P Ó R T I C O
Se trata de contemplar -como recomienda San Ignacio- "como si presente me hallare"- el misterio de la muerte en cruz del Hijo de Dios, del Jesús, hermano y redentor nuestro. Un misterio, lleno de sentido salvador para cada hombre, que no requiere hoy tanto exhortaciones sentimentales ni explicaciones doctrinales, como hondura de fe.
Es el núcleo de la fe que incide en la vida de cada uno de nosotros. No es solamente un misterio a contemplar, sino un misterio que debemos vivir como la fuente más profunda de todo nuestro comportamiento. Nadie puede ser cristiano sino a partir de asumir este hecho: el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, ha entregado su vida aceptando la muerte y la muerte en cruz.
Sin duda ya hoy -y especialmente mañana y durante todas las semanas de Pascua- debemos proclamar el anuncio pascual de la Resurrección, del triunfo de la Vida, del triunfo de Jesús. Pero no podemos olvidar que esta victoria es fruto de la entrega hasta la muerte, de la lucha hasta el extremo por amor. Si el cristiano no puede quedarse en la muerte de Jesús, como si fuera el fin de la historia, tampoco puede escamotearla como si la Resurrección no exigiera-implicara antes la muerte y muerte de cruz.
PREPARAR EL VIERNES SANTO
1. EL SENTIDO DE LA CELEBRACIÓN
Hoy es, propiamente, el principio de la celebración de la Pascua. Pascua significa paso, el paso de la muerte a la vida. Por ello, la celebración de hoy no puede centrarse simplemente en el dolor y en la compasión por la muerte y los sufrimientos (celebramos con ornamentos rojos de testimonio, no negros de funeral). Ni puede ser tampoco una celebración en la que, por querer valorar la resurrección, se escamotease la realidad de la muerte de Cristo, una muerte real, dolorosa, trágica, no un simple accidente o un expediente de trámite.
Lograr el tono conveniente para este día -"viernes santo de la pasión del Señor"- no es fácil. Y tampoco es fácil ofrecer soluciones, por cuanto las circunstancias son muy variadas: desde la ciudad desierta, pasando por los lugares en los que la atención está monopolizada por las procesiones, hasta los pueblos que se conviertan en receptores de ciudadanos en vacaciones de primavera... Pero en todo caso, en cada una de esas situaciones distintas, se trata de esforzarse por crear una celebración que tenga tono de verdad y autenticidad, tono de presencia cautivada y agradecida el pie de la cruz, tono de comunión con la humanidad entera que, de cerca o de lejos, sabiéndolo o no, está también aquí, ante la cruz del Señor.
-LAS LECTURAS
Las dos primeras lecturas y el salmo responsorial constituyen prácticamente textos paralelos. Los tres contienen la descripción del misterio de la muerte gloriosa: "El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años: lo que el Señor quiere prosperará por sus manos" (primera lectura). "A tus manos encomiendo mi espíritu... Haz brillar tu rostro sobre tu siervo..." (salmo). "Experimentó la obediencia, y se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (segunda lectura).
La idea que atraviesa esas lecturas es sobre todo que el Siervo, con su muerte, salva: él es el sacerdote que ofrece su propia sangre. El ha mantenido la fidelidad al Amor de modo total, y no se ha echado atrás por temor a ser destrozado por el pecado que domina el mundo: así, ha abierto en medio de la historia de los hombres un camino que es camino de Dios. Todo esto resuena de modo especial en la celebración con la solemne aclamación antes de la pasión: "Cristo, por nosotros...": este canto debería aparecer como un resumen aclamativo de las lecturas uniendo las primeras con la pasión.
La Pasión de san Juan es la pasión que describe la obra del sexto día: la formación del hombre nuevo, a través de los sufrimientos del Hombre: "¡Ecce homo!" (/Jn/19/05). JC es el Hombre, el hombre definitivamente realizado, porque ha vivido totalmente lo que hace que los hombres seamos verdaderamente hombres: el Amor, es decir, la vida de Dios. Cuando JC se da cuenta de que todo lo que decía la Escritura se ha realizado (el nuevo pueblo de Dios está iniciado en las personas de María y el discípulo) sólo le queda proclamar la continuación de esta obra "entregando el Espíritu", y el agua y la sangre.
-LA HOMILÍA
No resulta fácil preparar la homilía de hoy. Pero conviene que la haya y que esté bien preparada: normalmente no muy larga, pensada, precisa, para traducir y aproximar el mensaje salvador que celebramos a cada uno de los cristianos reunidos.
Quizá hoy de un modo especial, la homilía debería ser una homilía que los predicadores nos predicáramos ante todo a nosotros mismos. Sentarse, leer y meditar las lecturas y los textos de hoy, y preguntarse: ¿qué significa la muerte de JC para mí? ¿qué significa para la Iglesia y la humanidad a la que pertenezco? Y luego, intentar transmitirlo en la homilía.
Algunos elementos sugerentes pueden ser:
- Contemplar el amor. Antes que a reflexionar, hoy se nos invita a contemplar. A adorar y dar gracias porque alguien se ha decidido a amar totalmente. A adorar y dar gracias porque Dios ha querido asumir la historia humana totalmente también, para convertirla en historia divina. La adoración de la cruz será hoy expresión de todo eso.
- Creer en el amor. Ante la cruz de JC, símbolo de fracaso, nosotros decimos que creemos en él, en su camino. Que creemos que su amor es fuente de vida, que el amor es más fuerte que el mal que lo crucificó. Que ante su cruz podemos decir: JC es el Señor.
Y lo podemos decir también ante todas las cruces que crucifican el amor en nuestro mundo.
- El hombre verdadero. Es lo que decíamos más arriba al comentar la Pasión: JC es el único que ha sido verdaderamente hombre, que no se ha dejado rebajar ni anular por la cerrazón, la dureza y las mezquindades que nos impiden ser hombres y que hacen que la humanidad no logre ser humana.
- La humanidad al pie de la cruz. Hoy no puede faltar este elemento, y conviene valorar su solemne expresión en la oración universal: hoy, más que nunca, nos sentimos solidarios de los dolores y las esperanzas de los hombres, porque para todos ha dado su vida el Señor.
J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1982, 7
2.
Hoy celebramos ya la Pascua, en su primer momento, el de la Muerte. La Pascua abarca un doble movimiento, descendente y ascendente, y es un único acontecimiento: muerte y resurrección del Señor. Los tres días se celebran como un único día, y tiene una única Eucaristía, la de la Vigilia, punto culminante del Triduo, donde no se recordará sólo el aspecto glorioso, sino toda la "inmolación del Cordero Pascual". Pascua no es sólo la resurrección: antes es la Muerte. No podemos quedarnos en celebrar sólo la Muerte, pero tampoco sólo en la glorificación.
Por eso, la celebración de hoy con un tono de fe pascual y esperanza, tiene con todo un clima de sobriedad y admiración contenida por el gran acontecimiento de la entrega del Siervo hasta la muerte.
J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1985, 7
3. ORACIÓN UNIVERSAL.
La oración universal tiene hoy un especial relieve: ¡Toda la humanidad es puesta a los pies de la cruz!. Recordemos la manera de hacerlo: el diácono o lector proclama la intención, se deja unos momentos de silencio para la oración personal (conviene, por tanto, que este silencio permita orar realmente), y el celebrante dice la oración. Se puede variar o añadir alguna intención).
J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL
4. CRUZ ADORACIÓN.
Besar la Cruz. Con sentimientos profundos. Besar y amar la vida que nos crucifica. Conscientes de portar una cruz: para unos piedra de tropiezo y caída, para otros roca sobre la que edificar seguro; el mundo la llama escándalo o necedad, el creyente "Rostro Radiante de Dios". Besarla. En ella quiere Dios manifestar el Señorío sobre lo que destruye al hombre: VICTORIA, TU REINARAS; OH CRUZ, TU NOS SALVARAS.
MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
COMENTARIOS AL CICLO C
Desclee de Brouwer BILBAO 1988.Pág. 66
5. AYUNO.
El ayuno, debe tener un carácter pascual: de preparación para la gran fiesta de la Pascua. El ayuno nos priva de alimentos de la tierra para que nuestro espíritu no esté tan agobiado por las necesidades del cuerpo y se pueda dedicar más plenamente, sin tropiezos, a Dios, y espere con mas ansias el convite gozoso de la Pascua. Por eso el cristiano cuando ayuna se dedica también a la oración.
El primer gesto de la acción litúrgica de la tarde con todo lo que acabamos de decir: la postración de los ministros y el permanecer arrodillados todos los fieles expresa esta actitud del cristiano que ayuna y ora, que se postra o se inclina profundamente ante el Señor QUE PASA para salvar a su pueblo; éste se siente abatido por el pecado y culmina así su penitencia cuaresmal. La Pascua del Señor lo levantará.
-ESCUCHAR LA PALABRA
Es el primer elemento de la celebración de la Pasión: el que da el tono a toda la acción. La lectura debe ser íntegra de las tres lecturas y pausada, con espacios de silencio, en un clima de meditación y contemplación, con breves moniciones (sobre todo a la primera y a la segunda) para que la asamblea pueda captar ampliamente su sentido.
Que los lectores de la Pasión según san Juan cumplan su ministerio con mucha dignidad, con una pronunciación muy clara y una entonación que verdaderamente corresponda a la lectura proclamada, y no simplemente a la narración de una historia literaria. Las aclamaciones de la asamblea, que sean elocuentes y bien preparadas. Es preferible no usar audiovisuales. La proclamación de la Pasión es más para ser contemplada interiormente que exteriormente, y no según cualquier artista por clásico o bueno que nos parezca, sino según san Juan, el evangelista más amado y que amó más al Maestro. Los acontecimientos de la Pasión han de grabarse más en el corazón que en los ojos.
-ORAR POR TODOS LOS HOMBRES
La plegaria universal de hoy es un precioso vestigio de la antigua oración de los fieles, restaurada por el Vaticano II. Es verdaderamente instructiva sobre el sentido y el alcance de la oración universal que ahora ya decimos en todas las misas. Y debe dársele esta justa importancia conectada con el carácter propio de este día: la salvación alcanzada por Cristo en la cruz se extiende a toda la Iglesia y a la humanidad entera.
-CRISTO REINA DESDE LA CRUZ
La adoración de la Cruz es un signo muy valorado por nuestro pueblo en la celebración de hoy. Hay que hacerla con toda dignidad escogiendo la forma que más se adapte a la asamblea (y a la disposición del templo) de las dos posibilidades que presenta el Misal. La cruz descubierta y adorada tiene que ser única. Es muy aconsejable que si en el presbiterio hay un crucifijo, éste permanezca cubierto durante toda la celebración.
Si la adoración de la cruz con todos sus elementos se presenta según el guión litúrgico, el pueblo comprenderá que la celebración del Viernes no es funeral por Jesús. Para ir disipando esta deformación, nada mejor que realizar con dignidad y vigor este rito litúrgico. El canto tendría que acomodarse mucho a los textos del Misal. Si no puede cantarse el himno "Oh Cruz fiel", estaría bien que un lector fuera recitando las estrofas mientras el pueblo después de cada una de ellas hace una breve aclamación. Las moniciones, durante la procesión de adoración, tienen que poner de relieve que Cristo reinó precisamente desde la Cruz: aclamemos, pues, la realeza triunfante del Señor al adorar la Cruz; ésta será por siempre más signo de la Pasión gloriosa del Redentor. ¡Levantemos la Cruz del resucitado! ¡No nos lamentemos ante la muerte -ni de Cristo ni de la nuestra- los que creemos en la Resurrección (de Cristo y nuestra)!
-PROCLAMAR LA MUERTE DEL SEÑOR EN LA COMUNIÓN Hoy, todo, la Palabra proclamada, la Cruz, la Comunión, nos anuncia y nos hace presente la muerte gloriosa de Cristo, el Señor. Comulgamos hoy con la carne sacrificada del Hijo del hombre, entregada en la cruz para dar la vida al mundo (cf. Jn 6, 51). Comulgamos, pues, la vida celebrando la muerte del Señor, que vino para que todos tuvieran vida sobreabundante (cf. Jn 10,10).
-PROLONGAR LA PLEGARIA
Conviene exhortar a los fieles a permanecer todo el día en espíritu de oración, en ayuno, que haga que el espíritu esté despierto a Dios que habla y nos recuerda y renueva la Pasión de su Hijo: la más grande manifestación y entrega de su amor. Esta actitud de ayuno cristiano acompañado de la plegaria, tiene que prolongarse durante todo el Sábado Santo, como recomienda el Vaticano II (Sacrosanctum Concilium, 110), recomendación que muchos fieles ignoran (¡incluso sacerdotes y religiosos!). ¡Y todo ello como expectativa de la gran celebración pascual, en la noche santa! Los ejercicios piadosos no tienen que oscurecer o quitar importancia a la celebración litúrgica, al contrario, tienen que prepararla o prolongarla en un clima de austeridad y oración que caracteriza el Viernes Santo vivido cristianamente: por los que en todo deben ser seguidores de la Cruz de Cristo.
