y cuando fue a conocer a Pablo el ermitaño. Se saludaron por su nombre, se abrazaron y ese día trajo el cuervo de Pablo doble ración de pan.
Se le atribuyen muchos milagros. Pero él los rehuía. A Dídimo el Ciego le repite: No debe dolerse de no tener ojos, que nos son comunes con las moscas, quien puede alegrarse de tener la luz de los santos, la luz del alma.
Es el Santo taumaturgo que no sólo es invocado a favor de los hombres, sino también de los animales, que aún son bendecidos el día de San Antonio en muchos sitios. Era costumbre en las familias alimentar un lechón porcino para los pobres, que se distribuía el día del Santo, y terminará acompañando la imagen misma de San Antonio. Cargado de méritos, famoso por sus milagros y acompañado del cariño, subió al cielo el Santo Abad el 17 de enero del año de gracia 356.


 oremos
Señor, tú que inspiraste a San Antonio Abad el deseo de retirarse al desierto para servirte allí con una vida admirable, haz que, por su intercesión, tengamos la fuerza de renunciar a todo lo que nos separe de ti y sepamos amarte por encima de todo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. 


San Ambrosio (hacia 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Comentario a Lucas, 5, 23.27


«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos»

     Dice el apóstol Pablo: «Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo» (Col 3, 9-10)... Ésta ha sido la obra que Cristo llevó a cabo llamando a Leví; le ha devuelto su verdadero rostro y ha hecho de él un hombre nuevo. Es también por este título de hombre nuevo que el antiguo publicano ofrece a Cristo un banquete, porque Cristo se complace en él y merece tener su parte de felicidad estando con Cristo... Desde aquel momento le siguió feliz, alegre, desbordante de gozo.
     «Ya no me comporto como un publicano, decía; ya no soy el viejo Leví; me he despojado de Leví revistiéndome de Cristo. Huyó de mi vida primera; sólo quiero seguirte a ti, Señor Jesús, que curas mis heridas. ¿Quién me separará del amor de Dios que hay en ti? ¿la tribulación? ¿la angustia? ¿el hambre? (Rm 8,35). Estoy unido a ti por la fe como si fuera con clavos, me has sujetado con las buenas trabas del amor. Todos tus mandatos serán como un cauterio que llevaré aplicado sobre mi herida; el remedio muerde, pero quita la infección de la úlcera. Corta, Señor, con tu espada poderosa la podredumbre de mis pecados; ven pronto a cortar las pasiones escondidas, secretas, variadas. Purifica cualquier infección con el baño nuevo.
     «Escuchadme, hombres pegados a la tierra, los que tenéis el pensamiento embotado por vuestros pecados. También yo, Leví, estaba herido por pasiones semejantes. Pero he encontrado a un médico que habita en el cielo y que derrama sus remedios sobre la tierra. Sólo él puede curar mis heridas porque él no tiene esas heridas; sólo él puede quitar al corazón su dolor y al alma su languidez, porque conoce todo lo que está escondido.»  


San Marcelo I viernes 16 Enero 2009
Carta a los Hebreos 4,1-5.11.
Temamos, entonces, mientras permanece en vigor la promesa de entrar en el Reposo de Dios, no sea que alguno de ustedes se vea excluido.
Porque también nosotros, como ellos, hemos recibido una buena noticia; pero la Palabra que ellos oyeron no les sirvió de nada, porque no se unieron por la fe a aquellos que la aceptaron.
Nosotros, en cambio, los que hemos creído, vamos hacia aquel Reposo del cual se dijo: Entonces juré en mi indignación: Jamás entrarán en mi Reposo. En realidad, las obras de Dio estaban concluidas desde la creación del mundo,
ya que en cierto pasaje se dice acerca del séptimo día de la creación: Y Dios descansó de todas sus obras en el séptimo día;
y en este, a su vez, se dice: Jamás entrarán en mi Reposo.
Esforcémonos, entonces, por entrar en ese Reposo, a fin de que nadie caiga imitando aquel ejemplo de desobediencia.
Salmo 78,3.4.6-7.8.
Lo que hemos oído y aprendido, lo que nos contaron nuestros padres,
no queremos ocultarlo a nuestros hijos, lo narraremos a la próxima generación: son las glorias del Señor y su poder, las maravillas que él realizó.
Así las aprenderán las generaciones futuras y los hijos que nacerán después; y podrán contarlas a sus propios hijos,
para que pongan su confianza en Dios, para que no se olviden de sus proezas y observen sus mandamientos.
Así no serán como sus padres, una raza obstinada y rebelde, una raza de corazón inconstante y de espíritu infiel a Dios:
Evangelio según San Marcos 2,1-12.
Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa.
Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.
Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres.
Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico.
Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados".
Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior:
"¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?"
Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué están pensando?
¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate, toma tu camilla y camina'?
Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados
-dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".
El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto nada igual".


 Catecismo de la Iglesia católica  § 976-982   jueves 15 Enero 2009
San Pablo de Tebas ,   San Arnoldo Janssen ,   San Juan Calibita
Carta a los Hebreos 3,7-14.
Por lo tanto, como dice el Espíritu Santo: Si hoy escuchan su voz,
no endurezcan su corazón como en el tiempo de la Rebelión, el día de la Tentación en el desierto,
cuando sus padres me tentaron poniéndome a prueba, aunque habían visto mis obras
durante cuarenta años. Por eso me irrité contra aquella generación, y dije: Su corazón está siempre extraviado y no han conocido mis caminos.
Entonces juré en mi indignación: jamás entrarán en mi Reposo.
Tengan cuidado, hermanos, no sea que alguno de ustedes tenga un corazón tan malo que se aparte del Dios viviente por su incredulidad.
Antes bien, anímense mutuamente cada día mientras dure este hoy, a fin de que nadie se endurezca, seducido por el pecado.
Porque hemos llegado a ser partícipes de Cristo, con tal que mantengamos firmemente hasta el fin nuestra actitud inicial.
Salmo 95(94),6-7.8-9.10-11.
¡Entren, inclinémonos para adorarlo! ¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó!
Porque él es nuestro Dios, y nosotros, el pueblo que él apacienta, las ovejas conducidas por su mano. Ojalá hoy escuchen la voz del Señor:
"No endurezcan su corazón como en Meribá, como en el día de Masá, en el desierto,
cuando sus padres me tentaron y provocaron, aunque habían visto mis obras.
Cuarenta años me disgustó esa generación, hasta que dije: "Es un pueblo de corazón extraviado, que no conoce mis caminos".
Por eso juré en mi indignación: "Jamás entrarán en mi Reposo".
Evangelio según San Marcos 1,40-45.
Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme".
Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".
En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:
"No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.


«Hijo, tus pecados quedan perdonados»

     «Creo en el perdón de los pecados»: el Símbolo de los apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a los apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22-23).
     «Un solo bautismo para el perdón de los pecados»: Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al bautismo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará» (Mc 16,15-16). El bautismo es el primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, a fin de que «vivamos también una vida nueva» (Rm 4,25; 6,4). «En el momento en que hacemos nuestra primera profesión de fe, al recibir el santo bautismo que nos purifica, es tan pleno y tan completo el perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente nada para borrar, sea de la falta original, sea de las faltas cometidas por nuestra propia voluntad, ni ninguna pena que sufrir para expiarlas... Sin embargo, la gracia del bautismo no libra a la persona de todas las debilidades de la naturaleza. Al contrario, todavía nosotros tenemos que combatir los movimientos de la concupiscencia que no cesan de llevarnos al mal.»
     «En este combate contra la inclinación al mal ¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante para evitar toda herida del pecado?... Era necesario, pues, que la Iglesia fuese capaz de perdonar los pecados a todos los penitentes, incluso si hubieran pecado hasta en el último momento de su vida.» Por medio del sacramento de la penitencia, el bautizado puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia...
     No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar. «No hay nadie, tan perverso y tan culpable, que no deba esperar con confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea sincero.» Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado.


Narración de tres compañeros de san Francisco de Asís (hacia 1244)


San Francisco cura de sus miedos a un leproso

     Un día, cuando el joven Francisco montaba a caballo cerca de Asís, se le acercó un leproso. Normalmente Francisco sentía horror hacia los leprosos, y por eso tuvo que hacerse violencia; bajó del caballo y le dio una moneda de plata besándole al mismo tiempo la mano. Después de recibir del leproso un beso de paz, volvió a montar al caballo y siguió su camino. A partir de este momento fue superándose cada vez más hasta llegar a una completa victoria sobre sí mismo por la gracia de Dios.
     Unos días más tarde, habiéndose provisto de muchas monedas, se dirigió al hospicio de los leprosos y, habiéndolos reunido a todos, dio a cada una limosna besándole la mano al mismo tiempo. Al regresar, fue exactamente así: lo que antes se le hacía amargo –es decir, ver y tocar a los leprosos- se le había convertido en dulzura. Ver a los leprosos, tal como él mismo lo había dicho,  le era hasta tal punto penoso que no tan sólo rechazaba verlos sino que ni tan sólo podía acercarse a su habitación; si alguna vez los veía o pasaba cerca de la leprosería... giraba su rostro y se tapaba la nariz. Pero la gracia de Dios hizo que los leprosos le fueran hasta tal punto familiares que, como dice él mismo en su Testamento, vivía entre ellos y les servía humildemente. La visita a los leprosos le había transformado.


 Evangelio según San Marcos 1,29-39.
Cuando salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato.
El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados,
y la ciudad entera se reunió delante de la puerta.
Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.
Simón salió a buscarlo con sus compañeros,
y cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te andan buscando".
El les respondió: "Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido".
Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.
San Isaac, el Sirio (siglo VII) monje cerca de Mosul  Sermones ascéticos.


