Cipecar - Centro de iniciativas de pastoral de espiritualidad
VÍA CRUCIS CON TEXTOS DEL
LIBRO DE LA VIDA DE SANTA
TERESA
(Se coloca una cruz delante del
grupo. Tres lectores: uno lee la
estación, otro lee el texto de la
Santa, otro lee el comentario).
Represéntate a Cristo delante de
ti.
Siempre que pienses de Él,
acuérdate de su amor por ti, que
amor saca amor.
Acostúmbrate a enamorarte de
su humanidad.
Tráele siempre contigo.
Mira que te mira.
Acompáñale.
Habla con Él.
Pídele por tus necesidades.
Quéjate a Él de tus trabajos.
Alégrate de estar con Él.
No te olvides de Él en esta hora.
Dile palabras que te salgan del corazón (Vida 12,2 y 13,22).
PRIMERA ESTACIÓN: JESÚS, CONDENADO A MUERTE
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades. ¡Bendito
sea tal libro, que deja impreso lo que se ha de leer y hacer, de manera que no se
puede olvidar! (V 26,5).
- Andar el camino de la vida en compañía de Jesús es un grito de
esperanza. Con Él, la muerte no tiene la última palabra.
- Hoy abro mi corazón a Ti, Señor Jesús, para aprender verdades: el amor
es más fuerte el odio, el amor no entiende de límites ni de treguas, la vida se nos
da a chorros cuando Tú subes camino del Calvario.
- Padre nuestro
SEGUNDA ESTACIÓN: JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS
No dejen de considerar muchas veces la Pasión y vida de Cristo, que es de
donde nos ha venido y viene todo bien (V 13,13).
- ¡La cruz! Signo y recuerdo de la entrega con más pasión y más
gratuidad jamás vivida.
- Cuando el camino es áspero y las cargas insoportables, sabemos que
Tú nunca nos dejas solos.
TERCERA ESTACÓN: JESÚS CAE EN TIERRA POR PRIMERA VEZ
Si quiere ganar libertad de espíritu y no andar siempre atribulado, comience a
no se espantar de la cruz, y verá cómo se la ayuda también a llevar el Señor y
con el contento que anda (V 11,17).
- Miles de hombres y mujeres mordiendo el polvo cada día, aplastados por
la depresión y la tristeza, por la violencia y la explotación, por la pobreza o la
debilidad.
- Señor Jesús, tu ternura nos levanta; tus ojos nos regalan una mirada de
compasión para los que están caídos.
CUARTA ESTACIÓN: JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE
Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes ¿Qué más
queremos de un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y
tribulaciones como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le
amare y siempre le trajere cabe sí (V 22,7).
- La Madre sale al encuentro. ¡Cuántas veces salen las madres al encuentro!
Su presencia fortalece, ¡y de qué manera!
- Cuando voy a tu encuentro, Señor Jesús, me hallo con la luz de tu mirada y
sé nunca me dejarás en el camino.
QUINTA ESTACIÓN: JESÚS, AYUDADO POR UN CIRINEO
Bien de todos los bienes y Jesús mío, ordenad luego modos cómo haga algo por
Vos, que no hay ya quien sufra recibir tanto y no pagar nada. Cueste lo que
costare, Señor, no queráis que vaya delante de Vos tan vacías las manos (V
21,5).
- Al arrimar el hombro a toda situación injusta y dolorosa, ¡somos cirineos de
Jesús!
- ¿Cómo es que necesitas mi ayuda, Señor Jesús? Aquí tienes mis manos.
SEXTA ESTACIÓN: LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
Quisiera yo siempre traer delante de los ojos su retrato e imagen, ya que no
podía traerle tan esculpido en mi alma como yo quisiera (V 22,4).
- El gesto de una mujer: tan gratuito y valiente. Así es el amor. Sólo cuando
consolamos y cortamos la hemorragia de los que sangran podemos descubrir y
bordar en nuestro pañuelo el rostro de Cristo.
- Cuando te miro, Señor Jesús, con la cruz a cuestas, tu rostro se queda
grabado en mi corazón y toda mi vida se abre a tu amor.
SÉPTIMA ESTACIÓN: JESÚS CAE EN TIERRA POR SEGUNDA VEZ
Acuérdense de sus palabras y miren lo que ha hecho conmigo, que primero me
cansé de ofenderle, que Su Majestad dejó de perdonarme. Nunca se cansa de dar
ni se pueden agotar sus misericordias; no nos cansemos nosotros de recibir (V
19,15).
- Marcados por heridas profundas: soledad, fracaso, desprecio, falta de afecto.
Sumergidos en el pecado. Caídos al dar por bueno lo que es mediocre y al llamar
virtud a lo que es cántaro agrietado. Abrazados una y otra vez a la mentira.
- Si caigo, Señor Jesús, por segunda vez, Tú me das la mano.
OCTAVA ESTACIÓN: JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
No me ha venido trabajo que, mirándoos a Vos cuál estuvisteis delante de los
jueces, no se me haga bueno de sufrir. Con tan buen amigo presente, con tan
buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir: es
ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero (V 22,6).
- Nunca nadie como Jesús dio un papel tan protagonista a la mujer. Quiso beber
del cántaro de la Samaritana, perdonó a la que tanto amó, se dejó embalsamar y
querer por ellas.
- A las abatidas de la tierra, Tú, Señor Jesús, les dices palabras de aliento; ¡eres
el Amigo verdadero!
NOVENA ESTACIÓN: JESÚS CAE EN TIERRA POR TERCERA VEZ
Que ésta llamo yo verdadera caída, la que aborrece el camino (la oración) por
donde ganó tanto bien Allí entenderá lo que hace y ganará arrepentimiento del
Señor y fortaleza para levantarse (V 15,3).
- Pueblos enteros, caídos, incapaces de ponerse de pie. Gentes desorientadas,
sin saber qué hacer ni por dónde ir. ¡Tantas personas sin camino!
- Pero si, desde el suelo, abro los ojos, te veo a Ti, caído por nosotros, gritando
al oído: ¡Animo! ¡Levántate!
DÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS, DESPOJADO DE SUS VESTIDOS
Es muy buen amigo Cristo, porque le miramos Hombre y vémosle con flaquezas
y trabajos, y es compañía (V 22,10).
- ¡Qué afán por despojar al pobre de su vestido, al hambriento de su pan, a
todos los pequeños de su dignidad! Queremos ser hermanos, pero hacemos trizas
la paz. Queremos compartir, pero no dejamos que el pan sea pan nuestro en una
mesa común. Queremos respirar aire limpio, pero no respetamos la naturaleza.
- Y Tú, Señor Jesús, te dejas desnudar de la vida para que vestirme con
una túnica de alegría. ¡Cuánto amor el tuyo! ¡Cuánta ingratitud la mía!
UNDÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS, CLAVADO EN LA CRUZ
Siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo
tantas mercedes que amor saca amor (V 22,14).
- En lo alto de la cruz se vislumbra el triunfo de la vida sobre la muerte.
Jesús no es un fracasado. Lo absurdo es vencido por la esperanza.
- Al pie de la cruz, Señor Jesús, abro mis manos y recojo tu amor. ¿Cuándo
se despertará mi amor por Ti?
DUODÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
Díjome una vez el Señor que pusiese los ojos en lo que Él había padecido, y
todo se me haría fácil (V 26,3).
- Pequeño en la cuna y pequeño en la cruz, pero fuerte para fortalecer toda
rodilla vacilante. Nacido en el silencio y muerto en la soledad, pero dando siempre
motivos de aliento a todos los abatidos.
- Pero tu semilla de amor ya está sembrada en mi corazón; el fruto no tardará
en asomarse.
DÉCIMO TERCERA ESTACIÓN: JESÚS EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
Es bueno pensar las penas que allí tuvo y por qué las tuvo y quién es el que las
tuvo y el amor con que las pasó Se esté allí con El (V 13,22).
- Toda una vida en los brazos de la Madre; la que sintió el primer aliento,
recoge ahora el último suspiro. Todo se ha cumplido.
- Señor Jesús, abro mis brazos para acogerte, como María. Al tocar tu cuerpo
muerto, tu amor me recorre por dentro, tu vida vence mi pecado.
DÉCIMO CUARTA ESTACIÓN: JESÚS ES PUESTO EN EL SEPULCRO
Poníame en las manos de Dios, que Él sabía lo que me convenía, que cumpliese
en mí lo que era su voluntad en todo (V 27,1).
- Ningún sepulcro puede retener el grito imparable de la vida. La tierra pronto
se llenará de risas y cantares. Una fe de resurrección pide ir más allá del monte
de las lágrimas.
- Señor Jesús, cierro los ojos y me pongo confiadamente en tus manos. Hágase
en mí tu proyecto. Amén.
Canto y bendición con la cruz: Victoria, tú reinarás, oh Cruz, tú nos salvarás.
viernes, 25 de marzo de 2011
jueves, 24 de marzo de 2011
SALMOS PARA EL CAMINO
Salmo 1: "Dichoso quien se goza en el Señor"
Muchas veces hemos oído: dime cómo vives y te diré quién eres. La vida es como un espejo que refleja lo que vemos lo que llevamos dentro....
Salmo 7: "A Ti me acojo"
Todos tenemos la experiencia de que la injusticia es un mal enraizado en la humanidad; nos afecta a todos en diferentes escalas. El hombre...
Samo 15: “Tú eres mi bien”
Hay un icono de Rublyov, precioso, que representa a las Tres personas de la Santísima Trinidad. Un niño contemplándolo dijo: “¡Cómo se...
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Salmo 17: "Yo te amo, Señor"
Los avances científicos han ido dando respuestas evidentes a casi todas las necesidades básicas del hombre; pero hay una realidad...
Salmo 18: "Que te agraden mis palabras"
En la Capilla Sixtina, el genial Miguel Angel, al pintar la creación, dibujó a Dios y al hombre como queriéndose tocar con la mano, con la mirada y...
Salmo 21: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
Se ha hecho famosa la pregunta "¿Cómo se puede hablar de Dios después de lo que pasó en los campos de concentración?" En la noche se oyen...
Vía Crucis del beato Manuel Lozano Garrido (Lolo)
Textos del beato Manuel Lozano Garrido, Lolo.
I.- CONDENADO A MUERTE
Treinta y tres años tenía Él y esa mañana era también de primavera.
Sol, flores, fiesta y... tenerse que morir irremediablemente a una hora fija.
¡Si al menos le matasen bajo techo! Pero no: a la hora del mediodía, encaramado en un altozano y viendo azulear tranquilamente el humo jubiloso de chimeneas y dorarse la campiña, los montes y la dulce lejanía. ¡Qué bonita es la vida, Jesús; y qué pena también que a Ti te la hagan ahora sangre y te den la muerte.
