Carta: “VOCACIONES NATIVAS, AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD”
de Abril 2007 dedicado a las ‘Vocaciones Nativas’ Archivo en PDF 12 de abril de 2007
En las situaciones tan divergentes que existen en nuestra sociedad no podemos dejarnos llevar por el desánimo que las mismas circunstancias invitan a seguir. Al contrario mucho más debemos facilitar, si vivimos la esperanza, a ser portadores de un clima nuevo de amor y de servicio a los que nos rodean. La vocación del cristiano tiene como base la entrega a Dios que es como la raíz y a los demás que es el tallo. Las dos van juntas y bien armonizadas. Si faltara alguna de ellas viviríamos un cristianismo amorfo y sólo barnizado de buenas intenciones pero sin sustancia y a la corta o a la larga se perdería la fe y se sostendría la vida en una nube inconsistente. La vida comunitaria que se inicia en la familia se sostiene porque por las venas de la misma corre la disposición, la ayuda, el amor de servicio y entrega. Nadie es extraño porque todos forman una unidad de vida y de ayuda mutua.
La vocación religiosa, sacerdotal o de consagrado no tendría sentido si cada uno buscara su propia celda como único lugar individualista de realización. No solo llegaría el desánimo sino que sería una tortura inaguantable. La vida comunitaria se teje ‘dándose a los demás’ puesto que es el lugar sagrado donde se manifiesta el amor de Dios. Quien ama muestra que es discípulo de Cristo. ‘En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros’. El recorrido no es fácil pero seguro que es muy gratificante. No se puede dar nada a los demás si uno no se da asimismo. La comunidad, por tanto, es como una familia; es la mejor expresión y la mejor manifestación. De ahí que las vocaciones nacen, crecen y se maduran en comunidad.
La atracción que la sociedad presenta está, muchas veces, disociada de la auténtica realidad. Se habla de libertad y la sutileza de la esclavitud se hace presente. Se habla de compartir y el egoísmo corrompe la solidaridad. Se habla de alegría y cada día hay más violencia, suicidios y depresiones existenciales. Se habla de bienestar y no sacia todo los que presenta el materialismo y el hedonismo. ¿Qué sucede? ¿a dónde queremos ir? y ¿cuáles son nuestras aspiraciones?. Tanto sicológicamente como espiritualmente hay un gran vacío y en el fondo es porque hacemos de la vida un instrumento de placer, de poseer y de dominio. ¿Es posible que se den testimonios distintos y que puedan dar razones más importantes que lo puramente material?. Puedo afirmar que hay testigos que, sin presunción alguna, han encontrado una razón para existir, para vivir y para ser felices.
Por ello se necesitan las vocaciones que tienen como único fin, como único motivo y objetivo: ‘ser luz’. Son personas que se han enamorado profundamente de un Dios vivo que es Jesucristo. No hay nada de fantasías y menos de engañosas ideologías. Es la realidad más profunda que pueda existir porque no se para en el hoy o en el mañana sino en la plenitud de la eternidad. La angustia del que cree que todo acaba un día, lleva a la desesperación, pero el que basa todo en saber que la vida pasa pero después hay un existir para siempre, encuentra el alivio y la razón para alegrar toda su vida.
Las vocaciones nativas son en la sociedad un signo de esperanza. ¡Cuántos misioneros que han dado lo mejor de sí para hacer felices a los demás, siguiendo el ejemplo del Buen Maestro!. Han salido de su casa, de su pueblo y de su nación para ponerse al servicio de la gente y recrear la comunidad, el sentido de familia. Recuerdo la experiencia de un sacerdote que –a sus ochenta años- me decía que él se sentía más ‘padre’ que nadie porque a muchos niños y jóvenes les había sacado del ambiente nocivo de la droga y de la delincuencia. Ahora cuando van a verle le reconocen como el mejor amigo que les ha llevado a sentirse humanos e hijos de Dios. Han recuperado el sentido de familia y no están perdidos a su propia suerte.