P. LLABRÉS
MISA DOMINICAL 1991, 6
6. LAS CELEBRACIONES EN LAS "IGLESIAS POBRES"
Hoy y mañana, en estas "Orientaciones" quisiéramos tener especialmente en cuenta las celebraciones en las "iglesias pobres", es decir, en aquellas que cuentan con escasos medios. Subrayando lo fundamental, lo que más debe tenerse en cuenta, estas notas también pueden ser útiles para las iglesias con más medios, para que lo secundario no ahogue lo principal.
Recordemos lo que decíamos ayer: celebramos hechos y no lecciones, mensajes. De ahí que en la celebración de hoy nos centremos en el hecho de la muerte de Jesús en cruz, muerte salvadora, primer paso del hecho pascual, mucho más que en las lecciones morales que de ella se deducen (ya sea en referencia a nuestro ser pecadores, ya sea en referencia a Jesús como modelo moral). Sería erróneo convertir la acción litúrgica de hoy en una especie de "celebración penitencial" por nuestros pecados o en una especie de "via crucis" rememorativo de los sufrimientos y sentimientos de Jesús. Es bastante más que eso: es la celebración del primer paso del hecho crucial cristiano, la muerte/resurrección del Hijo de Dios hecho hombre. Importa tener "fe" en que celebrando bien este hecho, cada cristiano se sentirá él conmovido por el ejemplo del Señor, afectado como hombre pecador, sin necesidad de que le demos precocinadas estas consecuencias.
-LOS DOS MOMENTOS CUMBRES
Los dos momentos cumbres de la celebración de hoy son la lectura de la Pasión y la adoración de la Cruz. Será, por tanto, lo que más debe asegurarse y que -incluso sensiblemente- destaque. El texto de la Pasión está en los tres leccionarios dominicales (si no se dispone de los tres, convendrá fotocopiarlo para los lectores).
A estos debería entregarse el texto unos días antes. Si no hay quien pueda leerlo aceptablemente, será preferible que lo lea el sacerdote (pero con especial entonación, sin ninguna prisa). En las sugerencias para el canto proponemos varias antífonas para intercalar durante esta lectura, pero si -por ejemplo- sólo se sabe una, puede repetirse la misma en varias ocasiones. Evidentemente, se escuchará mucho mejor la extensa lectura sentados (menos al principio y desde antes de la crucifixión).
La adoración de la Cruz debe ser el otro momento cumbre, que se realice sin prisas y con solemnidad. (En algunos lugares se produce la paradoja de que, mientras en la acción litúrgica se liquida con cierta rapidez este rito, luego se organiza con esplendor un Via Crucis u otros actos devocionales). Parece preferible escoger la segunda forma de mostrar la Cruz -la procesional- y prescindir del rito de ir descubriendo la Cruz. La adoración deberá hacerse individualmente y si durante ella no se puede cantar, utilizar -con volumen discreto- la grabación de un casete. Para preparar la celebración -en todas las iglesias-, también en las que disponen de más medios -recomendaríamos que días antes los responsables se lean atentamente las rúbricas del Misal (hacer un listado de todo lo que se debe prever y del "papel" de cada ministro o ayudante: la celebración debe realizarse sin distraer al personal porque ahora falta eso, etc.). También repasar lo que subraya la Carta de la Congregación para el Culto (que ayer citábamos): notaríamos especialmente la libertad de horarios y la recomendación de que se use "una cruz suficientemente grande y bella" (¡el Señor y los fieles se lo merecen!).
-LA HOMILÍA
Deber ser hoy máximamente religiosa, contemplativa (incluso en el tono). Sin olvidar que la muerte del Hijo de Dios en cruz es un escándalo/necesidad (decía san Pablo), el gran predicador de Cristo crucificado) que no admite que la diluyamos con explicaciones o moralismos.
"Mirarán al que atravesaron", dice el evangelio de Juan. La homilía -no demasiado extensa- debería ayudar a saber mirar al Crucificado (y al final de la homilía, dejar un espacio de oración silenciosa, como recomienda el Misal). Con una mirada que nace más de la fe que de los sentimientos. Y la fe -toda la narración de Juan es una mirada desde la fe- cree que del Crucificado brota la vida ("sangre y agua" del costado). La mirada de la fe no borra nada de la tragedia de la Cruz -y de su comunión solidaria con toda tragedia de cada hombre y mujer a través de la historia- pero es también una mirada penetrada de esperanza: el Crucificado es también el Resucitado. Y es desde esta mirada de fe que une tragedia con victoria que descubrimos que la imagen histórica de Dios -la revelación de Dios en la historia humana- es precisamente el Crucificado, omnipotente en la debilidad de su amor hasta la muerte.
7.
Hoy empieza, propiamente, la celebración de la Pascua (Pascua significa paso: ni es correcto quedarse en la muerte -como lo presenta con frecuencia la celebración tradicional de la Semana Santa-, ni tampoco lo es celebrar la resurrección olvidando el paso por la muerte, por la lucha). El esfuerzo pastoral debería centrarse en esta unión entre celebración de la muerte y celebración de la resurrección. Sin olvidar -escamotear- ninguno de los dos aspectos, pero uniéndolos: la celebración, hoy, de la pasión y muerte del Señor, está ya preñada de esperanza; como la celebración de la resurrección, mañana por la noche, es victoria sobre la muerte, culminación de un camino de donación hasta el extremo, el extremo de la muerte (¡y muerte en cruz!).
Conseguir el tono adecuado para este día -viernes santo de la pasión del Señor- no resulta nada fácil. Y aquí tampoco es fácil dar soluciones, porque las circunstancias son muy diversas: desde la ciudad desierta pasando por los sitios donde la atención queda centrada en las procesiones, hasta los pueblos que se convierten en receptores de los ciudadanos en vacaciones de primavera. El intento pastoral debería ser facilitar en cada lugar -sin condenar nada- la vivencia de lo que significa la celebración de la pasión y muerte de JC, paso hacia la Resurrección. Por eso los pastores, en cada lugar, deberán poner a trabajar su imaginación, adaptarse a la realidad de cada lugar, pero también encontrar el modo de facilitar ayuda a los cristianos, en todas partes. Sin rendirse con excesiva facilidad a aquello de que no hay nada que hacer.
-LOS CENTROS DE LA CELEBRACIÓN
Son hoy la lectura solemne de la Pasión según San Juan y la veneración de la Cruz. Como preparación, las demás lecturas bíblicas; como intermedio, la plegaria universal; como conclusión -no culminante- la comunión con la Eucaristía del jueves.
La Pasión debe ser leída por tres lectores (recuérdese que el texto se halla en los tres leccionarios). Convendrá interrumpirla y subrayar su cariz de lectura contemplativa con algunas aclamaciones, antífonas o alguna coral adecuada. Por ejemplo: comienza la lectura de la Pasión y todo el mundo está de pie: después de la escena del huerto ("...¿no voy a beber?"), se puede cantar "Danos un corazón" MD 659 (sólo la respuesta), e invitar luego a la asamblea a sentarse. Se prosigue la lectura hasta "... Barrabás era un bandido"; entonces se puede cantar "Tu reino es vida", MD 823 (sólo la respuesta), y seguir hasta "...para que lo crucificaran". Entonces se puede cantar, sin estrofas, "Anunciaremos tu reino" MD 609. Todo el mundo se pone de pie, y escuchan así la última parte de la Pasión. Al terminar se puede hacer una aclamación breve, como p.e., "Victoria, tú reinarás", MD 934 (sólo la antífona), y otra aclamación a JC.
Después de la lectura hay que hacer una breve homilía, centrada en el aspecto de muerte "gloriosa": es en el Crucificado donde mayormente se revela el Dios que nos ama y por eso da la vida, vence la muerte.
La adoración de la Cruz es otro de los momentos culminantes. Tiene que llevar a la contemplación de la Cruz como paso hacia la victoria pascual, e incluso como principio de esta victoria. Es muy conveniente que toda la asamblea tenga ocasión de ir a besar la Cruz (si ésta es lo suficientemente grande, un modo fácil y más rápido es colocarla de tal modo que los fieles, en doble hilera, puedan acercarse a besar las manos -derecha e izquierda-; también se puede dejar la cruz sobre el altar y que los asistentes se acerquen por distintos sitios a besar el altar o la cruz). Si se hace adoración colectiva -creemos que poco recomendable excepto en casos especiales- deberá, con todo, dejarse un buen rato de plegaria. En todo caso, será indispensable acompañar la adoración de la Cruz con cantos adecuados. Darle solemnidad, hacerla sin prisa.
Por lo que respecta a la oración universal, pueden suprimirse algunas de las plegarias que propone el misal y añadir otras, pero conservando el estilo propio de este día y su carácter universal: hoy es una oración solemne, por todos los hombres, para que a todos llegue la vida que brota de la cruz.
La comunión, finalmente, tiene hoy el cariz propio del día, es decir, de sobriedad (incluso algunos liturgistas opinan que fue un error restablecerla en el día de hoy).
8. ORIENTACIONES PARA LA CELEBRACIÓN
-COMIENZA LA PASCUA
Hoy es el primer día del Triduo Pascual, inaugurado con la Eucaristía vespertina de ayer. La Pascua es todo el movimiento de tránsito de Jesús a través de la muerte a la Nueva Vida de Resucitado. Hoy celebramos de modo intenso el primer acto de este paso, la «Pascha Crucifixionis», como la llamaban los Padres. La muerte y la resurrección forman la gran unidad que se llama Pascua. El recuerdo de la Muerte, hoy, está ya lleno de esperanza y victoria. Mientras que la fiesta de la Resurrección seguirá teniendo presente la dinámica del paso por la muerte: «Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado», dirá el prefacio pascual.
-DÍA CENTRADO EN LA CRUZ
Este día está centrado evidentemente en la muerte salvadora de Jesús en la Cruz. Pero no con aire de tristeza, sino de sobria e intensa celebración: la comunidad cristiana proclama la Pasión del Señor y adora su Cruz. La celebración debe respirar un tono de serenidad y contemplación en torno al misterio central de la pasión y la muerte de Cristo.
Si se elige una hora más temprana para la celebración -por ejemplo, hacia el mediodía- todo el resto de la jornada y durante el sábado será la Cruz, situada centralmente, con un paño rojo y luces, el punto de referencia y de adoración para los fieles. En la celebración, los cantos, las lecturas y las oraciones nos sitúan con vigor en esta actitud de fe adorante. El color es el rojo, color de mártires y de sangre: Cristo, Sumo Sacerdote, se entrega voluntariamente por la humanidad, como primer mártir. El gesto de la postración en el suelo por parte del sacerdote se recomienda por su expresiva novedad: no hacen falta moniciones para captar toda la carga de adoración y recogimiento que comporta, mientras la comunidad está de rodillas.
La entrada de la Cruz tal vez es mejor hacerla presentándola ya descubierta: eso sí, cuidando la dignidad de su entrada, la aclamación repetida y las pausas de adoración de rodillas. Hay que dar relieve sobre todo a la adoración de la Cruz, uno de los momentos más expresivos del día. Que cada fiel tenga oportunidad de acercarse, adorar y besar la Cruz, mientras los cantos le dan sentido profundo al acto. Si la Cruz es grande, y los fieles muchos, la procesión puede ser doble y besar una u otra mano.
-LA ENTREGA DEL SIERVO HASTA LA MUERTE
La homilía sigue teniendo importancia también hoy, para ayudar a la comunidad a que entre en la actitud de adoración contemplativa del gran misterio. Eso sí, que sea más breve, porque ya las lecturas son largas y particularmente elocuentes. Debe ser homilía «pascual», centrada sobre todo en Cristo y su paso por la muerte a la Nueva Vida.
En lsaías leemos el cuarto cántico del Siervo, el que más directamente presenta su disposición sacrificial por los demás. La impresionante lectura resulta hoy la mejor clave profética para entender la entrega de Jesús a la muerte. Más que nunca el lector de este cántico debe prepararse y extremar la expresividad de su proclamación.
La segunda lectura nos centra todavía más en ese Cristo que tiene miedo ante la muerte, que experimenta lo difícil que es ser fiel a su misi6n hasta el fin: un camino serio de solidaridad que incluye la muerte.
Cada año leemos este día la Pasión según san Juan. También aquí la proclamación expresiva, dialogada o no, con intermedios de silencio o de aclamaciones cantadas, es la mejor ayuda para que esta palabra evangélica sea Palabra viva, dicha hoy y aquí para esta comunidad creyente, como «buena noticia» de salvación. No es un día para demasiadas aplicaciones dispersas en dirección moral. Por una parte las lecturas invitan a contemplar, no sólo a Cristo en su Cruz, sino en su prolongación: la humanidad doliente, los creyentes que también encuentran dificultad en su camino, que experimentan su pasión y muerte, sudor y sangre, siempre en la perspectiva pascual de vida que Dios nos prepara.