«Jesús se levantó de madrugada, y se marchó al descampado»

     Nada ayuda tanto a que el alma se vuelva tan pura y gozosa, ni nada la ilumina y la aleja tanto de los malos pensamientos como estar en vela. Por esta razón todos nuestros padres han perseverado en este trabajo de las vigilias y han adoptado como regla, a lo largo de su vida ascética, permanecer vigilantes por la noche. Especialmente lo han hecho porque habían oído de nuestro Salvador una invitación constante y en distintos lugares por su Palabra viviente: «Estad siempre despiertos y pedid en toda ocasión» (Lc 21,36); «Velad y orad para no caer en tentación» (Mt 26,41); y también: «Orad sin cesar» (1Tes 5,17).
     Y no se contentó con decírnoslo con sólo sus palabras. Nos dio también ejemplo con su persona poniendo la práctica de la oración por encima de toda otra cosa. Es por esto que constantemente se iba a un lugar solitario para orar, y eso no de manera arbitraria, sino escogiendo el tiempo de la noche y en lugar desierto, a fin de que también nosotros, evitando las multitudes y el tumulto, seamos capaces de orar en soledad.
 Por esta razón nuestros padres han recibido, en lo que se refiere a la oración, esta alta enseñanza  como si viniera del mismo Cristo. Escogieron velar en oración según la orden del apóstol Pablo a fin de poder, ante todo, permanecer sin ninguna interrupción junto a Dios a través de la oración continua... Ninguna cosa que venga desde fuera no les afecta ni altera la pureza de su intelecto, lo cual impediría que estas vigilias les llenaran de gozo y fueran la luz del alma.


DIOS EXISTE Y ALGUIEN ME LO HA DICHO


por   Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona-Tudela   18 de enero 2009 


Hace unos años, en mis primeros pasos como sacerdote, recuerdo que pasando un día por el camino lateral de un Cementerio y celebrando la fiesta de Todos los Santos a alguien se le ocurrió pintar en el muro: "La Vida eterna no existe". Al día siguiente otro escribió debajo: "Y tú ¿qué sabes?" Ante ciertas afirmaciones conviene siempre dar razones por las que uno cree o no cree. La razón es una luz que nos conduce en el camino de la vida y ella tiene también interrogantes a los que se debe responder con autoridad. Cuando a uno le cuesta creer en Dios no es momento de rechazo, por parte del que cree, sino de espera. La fe no es una imposición sino una gracia que viene dada por Aquel en el que confiamos y amamos.



Muchas veces he narrado la experiencia que tuve un día con un joven que me abordó y me dijo: "Soy ateo y esto es irreversible". Lo escuché y cuando acabó de hablar le interpelé: "No olvides lo que te voy a decir: un día en ‘un cambio de rasante’ o ‘a la vuelta de una esquina’ la más insospechada… te encontrarás con Dios". Dios tiene el momento oportuno para cada uno y por ello hemos de tener la esperanza de que Dios se hará el encontradizo con todos. Aun aquellos que siempre, en vida, negaron a Dios, al final lo afirmaron; ahí tenemos la experiencia de tantos sabios, políticos, filósofos, literatos… Dios es un Padre que nunca abandona a sus hijos, los deja libres pero siempre les ofrece las manos de su acogida como al "hijo pródigo".



La fe no se basa en razonamientos más o menos fundados en ideologías sino en la experiencia de un estilo de vivir y razonar que se pone al servicio de una Persona que es Jesucristo, él es la máxima autoridad que nos lleva a creer, a esperar y a amar. De ahí que la fe es el regalo más grande que hemos recibido en nuestra vida y sin méritos por nuestra parte. Me encontré con Cristo en mi niñez y no sabría decir cómo pudo suceder pero sí puedo decir que me llenó el corazón, no puedo decir que fuera una aparición extraña, porque no lo fue, pero sí que me encontré con una Amigo invisible pero más perceptible y más real que mi propia vida.



Ha sido el Amigo que nunca me ha fallado y nunca me ha dejado en la estacada sólo y abandonado. Incluso en los momentos más frágiles él siempre me alienta y fortalece; en los momentos de enfermedad, y han sido varios, ha estado a mi lado aliviándome. ¿Cómo no voy a creer en Alguien que ha dado la vida por mí? Con él encuentro sentido a mi fe y a él le presento a aquellos que aún no creen y le pido para que un día se encuentren con su amor y les llene con el gozo de la amistad de este Amigo que nunca abandona. Dios existe y Alguien me lo ha dicho y me lo ha demostrado con su inmenso amor. Este Alguien tiene un nombre: Jesucristo. El amor de Dios es el único que puede convencer puesto que sólo el amor tiene razones que la razón no puede dar por sí misma.


FIESTA DE LA MATERNIDAD DIVINA DE NUESTRA SEÑORA


y  JORNADA DE LA PAZ


1.- Salve, María, Madre de Dios, veneradísimo tesoro de todo el orbe.


Así comenzó San Cirilo de Alejandría su mensaje al terminar el Concilio de Éfeso (año 430 d.C.), cuando la Iglesia declaró solemnemente la maternidad divina de nuestra Señora. María es la Madre de Dios (Theotókos) porque es madre de Jesús que, además de ser hombre, es verdadero Dios. Ella es la más excelsa entre las mujeres porque ha sido elegida para llevar en su seno al Hijo del Eterno Padre. San Pablo lo expresaba con lenguaje profundo y muy humano al dirigirse a los Gálatas de esta manera: "Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley" (Ga 4,4). A esta Mujer nosotros le tributamos el honor y el cariño que merece, porque la que es Madre de Dios, es también madre nuestra.

En estos días de comienzo del año nos deseamos unos a otros felicidades y bienestar. A los buenos deseos quiero unirme haciendo mía la bendición que Moisés impartía a los hijos de Israel y que recoge la liturgia de hoy: "Que el Señor te bendiga y te proteja; que se fije en ti y te conceda la paz". Bendecir en el lenguaje de la Biblia significa "decir bien una palabra", y cuando es Dios quien bendice, su palabra es eficaz, se cumple: "Dijo Dios: haya luz. Y hubo luz" (Gn 1,3). Significa también establecer la identidad de lo bendecido y darle fecundidad y eficacia: "Y bendijo Dios al hombre y a la mujer y les dijo: Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla" (Gn 1,28). Con estas sencillas palabras queda claro que todos los seres humanos somos fruto de la bendición divina. Esa misma bendición imploro para cada uno de vosotros, para que el Señor os conceda bienes materiales y espirituales, y os alcance la paz.


2.- Una forma de concretar este deseo de paz es la Jornada de la Paz que viene celebrándose desde 1968, cuando Pablo VI al finalizar el Concilio Vaticano II la instituyó para toda la Iglesia; es un día para pedir intensamente por la paz entre las naciones, entre los miembros de la familia y, en primer lugar, entre cada persona y Dios, porque la ruptura con Él es el origen de toda discordia. ¡Cómo me gustaría que este nuevo año cada uno nos reconciliáramos con Dios! Deseo que este año 2009 se siga potenciando el Sacramento del Amor Misericordioso de Dios y así todos gozar y lucrarnos del Jubileo Paulino.


El Santo Padre ha titulado el mensaje acostumbrado para esta fecha del modo siguiente: "Combatir la pobreza, construir la paz". Convencido de que la pobreza está en la base de muchos conflictos armados y de que estos agravan las situaciones de penuria y aumentan las diferencias entre ricos y pobre, propone fijar la atención y poner soluciones justas a las situaciones que hoy se muestran con especial crudeza. La más grave es la falta de principios morales: "Hay pobrezas inmateriales, dice, que no son consecuencia directa y automática de carencias materiales", sino que nacen del olvido o desprecio de la dignidad trascendente de la persona. Denuncia, como consecuencia de esa falta de principios morales, el "exterminio de millones de niños no nacidos en nombre de la lucha contra la pobreza". Pone también en evidencia los chantajes a los que son sometidos algunos países por parte "de quienes condicionan las ayudas económicas a la puesta en práctica de políticas contrarias a la vida" y señala que es difícil combatir el SIDA "si no se afrontan los problemas morales con los que está relacionada la difusión del virus". Un tercer ámbito sobre el que el Santo Padre llama la atención es la pobreza de los niños, ya que "casi la mitad de quienes viven en la pobreza absoluta son niños". Concluye Benedicto XVI con una invitación "a cada discípulo de Cristo, así como a toda persona de buena voluntad, para que ensanche su corazón hacia las necesidades de los pobres, haciendo cuanto le sea posible para salir a su encuentro".


Volvamos de nuevo los ojos a Santa María, Madre de Dios, para invocarla con la oración que han repetido tantos cristianos, hermanos nuestros, y nosotros mismo desde nuestra infancia: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén"


Os deseo a todos los diocesanos: ¡¡¡FELIZ AÑO 2009!!!


ADORACION EUCARISTICA PERPETUA


por   Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona-Tudela  25 de mayo 2008


Hace pocos días escribía una carta a todos los que han aceptado ser adoradores del Santísimo Sacramento. El día del Corpus Christi se inaugurará, en la Capilla de la Basílica Menor de San Ignacio en Pamplona, lo que va a ser el "lugar sagrado permanente" de la presencia viva de Cristo que nos prometió permanecer para siempre en medio de nosotros. Les dirigí estas palabras de agradecimiento y aliento.


 "Con especial alegría os agradezco que hayáis escuchado la llamada a la adoración perpetua de Jesús en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía y en su nombre os agradezco este gran detalle que habéis tenido al dedicar un tiempo de la semana para estar a su lado y adorarlo profundamente.


 Vuestra respuesta generosa, además de llevar frutos abundantes en la vida personal, será un precioso servicio que daréis al Señor, a la Iglesia y a la sociedad. Vuestra oración silenciosa y constante ante Él gritará al mundo que su Presencia Real está en medio de nosotros y os haréis testigos del Resucitado y profetas de la Eucaristía.


 Esta maravillosa cadena de oración permanente, día y noche, hará que otros muchos hermanos, gracias a vuestra disponibilidad, serán conducidos al Señor y descubrirán su presencia benéfica en sus vidas y en sus trabajos. Estoy seguro que habrá muchas conversiones al Señor.


 Ser adorador significa vivir a Jesús en la oración por los hermanos y a encontrar en Él la fuerza para llegar a ellos, a sus vidas, con el anuncio del amor de Dios y con la solidaria fraternidad en la caridad. La Eucaristía cobija a los pobres y a los pobres hemos de tener en el centro de la misma. Espero que la Caridad en Cristo nos lleve a cuidar la Caridad en los pobres.