La Obras Misionales Pontificias después de tantos años han trabajado con ahínco e ilusión para mostrar a toda la Iglesia y a la sociedad que las vocaciones en ‘tierras aún vírgenes’ son necesarias para sostener y fortalecer a la sociedad hambrienta de ambiente familiar. Es por lo que pedimos a todos los creyentes o personas de buena voluntad que apoyen con su generosidad a tantas vocaciones que no pueden seguir el camino del ‘servicio a la comunidad’ por no tener recursos educacionales, formativos y materiales. La ‘Obra de San Pedro Apóstol’ es el cauce que sirve para informarse de las necesidades que hay en Seminarios y Noviciados y –con nuestra colaboración- ayudarles en sus necesidades. Yo llegué a ser sacerdote gracias a la ‘beca’ que me concedieron una familia con recursos. Mis padres no los tenían pero la generosidad de dicha familia hizo posible que pudiera seguir estudiando y formándome en la vocación que tanto he querido siempre: ser sacerdote para servir a la comunidadCarta: “LAS CLAVES DE LA VIOLENCIA”en PDF 06 de marzo de 2007
Ante las constantes aberraciones violentas que se hacen
presentes en nuestra sociedad conviene advertir que no es una novedad puesto que
en cada época se han ido manifestando diversas expresiones de violencia que en
muchos casos eran fácilmente atacadas y vencidas y en otros resultaba más
difícil. La violencia tiene como raíz y centro la desobediencia a Dios que ya
desde el principio vemos en las primeras páginas de la Biblia. No es un factor
de pura distorsión sicológica sino que tiene sus hondas raíces en el pecado; el
ser humano es capaz de pecar y si esto se hace presente en su vida, rompe con el
diseño que Dios le ha marcado. Por eso la violencia tiene como primera fuente
y rostro al pecado. En una sociedad que tiene falta de fe, le es muy difícil
comprender esta realidad. Pero, queramos o no, la cara del pecado nos expresa la
primera causa de la violencia.
La violencia tiene otras caras y se ha de descubrir a cada una
de ellas sin miedos y con sincera apertura. Nunca se puede justificar la
violencia, ni por razones ideológicas, ni por razones culturales y menos por
razones religiosas. La violencia manifiesta la falta de dignidad en la persona.
Por eso nunca se puede aplaudir y menos justificar. Otra de sus caras es la
ausencia del sentido del padre; basta ver la cara de un niño cuando no
tiene la posibilidad de ver a su padre y a su madre juntos y unidos, en su
rostro se puede vislumbrar el drama que existe dentro. Y ese drama –muchas
veces- se manifiesta y se expresa con rasgos huraños, despreciativos y
violentos. Cuando se pierde ‘el sentido del padre’ se derrumba
sicológicamente el interior de la persona y utiliza como arma arrojadiza la
fuerza de la violencia.
Una tercera cara de la violencia es la sistemática
ideologización de las estructuras de poder. La lucha por el poder crea
situaciones de auténtica locura social y provoca un modo de vivir y de dirigir
de tal manera que se rechaza de plano el modo de pensar del adversario. La
ideología impuesta es cultivo de violencia y de confrontaciones interpersonales.
Es lo que se ha venido en llamar la idolatría de las ideologías. Al final es una
demostración de la tiranía más absoluta que destruye cualquier signo de sana y
justa libertad. Desde esta clave se justifica todo y el terrorismo, por ejemplo,
se convierte en un estilo de actuar donde todo es válido siempre y cuando no se
sacrifique la ideología del mismo. Es una aberración profunda que tiene sólo una
vía de salida: la conversión del corazón al bien y a la verdad.
Otra
cara de la violencia es el fundamentalismo religioso. En una auténtica
religión no cabe la violencia y menos la organizada. La religión es cauce de paz
y de amor; si fallara alguno de estos principios básicos, ella misma se
convertiría en una máscara engañosa. La religión, si es auténtica, nunca impone
y siempre propone. La fe es respetuosa y, como una luz, muestra un camino de
vida a la que se adhiere quien quiere. Nada hay más nocivo a la religión que
fomentar espacios de odio y rencor; esa religión no es verdadera. El aval de
toda religión es el amor y el fomento de la paz, señal inequívoca de la
presencia de Dios.