Pero lo más coherente con la celebración de hoy es que la homilía sea plenamente pascual y centrada en la figura de Cristo en su paso por la muerte a la nueva existencia gloriosa. Una homilía que invite a la fe, a la admiración y a la respuesta de la comunidad cristiana que, precisamente porque cree en Cristo y le contempla clavado en la Cruz, asimila también en su propia vida el doble movimiento de muerte y resurrección.
J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1993, 5
9. PARA LAS INTENCIONES DEL VIERNES SANTO
Proponemos aquí una actualización de las dos últimas intenciones de plegaria del Viernes santo (la oración se dice como en el misal):
IX. Por los gobernantes: Oremos también por los gobernantes de todas las naciones, para que Dios nuestro Señor, según sus designios, les guíe en sus pensamientos y decisiones hacia la paz y libertad de todos los seres humanos; que trabajen decididamente al servicio de una vida más digna para toda persona, y se esfuercen por lograr que los países más pobres puedan salir de la situación injusta en que se encuentran.
X. Por los atribulados: Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso, para que libre al mundo de toda falsedad, del hambre y la miseria. Oremos por los que sufren los horrores de la guerra, de las dictaduras crueles, de la tortura, de toda violencia. Oremos también por los perseguidos y encarcelados, y por los que son tratados injustamente por los hombres. Oremos por las familias que están en situaciones difíciles, por los que no tienen trabajo, por los pobres. Y oremos por los que son víctimas del racismo, por los emigrantes y desterrados, por los que se encuentran solos, por los enfermos, los moribundos y todos los que sufren.
sábado, 23 de abril de 2011
"¡Oh noche maravillosa!"
¡Oh noche maravillosa!
Esta noche la Iglesia celebra el acontecimiento fundamental y fundante de su fe, que está en el origen y en la base de todo, la más maravillosa de las acciones de Dios en favor del género humano: la Resurrección de Cristo. La Vigilia Pascual es la más importante de todas las celebraciones del año. De ahí que comience con un solemne pregón que proclama que estamos ante una noche santa, noche de gracia, “noche dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino”. La lecturas litúrgicas ofrecen un recorrido por las diferentes etapas de la historia de la salvación. La primera de estas etapas es la creación del ser humano a imagen de Dios; la palabra poderosa de Dios está en el origen del cosmos y del hombre, un mundo bueno y un ser humano llamado a ser el interlocutor de Dios, su amigo privilegiado. Continúa luego narrando la gesta de Dios, que libra a su pueblo de las cadenas de la esclavitud y le regala una tierra que mana lecha y miel, tierra de fraternidad, tierra de Dios. Esta historia culmina en la resurrección de Cristo, signo del gran amor de Dios a la humanidad y garantía de vida plena y feliz para todos los que siguen el camino que con Cristo se ha abierto a la humanidad.
Fray Martín Gelabert Ballester
Convento de San Vicente Ferrer (Valencia
¡Oh noche maravillosa!
Esta noche la Iglesia celebra el acontecimiento fundamental y fundante de su fe, que está en el origen y en la base de todo, la más maravillosa de las acciones de Dios en favor del género humano: la Resurrección de Cristo. La Vigilia Pascual es la más importante de todas las celebraciones del año. De ahí que comience con un solemne pregón que proclama que estamos ante una noche santa, noche de gracia, “noche dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino”. La lecturas litúrgicas ofrecen un recorrido por las diferentes etapas de la historia de la salvación. La primera de estas etapas es la creación del ser humano a imagen de Dios; la palabra poderosa de Dios está en el origen del cosmos y del hombre, un mundo bueno y un ser humano llamado a ser el interlocutor de Dios, su amigo privilegiado. Continúa luego narrando la gesta de Dios, que libra a su pueblo de las cadenas de la esclavitud y le regala una tierra que mana lecha y miel, tierra de fraternidad, tierra de Dios. Esta historia culmina en la resurrección de Cristo, signo del gran amor de Dios a la humanidad y garantía de vida plena y feliz para todos los que siguen el camino que con Cristo se ha abierto a la humanidad.
Fray Martín Gelabert Ballester
Convento de San Vicente Ferrer (Valencia
Meditación del día de Hablar con Dios
Sábado Santo
Pasión de Nuestro Señor
LA SEPULTURA DEL CUERPO DE JESúS
— Señales que siguieron a la muerte de Nuestro Señor. La lanzada. El descendimiento.
— Preparación para la sepultura. Valentía y generosidad de Nicodemo y José de Arimatea.
— Los Apóstoles junto a la Virgen.
I. Después de tres horas de agonía Jesús ha muerto. Los Evangelistas narran que el cielo se oscureció mientra el Señor estuvo pendiente de la cruz, y ocurrieron sucesos extraordinarios, pues era el Hijo de Dios quien moría. El velo del templo se rasgó de arriba abajo1, significando que con la muerte de Cristo había caducado el culto de la Antigua Alianza2; ahora, el culto agradable a Dios se tributa a través de la Humanidad de Cristo, que es Sacerdote y Víctima.
La tarde del viernes avanzaba y era necesario retirar los cuerpos; no podían quedar allí el sábado. Antes que luciera la primera estrella en el firmamento debían estar enterrados. Como era la Parasceve (el día de la preparación de la Pascua), para que no quedaran los cuerpos en la cruz, pues aquel sábado era un día grande, los judíos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitasen3. Este envió unos soldados que quebraron las piernas de los ladrones, para que murieran más rápidamente. Jesús ya estaba muerto, pero uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante brotó sangre y agua4. Este suceso, además del hecho histórico que presenció San Juan, tiene un profundo significado. San Agustín y la tradición cristiana ven brotar los sacramentos y la misma Iglesia del costado abierto de Jesús: «Allí se abría la puerta de la vida, de donde manaron los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se entra en la verdadera vida...»5. La Iglesia «crece visiblemente por el poder de Dios. Su comienzo y crecimiento están simbolizados en la sangre y el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado»6. La muerte de Cristo significó la vida sobrenatural que recibimos a través de la Iglesia.
Esta herida, que llega al corazón y lo traspasa, es una herida de superabundancia de amor que se añade a las otras. Es una manera de expresar lo que ninguna palabra puede ya decir. María comprende y sufre, como Corredentora. Su Hijo ya no la pudo sentir, Ella sí. Y así se acaba de cumplir hasta el final la profecía de Simeón: una espada traspasará tu alma7.
Bajaron a Cristo de la cruz con cariño y veneración, y lo depositaron con todo cuidado en brazos de su Madre. Aunque su Cuerpo es una pura llaga, su rostro está sereno y lleno de majestad. Miremos despacio y con piedad a Jesús, como le miraría la Virgen Santísima. No solo nos ha rescatado del pecado y de la muerte, sino que nos ha enseñado a cumplir la voluntad de Dios por encima de todos los planes propios, a vivir desprendidos de todo, a saber perdonar cuando el que ofende ni siquiera se arrepiente, a saber disculpar a los demás, a ser apóstoles hasta el momento de la muerte, a sufrir sin quejas estériles, a querer a los hombres aunque se esté padeciendo por culpa de ellos... «No estorbes la obra del Paráclito: únete a Cristo, para purificarte, y siente, con Él, los insultos, y los salivazos, y los bofetones..., y las espinas, y el peso de la muerte..., y los hierros rompiendo tu carne, y las ansias de una muerte en desamparo...
»Y métete en el costado abierto de Nuestro Señor hasta hallar cobijo seguro en su llagado Corazón»8. Allí encontraremos la paz. Dice San Buenaventura, hablando de ese vivir místicamente dentro de las llagas de Cristo: «¡Oh, qué buena cosa es estar con Jesucristo crucificado! Quiero hacer en Él tres moradas: una, en los pies; otra, en las manos, y otra perpetua en su precioso costado. Aquí quiero sosegar y descansar, y dormir y orar. Aquí hablaré a su corazón y me ha de conceder todo cuanto le pidiere. ¡Oh, muy amables llagas de nuestro piadoso Redentor! (...). En ellas vivo, y de sus manjares me sustento»9.
Miramos a Jesús despacio y, en la intimidad de nuestro corazón, le decimos: ¡Oh buen Jesús!, óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. Nos permitas que me aparte de Ti. Del maligno enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a Ti, para que con tus Santos te alabe. Por los siglos de los siglos»10.
II. José de Arimatea, discípulo de Jesús, hombre rico, influyente en el Sanedrín, que ha permanecido en el anonimato cuando el Señor es aclamado por toda Palestina, se presenta a Pilato para hacerse cargo del Cuerpo del Señor. Se dispone a pedirle «la más grande demanda que jamás se ha hecho: el Cuerpo de Jesús, el Hijo de Dios, el tesoro de la Iglesia, su riqueza, su enseñanza y ejemplo, su consuelo, el Pan con que debía alimentarse hasta la vida eterna. José, en aquel momento, representaba con su petición el deseo de todos los hombres, de toda la Iglesia, que necesitaba de Él para mantenerse viva eternamente»11.
También en estos momentos de desconcierto, cuando los discípulos, excepto Juan, han huido, hace su aparición otro discípulo de gran relieve social, que tampoco ha estado presente en las horas de triunfo. Llegó Nicodemo, el mismo que había venido a Él de noche, trayendo una mezcla de mirra y áloe, como de cien libras12.
¡Cómo agradecería la Virgen la ayuda de estos dos hombres: su generosidad, su valentía, su piedad! ¡Cómo se lo agradecemos también nosotros!
El pequeño grupo que, junto a la Virgen y a las mujeres de las que hace especial mención el Evangelio, se hicieron cargo de dar sepultura al Cuerpo de Jesús, tienen poco tiempo a causa de la fiesta del día siguiente, que comenzaba al atardecer de ese día. Lavaron el Cuerpo con extremada piedad, lo perfumaron (la cantidad de perfumes que trajo Nicodemo era muy grande: como cien libras), lo envolvieron en un lienzo nuevo que compró José13 y lo depositaron en un sepulcro excavado en la roca, que era del propio José y que no había sido utilizado para ningún otro cuerpo14. Cubrieron su cabeza con un sudario15.
¡Cómo envidiamos a José de Arimatea y a Nicodemo! ¡Cómo nos gustaría haber estado presentes para cuidar con inmensa piedad del Cuerpo del Señor!: «Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor..., lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones..., lo envolveré con el lienzo nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad!
»Cuando todo el mundo os abandone y desprecie..., serviam!, os serviré, Señor»16.
No debemos olvidar un solo día que en nuestros sagrarios está Jesús ¡vivo!, pero tan indefenso como en la Cruz, o como después en el Sepulcro. Cristo se entrega a su Iglesia y a cada cristiano para que el fuego de nuestro amor lo cuide y lo atienda lo mejor que podamos, y para que nuestra vida limpia lo envuelva como aquel lienzo que compró José. Pero además de esas manifestaciones de nuestro amor, debe haber otras que quizá exijan parte de nuestro dinero, de nuestro tiempo, de nuestro esfuerzo: José de Arimatea y Nicodemo no escatimaron esas otras muestras de amor.
III. El Cuerpo de Jesús yacía en el sepulcro. El mundo ha quedado a oscuras. María era la única luz encendida sobre la tierra. «La Madre del Señor –mi Madre– y las mujeres que han seguido al Maestro desde Galilea, después de observar todo atentamente, se marchan también. Cae la noche.
»Ahora ha pasado todo. Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha rescatado.
»Empti enim estis pretio magno! (1 Cor 6, 20), tú y yo hemos sido comprados a gran precio.
»Hemos de hacer vida nuestra la vida y la muerte de Cristo. Morir por la mortificación y la penitencia, para que Cristo viva en nosotros por el Amor. Y seguir entonces los pasos de Cristo, con afán de corredimir a todas las almas.
»Dar la vida por los demás. Solo así se vive la vida de Jesucristo y nos hacemos una misma cosa con Él»17.
No sabemos dónde estaban los Apóstoles aquella tarde, mientras dan sepultura al Cuerpo del Señor. Andarían perdidos, desorientados y confusos, sin rumbo fijo, llenos de tristeza.
Si el domingo ya se les ve de nuevo unidos18 es porque el sábado, quizá la misma tarde del viernes, han acudido a la Virgen. Ella protegió con su fe, su esperanza y su amor a esta naciente Iglesia, débil y asustada. Así nació la Iglesia: al abrigo de nuestra Madre. Ya desde el principio fue Consoladora de los afligidos, de quienes estaban en apuros. Este sábado, en el que todos cumplieron el descanso festivo según manda la ley19, no fue para Nuestra Señora un día triste: su Hijo ha dejado de sufrir. Ella aguarda serenamente el momento de la Resurrección; por eso no acompañará a las santas mujeres a embalsamar el Cuerpo muerto de Jesús.