Pero, ¿qué has podido hacer, tan grave, al margen de dar vista a los ciegos o multiplicar el copo de las barcas?
(Cartas con la señal de la Cruz, p. 164)
II.- CARGA CON LA CRUZ
La Cruz es el instrumento de Redención: a los suplicios se superpone la realidad del amor. Caminar por la Vía Dolorosa es llevar sobre los hombros el signo inconfundible de ser un elegido; oír continuamente la llamada a ser misionero del amor.
(El sillón de ruedas, p. 231)
III.- PRIMERA CAIDA
Mira, Cristo, yo también soy un condenado a muerte; llevo mi cruz a cuestas, caigo bárbaramente ante las peripecias de cada día, soy desnudado por el infortunio y a cada momento me clavan las manos los martillazos de la inutilidad. Sólo falta que mi vida sea también redentora.
(Dios habla todos los días, p. 32)
IV.- ENCUENTRA A SU MADRE
¡Qué distinto es el dolor cuando se cuenta al lado con dos ojos cordiales que lo entienden! Cuando en la hora decisiva el mundo entero estaba de espaldas y el mismo Padre corría una veladura, consintiendo una sensación de abandono, María es como una cumbre viva que tiene la estrella de la consolación en el vértice.
(Cartas con la señal de la Cruz, p. 143)
V.- EL CIRINEO
Simón: cuando el hombre caído pudo levantar la cabeza, ¿te acuerdas del modo con que te miró? ¿¡No lo vas a recordar si era como si te conectaran en los ojos una fuente de agua dulce que te iba resbalando hasta el mismo corazón!?
Simón: si tú tocas a ciegas y sabes distinguir lo que es un escardillo, la azada o el puño de un arado, dime: el tronco aquél ¿era un árbol cualquiera o le notaste el calor y la potencia de una savia que no fuese de esta vida?
Simón: ¿cuánto pesaba, verdaderamente, aquel pedazo de madera que llevabais a escote entre tú y aquel Nazareno desconocido?
Simón: cuando se está dentro de un suceso tan doloroso, ¿cómo se ven las gentes a las que estamos sirviendo de espectáculo?
¡Qué envidia de ti...; nosotros, oteando el cielo y tú, en cambio, viéndolo todo por esa puerta grande del conocimiento de Dios que es la caridad!
Cartas con la señal de la cruz, p. 176)
VI. LA VERÓNICA
Aparece de pronto una foto mía de cuando tuviera veintiún años, meses apenas antes de la enfermedad.
El ideal…: grabar en mi interior una noble y divina figura: vivir con transparencia, ensancharse en el amor de los hombres.
Mi ideal, concretado en la realidad tangible de Cristo. En consecuencia un sueño: ¡servirle de testimonio, portearle en mi persona con mi ejemplo!. Mi ambición de momento, ésa: configurarme a su medida, darle a los demás en mí.
(Las golondrinas nunca saben la hora, p.23 y Cartas con la señal de la cruz, p. 21)
VII SEGUNDA CAIDA
Con ojos de criatura no comprendo por qué has querido plantar en este barro una semilla de grandeza… Por eso quiero decirte que necesito, más que nada, de la humildad, de la reverencia de pensamiento para estar cayendo siempre en que lo que grana en esta vida es la divina flor de tu cariño, tu mano que se tiende y trabaja continuamente nuestro corazón.
(Mesa redonda con Dios p. 30)
VIII.- JESUS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
Tres actitudes ante la presencia del dolor:
La de aquél que aún no ha ido más allá del escozor de su herida: ‘Dios me ha quitado…’
La del que acepta, sin entrar en su espíritu de actividad santificante: ‘Dios me ha pedido…’
Y la de aquél que, comprendiendo el valor comunitario del sufrimiento, se da de lleno al ideal de redención: ‘Señor te ofrezco…’
(Las estrellas se ven de noche, p. 110)
IX.- TERCERA CAIDA
Por favor, Cristo mío, sé indulgente, no te canses nunca de mí. Razón tienes de más para darme la espalda. Ya ves, me nacen las canas y todavía Tú sales, como antaño, a la puerta de mi casa y allí te sientas, espera que te espera, a que yo aparezca por lo hondo del camino. Tan pobre soy, Señor, que tengo conciencia de que nunca podré remontarme por mi propio impulso. De seguro que nunca habrás puesto los ojos en un manojo de tantas debilidades. Así y todo, olvida mi ficha y dame aliento.
(Las golondrinas nunca saben la hora, p. 164)
X.- DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Desnudo como has nacido, morirás un día, pero haz por ir más allá, siendo pobre por voluntad, y ya entonces resultará que eres gemelo de Cristo, en su riqueza humilde. ¡Menudo parentesco, amigo!
(Las estrellas se ven de noche, p. 226)
XI. CLAVADO EN LA CRUZ
¡Qué angustia, Señor; la muerte así, sin dosis; como un trueno seco y grande! Qué dura es la angustia, aunque… ¡si sabrás Tú de agonías para que yo te lo diga! Bueno, pues dame la tuya como modelo y ayúdame a remontar ese puente de la preocupación, para que yo no vea más que lo que importa y que es lo que hay al otro lado de la barrera: ¡Tú mismo, mi Señor!
(Las golondrinas nunca saben la hora, p. 152)
XII. MUERE EN LA CRUZ
Tengo sed, Señor, del agua de esa fuente. Mi corazón quema de tanta lumbre interior, de tantos ardores siempre. Me abraso de ansias de ser mejor, de notarme más fiel, más leal, más generoso, más incondicional. Mi sed es de Ti ¿por qué has de darte siempre con cuentagotas? ¡Dame más, Señor! Lléname como un aljibe, y casi en seguida, me dejas vacío, para que yo goce además el júbilo de sentir cómo te viertes!
(Las golondrinas nunca saben la hora, p. 274)
XIII. ENTREGADO A SU MADRE
Dice Jesús: Mi deseo es que la ternura, la pura, hermosa y fragante ternura humana, la vistáis todos desde la mañana a la noche. Cuando llora el hijo de mantillas, vuestra mujer lo toma en brazos y se le esponja el corazón. Y es que una madre es una cosa de la que sale como fuego, como azúcar, como serenidad, como dicha, como alegría. Os voy a hacer un seguro de ternura para siempre…Estaréis pensando que lo que digo es bonito, pero difícil. ¡Y no! ¿Veis? Es esto: ‘Os doy a mi Madre, que tiene el corazón como una montaña’; y se acabó.
(Mesa redonda con Dios, p. 223)
XIV .- SEPULTADO
El mundo es, en esta hora, como una campiña arada y llovida de rojo; a él ha descendido el único grano de la verdadera fecundidad. Cristo se deja echar como una semilla en el surco. A Él lo han sembrado sobre el mundo desde esa mano gigante que es la Cruz. Un grano, sólo uno, y qué ciclo tan aprisa… y el pan de Vida que ha de dar por los siglos esta harina tan pura. A la vera de esta sepultura se afinan los clarines y se tensan los timbales para la inmensa algarada de la madrugada del domingo. ¡Aleluya!
(Cartas con la señal de la Cruz)
Beato Manuel Lozano Garrido, 17/03/2011
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Ciudad del Vaticano,
miércoles, 16 de enero 2008
Las Virtudes Teologales
La Fe
La virtud teologal de la fe es un don de Dios. Fruto de la gracia prepara nuestra mente para aceptar los misterios revelados por Dios. Los contenidos de nuestra fe nos han sido entregados por la Iglesia a través de las Sagradas Escrituras y la tradición viva, pero la capacidad de aceptar estos misterios nos llega directamente de Dios en el acto del bautismo, o incluso antes, al momento de la conversión que lleva al bautismo. . ¿Por qué Dios nos dona esta virtud? La respuesta más sencilla es que la fe nos capacita para encontrar a Dios. Pero ¿por qué Dios prefiere el encuentro por medio de la fe en vez de revelarse empleando sencillamente medios cognitivos? Después de todo la fe implica humildad intelectual, una disposición por la que el intelecto mismo, creado por Dios con un impulso intrínseco hacia la verdad, se abstiene de utilizar independientemente todos los poderes de esta guía para apoderarse de la verdad, y bajo la influencia de la voluntad, se rinde para recibirla como don. ¿Es esta, pues, una simple degradación del intelecto? Este, en definitiva, puede llegar a la verdad empleando sus propios métodos cognitivos, experimentales o filosóficos. Dado que el intelecto puede alcanzar la verdad, ¿por qué debe entonces someterse a la fe, asumiendo una posición de discípulo adoctrinado por el Maestro que permanece oculto entre nubes de misterio? La respuesta a esta pregunta puede hallarse sencillamente en la experiencia humana. En nuestras relaciones no procedemos basándonos simplemente en conocimientos científicos. Confiamos. Donde existe confianza, hay apertura hacia el otro, hay espacio para el amor. Los conocimientos científicos no generan amor. Pero sí lo hace la confianza. Dios, por ende, ocultándose en el misterio que puede ser revelado solo por medio de la fe, nos revela un rostro humano. Mientras nos acercamos a Dios por medio de la fe, vamos aprendiendo como confiar en El y amarlo. Descubrimos que Dios no es una simple respuesta a las preguntas sobre la existencia humana o cósmica. Dios es un padre que espera nuestra confianza y nuestro amor. La humildad intelectual en la fe no debe, por tanto, entenderse peyorativamente. Es una extensión del intelecto hacia el vital encuentro con Dios, que al mismo tiempo deja intacta las capacidades intelectuales. La fe no obnubila el intelecto; nos permite simplemente ver mejor, para unir el conocimiento obtenido por medio de la filosofía con el recibido a través de la revelación, con el propósito de alcanzar la verdad que el intelecto, por sí solo, no podría alcanzar. La precisión de la lengua latina nos permite distinguir tres niveles de fe. En primer lugar encontramos la creencia que Dios existe – credo Deum esse. Esta creencia no se traduce aún en una relación personal con Dios. Muchas personas aceptan la existencia de Dios, pero no llegan a sentirse turbados por Su presencia en la vida diaria. Le sigue la aceptación del principio que Dios es verdad, creer o confiar en la palabra de Dios – credo Deo. Esta es una actitud que acepta el hecho que Dios haya hablado, que su palabra contenga importantes verdades. Esta creencia puede no superar el nivel de una simple declaración. Existe, por fin, la creencia en Dios – credo in Deum, subrayado el en, que expresa movimiento. Creer en o mejor dicho hacia Dios significa asumir todas las energías del alma y dirigirlas hacia Dios. Esta forma suprema de fe está constituida por la caridad. La fe en estos nieles no acepta simplemente la existencia de Dios y su veracidad, sino que reorganiza la vida de tal modo que Dios se transforma en el principio más importante. Todo lo sentido, dicho o hecho ha sido realizado concentrándose en Dios, confiando en Su presencia, ayuda y amor. Es esta la fe que Dios espera de nosotros, porque es precisamente esta fe la que conduce al encuentro entre el Padre Eterno y sus confiados hijos. Dios no necesita de nuestra labor, pero espera con paciencia que nuestros corazones recuperen confianza en Su gracia, reciban Su amor en las actividades diarias y acepten el misterio de Su presencia en nuestras vidas. Se debe de todas formas recordar que no es suficiente declarar nuestra fe. Debemos confesarla, cuando nuestra fe aumenta, cuando permitimos al inefable misterio de Dios penetrar en nuestras vidas, en nuestros pensamientos, sentimientos y decisiones. No existen límites para el crecimiento de la fe, porque no hay límites en la propensión hacia Dios, que es y permanecerá siendo un misterio – como el misterio de Pedro cuando fue invitado a confiar, mientras El caminaba sobre las aguas.