 Es mi deseo que podáis redescubrir con estupor el don inestimable de la Presencia Real de Jesús que se hace Pan de Vida en este Sacramento, que de Él podáis nutriros y saciaros y que la comunión con Él os vuelva portadores de la Buena Noticia, discípulos que viven por el Maestro en favor de los hermanos.


 Pido a María bajo tantas advocaciones en nuestra Diócesis que, como Madre, os conduzca al Señor con dulzura y sea la Maestra que os enseñe a mirar, escuchar, alabar y a vivir en Jesucristo durante los momentos de adoración".


ADORAR A DIOS

por   Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona-Tudela 7 de septiembre 2008


 El sentido de la adoración existe desde los comienzos de la creación y de una forma o de otra el ser humano ha sabido justificar los distintos momentos en los que su vida se inclinaba profundamente ante Dios. Las manifestaciones externas pueden ser varias y ahí tenemos a los santos que han utilizado los gestos del cuerpo como lenguaje de adoración y oración. Cuando se estudia las formas de rezar, la variedad es tan amplia como orantes. Pero lo que no se puede discutir y es una constante que se da en ellos: la adoración a Dios como al único que se le puede rendir culto. La misma liturgia va desarrollándose con gestos que expresan el estilo y el lenguaje para dirigirse a Dios. Las posturas que ejercita el cuerpo de rodillas, de píe, inclinado o sentado son manifestaciones filiales a un Padre que nos ama y al que amamos.


 Muchas veces se suele decir que a Dios hay que tratarlo como a otro por igual. Ciertamente que él se "abajó" para hacerse cercano a nosotros pero esto nos motiva para que ante él seamos deferentes y humildes para abajarnos nosotros también. Las manifestaciones y posturas son importantes en tanto en cuanto, como dice San Juan de la Cruz: "Para enamorarse Dios del alma, no pone los ojos en su grandeza, sino en la grandeza de su humildad". Cuando nos ponemos de rodillas no es para manifestarnos ante él de forma servil sino para ensalzar que la única "grandeza es la humildad". En una sociedad donde se ha perdido, en muchos momentos, el sentido de la educación y del respeto es lógico que con un afán de falsa liberación reivindique sus formas para aplicarlas a las relaciones aún en las más sagradas. No es más sencillo quien exterioriza formas esteriotipadas sino quien se humilla.


 Adorar a Dios presupone una gran nobleza interior para que el espíritu se recree en el único Señor, es decir, el único que sostiene la creación y que se hace amigo del ser humano como un padre lo hace con sus hijos. Recuerdo con mucho agrado la experiencia que tuve con Juan Pablo II rezando en su Capilla, en el Palacio Apostólico del Vaticano. Habíamos comido con él un grupo de obispos y posteriormente, el Papa estaba bastante torpe, se sujetó a mí brazo y nos llevó a rezar al oratorio ante Cristo Eucaristía. Se puso de rodillas y durante un tiempo, en silencio, rezamos. Me impresionó su postura y la forma tan profunda de su estilo de orar. ¡Nunca lo olvidaré! Una vez más pude contemplar que la relación con Dios es de "abajamiento" como el niño se pone a escuchar a los pies del padre o de la madre. Dios se refleja en la humildad del corazón como el rostro ante el espejo.


 Hoy también hemos de fomentar el sentido profundo de la adoración que tal vez haya perdido mucha fuerza en la experiencia cristiana por el ritmo tan frenético que nos mueve en la sociedad donde vivimos. El silencio, la humildad oracional y el desplazamiento de las propias pretensiones serán medios para conseguir que la relación con Dios sea viva y fructífera. Es el mismo San Juan de la Cruz quien dice: "Si quieres venir al santo recogimiento, no has de venir admitiendo sino negando". Negarse a uno mismo es abrir la puerta para que Dios sea el protagonista esencial de la vida cristiana. Quien adora a Dios se realiza como persona y vive ya gustando lo que ha de venir después. Quien adora provoca en su vida el auténtico sentido de la esperanza.



ADORACION PERPETUA EN PAMPLONA


ENTREVISTA A DON FRANCISCO PÉREZ GONZÁLEZ, ARZOBISPO DE PAMPLONA Y OBISPO DE TUDELA (Navarra-España)


 En su Exhortación Apostólica post-sinodal "Sacramentum Caritatis", Benedicto XVI centra la enseñanza de la Iglesia en el carácter fundamental de la adoración eucarística en la vida eclesial, a través de una llamada a la adoración perpetua, dirigida a los pastores, obispos y sacerdotes y al pueblo de Dios: "… juntamente con la asamblea sinodal, recomiendo ardientemente a los Pastores de la Iglesia y al Pueblo de Dios la práctica de la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria. A este respecto, será de gran ayuda una catequesis adecuada en la que se explique a los fieles la importancia de este acto de culto que permite vivir más profundamente y con mayor fruto la celebración litúrgica. Además, cuando sea posible, sobre todo en los lugares más poblados, será conveniente indicar las iglesias u oratorios que se pueden dedicar a la adoración perpetua…" (Sacramentum Caritatis, n° 67)


  Con motivo de la Solemnidad del Corpus Christi, secundando este llamamiento del Papa Benedicto XVI, previa e intensa campaña de sensibilización y presentación de la iniciativa, el recién nombrado Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela, Don Francisco Pérez González, procedía a la apertura de la histórica Capilla de San Ignacio de Pamplona, en pleno centro de la ciudad para un fin: la Adoración al Santísimo de una forma permanente. Tal es así que, desde entonces, Navarra cuenta con un lugar donde el creyente es elevado en la fe y el amor, y donde toda la existencia del adorador se vuelve luz que ilumina, sana y abraza a todo el mundo.


R. Don Francisco. El Papa Benedicto XVI, en su reciente viaje a Francia con motivo del 150 aniversario de las apariciones en Lourdes, decía textualmente que "las ciudades se han quedado sin altares; Dios, se ha convertido en un Desconocido para muchas personas". ¿Qué supone la Adoración al Santísimo o qué puede aportar al hombre, pueblos y ciudades que buscan, han perdido o se han encontrado con Dios?


A. Es una Luz en medio de la "noche cultural y epocal" que estamos padeciendo. Hoy el ser humano necesita sentirse amado y la Eucaristía es el amor concreto y cercano de Dios. La vida necesita que tengamos coraje para afrontar ciertas realidades que son muy dolorosas. La Eucaristía da fuerza y alivia.


R. En una de sus pastorales, ya como Arzobispo de Pamplona, y con motivo del establecimiento de la Adoración Perpetua, nos recordaba que "en la Eucaristía radica el secreto de su santificación" ¿En qué aspecto o cómo puede contribuir el "estar a solas con el Señor", que diría Santa Teresa de Jesús, para un perfeccionamiento de la vida cristiana?


A. La santidad se construye desde la caridad y ésta se conquista cuando el corazón se pone en el costado de Cristo. La Eucaristía nos hace gozar del amor de Dios que se nos entrega generosamente. La perfección no se consigue a base de puños ni de ideas sino junto al amor de Cristo. Por ello no amamos por nosotros sino por Cristo en nosotros.


R. En la sobremesa del Concilio, y aunque muchos no vivimos aquella época, los templos se convirtieron en lugares, casi y exclusivamente de celebración. Es decir; quedaron en un segundo lugar el encuentro personal con el Señor, el silencio, la adoración personal al Santísimo…. ¿Responde la Adoración Perpetua a un intento de recuperar el "cara a cara" o el "bis a bis" con Dios a través de la oración?


A. Tal vez se perdió bastante el estar en adoración ante Jesucristo Eucaristía porque se difuminó la contemplación del "Dios con nosotros", de la presencia real de Cristo en el Sacramento. Se subrayó más la vida comunitaria y si bien esto es importante no cabe duda que ésta no se alimenta si no es por la Eucaristía. Dios se hace presente en su Iglesia porque la Eucaristía es la garantía de la vida comunitaria. Sin la Eucaristía la comunidad pierde su verdadero valor. Gozar de Cristo en medio de la Iglesia es gozar de su entrega generosa en la Eucaristía que es el Sacramento por excelencia.  


R. ¿Cómo está siendo la respuesta de los fieles en general, sacerdotes y religiosos/as de la Iglesia que peregrina en Navarra ante su propuesta?


A. Me ha sorprendido la respuesta tan masiva que está provocando la Adoración Perpetua. La gente está encantada y feliz. Pensar que a cualquier hora del día o de la noche se puede ir a visitar al Señor ¡es maravilloso! Además están asistiendo muchos jóvenes. Me siento muy orgulloso de los navarros.


R. Dado su experiencia y, puesto que Pamplona pasa a ser una de las ciudades "más jóvenes" en cuanto a la institución de la Adoración Perpetua. ¿Qué les diría, o qué mensaje les brindaría, a otras Diócesis que aspiran a esta realidad sacramental en su dinámica pastoral, pero que no se atreven por prejuicios o, simplemente, por temor al fracaso?


A . Ya he hablado con varios Obispos y ya han abierto Capillas de Adoración. Estoy seguro que si somos fieles a esta realidad las conversiones cada día serán más. Sólo Cristo convierte, no son nuestras palabras sino la Palabra Viva que habla al corazón. Hemos de eliminar los complejos que propicia el secularismo y el materialismo. ¡Cuánto nos iría mejor si dejáramos de ver la TV y dedicáramos más tiempo a la adoración! ¡Cuánto nos iría mejor si dejáramos marginadas tantas superficialidades y escucháramos la voz de Cristo! ¡Cuánto nos iría mejor si fuéramos más solícitos a la voluntad de Dios que a la nuestra!


R. En un tiempo de avanzada secularización, con excesivas iglesias cerradas (por seguridad o por un falso criterio pastoral) ¿No es arriesgado y hasta intrépido aventurarse o embarcarse en una decisión que requiere una estructura organizativa, muchísimo personal, seguimiento, etc?