Archivo en PDFCarta: “CUARESMA, MOMENTO DE REVISIÓN”23 de febrero de 2007 Hay momentos que piden hacer un alto en el camino y ponerse a reflexionar. Y este es el tiempo de Cuaresma, momento que nos prepara para celebrar con intensa espiritualidad la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Pero ocurre que estamos tan atareados con nuestros trabajos, ocupaciones y preocupaciones que nos cuesta hacer un ‘stop’. Tal vez buscamos justificaciones para demostrar que la vida nos mueve en esta vorágine y que nadie lo puede impedir, pero en el fondo son impulsos que nos llevan a generar insatisfacción, cansancio vital y hasta hastío de la vida. En la hondura del corazón todos deseamos el alivio profundo y el descanso anímico que sólo un sentido de trascendencia puede colmar.
Estamos en Cuaresma, tiempo y momento de revisión de vida. Hacer un examen de nuestros actos y de nuestras actitudes es buena terapia para reconducir los caminos que nos llevan a la paz interior y al fortalecimiento. No podemos dejar al lado, como si de un trasto se tratara, la esencia de nuestra vida. Acudimos al médico para revisar el cuerpo y ¿por qué no acudimos a Dios, que se hace presente en los Sacramentos, para revisar el espíritu?. Desde hace años sustento, como alimento fundamental, el acercarme a Dios por el medio del Sacramento de la Confesión. Me alivia, me fortalece, rejuvenece y me llena de una gran paz. Palpo el amor misericordioso de Dios. Pero cuando, como ministro de dicho Sacramento, lo administro a los demás, encuentro la razón de ser sacerdote.
Hace un tiempo seguí el proceso de la enfermedad de un joven y después de su conversión y acercamiento a la vida cristiana murió. El día del entierro, dentro de mí, había una gran paz y al mismo tiempo un agradecimiento a Dios puesto que se había servido de mi ministerio sacerdotal para propiciar a dicho joven el encuentro con el Señor y de poder recibir su gracia santificante a través de los Sacramentos. Al final fui a una Iglesia, me arrodillé ante el Sagrario y le dije al Señor: “Sólo por este momento me hubiera hecho sacerdote” . Las lágrimas que derramé eran expresión de emoción profunda y de agradecimiento porque aquel joven era ya partícipe de la felicidad eterna.
Bien merece que durante este tiempo de Cuaresma podamos hacer un profundo examen de conciencia, advertir cómo va nuestra vida y hacer una buena Confesión. Cuando pasa Dios por nosotros deja un rastro de eternidad y de profunda alegría. Abrir el alma a un sacerdote es abrirla a Cristo que ha dicho: “A quiénes perdonéis los pecados, les quedan perdonados”. No es el sacerdote sino Jesucristo en él quien perdona. ¡Ánimo y vivamos una Cuaresma de preparación y renovación interior, es decir, de conversión!. De esta manera y modo haremos ya el camino de encuentro con el Resucitado que celebraremos en la Pascua. Dios nos hace un regalo que supera a cualquier otro que pudiéramos recibir y es el de su amor. Jesucristo nos lo ha garantizadoCarta: “ TOLERANCIA NO REGLADA, PROMISCUIDAD ASEGURADA”de febrero de 2007
Una sociedad que excesivamente se vanaglorie de la tolerancia ha de estar atenta puesto que el mal uso de la misma le puede arrastrar hacia la promiscuidad. Cuando se confunde tolerancia con permisividad se está cayendo en la absurda labor paternalista que provoca hastío y rechazo a la larga. Si ‘todo está permitido’ sobran las leyes que la misma naturaleza alberga y están marginadas las leyes justas que promocionan la auténtica dignidad humana. Dios no es aceptado porque estorba para vivir permisivamente. Este estilo de pensar lo único que hace es llevar a la mente, a la sicología y a las actitudes de la persona a realizarse de forma errónea porque su único punto de referencia es la reducción ínfima de la persona.
Cuando el sentido racional disminuye se confunde con tolerancia porque no se tienen argumentos sólidos sobre los cuales construir el modo de vivir. No hay peor tiranía que la irracionalidad. El ser humano puede llegar a conducir su existencia con los meros impulsos y no con el sentido racional que le mueve como persona. Pensemos en los impulsos hedónicos o pansexualistas que llevan a un nuevo estilo de esclavitud y sin embargo quienes los promueven afirman neciamente que son expresión de la libertad y de la tolerancia. Esta esclavitud produce una degeneración del mismo ser humano y por ello no se puede sostener que sea la mejor forma para vivir la libertad. Los frutos que producen, tales formas de pensar, son la violencia familiar, el desliz permisivo de relaciones alocadas donde la persona no es más que un objeto de placer y las corruptelas propias que llevan a ver lo bueno como malo y viceversa.