di Fr. Wojciech Giertych, O.P. - Teólogo de la Casa Pontificia Credits | Link | Contactos | Sponsor | Lengua: - Select - Italiano Română Français Español English Portugués Polski
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miércoles, 16 de enero 2008
Las Virtudes Teologales
La Fe
La virtud teologal de la fe es un don de Dios. Fruto de la gracia prepara nuestra mente para aceptar los misterios revelados por Dios. Los contenidos de nuestra fe nos han sido entregados por la Iglesia a través de las Sagradas Escrituras y la tradición viva, pero la capacidad de aceptar estos misterios nos llega directamente de Dios en el acto del bautismo, o incluso antes, al momento de la conversión que lleva al bautismo. . ¿Por qué Dios nos dona esta virtud? La respuesta más sencilla es que la fe nos capacita para encontrar a Dios. Pero ¿por qué Dios prefiere el encuentro por medio de la fe en vez de revelarse empleando sencillamente medios cognitivos? Después de todo la fe implica humildad intelectual, una disposición por la que el intelecto mismo, creado por Dios con un impulso intrínseco hacia la verdad, se abstiene de utilizar independientemente todos los poderes de esta guía para apoderarse de la verdad, y bajo la influencia de la voluntad, se rinde para recibirla como don. ¿Es esta, pues, una simple degradación del intelecto? Este, en definitiva, puede llegar a la verdad empleando sus propios métodos cognitivos, experimentales o filosóficos. Dado que el intelecto puede alcanzar la verdad, ¿por qué debe entonces someterse a la fe, asumiendo una posición de discípulo adoctrinado por el Maestro que permanece oculto entre nubes de misterio? La respuesta a esta pregunta puede hallarse sencillamente en la experiencia humana. En nuestras relaciones no procedemos basándonos simplemente en conocimientos científicos. Confiamos. Donde existe confianza, hay apertura hacia el otro, hay espacio para el amor. Los conocimientos científicos no generan amor. Pero sí lo hace la confianza. Dios, por ende, ocultándose en el misterio que puede ser revelado solo por medio de la fe, nos revela un rostro humano. Mientras nos acercamos a Dios por medio de la fe, vamos aprendiendo como confiar en El y amarlo. Descubrimos que Dios no es una simple respuesta a las preguntas sobre la existencia humana o cósmica. Dios es un padre que espera nuestra confianza y nuestro amor. La humildad intelectual en la fe no debe, por tanto, entenderse peyorativamente. Es una extensión del intelecto hacia el vital encuentro con Dios, que al mismo tiempo deja intacta las capacidades intelectuales. La fe no obnubila el intelecto; nos permite simplemente ver mejor, para unir el conocimiento obtenido por medio de la filosofía con el recibido a través de la revelación, con el propósito de alcanzar la verdad que el intelecto, por sí solo, no podría alcanzar. La precisión de la lengua latina nos permite distinguir tres niveles de fe. En primer lugar encontramos la creencia que Dios existe – credo Deum esse. Esta creencia no se traduce aún en una relación personal con Dios. Muchas personas aceptan la existencia de Dios, pero no llegan a sentirse turbados por Su presencia en la vida diaria. Le sigue la aceptación del principio que Dios es verdad, creer o confiar en la palabra de Dios – credo Deo. Esta es una actitud que acepta el hecho que Dios haya hablado, que su palabra contenga importantes verdades. Esta creencia puede no superar el nivel de una simple declaración. Existe, por fin, la creencia en Dios – credo in Deum, subrayado el en, que expresa movimiento. Creer en o mejor dicho hacia Dios significa asumir todas las energías del alma y dirigirlas hacia Dios. Esta forma suprema de fe está constituida por la caridad. La fe en estos nieles no acepta simplemente la existencia de Dios y su veracidad, sino que reorganiza la vida de tal modo que Dios se transforma en el principio más importante. Todo lo sentido, dicho o hecho ha sido realizado concentrándose en Dios, confiando en Su presencia, ayuda y amor. Es esta la fe que Dios espera de nosotros, porque es precisamente esta fe la que conduce al encuentro entre el Padre Eterno y sus confiados hijos. Dios no necesita de nuestra labor, pero espera con paciencia que nuestros corazones recuperen confianza en Su gracia, reciban Su amor en las actividades diarias y acepten el misterio de Su presencia en nuestras vidas. Se debe de todas formas recordar que no es suficiente declarar nuestra fe. Debemos confesarla, cuando nuestra fe aumenta, cuando permitimos al inefable misterio de Dios penetrar en nuestras vidas, en nuestros pensamientos, sentimientos y decisiones. No existen límites para el crecimiento de la fe, porque no hay límites en la propensión hacia Dios, que es y permanecerá siendo un misterio – como el misterio de Pedro cuando fue invitado a confiar, mientras El caminaba sobre las aguas.
di Fr. Wojciech Giertych, O.P. - Teólogo de la Casa Pontificia Credits | Link | Contactos | Sponsor | Lengua: - Select - Italiano Română Français Español English Portugués Polski
Lecturas Jueves de la 2ª semana de Cuaresma
Jueves 24 de Marzo del 2011
Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías (17,5-10):
Así dice el Señor: «Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto. Nada más falso y enfermo que el corazón: ¿quién lo entenderá? Yo, el Señor, penetro el corazón, sondeo las entrañas, para dar al hombre según su conducta, según el fruto de sus acciones.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 1,1-2.3.4.6
R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (16,19-31):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle la llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: "Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas." Pero Abrahán le contestó: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros." El rico insistió: "Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento." Abrahán le dice: "Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen." El rico contestó: "No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán."
Abrahán le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."»
Palabra del Señor
Jueves 24 de Marzo del 2011
Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías (17,5-10):
Así dice el Señor: «Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto. Nada más falso y enfermo que el corazón: ¿quién lo entenderá? Yo, el Señor, penetro el corazón, sondeo las entrañas, para dar al hombre según su conducta, según el fruto de sus acciones.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 1,1-2.3.4.6
R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (16,19-31):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle la llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: "Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas." Pero Abrahán le contestó: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros." El rico insistió: "Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento." Abrahán le dice: "Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen." El rico contestó: "No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán."
Abrahán le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."»
Palabra del Señor
miércoles, 23 de marzo de 2011
domingo, 20 de marzo de 2011
«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»
Este segundo domingo de cuaresma está puesto bajo el signo de dos personajes: Abrahán y Jesucristo.
Abrahán que es invitado por Dios a abandonar los ídolos y la seguridad de la casa paterna para emprender un camino de emigración rumbo a lo desconocido para él, y que Dios le había de dar en posesión. Abrahán puso toda su confianza en Dios y se puso en camino hacia la tierra que Dios le prometía y que era totalmente desconocida para él.
Jesucristo que manifiesta en el Tabor a sus discípulos la gloria de su divinidad, una gloria que él llevaba oculta bajo los velos de su humanidad, y que él quiso manifestarles en ese momento para que pudieran tenerlo en cuenta a la hora de la prueba, su pasión.
En el contexto litúrgico de la Cuaresma, Abrahán es el signo de la cuaresma. Y Jesucristo transfigurado, el signo del final de la cuaresma. Abrahán es el signo de la cuaresma porque la cuaresma es una invitación a salir de la propia seguridad y de la propia comodidad para emprender un camino nuevo rumbo a la Pascua sin que sepamos lo que el Señor nos tiene reservado para entrar en ella. Jesucristo transfigurado es el signo del final de la cuaresma porque la cuaresma no termina en el viernes santo, con la muerte del Señor, ni en el sábado santo por la mañana como antes, sino en la celebración de la Vigilia del sábado santo, la Madre de todas las Vigilias, como la llamaba san Agustín, en que los cristianos celebramos no la vuelta a la vida, sino la Resurrección gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, llena de luz y de esplendor y de esperanza.
Fr. Aristónico Montero Galán O.P.
Convento de San Pedro Mártir (Madrid)
Este segundo domingo de cuaresma está puesto bajo el signo de dos personajes: Abrahán y Jesucristo.
Abrahán que es invitado por Dios a abandonar los ídolos y la seguridad de la casa paterna para emprender un camino de emigración rumbo a lo desconocido para él, y que Dios le había de dar en posesión. Abrahán puso toda su confianza en Dios y se puso en camino hacia la tierra que Dios le prometía y que era totalmente desconocida para él.
Jesucristo que manifiesta en el Tabor a sus discípulos la gloria de su divinidad, una gloria que él llevaba oculta bajo los velos de su humanidad, y que él quiso manifestarles en ese momento para que pudieran tenerlo en cuenta a la hora de la prueba, su pasión.
En el contexto litúrgico de la Cuaresma, Abrahán es el signo de la cuaresma. Y Jesucristo transfigurado, el signo del final de la cuaresma. Abrahán es el signo de la cuaresma porque la cuaresma es una invitación a salir de la propia seguridad y de la propia comodidad para emprender un camino nuevo rumbo a la Pascua sin que sepamos lo que el Señor nos tiene reservado para entrar en ella. Jesucristo transfigurado es el signo del final de la cuaresma porque la cuaresma no termina en el viernes santo, con la muerte del Señor, ni en el sábado santo por la mañana como antes, sino en la celebración de la Vigilia del sábado santo, la Madre de todas las Vigilias, como la llamaba san Agustín, en que los cristianos celebramos no la vuelta a la vida, sino la Resurrección gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, llena de luz y de esplendor y de esperanza.
Fr. Aristónico Montero Galán O.P.