A. El único punto de referencia que señala la presencia de Dios son nuestros templos. Recuerdo que hace años, siendo seminarista, paseaba por las calles de Zurich (Suiza) y un compañero mío me dijo refiriéndose a los Bancos: ‘Estos son los templos de hoy’. El díos del materialismo quiere marginar a Dios pero no podrá mientras esté presente entre nosotros la Eucaristía. De ahí que hemos de abrir más las Iglesias para adorar y confesar.


R. Si una Diócesis, después de leer esta entrevista, se decidiera a establecer la Adoración Perpetua al Santísimo. ¿Qué primeros pasos tendría que dar?  


A. Lo primero de todo ponerse al habla con los responsables de las Capillas que ya se han abierto y después organizar una campaña de mentalización y concienciación a los cristianos para que saliendo del letargo de la comodidad se comprometan a hacer turnos de adoración a Cristo Eucaristía.


R. ¿Qué estructura organizativa conlleva el funcionamiento de la Adoración Perpetua? ¿Cómo funciona exactamente?


A. Conviene buscar una Capilla, Oratorio… que esté céntrico. Después se hace una campaña a la ciudad donde se va a instalar la Adoración Perpetua y posteriormente se organiza los horarios de tal forma que en ninguna hora del día o de la noche haya ausencia de adoradores. En nuestro caso el Delegado de Liturgia junto al P. Lefeudo de la Congregación "Misioneros de la Eucaristía" lo organizaron tan bien que los frutos se están viendo.


R. Nos consta que Vd, es un gran entusiasta y admirador de Juan Pablo II. En el año 1996, el Papa fallecido dirigía una carta a Mons. Houssiau en los siguientes términos: «Por la adoración, el cristiano contribuye misteriosamente a la transformación radical del mundo y a la germinación del evangelio. Toda persona que ora al Salvador atrae a sí todo el mundo y lo eleva a Dios. Los que están ante el Señor cumplen por ello un servicio eminente…» ¿A tanto nos puede llevar la Adoración Eucarística en una sociedad de tantas prisas y de fácil pragmatismo?


A. Nunca olvidaré las veces que recé al lado del Papa Juan Pablo II. Era un experto de la adoración a Cristo Eucaristía. Sólo la Eucaristía puede cambiar el corazón y sólo la Eucaristía puede ser fuente de vocaciones. Es verdad que transforma a la persona y a la sociedad.


R. Si tuviera Vd, como Arzobispo, que ofrecer una pequeña valoración de los primeros meses de andadura de la Adoración Perpetua en Pamplona ¿a qué conclusiones o análisis llegaría?  


A. Es tan impresionante lo que está haciendo la Adoración Perpetua que no hay día en el que la gente me deje de dar las gracias por haber propiciado esta experiencia. En Pamplona se está fortaleciendo la "nueva evangelización" y la fuente es la Eucaristía.


R. ¿Cuál sería el siguiente punto de actuación, una vez establecida la Adoración Perpetua en Pamplona? ¿Tal vez la promoción de la Adoración Eucarística en las parroquias?


A. Conviene hacer una red en la que todos estemos informados de horarios de adoración tanto en Parroquias, Comunidades religiosas, Monasterios, Oratorios… Que a nadie se le prive de poder estar al lado del Señor.


R. Para finalizar, Sr Arzobispo, de cara a la Nueva Evangelización alentada por Juan Pablo II y secundada por el Papa Benedicto XVI, ¿puede contribuir la Adoración Perpetua a un fortalecimiento de la fe y, por lo tanto, a una pastoral más entusiasta de los sacerdotes, laicos o religiosos?


A. Si todos unidos nos ponemos a trabajar y educamos a los niños, jóvenes, familias… a adorar a Dios se disiparán muchos males. ¡Estoy seguro! Lucharemos contra el pecado que se ha institucionalizado como oferta de libertad (que es falsa), lucharemos contra la pobreza que deprime a tantas personas,


fortaleceremos a la comunidad cristiana y viviremos más felices.


LAS LUCES QUE HOY NOS REGALA EL ESPÍRITU


por  Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona-Tudela  21 de septiembre 2008 


 Siempre ha ocurrido en la historia de la humanidad y en la historia de la Iglesia que en momentos difíciles el Espíritu Santo ha enviado luces especiales que han iluminado la realidad humana y han fortalecido a la comunidad eclesial. Lo mismo sucede hoy y por ello nada hemos de temer para ser solícitos en la esperanza. En los momentos de crisis y ante la apariencia de no vislumbrar el horizonte siempre han surgido en la Iglesia corrientes de santidad que han precedido y acompañado personas carismáticas. Reconocer estos dones es dar carta de ciudadanía a la presencia del Espíritu entre nosotros porque estos destellos de luz proceden de él y no de la fuerza humana.


El Papa Benedicto XVI, el día 17 de mayo de este año, decía a un grupo de Obispos: "Los movimientos eclesiales y la nuevas comunidades son una de las novedades más importantes suscitadas por el Espíritu Santo en la Iglesia para la puesta en práctica del Concilio Vaticano II. Se difundieron precisamente después del Concilio, sobre todo durante los años sucesivos, en un período lleno de grandes promesas, pero marcado también por pruebas difíciles. Pablo VI y Juan Pablo II supieron acoger y discernir, alentar y promover la imprevista irrupción de las nuevas realidades laicales que, con formas diversas y sorprendentes, daban de nuevo vitalidad, fe y esperanza a toda la Iglesia".


Todos sabemos que hoy es muy difícil evangelizar ante tantas ofertas que la sociedad presenta. Sabemos también que la Iglesia viene atacada por varios frentes y desde diversas instancias. Por ello es el Espíritu que en cada tiempo muestra su rostro de modo especial a través de sus luces y carismas. No hemos de retraernos y menos de acomplejarnos sino de mirar toda la realidad con la fuerza del amor y de la esperanza. El mismo Papa Benedicto XVI sigue diciendo que salir al encuentro de los movimientos y las nuevas comunidades se ha de hacer "con mucho amor y esto nos impulsa a conocer adecuadamente su realidad, sin impresiones superficiales o juicios restrictivos, que no son un problema o un peligro más, que se suma a nuestras ya gravosas tareas. ¡No! Son un don del Señor, un valioso recurso para enriquecer con sus carismas a toda la comunidad cristiana, Por eso, es preciso darles una acogida confiada que les abra espacios y valore sus aportaciones a la vida de las Iglesias particulares".


El Papa Benedicto XVI es quien nos invita a los Obispos y pastores para que "acompañemos con solicitud paterna, de modo cordial y sabio, a los movimientos y las nuevas comunidades, para que puedan poner generosamente al servicio de la utilidad común, de manera ordenada y fecunda, los numerosos dones de que son portadores y que hemos aprendido a conocer y apreciar: el impulso misionero, los itinerarios eficaces de formación cristiana, el testimonio de fidelidad y obediencia a la Iglesia, la sensibilidad ante las necesidades de los pobres y la riqueza de vocaciones".


He conocido y conozco a muchas personas que han dado un giro copernicano a su vida gracias al encuentro con estos carismas. La conversión no está planificada desde propuestas estructuradas intelectualmente ni por la propia voluntad sino desde un encuentro con Jesucristo que mueve el corazón y la mente hacia el Bien que es Dios y al que la persona se entrega sin reservas sabiendo buscar su regazo de misericordia. Si los frutos del Espíritu son la alegría, la paz, el amor, la armonía de vida… bien podemos afirmar que su sello se hace patente entre nosotros en estas experiencias de conversión.


JORNADA DE LA SAGRADA FAMILIA


El misterio de la Encarnación, que celebramos en la Navidad, es tan amplio y tan rico, que no se puede abarcar en una sola fiesta. Por eso, la liturgia va como desenvolviendo los diversos pliegues de ese misterio, para que nosotros entremos en ellos y gocemos de las maravillas que Dios tiene para aquellos que lo aman. Así, hoy nos invita a contemplar ese misterio, con la Sagrada Familia de Nazaret, María, José y el Niño para que, iluminados por ella, nosotros encontremos el modelo para construir nuestras familias y con ellas, nuestro pueblo.


La liturgia de hoy nos retrotrae a la familia patriarcal iniciada por Abrahán, el padre de todos los creyentes, que, junto con Sara, su esposa, y con Isaac, fueron elegidos como transmisores de las promesas de salvación. Esta familia primitiva es interpretada en la carta a los Hebreos, a la luz de la revelación cristiana, poniendo de relieve que la fe es la clave para alcanzar aquellas promesas divinas. San León Magno imploraba: "que todos los pueblos vengan a incorporarse a la familia de los patriarcas, y que los hijos de la promesa reciban la bendición de la descendencia de Abrahán, a la cual renunciaron los hijos según la carne" (Sermón en la Epifanía). El texto del Evangelio se detiene en la familia de Nazaret, como modelo definitivo, como escuela en la que aprender la fe, la vida, el trabajo y las pequeñas virtudes que forman el cañamazo sobre el que resalta la personalidad de cada uno de los miembros. La Sagrada Familia nos muestra el camino para escuchar, meditar y penetrar el sentido profundo y misterioso de la presencia del Hijo de Dios, hecho niño, entre nosotros; y nos estimula a abrirnos a los demás y acoger como miembros de nuestra propia familia a los más necesitados.


La Biblia está llena de pequeñas y grandes historias familiares y los primeros cristianos celebraban la liturgia en lo cotidiano de una casa, así como Israel confiaba a la familia la celebración de la Pascua. La familia ha sido fundamental en la transmisión de la vida y de la fe y, bien puede llamarse, como hizo Juan Pablo II, la Iglesia doméstica, que refleja la comunión trinitaria y la comunión eclesial (Familiaris Consortio, 21). Es verdad que la familia viene siendo atacada desde el siglo XIX cuando la revolución industrial trajo consigo un éxodo masivo hacia las ciudades y unas dificultades enormes para conseguir vivienda digna. Es verdad también que actualmente recibe una agresión más directa, más frontal con leyes contrarias a la identidad del matrimonio, que es la unión de un hombre y una mujer, a la unidad indisoluble, a la estima de la vida desde el momento de la concepción, a la libertad de educación, etc., etc. En realidad los ataques contra la familia vienen de muy antiguo, y ya San Ignacio de Antioquía, en el siglo segundo, advertía que "los que perturban la familia no heredarán el reino de Dios" (Carta a los Efesios). A pesar de todos estos envites, la familia cristiana ha salido fortalecida: superó las dificultades sociales de los dos últimos siglos y sabrá superar los que hoy plantea el laicismo galopante.