Siempre, pero de modo particular si alguna vez hemos dejado a Cristo y nos encontramos desorientados y perdidos por haber abandonado el sacrificio y la Cruz como los Apóstoles, debemos acudir enseguida a esa luz continuamente encendida en nuestra vida que es la Virgen Santísima. Ella nos devolverá la esperanza. «Nuestra Señora es descanso para los que trabajan, consuelo de los que lloran, medicina para los enfermos, puerto para los que maltrata la tempestad, perdón para los pecadores, dulce alivio de los tristes, socorro de los que la imploran»20. Junto a Ella nos disponemos a vivir la inmensa alegría de la Resurrección.
1 Cfr. Mt 27, 51. — 2 Cfr. Heb 9, 1-14. — 3 Jn 19, 31. — 4 Jn 19, 34. — 5 San Agustín, Coment. al Evangelio de San Juan, 120, 2. — 6 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 3. — 7 Lc 2, 35. — 8 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 58. — 9 Oración de San Buenaventura, citada por Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo, Madrid 1975, pp. 221-222. —10 Misal Romano, Acción de gracias después de la Misa. —11 L. de la Palma, La Pasión del Señor, p. 244. — 12 Jn 19, 39. — 13 Mc 15, 46. — 14 Cfr. Mt 27, 60. — 15 Cfr. Jn 20, 5-6. — 16 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, XIV, 1. — 17 Ibídem. — 18 Cfr. Lc 24, 9. — 19 Cfr. Lc 23, 56. — 20 San Juan Damasceno, Homilía en la Dormición de la B. Virgen Meditación de ayer de Hablar con Dios
Viernes Santo
Pasión de Nuestro Señor
JESúS MUERE EN LA CRUZ
— En el Calvario. Jesús pide perdón por quienes le maltratan y crucifican.
— Cristo crucificado: se consuma la obra de nuestra Redención.
— Jesús nos da a su Madre como Madre nuestra. Los frutos de la Cruz. El buen ladrón.
I. Jesús es clavado en la cruz. Y canta la liturgia: ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza...!1.
Toda la vida de Jesús está dirigida a este momento supremo. Ahora apenas logra llegar, jadeando y exhausto, a la cima de aquel pequeño altozano llamado «lugar de la calavera». Enseguida lo tienden sobre el suelo y comienzan a clavarle en el madero. Introducen los hierros primero en las manos, con desgarro de nervios y carne. Luego es izado hasta quedar erguido sobre el palo vertical que está fijo en el suelo. A continuación le clavan los pies. María, su Madre, contempla toda la escena.
El Señor está firmemente clavado en la cruz. «Había esperado en ella muchos años, y aquel día se iba a cumplir su deseo de redimir a los hombres (...). Lo que hasta Él había sido un instrumento infame y deshonroso, se convertía en árbol de vida y escalera de gloria. Una honda alegría le llenaba al extender los brazos sobre la cruz, para que supieran todos que así tendría siempre los brazos para los pecadores que se acercaran a Él: abiertos (...).
»Vio, y eso le llenó de alegría, cómo iba a ser amada y adorada la cruz, porque Él iba a morir en ella. Vio a los mártires, que, por su amor y por defender la verdad, iban a padecer un martirio semejante. Vio el amor de sus amigos, vio sus lágrimas ante la cruz. Vio el triunfo y la victoria que alcanzarían los cristianos con el arma de la cruz. Vio los grandes milagros que con la señal de la cruz se iban a hacer a lo largo del mundo. Vio tantos hombres que, con su vida, iban a ser santos, porque supieron morir como Él y vencieron al pecado»2. Contempló tantas veces cómo nosotros íbamos a besar un crucifijo; nuestro recomenzar en tantas ocasiones...
Jesús está elevado en la cruz. A su alrededor hay un espectáculo desolador; algunos pasan y le injurian; los príncipes de los sacerdotes, más hirientes y mordaces, se burlan; y otros, indiferentes, miran el acontecimiento. Muchos de los allí presentes le habían visto bendecir, e incluso hacer milagros. No hay reproches en los ojos de Jesús, solo piedad y compasión. Le ofrecen vino con mirra. Dad licor a los miserables y vino a los afligidos: que bebiendo olviden su miseria y no se acuerden más de sus dolores3. Era costumbre reservar estos gestos humanitarios con los condenados. La bebida –un vino fuerte con algo de mirra– adormecía y aliviaba el terrible sufrimiento.
El Señor lo probó por gratitud al que se lo ofrecía, pero no quiso tomarlo, para apurar el cáliz del dolor. ¿Por qué tanto padecimiento?, se pregunta San Agustín. Y responde: «Todo lo que padeció es el precio de nuestro rescate»4. No se contentó con sufrir un poco: quiso agotar el cáliz sin reservarse nada, para que aprendiéramos la grandeza de su amor y la bajeza del pecado. Para que fuéramos generosos en la entrega, en la mortificación, en el servicio a los demás.
II. La crucifixión era la ejecución más cruel y afrentosa que conoció la antigüedad. Un ciudadano romano no podía ser crucificado. La muerte sobrevenía después de una larga agonía. A veces, los verdugos aceleraban el final del crucificado quebrantándole las piernas. Desde los tiempos apostólicos hasta nuestros días muchos son los que se niegan a aceptar a un Dios hecho hombre que muere en un madero para salvarnos: el drama de la cruz sigue siendo motivo de escándalo para los judíos y locura para los gentiles5. Desde siempre, ahora también, ha existido la tentación de desvirtuar el sentido de la Cruz.
La unión íntima de cada cristiano con su Señor necesita de ese conocimiento completo de su vida, también de este capítulo de la Cruz. Aquí se consuma nuestra Redención, aquí encuentra sentido el dolor en el mundo, aquí conocemos un poco la malicia del pecado y el amor de Dios por cada hombre. No quedemos indiferentes ante un Crucifijo.
«Ya han cosido a Jesús al madero. Los verdugos han ejecutado despiadadamente la sentencia. El Señor ha dejado hacer, con mansedumbre infinita.
»No era necesario tanto tormento. Él pudo haber evitado aquellas amarguras, aquellas humillaciones, aquellos malos tratos, aquel juicio inicuo, y la vergüenza del patíbulo, y los clavos, y la lanza... Pero quiso sufrir todo eso por ti y por mí. Y nosotros, ¿no vamos a saber corresponder?
»Es muy posible que en alguna ocasión, a solas con un crucifijo, se te vengan las lágrimas a los ojos. No te domines... Pero procura que ese llanto acabe en un propósito»6.
III. Los frutos de la Cruz no se hicieron esperar. Uno de los ladrones, después de reconocer sus pecados, se dirige a Jesús: Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino. Le habla con la confianza que le otorga el ser compañero de suplicio. Seguramente habría oído hablar antes de Cristo, de su vida, de sus milagros. Ahora ha coincidido con Él en los momentos en que parece estar oculta su divinidad. Pero ha visto su comportamiento desde que emprendieron la marcha hacia el Calvario: su silencio que impresiona, su mirar lleno de compasión ante las gentes, su majestad grande en medio de tanto cansancio y de tanto dolor. Estas palabras que ahora pronuncia no son improvisadas: expresan el resultado final de un proceso que se inició en su interior desde el momento en que se unió a Jesús. Para convertirse en discípulo de Cristo no ha necesitado de ningún milagro; le ha bastado contemplar de cerca el sufrimiento del Señor. Otros muchos se convertirían al meditar los hechos de la Pasión recogidos por los Evangelistas.
Escuchó el Señor emocionado, entre tantos insultos, aquella voz que le reconocía como Dios. Debió producir alegría en su corazón, después de tanto sufrimiento. Yo te aseguro, le dijo, que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso7.
La eficacia de la Pasión no tiene fin. Ha llenado el mundo de paz, de gracia, de perdón, de felicidad en las almas, de salvación. Aquella Redención que Cristo realizó una vez, se aplica a cada hombre, con la cooperación de su libertad. Cada uno de nosotros puede decir en verdad: el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí8. No ya por «nosotros», de modo genérico, sino por mí, como si fuese único. Se actualiza la Redención salvadora de Cristo cada vez que en el altar se celebra la Santa Misa9.
«Jesucristo quiso someterse por amor, con plena conciencia, entera libertad y corazón sensible (...). Nadie ha muerto como Jesucristo, porque era la misma vida. Nadie ha expiado el pecado como Él, porque era la misma pureza»10. Nosotros estamos recibiendo ahora copiosamente los frutos de aquel amor de Jesús en la Cruz. Solo nuestro «no querer» puede hacer baldía la Pasión de Cristo.
Muy cerca de Jesús está su Madre, con otras santas mujeres. También está allí Juan, el más joven de los Apóstoles. Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa11. Jesús, después de darse a sí mismo en la Última Cena, nos da ahora lo que más quiere en la tierra, lo más precioso que le queda. Le han despojado de todo. Y Él nos da a María como Madre nuestra.
Este gesto tiene un doble sentido. Por una parte se preocupa de la Virgen, cumpliendo con toda fidelidad el Cuarto Mandamiento del Decálogo. Por otra, declara que Ella es nuestra Madre. «La Santísima Virgen avanzó también en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo de pie (Jn 19, 25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado; y, finalmente, fue dada por el mismo Cristo Jesús, agonizante en la Cruz, como madre al discípulo»12.
«Se apaga la luminaria del cielo, y la tierra queda sumida en tinieblas. Son cerca de las tres, cuando Jesús exclama:
»—Elí, Elí, lamma sabachtani?! Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46).
»Después, sabiendo que todas las cosas están a punto de ser consumadas, para que se cumpla la Escritura, dice:
»—Tengo sed (Jn 19, 28).
»Los soldados empapan en vinagre una esponja, y poniéndola en una caña de hisopo se la acercan a la boca. Jesús sorbe el vinagre, y exclama:
»—Todo está cumplido (Jn 19, 30).
»El velo del templo se rasga, y tiembla la tierra, cuando clama el Señor con una gran voz:
»—Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46).
»Y expira.
»Ama el sacrificio, que es fuente de vida interior. Ama la Cruz, que es altar del sacrificio. Ama el dolor, hasta beber, como Cristo, las heces del cáliz»13.
Con María, nuestra Madre, nos será más fácil, y por eso le cantamos con el himno litúrgico: «¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Hazme contigo llorar y dolerme de veras de sus penas mientras vivo; porque deseo acompañar en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo. Haz que me enamore su cruz y que en ella viva y more...»14.
1 Himno Crux fidelis. Adoración de la Cruz .— 2 L. de la Palma, La Pasión del Señor, pp. 168-169. — 3 Prov 31, 6-7. — 4 San Agustín, Comentario sobre el salmo 21, 11, 8. — 5 Cfr. 1 Cor 1, 23. — 6 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, XI, 1. — 7 Lc 23, 43. — 8 Gal 2, 20. — 9 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 3 y Oración sobre las Ofrendas del Domingo II del tiempo ordinario. — 10 R. Guardini, El Señor, Madrid 1956, vol. II, p. 170. — 11 Jn 19, 26-27. — 12 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 58. — 13 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, XII. — 14 Himno Stabat Mater
María.
jueves, 21 de abril de 2011
Mensaje de Jesús
¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida?
Déjame el cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor. Cuando te abandones en mí todo se resolverá con tranquilidad según mis designios.
No te desesperes, no me dirijas una oración agitada, como si quisieras exigirme el cumplimiento de tus deseos.
Cierra los ojos del alma y dime con calma. Jesús, yo confío en ti.
Evita las preocupaciones y angustias y los pensamientos sobre lo que pueda suceder después.
No estropees mis planes, queriéndome imponer tus ideas. Déjame ser Dios y actuar con libertad.
Abandónate confiadamente en mí. Reposa en mí y deja en mis manos tu futuro.
Dime frecuentemente: Jesús, yo confío en ti.
Lo que más daño te hace es tu razonamiento y tus propias ideas y querer resolver las cosas a tu manera.
Cuando me dices: Jesús, yo confío en ti, no seas como el paciente que le pide al médico que lo cure, pero le sugiere el modo de hacerlo.
Déjate llevar en mis brazos divinos, no tengas miedo, YO TE AMO.
Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración sigue confiado. Cierra los ojos del alma y confía.
Continua diciéndome a toda hora: Jesús, yo confío en ti.
Necesito las manos libres para poder obrar. No me ates con tus preocupaciones inútiles. Confía solo en MI, abandonándote en MI.
Así que no te preocupes, hecha en MI todas tus angustias y duerme tranquilamente.
Dime siempre: Jesús, yo confío en TI y veras grandes milagros. Te lo prometo por mi amor.
¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida?
Déjame el cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor. Cuando te abandones en mí todo se resolverá con tranquilidad según mis designios.
No te desesperes, no me dirijas una oración agitada, como si quisieras exigirme el cumplimiento de tus deseos.