Convento de San Pedro Mártir (Madrid)
A este Jesús debemos encontrar nosotros en nuestra vida ordinaria, en medio del trabajo, en la calle, en quienes nos rodean, en la oración, cuando perdona, en el sacramento de la Penitencia, y, sobre todo, en la Sagrada Eucaristía, donde se encuentra verdadera, real y sustancialmente presente. Pero normalmente no se nos muestra con particulares manifestaciones. Más aún, hemos de aprender a descubrir al Señor detrás de lo ordinario, de lo corriente, huyendo de la tentación de desear lo extraordinario.
Nunca debemos olvidar que aquel Jesús con el que estuvieron en el monte Tabor aquellos tres privilegiados es el mismo que está junto a nosotros cada día. «Cuando Dios os concede la gracia de sentir su presencia y desea que le habléis como al amigo más querido, exponedle vuestros sentimientos con toda libertad y confianza. Se anticipa a darse a conocer a los que le anhelan (Sab 6, 14). Sin esperar a que os acerquéis a Él, se anticipa cuando deseáis su amor, y se os presenta, concediéndoos las gracias y remedios que necesitáis. Solo espera de vosotros una palabra para demostraros que está a vuestro lado y dispuesto a escucharos y consolaros: Sus oídos están atentos a la oración (Sal 33, 16) (...).
»Los demás amigos, los del mundo, tienen horas que pasan conversando juntos y horas en que están separados; pero entre Dios y vosotros, si queréis, jamás habrá una hora de separación»19.
¿No será nuestra vida distinta en esta Cuaresma, y siempre, si actualizáramos más frecuentemente esa presencia divina en lo habitual de cada día, si procuráramos decir más jaculatorias, más actos de amor y de desagravio, más comuniones espirituales...? «Para tu examen diario: ¿he dejado pasar alguna hora, sin hablar con mi Padre Dios?... ¿He conversado con Él, con amor de hijo? —¡Puedes!»20.
1 Antífona de entrada. Sal 26, 8-9. — 2 Cfr. Mc 9, 2. — 3 Cfr. Lc 9, 28. — 4 Lc 9, 29. — 5 Cfr. Lc 9, 31. — 6 San León Magno, Sermón, 51, 3. — 7 2 Pdr 1, 17-18. — 8 San Beda, Comentario sobre San Marcos 8, 30; 1, 3. — 9 Cfr. 2 Cor, 5, 2. — 10 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 139. — 11 San Juan Crisóstomo, Epístola 1 a Teodoro, 11. — 12 San Josemaría Escrivá, en Hoja informativa n. 1, de su proceso de beatificación, p. 5. — 13 Santa Teresa, Camino de perfección, 20, 2. — 14 Cfr. Mc 9, 7. — 15 Ex 40, 34-35. — 16 Ex 19, 9. — 17 Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 7. — 18 Mt 17, 8. — 19 S. Alfonso Mª de Ligorio, Cómo conversar continua y familiarmente con Dios, Ed. Crítica, Roma 1933, 63. — 20 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 657.
Nunca debemos olvidar que aquel Jesús con el que estuvieron en el monte Tabor aquellos tres privilegiados es el mismo que está junto a nosotros cada día. «Cuando Dios os concede la gracia de sentir su presencia y desea que le habléis como al amigo más querido, exponedle vuestros sentimientos con toda libertad y confianza. Se anticipa a darse a conocer a los que le anhelan (Sab 6, 14). Sin esperar a que os acerquéis a Él, se anticipa cuando deseáis su amor, y se os presenta, concediéndoos las gracias y remedios que necesitáis. Solo espera de vosotros una palabra para demostraros que está a vuestro lado y dispuesto a escucharos y consolaros: Sus oídos están atentos a la oración (Sal 33, 16) (...).
»Los demás amigos, los del mundo, tienen horas que pasan conversando juntos y horas en que están separados; pero entre Dios y vosotros, si queréis, jamás habrá una hora de separación»19.
¿No será nuestra vida distinta en esta Cuaresma, y siempre, si actualizáramos más frecuentemente esa presencia divina en lo habitual de cada día, si procuráramos decir más jaculatorias, más actos de amor y de desagravio, más comuniones espirituales...? «Para tu examen diario: ¿he dejado pasar alguna hora, sin hablar con mi Padre Dios?... ¿He conversado con Él, con amor de hijo? —¡Puedes!»20.
1 Antífona de entrada. Sal 26, 8-9. — 2 Cfr. Mc 9, 2. — 3 Cfr. Lc 9, 28. — 4 Lc 9, 29. — 5 Cfr. Lc 9, 31. — 6 San León Magno, Sermón, 51, 3. — 7 2 Pdr 1, 17-18. — 8 San Beda, Comentario sobre San Marcos 8, 30; 1, 3. — 9 Cfr. 2 Cor, 5, 2. — 10 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 139. — 11 San Juan Crisóstomo, Epístola 1 a Teodoro, 11. — 12 San Josemaría Escrivá, en Hoja informativa n. 1, de su proceso de beatificación, p. 5. — 13 Santa Teresa, Camino de perfección, 20, 2. — 14 Cfr. Mc 9, 7. — 15 Ex 40, 34-35. — 16 Ex 19, 9. — 17 Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 7. — 18 Mt 17, 8. — 19 S. Alfonso Mª de Ligorio, Cómo conversar continua y familiarmente con Dios, Ed. Crítica, Roma 1933, 63. — 20 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 657.
LA TRANSFIGURACION DEL SEÑOR:
LA CASA ENCENDIDA
Por Jesús Martí Ballester
HOMILÍAS
Dice San León que: “El fin principal de la transfiguración era desterrar del alma de los discípulos el escándalo de la cruz”. Por eso los llevó a un monte alto, para ilustrarlos acerca de su pasión, para hacerles ver que era necesario que el Cristo padeciese antes de entrar en su gloria, conforme a lo anunciado por los profetas (Lc 24,25); para sostener aquellos corazones atribulados y desfallecidos”. El escenario será el monte Tabor. El Tabor es un monte redondo, gracioso, solitario, que con sólo trescientos metros de altura, destaca por su figura excepcional y su separación de otras montañas. Situado en el extremo nordeste de la llanura de Esdrelón, dista de Cesarea setenta kilómetros. Es uno de los montes con más personalidad de toda Palestina. Su verdor contrasta con la desnudez de las alturas cercanas.
LA SUBIDA
El camino, siguiendo la vía del mar, es fácil y placentero. Bordeando el lago, se llega al pie del monte. Acompañan a Jesús Pedro, Santiago y Juan. Los mismos testigos de su agonía en Getsemaní, pues la glorificación del Tabor y el anonadamiento del huerto son la cara y la cruz de todo el evangelio. Para que la correspondencia sea más rica, la cruz está presente en la glorificación y el consuelo no faltará en la cruz. Una reacción es igual, los discípulos se duermen en ambos escenarios. Casi siempre será lo mismo. Jesús solo en su luz inaccesible, en su dolor mortal. Al otro lado quedan los discípulos, incapaces por el sueño de ingresar en la esfera purísima de la aparición, y de compartir la gloria y la angustia del Señor. Paradojas: La agonía y la transfiguración. El bautismo y la transfiguración. La tesis y la antítesis se funden y se transparentan. No es posible encontrar un episodio de la vida de Jesús que sea sólo cruz o sólo gloria. Todos sus pasos llevan el sello de esa ambivalencia que llegará al extremo en el instante final de su vida, de supremo anonadamiento y exaltación. “Cristo se hizo obediente hasta la muerte de cruz y por eso el Padre lo exaltó”. A la humillación del bautismo, el Padre se hizo presente con la alabanza suprema: “Este es mi Hijo muy amado, en quien me complazco”. Son las mismas palabras que resuenan en el aire estremecido del Tabor, en la gloria de su rostro como el sol, de sus vestidos luminosos, pero acibaradas por su alusión al sufrimiento y a la ignominia. ¿Los apóstoles estaban acongojados por la atroz predicción de su Maestro? Su ternura compasiva aligera cada momento de su programa de obediencia al Padre, para que sirva de provecho y enseñanza y aliento a aquellos hombres débiles que tanto ama.
EL RELATO DE LUCAS
“Unos ocho días después de este discurso cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a la montaña a orar. Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, y sus vestidos refulgían de blancos. De pronto hubo dos hombres conversando con El, Moisés y Elías, que aparecían resplandecientes y hablaban de su éxodo, que iba a completar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; pero se espabilaron, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con El. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: -Maestro, viene muy bien que estemos aquí nosotros; podríamos hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía. Mientras hablaba se formó que los cubría. Salió de la nube una voz que decía: Este es mi Hijo elegido. Escuchadlo. Cuando cesó la voz, Jesús estaba solo” (Lc 9,28).
Moisés y Elías. Y en medio, Jesús.
La Ley y los Profetas, flanqueando el Evangelio, como en la mente de Dios y en su voluntad de salvación, que se había de cumplir en el tiempo. Igual que en el triunfo escatológico, cuando Jesucristo sea exaltado como rey y centro de todas las edades. Jesús, resplandeciente sobre un monte de la tierra. A diez kilómetros de Nazaret, por donde había caminado vestido de humildad, y de carne opaca. Ahora, desanuda el vigor y la belleza de su ser, reprimidos por las leyes de la encarnación, y permite que aparezcan, y fulguren, y fascinen a quienes los contemplan. Quiere que su alma, unida al Verbo y gozando la visión beatífica de Dios, desborde su gloria hasta redundar en el cuerpo, como hubiera sido siempre su estado connatural, si él no hubiera querido oscurecer sus efectos.
LA NUBE
Una nube los cubría. Es la nube. La nube de larga historia: aquella historia de Dios enlazada con la historia de los hombres, que denota la presencia del Señor. La nube cubrió el tabernáculo (Ex 40,34). La nube garantizaba todas las intervenciones divinas: "El Señor dijo a Moisés: Yo vendré a ti en una nube, para que vea el pueblo que yo hablo contigo y tengan siempre fe en ti” (Ex 19,9). Esa nube cubre ahora a Jesucristo y de ella brota la voz poderosa: “Este es mi Hijo elegido, escuchadlo”. La nube que se había cernido sobre María en la Encarnación: “El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por eso al que va a nacerlo llamarán consagrado, Hijo de Dios” (Lc 1,35). La nube que delata y oculta; la nube, esa sombra que, como dice San Agustín, se produce siempre que la luz de Dios se encuentra con un cuerpo para alguna encarnación. La nube que acreditará el triunfo de Jesús en su ascensión (Hech 1,9), y en su retorno (Mc 13,26), cuando los que le hayan seguido se le incorporen, envueltos en nubes de victoria (1 Tes 4,17).