Nuestros hogares navarros han sido a lo largo de la historia remanso de luz y alegría, de serenidad y fortaleza, han dado frutos cuajados de santidad, como San Francisco Javier, han sido en definitiva la columna esencial donde se ha apoyado la sociedad firme y noble que hemos heredado. Hoy nuestras familias tienen retos casi insospechados en tiempos anteriores, han de ser sujetos y protagonistas de la acción misionera y evangelizadora de la Iglesia (Instrucción de la Conferencia Episcopal, La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad), han de mantener los valores humanos y cristianos, que parecen tambalearse. Han de ser, principalmente para los niños y los jóvenes, escuela de humanidad donde se aprende y se vive la fe, donde se aprende y se vive la piedad, donde se aprende y se vive el sentido del trabajo, del servicio a los demás, del descanso necesario y regenerador.


 Queridas familias luchad por vuestra propia identidad. El futuro será lo que sea la familia hoy. No nos dejemos engañar. Vivamos unidos y en armonía con lo que emana del Evangelio y con la Enseñanza de la Iglesia. Si así hacemos no sólo daremos gloria a Dios sino también a la humanidad. Concluyo repitiendo lo que os escribía en noviembre: "Quiero lanzar un canto a la familia como el núcleo más vivo que hay en la sociedad" y pido a la Sagrada Familia que nos alcance la fortaleza y la alegría necesaria en los tiempos que atravesamos.


 Homilía del día 28 de Diciembre 2008


S.I. Catedral de Pamplona  A las 12’00 hs.  


JAVIER "TESTIGO DE PAZ"


por Mons. Francisco Pérez González


Arzobispo de Pamplona-Tudela 30 de noviembre 2008 


 Siempre me he sentido fascinado y admirado por la fuerza misionera de San Francisco de Javier. No era un joven extraño a los demás, ni siquiera mejor: era un joven que se fió de Jesucristo y se lanzó a la aventura de vivir y anunciar el Evangelio. Sus expectativas humanas eran auténticas y sinceras pero centradas en él mismo porque quería destacar ante la gente y ante su familia. Cuando descubre que la vida no sirve de nada si no se hace por un amor mayor que es Jesucristo, cambia su forma de pensar y de vivir. En esta transformación encuentra el sentido a su vida y se entrega sin reservas a Jesucristo en su Iglesia sin pararse en sí mismo. Y desprendido de sí, comienza una aventura que le hará ser, al estilo de San Pablo, el apóstol de los que no "conocen el amor de Cristo". Surca los mares hasta oriente y no cesa de dar lo mejor que lleva en su "vasija de barro" que es el "amor por Cristo y a amar a Cristo".


 Me impresiona que San Francisco de Javier no tuviera otra razón que la de ser mediación de aquel del que se ha fiado: de Cristo. Sólo desde este modo de pensar y de vivir se puede ser "testigo de paz". Por ello me quiero fijar en este aspecto tan necesario en la sociedad que nos toca vivir. La paz no nace de acuerdos más o menos voluntariosos simplemente y menos de diálogos interesados. La paz nace de un corazón dispuesto a darse por amor. Un corazón "contrito y humillado", como nos dice el Salmo, es aquel que se pone al servicio de los hermanos y tiene la fortaleza para saber perdonar y saber pedir perdón. La paz es el lenguaje nuevo que instaura Jesucristo cuando después de haber entregado su vida y resucitado dice a los suyos:"Mí paz os dejo, mí paz os doy".


 Celebramos la Jornada de las Misiones en la Diócesis de Pamplona-Tudela y el motivo fundamental es la experiencia misionera que tuvo San Francisco de Javier. Hoy nos sigue impulsando a todos para saber orientar nuestro trabajo de cada día con este espíritu de servicio a los demás por el Evangelio de Jesucristo. No se contrapone el servicio y generosidad que se realiza cuando se ayuda a los demás con el servicio y amor a Jesucristo porque "en esto conocerán que sois mis discípulos si os amáis los unos a los otros". No hay mayor signo de paz que la solidaria fraternidad y la generosa solidaridad.


AÑO PAULINO 08-09

                                                       DE LA MISIÓN DE SAN PABLO A LA MISIÓN DEL TERCER MILENIO


por    Mons. Francisco Pérez González Arzobispo de Pamplona-Tudela  


Semana Española de Misionología  Burgos 7 de Julio 2008    


1. Introducción: un año paulino


  "Queridos hermanos y hermanas, como en los inicios, también hoy Cristo necesita apóstoles dispuestos a sacrificarse. Necesita testigos y mártires como san Pablo; era perseguidor violento de los cristianos, cuando en el camino de Damasco cayó en tierra, y cegado por la luz divina, se paso sin vacilar al Crucificado y lo siguió sin volverse atrás. Vivió y trabajó por Cristo; por él sufrió y murió. ¡Qué actual es su ejemplo".


  Con estas palabras, el Papa Benedicto XVI anunciaba y justificaba el año paulino, que acabamos de comenzar hace unos días. Son parte de una homilía pronunciada en la Basílica de San Pablo Extramuros, en las primeras vísperas de la solemnidad de san Pedro y san Pablo, del año pasado. En esa ocasión, muy cerca de los restos del Apóstol de las Gentes, y acompañado también por representantes del Patriarcado ecuménico de Constantinopla, quiso convocar a la Iglesia para un año paulino. Un año para impregnarnos del espíritu apostólico y misionero de san Pablo.


  San Pablo jugó un papel muy principal en la primera expansión del cristianismo. Por eso, merece un lugar en estas jornadas dedicadas a la misión de la Iglesia.


2. Cambios en la misión


2.1.- El mapamundi de la misión


  En el último siglo, el mapamundi de las misiones cristianas ha experimentado un cambio radical. Los viejos esquemas de la misionología que, a principios del siglo XX dividían las naciones entre naciones cristianas y paganas, se han quedado muy viejos. Ya no se pueden colorear religiosamente las naciones, como se hacía, hace años, con cierta ingenuidad, en las clases de religión. ¿Qué color pondríamos hoy a Suiza, a Holanda o, sin ir más lejos, a España? ¿Son naciones evangelizadas? ¿Están iluminadas realmente por el color del Evangelio?


  Al inicio del tercer milenio, estamos en una nueva época de misión. Es verdad que todavía es necesaria la misión tradicional en muchos países del llamado "tercer mundo"; porque todavía quedan zonas apenas evangelizadas en América o en África. Es verdad que hay que apoyar y atender a muchas necesidades de las llamadas "Iglesias jóvenes" que se han desarrollado con tanta fuerza en estos países. Es verdad que, al inicio del siglo XXI, se presenta, como nunca antes, el reto de las grandes naciones asiáticas, como la India, la China o el Japón, donde la presencia de la Iglesia, aunque arraigada ya, todavía es casi testimonial. Es verdad que sigue planteado el reto, con más de mil años a cuestas, de la evangelización del mundo musulmán, prácticamente impermeable a la misión cristiana.


  Pero junto a estos retos, ha surgido en la historia reciente el gran reto de la misión de la Iglesia en los países de vieja tradición cristiana. Donde esta misma expresión "vieja tradición cristiana", además de un motivo de agradecimiento sincero, señala cuál es el problema: que el cristianismo se ha convertido, en parte, sólo en eso; en una vieja tradición, en un testimonio del pasado, en un recuerdo más o menos amado.  


2.2.- La vieja tradición cristiana.-


  A veces, ni siquiera amado. Algunos no se sienten cómodos con ese pasado y preferirían prescindir totalmente de sus raíces cristianas, como se ha visto en el debate de la malograda Constitución europea.


  Para muchos otros, la expresión "vieja tradición cristiana" apunta sencillamente a algo que pertenece al mundo antiguo. Quizá era bonito en el pasado, pero ya ha perdido su sentido. Como otros elementos tradicionales de la cultura de Occidente: la vida rural, la producción artesanal, el comercio familiar, las familias patriarcales, los quehaceres del hogar, etc. Cosas por las que se puede sentir cierta nostalgia, pero que son formas de vida definitivamente superadas e incluso incompatibles con nuestra sociedad postindustrial. Una sociedad que ha alcanzado unos niveles de vida, de salud, de consumo y de educación incomparables con el pasado. Que se siente mucho más informada, intercomunicada, emancipada y plural. Y que, por eso mismo, mira hacia atrás con cierta conciencia de superioridad. Y entonces lo pasado le resulta todavía más pasado, más viejo, más superado.


  La cultura nuestra conserva con simpatía los aspectos folclóricos de la tradición cristiana, pero, en muchos casos, se ha vuelto ácida con respecto a su mensaje. Conserva las catedrales, pero no aprecia lo que se dice en sus cátedras. Escucha con gusto la música sagrada, pero no asume su letra. Admira los objetos del culto cristiano, expuestos en los museos, pero no adora al Señor presente en la Eucaristía. Celebra alegremente las fiestas patronales, pero no desea aprender de la oración y el ejemplo de los santos. Le interesan las curiosidades y leyendas, pero no le mueven los testimonios de vida cristiana. Y la oferta de entretenimiento se ha llenado de novelas y películas sobre complots en el Vaticano y reconstrucciones fantásticas del cristianismo primitivo.


  Muchos están dispuestos a conservar la cáscara del cristianismo, como algo que forma parte de su personalidad histórica, pero no parecen dispuestos a acoger su corazón. Quizá no perciben que todavía palpita, que está vivo; que contiene una fe, una celebración y una caridad, centradas en una persona viva, que es Jesucristo nuestro Señor, resucitado de una vez para siempre. No alcanzan a verlo así, o porque no damos testimonio suficiente los que nos consideramos cristianos o porque ese testimonio queda empañado por los prejuicios anticristianos que ha generado nuestra cultura. O quizá son las dos cosas a la vez.