En un concepto sano de la razón no se puede declarar que la tolerancia tal y como se plantea hoy, en ciertos modos de pensamiento, es la expresión de una auténtica libertad o de un respeto verdadero a la persona sino más bien un ‘dejar pasar las cosas y los acontecimientos’ sin implicarse en discernir a dónde llega el bien y a dónde llega el mal. Me aterra esta falta de sentido moral de la vida y sin embargo creo que debemos -tanto desde la filosofía como desde la teología y desde las instancias responsables de la sociedad- proponernos formar la conciencia de las personas y propiciar unos buenos caminos de orientación humana y cristiana a todos los niños, jóvenes y familias.
Ante los desafíos que la sociedad tiene delante, no podemos dejarnos llevar por lo fácil y por la cobardía del respeto humano. Si queremos forjar una sociedad sana de futuro, uno de los males que hemos de desechar de nuestros ambientes es la desidia que se está inculcando hacia todo lo que signifique ‘promoción de sanas costumbres’. Una humanidad falta de sentido moral de la vida, es una sociedad que pagará altos costes de convivencia verdadera puesto que llegará a ser una tal degeneración que el mismo ser humano no se reconocerá por lo que es sino por lo que gana económicamente, come y goza. No olvidemos que el ser humano es la perla más preciosa de la creación y, en definitiva, es la ‘niña de los ojos’ de Dios. No permitamos que vaya de bruces al precipicio.
“CON MOTIVO DE LA PASCUA MILITAR 03 de enero de 2007
Es tradicional que el día 6 de enero se celebre la ‘Pascua Militar’ y se conmemora, por así decirlo, una fiesta especial y de reconocimiento a aquellos que en medio de la sociedad son los ‘centinelas y vigilantes de la paz’, nuestros militares y fuerzas de la seguridad del Estado. Desde la Diócesis Castrense nos sentimos muy agradecidos y unidos a su labor que tantos bienes reportan en el servicio a la defensa del pueblo español y a la generosa colaboración en otras tierras sometidas a la amenaza de guerra o acosadas por el inesperado, vil y cobarde terrorismo.
Por ello en este día quiero dirigir junto con los miembros de la Diócesis y con los capellanes castrenses una plegaria particular al Dios Bueno y Justo para que los servidores de la defensa y de la unión entre pueblos sigan sin desmayo y con valentía la hermosa vocación a la que están llamados. Cuando en la sociedad y en el mundo entero se ciernen ciertas nubes de inseguridad a causa de la violencia y de los conflictos que fragmentan pueblos en distintos lugares, nos ponemos “de rodillas” ante el Señor de la vida y de la historia de la humanidad para que impere la racionalidad, el respeto mutuo y la fraternidad que Jesucristo nos ha legado como signo de su amor en medio de nosotros.
La paz es la riqueza mayor que ha de valorarse en la sociedad, sin ella la humanidad pierde su identidad y ‘echa por tierra’ el diseño más hermoso que el Creador ha plasmado en la misma. La paz no se consigue por imperativos voluntaristas sino con disposiciones interiores de cambio de actitud para que donde haya odio se ponga amor, donde haya discordia poner perdón y unión, donde haya guerra poner armonía social y respeto intercultural. No son caminos fáciles pero sí posibles en tanto en cuanto se busquen claves y señales de hondura humana. Las religiones han de ser exponentes firmes y seguras de esta experiencia de paz y así han de transmitirla a los demás. Una religión que busque atajos de violencia o de animadversión se desprestigia por sí misma: no es religión sino una caricatura que falsea y afea a la auténtica religión.
La sociedad está demandando estas señales de veracidad y autenticidad para que los valores tan imprescindibles como son la concordia, la mirada alegre y gozosa -entre hermanos- vaya ‘haciéndose camino’. Por ello celebramos que corazones nobles y generosos como son los que defienden al pueblo y vigilan, aún en medio de la noche, nuestra seguridad se les reconozca por su entrega y por su dedicación. A partir de esta ‘Pascua Militar’ 2007 deseamos que reine mucha más paz entre las naciones y que la sombra oscura del terrorismo se convierta en luz esplendorosa de desarme, de concordia y de solidaridad.
Última actualización el 1 de diciembre de 2006