“NO TENGAIS MIEDO”
Añade Mateo: “Los discípulos cayeron sobre su rostro, presos de un gran temor. Se acercó a ellos Jesús y, tocándoles, dijo: Levantaos. No tengáis miedo” (Mt 17,6). Jesús provoca el temor y luego lo disipa. Es un temor que despierta al alma purificándola. Temor necesario para que no rebajemos la grandeza de Dios hasta el nivel de nuestra rutina o de nuestros proyectos mundanos. Jesús rectifica la imagen común del Reino hablando de padecimientos y muerte; después se lleva a los apóstoles hasta un monte y, entre nubes, manifiesta su gloria. Porque él es el Señor, cuyos pensamientos distan de los nuestros como el cielo de la tierra, y porque siempre busca el modo de consolar, no atemperando sus planes a nuestros deseos, sino haciéndonos levantar los ojos por encima de este mundo. El libro del Apocalipsis, libro de consolación escrito al final de la era apostólica, tras la persecución de Nerón y en vísperas de la de Domiciano, sigue este mismo método, no prometiendo milagros que eviten el dolor; sino definiendo la fugacidad de este tiempo y proclamando, contra los emperadores terrenos de pies de barro, la certidumbre del Cristo poderoso, transfigurado ya para siempre, anunciado ya anteriormente por la profecía de Daniel.
LA CADUCIDAD DE ESTE MUNDO
Baltasar, rey de Babilonia aún estaba temblando, por la visión de la mano que escribía sobre la pared su perdición, en medio del banquete sacrílego en el que habían profanado el rey y sus cortesanos y sus mujeres, los vasos sagrados del Templo de Jerusalén. Daniel le reveló el sentido de las fatídicas y enigmáticas palabras. Baltasar fue asesinado aquella misma noche. Le sucedió Darío y en su tiempo, Daniel tiene la visión que vamos a interpretar. Para comprender su mensaje, hemos de situarnos histórica y psicológicamente en el mundo del autor y en su mentalidad judía, profética y apocalíptica.
Daniel combina la historia y la mitología, con la tradición y el futurismo mesiánico, para crear la convicción de que al final de los tiempos el reino de Dios será entregado al pueblo de los santos de Dios, el resto de Israel, presidido por su Cabeza. Como al principio de la creación todo fue obra del "viento", del Espíritu, así ahora los cuatro vientos del cielo agitan el océano de modo que lo que salga de él será obra del "ruah" de Yahvé. Y aparecen cuatro bestias, identificadas con los cuatro imperios: babilónico, medo, persa y griego, manejados, en su espectacular poderío, por la providencia de Dios. Vio Daniel cuatro fieras que salían del océano: La primera, el león con alas de águila, rey del mundo animal, corresponde a la cabeza de oro de la estatua del capítulo segundo. Esta bestia, Darío, tiene "corazón de hombre", porque reconoció al Dios de Daniel, con lo cual dejó de ser una fiera que luchaba contra el reino de Dios: "El rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas de la tierra: Ordeno y mando: Que en mi imperio todos respeten y teman al Dios de Daniel. El es el Dios vivo que permanece siempre. Su reino no será destruido, su imperio dura hasta por siempre. El salva y libra, hace signos y prodigios en el cielo y en la tierra. El salvó a Daniel de los leones".
La segunda fiera, es un oso, que corresponde al pecho de plata de la estatua. Esta era el imperio medo. La tercera, el leopardo, que equivale a las piernas de bronce, es el imperio persa. Sus cuatro alas simbolizan la celeridad de sus conquistas en todas las direcciones, y sus cuatro cabezas la representación de los cuatro reyes de Persia que conoce la Biblia: Ciro, Jerjes, Astrajerjes y Darío el persa. La cuarta, horrible y espantosa, corresponde a los pies de hierro y de barro de la estatua, y representa el imperio griego, en cuyo tiempo vivía Daniel. Sus diez cuernos eran diez reyes contemporáneos. El undécimo, que "blasfemará contra el Altísimo e intentará aniquilar a los santos y cambiar el calendario y la Ley", era Antíoco IV Epífanes. Todos estos reinos habían sido reflejos de la acción de Dios en la tierra e instrumentos punitivos de su Providencia.
LA PROFECIA ESCATOLOGICA DE DANIEL 7,9
Hasta aquí la historia. A partir de este momento viene la profecía escatológica. La visión continúa. Un anciano de muchos años, sin principio ni fin, de blanca túnica y cabellera blanca, símbolo de la pureza y rectitud, a quien sirven miles y miles, se sienta en un trono de fuego purificador. Comienza el juicio y el insolente undécimo cuerno es matado, descuartizado y echado al fuego. A los demás se les deja vivos durante un tiempo. Cuando todo parece concluido, aparece la más sorprendente novedad, desenlace de toda esta visión apocalíptica. Entre las nubes del cielo viene como un hombre a quien se le da "poder, honor y reino". Extraordinario contraste porque mientras todos los reinos de la tierra vinieron del océano, el reino de Dios viene de arriba, del mismo Dios. No es como una fiera sino semejante a un ser humano. Es el rey mesiánico a quien se le da el "poder real y el dominio sobre todos los reinos bajo el cielo". Daniel identifica a este Mesías, hijo de hombre, con el pueblo de los santos. Es un mesianismo colectivo, definitivo y eterno. Profetiza el triunfo del Cristo total en su tensión escatológica, la gloria del Cuerpo Místico de Cristo, el fulgor de la Iglesia, como se lo aplicó a sí mismo Jesús al identificarse con el Hijo del Hombre, que vendría sobre las nubes del cielo y con cuantos creen en El. "¿Por qué me persigues?", le dirá a Pablo. Este es el rey de quien "Una voz desde la nube dice en el Tabor: “Escuchadle”" (Mc 9, 1).
¿EL HOMBRE JESUS NECESITABA CONFIRMACION?
¿El hombre Jesús ha quedado afectado por su opción por el camino de la cruz? A sus amigos ya les ha anunciado su pasión y muerte. La sombra amarga de la suprema humillación y aniquilamiento no pesa sólo sobre ellos, sino también sobre él; ¿acaso no es hombre de carne y sangre? Jesús necesita afirmarse y afirmar su identidad de Hijo de Dios, sobre todo en los más íntimos. Por eso: "Cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a la montaña a orar". Se transfiguró y sus vestidos resplandecían de blancura. Su realidad, que permanecía oculta, se manifestó. Dios le llenó desde dentro. Entrar en oración es llegar a la fuente fresca de la transfiguración, allí donde la luz tiene su manantial. Todo cambia en la oración. El encuentro de Jesús con su Padre fue confortador y estimulante. Glorificador. Dos hombres conversan con él de su "Éxodo". Los dos guías máximos de la fe de Israel, que han precedido a Jesús y le han esperado, ahora, como compañeros suyos, conversan con él de su muerte: "Yo para esto he venido" (Jn 12,27). Es el tema de mayor importancia y el que más preocupa a Jesús y a sus discípulos. Desde este momento Jesús ve su muerte como un éxodo al Padre. La transfiguración es una victoria oculta. Es como una luz que ilumina la tiniebla de la pasión, como esperanza que desvela el sentido del camino de la muerte de Jesús y de los suyos. He ahí la pedagogía de la transfiguración y el punto culminante del evangelio. Viviremos siempre. “Si con él morimos, viviremos con él” (2 Tm 2,11). La muerte sólo es un episodio, un tramo necesario del camino, sin el cual no podemos llegar a la meta. Un túnel después del cual está la luz. "Somos ciudadanos del cielo". La transfiguración de Jesús es la transfiguración del hombre.
VISION DE SANTA TERESA
Cuenta Santa Teresa que hablando de Dios con el Padre García de Toledo, su confesor, vio a Jesús transfigurado que le dijo: "En estas conversaciones yo siempre estoy presente". Y el Padre se hizo presente y su voz desde la nube decía: "Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo". Era como decirles: No os escandalicéis de su muerte en cruz, es mi voluntad y el único camino de la Redención. Ese hombre que camina hacia la muerte es mi Hijo, que no sólo tiene la naturaleza de Dios, sino que también recibe su poder. Seguid el camino que él va a recorrer. Su muerte y vuestra muerte terminarán en una glorificación transfigurada. Esa es la cara oculta de Jesús que no veíais. Estaba oculta y seguirá estándolo, pero ya habéis visto momentáneamente, que la oscuridad de la cruz, encubre la luz encendida e inmarcesible. Como Israel salió de Egipto en dirección a la tierra prometida, el éxodo de Cristo desde Jerusalén, irá de la muerte a la resurrección. A Pedro se le ha quedado grabada hondamente la escena y nos lo dice: "El recibió de Dios Padre el honor y la gloria cuando desde la grandiosa gloria se le hizo llegar esta voz: “Este es mi hijo, a quien yo amo, mi predilecto”. Esta voz llegada del cielo, la oímos nosotros estando con él en la montaña sagrada. Es una lámpara que brilla en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero de la mañana nazca en vuestros corazones" (2 Pd 1,18). La Palabra del Padre nos invita a la obediencia a Jesús, cuya vida y palabra es el camino trazado por el Padre, que nos manda escucharle para caminar con Jesús en el desierto, hasta la crucifixión solemne, o pequeña y escondida, y la resurrección, ya que el Apóstol nos asegura que "transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo" (2 Cor 3,18).
¿Qué haY después de esta vida temporal?
Dice el Vaticano II: "Ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte que, a pesar de tantos progresos, subsisten todavía? ¿Qué hay después de esta vida temporal?" (GS 10). La Transfiguración del Señor da respuesta a estas preguntas, porque “Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo", para que la humanidad pueda salvarse. Quería Pedro quedarse, ¡se estaba muy bien allí! Presiente y anhela la meta, el descanso y la plenitud consumada. No quiere pensar que hay que pasar por la muerte. San Agustín, ante el deseo de Pedro, le dice: “Desciende, Pedro. Tú, que deseabas descansar en el monte, desciende y predica la palabra... Trabaja, suda, padece a fin de que poseas por el brillo y hermosura de las obras hechas con amor, lo que simbolizan los vestidos blancos del Señor. Desciende a trabajar en la tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado y crucificado en la tierra; porque también la Vida descendió para ser muerta, el Pan a tener hambre, el camino a cansarse de andar, la Fuente a tener sed”.