Cierra los ojos del alma y dime con calma. Jesús, yo confío en ti.
Evita las preocupaciones y angustias y los pensamientos sobre lo que pueda suceder después.
No estropees mis planes, queriéndome imponer tus ideas. Déjame ser Dios y actuar con libertad.
Abandónate confiadamente en mí. Reposa en mí y deja en mis manos tu futuro.
Dime frecuentemente: Jesús, yo confío en ti.
Lo que más daño te hace es tu razonamiento y tus propias ideas y querer resolver las cosas a tu manera.
Cuando me dices: Jesús, yo confío en ti, no seas como el paciente que le pide al médico que lo cure, pero le sugiere el modo de hacerlo.
Déjate llevar en mis brazos divinos, no tengas miedo, YO TE AMO.
Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración sigue confiado. Cierra los ojos del alma y confía.
Continua diciéndome a toda hora: Jesús, yo confío en ti.
Necesito las manos libres para poder obrar. No me ates con tus preocupaciones inútiles. Confía solo en MI, abandonándote en MI.
Así que no te preocupes, hecha en MI todas tus angustias y duerme tranquilamente.
Dime siempre: Jesús, yo confío en TI y veras grandes milagros. Te lo prometo por mi amor.
«Delante de la cruz, los ojos míos
quédenseme, Señor, así mirando
y sin ellos quererlo estén llorando
porque pecaron mucho y están fríos.
Y estos labios que dicen mis desvíos,
quédenseme, Señor, así cantando,
y sin ellos querer estén rezando
porque pecaron mucho y son impíos.
Y así con la mirada en vos prendida
y así con la palabra prisionera,
como a la carne a vuestra cruz asida
quédeseme, Señor, el alma entera
así clavada en vuestra cruz mi vida,
Señor, así cuando queráis me muera».
Rafael Sánchez Mazas
quédenseme, Señor, así mirando
y sin ellos quererlo estén llorando
porque pecaron mucho y están fríos.
Y estos labios que dicen mis desvíos,
quédenseme, Señor, así cantando,
y sin ellos querer estén rezando
porque pecaron mucho y son impíos.
Y así con la mirada en vos prendida
y así con la palabra prisionera,
como a la carne a vuestra cruz asida
quédeseme, Señor, el alma entera
así clavada en vuestra cruz mi vida,
Señor, así cuando queráis me muera».
Rafael Sánchez Mazas
miércoles, 20 de abril de 2011
No vas solo cargando tu cruz
La cruz te asusta;
su simple nombre de una sola sílaba te abruma;
pero es porque has luchado muchos años
con una gran cruz fantasma de tu imaginación;
una cruz sin Cristo, la cruz enorme de toda una vida:
una cruz que no era la que Dios
cargaba amorosamente sobre tus hombros.
La verdadera cruz es la de Cristo,
la que Él te regala y la que te ayuda a llevar
volviéndose tu Cirineo,
una cruz de un día,
porque Él dijo: "Bástale a cada día su afán."
¿Has podido llevar la cruz de este día?
Sí has podido.
Así podrás llevar la de mañana
y la de pasado mañana;
la mano que hoy te sostuvo
te sostendrá mañana y hasta el último día,
que también será un solo día.
No te hagas el gigante del Calvario,
lleva la cruz que te dan,
no la que tú te fabricas;
llévala con amor, con mucho amor,
y pesará menos:
cuanto más amor, menos peso;
y mira a la cima del Calvario:
de ese Árbol bendito penden los frutos
que más anhelas:
la santidad, la salvación
de innumerables almas, el cielo eterno.
Toma esa cruz con más amor;
mira al que va delante,
y ya no vuelvas la mirada atrás;
pero, si miras, verás que detrás de ti,
cayendo y levantándose, luchando duramente,
amorosamente por seguir en pie,
vienen miles de hermanos tuyos
con su cruz a cuestas.
Padre Mariano de Blas, L.C.
ENTRE LOS MÁS POBRES
Tienes tu escabel,
y tus pies descansan
entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
Quiero inclinarme ante Ti,
pero mi postración no llega
nunca a la sima
donde tus pies descansan
entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
El orgullo no puede
acercarse a Ti,
que caminas
con la ropa de los miserables,
entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
Mi corazón no sabe
encontrar su senda,
la senda de los solidarios,
por donde Tú vas
entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
R. TAGORE
Tienes tu escabel,
y tus pies descansan
entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
Quiero inclinarme ante Ti,
pero mi postración no llega
nunca a la sima
donde tus pies descansan
entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
El orgullo no puede
acercarse a Ti,
que caminas
con la ropa de los miserables,
entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
Mi corazón no sabe
encontrar su senda,
la senda de los solidarios,
por donde Tú vas
entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
R. TAGORE
Experiencia del Espíritu
Cuando se da una esperanza total que prevalece sobre todas las demás esperanzas particulares, que abarca con su suavidad y con su silenciosa promesa todos los crecimientos y todas las caídas,
cuando se acepta y se lleva libremente una responsabilidad donde no se tienen claras perspectivas de éxito y de utilidad,
cuando un hombre conoce y acepta su libertad última, que ninguna fuerza terrena le puede arrebatar,
cuando se acepta con serenidad la caída en las tinieblas de la muerte como el comienzo de una promesa que no entendemos,
cuando se da como buena la suma de todas las cuentas de la vida que uno mismo no puede calcular pero que Otro ha dado por buenas, aunque no se puedan probar,
cuando la experiencia fragmentada del amor, la belleza y la alegría, se viven sencillamente y se aceptan como promesa del amor, la belleza y la alegría, sin dar lugar a un escepticismo cínico como consuelo barato del último desconsuelo,
cuando el vivir diario, amargo, decepcionante y aniquilador, se vive con serenidad y perseverancia hasta el final, aceptado por una fuerza cuyo origen no podemos abarcar ni dominar,
cuando se corre el riesgo de orar en medio de tinieblas silenciosas sabiendo que siempre somos escuchados, aunque no percibimos una respuesta que se pueda razonar o disputar,
cuando uno se entrega sin condiciones y esta capitulación se vive como una victoria,
cuando el caer se convierte en un verdadero estar de pie,
cuando se experimenta la desesperación y misteriosamente se siente uno consolado sin consuelo fácil,
cuando el hombre confía sus conocimientos y preguntas al misterio silencioso y salvador, más amado que todos nuestros conocimientos particulares convertidos en señores demasiado pequeños para nosotros,
cuando ensayamos diariamente nuestra muerte e intentamos vivir como desearíamos morir: tranquilos y en paz, cuando... podríamos continuar durante largo tiempo.
Allí está Dios y su gracia liberadora, allí conocemos a quien nosotros, cristianos, llamamos Espíritu Santo de Dios,
allí se hace una experiencia que no se puede ignorar en la vida, aunque a veces esté reprimida, porque se ofrece a nuestra libertad con el dilema de si queremos aceptarla o si, por el contrario, queremos defendernos de ella en un infierno de libertad al que nos condenamos nosotros mismos.
Esta es la mística de cada día, el buscar a Dios en todas las cosas. Aquí está la sobria embriaguez del Espíritu de la que hablan los Padres de la Iglesia y la liturgia antigua y a la que nos esta permitido rehusar o despreciar por su sobriedad.
KARL RAHNER
8. CLARETIANOS 2002-2003
Queridos amigos:
Hace varios años que el filósofo judío Levinas me ayudó a caer en la cuenta de lo que significa el rostro humano. Es la parte de nuestro cuerpo que nosotros nunca podemos ver directamente. Y, sin embargo, la parte que los demás ven. Más aún: el rostro es como una concentración de nuestro cuerpo entero para los demás. Son los demás quienes nos dicen: "Te veo hoy con mala cara" o "Tienes buena cara". Nuestro rostro es la ventana por la cual se comunica lo que somos. Comunican nuestros ojos y comunican nuestros labios. Una frente fruncida es señal de preocupación. Unos labios apretados indican rabia. Una sonrisa transmite alegría.
11. DOMINICOS 2003
Continuamos en la liturgia de hoy vivenciando los mismos sentimientos expuestos en el día de ayer.
Es crucial el momento en que uno de los discípulos colabora con los enemigos en la entrega de su Maestro. Al conocerlo, el alma vuelve a rumiar una y mil veces, por un lado, la grandeza del Amor y, por otro, la miseria de la infidelidad y traición.
Asociémonos nosotros al grito del amor sincero y del dolor asumido, y tomemos como punto de partida la antífona de entrada a la Misa:
Al nombre de Jesús
toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo.
El Señor se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz.
Por ello Jesucristo es SEÑOR, para gloria de Dios Padre.
A él sea la gloria. Amén.
En los textos bíblicos de las lecturas se nos sugiere que interioricemos los sentimientos de las almas fieles, en gestos de adhesión a Cristo.
Hagámoslo
en el silencio de una oración personal prolongada y comprometida,
en el coloquio de grupo que comparta actitudes de almas nobles, entregadas,
en la formulación de compromisos arriesgados que nos lleven a perfeccionar nuestro modo de seguimiento del Maestro.
Reflexionemos con Cristo y con los hermanos que sufren:
El mundo no puede ser igual antes y después de la pasión y muerte de Cristo.
Es necesario que arrepintiéndonos de nuestras injusticias, egoísmos, suficiencias y liviandades, reiniciemos caminos de honestidad, de santidad, de amor y paz.
Digamos, pues, con verdad:
Llorando los pecados, tu pueblo está, Señor.
Vuélvenos tu mirada y danos tu perdón.
Seguiremos tus pasos, camino de la cruz,
Subiendo hasta la cumbre de la Pascua de luz.
OREMOS:
¡Oh Dios!, que para librarnos de la esclavitud del pecado
quisiste que tu Hijo padeciera y muriera en la cruz,
concédenos, por la mediación de su sangre, la gracia de vernos renovados conforme a su imagen para vernos un día también resucitados con Él. Amén
Si el rostro es un concentrado de humanidad, ¡qué fuerza adquieren las palabras del profeta Isaías ("No oculté el rostro a insultos y salivazos") o las del salmo 68 ("La vergüenza cubrió mi rostro")!
Junto al sentido del oído, hoy ponemos a punto también el sentido de la vista para contemplar el rostro de Jesús durante los próximos días. No sé si se parece al rostro diseñado hace poco más de un año por expertos de la BBC a partir del cráneo de un judío del siglo I. Lo que sí sé es que se trata de un mapa en el que están registrados los gozos y sufrimientos de todos los seres humanos.
En vísperas de su muerte, el rostro de Jesús resume la entera trayectoria de su vida terrena: sus largos años de laboratorio nazareno y sus pocos meses o años de itinerancia misionera por tierras de Galilea y de Jerusalén.
¿Cómo veían el rostro de Jesús sus discípulos cuando le preguntaban, uno tras otro, incluido Judas, la pregunta del millón: "¿Soy yo acaso, Señor?". ¿Verían preocupación, rabia, frustración, derrota? ¿O verían un rostro luminoso, sobrecargado de amor en cada una de sus millones de células?
"Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro". Esta es la súplica que brota en un día como hoy en el que millones de personas se ponen en camino hacia los lugares donde van a pasar los días del triduo sacro.
¿Se puede vivir el triduo sacro estando de vacaciones? ¿Se ha convertido la Semana Santa en un simple período vacacional, salpicado con algún rito folclórico religioso a modo de relleno para tranquilizar la conciencia? Quizá hoy podemos responder con sencillez. Se puede vivir el triduo sacro en cualquier lugar ... con tal de que no tengamos miedo de buscar y contemplar el rostro de Cristo. No importa tanto el lugar cuanto el coraje de dirigir nuestros ojos a ese rostro cubierto de insultos y salivazos y, sin embargo, hermoso, radiante, perdonador. Ese rostro se muestra en la liturgia de la iglesia y se muestra en las personas sufrientes que, sin duda, iremos encontrando. Por mucho derecho que tengamos al descanso, no podemos mirar en otra dirección, porque en el familiar con problemas o en el que nos sirve en un hotel podemos descubrir al Cristo que sigue sufriendo hoy. Volver la espalda a esos rostros tan reales es volver la espalda al Cristo que nos mira.
"Oculi nostri ad Dominum Jesum" canta la liturgia. "Nuestros ojos están vueltos al Señor Jesús". Ojalá podamos aguzar la vista para contemplar este rostro en cualquier lugar en el que nos encontremos durante los próximos días.
Vuestro amigo.
Gonzalo Fernández (gonzalo@claret.org
MOMENTO DE REFLEXIÓN
1. ¿Tan malo era Judas como para preparar la traición?
A nosotros nos puede parecer, desde la riqueza de nuestra fe, que la felonía de Judas desbordaba todo límite de comprensión.
Pero ésa puede ser una forma de engañarnos, si con ello nos consideramos justos a nosotros mismos, mejores que los demás, incapaces de traiciones.
Nos movemos en planos distintos, por gracia de Dios.
Judas, a pesar de las maravillas y bondades del Maestro, no estaba persuadido de su grandeza de Mesías, Salvador. Necesitaba de mayor luz. Su error fue exigirla conforme a sus esquemas e intereses, no conforme al plan de Dios.
Nosotros en cambio sí estamos persuadidos de la grandeza del Mesías, pues creemos que Jesús es el Hijo de Dios.
Pero ¿por qué lo creemos? Por gracia de Dios. ¡Misterio!
2. Sólo treinta monedas.
Convenir la traición y entrega en el módico precio de treinta monedas ¿no nos resulta insultante?
Materialmente sí.
Pero hemos de tomar ese precio como algo simbólico, alusivo a lo poco en que se estimaba la obra de Cristo y su persona.
¿No hacemos nosotros eso mismo cuando desestimamos a los demás, cuando los traicionamos, cuando nos dejamos turbar por pasiones sordas de egoísmo o de poder...
No nis engañemos. Cristo es de valor infinito, y ese valor o se adora, sin precio, o se desprecia y anula. ¡Grandeza o miseria humana!
Retengamos para nuestra meditación
el contraste entre Jesús que ama y sirve y Judas que ambiciona y traiciona. Temblemos por ser Judas,
y no caigamos en la tentación de vender a nadie ni pisotear su dignidad .
El Triduo santo de la pasión y resurrección del Señor
Catequesis de S.S. Juan Pablo II durante las audiencias generales de los miércoles
31 de marzo de 1999
1. Con el domingo pasado, llamado de Ramos, hemos entrado en la semana llamada «santa» porque en ella conmemoramos los acontecimientos centrales de nuestra redención. El núcleo de esta semana es el Triduo de la pasión y la resurrección del Señor, que, como se lee en el Misal romano, «es el punto culminante de todo el año litúrgico, ya que Jesucristo ha cumplido la obra de la redención de los hombres y de la glorificación perfecta de Dios principalmente por su misterio pascual, por el cual, muriendo, destruyó nuestra muerte y, resucitando, restauró la vida» (Normas generales, 18). En la historia de la humanidad no ha sucedido nada más significativo y de mayor valor. Así, al concluir la Cuaresma, nos disponemos a vivir con fervor los días más importantes para nuestra fe e intensificamos nuestro compromiso de seguir, cada vez con mayor fidelidad, a Cristo, redentor del hombre.
2. La Semana santa nos lleva a meditar en el sentido de la cruz, en la que «alcanza su culmen la revelación del amor misericordioso de Dios» (cf. Dives in misericordia, 8). De manera muy particular, nos impulsa a esa reflexión el tema de este tercer año de preparación inmediata para él gran jubileo del 2000 dedicado al Padre. Nos ha salvado su infinita misericordia. Para redimir a la humanidad nos entregó libremente a su Hijo unigénito. ¿Cómo no darle gracias? La historia está iluminada y dirigida por el evento incomparable de la redención: Dios, rico en misericordia, ha derramado sobre todo ser humano su infinita bondad por medio del sacrificio de Cristo.
¿Cómo manifestar de modo adecuado nuestro agradecimiento? La liturgia de estos días, por un lado, nos invita a elevar al Señor, vencedor de la muerte, un himno de gratitud, y, por otro, nos pide al mismo tiempo que eliminemos de nuestra vida todo lo que nos impide conformarnos a él. Contemplamos a Cristo en la fe y recorramos de nuevo las etapas decisivas de la salvación que realizó. Nos reconocemos pecadores y confesamos nuestra ingratitud, nuestra infidelidad y nuestra indiferencia ante su amor. Necesitamos su perdón, que nos purifique y sostenga en el esfuerzo de conversión interior y de constante renovación del espíritu.
3. «Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito; limpia mi pecado» (Sal 50, 3-4).
Estas palabras, que proclamamos el miércoles de Ceniza, nos han acompañando durante todo el itinerario cuaresmal. Resuenan en nuestro espíritu con singular intensidad ante la cercanía de los días santos, en los que se nos renueva el don extraordinario del perdón de los pecados, que nos obtuvo Jesús en la cruz. Frente a Cristo crucificado, manifestación elocuente de la misericordia de Dios, ¿cómo no arrepentirnos de nuestros pecados y convertirnos al amor?, ¿cómo no reparar concretamente los males causados a los demás y restituir los bienes conseguidos de modo ilícito? El perdón exige gestos concretos: el arrepentimiento sólo es verdadero y eficaz cuando se traduce en obras concretas de conversión y justa reparación.
4. «Por tu fidelidad, ayúdame, Señor». Así nos invita a orar la liturgia de este Miércoles santo, totalmente proyectada hacia los acontecimientos salvíficos que conmemoraremos en los próximos días. Al proclamar hoy el evangelio de san Mateo sobre la Pascua y la traición de Judas, ya pensamos en la solemne misa «in cena Domini» de mañana por la tarde, que recordara la institución del sacerdocio y de la Eucaristía, así como el mandamiento «nuevo» del amor fraterno, que nos dejó el Señor en la víspera de su muerte.
Antes de esa sugestiva celebración se tendrá, mañana por la mañana, la Misa crismal, que en todas las catedrales del mundo preside el obispo, rodeado de su presbiterio. Se bendicen los sagrados óleos para el bautismo, para la unción de los enfermos, y el crisma. Luego, por la tarde, después de la misa «in cena Domini», habrá tiempo para la adoración, como para responder a la invitación que Jesús dirigió a sus discípulos en la dramática noche de su agonía: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mt 26, 38).
El Viernes santo es un día de profunda emoción, en el que la Iglesia nos hace volver a escuchar el relato de la pasión de Cristo. La «adoración» de la cruz será el centro de la acción litúrgica que se celebrará ese día, mientras la comunidad eclesial ora intensamente por las necesidades de los creyentes y del mundo entero.
A continuación viene una fase de profundo silencio. Todo callará hasta la noche del Sábado santo. En el centro de las tinieblas irrumpirán la alegría y la luz con los sugestivos ritos de la Vigilia pascual y el canto gozoso del «Aleluya». Será el encuentro, en la fe, con Cristo resucitado, y la alegría pascual se prolongará a lo largo de los cincuenta días que seguirán.
5. Amadísimos hermanos y hermanas, dispongámonos a revivir estos acontecimientos con íntimo fervor junto con María santísima, presente en el momento de la pasión de su Hijo y testigo de su resurrección. Un canto polaco dice: «Madre santísima, elevamos nuestra súplica a tu corazón, atravesado por la espada del dolor». Que María acepte nuestras oraciones y los sacrificios de los que sufren, confirme nuestros propósitos cuaresmales y nos acompañe mientras seguimos a Jesús en la hora de la prueba suprema. Cristo, martirizado y crucificado, es fuente de fuerza y signo de esperanza para todos los creyentes y para la humanidad entera.
. CLARETIANOS 2004
Queridas amigos y amigas: ¿Conocéis este poema?
“Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor”.(1)
Cuando lo leo, me imagino que es Jesús, el que llevó las tres heridas de todo ser humano que viene a este mundo: la del amor, la de la muerte, la de la vida...
Por eso lo imagino cercano, contemporáneo de toda persona y de toda generación. “El Hijo de Dios que, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo ser humano” (Vaticano II, Gaudium et Spes, 22). Con la mujer y con el varón. Con el joven y con el entrado en años. Con la persona sin letras y con la cultivada. Con quien ha tenido suerte y con quien cayó en desgracia. Con el negro y con el blanco. Con el sudamericano, con el del este, con el árabe, con el occidental, con el subsahariano, con el asiático...
Porque hay muchas cosas que nos diferencian, pero las cosas más básicas nos igualan. Quizá deberíamos pensar más en ellas: la común humanidad y el tener que lidiar con las tres heridas -la de la vida, la de la muerte, la del amor-. “El misterio del ser humano sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (...) Cristo manifiesta plenamente la humanidad al propio ser humano y le descubre la grandeza de su vocación”... ¿Tendrá algo que ver con vivir para amar, amar para morir, morir para vivir?
Se acerca la Pascua. La mesa está preparada. Ojalá que puedas, en estos días, renovar tu vida... en Cristo, nuestro Hermano. Intuir su Amor... para darlo. Compartir su Muerte... para no perder la esperanza. Recibir su Vida... para contagiarla. Déjate servir en la mesa de la Pascua. El Maestro ha preparado un lugar para ti. “Sus heridas nos han curado”.
Vuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez, claretiano (luismacmf@yahoo.es)
Queridos amigos:
Hace varios años que el filósofo judío Levinas me ayudó a caer en la cuenta de lo que significa el rostro humano. Es la parte de nuestro cuerpo que nosotros nunca podemos ver directamente. Y, sin embargo, la parte que los demás ven. Más aún: el rostro es como una concentración de nuestro cuerpo entero para los demás. Son los demás quienes nos dicen: "Te veo hoy con mala cara" o "Tienes buena cara". Nuestro rostro es la ventana por la cual se comunica lo que somos. Comunican nuestros ojos y comunican nuestros labios. Una frente fruncida es señal de preocupación. Unos labios apretados indican rabia. Una sonrisa transmite alegría.
11. DOMINICOS 2003
Continuamos en la liturgia de hoy vivenciando los mismos sentimientos expuestos en el día de ayer.
Es crucial el momento en que uno de los discípulos colabora con los enemigos en la entrega de su Maestro. Al conocerlo, el alma vuelve a rumiar una y mil veces, por un lado, la grandeza del Amor y, por otro, la miseria de la infidelidad y traición.
Asociémonos nosotros al grito del amor sincero y del dolor asumido, y tomemos como punto de partida la antífona de entrada a la Misa:
Al nombre de Jesús
toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo.
El Señor se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz.
Por ello Jesucristo es SEÑOR, para gloria de Dios Padre.
A él sea la gloria. Amén.
En los textos bíblicos de las lecturas se nos sugiere que interioricemos los sentimientos de las almas fieles, en gestos de adhesión a Cristo.
Hagámoslo
en el silencio de una oración personal prolongada y comprometida,
en el coloquio de grupo que comparta actitudes de almas nobles, entregadas,
en la formulación de compromisos arriesgados que nos lleven a perfeccionar nuestro modo de seguimiento del Maestro.
Reflexionemos con Cristo y con los hermanos que sufren:
El mundo no puede ser igual antes y después de la pasión y muerte de Cristo.
Es necesario que arrepintiéndonos de nuestras injusticias, egoísmos, suficiencias y liviandades, reiniciemos caminos de honestidad, de santidad, de amor y paz.
Digamos, pues, con verdad:
Llorando los pecados, tu pueblo está, Señor.
Vuélvenos tu mirada y danos tu perdón.
Seguiremos tus pasos, camino de la cruz,
Subiendo hasta la cumbre de la Pascua de luz.
OREMOS:
¡Oh Dios!, que para librarnos de la esclavitud del pecado
quisiste que tu Hijo padeciera y muriera en la cruz,
concédenos, por la mediación de su sangre, la gracia de vernos renovados conforme a su imagen para vernos un día también resucitados con Él. Amén
Si el rostro es un concentrado de humanidad, ¡qué fuerza adquieren las palabras del profeta Isaías ("No oculté el rostro a insultos y salivazos") o las del salmo 68 ("La vergüenza cubrió mi rostro")!
Junto al sentido del oído, hoy ponemos a punto también el sentido de la vista para contemplar el rostro de Jesús durante los próximos días. No sé si se parece al rostro diseñado hace poco más de un año por expertos de la BBC a partir del cráneo de un judío del siglo I. Lo que sí sé es que se trata de un mapa en el que están registrados los gozos y sufrimientos de todos los seres humanos.
En vísperas de su muerte, el rostro de Jesús resume la entera trayectoria de su vida terrena: sus largos años de laboratorio nazareno y sus pocos meses o años de itinerancia misionera por tierras de Galilea y de Jerusalén.
¿Cómo veían el rostro de Jesús sus discípulos cuando le preguntaban, uno tras otro, incluido Judas, la pregunta del millón: "¿Soy yo acaso, Señor?". ¿Verían preocupación, rabia, frustración, derrota? ¿O verían un rostro luminoso, sobrecargado de amor en cada una de sus millones de células?
"Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro". Esta es la súplica que brota en un día como hoy en el que millones de personas se ponen en camino hacia los lugares donde van a pasar los días del triduo sacro.
¿Se puede vivir el triduo sacro estando de vacaciones? ¿Se ha convertido la Semana Santa en un simple período vacacional, salpicado con algún rito folclórico religioso a modo de relleno para tranquilizar la conciencia? Quizá hoy podemos responder con sencillez. Se puede vivir el triduo sacro en cualquier lugar ... con tal de que no tengamos miedo de buscar y contemplar el rostro de Cristo. No importa tanto el lugar cuanto el coraje de dirigir nuestros ojos a ese rostro cubierto de insultos y salivazos y, sin embargo, hermoso, radiante, perdonador. Ese rostro se muestra en la liturgia de la iglesia y se muestra en las personas sufrientes que, sin duda, iremos encontrando. Por mucho derecho que tengamos al descanso, no podemos mirar en otra dirección, porque en el familiar con problemas o en el que nos sirve en un hotel podemos descubrir al Cristo que sigue sufriendo hoy. Volver la espalda a esos rostros tan reales es volver la espalda al Cristo que nos mira.