  La buena nueva del Evangelio ya no parece tal en nuestras latitudes. Para muchos, no suena a nueva, sino a vieja. Y, para algunos, tampoco es buena, sino mala. Se han formado una visión oscurecida y negativa del cristianismo, como si hubieran generado un anticuerpo, una sensibilidad, una intolerancia. Necesitan demostrarse a sí mismos y demostrar a los demás que, en realidad, no es camino, que no es verdad y que no es vida. A algunos no les basta con quedarse al margen del Evangelio, quieren hacerlo desaparecer de su presencia. Quizá es una manera de superar la incomodidad de no creer, de no participar en los sacramentos o de no vivir la moral cristiana.


2.3.- No quedarse en el análisis.-  


No hemos hecho más que esbozar una situación conocida de todos. Y destacando un poco más los aspectos negativos. Habría que introducir también algunos contrastes positivos, de luz, junto a las sombras, para ser justos y reconocidos con los muchos dones que hemos recibido de Dios. Pero hacer justicia a este tema y analizar bien el estado y las causas de esta pérdida de color cristiano, de nuestra descristianización nos llevaría muy lejos. Habría que recorrer la entera historia reciente, con sus matices nacionales y locales. Y no bastaría juzgar sólo la evolución social, política y cultural de nuestra sociedad. También sería necesario referirse a los profundos cambios de la Iglesia en el periodo posconciliar, rico en esperanzas y en mejoras, pero también en perplejidades y desalientos. La ignorancia religiosa y la desafección cristiana de nuestros contemporáneos se deben también a nuestras lagunas y defectos.  


En todo caso, el diagnóstico del pasado hay que dejarlo en manos de los historiadores. No es nuestra tarea. Incluso podría despistarnos de nuestra tarea. Para orientarnos en el presente, nos basta apreciar los rasgos generales que hemos descrito. Nos basta tomar conciencia de cuáles son los motivos por los que Juan Pablo II, inspirado por los deseos del Concilio Vaticano II, proclamó para este tercer milenio una nueva evangelización. Una nueva evangelización que, sin olvidar las otras dimensiones de la misión de la Iglesia que hemos recordado, nos advierte que hay una tarea nueva. La misión de reevangelizar, de anunciar el evangelio como si fuera otra vez nuevo en los países de "vieja tradición cristiana".


  Si en lugar de llenarnos de ánimo para emprender las tareas de la nueva evangelización nos entretuviéramos en complejos y discutibles análisis, acabaríamos haciendo verdad lo que, entre bromas y veras, señala un sabio dicho: "Por el análisis a la parálisis".


  Además, el análisis cristiano -ver, juzgar y actuar- no comienza mirando lo que hacemos los hombres, sino lo que hace Dios. El punto de partida de la evangelización no es el análisis pormenorizado de la situación actual de la cultura contemporánea, sino la fe en la resurrección de Cristo, que es siempre lo más actual. Más actual y novedoso que ninguna otra cosa que suceda en la historia. La descripción de la situación, las estadísticas de la crisis, pueden darnos alguna pista para orientar la evangelización y, sobre todo, para señalarnos su urgencia. Pero lo que realmente orienta nuestra evangelización es la fe en Jesucristo, en su presencia salvadora y en el valor perenne de aquel mandato que aparece al final del Evangelio de san Mateo: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes", con esa consoladora conclusión: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19).


  Si san Pablo se hubiera entretenido haciendo el diagnóstico de la situación cultural y espiritual de Corinto, probablemente nunca hubiera predicado allí. Las estadísticas de la práctica religiosa y los estándares de la vida moral de aquel puerto cosmopolita de la Antigüedad eran sin duda peores de lo que pueden serlo en nuestras áreas más descristianizadas. Y otro tanto cabría decir de Atenas, donde, como nos confiesa el propio san Lucas: "Todos los atenienses y los forasteros que allí residían en ninguna otra cosa pasaban el tiempo sino en decir y oír la última novedad" (Hch 17,21). Pero san Pablo obedeció al mandato del Señor: fue y "en medio del Areópago" anunció valientemente al "Dios que hizo el mundo" (17,24), rechazó los ídolos falsos, y proclamó la resurrección de Cristo.


  Dijo a aquellos atenienses: "Dios pasando por alto los tiempos de la ignorancia -les dijo- anuncia ahora que todos y en todas partes deben convertirse" (Hch 17,30). Esta era su convicción. Quería llegar a "todos y en todas partes". Ya sabemos el resultado de aquella osadía: "unos se burlaron y otros dijeron. 'sobre esto ya te oiremos otra vez'". Pero los Hechos de los Apóstoles nos dicen también que: "algunos hombres se adhirieron a él y creyeron" (Hch 17, 32). Hoy como ayer. El mismo Evangelio, las mismas dificultades, también los mismos logros, que son éxitos de la gracia de Dios, no nuestros.   


2.4.- La oportunidad de un año paulino.-


  Por eso nos viene bien contemplar el ejemplo de san Pablo. Precisamente lo que quiere promover este año paulino es un cambio de mentalidad. Como hemos leído en las palabras de Benedicto XVI: "como en los inicios, también hoy Cristo necesita apóstoles dispuestos a sacrificarse. Necesita testigos y mártires como san Pablo".


  Necesitamos testigos y mártires de Jesucristo, que verdaderamente crean en él, en la fuerza de su presencia actual, más que en el valor de las estadísticas. Testigos convencidos de la actualidad de Cristo resucitado, del valor y del poder transformador del Evangelio, y de la bendición de Dios que supone para todos los hombres, especialmente para nuestros contemporáneos. Necesitamos testigos capaces de vencer la atonía interna y la acidez externa. Incluso si esto supone una desventaja social, un peligro de marginación o de burla.


  Como hemos dicho, Juan Pablo II, inspirado en los deseos del Concilio Vaticano II, anunció una nueva evangelización para este tercer milenio que comienza. Después de un primer milenio de expansión misional del cristianismo y un segundo milenio de enraizamiento cultural, estamos ante un tercer milenio, que nos plantea este nuevo reto de evangelización y de misión: la evangelización de lo que ya fue evangelizado. Dar a conocer lo que ya fue conocido. Anunciar a nuestros contemporáneos la buena nueva como buena y como nueva.


  El tercer milenio tiene que ser también, lo hemos dicho, el milenio de la consolidación de las nuevas Iglesias africanas o de las Iglesia jóvenes americanas. También esperamos que sea el siglo de la expansión cristiana en Asia. Debería ser el milenio del diálogo evangelizador del mundo musulmán. Pero, no lo olvidemos, tiene que ser el milenio de renovar las raíces de nuestra fe, allí donde ha sido aceptada, amada y ha desarrollado sus frutos.


3. Una vocación de apóstol de las gentes


  3.1.- Las naciones.-


  San Pablo es, por antonomasia, el apóstol de las "Gentes". Las "gentes" o las "naciones" es una de las nociones más interesantes y "transversales" de la Biblia. La recorre desde el principio hasta el fin, desde el Génesis hasta el Apocalipsis.


  En parte, es un término que sirve para distinguir al pueblo elegido de todos los demás. Israel es el pueblo elegido por Dios entre las naciones. El pueblo que Dios ha hecho suyo. De esta manera son "gentiles" o "paganos" aquellos que no han tenido la suerte de recibir la revelación divina. Pertenecen a otras naciones, pero no a la que Dios ha elegido. Y esto podía dar lugar, y a veces daba, a un cierto orgullo más o menos racial. Pero no es ese el verdadero sentido de la distinción.


  La vocación de Israel no es sólo la de distinguirse de los demás pueblos o etnias, y no contaminarse. Sino también y principalmente la de servir de referencia y camino de salvación para las demás naciones. Hay aquí un designio salvador de Dios que, como recuerda san Pablo, "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2,4).


  Los primeros capítulos del Génesis destacan que todas las naciones y pueblos en que se dividen los hombres tienen su origen en el único Dios, que ha creado al primer hombre (cfr Gn 5 9 y 10). Y, en medio de las diatribas contra las naciones enemigas, los profetas de Israel señalan que esas naciones están destinadas a orientarse finalmente hacia la ciudad santa, Jerusalén, y a rendir culto al verdadero Dios (Is 60,4, Tb 13,14). Los evangelios sinópticos encuentran un inicio de cumplimiento de esta promesa en la adoración de los Magos.


  Cuando Israel reflexiona sobre su misión espiritual en el mundo, recuerda las palabras con que dio comienzo la Alianza. El libro del Génesis empieza la historia de Abraham, contando su vocación y la Alianza con Dios. Y como parte de las promesas de Dios se añade: "Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra" (Gn 12,3). Aunque en la interpretación literal del pasaje, caben varias opciones, la tradición de Israel entenderá que todos los linajes, todas las etnias, las naciones o los pueblos no sólo se alegrarán por la bendición que recibe Abrahán sino que también participarán en ella. A través de Israel llegará la bendición de Dios a todas las naciones.


  El texto tiene profundos ecos en todo el Antiguo Testamento (Gn 18,18; 22,18; 26,4; 28,14; Jr 4,2; Si 44,21), y configura la misión histórica de Israel. Después, se prolonga hasta llegar al Nuevo. El anciano Simeón ve su cumplimiento al tener en los brazos a Jesucristo niño, con apenas cuarenta días: "Han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2, 30.32). Aquel niño era y es, la gloria del Israel elegido por Dios y la luz de las gentes, de todos los pueblos, convocados a adorar al verdadero Dios, según las promesas de Dios.


  3.2.- El Apóstol de los gentiles.-


  Sobre este rico trasfondo, que recorre la entera historia de la salvación, se entiende mejor la vocación y misión de san Pablo, como "Apóstol de las Gentes". La evangelización de los gentiles o no judíos estaba ya prevista en el mismo mandamiento de Cristo: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19).


  Y está anticipada simbólicamente en la conversión del centurión Cornelio (cfr. Hch 10), que ocupa un lugar tan significativo en los Hechos de los Apóstoles que se cuenta por triplicado. Para que a nadie quede duda de que se trata de un querer divino. Pedro declara: "verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le tema y practica la justicia le es grato" (Hch 10, 34). Y los demás discípulos se asombran "al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles" (Hch 10, 45). Todos supieron así que "también los gentiles habían aceptado la palabra de Dios". Y "se tranquilizaron y glorificaron a Dios diciendo: así pues también a los gentiles les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida" (Hch 11,18).