POR ESO CANTA GOZOSA LA IGLESIA
En la transfiguración, prenda de gloria, canta la Iglesia el Salmo 96: “El Señor reina, la tierra goza”. El Señor, se alegra la tierra entera y toda la naturaleza participa en la alegría general; todo el cosmos va a ser bendecido con el reinado del Señor. Toda la tierra, hasta las islas lejanas, que son los pueblos ribereños del Mediterráneo. El Señor aparece entre nubes y tinieblas para velar su majestad, pero precedido de fuego purificador y aislante entre el Santo y las criaturas contaminadas. El fuego anuncia que nadie puede oponerse a la obra de su santidad y justicia. Este salmo, anterior naturalmente al monte Tabor, reproduce la escena del Sinaí y recuerda la profecía de Habacuc 3,3. Pero su fuego y sus tinieblas no presagian calamidades y catástrofes, sino serenidad y equilibrio, justicia y sosiego. Exaltación y grandeza. Hemos sido y estamos siendo testigos de tantas injusticias, cataclismos y desmanes y abusos de los poderosos y corruptos, que, ante el anuncio de la paz del Señor y de su justa justicia, manifestada en la Transfiguración de su Hijo Jesús, sentimos un estremecimiento de gozo. Al contemplar la transfiguración celebramos su vida resucitada. Al celebrar la Eucaristía, velado por los accidentes del pan y del vino, comemos y bebemos al Jesús que se transfiguró y cuyos vestidos aparecieron blancos como la nieve, como los del anciano que describe Daniel: Sus cabellos como lana limpísima, su trono llamas de fuego, que son los caracteres de Dios Padre. Su acción ahora, aunque esté oculta a nuestros ojos, es la misma que la de entonces. "Cristo hoy y ayer, el mismo por los siglos" (Hb 13,8), preparando el lugar eterno y transfigurado que nos ha prometido. “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección ¡Ven, Señor Jesús!
DESCUBRIR LA TERNURA
Augusto Valensín, jesuita francés, escribe sobre la Transfiguración a la luz de los pensamientos que vivía esperando la muerte: “Estos son los sentimientos que me gustaría tener a la hora de la muerte: pensar que voy a descubrir la ternura. Yo sé que es imposible que Dios me decepcione. ¡Sólo esa hipótesis es absurda! Yo iré hasta él y le diré: No me glorío de nada más que de haber creído en tu bondad. May es donde está mi fuerza. Si esto me abandonase, si me fallase la confianza en tu amor, todo habría terminado. Porque no tengo el sentimiento de valer nada sobrenaturalmente. No, cuanto más avanzo por la vida, mejor veo que tengo razón al presentarme a mi Padre como indulgencia infinita.
Aunque los maestros de la vida espiritual digan lo que quieran, aunque hablen de justicia, de exigencias, de temores, el juez que yo tengo es aquel que todos los días se subía a la terraza para ver si por el horizonte asomaba el hijo pródigo de vuelta a casa. ¿Quién no querría ser juzgado por él? San Juan escribe; "Quien teme, no ha llegado a la plenitud del amor” (1 Jn 4, 18). Yo no temo a Dios, y el motivo no es tanto que yo le ame, como el que sé que me ama él. Y no siento necesidad de preguntarme por qué me ama mi Padre o qué es lo que él ama en mí. Me costaría mucho responder a estas preguntas. Sería totalmente incapaz de responder. Pero yo sé que él me ama porque es amor; y basta que yo acepte ser amado por él, para que me ame efectivamente. Basta con que yo realice el gesto de aceptar. Padre mío, gracias porque me amas. No seré yo el que grite que soy indigno. Porque, efectivamente, amarme a mí tal como soy, es digno de tu amor esencialmente gratuito. Este pensamiento de que me amas porque te da la gana, me encanta. Y así puedo librarme de todos los escrúpulos, de la falsa humildad que descorazona, de la tristeza espiritual, de todo miedo a la muerte.
FUE COMO UN relámpago
Jesús se encamina a la muerte con serenidad, seguro de que el triunfo culminará su vida, porque su muerte será provisional y pasajera. Jesús descubre que, cuando habla a sus apóstoles de su muerte, éstos se entristecen y tratan de disuadirle. No entienden que resucitará a los tres días. Ellos creían, como la mayoría de sus contemporáneos, en una resurrección al final de los tiempos. Aunque habían visto la resurrección del hijo de la viuda de Naín y de la niña de Jairo, no podían imaginar que regresara a la vida después de la muerte. Si moría ¿quién iba a resucitarle a él? Por eso Jesús decide anticiparles una hora de gloria, un relámpago de luz antes de que llegue la noche, como un “anticipo” de la resurrección. ¿Pero, por qué no quiso mostrar su gloria a todos, sino que reservó este regalo a solos tres? ¿Podrían guardar un secreto tan grande entre los doce? Que lo vean tres, para que puedan testimoniarlo en la oscuridad. Los elegidos verán también de cerca la hora de su agonía en el huerto de los Olivos. Getsemaní y Tabor son como los dos extremos de la vida de Jesús. Allí es el estallido de la humanidad de Jesús, aquí es el estallido de su divinidad. Allí, el miedo y el dolor parecen sumergir la fuerza sobrenatural de Jesús. Aquí, es la luz de su gloria la que parece situarle fuera de las fronteras humanas. Conviene que sean los mismos testigos los que presencien estas dos horas extremas de su vida.
LA MARAVILLA DEL TABOR
Una gran calma rodeaba al Tabor. En el cielo no había ni una nube. Las zarzas y los cardos, ya desflorados ya y casi secos. Cuando llegaron a la cima, el Maestro comenzó su oración. Ellos, pronto se durmieron. No eran fáciles para la contemplación. También se dormirán en Getsemaní. De repente, les deslumbró un resplandor. Abrieron sus ojos y vieron que la luz procedía de Jesús. Su rostro brillaba. Los tres evangelistas cuentan la escena con detalles. Mateo ve al Maestro como más hermoso que el sol y vestido de luz. Pero los tres subrayan que la luz sale de él. Le pertenece como algo de su propia substancia: no es un rayo que viene de lo alto; sale de él, emana de él, radica en él. Vestido de luz se encuentra en su verdadero elemento. Es su estado más normal, dice Bernard. Fue como si hubiera desatado al Dios que era y lo tenía velado en su humanidad. Su alma de hombre, unida a la divinidad, desborda en este momento e ilumina su cuerpo. Si la alegría de un enamorado es capaz de transformar a un hombre, ¿qué no sería aquella tremenda fuerza interior de amor en llamas que Jesús contenía para no cegar a los que le rodeaban? Jesús levanta el velo que cubría su rostro y su fuerza interior desborda en su mirada, en su gesto, en sus vestidos. Los discípulos se sienten deslumbrados. Muchos años más tarde, san Pedro, como ya hemos dicho, recordará esta hora: “Con nuestros ojos hemos visto su majestad” (2 Pe 1, 16).
NO ESTABA SOLO
Aún no habían salido de su asombro ante aquel rostro refulgente cuando advirtieron que Jesús no estaba solo. Con él conversaban dos personalidades: Moisés y Elías. Los representantes de la ley y de los profetas. Moisés era el padre del pueblo judío cuyo rostro había visto el pueblo brillar cuando descendía del Sinaí. Elías era el profeta que había de anunciar la venida del Mesías. Hablaban. Y los apóstoles podían escuchar la conversación sobre su muerte y le animaban al dolor redentor. Su presencia anticipaba la del ángel consolador en el Huerto de la agonía. Los tres suplirán el aliento que no le dan los discípulos, entre quienes “busqué quien me consolara y no lo hallé”. Casi siempre será así. Pedro generoso, decidido, presuntuoso también, quiere vivir, hacerse notar, desea cumplir con los invitados, llenar su papel de entrega, de servicio y de protagonismo. Pero es generoso: ni piensa en él ni en los otros apóstoles, sino en Jesús y sus acompañantes. Los señores duermen en los palacios o, al menos, en tiendas. Los tres esclavos dormirán ante la puerta de las tiendas.
LA GRANDEZA DE DIOS ESTALLA COMO UNA TEMPESTAD
Comenta Lanza del Vasto: Entonces, en la cumbre del cielo, estalla la grandeza de Dios de manera que ni siquiera nos hubiéramos atrevido a soñar. Estalla como una tempestad, pero como una tempestad que habla. Barre las resistencias, hace callar todo delirio y todo pensamiento y toda visión. Y toda figura se borra en la nube luminosa y ya nada subsiste en el abismo tonante, salvo la sombra luminosa de la revelación. Los tres apóstoles comprenden que están ante algo definitivo y terrible. Por eso caen al suelo, “se prosternaron rostro en tierra, sobrecogidos de un gran temor” (Mt 17,6). Han entrado en contacto con la divinidad. Caen en oración. La zarza ardiendo está ante sus ojos, dice Martín Descalzo.
JESÚS SOLO
Les toca el hombro y, cuando alzan la cabeza y abren los ojos, ya no ven a nadie sino a Jesús solo. Como sigue diciendo Lanza del Vasto, “ven la parte de él que está a su alcance. Porque Jesús ha vuelto a velarse con su carne para no abrasarles totalmente”. Todo vuelve a ser familiar y sencillo: el gesto de tocarles el hombro, su soledad entre los arbustos de la montaña, la sonrisa que acoge sus rostros aterrados. Al verle, se sienten felices de que la nube no les haya arrebatado a su Maestro como se llevó a Moisés y a Elías. Ni siquiera preguntan por ellos. Casi se sienten aliviados de que haya cesado la tremenda presencia y la luz de momentos antes. Este es su Jesús de cada día, con él se sienten protegidos. Pero están aturdidos. No vieron venir a los dos profetas, no los han visto marcharse. Muchas cosas se han aclarado en sus corazones. Ahora entienden mejor el porvenir. Con su transfiguración, se ha transfigurado también su destino. Si muere, no morirá del todo. Ellos han visto un retazo de su gloria. Ahora ya saben lo que su Maestro quiere decir cuando les habla de resurrección. Será algo como lo que ellos han tocado hoy con sus manos y sus ojos han visto. Han oído, además, la voz del Padre certificando todo lo que ellos ya intuían. Han interpretado esa voz como una consagración. Pedro lo recordará en su carta porque sabe que ha visto con sus ojos su grandeza y no sigue fábulas inventadas. Sabe que el Padre le ha dado el honor y la gloria y se siente feliz de que Dios le haya hecho conocer el poder y la manifestación de nuestro Señor Jesucristo (1 Pe 1, 16). Y los apóstoles ya no sabían si estaban llenos de terror o de entusiasmo. Sólo sabían que habían vivido una de las horas más altas de sus vidas.
escriben Guardini Y MARTÍN DESCALZO
“Nos sentimos inclinados a creer que fue una visión. Sería lo justo si sólo nos atuviéramos a la interpretación del fenómeno. Esta nos diría que es una realidad trascendente a la experiencia humana. La índole de la aparición sugiere tal interpretación: la "luz”, no es la del universo, sino la de la esfera interior, luz espiritual; o la “nube”, palabra que designa una formación metereológica conocida de nosotros, sino una claridad velada y celestial que se manifiesta, pero resulta inaccesible. La irrupción súbita del fenómeno nos hace pensar también que se trata de una visión: los personajes se presentan y desaparecen de repente, sentimos el abandono de este lugar de la tierra visitado y abandonado después por el cielo. Pero visión no significa un fenómeno subjetivo, una imagen cualquiera producida por el yo, sino la manera en la que captamos una realidad superior a nosotros”.