"Oculi nostri ad Dominum Jesum" canta la liturgia. "Nuestros ojos están vueltos al Señor Jesús". Ojalá podamos aguzar la vista para contemplar este rostro en cualquier lugar en el que nos encontremos durante los próximos días.
Vuestro amigo.
Gonzalo Fernández (gonzalo@claret.org
MOMENTO DE REFLEXIÓN
1. ¿Tan malo era Judas como para preparar la traición?
A nosotros nos puede parecer, desde la riqueza de nuestra fe, que la felonía de Judas desbordaba todo límite de comprensión.
Pero ésa puede ser una forma de engañarnos, si con ello nos consideramos justos a nosotros mismos, mejores que los demás, incapaces de traiciones.
Nos movemos en planos distintos, por gracia de Dios.
Judas, a pesar de las maravillas y bondades del Maestro, no estaba persuadido de su grandeza de Mesías, Salvador. Necesitaba de mayor luz. Su error fue exigirla conforme a sus esquemas e intereses, no conforme al plan de Dios.
Nosotros en cambio sí estamos persuadidos de la grandeza del Mesías, pues creemos que Jesús es el Hijo de Dios.
Pero ¿por qué lo creemos? Por gracia de Dios. ¡Misterio!
2. Sólo treinta monedas.
Convenir la traición y entrega en el módico precio de treinta monedas ¿no nos resulta insultante?
Materialmente sí.
Pero hemos de tomar ese precio como algo simbólico, alusivo a lo poco en que se estimaba la obra de Cristo y su persona.
¿No hacemos nosotros eso mismo cuando desestimamos a los demás, cuando los traicionamos, cuando nos dejamos turbar por pasiones sordas de egoísmo o de poder...
No nis engañemos. Cristo es de valor infinito, y ese valor o se adora, sin precio, o se desprecia y anula. ¡Grandeza o miseria humana!
Retengamos para nuestra meditación
el contraste entre Jesús que ama y sirve y Judas que ambiciona y traiciona. Temblemos por ser Judas,
y no caigamos en la tentación de vender a nadie ni pisotear su dignidad .
El Triduo santo de la pasión y resurrección del Señor
Catequesis de S.S. Juan Pablo II durante las audiencias generales de los miércoles
31 de marzo de 1999
1. Con el domingo pasado, llamado de Ramos, hemos entrado en la semana llamada «santa» porque en ella conmemoramos los acontecimientos centrales de nuestra redención. El núcleo de esta semana es el Triduo de la pasión y la resurrección del Señor, que, como se lee en el Misal romano, «es el punto culminante de todo el año litúrgico, ya que Jesucristo ha cumplido la obra de la redención de los hombres y de la glorificación perfecta de Dios principalmente por su misterio pascual, por el cual, muriendo, destruyó nuestra muerte y, resucitando, restauró la vida» (Normas generales, 18). En la historia de la humanidad no ha sucedido nada más significativo y de mayor valor. Así, al concluir la Cuaresma, nos disponemos a vivir con fervor los días más importantes para nuestra fe e intensificamos nuestro compromiso de seguir, cada vez con mayor fidelidad, a Cristo, redentor del hombre.
2. La Semana santa nos lleva a meditar en el sentido de la cruz, en la que «alcanza su culmen la revelación del amor misericordioso de Dios» (cf. Dives in misericordia, 8). De manera muy particular, nos impulsa a esa reflexión el tema de este tercer año de preparación inmediata para él gran jubileo del 2000 dedicado al Padre. Nos ha salvado su infinita misericordia. Para redimir a la humanidad nos entregó libremente a su Hijo unigénito. ¿Cómo no darle gracias? La historia está iluminada y dirigida por el evento incomparable de la redención: Dios, rico en misericordia, ha derramado sobre todo ser humano su infinita bondad por medio del sacrificio de Cristo.
¿Cómo manifestar de modo adecuado nuestro agradecimiento? La liturgia de estos días, por un lado, nos invita a elevar al Señor, vencedor de la muerte, un himno de gratitud, y, por otro, nos pide al mismo tiempo que eliminemos de nuestra vida todo lo que nos impide conformarnos a él. Contemplamos a Cristo en la fe y recorramos de nuevo las etapas decisivas de la salvación que realizó. Nos reconocemos pecadores y confesamos nuestra ingratitud, nuestra infidelidad y nuestra indiferencia ante su amor. Necesitamos su perdón, que nos purifique y sostenga en el esfuerzo de conversión interior y de constante renovación del espíritu.
3. «Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito; limpia mi pecado» (Sal 50, 3-4).
Estas palabras, que proclamamos el miércoles de Ceniza, nos han acompañando durante todo el itinerario cuaresmal. Resuenan en nuestro espíritu con singular intensidad ante la cercanía de los días santos, en los que se nos renueva el don extraordinario del perdón de los pecados, que nos obtuvo Jesús en la cruz. Frente a Cristo crucificado, manifestación elocuente de la misericordia de Dios, ¿cómo no arrepentirnos de nuestros pecados y convertirnos al amor?, ¿cómo no reparar concretamente los males causados a los demás y restituir los bienes conseguidos de modo ilícito? El perdón exige gestos concretos: el arrepentimiento sólo es verdadero y eficaz cuando se traduce en obras concretas de conversión y justa reparación.
4. «Por tu fidelidad, ayúdame, Señor». Así nos invita a orar la liturgia de este Miércoles santo, totalmente proyectada hacia los acontecimientos salvíficos que conmemoraremos en los próximos días. Al proclamar hoy el evangelio de san Mateo sobre la Pascua y la traición de Judas, ya pensamos en la solemne misa «in cena Domini» de mañana por la tarde, que recordara la institución del sacerdocio y de la Eucaristía, así como el mandamiento «nuevo» del amor fraterno, que nos dejó el Señor en la víspera de su muerte.
Antes de esa sugestiva celebración se tendrá, mañana por la mañana, la Misa crismal, que en todas las catedrales del mundo preside el obispo, rodeado de su presbiterio. Se bendicen los sagrados óleos para el bautismo, para la unción de los enfermos, y el crisma. Luego, por la tarde, después de la misa «in cena Domini», habrá tiempo para la adoración, como para responder a la invitación que Jesús dirigió a sus discípulos en la dramática noche de su agonía: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mt 26, 38).
El Viernes santo es un día de profunda emoción, en el que la Iglesia nos hace volver a escuchar el relato de la pasión de Cristo. La «adoración» de la cruz será el centro de la acción litúrgica que se celebrará ese día, mientras la comunidad eclesial ora intensamente por las necesidades de los creyentes y del mundo entero.
A continuación viene una fase de profundo silencio. Todo callará hasta la noche del Sábado santo. En el centro de las tinieblas irrumpirán la alegría y la luz con los sugestivos ritos de la Vigilia pascual y el canto gozoso del «Aleluya». Será el encuentro, en la fe, con Cristo resucitado, y la alegría pascual se prolongará a lo largo de los cincuenta días que seguirán.
5. Amadísimos hermanos y hermanas, dispongámonos a revivir estos acontecimientos con íntimo fervor junto con María santísima, presente en el momento de la pasión de su Hijo y testigo de su resurrección. Un canto polaco dice: «Madre santísima, elevamos nuestra súplica a tu corazón, atravesado por la espada del dolor». Que María acepte nuestras oraciones y los sacrificios de los que sufren, confirme nuestros propósitos cuaresmales y nos acompañe mientras seguimos a Jesús en la hora de la prueba suprema. Cristo, martirizado y crucificado, es fuente de fuerza y signo de esperanza para todos los creyentes y para la humanidad entera.
. CLARETIANOS 2004
Queridas amigos y amigas: ¿Conocéis este poema?
“Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor”.(1)
Cuando lo leo, me imagino que es Jesús, el que llevó las tres heridas de todo ser humano que viene a este mundo: la del amor, la de la muerte, la de la vida...
Por eso lo imagino cercano, contemporáneo de toda persona y de toda generación. “El Hijo de Dios que, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo ser humano” (Vaticano II, Gaudium et Spes, 22). Con la mujer y con el varón. Con el joven y con el entrado en años. Con la persona sin letras y con la cultivada. Con quien ha tenido suerte y con quien cayó en desgracia. Con el negro y con el blanco. Con el sudamericano, con el del este, con el árabe, con el occidental, con el subsahariano, con el asiático...
Porque hay muchas cosas que nos diferencian, pero las cosas más básicas nos igualan. Quizá deberíamos pensar más en ellas: la común humanidad y el tener que lidiar con las tres heridas -la de la vida, la de la muerte, la del amor-. “El misterio del ser humano sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (...) Cristo manifiesta plenamente la humanidad al propio ser humano y le descubre la grandeza de su vocación”... ¿Tendrá algo que ver con vivir para amar, amar para morir, morir para vivir?
Se acerca la Pascua. La mesa está preparada. Ojalá que puedas, en estos días, renovar tu vida... en Cristo, nuestro Hermano. Intuir su Amor... para darlo. Compartir su Muerte... para no perder la esperanza. Recibir su Vida... para contagiarla. Déjate servir en la mesa de la Pascua. El Maestro ha preparado un lugar para ti. “Sus heridas nos han curado”.
Vuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez, claretiano (luismacmf@yahoo.es)
MIÉRCOLES SANTO
Libro de Isaías 50,4-9.
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Está cerca el que me hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí! Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar? Todos ellos se gastarán como un vestido, se los comerá la polilla.
Salmo 69,8-10.21-22.31.33-34.
Por ti he soportado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro;
me convertí en un extraño para mis hermanos, fui un extranjero para los hijos de mi madre:
porque el celo de tu Casa me devora, y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian.
La vergüenza me destroza el corazón, y no tengo remedio. Espero compasión y no la encuentro, en vano busco un consuelo:
pusieron veneno en mi comida, y cuando tuve sed me dieron vinagre.
así alabaré con cantos el nombre de Dios, y proclamaré su grandeza dando gracias;
Que lo vean los humildes y se alegren, que vivan los que buscan al Señor:
porque el Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos.
Evangelio según San Mateo 26,14-25.
Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?". Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo. El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?". El respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: 'El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'". Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará". Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo, Señor?". El respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!". Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?". "Tú lo has dicho", le respondió Jesús.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
LECTURAS:
1ª: Is 50, 4-9a=(Is 50, 4-7=RAMOS)=(Is 50, 5-9=DOMINGO 24B)
2ª: Mt 26, 14-25 =RAMOS A
-Dios me ha dado el lenguaje de un hombre que se deja instruir: Para que, a mi vez, sepa reconfortar al que está muy abatido.
Palabras admirables de psicología humana.
Escuchar.
Capacidad de escuchar: Papel del Siervo de Dios... verdadero servicio entre hermanos...
Saber reconfortar.
Y para ello, ser uno mismo pobre, -dejarse instruir-. Dejarse reconfortar por Dios, para, a su vez, saber reconfortar. Saber lo que es el desaliento, la prueba.
Jesús, habiendo sido probado puede ayudar «a los que han agotado sus fuerzas».
En estos días mi oración se hace más ardiente en favor de «los que ya no pueden más».
Nombro a los que conozco, que están quizá cerca de mí y se encuentran en ese caso.
También pienso en los que están lejos, en todos esos innumerables pobres que hay por el mundo... los mal alimentados, los mal aposentados o sin hogar, los que no tienen el amor de nadie. Todos aquellos con los cuales Jesús ha venido a compartir su condición. Todos los que más se parecen a Jesús... ¡los que ya no pueden más!
-La «palabra» me despierta cada mañana, para que escuche. El Señor Dios me ha abierto el oído.
Jesús, escuchando al Padre.
Abre nuestros oídos, Señor, para que sepamos escuchar a Dios también... y escuchar a nuestros hermanos...
Haz que yo oiga, Señor, a todos mis hermanos que claman dirigiéndose a mí. Haz que oiga el gemido de los pobres, la llamada de los hermanos. Y ayúdame a responder.
Fidelidad. Oído abierto.
Sáname de mi «sordera» habitual.
-Y yo no me resistí, ni me hice atrás. Presenté mis espaldas a los que me golpeaban y mis mejillas a los que mesaban mi barba. No protegí mi rostro de los insultos y de los salivazos.
¡Cuánto paralelismo contigo Jesús!
«No protegí mi rostro»
El colmo de la afrenta: la bofetada dada a un adulto, el salivazo que mancilla el rostro.
Espectáculo insostenible, incluso en la pantalla de cine o de televisión. Jesús recibió salivazos en su rostro.
Perdón, Señor Dios nuestro.
P/ACEPTACION: Deberíamos avergonzarnos de nuestros pecados. "Si conocieses tus pecados, te invadiría el terror". ·Pascal-B.
Contemplo tu hermoso rostro sucio, mancillado.
«¡Oh Dios santo, oh Dios fuerte, oh Dios inmortal! Ten piedad de nosotros».
-Pero el Señor viene en mi ayuda para que no me alcanzaran los insultos... Es el Señor mi defensor.
El tema de la «humillación» está vinculado al tema de la «exaltación». Jesús sabía que su muerte sería una victoria.
Hay que pensar que Jesús sacó de esos textos, que conocía bien, confortación y certidumbre.
La resurrección está presente ya en la cruz.
Pascua se perfila durante toda la semana dolorosa.
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
Libro de Isaías 50,4-9.
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Está cerca el que me hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí! Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar? Todos ellos se gastarán como un vestido, se los comerá la polilla.
Salmo 69,8-10.21-22.31.33-34.
Por ti he soportado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro;
me convertí en un extraño para mis hermanos, fui un extranjero para los hijos de mi madre:
porque el celo de tu Casa me devora, y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian.
La vergüenza me destroza el corazón, y no tengo remedio. Espero compasión y no la encuentro, en vano busco un consuelo:
pusieron veneno en mi comida, y cuando tuve sed me dieron vinagre.
así alabaré con cantos el nombre de Dios, y proclamaré su grandeza dando gracias;
Que lo vean los humildes y se alegren, que vivan los que buscan al Señor:
porque el Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos.
Evangelio según San Mateo 26,14-25.
Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?". Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo. El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?". El respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: 'El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'". Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará". Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo, Señor?". El respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!". Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?". "Tú lo has dicho", le respondió Jesús.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
LECTURAS:
1ª: Is 50, 4-9a=(Is 50, 4-7=RAMOS)=(Is 50, 5-9=DOMINGO 24B)
2ª: Mt 26, 14-25 =RAMOS A
-Dios me ha dado el lenguaje de un hombre que se deja instruir: Para que, a mi vez, sepa reconfortar al que está muy abatido.
Palabras admirables de psicología humana.
Escuchar.
Capacidad de escuchar: Papel del Siervo de Dios... verdadero servicio entre hermanos...
Saber reconfortar.
Y para ello, ser uno mismo pobre, -dejarse instruir-. Dejarse reconfortar por Dios, para, a su vez, saber reconfortar. Saber lo que es el desaliento, la prueba.
Jesús, habiendo sido probado puede ayudar «a los que han agotado sus fuerzas».
En estos días mi oración se hace más ardiente en favor de «los que ya no pueden más».
Nombro a los que conozco, que están quizá cerca de mí y se encuentran en ese caso.
También pienso en los que están lejos, en todos esos innumerables pobres que hay por el mundo... los mal alimentados, los mal aposentados o sin hogar, los que no tienen el amor de nadie. Todos aquellos con los cuales Jesús ha venido a compartir su condición. Todos los que más se parecen a Jesús... ¡los que ya no pueden más!
-La «palabra» me despierta cada mañana, para que escuche. El Señor Dios me ha abierto el oído.
Jesús, escuchando al Padre.
Abre nuestros oídos, Señor, para que sepamos escuchar a Dios también... y escuchar a nuestros hermanos...
Haz que yo oiga, Señor, a todos mis hermanos que claman dirigiéndose a mí. Haz que oiga el gemido de los pobres, la llamada de los hermanos. Y ayúdame a responder.
Fidelidad. Oído abierto.
Sáname de mi «sordera» habitual.
-Y yo no me resistí, ni me hice atrás. Presenté mis espaldas a los que me golpeaban y mis mejillas a los que mesaban mi barba. No protegí mi rostro de los insultos y de los salivazos.
¡Cuánto paralelismo contigo Jesús!
«No protegí mi rostro»
El colmo de la afrenta: la bofetada dada a un adulto, el salivazo que mancilla el rostro.
Espectáculo insostenible, incluso en la pantalla de cine o de televisión. Jesús recibió salivazos en su rostro.
Perdón, Señor Dios nuestro.
P/ACEPTACION: Deberíamos avergonzarnos de nuestros pecados. "Si conocieses tus pecados, te invadiría el terror". ·Pascal-B.
Contemplo tu hermoso rostro sucio, mancillado.
«¡Oh Dios santo, oh Dios fuerte, oh Dios inmortal! Ten piedad de nosotros».
-Pero el Señor viene en mi ayuda para que no me alcanzaran los insultos... Es el Señor mi defensor.
El tema de la «humillación» está vinculado al tema de la «exaltación». Jesús sabía que su muerte sería una victoria.
Hay que pensar que Jesús sacó de esos textos, que conocía bien, confortación y certidumbre.
La resurrección está presente ya en la cruz.
Pascua se perfila durante toda la semana dolorosa.
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
martes, 19 de abril de 2011
JAVIERADAS 2011
¡En marcha…. a Javier!
“Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”
6 y 12 de marzo de 2011
Queridos peregrinos y caminantes de las Javieradas:
Un año más, nos sentimos convocados a vivir esta experiencia de peregrinación que tanto bien ha ido haciendo durante años.
Os invito a mirar con ilusión y con alegría este tiempo de preparación para vivir, con un espíritu auténtico, las Jornadas de las Javieradas. Una peregrinación es el Pueblo de Dios en marcha. Es un signo de la Iglesia peregrina y misionera. Por eso, a Javier se marcha en espíritu de penitencia y de fe.
Se camina hacia una meta significativa en el Castillo de Javier, sí, pero que la trasciende. Se marcha hacia la reconciliación, la conversión, la gracia, el encuentro fuerte con Jesucristo y los hermanos, el compromiso misionero con la justicia, el amor, la paz y con todos los valores evangélicos.
Invito a todos, pero de modo especial a los jóvenes en este año en el que celebraremos la “Jornada Mundial de la Juventud”, para que os planteéis la vida con audacia y sin temores, desde el gozo de vivir un amor que todo lo transforma y todo lo llena; desde un amor que no deja nada a la intemperie sino que ayuda a madurar y a forjar la vida hacia un futuro mucho mejor: el Reino de los Cielos.
El Papa, Benedicto XVI, en un mensaje dirigido a los peregrinos de las Javieradas del año pasado nos recordaba: “Os invito a tomar el camino hacia Javier como una ocasión providencial para recapacitar sobre la propia vocación cristiana, ahondar en la conversión sincera, fortalecer sus lazos con la Iglesia, de la que son miembros vivos, y acoger con corazón gozoso a Cristo, que viene a nuestro encuentro para iluminar nuestras vidas y enviarnos a propagar el Evangelio en todos los ambientes, a ejemplo del gran misionero San Francisco”.
El peregrino no desfallece sino que va dando paso a paso, con firmeza y con disposición generosa; no se atemoriza y menos se echa para atrás; pone la mirada en la meta y no se deja abatir por las inclemencias. El buen peregrino, además, se fía de los que saben más que el …///…
Antes de iniciar “el camino hacia Javier”, escuchamos una voz en nuestro interior que nos invita a “ponernos en marcha” y que nos llama por nuestro nombre. Al comienzo del Tiempo Cuaresmal la Iglesia -de todas las maneras posibles- nos insiste en esta actitud de “caminantes ante la vida”; estar “en camino hacia el Señor”, estar “en camino con el Señor”.
Qué gozo poder caminar hacia la cuna de San Francisco de Javier, nuestro más insigne misionero, patrono universal de las misiones. También él, escuchó la voz del Señor mientras se dedicaba a sus estudios en la Universidad de París: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma”.
No podemos olvidar que toda llama que viene de Dios lleva consigo una misión y una tarea. Por eso, le pedimos al Santo de Javier que nos ayude a vivir como él: siempre dispuestos a ser fieles heraldos del Evangelio y firmes para aceptar la voluntad de Dios, para orientar la vida no según nuestros deseos sino según el designio que Dios tiene sobre cada uno de nosotros.
Nada hay que dé más gozo al alma que seguir las indicaciones del Maestro: “Aquí estoy -Señor- para hacer tu voluntad…. puedes contar conmigo para anunciar la Buena Noticia del Evangelio de la Esperanza y de la Vida”.
La Virgen oyó, también, la voz del Señor que la llamaba por su nombre: “Dios te salve, María”. Y respondió con prontitud y disponibilidad: “He aquí la esclava. Hágase en mí, según tu palabra”. A ella nos acogemos para que nos enseñe a escuchar la voz del Señor y a responderle con generosidad.
¡Miramos el horizonte del camino, sabiendo cual es nuestra meta, haciendo realidad la invitación que el Señor nos ha hecho y sintiendo en lo profundo de cada uno de nuestros corazones la necesidad de vivir “Arraigados y edificados en Cristo y firmes en nuestra fe”!
Con mi afecto y bendición,
+ Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela
¡En marcha…. a Javier!
“Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”
6 y 12 de marzo de 2011
Queridos peregrinos y caminantes de las Javieradas:
Un año más, nos sentimos convocados a vivir esta experiencia de peregrinación que tanto bien ha ido haciendo durante años.
Os invito a mirar con ilusión y con alegría este tiempo de preparación para vivir, con un espíritu auténtico, las Jornadas de las Javieradas. Una peregrinación es el Pueblo de Dios en marcha. Es un signo de la Iglesia peregrina y misionera. Por eso, a Javier se marcha en espíritu de penitencia y de fe.
Se camina hacia una meta significativa en el Castillo de Javier, sí, pero que la trasciende. Se marcha hacia la reconciliación, la conversión, la gracia, el encuentro fuerte con Jesucristo y los hermanos, el compromiso misionero con la justicia, el amor, la paz y con todos los valores evangélicos.
Invito a todos, pero de modo especial a los jóvenes en este año en el que celebraremos la “Jornada Mundial de la Juventud”, para que os planteéis la vida con audacia y sin temores, desde el gozo de vivir un amor que todo lo transforma y todo lo llena; desde un amor que no deja nada a la intemperie sino que ayuda a madurar y a forjar la vida hacia un futuro mucho mejor: el Reino de los Cielos.
El Papa, Benedicto XVI, en un mensaje dirigido a los peregrinos de las Javieradas del año pasado nos recordaba: “Os invito a tomar el camino hacia Javier como una ocasión providencial para recapacitar sobre la propia vocación cristiana, ahondar en la conversión sincera, fortalecer sus lazos con la Iglesia, de la que son miembros vivos, y acoger con corazón gozoso a Cristo, que viene a nuestro encuentro para iluminar nuestras vidas y enviarnos a propagar el Evangelio en todos los ambientes, a ejemplo del gran misionero San Francisco”.
El peregrino no desfallece sino que va dando paso a paso, con firmeza y con disposición generosa; no se atemoriza y menos se echa para atrás; pone la mirada en la meta y no se deja abatir por las inclemencias. El buen peregrino, además, se fía de los que saben más que el …///…
Antes de iniciar “el camino hacia Javier”, escuchamos una voz en nuestro interior que nos invita a “ponernos en marcha” y que nos llama por nuestro nombre. Al comienzo del Tiempo Cuaresmal la Iglesia -de todas las maneras posibles- nos insiste en esta actitud de “caminantes ante la vida”; estar “en camino hacia el Señor”, estar “en camino con el Señor”.
Qué gozo poder caminar hacia la cuna de San Francisco de Javier, nuestro más insigne misionero, patrono universal de las misiones. También él, escuchó la voz del Señor mientras se dedicaba a sus estudios en la Universidad de París: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma”.
No podemos olvidar que toda llama que viene de Dios lleva consigo una misión y una tarea. Por eso, le pedimos al Santo de Javier que nos ayude a vivir como él: siempre dispuestos a ser fieles heraldos del Evangelio y firmes para aceptar la voluntad de Dios, para orientar la vida no según nuestros deseos sino según el designio que Dios tiene sobre cada uno de nosotros.
Nada hay que dé más gozo al alma que seguir las indicaciones del Maestro: “Aquí estoy -Señor- para hacer tu voluntad…. puedes contar conmigo para anunciar la Buena Noticia del Evangelio de la Esperanza y de la Vida”.
La Virgen oyó, también, la voz del Señor que la llamaba por su nombre: “Dios te salve, María”. Y respondió con prontitud y disponibilidad: “He aquí la esclava. Hágase en mí, según tu palabra”. A ella nos acogemos para que nos enseñe a escuchar la voz del Señor y a responderle con generosidad.
¡Miramos el horizonte del camino, sabiendo cual es nuestra meta, haciendo realidad la invitación que el Señor nos ha hecho y sintiendo en lo profundo de cada uno de nuestros corazones la necesidad de vivir “Arraigados y edificados en Cristo y firmes en nuestra fe”!
Con mi afecto y bendición,
+ Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela
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