  Estaba claro: el Evangelio es una bendición para todas las gentes, para todas las etnias, para todas las naciones, para todas las culturas y para todas las especificaciones en que puede dividirse la especie humana. Nadie queda excluido en la voluntad divina que "quiere que todos los hombres se salven" (1 Tm 2,4). Esa es la voluntad de Dios. Pero Dios quiere necesitar quien lleve su mensaje salvador a los oídos de los hombres. "Todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará" -dice san Pablo-: "Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿Cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura, ¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el Bien!" (Rm 10, 13-17; Is 52,7).


  Dios ha querido depender de testigos fieles que lleven su mensaje. Y a San Pablo le tocó abrir de par en par las puertas de la primitiva Iglesia a los gentiles, a muchos tipos de gentiles de muchas naciones. "El que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles" (Ga 2, 8). A san Pablo le tocó llevar a la práctica las promesas universales de salvación. San Pablo encarna, por antonomasia, la dimensión universal a la que estaba llamada la Iglesia desde el principio. "Desde el primer momento -dice Benedicto XVI- había comprendido que esta realidad no estaba destinada sólo a los judíos, a un grupo determinado de hombres, sino que tenía un valor universal y afectaba a todos, porque Dios es el Dios de todos"


  El Señor preparó ese instrumento para darle a la Iglesia un impulso universal, católico, que no conocía fronteras geográficas, políticas o culturales. A su inmenso espíritu le tocó sacar el cristianismo de los medios judíos y de la diáspora judía, para dirigirse realmente a "todas las gentes". Lo que hubiera podido, quizá, quedarse en un símbolo, se convirtió con su asombroso apostolado, en una verdad palpable.


4. El "Ad gentes" de hoy


  Todavía vivimos hoy de ese impulso. Y viene bien un año paulino para recordarlo. Ninguna barrera étnica, geográfica, política o cultural puede detener el anuncio del Evangelio. El Evangelio es para todos los pueblos, para todas las etnias, para todas las gentes, para todos los hombres. Convoca a todos los hombres, por encima de cualesquiera diferencias.


  "Ad gentes" son también las primeras palabras latinas con las que se conoce el Decreto sobre la Actividad Misionera de la Iglesia, del Concilio Vaticano II. Y su primer número lo deja bien claro: "Enviada por Dios a las gentes para ser 'sacramento universal de salvación', la Iglesia, por exigencia radical de su catolicidad, obediente al mandato de su Fundador, se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres" (n. 1).


  Este punto encuadra la misión, por una parte, en el mandato de Cristo, que ya hemos mencionado: "Id y haced discípulos a todas las gentes". Y, por otra, en el ser mismo de la Iglesia, que es católica. Es decir, universal, abierta a todos los pueblos, a todas las gentes, a todas las etnias, a todas las culturas.


  A pesar de los nuevos nacionalismos, hoy apenas vige la división étnica que parecía obvia a los escritores de la Antigüedad. Aunque ya entonces había ciudades tan cosmopolitas como la Atenas en la que predicó san Pablo, la humanidad aparecía dividida claramente en naciones. Hoy el envío ad gentes, apunta a toda la diversidad de la condición humana, que también se muestra en nuestras sociedades que tienen por orgullo definirse pluralistas, aunque en realidad son bastante homogéneas desde el punto de vista cultural.


  Precisamente por eso, nada es más lejano a la mentalidad de la evangelización cristiana que el concebir el cristianismo como algo que acepte quedarse encerrado en pequeños ámbitos de culto. Si es verdad que hay que encerrarse en la propia intimidad para tratar con Dios que "ve en lo secreto" (Mt 6,6). También es verdad que hay predicar "desde los tejados" (Mt 10,27). Y que Pentecostés ha dado a la Iglesia su estatuto público y la ha puesto, como "bandera entre las naciones" ante la realidad de su misión universal. No puede quedarse encerrada ni tampoco puede conformarse con que haya espacios humanos cerrados a la salvación de Cristo.


  Dirigiéndose a los recién convertidos en Pentecostés, Pedro les dijo: "Que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Pues la Promesa es para vosotros y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro" (Hch 2,39). Esa es la promesa de que el Señor convoca a todas las gentes, a todos los pueblos.


  Desde Pentecostés, la Iglesia no puede callar ni restringir su mensaje. Como explicaron Pedro y Juan al Sanedrín, cuando querían dejarles libres a cambio de su silencio. "Les llamaron y les mandaron que de ninguna manera hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús. Mas Pedro y Juan les respondieron: 'juzgar si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído" (Hch 4,18-20).


  "No podemos dejar de hablar- a todos los hombres, tendríamos que subrayar- de lo que hemos visto y oído". La Iglesia nació con esa misión universal. No podemos empequeñecer el espíritu del Evangelio y conformarnos con reductos culturales. No podemos aceptar una existencia marginal, en una sociedad progresivamente descristianizada. Pero esto, no por nuestra personal valía, como si se tratara de demostrar que nosotros personalmente tenemos la razón, sino por el sentido mismo del Evangelio. No buscamos el triunfo personal, sino la difusión de la luz de Cristo. Y esta difusión no puede lograrse sin estar enamorados de esa luz y sin estar dispuestos a algún sacrificio personal. Así sucedió desde el principio. En la misma escena que acabamos de mencionar se cuenta que Pedro y Juan "marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre. Y además ni un solo día cesaban de enseñar en el Templo y por las casas y de anunciar la Buena Nueva de que Jesús es el Cristo" (Hch 5,41-42). ¡"Ni un solo día cesaban de enseñar"!.  


4.1.- Ir y predicar.-


  Nos tiene que urgir, lo mismo que a los primeros cristianos y a san Pablo, el mandato del Señor: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19). Y nos tenemos que apoyar en las palabras que siguen a este mandato y que cierran el Evangelio de San Mateo: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). La presencia viva del resucitado es el contenido fundamental de la predicación, pero también su garantía.


  El mandato de Cristo, que se dirige a todos sus discípulos, habla de "ir". Es preciso ir. ¿Ir a quién? "ad gentes", a las naciones, a los pueblos. Hoy no se dividen los hombres ya por etnias, pero siguen conformando culturas. Hay que ir a los que no son , a los que no saben, a los que no conocen al verdadero Dios. Dondequiera que estén. Por eso la misión de la Iglesia tiene tantos frentes. Por eso, no han perdido actualidad, las misiones lejanas, las misiones tradicionales del tercer mundo. Por eso tenemos retos pendientes en Asia; por eso tenemos retos pendientes en el universo musulmán. Pero, por eso también, tenemos una misión a nuestro alrededor. en los países, volvemos a la expresión, de "vieja tradición cristiana".


  Necesitamos despertar en todos los cristianos esta conciencia misionera, porque es propia de toda la Iglesia, y no sólo de instituciones o de grupos especializados. Generaciones y generaciones de cristianos acostumbrados a vivir en un régimen de cristiandad o de naciones cristianas, han podido perder el impulso apostólico que caracterizó a las primeras generaciones. Tenemos que retornar a estas raíces para recuperar el impulso apostólico, el primer eco de las palabras del Señor: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes (...) Yo estoy con vosotros".


5. Aprender de san Pablo


  En la misión de San Pablo hay algunos rasgos muy acusados que, todavía hoy, nos enseñan cuáles son las bases de la verdadera evangelización cristiana. Los vamos a recorrer brevemente, y aprovecharemos algunas reflexiones de nuestro Papa Benedicto XVI que, hace dos años, en el 2006, después de haber descrito en las Audiencias de los miércoles, la personalidad de los Doce Apóstoles, dedicó varias Audiencia a glosar los rasgos principales del espíritu de San Pablo.


  5.1.- Centrarse en Cristo.-


  La vocación de san Pablo se inicia con un encuentro con Cristo. San Pablo recibió entonces ese testimonio personal y duradero del "Yo estoy con vosotros". "Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles" (Ga 1,15-16).


  Ese primer encuentro se convirtió en la referencia permanente de toda su misión. Comenta Benedicto XVI: "Su conversión no fue resultado de pensamientos o reflexiones, sino fruto de una intervención divina, de una gracia divina imprevisible.(...) Desde aquel momento puso todas sus energías al servicio exclusivo del Jesucristo y de su Evangelio (...). De aquí se deriva una lección muy importante para nosotros: lo que cuenta es poner en el centro de nuestra vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice especialmente por el encuentro, por la comunión con Cristo y con su palabra. A su luz, cualquier otra valor se recupera y a la vez se purifica de posibles escorias". Y en otro momento añade: "Es importante que nos demos cuenta de cómo Jesucristo puede influir en la vida de una persona y, por tanto, también en nuestra propia vida".


  A veces, por cuestiones de palabras, hablamos del cristianismo como si fuera un "ismo" más, como otras corrientes filosóficas o religiosas. Pero el cristianismo no es un "ismo". No es una teoría. Como glosó tan bellamente Romano Guardini en aquel hermoso libro que se llama La esencia del cristianismo. El cristianismo no es ni una teoría, ni un conjunto de ritos ni una moral. Su esencia es la persona de Cristo, que está con nosotros, resucitado: "Yo estoy con vosotros".


  San Pablo lo comprendió y lo vivió de manera radical. Escribe así a los de Corinto, cuando está entre cadenas en Roma: "Yo hermanos cuando fui con vosotros, a predicaros el testimonio de Cristo, no fui con sublimes discursos de sabiduría humana, puesto que no me he preciado de saber otra cosa entre vosotros que a Jesucristo, y éste crucificado" (1 Co 2, 1-2). Y un poco más adelante, para dejar bien claro cuál es el fundamento de la predicación cristiana, añade: "¡Mire cada cuál como construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1 Co 3,11).