Comenta Martín Descalzo: “No fue pues una invención, ni un sueño, fue una realidad percibida por los apóstoles en su mundo interior, fue el descorrimiento de un velo que mil veces habían intuido y nunca comprendido”. El mismo Guardini llama a este descubrimiento el fuego, esa unión misteriosa que hay entre el Hijo de Dios humano de Jesús y que hace de él un hombre hiperviviente en plenitud de vida humana pero elevada a dimensiones que jamás podremos los hombres entender. Su vida no es sólo la de un hombre que ama a Dios, ni siquiera la de un hombre invadido por Dios, sino la de un hombre que es verdaderamente Dios. Esto, que nosotros creemos y sólo a medias entendemos, fue entrevisto por un momento en la cima del Tabor. Esa unión misteriosa estalló en el rostro de Jesús, y los tres apóstoles vieron algo de lo que nosotros sólo veremos en el día final, cuando contemplaremos a Jesús enteramente, descubriendo ese arco de fuego que iluminaba y elevaba más allá de lo humano su humanidad. La transfiguración fue un rápido relámpago de la luz de la resurrección, de la verdadera vida que a todos nos espera, de esa gracia de la que tanto hablamos y nunca comprendemos. Esa noche los apóstoles no podrían dormir ni un momento, rumiando su visión. Jesús les prohibió contar a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos (Mt 9,9). Les hubiera gustado hablar de ello y profundizar en lo ocurrido. ¿Cómo compaginar lo que han visto con esa muerte a la que Jesús sigue aludiendo? ¿Y qué resurrección es ésa que parece más una supervida que un simple volver a vivir? Ellos creen que un día los muertos volverán a vivir, han visto volver a levantarse de la muerte a dos muchachos llamados a la vida por Jesús, pero lo que acaban de ver es mucho más. Y no logran descubrir la naturaleza de esa resurrección con la que Jesús será favorecido. Pero por qué si esta luz existe ya, hay que pasar por la muerte para llegar a ella. “Esto se les quedó grabado -dice Marcos-, aunque discutían qué querría decir aquello de resucitar de la muerte” (9, 10). Sólo después de la resurrección contaron lo que en este glorioso atardecer habían entrevisto.
EL Jesús de la tarde
Hacia ese horizonte de dolor se encamina ahora Jesús. Sus años de predicación han terminado. Ha expuesto ya a los hombres su mensaje con palabras. Tiene que demostrar, en una última semana trágica, que todo lo que ha dicho es verdad. Será necesario dejar las palabras, para que se vea sólo a la Palabra. Y Jesús se encamina hacia la muerte. Ya no es el muchacho feliz, que comenzó a predicar hace sólo dos años. ¡Cuánto ha envejecido! ¡Qué cruel ha sido su choque con la iniquidad humana! A ese Jesús de la noche al que todos nos encontraremos en la frontera de nuestra muerte y nuestra resurrección, rezaba Santa Gertrudis, “¡Oh Jesús, amor mío, amor de la noche de mi vida! Alégrame con tu vista en la hora de mi partida. ¡Oh Jesús de la noche!, haz que duerma en ti un sueño tranquilo y que saboree el descanso que tú has preparado para los que te aman”.
sábado, 19 de marzo de 2011
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I. Contemplamos la Palabra
Lectura del segundo libro de Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16
En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra del Señor: -«Ve y dile a mi siervo David: "Esto dice el Señor: Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Él construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre." »
Sal 88 R. Su linaje será perpetuo.
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.» R.
Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
«Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades.» R.
Él me invocará:
«Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora.»
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable. R.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 4, 13. 16-18. 22
Hermanos: No fue la observancia de la Ley, sino la justificación obtenida por la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo. Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia; así, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Así, dice la Escritura: «Te hago padre de muchos pueblos.» Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que, no existe, Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia.» Por lo cual le valió la justificación.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 1, 16. 18-21. 24a
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: Maria, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.» Cuando José se despertó, hizo lo que le habla mandado el ángel del Señor.
II. Oramos con la Palabra
JESÚS, quiero acompañarte y estar contigo al lado de José, el esposo de tu Madre, el buen padre para ti. Y pedirle que me enseñe como te enseñó a ti. Y rogarle que ayude a los seminaristas y aspirantes al sacerdocio a parecerse más a ti. Y suplicar que ayude a los padres de familia a educar a sus hijos, que también lo son de Dios. Y poner a toda la Iglesia, y de modo especial a los moribundos, en manos de su Patrono celestial.
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 publicado por EDIBESA.
III. Compartimos la Palabra
Nuestra comunidad celebra especialmente la festividad de hoy, pues es San José. Vivimos en la ciudad de Valencia y aunque en la actualidad no todos residimos en ella sí que conocemos bien las fiestas que aquí se celebran, las Fallas. Les aseguro que siempre hemos disfrutado juntos de ellas y que han sido muy importantes en nuestras biografías. Pero además tenemos también otros motivos que nos llenan de alegría, como es poder reflexionar uno de los pocos textos evangélicos en los que aparece la figura de José de Nazaret.
El texto de Mateo no es mucho lo que nos dice acerca de él, sin embargo, los detalles que nos brinda nos han parecido preciosos. Pues de José se dice que era una persona justa, que soñaba, que escuchó el mensaje que venía de parte de Dios y que se atrevió a ponerlo en práctica. No está nada mal el retrato que se ofrece de este hombre, ¿verdad?
Intentando ir un poco más allá, hemos buscado aquello a lo que el texto puede apuntar y que podríamos poner en marcha en nuestras vidas tanto personales, comunitarias como también eclesiales. Así que la Palabra de hoy nos ha hecho caer en la cuenta de algunas actitudes que queremos rescatar para esta Cuaresma.
La primera de ellas es encontrarnos con José de Nazaret como un ser humano “justo”. Parece que la noticia de que su prometida María esperaba un hijo le hizo iniciar un hondo discernimiento. La situación no se presentaba sencilla. Por un lado estaba la Ley, que regía su vida judía. Así que si cumplía sus rígidos preceptos, debía repudiar a María. Eso hubiera supuesto el dejar a la mujer que amaba en un estado de vulnerabilidad total frente a su sociedad. Por otro lado, no quiso ejercer el poder que le otorgaba la Ley, se dejó vencer por los sentimientos hacia María. A José de Nazaret le pudo el amor y decidió “repudiarla en secreto”. Esta decisión dolorosa y traumática muestra la relación profunda que debió darse entre estos dos jóvenes, María y José.
La segunda pincelada que queremos rescatar es la de “soñador”. José de Nazaret viene de una estirpe en la que ya a otros Dios se les había revelado a través de ese estado, como le sucedió a José –que supo interpretar los sueños de otros – y a Jacob –que en medio del sueño luchó contra Dios–. Nos ha parecido el sueño un medio muy sugerente para poder dejar un espacio por donde la divinidad pueda colarse y manifiestar sus proyectos hacia nosotros/as. Estamos tércamente convencidos de que los sueños manifiestan lo que somos y en ellos la Sabiruría nos muestra sus propuestas.
La última es la de su capacidad para la “escucha” y su atrevimiento al ponerla en práctica. No nos resulta siempre sencillo escuchar. A veces no invertimos el tiempo necesario para hacerlo atentamente, ni a los otros ni tampoco a Dios. Simplemente, estamos en otras voces que parecen tener más autoridad. De ahí que nos siga sorprendiendo cómo José de Nazaret se atrevió a tomar una decisión que “complicaría” tanto su vida.
Nos encantaría saber que la justicia, los sueños, la escucha atenta y el atrevimiento están cerca de nuestras vidas y de nuestras instituciones eclesiales. Pues también en esta festividad se celebra el día del Seminario. Acontecimiento que nos hace reflexionar acerca del largo camino que nos queda aún para lograr sueños en los que se reconozca la plenitud de las mujeres, que se escuche su vergonzosa minoridad y que se den pasos atrevidos para lograr su derecho a recibir los siete sacramentos, en lugar de quedar fuera de los órganos de gobierno, en nombre de una menor capacidad sacramental.
Para felicitarles queremos compartir esta imagen-predicadora del pintor dominico Juan Bautista Maíno (Pastrana 1581-Madrid 1649) en la que aparece una figura de José de Nazaret poco común: está “comiéndose” a besos a su hijo recién nacido, al Salvador.
Imagen extraida de: Alicia Pérez Tripiana y Maria Ángeles Sobrino López, Jesús en el Museo del Prado. PPC, Madrid 2009.
Comunidad El Levantazo
CPJA - Valencia
19 de marzo
SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ*
— Las promesas del Antiguo Testamento se realizan en Jesús a través de José.
— Fidelidad del Santo Patriarca a la misión recibida de Dios.
— Nuestra fidelidad.
I. Este es el criado fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia1.
Esta familia de la que se habla en la Antífona de entrada de la Misa es la Sagrada Familia de Nazareth, el tesoro de Dios en la tierra, que encomendó a San José, «el servidor fiel y prudente», que entregó su vida con alegría y sin medida para sacarla adelante. La familia del Señor es también, por ampliación, la Iglesia, que reconoce a San José como su protector y patrono.
La Primera lectura evoca las antiguas promesas en las que se anuncia, de generación en generación, la llegada de un Rey fuerte y justo, un Pastor bueno que conducirá al rebaño hacia verdes praderas2, un Redentor que nos salvará3. En esta lectura de hoy se comunica a David, por medio del profeta Natán, que de su descendencia llegará el Mesías, quien tendrá un reinado eterno. Por José, es Jesús hijo de David. En Él se han cumplido las promesas hechas desde Abrahán4.
«Con la Encarnación las “promesas” y las “figuras” del Antiguo Testamento se hacen “realidad”: lugares, personas, hechos y ritos se entremezclan según precisas órdenes divinas, transmitidas mediante el ministerio angélico y recibidas por criaturas particularmente sensibles a la voz de Dios. María es la humilde sierva del Señor, preparada desde la eternidad para la misión de ser Madre de Dios; José es aquel (...) que tiene el encargo de proveer a la inserción “ordenada” del Hijo de Dios en el mundo, en el respeto de las disposiciones divinas y de las leyes humanas. Toda la vida, tanto “privada” como “escondida” de Jesús ha sido confiada a su custodia»5.
El Evangelio de la Misa tiene especial interés en recalcar que José está entroncado en la casa de David, depositaria de las promesas hechas a los patriarcas: Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo6. Es el Patriarca del Nuevo Testamento.
Fue José un hombre sencillo que Dios cubrió de gracias y de dones para que cumpliera una misión singular y entrañable en los planes salvíficos. Vivió entre gozos inenarrables, al tener junto a él a Jesús y a María, y también entre incertidumbres y sufrimientos: perplejidad ante el misterio obrado en María, que él todavía no conoce; la pobreza extrema de Belén; la profecía de Simeón en el Templo sobre los sufrimientos del Salvador; la angustiosa huida a Egipto; la vida apenas sin recursos en un país extraño; la vuelta de Egipto y los temores ante Arquelao... Fue siempre fidelísimo a la voluntad de Dios, dejando a un lado planes y razones meramente humanas.
El centro de su vida fueron Jesús y María, y el cumplimiento de la misión que Dios le había confiado. «La entrega de San José aparece tejida de ese entrecruzarse de amor fiel, de fe amorosa, de esperanza confiada. Su fiesta es, por eso, un buen momento para que todos renovemos nuestra entrega a la vocación de cristianos, que a cada uno de nosotros ha concedido el Señor.
»Cuando se desea sinceramente vivir de fe, de amor y de esperanza, la renovación de la entrega no es volver a tomar algo que estaba en desuso. Cuando hay fe, amor y esperanza, renovarse es -a pesar de los errores personales, de las caídas, de las debilidades mantenerse en las manos de Dios: confirmar un camino de fidelidad. Renovar la entrega es renovar (...) la fidelidad a lo que el Señor quiere de nosotros: amar con obras»7.
Le pedimos especialmente hoy al Santo Patriarca el deseo eficaz de cumplir la voluntad de Dios en todo, en una entrega alegre, sin condiciones, que sirva a muchos para que encuentren el camino que conduce al Cielo.
II. Siervo bueno y fiel, entra en el banquete de tu Señor8. Estas palabras de la Antífona de comunión de la Misa las oiría un día San José por el cumplimiento amoroso y alegre de su misión en la tierra. Son palabras dichosísimas que un día también el Señor nos dirá a nosotros si hemos sido fieles a la vocación recibida, aunque hayamos tenido que recomenzar muchas veces, con humildad y sencillez de corazón. En otra oración de la Misa del día se repite la palabra fidelidad aplicada a San José: Dios todopoderoso, que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José...9, rezamos en la oración colecta. Parece como si el Señor quisiera hoy recordarnos la fidelidad a nuestros compromisos para con Él y para con los demás, la fidelidad a la vocación recibida de Dios, a la llamada que cada cristiano ha recibido, su quehacer en el mundo según el querer de Dios.
Nuestra vida no tiene otro sentido que ser fieles al Señor, en cualquier edad y circunstancia en la que nos encontremos. De eso depende, lo sabemos bien, nuestra felicidad en esta vida y, en buena parte, la felicidad de quienes nos rodean. San José pasó por situaciones bien diferentes y no todas fueron humanamente gratas, pero el Santo Patriarca fue firme como la roca y contó siempre con la ayuda de Dios. Nada desvió a José del camino que se le había señalado; fue el hombre al que Dios, fiándose de Él, puso al frente de su familia aquí en la tierra. «¿Qué otra cosa fue su vida sino una entera dedicación al servicio para el que había sido llamado? Esposo de la Virgen María, padre legal de Jesús (...), consumió su vida con la atención puesta en ellos, entregado al cumplimiento de la misión para la que había sido llamado. Y como un hombre entregado es un hombre que ya no se pertenece, él dejó de preocuparse de sí mismo desde el momento en que, ilustrado por el ángel en aquel primer sueño, aceptó plenamente el designio de Dios sobre él, y al recibir a María su esposa comenzó a vivir para aquellos que habían sido puestos bajo su custodia. El Señor le confió su familia y José no le defraudó; Dios se apoyó en él, y él se mantuvo firme en toda clase de circunstancias»10. Dios, para muchas cosas grandes, se apoya en nosotros... No le defraudemos.
Le decimos hoy al Señor que queremos ser fieles, entregados a nuestro quehacer divino y humano en la tierra, como lo fue San José, sabiendo que de ello depende el sentido de nuestra vida toda. Examinemos despacio en qué podríamos ser más fieles: compromisos para con Dios, con quienes quizá tenemos a nuestro cargo, en el apostolado, en la tarea profesional...
III. Concédenos, Señor, que podamos servirte... con un corazón puro como San José, que se entregó para servir a tu Hijo...11.
Mientras preparábamos la Solemnidad de hoy considerando la devoción de los siete domingos de San José, meditábamos el principio enunciado por Santo Tomás, que se aplica a la elección de San José, y a toda vocación: «A los que Dios elige para algo los prepara y dispone de tal modo que sean idóneos para ello»12. La fidelidad de Dios se muestra en las ayudas que otorga siempre, en cualquier situación de edad, trabajo, salud, etc., en que nos encontremos, para que cumplamos fielmente nuestra misión en la tierra. San José correspondió delicada y prontamente a las innumerables gracias que recibió de parte de Dios.
Nosotros debemos meditar muchas veces que el Señor no nos fallará jamás; Él espera siempre nuestra correspondencia firme: en la juventud, en la madurez, y cuando ya no sea mucho el tiempo que nos separe de Dios; cuando parece que todo acompaña para ser leales y en aquellos momentos en los que pudiera dar la impresión de que todo invita a romper los compromisos contraídos.
El no sentir a Dios alguna vez –o por largos períodos–, el no sentirse atraído a dedicar a Dios el mejor rato del día, puede deberse, quizá, a que se tiene el alma llena de uno mismo y de todo lo que pasa a nuestro alrededor. En estos momentos la fidelidad a Dios es fidelidad al recogimiento interior, al empeño por salir de ese estado, a la vida de oración, a esa oración en la que el alma se queda sola, desnuda ante Dios y le pide, o le mira...
Dios espera de todos nosotros una actitud despierta, amorosa, llena de iniciativas. ¡El corazón del Santo Patriarca estuvo siempre lleno de alegría, incluso en los momentos más difíciles! Hemos de lograr que nuestro quehacer divino en la tierra, nuestro caminar hacia Dios sea siempre nuevo, como nuevo y original es siempre el amor, pues, como señala el poeta: Nadie fue ayer // ni va hoy // ni irá mañana // hacia Dios // por este mismo camino // que yo voy. // Para cada hombre guarda // un rayo nuevo de luz el sol // y un camino virgen // Dios. Siempre eternamente nuevo.
Hoy pedimos a San José esa juventud interior que da siempre la entrega verdadera, la renovación desde sus mismos cimientos de estos firmes compromisos que adquirimos un día. Le pedimos también por tantos que esperan de nosotros esa alegría interior, consecuencia de la entrega, que les arrastre hasta Jesús, a quien encontrarán siempre muy cerca de María.
1 Antífona de entrada. Lc 12, 42. — 2 Ez 34, 23. — 3 Gen 3, 15. — 4 Segunda lectura. Rom 4, 18. — 5 Juan Pablo II, Exhor. Apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989, 8. — 6 Mt 1, 16. — 7 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 43. — 8 Antífona de comunión. Mt 25, 21. — 9 Misal Romano, Oración colecta de la Misa de San José. — 10 F. Suárez, José, esposo de María, pp. 276-277. — 11 Misal Romano, Misa de la Solemnidad de San José. Oración sobre las ofrendas. — 12 Santo Tomás, Suma Teológica, 3, q. 27, a. 4, c.
* Se interrumpe en cierto modo la práctica cuaresmal para celebrar la Solemnidad de San José, esposo de María. Él, junto con Nuestra Señora, cuidó de Jesús Niño, y no hay en el Cielo, excepto su Esposa, santo más grande. De igual forma que fue cabeza de la Sagrada Familia y cuidó de ella aquí en la tierra, así ejerce ahora su patrocinio sobre la Iglesia universal.
Esta festividad, que ya existía en numerosos lugares, se fijó en esta fecha durante el siglo xv y luego se extendió a toda la Iglesia como fiesta de precepto en 1621. El Papa Pío IX lo nombró, en 1847, Patrono de la Iglesia universal. La paternidad de San José alcanza no solo a Jesús -de quien hizo las veces de padre- sino a la misma Iglesia, que continúa en la tierra la misión salvadora de Cristo. Así lo reconoció el Papa Juan XXIII al incorporar su nombre al Canon Romano, para que todos los cristianos -en el momento en que Cristo se hace presente en el altar- veneremos la memoria del que gozó de su presencia física en la tierra.
Inicio - Palabra Diaria
Lecturas Jueves de la 1ª semana de Cuaresma
Jueves 17 de Marzo del 2011
Primera lectura
Lectura del libro de Ester (14,1.3-5.12-14):
En aquellos días, la reina Ester, temiendo el peligro inminente, acudió al Señor y rezó así al Señor, Dios de Israel: «Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti, pues yo misma me he expuesto al peligro. Desde mi infancia oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados, para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido. Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación y dame valor, Señor, rey de los dioses y señor de poderosos. Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que cambie y aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices. A nosotros, líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 137,1-2a.2bc.3.7c-8
R/. Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R/.
Daré gracias a tu nombre,
por tu misericordia y tu lealtad;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.
Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,7-12):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden! En resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas.»
Si ayer las lecturas nos proponían la figura de un profeta, hoy nos presentan otra figura bíblica, una mujer: la reina Esther, mujer de fe, mujer de su pueblo. Esther es ejemplo de valor, de coraje, pero sobre todo, de oración confiada, que es lo que nos recomienda hoy Jesús en el evangelio.
Para poder pedir con fe, primero tenemos que haber sabido escuchar con la misma fe. Escuchar la realidad, escucharnos a nosotros mismos, escuchar el clamor de nuestros hermanos anteponiéndolo a las propias necesidades... en definitiva, escuchar como Dios quiere. Sólo entonces, desde la obediencia (auténtica escucha) de la fe, podremos invocar a Dios. Quizá tengamos que sabernos y sentirnos realmente solos e indigentes, como sola se sintió Esther; quizá tengamos que fiarnos tanto de Dios como nos fiamos de nuestro mejor amigo, de quien más queremos y nos quiere.
Y será entonces, cuando pidamos de tal manera que podamos creer que ya se nos ha concedido, pues “si nosotros siendo malos, damos cosas buenas a nuestros hijos, ¡cuánto más nuestro Padre del cielo nos dará lo mejor!”. ¿Acaso no nos lo ha dado ya? ¿Acaso no es un hijo lo mejor que tiene un padre? Nos ha dado a su Hijo y tenemos una Cuaresma por delante para hacernos conscientes de semejante don. Nos ha dado su vida, su humanidad, su muerte y su resurrección... ¿puede dejarnos indiferentes sin provocar en nuestro interior el deseo de responder a tanto amor entregando nosotros la vida?
Vuestra hermana en la fe, Rosa Ruiz. Misionera Claretiana (rosaruizarmi@gmail.com)
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