  Su predicación se basaba en el testimonio vivo del resucitado que le había convertido en discípulo, no predicaba sus teorías, no se predicaba a sí mismo: "No nos predicamos a nosotros mismos-Dice a los Corintios-, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús" (2 Co 4,7)


  San Pablo es consciente de lo que significa esa presencia, que llega a ser interior a cada cristiano. Explica a los Gálatas: "Todos los que os habéis bautizado en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendientes de Abrahán, herederos según la promesa" (Ga 3, 27-29).


  Él experimentó en su propia vida y dejó como parte principal de su doctrina lo que significa "vivir en Cristo" (Rm 8, 1.2.39; 12,5; 16,3.7.10; 1 Cor 1,2.3, etc.). Comenta el Papa Benedicto XVI: "Nuestra vida cristiana se apoya en la roca más estable y segura que pueda imaginarse. De ella sacamos toda nuestra energía, como escribe precisamente el Apóstol: 'Todo lo puedo en Aquel que me conforta' (Flp 4,13)"


  Este vivir en Cristo por el Espíritu Santo nos conduce también al misterio de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Misterio de comunión en Cristo por el Espíritu Santo. El cristianismo no existe como una corriente cultural o filosófica. Existe encarnado en una Iglesia, Cuerpo de Cristo, animada por el Espíritu Santo. No hay evangelización auténtica sin este espíritu de comunión.


  5.2.- Atreverse a evangelizar.-


  Merece la pena destacar también un segundo rasgo muy acusado en la personalidad de san Pablo. San Pablo sentía la urgencia de la predicación. San Lucas nos cuenta elocuentemente que, mientras andaba por Atenas contemplando los monumentos y los templos religiosos, su espíritu se consumía interiormente "al ver la ciudad llena de ídolos" (Hch 17,16).


  Así se lo confiesa también a los Corintios: "Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria: es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el evangelio! (...). Siendo libre me he hecho esclavo de todos para ganar a los que mas pueda. Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos (...). Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo" (1 Co 9, 16-23).


  El impulso de san Pablo no nace del fanatismo sino de un arraigado amor a Dios y a los demás. De una fuerte conciencia de la necesidad de evangelizar y del beneficio tan grande que supone el evangelio de Cristo para los hombres. Por eso se hace "todo para todos". "La caridad (...) no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo soporta" (1 Co 13,4-7). Y en otro momento dice: "Si nos insultan, bendecimos. Si nos persiguen, lo soportamos. si nos difaman, respondemos con bondad" (1 Co 4,12-13). Y también: "Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades y las angustia sufridas por Cristo; pues, cuando soy débil entonces soy fuerte" (2 Co 12, 10-11)


  Era consciente de a quién servía y de cómo tenía que servirle: "Bien sabéis vosotros, hermanos -dice a los Tesalonicenses en un emocionante texto que vale la pena citar por extenso- que nuestra ida a vosotros no fue estéril, sino que después de haber padecido sufrimientos e injurias (...) tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios, entre frecuentes luchas. (...) No buscando agradar a los hombres, sino a Dios que examina nuestros corazones. Nunca nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia, Dios es testigo, ni buscando gloria humana, ni de vosotros ni de nadie. Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros como una madre cuida con cariño de sus hijos. Tanto os queríamos que estábamos dispuestos a daros no solo el Evangelio de Dios, sino nuestras propias vidas. (...). Recordáis hermanos, nuestros trabajos y fatigas (...). Como un padre a sus hijos así también a cada uno de vosotros os exhortábamos y animábamos, exigiéndoos vivieseis de una manera digna de Dios que os ha llamado a su Reino y gloria" (1 Ts 2,1-11).


  Es conmovedor pensar que ese espíritu no se apagaba en ninguna circunstancia. Ni siquiera en la cárcel: "Vivó allí dos años enteros a su costa, recibiendo a todos los que acudían, predicándoles el Reino de Dios y enseñando la vida del Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbos" (Hch 26,30-31). Sabemos que de esa primera acción apostólica de san Pablo, se convirtieron algunos de sus carceleros. Y que muy pronto hubo cristianos entre los pretorianos, la guardia imperial que se ocupaba de la custodia personal del emperador y también de sus prisioneros. Muy pronto hubo cristianos en todos los estamentos de la casa imperial, desde los criados y soldados hasta representantes de la nobleza patricia.


  Qué duda cabe que el Señor se preparó en san Pablo un buen instrumento para hacer algo que, todavía hoy, nos parece asombroso. Pero él apoyaba su debilidad personal -se sentía barro- en la fuerza de Dios. "No tengas miedo -le dijo el Señor en el comienzo de su misión en Corinto- sigue hablando y no te calles; porque yo estoy contigo y nadie te atacará para hacerte mal, porque tengo yo un pueblo numeroso en esta ciudad" (1 Co 18,9-10)


  Todavía hoy emociona la relación de penalidades que tuvo que sufrir para ser fiel a su misión: "¿Son Ministros de Cristo -¡digo una locura!- Yo más que ellos. Más en trabajos; más en cárceles; muchísimo más en azotes; en peligros de muerte, muchas veces. Cinco veces recibí de los judíos los cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez lapidado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en alta mar. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en la ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajos y fatigas; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria; la preocupación por todas las iglesias" (2 Co 11,23-29).


  Frente a esta relación tan sincera, !qué mezquina puede parecer la relación de dificultades que sentimos en nuestra evangelización! La parálisis a que nos conduce el análisis de nuestras dificultades. En la misma homilía de la basílica de san Pablo donde anunciaba el año paulino, comentaba Benedicto XVI: "La acción de la Iglesia sólo es creible y eficaz en la medida en que quienes forman parte de ella están dispuestos a pagar personalmente su fidelidad a Cristo, en cualquier circunstancia. Donde falta esta disponibilidad, falta el argumento decisivo de la verdad, del que la Iglesia misma depende".


  Hay una curiosa relación entre la presencia prometida de Cristo -"yo estoy con vosotros"- y la eficacia de la cruz. No se puede predicar y transmitir el Evangelio sin estar dispuestos a dar algo de uno mismo. El triunfo de Cristo fue en la Cruz. Y el triunfo de la caridad es también en la cruz. "En cuanto a mí Dios me libre de gloriarme, si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo esta crucificado para mí y yo para el mundo" (Ga 6,14).


  Con razón puede parecer una empresa desproporcionada para las débiles fuerzas humanas. Ciertamente nos supera. Nos podemos sentir con mucha más razón que san Pablo "vasos de barro" (2 Co 4,7). Pero tenemos que atrevernos a pedir la ayuda de la gracia para vivir como san Pablo, de forma que demos un testimonio más auténtico de la verdad.


  Conclusión.-


  En la conclusión de su Carta apostólica Novo millennio ineunte, Juan Pablo II escribía; "el mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello, podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza 'que no defrauda' (Rm 5,5)" (n. 58). Y añadía: "Tenemos que imitar la intrepidez del apóstol Pablo; 'lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios me llama desde lo alto, en Cristo Jesús' (Flp 13,14)" (n. 59).


  También Benedicto XVI nos invita a seguir este ejemplo: "Así, pues, afrontemos nuestra existencia, con sus alegrías y dolores, sostenidos por estos grandes sentimientos que san Pablo nos ofrece. Si los vivimos, podremos comprender cuánta verdad encierra lo que el mismo Apóstol escribe: 'Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquél día, es decir, hasta el día definitivo (2 Tm 1,12) de nuestro encuentro con Cristo juez, Salvador del mundo y de nosotros.


lunes, 12 de enero de 2009

está cerca el Reino de Dios»

Lunes de la Primer semana del Tiempo Ordinario
San Arcadio


Carta a los Hebreos 1,1-6.
Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras,
ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo.
El es el resplandor de su gloria y la impronta de su ser. El sostiene el universo con su Palabra poderosa, y después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la derecha del trono de Dios en lo más alto del cielo.
Así llegó a ser tan superior a los ángeles, cuanto incomparablemente mayor que el de ellos es el Nombre que recibió en herencia.
¿Acaso dijo Dios alguna vez a un ángel: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy? ¿Y de qué ángel dijo: Yo seré un padre para él y él será para mi un hijo?
Y al introducir a su Primogénito en el mundo, Dios dice: Que todos los ángeles de Dios lo adoren.
Salmo 97(96),1-2.6-7.9.
¡El Señor reina! Alégrese la tierra, regocíjense las islas incontables.
Nubes y Tinieblas lo rodean, la Justicia y el Derecho son la base de su trono.
Los cielos proclaman su justicia y todos los pueblos contemplan su gloria.
Se avergüenzan los que sirven a los ídolos, los que se glorían en dioses falsos; todos los dioses se postran ante él.
Porque tú, Señor, eres el Altísimo: estás por encima de toda la tierra, mucho más alto que todos los dioses.
Evangelio según San Marcos 1,14-20.
Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:
"El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores.
Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.
Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó,
y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron. 


Concilio Vaticano II
Constitución dogmática sobre la Iglesia en el mundo de hoy «Gaudium et spes», § 41, 45


«Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios»

     El hombre contemporáneo camina hoy hacia el desarrollo pleno de su personalidad y hacia el descubrimiento y afirmación crecientes de sus derechos. Como a la Iglesia se ha confiado la manifestación del misterio de Dios, que es el fin último del hombre, la Iglesia descubre con ello al hombre el sentido de la propia existencia, es decir, la verdad más profunda acerca del ser humano.
     Bien sabe la Iglesia que sólo Dios, al que ella sirve, responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano, el cual nunca se sacia plenamente con solos los alimentos terrenos. Sabe también que el hombre, atraído  sin cesar por el Espíritu¬ de Dios, nunca jamás será del todo indiferente ante el problema religioso, como los prueban no sólo la experiencia de los siglos pasados, sino también múltiples testimonios de nuestra época.
     Siempre deseará el hombre saber, al menos confusamente, el sentido de su vida, de su acción y de su muerte. La presencia misma de la Iglesia le recuerda al hombre tales problemas; pero es sólo Dios, quien creó al hombre a su imagen y lo redimió del pecado, el que puede dar respuesta cabal a estas preguntas, y ello por medio de la Revelación en su Hijo, que se hizo hombre. El que sigue a Cristo, Hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre.
     El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfec¬to, salvara a todos y recapitulara todas las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergen¬cia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones.