Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2011
Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado
Autor: S.S.- Benedicto XVI | Fuente: http://www.vatican.va/
«Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado» (cf. Col 2, 12)
Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Crist o Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).
1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavado. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.
El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.
Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.
2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor -la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico-, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento de l renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él.
El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.
El Evangelio de la Transfigurac ión del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.
La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.
El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, qu iere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz».
Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dim ensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.
El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.
3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Crist o, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el
cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa -y no sólo de lo superfluo- aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).
En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.
En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16 , 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.
En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Ba utismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.
Vaticano, 4 de noviembre de 2010
BENEDICTUS PP. XVI
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HABLAR CON DIOS de Francisco Carvajal
Cuaresma. 1ª semana. Martes
LA AYUDA DE LOS ÁNGELES CUSTODIOS
— Existencia de los ángeles custodios. Devoción de los primeros cristianos.
— Ayudas que pueden prestarnos.
— Amistad y devoción a los ángeles custodios.
I. San Mateo termina la narración de las tentaciones de Nuestro Señor con este versículo: Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían1.
«Contemplemos un poco esta intervención de los ángeles en la vida de Jesús, porque así entenderemos mejor su papel –la misión angélica– en toda vida humana. La tradición cristiana describe a los Ángeles Custodios como a unos grandes amigos, puestos por Dios al lado de cada hombre, para que le acompañen en sus caminos. Y por eso nos invita a tratarlos, a acudir a ellos.
»La Iglesia, al hacernos meditar estos pasajes de la vida de Cristo, nos recuerda que, en el tiempo de Cuaresma, en el que nos reconocemos pecadores, llenos de miserias, necesitados de purificación, también cabe la alegría. Porque la Cuaresma es simultáneamente tiempo de fortaleza y de gozo: hemos de llenarnos de aliento ya que la gracia del Señor no nos faltará, porque Dios estará a nuestro lado y enviará a sus Ángeles, para que sean nuestros compañeros de viaje, nuestros prudentes consejeros a lo largo del camino, nuestros colaboradores en todas nuestras empresas»2.
«La Sagrada Escritura y la Tradición llaman propiamente ángeles a aquellos espíritus puros que en la prueba fundamental de libertad han elegido a Dios, su gloria y su reino»3. A ellos les está encomendada la tutela de los hombres. ¿Por ventura –se lee en la Epístola a los Hebreos– no son todos ellos unos espíritus que hacen el oficio de servidores o ministros en favor de aquellos que deben ser los herederos de la salud?4.
Es doctrina común que todos y cada uno de los hombres, bautizados o no, tienen su Ángel Custodio. Su misión comienza en el momento de la concepción del hombre y se prolonga hasta el momento de su muerte. San Juan Crisóstomo afirma que todos los ángeles custodios concurrirán al juicio universal para «dar testimonio ellos mismos del ministerio que ejercieron por orden de Dios para la salvación de cada hombre»5.
En los Hechos de los Apóstoles encontramos numerosos pasajes en que se manifiesta la intervención de estos santos ángeles, y también la confianza con que eran tratados por los primeros cristianos6.
Esta veneración y confianza en los ángeles por parte de nuestros primeros hermanos en la fe, se pone especialmente de relieve en la liberación de San Pedro de la cárcel: Un ángel del Señor se presentó en el calabozo de Pedro, que quedó iluminado; y golpeando a Pedro en el costado, le despertó diciendo: «Levántate pronto»; y se cayeron las cadenas de sus manos. El ángel añadió: «Cíñete y cálzate las sandalias». Hízolo así. Y agregó: «Envuélvete en tu manto y sígueme»7.
Y Pedro, libre ya, se encaminó a casa de María, madre de Marcos, donde muchos estaban congregados en oración.
Golpeó la puerta del vestíbulo y salió una sierva llamada Rode, que, luego que conoció la voz de Pedro, fuera de sí de alegría, sin abrir la puerta, corrió a anunciar que Pedro estaba en el vestíbulo. Ellos dijeron: «Estás loca». Insistía ella en que era así: y entonces dijeron: «será su ángel»8. Este relato nos muestra el gran cariño que sentían por Pedro y la naturalidad de la fe en los ángeles custodios que tenían los primeros fieles. «Mira con qué confianza trataban a sus Custodios los primeros cristianos.
»—¿Y tú?»9.
Nosotros hemos de tratarles también con naturalidad y confianza, y nos asombraremos muchas veces del auxilio que nos prestan, para vencer en las luchas contra el maligno. «Estamos bien ayudados por los ángeles buenos, mensajeros del amor de Dios, a los cuales, enseñados por la tradición de la Iglesia, dirigimos nuestra oración: “Ángel de Dios, que eres mi custodio, ilumíname, custódiame, rígeme y gobiérname, ya que he sido confiado a tu piedad celeste. Amén”»10.
II. «... Y los ángeles vinieron y le servían». Los ángeles custodios tienen la misión de ayudar a cada hombre a alcanzar su fin sobrenatural. Yo mandaré a un ángel delante de ti -dice el Señor a Moisés- para que te defienda en el camino y te haga llegar al lugar que te he dispuesto11. Y el Catecismo Romano comenta: «Porque así como los padres, cuando los hijos precisan viajar por caminos malos y peligrosos, hacen que les acompañen personas que les cuiden y defiendan de los peligros, de igual manera nuestro celestial Padre, en este viaje que emprendemos para la celeste Patria, a cada uno de nosotros nos da ángeles para que, fortificados con su poder y auxilio, nos libremos de los lazos furtivamente preparados por nuestros enemigos y rechacemos las terribles acometidas que nos hacen; y para que con tales guías sigamos por el camino recto, sin que ningún error interpuesto por el enemigo sea capaz de separarnos del camino que conduce al cielo»12.
Misión de los ángeles custodios, por tanto, es auxiliar al hombre contra todas las tentaciones y peligros, y traer a su corazón buenas inspiraciones. Son nuestros intercesores, nuestros custodios, y nos prestan su ayuda cuando los invocamos. «Los Santos interceden por los hombres, mientras los Ángeles Custodios no solo ruegan por los hombres, sino que actúan alrededor de ellos. Si por parte de los bienaventurados se da una intercesión, por parte de los ángeles hay una intercesión y una intervención directa: son al mismo tiempo abogados de los hombres cerca de Dios y ministros de Dios cerca de los hombres»13.
El Ángel Custodio nos puede prestar también ayudas materiales, si son convenientes para nuestro fin sobrenatural o para el de los demás. No tengamos reparos en pedirle su favor en las pequeñas cosas materiales que necesitamos cada día: encontrar aparcamiento para el coche, no perder el autobús, ayuda en un examen que hemos estudiado, etc. Especialmente pueden colaborar con nosotros en el apostolado, en la lucha contra las tentaciones y contra el demonio, y en la oración. «Los ángeles, además de llevar a Dios nuestras noticias, traen los auxilios de Dios a nuestras almas y las apacientan como buenos pastores, con comunicaciones dulces e inspiraciones divinas. Los ángeles nos defienden de los lobos, que son los demonios, y nos amparan»14.
Al Ángel Custodio hemos de tratarle como a un entrañable amigo. Él está siempre en vela, constantemente dispuesto a prestarnos su concurso, si se lo pedimos. Es una gran pena cuando, por olvido, por tibieza o por ignorancia, no nos sentimos acompañados por tan fiel compañero, o no le pedimos ayuda en tantas ocasiones en que la necesitamos. Nunca estamos solos en la tentación o en la dificultad, nuestro Ángel nos asiste; estará a nuestro lado hasta el mismo momento en que abandonemos este mundo.
Al final de la vida, el Ángel Custodio nos acompañará ante el tribunal de Dios, como manifiesta la liturgia de la Iglesia en las oraciones para la recomendación del alma en el momento de la muerte.
III. «Ten confianza con tu Ángel Custodio. —Trátalo como un entrañable amigo –lo es– y él sabrá hacerte mil servicios en los asuntos ordinarios de cada día»15.
Para que el Ángel Custodio nos preste su ayuda es necesario darle a conocer, de alguna manera, nuestras intenciones y nuestros deseos. A pesar de la gran perfección de su naturaleza, los ángeles no tienen el poder de Dios ni su sabiduría infinita, de modo que no pueden leer el interior de las conciencias. Basta con que le hablemos mentalmente para que nos entienda, e incluso para que llegue a deducir de nuestro interior más de lo que nosotros mismos somos capaces de expresar. Por eso es tan importante tener un trato de amistad con el Ángel de la Guarda.
Además de nuestra amistad, al Ángel Custodio le debemos veneración, como a quien está siempre en la presencia de Dios, contemplándole cara a cara, y, a la vez, junto a nosotros.
La devoción a nuestro Ángel Custodio será una eficaz ayuda en nuestras relaciones con Dios en el trabajo, en el trato con las personas que nos rodean, en los pequeños y en los grandes conflictos que se pueden presentar a lo largo de nuestros días. En este tiempo de Cuaresma podemos tener especialmente presente, y nos debe conmover, la escena en el Huerto de Getsemaní, en que la Humanidad Santísima del Señor es confortada por un Ángel del Cielo.
«Hay que saber tratar a los Ángeles. Acudir a ellos ahora, decir a tu Ángel Custodio que estas aguas sobrenaturales de la Cuaresma no han resbalado sobre tu alma, sino que han penetrado hasta lo hondo, porque tienes el corazón contrito. Pídeles que lleven al Señor esa buena voluntad, que la gracia ha hecho germinar de nuestra miseria, como un lirio nacido en el estercolero. Sancti Angeli, Custodes nostri: defendite nos in proelio, ut non pereamus in tremendo iudicio. Santos Ángeles Custodios: defendednos en la batalla, para que no perezcamos en el tremendo juicio»16. A la Virgen, Regina Angelorum, le rogamos que nos enseñe a tratar a los Ángeles, particularmente en esta Cuaresma.
1 Mt 4, 11. — 2 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 63 — 3 Juan Pablo II, Audiencia general, 6-VIII-1986. — 4 Heb 1, 14. — 5 San Juan Crisóstomo, en Catena Aurea, vol. III, p. 238. — 6 Cfr. Hech 5, 19-20; 8, 26; 10, 3-6. — 7 Hech 12, 7-11. — 8 Hech 12, 13-17. — 9 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 570. — 10 Juan Pablo II, Audiencia general, 20-VIII-1986. — 11 Ex 23, 20. — 12 Catecismo Romano, p. 4, cap. IX, n. 4. — 13 G. Huber, Mi ángel marchará delante de ti, Ed. Palabra, Madrid 1980, 6ª ed., p. 43. — 14 San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 2, 3. — 15 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 562. — 16 ídem, Es Cristo que pasa, 63.
martes, 15 de marzo de 2011
lunes, 14 de marzo de 2011
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Sentido de la mortificación y la penitencia
By admin on 9 de marzo de 2011
PREGUNTA: Ante una sociedad que da pasos muy rápidos y ante posturas solidarias que están presentes en muchas instituciones o grupos ¿cree usted que sigue teniendo sentido el ayuno, la mortificación y la penitencia como nos inculca la Iglesia?
RESPUESTA: La conversión del corazón es tarea de todas las épocas y de todos los tiempos y, por eso, hoy también se requiere actuar en consonancia con los retos de nuestro tiempo que nos pide a los cristianos nuevos métodos y nuevas expresiones para seguir caminando en el seguimiento de Jesucristo, sin complejos y sin cobardías. Y todo en asociación o asociado con los sufrimientos y padecimientos de Jesucristo que es lo específico de toda penitencia, mortificación y ayuno.
La ejercitación, como el atleta que se entrega a cuidar su cuerpo para conseguir el fin que es la victoria, es un símil que ayuda a comprender lo que es la mortificación en la vida cristiana. Tanto el atleta como el creyente han de llevar una vida de austeridad para que los músculos, en uno, le ayuden a apostar con buen resultado en su carrera y ascesis, en el otro, le ayuden a vivificar su experiencia de hondo calado espiritual.
Los actos externos de penitencia y mortificación son una ayuda y un signo de la conversión interior del espíritu. La virtud de la penitencia -decía Pablo VI- se ejercita por el cumplimiento de los deberes del propio estado, por la aceptación de las dificultades que acompañan al ejercicio de la profesión y la convivencia humana, así como por la aceptación paciente de los sufrimientos inherentes a la vida humana.
Todo acto de penitencia, ayuno o mortificación ha de tener dos motivaciones fundamentales: hacerlo por verdadero amor de Dios y aplicar la solidaridad fraterna con los más necesitados. La Iglesia nos invita encarecidamente y obliga, en este tiempo de Cuaresma, a vivir la abstinencia y el ayuno en momentos concretos como es el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; los viernes cuaresmales se ha de guardar la abstinencia. Es importante vivirlo con las motivaciones antes expuestas para que nazcan de un corazón convertido a Dios y lleno de caridad hacia los hermanos que están a nuestro lado y de modo especial a los más necesitados.
A veces se ha perdido este sentido del tiempo cuaresmal por las circunstancias que nos rodean que son materialistas y hedonistas. Ahí se demostrará si somos o no verdaderos cristianos. No lo tenemos fácil a la hora de poder testificar el don de la fe que nos lleva a obrar en consecuencia, pero es nuestro reto más genuino. El cristiano o se plantea la vida como discípulo de Jesucristo o su experiencia se convierte en una falacia, en una mentira existencial.
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Sentido de la mortificación y la penitencia
By admin on 9 de marzo de 2011
PREGUNTA: Ante una sociedad que da pasos muy rápidos y ante posturas solidarias que están presentes en muchas instituciones o grupos ¿cree usted que sigue teniendo sentido el ayuno, la mortificación y la penitencia como nos inculca la Iglesia?
RESPUESTA: La conversión del corazón es tarea de todas las épocas y de todos los tiempos y, por eso, hoy también se requiere actuar en consonancia con los retos de nuestro tiempo que nos pide a los cristianos nuevos métodos y nuevas expresiones para seguir caminando en el seguimiento de Jesucristo, sin complejos y sin cobardías. Y todo en asociación o asociado con los sufrimientos y padecimientos de Jesucristo que es lo específico de toda penitencia, mortificación y ayuno.
La ejercitación, como el atleta que se entrega a cuidar su cuerpo para conseguir el fin que es la victoria, es un símil que ayuda a comprender lo que es la mortificación en la vida cristiana. Tanto el atleta como el creyente han de llevar una vida de austeridad para que los músculos, en uno, le ayuden a apostar con buen resultado en su carrera y ascesis, en el otro, le ayuden a vivificar su experiencia de hondo calado espiritual.
Los actos externos de penitencia y mortificación son una ayuda y un signo de la conversión interior del espíritu. La virtud de la penitencia -decía Pablo VI- se ejercita por el cumplimiento de los deberes del propio estado, por la aceptación de las dificultades que acompañan al ejercicio de la profesión y la convivencia humana, así como por la aceptación paciente de los sufrimientos inherentes a la vida humana.
Todo acto de penitencia, ayuno o mortificación ha de tener dos motivaciones fundamentales: hacerlo por verdadero amor de Dios y aplicar la solidaridad fraterna con los más necesitados. La Iglesia nos invita encarecidamente y obliga, en este tiempo de Cuaresma, a vivir la abstinencia y el ayuno en momentos concretos como es el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; los viernes cuaresmales se ha de guardar la abstinencia. Es importante vivirlo con las motivaciones antes expuestas para que nazcan de un corazón convertido a Dios y lleno de caridad hacia los hermanos que están a nuestro lado y de modo especial a los más necesitados.
A veces se ha perdido este sentido del tiempo cuaresmal por las circunstancias que nos rodean que son materialistas y hedonistas. Ahí se demostrará si somos o no verdaderos cristianos. No lo tenemos fácil a la hora de poder testificar el don de la fe que nos lleva a obrar en consecuencia, pero es nuestro reto más genuino. El cristiano o se plantea la vida como discípulo de Jesucristo o su experiencia se convierte en una falacia, en una mentira existencial.
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Meditaciones para Cuaresma por Fray Luis de Granada Jesús se prepara para la predicación
Jesús se prepara para la predicación con la oración y el ayuno
Después del sacro misterio del la predicación con la bautismo y del magnífico testimonio del cielo, es llevado Jesús por el Espíritu Santo al desierto, para que allí sea tentado del enemigo. ¿Qué consecuencia tienen entre sí estos misterios? ¿Cómo dicen en uno los trabajos y soledad del desierto con los pregones del ciclo, y las tentaciones del enemigo con los favores del Espíritu Santo? Primeramente, por aquí entenderemos que el regalar Dios a sus siervos no es para asegurarlos, sino para esforzarlos y disponerlos a mayores trabajos.
Así cura y da de comer el caminante a su caballo para esforzarlo en el camino, y así arma y favorece el capitán a sus soldados para ponerles en el mayor peligro. Y por esto, el que así se viere visitado de Dios, no por esto se tenga por más seguro, sino antes por citado y emplazado para el mayor peligro.
Donde también es de considerar cómo antes que el Salvador diese principio a la predicación del Evangelio, se aparejó con ayuno de cuarenta días y con la soledad ejercicio del desierto, para que tú entiendas por aquí cuán grande sea la misión de la salud de las almas, pues aquel Señor, que era sumamente perfecto, sin tener de eso alguna necesidad, se dispuso para él con tan grandes aparejos.
Y por aquí también entenderán los oficiales de este oficio en qué género de ejercicios se han de ejercitar antes que comience esta misión. Porque ninguno debe salir a lo público de la predicación si primero no se hubiese ejercitado en el secreto de la contemplación; pues, como dice San Gregorio, ninguno sale seguro fuera, si primero no está ejercitado de dentro.
Para lo cual es de saber que tres maneras de vidas virtuosas señalan los santos: una puramente activa, que principalmente entiende en obras de misericordia, y otra puramente contemplativa, más perfecta que ésta, que se ocupa en ejercicios de oración y contemplación, si no es cuando la obediencia o la necesidad de la caridad pide otra cosa. Otra hay más perfecta que éta, compuesta de ambas, que tiene lo uno y lo otro, cual fue la vida de los Apóstoles y cual debiera de ser la de todos los predicadores y perfectos.
Pues la orden que se ha de tener en esta vida, según San Buenaventura, es que regularmente hablando, ninguno debe pasar a la segunda sino después de ejercitado en la primera, ni menos a la tercera si no se ha ejercitado en la segunda. Porque, como dice San Gregorio, los verdaderos predicadores han de recoger en la oración lo que derraman en la predicación. De suerte que la principal maestra de los verdaderos predicadores, después de las ciencias para esto necesarias, ha de ser la soledad, donde Dios habla al corazón palabras que salgan del corazón y revela los secretos de su sabiduría a los verdaderos humildes.
Amemos, pues, la soledad, la cual el Señor santificó con su ejemplo; porque el que no conversa con los hombres, forzado es que converse con Dios.
¡Oh miseria del siglo presente! ¿Dónde están ahora aquellos dichosos tiempos? ¿Dónde los desiertos de Egipto, de Tebas, de Escitia y de Palestina, llenos de monasterios y de solitarios? ¿Dónde está aquel desierto de que dijeron los profetas: Hará el Señor que el desierto esté lleno de deleites y que la soledad sea como un vergel de Dios? ¿Dónde están aquellas flores siempre verdes, aunque plantadas en tierras desiertas y sin agua?
Ya los hombres desampararon los desiertos y se entregaron a la vida llena de cuidados. Por donde si, por estar ya cubierto de hierba ese camino, no tienes aparejo para ir al desierto, a lo menos haz dentro de ti un espiritual desierto, recogiendo tus sentidos y entrando dentro de ti mismo, porque por aquí entrarás a Dios. En el desierto vió Moisés la gloria de Dios, y en este espiritual desierto se da Dios a conocer y a gustar a sus amigos.
Fr. Luis de Granada
•Comentario
Conducido por el Espíritu, Jesús es empujado al desierto donde estuvo cuarenta días ayunando, haciendo oración, y fue tentado. Como lo había sido en la tradición veterotestamentaria, el desierto no sólo hace relación a un espacio físico, sino también a un ámbito teológico. En este sentido, el desierto es el lugar donde el hombre puede encontrarse con Dios, y ser probado por él. Así se constata en la experiencia de Jesús en el desierto. Allí, él siempre estuvo acompañado por el Espíritu que no lo abandonó nunca, y fue probado y salido vencedor de esa especie de puja entre él y el adversario. Jesús, se mantuvo fiel a su destino o misión y no claudicó a este por ningún tipo de poder. Por eso, frente a la tentación de arrogarse fama y prestigio, convirtiendo así sus milagros en una especie de medio propagandístico que mostrarían a un mesías no a la conveniencia del Padre, optó por mantenerse fiel a ese Dios que propone la pobreza, la humildad y aspereza de vida como camino que favorece el encuentro con él, y, por tanto, del logro de la felicidad. Desde esta perspectiva, la experiencia del desierto, concretiza singularmente lo que, en definitiva, contiene la significación del nombre Jesús, que es el de ser salvador.
El paso de Jesús por el desierto tiene para Granada su importancia. Este valor lo comprende o deriva desde la perspectiva de la misión que Jesús habla de realizar. Así, si éste es conducido al desierto y allí es tentado, es para que se sepa que Dios cuando hace regalos a sus siervos -Jesús posee el Espíritu como don por excelencia- no es para asegurarlos, sino para esforzarlos y disponerlos a mayores trabajos. A este propósito se suma cómo el Señor hubo de preparase con el ayuno. la soledad y diversos ejercicios antes de comenzar a predicar el evangelio. Y cómo, a la vez, ha de comprenderse lo importante que es el proyecto de la salvación, pues él mismo, que era perfecto y no tenia necesidad de pasar cuarenta días en el desierto, se dispuso para la realización de tal proyecto de múltiples aparejos (Obras, V/197).
En el sermón tercero correspondiente al domingo primero de cuaresma en cl que se comenta: "Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el Diablo" (MI 4, 1), fray Luis incluye este momento de la vida de Jesús, en su estancia en el desierto, como una de las obras que realiza en favor de los hombres, y, por lo mismo, cómo con ocasión de esta experiencia muestra ser el salvador y agente de la vida verdadera. De este modo. Jesús es considerado como el "árbol de la vida". A este respecto, y refiriéndose a Cristo, Granada dice lo siguiente:
"[...] no sólo toda su vida y muerte fueron causa de nuestra salvación, sino que todas sus acciones obraron esto mismo. Porque en todas sus obras mostró lo que debíamos hacer a imitación suya para salvarnos. Y además, con esas mismas obras nos mereció la gracia, con la cual pudiéramos hacerlo. Una de estas cosas pertenece a la denominada causa ejemplar, y, la otra, a la causa eficiente. De uno y otro modo Cristo Señor fue el autor de nuestra salvación y se dedicó todo a nuestro provecho. Por eso, se le llama con razón el árbol de la vida [...]"
Nicasio Martín Ramos, "Cristo, sacramento de Dios en Fray Luis de Granada", Salamanca 2005.
•Jesús se prepara para la predicación
Jesús se prepara para la predicación con la oración y el ayuno
Después del sacro misterio del la predicación con la bautismo y del magnífico testimonio del cielo, es llevado Jesús por el Espíritu Santo al desierto, para que allí sea tentado del enemigo. ¿Qué consecuencia tienen entre sí estos misterios? ¿Cómo dicen en uno los trabajos y soledad del desierto con los pregones del ciclo, y las tentaciones del enemigo con los favores del Espíritu Santo? Primeramente, por aquí entenderemos que el regalar Dios a sus siervos no es para asegurarlos, sino para esforzarlos y disponerlos a mayores trabajos.
Así cura y da de comer el caminante a su caballo para esforzarlo en el camino, y así arma y favorece el capitán a sus soldados para ponerles en el mayor peligro. Y por esto, el que así se viere visitado de Dios, no por esto se tenga por más seguro, sino antes por citado y emplazado para el mayor peligro.
Donde también es de considerar cómo antes que el Salvador diese principio a la predicación del Evangelio, se aparejó con ayuno de cuarenta días y con la soledad ejercicio del desierto, para que tú entiendas por aquí cuán grande sea la misión de la salud de las almas, pues aquel Señor, que era sumamente perfecto, sin tener de eso alguna necesidad, se dispuso para él con tan grandes aparejos.
Y por aquí también entenderán los oficiales de este oficio en qué género de ejercicios se han de ejercitar antes que comience esta misión. Porque ninguno debe salir a lo público de la predicación si primero no se hubiese ejercitado en el secreto de la contemplación; pues, como dice San Gregorio, ninguno sale seguro fuera, si primero no está ejercitado de dentro.
Para lo cual es de saber que tres maneras de vidas virtuosas señalan los santos: una puramente activa, que principalmente entiende en obras de misericordia, y otra puramente contemplativa, más perfecta que ésta, que se ocupa en ejercicios de oración y contemplación, si no es cuando la obediencia o la necesidad de la caridad pide otra cosa. Otra hay más perfecta que éta, compuesta de ambas, que tiene lo uno y lo otro, cual fue la vida de los Apóstoles y cual debiera de ser la de todos los predicadores y perfectos.
Pues la orden que se ha de tener en esta vida, según San Buenaventura, es que regularmente hablando, ninguno debe pasar a la segunda sino después de ejercitado en la primera, ni menos a la tercera si no se ha ejercitado en la segunda. Porque, como dice San Gregorio, los verdaderos predicadores han de recoger en la oración lo que derraman en la predicación. De suerte que la principal maestra de los verdaderos predicadores, después de las ciencias para esto necesarias, ha de ser la soledad, donde Dios habla al corazón palabras que salgan del corazón y revela los secretos de su sabiduría a los verdaderos humildes.
Amemos, pues, la soledad, la cual el Señor santificó con su ejemplo; porque el que no conversa con los hombres, forzado es que converse con Dios.
¡Oh miseria del siglo presente! ¿Dónde están ahora aquellos dichosos tiempos? ¿Dónde los desiertos de Egipto, de Tebas, de Escitia y de Palestina, llenos de monasterios y de solitarios? ¿Dónde está aquel desierto de que dijeron los profetas: Hará el Señor que el desierto esté lleno de deleites y que la soledad sea como un vergel de Dios? ¿Dónde están aquellas flores siempre verdes, aunque plantadas en tierras desiertas y sin agua?
Ya los hombres desampararon los desiertos y se entregaron a la vida llena de cuidados. Por donde si, por estar ya cubierto de hierba ese camino, no tienes aparejo para ir al desierto, a lo menos haz dentro de ti un espiritual desierto, recogiendo tus sentidos y entrando dentro de ti mismo, porque por aquí entrarás a Dios. En el desierto vió Moisés la gloria de Dios, y en este espiritual desierto se da Dios a conocer y a gustar a sus amigos.
Fr. Luis de Granada
•Comentario
Conducido por el Espíritu, Jesús es empujado al desierto donde estuvo cuarenta días ayunando, haciendo oración, y fue tentado. Como lo había sido en la tradición veterotestamentaria, el desierto no sólo hace relación a un espacio físico, sino también a un ámbito teológico. En este sentido, el desierto es el lugar donde el hombre puede encontrarse con Dios, y ser probado por él. Así se constata en la experiencia de Jesús en el desierto. Allí, él siempre estuvo acompañado por el Espíritu que no lo abandonó nunca, y fue probado y salido vencedor de esa especie de puja entre él y el adversario. Jesús, se mantuvo fiel a su destino o misión y no claudicó a este por ningún tipo de poder. Por eso, frente a la tentación de arrogarse fama y prestigio, convirtiendo así sus milagros en una especie de medio propagandístico que mostrarían a un mesías no a la conveniencia del Padre, optó por mantenerse fiel a ese Dios que propone la pobreza, la humildad y aspereza de vida como camino que favorece el encuentro con él, y, por tanto, del logro de la felicidad. Desde esta perspectiva, la experiencia del desierto, concretiza singularmente lo que, en definitiva, contiene la significación del nombre Jesús, que es el de ser salvador.
El paso de Jesús por el desierto tiene para Granada su importancia. Este valor lo comprende o deriva desde la perspectiva de la misión que Jesús habla de realizar. Así, si éste es conducido al desierto y allí es tentado, es para que se sepa que Dios cuando hace regalos a sus siervos -Jesús posee el Espíritu como don por excelencia- no es para asegurarlos, sino para esforzarlos y disponerlos a mayores trabajos. A este propósito se suma cómo el Señor hubo de preparase con el ayuno. la soledad y diversos ejercicios antes de comenzar a predicar el evangelio. Y cómo, a la vez, ha de comprenderse lo importante que es el proyecto de la salvación, pues él mismo, que era perfecto y no tenia necesidad de pasar cuarenta días en el desierto, se dispuso para la realización de tal proyecto de múltiples aparejos (Obras, V/197).
En el sermón tercero correspondiente al domingo primero de cuaresma en cl que se comenta: "Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el Diablo" (MI 4, 1), fray Luis incluye este momento de la vida de Jesús, en su estancia en el desierto, como una de las obras que realiza en favor de los hombres, y, por lo mismo, cómo con ocasión de esta experiencia muestra ser el salvador y agente de la vida verdadera. De este modo. Jesús es considerado como el "árbol de la vida". A este respecto, y refiriéndose a Cristo, Granada dice lo siguiente:
"[...] no sólo toda su vida y muerte fueron causa de nuestra salvación, sino que todas sus acciones obraron esto mismo. Porque en todas sus obras mostró lo que debíamos hacer a imitación suya para salvarnos. Y además, con esas mismas obras nos mereció la gracia, con la cual pudiéramos hacerlo. Una de estas cosas pertenece a la denominada causa ejemplar, y, la otra, a la causa eficiente. De uno y otro modo Cristo Señor fue el autor de nuestra salvación y se dedicó todo a nuestro provecho. Por eso, se le llama con razón el árbol de la vida [...]"
Nicasio Martín Ramos, "Cristo, sacramento de Dios en Fray Luis de Granada", Salamanca 2005.
•Jesús se prepara para la predicación
El sacerdote, don de Dios para el mundo
By admin on 14 de marzo de 2011
El lema que este año nos ofrece el Día del Seminario es sugerente e importante para centrar la experiencia y la vocación de aquellos que ejercen el ministerio sacerdotal y de aquellos que se preparan en el ejercicio del mismo para el futuro: los seminaristas. El ser humano, la sociedad, si se quedan solos, si cierran las puertas al don de Dios, van siendo invadidos por las tinieblas y la frialdad, por la dureza de corazón. El sacerdote es un don de Dios para el mundo, es como ese fuego que Jesús envía al mundo para que las tinieblas y el frío no se adueñen de los corazones de los hombres.
Ciertamente, Jesús sigue ofreciéndonos su amor, quiere seguir dándonos este amor que quema por dentro, que da luz para nuestras cegueras y calor para nuestros corazones fríos. Nos lo da en su Palabra que es el Evangelio, en el perdón de los pecados, en la Eucaristía, ofrecida cada día en el altar y siempre presente en el sagrario, en la oración, … en definitiva, en la Iglesia. Y Jesús quiere que le abramos las puertas de par en par: quiere seguir siendo el vecino más importante de nuestra tierra, el amigo fiel de los jóvenes, el maestro amable de los más pequeños, quiere seguir siendo el apoyo de los enfermos y los ancianos, el servidor de los más pobres, el fundamento único de las familias, el consuelo de los que se sienten solos.
Y nosotros queremos seguir acudiendo a Él en busca de la paz que tanto necesitamos, en busca de la alegría, de la felicidad, de la salvación que sólo Dios puede regalar. Porque sin Él, sin su amor, el mundo se convierte en un hogar huérfano donde sólo existe amargura y tristeza. A pesar de que a veces intentemos disimularlo, llenándonos de cosas materiales y placeres a todos los niveles, el corazón está llamado a vivir realidades más hondas y profundas que transcienden pero que son las que dan consistencia a la experiencia humana: la fe, la esperanza y la caridad.
Precisamente, para hacernos llegar esta Buena Noticia, para llevarla a todas las personas de todos los tiempos, Jesús elige a unos hombres, los sacerdotes, que son mediadores de su perdón, de la Eucaristía y que predican el Evangelio. Son los sacerdotes, personas con limitaciones y pobrezas, como todos, pero que han recibido la llamada de Dios a servirle en esta vocación maravillosa. Os puedo decir que yo he sentido esta vocación y que es lo mejor que me ha ocurrido en la vida. Por eso, a los jóvenes que me leéis y escucháis os digo que busquéis sinceramente la voluntad de Dios: si descubrís que os llama al matrimonio, dadle muchas gracias y entregaros a Dios formando una familia cristiana y amándola con todas vuestras fuerzas. Pero si en algún momento sentís la inquietud de que Dios os llama al sacerdocio, a la vida religiosa, o a alguna vocación consagrada, no ahoguéis su llamada, pues os estáis jugando el acertar o no en la vida y esto es muy serio. Confiad en Dios, que es quien mejor nos conoce y quien más nos ama.
Para terminar, quisiera pedir a todos los diocesanos vuestra solidaridad con el Seminario. Por un lado, vuestra generosa colaboración económica, pues el Seminario tiene muchas necesidades materiales que hay que cubrir. Os agradecemos de corazón todo lo que en estos años nos estáis ayudando. Pero, sobre todo quiero pediros que consideréis el Seminario y las vocaciones como algo vuestro, algo que os toca muy de cerca, que habléis de las vocaciones en vuestras casas, que las favorezcáis en la familia. Y, sobre todo, tenemos que rezar, rogando al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Sabéis que Navarra está muy necesitada de nuevas vocaciones, que hacen falta sacerdotes para que la Luz de Cristo siga iluminando y el fuego de su amor siga ardiendo en medio de nuestros pueblos y ciudades. Pongamos todas estas intenciones en manos de nuestra Madre la Virgen María, de San José, patrono de las vocaciones sacerdotales y del Seminario, y de San Miguel arcángel, patrono propio de nuestro Seminario diocesano para que intercedan por nosotros.
LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
Libro del Levítico 19,1-2.11-18.
El Señor dijo a Moisés: Habla en estos términos a toda la comunidad de Israel: Ustedes serán santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo. Ustedes no robarán, no mentirán ni se engañarán unos a otros. No jurarán en falso por mi Nombre, porque profanarían el nombre de su Dios. Yo soy el Señor. No oprimirás a tu prójimo ni lo despojarás; y no retendrás hasta la mañana siguiente el salario del jornalero. No insultarás a un ciego, sino que temerás a tu Dios. Yo soy el Señor. No cometerás ninguna injusticia en los juicios. No favorecerás arbitrariamente al pobre ni te mostrarás complaciente con el rico: juzgarás a tu prójimo con justicia. No difamarás a tus compatriotas, ni pondrás en peligro la vida de tu prójimo. Yo soy el señor. No odiarás a tu hermano en tu corazón: deberás reprenderlo convenientemente, para no cargar con un pecado a causa de él. No serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.
Salmo 19,8-10.15.
La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple.
Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos.
La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos.
¡Ojalá sean de tu agrado las palabras de mi boca, y lleguen hasta ti mis pensamientos, Señor, mi Roca y mi redentor!
Evangelio según San Mateo 25,31-46.
Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'. Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'. Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'. Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'. Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'. Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Libro del Levítico 19,1-2.11-18.
El Señor dijo a Moisés: Habla en estos términos a toda la comunidad de Israel: Ustedes serán santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo. Ustedes no robarán, no mentirán ni se engañarán unos a otros. No jurarán en falso por mi Nombre, porque profanarían el nombre de su Dios. Yo soy el Señor. No oprimirás a tu prójimo ni lo despojarás; y no retendrás hasta la mañana siguiente el salario del jornalero. No insultarás a un ciego, sino que temerás a tu Dios. Yo soy el Señor. No cometerás ninguna injusticia en los juicios. No favorecerás arbitrariamente al pobre ni te mostrarás complaciente con el rico: juzgarás a tu prójimo con justicia. No difamarás a tus compatriotas, ni pondrás en peligro la vida de tu prójimo. Yo soy el señor. No odiarás a tu hermano en tu corazón: deberás reprenderlo convenientemente, para no cargar con un pecado a causa de él. No serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.
Salmo 19,8-10.15.
La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple.
Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos.
La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos.
¡Ojalá sean de tu agrado las palabras de mi boca, y lleguen hasta ti mis pensamientos, Señor, mi Roca y mi redentor!
Evangelio según San Mateo 25,31-46.
Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'. Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'. Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'. Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'. Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'. Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Meditación de ayer de Hablar con Dios
Cuaresma. Primer domingo
LAS TENTACIONES DE JESúS
— El Señor permite que seamos tentados para que crezcamos en las virtudes.
— Las tentaciones de Jesús. El demonio nos prueba de modo parecido.
— El Señor está siempre a nuestro lado. Armas para vencer.
I. «La Cuaresma conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación de esos años de predicación, que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. Cuarenta días de oración y de penitencia. Al terminar, tuvo lugar la escena que la liturgia de hoy ofrece a nuestra consideración, recogiéndola en el Evangelio de la Misa: las tentaciones de Cristo (Cfr. Mt 4, 1-11).
»Una escena llena de misterio, que el hombre pretende en vano entender –Dios que se somete a la tentación, que deja hacer al Maligno–, pero que puede ser meditada, pidiendo al Señor que nos haga saber la enseñanza que contiene»1.
Es la primera vez que interviene el diablo en la vida de Jesús y lo hace abiertamente. Pone a prueba a Nuestro Señor; quizá quiere averiguar si ha llegado ya la hora del Mesías. Jesús se lo permitió para darnos ejemplo de humildad y para enseñarnos a vencer las tentaciones que vamos a sufrir a lo largo de nuestra vida: «como el Señor todo lo hacía para nuestra enseñanza –dice San Juan Crisóstomo–, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate con el demonio, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por eso, como si no fuera de esperar»2. Si no contáramos con las tentaciones que hemos de padecer abriríamos la puerta a un gran enemigo: el desaliento y la tristeza.
Quería Jesús enseñarnos con su ejemplo que nadie debe creerse exento de padecer cualquier prueba. «Las tentaciones de Nuestro Señor son también las tentaciones de sus servidores de un modo individual. Pero su escala, naturalmente, es diferente: el demonio no va a ofreceros a vosotros ni a mí –dice Knox– todos los reinos del mundo. Conoce el mercado y, como buen vendedor, ofrece exactamente lo que calcula que el comprador tomará. Supongo que pensará, con bastante razón, que la mayor parte de nosotros podemos ser comprados por cinco mil libras al año, y una gran parte de nosotros por mucho menos. Tampoco nos ofrece sus condiciones de modo tan abierto, sino que sus ofertas vienen envueltas en toda especie de formas plausibles. Pero si ve la oportunidad no tarda mucho en señalarnos a vosotros y a mí cómo podemos conseguir aquello que queremos si aceptamos ser infieles a nosotros mismos y, en muchas ocasiones, si aceptamos ser infieles a nuestra fe católica»3.
El Señor, como se nos recuerda en el Prefacio de la Misa de hoy, nos enseña con su actuación cómo hemos de vencer las tentaciones y además quiere que saquemos provecho de las pruebas por las que vamos a pasar. Él «permite la tentación y se sirve de ella providencialmente para purificarte, para hacerte santo, para desligarte mejor de las cosas de la tierra, para llevarte a donde Él quiere y por donde Él quiere, para hacerte feliz en una vida que no sea cómoda, y para darte madurez, comprensión y eficacia en tu trabajo apostólico con las almas, y... sobre todo para hacerte humilde, muy humilde»4. Bienaventurado el varón que soporta la tentación –dice el Apóstol Santiago– porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman5.
II. El demonio tienta aprovechando las necesidades y debilidades de la naturaleza humana.
El Señor, después de haber pasado cuarenta días y cuarenta noches ayunando, debe encontrarse muy débil, y siente hambre como cualquier hombre en sus mismas circunstancias. Este es el momento en que se acerca el tentador con la proposición de que convierta las piedras que allí había en el pan que tanto necesita y desea.
Y Jesús «no solo rechaza el alimento que su cuerpo pedía, sino que aleja de sí una incitación mayor: la de usar del poder divino para remediar, si podemos hablar así, un problema personal (...).
»Generosidad del Señor que se ha humillado, que ha aceptado en pleno la condición humana, que no se sirve de su poder de Dios para huir de las dificultades o del esfuerzo. Que nos enseña a ser recios, a amar el trabajo, a apreciar la nobleza humana y divina de saborear las consecuencias del entregamiento»6.
Nos enseña también este pasaje del Evangelio a estar particularmente atentos, con nosotros mismos y con aquellos a quienes tenemos una mayor obligación de ayudar, en esos momentos de debilidad, de cansancio, cuando se está pasando una mala temporada, porque el demonio quizá intensifique entonces la tentación para que nuestras vidas tomen otros derroteros ajenos a la voluntad de Dios.
En la segunda tentación, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles de que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y le respondió Jesús: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.
Era en apariencia una tentación capciosa: si te niegas, demostrarás que no confías en Dios plenamente; si aceptas, le obligas a enviar, en provecho personal, a sus ángeles para que te salven. El demonio no sabe que Jesús no tendría necesidad de ángel alguno.
Una proposición parecida, y con un texto casi idéntico, oirá el Señor ya al final de su vida terrena: Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él7.
Cristo se niega a hacer milagros inútiles, por vanidad y vanagloria. Nosotros hemos de estar atentos para rechazar, en nuestro orden de cosas, tentaciones parecidas: el deseo de quedar bien, que puede surgir hasta en lo más santo; también debemos estar alerta ante falsas argumentaciones que pretendan basarse en la Sagrada Escritura, y no pedir (mucho menos exigir) pruebas o señales extraordinarias para creer, pues el Señor nos da gracias y testimonios suficientes que nos indican el camino de la fe en medio de nuestra vida ordinaria.
En la última de las tentaciones, el demonio ofrece a Jesús toda la gloria y el poder terreno que un hombre puede ambicionar. Le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: —Todas estas cosas te daré si postrándote delante de mí, me adoras. El Señor rechazó definitivamente al tentador.
El demonio promete siempre más de lo que puede dar. La felicidad está muy lejos de sus manos. Toda tentación es siempre un miserable engaño. Y para probarnos, el demonio cuenta con nuestras ambiciones. La peor de ellas es la de desear, a toda costa, la propia excelencia; el buscarnos a nosotros mismos sistemáticamente en las cosas que hacemos o proyectamos. Nuestro propio yo puede ser, en muchas ocasiones, el peor de los ídolos.
Tampoco podemos postrarnos ante las cosas materiales haciendo de ellas falsos dioses que nos esclavizarían. Los bienes materiales dejan de ser bienes si nos separan de Dios y de nuestros hermanos los hombres.
Tendremos que vigilar, en lucha constante, porque permanece en nosotros la tendencia a desear la gloria humana, a pesar de haberle dicho muchas veces al Señor que no queremos otra gloria que la suya. También a nosotros se dirige Jesús: Adorarás al Señor Dios tuyo; y a Él solo servirás. Y eso es lo que deseamos y pedimos: servir a Dios en la vocación a la que nos ha llamado.
III. El Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos dice: Confiad: Yo he vencido al mundo8. Y nosotros nos apoyamos en Él, porque, si no lo hiciéramos, poco conseguiríamos solos: Todo lo puedo en Aquel que me conforta9. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?10.
Podemos prevenir la tentación con la mortificación constante en el trabajo, al vivir la caridad, en la guarda de los sentidos internos y externos. Y junto a la mortificación, la oración: Velad y orad para no caer en la tentación11. También debemos prevenirla huyendo de las ocasiones de pecar por pequeñas que sean, pues el que ama el peligro perecerá en él12, y teniendo el tiempo bien ocupado, principalmente cumpliendo bien nuestros deberes profesionales, familiares y sociales.
Para combatir la tentación «habremos de repetir muchas veces y con confianza la petición del padrenuestro: no nos dejes caer en la tentación, concédenos la fuerza de permanecer fuertes en ella. Ya que el mismo Señor pone en nuestros labios tal plegaria, bien estará que la repitamos continuamente.
»Combatimos la tentación manifestándosela abiertamente al director espiritual, pues el manifestarla es ya casi vencerla. El que revela sus propias tentaciones al director espiritual puede estar seguro de que Dios otorga a este la gracia necesaria para dirigirle bien»13.
Contamos siempre con la gracia de Dios para vencer cualquier tentación. «Pero no olvides, amigo mío, que necesitas de armas para vencer en esta batalla espiritual. Y que tus armas han de ser estas: oración continua; sinceridad y franqueza con tu director espiritual; la Santísima Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia; un generoso espíritu de cristiana mortificación que te llevará a huir de las ocasiones y evitar el ocio; la humildad del corazón, y una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen: Consolatrix afflictorum et Refugium peccatorum, consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. Vuélvete siempre a Ella confiadamente y dile: Mater mea, fiducia mea; ¡Madre mía, confianza mía!»14.
1 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 61. — 2 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 13, 1. — 3 R. A. Knox, Sermones pastorales, p. 79. — 4 S. Canals, Ascética Meditada, 14ª ed., Madrid 1980, p. 127. — 5 Sant 1, 12. — 6 San Josemaría Escrivá, loc. cit. — 7 Mt 27, 42. — 8 Jn 16, 33. — 9 Flp 4, 13. — 10 Sal 26, 1. — 11 Mt 26, 41. — 12 Eccl 3, 27. — 13 B. Baur, En la intimidad con Dios, Herder. Barcelona 1975, 10ª ed., p. 121. — 14 S. Canals, o. c., p. 128.
Cuaresma. Primer domingo
LAS TENTACIONES DE JESúS
— El Señor permite que seamos tentados para que crezcamos en las virtudes.
— Las tentaciones de Jesús. El demonio nos prueba de modo parecido.
— El Señor está siempre a nuestro lado. Armas para vencer.
I. «La Cuaresma conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación de esos años de predicación, que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. Cuarenta días de oración y de penitencia. Al terminar, tuvo lugar la escena que la liturgia de hoy ofrece a nuestra consideración, recogiéndola en el Evangelio de la Misa: las tentaciones de Cristo (Cfr. Mt 4, 1-11).
»Una escena llena de misterio, que el hombre pretende en vano entender –Dios que se somete a la tentación, que deja hacer al Maligno–, pero que puede ser meditada, pidiendo al Señor que nos haga saber la enseñanza que contiene»1.
Es la primera vez que interviene el diablo en la vida de Jesús y lo hace abiertamente. Pone a prueba a Nuestro Señor; quizá quiere averiguar si ha llegado ya la hora del Mesías. Jesús se lo permitió para darnos ejemplo de humildad y para enseñarnos a vencer las tentaciones que vamos a sufrir a lo largo de nuestra vida: «como el Señor todo lo hacía para nuestra enseñanza –dice San Juan Crisóstomo–, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate con el demonio, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por eso, como si no fuera de esperar»2. Si no contáramos con las tentaciones que hemos de padecer abriríamos la puerta a un gran enemigo: el desaliento y la tristeza.
Quería Jesús enseñarnos con su ejemplo que nadie debe creerse exento de padecer cualquier prueba. «Las tentaciones de Nuestro Señor son también las tentaciones de sus servidores de un modo individual. Pero su escala, naturalmente, es diferente: el demonio no va a ofreceros a vosotros ni a mí –dice Knox– todos los reinos del mundo. Conoce el mercado y, como buen vendedor, ofrece exactamente lo que calcula que el comprador tomará. Supongo que pensará, con bastante razón, que la mayor parte de nosotros podemos ser comprados por cinco mil libras al año, y una gran parte de nosotros por mucho menos. Tampoco nos ofrece sus condiciones de modo tan abierto, sino que sus ofertas vienen envueltas en toda especie de formas plausibles. Pero si ve la oportunidad no tarda mucho en señalarnos a vosotros y a mí cómo podemos conseguir aquello que queremos si aceptamos ser infieles a nosotros mismos y, en muchas ocasiones, si aceptamos ser infieles a nuestra fe católica»3.
El Señor, como se nos recuerda en el Prefacio de la Misa de hoy, nos enseña con su actuación cómo hemos de vencer las tentaciones y además quiere que saquemos provecho de las pruebas por las que vamos a pasar. Él «permite la tentación y se sirve de ella providencialmente para purificarte, para hacerte santo, para desligarte mejor de las cosas de la tierra, para llevarte a donde Él quiere y por donde Él quiere, para hacerte feliz en una vida que no sea cómoda, y para darte madurez, comprensión y eficacia en tu trabajo apostólico con las almas, y... sobre todo para hacerte humilde, muy humilde»4. Bienaventurado el varón que soporta la tentación –dice el Apóstol Santiago– porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman5.
II. El demonio tienta aprovechando las necesidades y debilidades de la naturaleza humana.
El Señor, después de haber pasado cuarenta días y cuarenta noches ayunando, debe encontrarse muy débil, y siente hambre como cualquier hombre en sus mismas circunstancias. Este es el momento en que se acerca el tentador con la proposición de que convierta las piedras que allí había en el pan que tanto necesita y desea.
Y Jesús «no solo rechaza el alimento que su cuerpo pedía, sino que aleja de sí una incitación mayor: la de usar del poder divino para remediar, si podemos hablar así, un problema personal (...).
»Generosidad del Señor que se ha humillado, que ha aceptado en pleno la condición humana, que no se sirve de su poder de Dios para huir de las dificultades o del esfuerzo. Que nos enseña a ser recios, a amar el trabajo, a apreciar la nobleza humana y divina de saborear las consecuencias del entregamiento»6.
Nos enseña también este pasaje del Evangelio a estar particularmente atentos, con nosotros mismos y con aquellos a quienes tenemos una mayor obligación de ayudar, en esos momentos de debilidad, de cansancio, cuando se está pasando una mala temporada, porque el demonio quizá intensifique entonces la tentación para que nuestras vidas tomen otros derroteros ajenos a la voluntad de Dios.
En la segunda tentación, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles de que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y le respondió Jesús: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.
Era en apariencia una tentación capciosa: si te niegas, demostrarás que no confías en Dios plenamente; si aceptas, le obligas a enviar, en provecho personal, a sus ángeles para que te salven. El demonio no sabe que Jesús no tendría necesidad de ángel alguno.
Una proposición parecida, y con un texto casi idéntico, oirá el Señor ya al final de su vida terrena: Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él7.
Cristo se niega a hacer milagros inútiles, por vanidad y vanagloria. Nosotros hemos de estar atentos para rechazar, en nuestro orden de cosas, tentaciones parecidas: el deseo de quedar bien, que puede surgir hasta en lo más santo; también debemos estar alerta ante falsas argumentaciones que pretendan basarse en la Sagrada Escritura, y no pedir (mucho menos exigir) pruebas o señales extraordinarias para creer, pues el Señor nos da gracias y testimonios suficientes que nos indican el camino de la fe en medio de nuestra vida ordinaria.
En la última de las tentaciones, el demonio ofrece a Jesús toda la gloria y el poder terreno que un hombre puede ambicionar. Le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: —Todas estas cosas te daré si postrándote delante de mí, me adoras. El Señor rechazó definitivamente al tentador.
El demonio promete siempre más de lo que puede dar. La felicidad está muy lejos de sus manos. Toda tentación es siempre un miserable engaño. Y para probarnos, el demonio cuenta con nuestras ambiciones. La peor de ellas es la de desear, a toda costa, la propia excelencia; el buscarnos a nosotros mismos sistemáticamente en las cosas que hacemos o proyectamos. Nuestro propio yo puede ser, en muchas ocasiones, el peor de los ídolos.
Tampoco podemos postrarnos ante las cosas materiales haciendo de ellas falsos dioses que nos esclavizarían. Los bienes materiales dejan de ser bienes si nos separan de Dios y de nuestros hermanos los hombres.
Tendremos que vigilar, en lucha constante, porque permanece en nosotros la tendencia a desear la gloria humana, a pesar de haberle dicho muchas veces al Señor que no queremos otra gloria que la suya. También a nosotros se dirige Jesús: Adorarás al Señor Dios tuyo; y a Él solo servirás. Y eso es lo que deseamos y pedimos: servir a Dios en la vocación a la que nos ha llamado.
III. El Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos dice: Confiad: Yo he vencido al mundo8. Y nosotros nos apoyamos en Él, porque, si no lo hiciéramos, poco conseguiríamos solos: Todo lo puedo en Aquel que me conforta9. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?10.
Podemos prevenir la tentación con la mortificación constante en el trabajo, al vivir la caridad, en la guarda de los sentidos internos y externos. Y junto a la mortificación, la oración: Velad y orad para no caer en la tentación11. También debemos prevenirla huyendo de las ocasiones de pecar por pequeñas que sean, pues el que ama el peligro perecerá en él12, y teniendo el tiempo bien ocupado, principalmente cumpliendo bien nuestros deberes profesionales, familiares y sociales.
Para combatir la tentación «habremos de repetir muchas veces y con confianza la petición del padrenuestro: no nos dejes caer en la tentación, concédenos la fuerza de permanecer fuertes en ella. Ya que el mismo Señor pone en nuestros labios tal plegaria, bien estará que la repitamos continuamente.
»Combatimos la tentación manifestándosela abiertamente al director espiritual, pues el manifestarla es ya casi vencerla. El que revela sus propias tentaciones al director espiritual puede estar seguro de que Dios otorga a este la gracia necesaria para dirigirle bien»13.
Contamos siempre con la gracia de Dios para vencer cualquier tentación. «Pero no olvides, amigo mío, que necesitas de armas para vencer en esta batalla espiritual. Y que tus armas han de ser estas: oración continua; sinceridad y franqueza con tu director espiritual; la Santísima Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia; un generoso espíritu de cristiana mortificación que te llevará a huir de las ocasiones y evitar el ocio; la humildad del corazón, y una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen: Consolatrix afflictorum et Refugium peccatorum, consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. Vuélvete siempre a Ella confiadamente y dile: Mater mea, fiducia mea; ¡Madre mía, confianza mía!»14.
1 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 61. — 2 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 13, 1. — 3 R. A. Knox, Sermones pastorales, p. 79. — 4 S. Canals, Ascética Meditada, 14ª ed., Madrid 1980, p. 127. — 5 Sant 1, 12. — 6 San Josemaría Escrivá, loc. cit. — 7 Mt 27, 42. — 8 Jn 16, 33. — 9 Flp 4, 13. — 10 Sal 26, 1. — 11 Mt 26, 41. — 12 Eccl 3, 27. — 13 B. Baur, En la intimidad con Dios, Herder. Barcelona 1975, 10ª ed., p. 121. — 14 S. Canals, o. c., p. 128.
Cuaresma. 1ª semana. Lunes
EXISTENCIA Y ACTUACIÓN DEL DIABLO
— El diablo existe y actúa en las personas y en la sociedad. Su actividad es misteriosa, pero real y eficaz.
— Quién es el demonio. Su poder es limitado. Necesidad de la ayuda divina para vencer.
— Jesucristo es el vencedor del demonio. Confianza en Él. Medios que hemos de utilizar. El agua bendita.
I. De nuevo lo llevó el demonio a un monte muy alto... Entonces le respondió Jesús: Apártate, Satanás..., leíamos en el Evangelio de la Misa de ayer1.
El diablo existe. La Sagrada Escritura habla de él desde el primero hasta el último libro revelado, desde el Génesis al Apocalipsis. En la parábola de la cizaña, el Señor afirma que la mala simiente, cuyo cometido es sofocar el trigo, fue arrojada por el enemigo2. En la parábola del sembrador, viene el Maligno y arrebata lo que se había sembrado3.
Algunos, inclinados a un superficial optimismo, piensan que el mal es meramente una imperfección incidental en un mundo en continua evolución hacia días mejores. Sin embargo, la historia del hombre ha padecido la influencia del diablo. Hay rasgos presentes en nuestros días de una intensa malicia, que no se explican por la sola actuación humana. El demonio, en formas muy diversas, causa estragos en la Humanidad. Sin duda, «a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final»4. De tal manera que el demonio «provoca numerosos daños de naturaleza espiritual e, indirectamente, de naturaleza incluso física en los individuos y en la sociedad»5.
La actuación del demonio es misteriosa, real y eficaz. Desde los primeros siglos, los cristianos tuvieron conciencia de esa actividad diabólica. San Pedro advertía a los primeros cristianos: sed sobrios y estad en vela, porque vuestro enemigo el diablo anda girando alrededor de vosotros como león rugiente, en busca de presa que devorar. Resistidle firmes en la fe6.
Con Jesucristo ha quedado mermado el dominio del diablo, pues Él «nos ha liberado del poder de Satanás»7. Por razón de la obra redentora de Cristo, el demonio solo puede causar verdadero daño a quienes libremente le permitan hacérselo, consintiendo en el mal y alejándose de Dios.
El Señor se manifiesta en numerosos pasajes del Evangelio como vencedor del demonio, librando a muchos de la posesión diabólica. En Jesús está puesta nuestra confianza, y Él no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas8. El demonio tratará de «seducir y apartar el espíritu humano para que viole los preceptos de Dios, oscureciendo poco a poco el corazón de aquellos que tratan de servirle, con el propósito de que olviden al verdadero Dios, sirviéndole a él como si fuera el verdadero Dios»9. Y esto, siempre. De mil modos diferentes. Pero el Señor nos ha dado los medios para vencer en todas las tentaciones: nadie peca por necesidad. Consideremos, con hondura, en esta Cuaresma lo que esto significa.
Además, para librarnos del influjo diabólico, también ha dispuesto Dios un ángel que nos ayude y proteja. «Acude a tu Custodio, a la hora de la prueba, y te amparará contra el demonio y te traerá santas inspiraciones»10.
II. El demonio es un ser personal, real y concreto, de naturaleza espiritual e invisible, y que por su pecado se apartó de Dios para siempre, «porque el diablo y los otros demonios fueron creados por Dios naturalmente buenos; pero ellos, por sí mismos se hicieron malos»11. Es el padre de la mentira12, del pecado, de la discordia, de la desgracia, del odio, de lo absurdo y malo que hay en la tierra13. Es la serpiente astuta y envidiosa que trae la muerte al mundo14, el enemigo que siembra el mal en el corazón del hombre15, y al único que hemos de temer si no estamos cerca de Dios. Su único fin en el mundo, al que no ha renunciado, es nuestra perdición. Y cada día intentará llevar a cabo ese fin a través de todos los medios a su alcance. «Todo empezó con el rechazo de Dios y su reino, usurpando sus derechos soberanos y tratando de trastocar la economía de la salvación y el ordenamiento mismo de toda la creación. Un reflejo de esta actitud se encuentra en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: Seréis como dioses. Así el espíritu maligno trata de trasplantar en el hombre la actitud de rivalidad, de insubordinación a Dios y de oposición a Dios que ha venido a convertirse en la motivación de toda su existencia»16.
El demonio es el primer causante del mal y de los desconciertos y rupturas que se producen en las familias y en la sociedad. «Suponed, por ejemplo –dice el Cardenal Newman–, que sobre las calles de una populosa ciudad cayera de repente la oscuridad; podéis imaginar, sin que yo os lo cuente, el ruido y el clamor que se produciría. Transeúntes, carruajes, coches, caballos, todos se hallarían mezclados. Así es el estado del mundo. El espíritu maligno que actúa sobre los hijos de la incredulidad, el dios de este mundo, como dice San Pablo, ha cegado los ojos de los que no creen, y he aquí que se hallan forzados a reñir y discutir porque han perdido su camino; y disputan unos con otros, diciendo uno esto y otro aquello, porque no ven»17.
En sus tentaciones, el demonio utiliza el engaño, ya que solo puede presentar bienes falsos y una felicidad ficticia, que se torna siempre soledad y amargura. Fuera de Dios no existen, no pueden existir, ni el bien ni la felicidad verdaderos. Fuera de Dios solo hay oscuridad, vacío y la mayor de las tristezas. Pero el poder del demonio es limitado, y también él está bajo el dominio y la soberanía de Dios, que es el único Señor del universo.
El demonio –tampoco el ángel– no llega a penetrar en nuestra intimidad si nosotros no queremos. «Los espíritus inmundos no pueden conocer la naturaleza de nuestros pensamientos. Únicamente les es dado columbrarlos merced a indicios sensibles, o bien examinando nuestras disposiciones, nuestras palabras o las cosas hacia las cuales advierten una propensión por nuestra parte. En cambio, lo que no hemos exteriorizado y permanece oculto en nuestras almas, les es totalmente inaccesible. Incluso los mismos pensamientos que ellos nos sugieren, la acogida que les damos, la reacción que causan en nosotros, todo esto no lo conocen por la misma esencia del alma (...) sino, en todo caso, por los movimientos y manifestaciones externas»18.
El demonio no puede violentar nuestra libertad para inclinarla hacia el mal. «Es un hecho cierto que el demonio no puede seducir a nadie, si no es aquel que libremente le presta el consentimiento de su voluntad»19.
El santo Cura de Ars dice que «el demonio es un gran perro encadenado, que acosa, que mete mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes se le acercan demasiado»20. Con todo, «ningún poder humano puede compararse con el suyo, y solo el poder divino lo puede vencer y tan solo la luz divina puede desenmascarar sus artimañas.
»El alma que venza la potencia del demonio no lo podrá conseguir sin oración ni podrá entender sus engaños sin mortificación y sin humildad»21.
III. La vida de Jesús quedó resumida en los Hechos de los Apóstoles con estas palabras: Pasó haciendo el bien y librando a todos los oprimidos del demonio22. Y San Juan, tratando del motivo de la Encarnación, explica: Para esto vino el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo23.
Cristo es el verdadero vencedor del demonio: ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera24, dirá Jesús en la Última Cena, pocas hora antes de la Pasión. Dios «dispuso entrar en la historia humana de modo nuevo y definitivo, enviando a su Hijo en carne nuestra, a fin de arrancar por Él a los hombres del poder de las tinieblas y de Satanás»25.
El demonio, no obstante, continúa detentando cierto poder sobre el mundo en la medida en que los hombres rechazan los frutos de la redención. Tiene dominio sobre aquellos que, de una forma u otra, se entregan voluntariamente a él, prefiriendo el reino de las tinieblas al reino de la gracia26. Por eso no debe extrañarnos el ver, en tantas ocasiones, triunfar aquí el mal y quedar lesionada la justicia.
Nos debe dar gran confianza saber que el Señor nos ha dejado muchos medios para vencer y para vivir en el mundo con la paz y la alegría de un buen cristiano. Entre esos medios están: la oración, la mortificación, la frecuente recepción de la Sagrada Eucaristía y la Confesión, y el amor a la Virgen. Con Nuestra Señora estamos siempre seguros. El uso del agua bendita es también eficaz protección contra el influjo del diablo: «Me dices que por qué te recomiendo siempre, con tanto empeño, el uso diario del agua bendita. —Muchas razones te podría dar. Te bastará, de seguro, esta de la Santa de Ávila: “De ninguna cosa huyen más los demonios, para no tornar, que del agua bendita”»27.
Juan Pablo II nos exhorta a rezar dándonos más cuenta de lo que decimos en la última petición del Padrenuestro: «no nos dejes caer en la tentación, líbranos del Mal, del Maligno. Haz, oh Señor, que no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce aquel que ha sido infiel desde el comienzo»28. Nuestro esfuerzo en estos días de Cuaresma por mejorar la fidelidad a aquello que sabemos que Dios nos pide, es la mejor manifestación de que frente al Non serviam del demonio, queremos poner nuestro personal Serviam: Te serviré, Señor.
1 Cfr. Mt 4, 8-11. — 2 Mt 13, 25. — 3 Mt 13, 19. — 4 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 37. — 5 Juan Pablo II, Audiencia general, 20-VIII-1986. — 6 1 Pdr 5, 8. — 7 Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 6. — 8 Cfr. 1 Cor 10, 13. — 9 San Ireneo, Tratado contra las herejías, 5. — 10 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 567. — 11 Conc. Lateranense IV, 1215 DZ. 800 (428). — 12 Jn 8, 44. — 13 Cfr. Heb 2, 14. — 14 Cfr. Sab 2, 24. — 15 Cfr. Mt 13, 28-39. — 16 Juan Pablo II, Audiencia general, 13-VIII-1986. — 17 Card. J. H. Newman, Sermón para el Domingo II de Cuaresma. Mundo y pecado. — 18 Casiano, Colaciones, 7 — 19 Ibídem. — 20 Santo Cura de Ars, Sermón sobre las tentaciones. — 21 San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 3, 9. — 22 Hech, 10, 39. — 23 1 Jn 3, 8. — 24 Jn 12, 31. — 25 Conc. Vat. II, Decr. Ad gentes, 3. — 26 Cfr. Juan Pablo II, loc. cit. — 27 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 572. — 28 Juan Pablo II, loc. cit.
† Nota: Ediciones Palabra (poseedora de los derechos de autor) sólo nos ha autorizado a difundir la meditación diaria a usuarios concretos para su uso personal, y no desea su distribución por fotocopias u otras formas de distribución.
EXISTENCIA Y ACTUACIÓN DEL DIABLO
— El diablo existe y actúa en las personas y en la sociedad. Su actividad es misteriosa, pero real y eficaz.
— Quién es el demonio. Su poder es limitado. Necesidad de la ayuda divina para vencer.
— Jesucristo es el vencedor del demonio. Confianza en Él. Medios que hemos de utilizar. El agua bendita.
I. De nuevo lo llevó el demonio a un monte muy alto... Entonces le respondió Jesús: Apártate, Satanás..., leíamos en el Evangelio de la Misa de ayer1.
El diablo existe. La Sagrada Escritura habla de él desde el primero hasta el último libro revelado, desde el Génesis al Apocalipsis. En la parábola de la cizaña, el Señor afirma que la mala simiente, cuyo cometido es sofocar el trigo, fue arrojada por el enemigo2. En la parábola del sembrador, viene el Maligno y arrebata lo que se había sembrado3.
Algunos, inclinados a un superficial optimismo, piensan que el mal es meramente una imperfección incidental en un mundo en continua evolución hacia días mejores. Sin embargo, la historia del hombre ha padecido la influencia del diablo. Hay rasgos presentes en nuestros días de una intensa malicia, que no se explican por la sola actuación humana. El demonio, en formas muy diversas, causa estragos en la Humanidad. Sin duda, «a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final»4. De tal manera que el demonio «provoca numerosos daños de naturaleza espiritual e, indirectamente, de naturaleza incluso física en los individuos y en la sociedad»5.
La actuación del demonio es misteriosa, real y eficaz. Desde los primeros siglos, los cristianos tuvieron conciencia de esa actividad diabólica. San Pedro advertía a los primeros cristianos: sed sobrios y estad en vela, porque vuestro enemigo el diablo anda girando alrededor de vosotros como león rugiente, en busca de presa que devorar. Resistidle firmes en la fe6.
Con Jesucristo ha quedado mermado el dominio del diablo, pues Él «nos ha liberado del poder de Satanás»7. Por razón de la obra redentora de Cristo, el demonio solo puede causar verdadero daño a quienes libremente le permitan hacérselo, consintiendo en el mal y alejándose de Dios.
El Señor se manifiesta en numerosos pasajes del Evangelio como vencedor del demonio, librando a muchos de la posesión diabólica. En Jesús está puesta nuestra confianza, y Él no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas8. El demonio tratará de «seducir y apartar el espíritu humano para que viole los preceptos de Dios, oscureciendo poco a poco el corazón de aquellos que tratan de servirle, con el propósito de que olviden al verdadero Dios, sirviéndole a él como si fuera el verdadero Dios»9. Y esto, siempre. De mil modos diferentes. Pero el Señor nos ha dado los medios para vencer en todas las tentaciones: nadie peca por necesidad. Consideremos, con hondura, en esta Cuaresma lo que esto significa.
Además, para librarnos del influjo diabólico, también ha dispuesto Dios un ángel que nos ayude y proteja. «Acude a tu Custodio, a la hora de la prueba, y te amparará contra el demonio y te traerá santas inspiraciones»10.
II. El demonio es un ser personal, real y concreto, de naturaleza espiritual e invisible, y que por su pecado se apartó de Dios para siempre, «porque el diablo y los otros demonios fueron creados por Dios naturalmente buenos; pero ellos, por sí mismos se hicieron malos»11. Es el padre de la mentira12, del pecado, de la discordia, de la desgracia, del odio, de lo absurdo y malo que hay en la tierra13. Es la serpiente astuta y envidiosa que trae la muerte al mundo14, el enemigo que siembra el mal en el corazón del hombre15, y al único que hemos de temer si no estamos cerca de Dios. Su único fin en el mundo, al que no ha renunciado, es nuestra perdición. Y cada día intentará llevar a cabo ese fin a través de todos los medios a su alcance. «Todo empezó con el rechazo de Dios y su reino, usurpando sus derechos soberanos y tratando de trastocar la economía de la salvación y el ordenamiento mismo de toda la creación. Un reflejo de esta actitud se encuentra en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: Seréis como dioses. Así el espíritu maligno trata de trasplantar en el hombre la actitud de rivalidad, de insubordinación a Dios y de oposición a Dios que ha venido a convertirse en la motivación de toda su existencia»16.
El demonio es el primer causante del mal y de los desconciertos y rupturas que se producen en las familias y en la sociedad. «Suponed, por ejemplo –dice el Cardenal Newman–, que sobre las calles de una populosa ciudad cayera de repente la oscuridad; podéis imaginar, sin que yo os lo cuente, el ruido y el clamor que se produciría. Transeúntes, carruajes, coches, caballos, todos se hallarían mezclados. Así es el estado del mundo. El espíritu maligno que actúa sobre los hijos de la incredulidad, el dios de este mundo, como dice San Pablo, ha cegado los ojos de los que no creen, y he aquí que se hallan forzados a reñir y discutir porque han perdido su camino; y disputan unos con otros, diciendo uno esto y otro aquello, porque no ven»17.
En sus tentaciones, el demonio utiliza el engaño, ya que solo puede presentar bienes falsos y una felicidad ficticia, que se torna siempre soledad y amargura. Fuera de Dios no existen, no pueden existir, ni el bien ni la felicidad verdaderos. Fuera de Dios solo hay oscuridad, vacío y la mayor de las tristezas. Pero el poder del demonio es limitado, y también él está bajo el dominio y la soberanía de Dios, que es el único Señor del universo.
El demonio –tampoco el ángel– no llega a penetrar en nuestra intimidad si nosotros no queremos. «Los espíritus inmundos no pueden conocer la naturaleza de nuestros pensamientos. Únicamente les es dado columbrarlos merced a indicios sensibles, o bien examinando nuestras disposiciones, nuestras palabras o las cosas hacia las cuales advierten una propensión por nuestra parte. En cambio, lo que no hemos exteriorizado y permanece oculto en nuestras almas, les es totalmente inaccesible. Incluso los mismos pensamientos que ellos nos sugieren, la acogida que les damos, la reacción que causan en nosotros, todo esto no lo conocen por la misma esencia del alma (...) sino, en todo caso, por los movimientos y manifestaciones externas»18.
El demonio no puede violentar nuestra libertad para inclinarla hacia el mal. «Es un hecho cierto que el demonio no puede seducir a nadie, si no es aquel que libremente le presta el consentimiento de su voluntad»19.
El santo Cura de Ars dice que «el demonio es un gran perro encadenado, que acosa, que mete mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes se le acercan demasiado»20. Con todo, «ningún poder humano puede compararse con el suyo, y solo el poder divino lo puede vencer y tan solo la luz divina puede desenmascarar sus artimañas.
»El alma que venza la potencia del demonio no lo podrá conseguir sin oración ni podrá entender sus engaños sin mortificación y sin humildad»21.
III. La vida de Jesús quedó resumida en los Hechos de los Apóstoles con estas palabras: Pasó haciendo el bien y librando a todos los oprimidos del demonio22. Y San Juan, tratando del motivo de la Encarnación, explica: Para esto vino el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo23.
Cristo es el verdadero vencedor del demonio: ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera24, dirá Jesús en la Última Cena, pocas hora antes de la Pasión. Dios «dispuso entrar en la historia humana de modo nuevo y definitivo, enviando a su Hijo en carne nuestra, a fin de arrancar por Él a los hombres del poder de las tinieblas y de Satanás»25.
El demonio, no obstante, continúa detentando cierto poder sobre el mundo en la medida en que los hombres rechazan los frutos de la redención. Tiene dominio sobre aquellos que, de una forma u otra, se entregan voluntariamente a él, prefiriendo el reino de las tinieblas al reino de la gracia26. Por eso no debe extrañarnos el ver, en tantas ocasiones, triunfar aquí el mal y quedar lesionada la justicia.
Nos debe dar gran confianza saber que el Señor nos ha dejado muchos medios para vencer y para vivir en el mundo con la paz y la alegría de un buen cristiano. Entre esos medios están: la oración, la mortificación, la frecuente recepción de la Sagrada Eucaristía y la Confesión, y el amor a la Virgen. Con Nuestra Señora estamos siempre seguros. El uso del agua bendita es también eficaz protección contra el influjo del diablo: «Me dices que por qué te recomiendo siempre, con tanto empeño, el uso diario del agua bendita. —Muchas razones te podría dar. Te bastará, de seguro, esta de la Santa de Ávila: “De ninguna cosa huyen más los demonios, para no tornar, que del agua bendita”»27.
Juan Pablo II nos exhorta a rezar dándonos más cuenta de lo que decimos en la última petición del Padrenuestro: «no nos dejes caer en la tentación, líbranos del Mal, del Maligno. Haz, oh Señor, que no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce aquel que ha sido infiel desde el comienzo»28. Nuestro esfuerzo en estos días de Cuaresma por mejorar la fidelidad a aquello que sabemos que Dios nos pide, es la mejor manifestación de que frente al Non serviam del demonio, queremos poner nuestro personal Serviam: Te serviré, Señor.
1 Cfr. Mt 4, 8-11. — 2 Mt 13, 25. — 3 Mt 13, 19. — 4 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 37. — 5 Juan Pablo II, Audiencia general, 20-VIII-1986. — 6 1 Pdr 5, 8. — 7 Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 6. — 8 Cfr. 1 Cor 10, 13. — 9 San Ireneo, Tratado contra las herejías, 5. — 10 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 567. — 11 Conc. Lateranense IV, 1215 DZ. 800 (428). — 12 Jn 8, 44. — 13 Cfr. Heb 2, 14. — 14 Cfr. Sab 2, 24. — 15 Cfr. Mt 13, 28-39. — 16 Juan Pablo II, Audiencia general, 13-VIII-1986. — 17 Card. J. H. Newman, Sermón para el Domingo II de Cuaresma. Mundo y pecado. — 18 Casiano, Colaciones, 7 — 19 Ibídem. — 20 Santo Cura de Ars, Sermón sobre las tentaciones. — 21 San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 3, 9. — 22 Hech, 10, 39. — 23 1 Jn 3, 8. — 24 Jn 12, 31. — 25 Conc. Vat. II, Decr. Ad gentes, 3. — 26 Cfr. Juan Pablo II, loc. cit. — 27 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 572. — 28 Juan Pablo II, loc. cit.
† Nota: Ediciones Palabra (poseedora de los derechos de autor) sólo nos ha autorizado a difundir la meditación diaria a usuarios concretos para su uso personal, y no desea su distribución por fotocopias u otras formas de distribución.
sábado, 12 de marzo de 2011
Paraules de Vida 13-03-11
Assolir la renovació personal i comunitària que tantes vegades desitgem, requereix del nostre esforç per disposar-nos per escoltar de nou la Paraula de Déu, puix aquí està la font que satisfà el nostre desig de renovació, que il·lumina la nostra vida, que ens porta a passar dels nostres interessos als de Crist, és a dir, a l'amor a Déu i als altres.
La Quaresma és temps de renovació. Ens condueix a la Pasqua, en la qual tota l'Església actualitza el pas de la mort a la vida, el nou naixement mitjançant la participació en la mort i resurrecció de Crist. La Quaresma és un camí joiós perquè ens duu a la renovació de les arrels que alimenten la nostra vida: “Pel baptisme heu estat sepultats amb Crist, i amb ell també heu ressuscitat, ja que heu cregut en l'acció poderosa de Déu que el va ressuscitar d'entre els morts” (cf.Col 2,12). La Quaresma ens disposa a la celebració de la Pasqua; promou la conversió a l'Evangeli; revifa la nostra identitat baptismal; crida a la celebració del perdó que solament Déu pot oferir; disposa a una participació viva i conseqüent de l'Eucaristia.
En aquest camí som cridats a ser deixebles oïdors de la Paraula del Senyor. Durant aquests diumenges de Quaresma ens acompanyaran les lectures que ens permetran aprofundir en l'estil de vida cristià, el qual no és possible sense l'amor a Crist i tot allò que Ell ens ha portat. Comencem escoltant, el primer diumenge, l'Evangeli de les temptacions. Jesús apareix davant els nostres ulls vencedor de satanàs, pare de la mentida; ens crida a mantenir el combat contra el mal i a fonamentar la nostra vida en Déu, font de tot amor. El segon diumenge de Quaresma escoltem l'evangeli de la Transfiguració del Senyor. Contemplem la imatge de Crist elevat a la glòria, en el moment en què va a iniciar la seva passió, que el durà a la mort en la Creu. És la memòria del nostre futur: la mort serà vençuda.
Els diumenges següents escoltem l'evangeli de Sant Joan, que ens presenta a la samaritana com a imatge de l'aigua viva i de l'Esperit que renova la nostra vida. El diumenge següent llegim la narració de la curació del cec de naixement. Un text que ens mostra les conseqüències del nostre Baptisme, que ens ha fet fills de la llum per viure com a fills de Déu i germans dels homes. Finalment, l'últim diumenge de Quaresma escoltem l'evangeli de la resurrecció de Llàtzer. És l'anunci de la gran novetat de la resurrecció de Crist i la promesa de la nostra.
La Quaresma serà temps de renovació si escoltem de nou la Paraula del Senyor.
† Javier Salinas Viñals
Bisbe de Tortosa
Assolir la renovació personal i comunitària que tantes vegades desitgem, requereix del nostre esforç per disposar-nos per escoltar de nou la Paraula de Déu, puix aquí està la font que satisfà el nostre desig de renovació, que il·lumina la nostra vida, que ens porta a passar dels nostres interessos als de Crist, és a dir, a l'amor a Déu i als altres.
La Quaresma és temps de renovació. Ens condueix a la Pasqua, en la qual tota l'Església actualitza el pas de la mort a la vida, el nou naixement mitjançant la participació en la mort i resurrecció de Crist. La Quaresma és un camí joiós perquè ens duu a la renovació de les arrels que alimenten la nostra vida: “Pel baptisme heu estat sepultats amb Crist, i amb ell també heu ressuscitat, ja que heu cregut en l'acció poderosa de Déu que el va ressuscitar d'entre els morts” (cf.Col 2,12). La Quaresma ens disposa a la celebració de la Pasqua; promou la conversió a l'Evangeli; revifa la nostra identitat baptismal; crida a la celebració del perdó que solament Déu pot oferir; disposa a una participació viva i conseqüent de l'Eucaristia.
En aquest camí som cridats a ser deixebles oïdors de la Paraula del Senyor. Durant aquests diumenges de Quaresma ens acompanyaran les lectures que ens permetran aprofundir en l'estil de vida cristià, el qual no és possible sense l'amor a Crist i tot allò que Ell ens ha portat. Comencem escoltant, el primer diumenge, l'Evangeli de les temptacions. Jesús apareix davant els nostres ulls vencedor de satanàs, pare de la mentida; ens crida a mantenir el combat contra el mal i a fonamentar la nostra vida en Déu, font de tot amor. El segon diumenge de Quaresma escoltem l'evangeli de la Transfiguració del Senyor. Contemplem la imatge de Crist elevat a la glòria, en el moment en què va a iniciar la seva passió, que el durà a la mort en la Creu. És la memòria del nostre futur: la mort serà vençuda.
Els diumenges següents escoltem l'evangeli de Sant Joan, que ens presenta a la samaritana com a imatge de l'aigua viva i de l'Esperit que renova la nostra vida. El diumenge següent llegim la narració de la curació del cec de naixement. Un text que ens mostra les conseqüències del nostre Baptisme, que ens ha fet fills de la llum per viure com a fills de Déu i germans dels homes. Finalment, l'últim diumenge de Quaresma escoltem l'evangeli de la resurrecció de Llàtzer. És l'anunci de la gran novetat de la resurrecció de Crist i la promesa de la nostra.
La Quaresma serà temps de renovació si escoltem de nou la Paraula del Senyor.
† Javier Salinas Viñals
Bisbe de Tortosa
Cuaresma. Primer domingo
LAS TENTACIONES DE JESúS
— El Señor permite que seamos tentados para que crezcamos en las virtudes.
— Las tentaciones de Jesús. El demonio nos prueba de modo parecido.
— El Señor está siempre a nuestro lado. Armas para vencer.
I. «La Cuaresma conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación de esos años de predicación, que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. Cuarenta días de oración y de penitencia. Al terminar, tuvo lugar la escena que la liturgia de hoy ofrece a nuestra consideración, recogiéndola en el Evangelio de la Misa: las tentaciones de Cristo (Cfr. Mt 4, 1-11).
»Una escena llena de misterio, que el hombre pretende en vano entender –Dios que se somete a la tentación, que deja hacer al Maligno–, pero que puede ser meditada, pidiendo al Señor que nos haga saber la enseñanza que contiene»1.
Es la primera vez que interviene el diablo en la vida de Jesús y lo hace abiertamente. Pone a prueba a Nuestro Señor; quizá quiere averiguar si ha llegado ya la hora del Mesías. Jesús se lo permitió para darnos ejemplo de humildad y para enseñarnos a vencer las tentaciones que vamos a sufrir a lo largo de nuestra vida: «como el Señor todo lo hacía para nuestra enseñanza –dice San Juan Crisóstomo–, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate con el demonio, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por eso, como si no fuera de esperar»2. Si no contáramos con las tentaciones que hemos de padecer abriríamos la puerta a un gran enemigo: el desaliento y la tristeza.
Quería Jesús enseñarnos con su ejemplo que nadie debe creerse exento de padecer cualquier prueba. «Las tentaciones de Nuestro Señor son también las tentaciones de sus servidores de un modo individual. Pero su escala, naturalmente, es diferente: el demonio no va a ofreceros a vosotros ni a mí –dice Knox– todos los reinos del mundo. Conoce el mercado y, como buen vendedor, ofrece exactamente lo que calcula que el comprador tomará. Supongo que pensará, con bastante razón, que la mayor parte de nosotros podemos ser comprados por cinco mil libras al año, y una gran parte de nosotros por mucho menos. Tampoco nos ofrece sus condiciones de modo tan abierto, sino que sus ofertas vienen envueltas en toda especie de formas plausibles. Pero si ve la oportunidad no tarda mucho en señalarnos a vosotros y a mí cómo podemos conseguir aquello que queremos si aceptamos ser infieles a nosotros mismos y, en muchas ocasiones, si aceptamos ser infieles a nuestra fe católica»3.
El Señor, como se nos recuerda en el Prefacio de la Misa de hoy, nos enseña con su actuación cómo hemos de vencer las tentaciones y además quiere que saquemos provecho de las pruebas por las que vamos a pasar. Él «permite la tentación y se sirve de ella providencialmente para purificarte, para hacerte santo, para desligarte mejor de las cosas de la tierra, para llevarte a donde Él quiere y por donde Él quiere, para hacerte feliz en una vida que no sea cómoda, y para darte madurez, comprensión y eficacia en tu trabajo apostólico con las almas, y... sobre todo para hacerte humilde, muy humilde»4. Bienaventurado el varón que soporta la tentación –dice el Apóstol Santiago– porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman5.
II. El demonio tienta aprovechando las necesidades y debilidades de la naturaleza humana.
El Señor, después de haber pasado cuarenta días y cuarenta noches ayunando, debe encontrarse muy débil, y siente hambre como cualquier hombre en sus mismas circunstancias. Este es el momento en que se acerca el tentador con la proposición de que convierta las piedras que allí había en el pan que tanto necesita y desea.
Y Jesús «no solo rechaza el alimento que su cuerpo pedía, sino que aleja de sí una incitación mayor: la de usar del poder divino para remediar, si podemos hablar así, un problema personal (...).
»Generosidad del Señor que se ha humillado, que ha aceptado en pleno la condición humana, que no se sirve de su poder de Dios para huir de las dificultades o del esfuerzo. Que nos enseña a ser recios, a amar el trabajo, a apreciar la nobleza humana y divina de saborear las consecuencias del entregamiento»6.
Nos enseña también este pasaje del Evangelio a estar particularmente atentos, con nosotros mismos y con aquellos a quienes tenemos una mayor obligación de ayudar, en esos momentos de debilidad, de cansancio, cuando se está pasando una mala temporada, porque el demonio quizá intensifique entonces la tentación para que nuestras vidas tomen otros derroteros ajenos a la voluntad de Dios.
En la segunda tentación, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles de que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y le respondió Jesús: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.
Era en apariencia una tentación capciosa: si te niegas, demostrarás que no confías en Dios plenamente; si aceptas, le obligas a enviar, en provecho personal, a sus ángeles para que te salven. El demonio no sabe que Jesús no tendría necesidad de ángel alguno.
Una proposición parecida, y con un texto casi idéntico, oirá el Señor ya al final de su vida terrena: Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él7.
Cristo se niega a hacer milagros inútiles, por vanidad y vanagloria. Nosotros hemos de estar atentos para rechazar, en nuestro orden de cosas, tentaciones parecidas: el deseo de quedar bien, que puede surgir hasta en lo más santo; también debemos estar alerta ante falsas argumentaciones que pretendan basarse en la Sagrada Escritura, y no pedir (mucho menos exigir) pruebas o señales extraordinarias para creer, pues el Señor nos da gracias y testimonios suficientes que nos indican el camino de la fe en medio de nuestra vida ordinaria.
En la última de las tentaciones, el demonio ofrece a Jesús toda la gloria y el poder terreno que un hombre puede ambicionar. Le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: —Todas estas cosas te daré si postrándote delante de mí, me adoras. El Señor rechazó definitivamente al tentador.
El demonio promete siempre más de lo que puede dar. La felicidad está muy lejos de sus manos. Toda tentación es siempre un miserable engaño. Y para probarnos, el demonio cuenta con nuestras ambiciones. La peor de ellas es la de desear, a toda costa, la propia excelencia; el buscarnos a nosotros mismos sistemáticamente en las cosas que hacemos o proyectamos. Nuestro propio yo puede ser, en muchas ocasiones, el peor de los ídolos.
Tampoco podemos postrarnos ante las cosas materiales haciendo de ellas falsos dioses que nos esclavizarían. Los bienes materiales dejan de ser bienes si nos separan de Dios y de nuestros hermanos los hombres.
Tendremos que vigilar, en lucha constante, porque permanece en nosotros la tendencia a desear la gloria humana, a pesar de haberle dicho muchas veces al Señor que no queremos otra gloria que la suya. También a nosotros se dirige Jesús: Adorarás al Señor Dios tuyo; y a Él solo servirás. Y eso es lo que deseamos y pedimos: servir a Dios en la vocación a la que nos ha llamado.
III. El Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos dice: Confiad: Yo he vencido al mundo8. Y nosotros nos apoyamos en Él, porque, si no lo hiciéramos, poco conseguiríamos solos: Todo lo puedo en Aquel que me conforta9. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?10.
Podemos prevenir la tentación con la mortificación constante en el trabajo, al vivir la caridad, en la guarda de los sentidos internos y externos. Y junto a la mortificación, la oración: Velad y orad para no caer en la tentación11. También debemos prevenirla huyendo de las ocasiones de pecar por pequeñas que sean, pues el que ama el peligro perecerá en él12, y teniendo el tiempo bien ocupado, principalmente cumpliendo bien nuestros deberes profesionales, familiares y sociales.
Para combatir la tentación «habremos de repetir muchas veces y con confianza la petición del padrenuestro: no nos dejes caer en la tentación, concédenos la fuerza de permanecer fuertes en ella. Ya que el mismo Señor pone en nuestros labios tal plegaria, bien estará que la repitamos continuamente.
»Combatimos la tentación manifestándosela abiertamente al director espiritual, pues el manifestarla es ya casi vencerla. El que revela sus propias tentaciones al director espiritual puede estar seguro de que Dios otorga a este la gracia necesaria para dirigirle bien»13.
Contamos siempre con la gracia de Dios para vencer cualquier tentación. «Pero no olvides, amigo mío, que necesitas de armas para vencer en esta batalla espiritual. Y que tus armas han de ser estas: oración continua; sinceridad y franqueza con tu director espiritual; la Santísima Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia; un generoso espíritu de cristiana mortificación que te llevará a huir de las ocasiones y evitar el ocio; la humildad del corazón, y una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen: Consolatrix afflictorum et Refugium peccatorum, consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. Vuélvete siempre a Ella confiadamente y dile: Mater mea, fiducia mea; ¡Madre mía, confianza mía!»14.
1 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 61. — 2 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 13, 1. — 3 R. A. Knox, Sermones pastorales, p. 79. — 4 S. Canals, Ascética Meditada, 14ª ed., Madrid 1980, p. 127. — 5 Sant 1, 12. — 6 San Josemaría Escrivá, loc. cit. — 7 Mt 27, 42. — 8 Jn 16, 33. — 9 Flp 4, 13. — 10 Sal 26, 1. — 11 Mt 26, 41. — 12 Eccl 3, 27. — 13 B. Baur, En la intimidad con Dios, Herder. Barcelona 1975, 10ª ed., p. 121. — 14 S. Canals, o. c., p. 128
LAS TENTACIONES DE JESúS
— El Señor permite que seamos tentados para que crezcamos en las virtudes.
— Las tentaciones de Jesús. El demonio nos prueba de modo parecido.
— El Señor está siempre a nuestro lado. Armas para vencer.
I. «La Cuaresma conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación de esos años de predicación, que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. Cuarenta días de oración y de penitencia. Al terminar, tuvo lugar la escena que la liturgia de hoy ofrece a nuestra consideración, recogiéndola en el Evangelio de la Misa: las tentaciones de Cristo (Cfr. Mt 4, 1-11).
»Una escena llena de misterio, que el hombre pretende en vano entender –Dios que se somete a la tentación, que deja hacer al Maligno–, pero que puede ser meditada, pidiendo al Señor que nos haga saber la enseñanza que contiene»1.
Es la primera vez que interviene el diablo en la vida de Jesús y lo hace abiertamente. Pone a prueba a Nuestro Señor; quizá quiere averiguar si ha llegado ya la hora del Mesías. Jesús se lo permitió para darnos ejemplo de humildad y para enseñarnos a vencer las tentaciones que vamos a sufrir a lo largo de nuestra vida: «como el Señor todo lo hacía para nuestra enseñanza –dice San Juan Crisóstomo–, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate con el demonio, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por eso, como si no fuera de esperar»2. Si no contáramos con las tentaciones que hemos de padecer abriríamos la puerta a un gran enemigo: el desaliento y la tristeza.
Quería Jesús enseñarnos con su ejemplo que nadie debe creerse exento de padecer cualquier prueba. «Las tentaciones de Nuestro Señor son también las tentaciones de sus servidores de un modo individual. Pero su escala, naturalmente, es diferente: el demonio no va a ofreceros a vosotros ni a mí –dice Knox– todos los reinos del mundo. Conoce el mercado y, como buen vendedor, ofrece exactamente lo que calcula que el comprador tomará. Supongo que pensará, con bastante razón, que la mayor parte de nosotros podemos ser comprados por cinco mil libras al año, y una gran parte de nosotros por mucho menos. Tampoco nos ofrece sus condiciones de modo tan abierto, sino que sus ofertas vienen envueltas en toda especie de formas plausibles. Pero si ve la oportunidad no tarda mucho en señalarnos a vosotros y a mí cómo podemos conseguir aquello que queremos si aceptamos ser infieles a nosotros mismos y, en muchas ocasiones, si aceptamos ser infieles a nuestra fe católica»3.
El Señor, como se nos recuerda en el Prefacio de la Misa de hoy, nos enseña con su actuación cómo hemos de vencer las tentaciones y además quiere que saquemos provecho de las pruebas por las que vamos a pasar. Él «permite la tentación y se sirve de ella providencialmente para purificarte, para hacerte santo, para desligarte mejor de las cosas de la tierra, para llevarte a donde Él quiere y por donde Él quiere, para hacerte feliz en una vida que no sea cómoda, y para darte madurez, comprensión y eficacia en tu trabajo apostólico con las almas, y... sobre todo para hacerte humilde, muy humilde»4. Bienaventurado el varón que soporta la tentación –dice el Apóstol Santiago– porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman5.
II. El demonio tienta aprovechando las necesidades y debilidades de la naturaleza humana.
El Señor, después de haber pasado cuarenta días y cuarenta noches ayunando, debe encontrarse muy débil, y siente hambre como cualquier hombre en sus mismas circunstancias. Este es el momento en que se acerca el tentador con la proposición de que convierta las piedras que allí había en el pan que tanto necesita y desea.
Y Jesús «no solo rechaza el alimento que su cuerpo pedía, sino que aleja de sí una incitación mayor: la de usar del poder divino para remediar, si podemos hablar así, un problema personal (...).
»Generosidad del Señor que se ha humillado, que ha aceptado en pleno la condición humana, que no se sirve de su poder de Dios para huir de las dificultades o del esfuerzo. Que nos enseña a ser recios, a amar el trabajo, a apreciar la nobleza humana y divina de saborear las consecuencias del entregamiento»6.
Nos enseña también este pasaje del Evangelio a estar particularmente atentos, con nosotros mismos y con aquellos a quienes tenemos una mayor obligación de ayudar, en esos momentos de debilidad, de cansancio, cuando se está pasando una mala temporada, porque el demonio quizá intensifique entonces la tentación para que nuestras vidas tomen otros derroteros ajenos a la voluntad de Dios.
En la segunda tentación, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles de que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y le respondió Jesús: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.
Era en apariencia una tentación capciosa: si te niegas, demostrarás que no confías en Dios plenamente; si aceptas, le obligas a enviar, en provecho personal, a sus ángeles para que te salven. El demonio no sabe que Jesús no tendría necesidad de ángel alguno.
Una proposición parecida, y con un texto casi idéntico, oirá el Señor ya al final de su vida terrena: Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él7.
Cristo se niega a hacer milagros inútiles, por vanidad y vanagloria. Nosotros hemos de estar atentos para rechazar, en nuestro orden de cosas, tentaciones parecidas: el deseo de quedar bien, que puede surgir hasta en lo más santo; también debemos estar alerta ante falsas argumentaciones que pretendan basarse en la Sagrada Escritura, y no pedir (mucho menos exigir) pruebas o señales extraordinarias para creer, pues el Señor nos da gracias y testimonios suficientes que nos indican el camino de la fe en medio de nuestra vida ordinaria.
En la última de las tentaciones, el demonio ofrece a Jesús toda la gloria y el poder terreno que un hombre puede ambicionar. Le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: —Todas estas cosas te daré si postrándote delante de mí, me adoras. El Señor rechazó definitivamente al tentador.
El demonio promete siempre más de lo que puede dar. La felicidad está muy lejos de sus manos. Toda tentación es siempre un miserable engaño. Y para probarnos, el demonio cuenta con nuestras ambiciones. La peor de ellas es la de desear, a toda costa, la propia excelencia; el buscarnos a nosotros mismos sistemáticamente en las cosas que hacemos o proyectamos. Nuestro propio yo puede ser, en muchas ocasiones, el peor de los ídolos.
Tampoco podemos postrarnos ante las cosas materiales haciendo de ellas falsos dioses que nos esclavizarían. Los bienes materiales dejan de ser bienes si nos separan de Dios y de nuestros hermanos los hombres.
Tendremos que vigilar, en lucha constante, porque permanece en nosotros la tendencia a desear la gloria humana, a pesar de haberle dicho muchas veces al Señor que no queremos otra gloria que la suya. También a nosotros se dirige Jesús: Adorarás al Señor Dios tuyo; y a Él solo servirás. Y eso es lo que deseamos y pedimos: servir a Dios en la vocación a la que nos ha llamado.
III. El Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos dice: Confiad: Yo he vencido al mundo8. Y nosotros nos apoyamos en Él, porque, si no lo hiciéramos, poco conseguiríamos solos: Todo lo puedo en Aquel que me conforta9. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?10.
Podemos prevenir la tentación con la mortificación constante en el trabajo, al vivir la caridad, en la guarda de los sentidos internos y externos. Y junto a la mortificación, la oración: Velad y orad para no caer en la tentación11. También debemos prevenirla huyendo de las ocasiones de pecar por pequeñas que sean, pues el que ama el peligro perecerá en él12, y teniendo el tiempo bien ocupado, principalmente cumpliendo bien nuestros deberes profesionales, familiares y sociales.
Para combatir la tentación «habremos de repetir muchas veces y con confianza la petición del padrenuestro: no nos dejes caer en la tentación, concédenos la fuerza de permanecer fuertes en ella. Ya que el mismo Señor pone en nuestros labios tal plegaria, bien estará que la repitamos continuamente.
»Combatimos la tentación manifestándosela abiertamente al director espiritual, pues el manifestarla es ya casi vencerla. El que revela sus propias tentaciones al director espiritual puede estar seguro de que Dios otorga a este la gracia necesaria para dirigirle bien»13.
Contamos siempre con la gracia de Dios para vencer cualquier tentación. «Pero no olvides, amigo mío, que necesitas de armas para vencer en esta batalla espiritual. Y que tus armas han de ser estas: oración continua; sinceridad y franqueza con tu director espiritual; la Santísima Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia; un generoso espíritu de cristiana mortificación que te llevará a huir de las ocasiones y evitar el ocio; la humildad del corazón, y una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen: Consolatrix afflictorum et Refugium peccatorum, consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. Vuélvete siempre a Ella confiadamente y dile: Mater mea, fiducia mea; ¡Madre mía, confianza mía!»14.
1 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 61. — 2 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 13, 1. — 3 R. A. Knox, Sermones pastorales, p. 79. — 4 S. Canals, Ascética Meditada, 14ª ed., Madrid 1980, p. 127. — 5 Sant 1, 12. — 6 San Josemaría Escrivá, loc. cit. — 7 Mt 27, 42. — 8 Jn 16, 33. — 9 Flp 4, 13. — 10 Sal 26, 1. — 11 Mt 26, 41. — 12 Eccl 3, 27. — 13 B. Baur, En la intimidad con Dios, Herder. Barcelona 1975, 10ª ed., p. 121. — 14 S. Canals, o. c., p. 128
Conversión, porque el Señor nos está esperando como al hijo pródigo, ahora que comienza la Cuaresma. ¡Ojalá!, todos nos acerquemos al Sacramento del perdón, el signo vivo del amor del Padre que nos abraza. La conversión consiste en creer en la muerte y resurrección de Jesús como realidades que se han dado para cada uno; es saber que solo de la mano de Cristo es posible conocer y vivir la riqueza de su amor. Conversión significa volver a Dios, reconocer nuestros pecados, saber que Él nos perdona y comenzar una nueva vida. Quien no ha experimentado el perdón tampoco sabe lo que es el amor de Dios, infinito y misericordioso. Este lugar y esta fecha, dentro de la novena de la Gracia, son especialmente propicios para gozar del amor de Dios en el Sacramento de la misericordia. Acercaos vosotros y animad a vuestros familiares y a vuestros amigos a acercarse a la fuente del Perdón.
Volvemos nuestra mirada a María, la madre de Jesús, ¡la madre de los jóvenes! La imagen de María de Javier que preside la iglesia que tenéis a vuestra espalda, donde San Francisco fue bautizado, recoge nuestra decisión y nos ayuda a ponerla en práctica.
Volvemos nuestra mirada a María, la madre de Jesús, ¡la madre de los jóvenes! La imagen de María de Javier que preside la iglesia que tenéis a vuestra espalda, donde San Francisco fue bautizado, recoge nuestra decisión y nos ayuda a ponerla en práctica.
Vosotros sois mis amigos
+ FRANCISCO CERRO CHAVES
Obispo de Coria-Cáceres
Fuente: Alfa y Omega
Jesús (Gregorio Domínguez)
Aquel hombre que viajaba en avión presumía de cuantos amigos tenía. Hablaba de miles. El que estaba a su lado, en el asiento, le comentó:
«¿Me deja usted que le haga cuatro preguntas para descubrir verdaderamente cuántos amigos tiene? La primera es a cuántos invitaría a su boda». Le respondió que a unos quinientos, a lo que le contestó el que le preguntaba: «Ya se ha rebajado un poco la cifra de amigos que dice que tiene. La segunda pregunta es a quiénes invitaría al bautizo de su primer hijo». Respondió que a unos setenta. Lo cual bajó, también, sensiblemente la cifra de amigos que decía tener. Luego le preguntó que a quién comunicaría que le habían diagnosticado una enfermedad grave. Respondió que a unos cinco. Por último le dijo: «¿A cuántos le gustaría hablar poco antes de morir?» Respondió que a dos o tres. Entonces, le dijo el compañero de asiento: «Éstos últimos son, verdaderamente, los amigos que usted tiene».
Jesús nos llama amigos. Jesús es el Amigo que nunca falla. Si nos ha demostrado su amor de pasión muriendo, nos demuestra que nos ama como Amigo resucitado, porque su amistad es vivir para el servicio del otro. Es verdad lo que decía aquel refrán árabe: Se podrá olvidar al amigo con quien reíste, pero nunca con el que lloraste. La amistad de Jesús es una amistad real. Él es el amigo que no falta a la cita, que se encuentra siempre disponible, que nunca se desentiende, que aguanta y nos acepta como somos y hasta el último momento.
Jesús quiere una amistad y un amor como Él nos ha amado. Esto es impresionante y muy consolador. Es amigo siempre porque nos ama con toda la fuerza de su Corazón redentor y porque nos invita a querer siempre a los que Dios pone en nuestro camino. Nos llama a hacernos de verdad amigos de verdad de los que nos acompañan en el camino de la vida. El hombre de hoy, sobre todo los jóvenes, no sabe distinguir entre admiración y amistad. Compruebo que muchos jóvenes llaman amigos a los que admiran. No es así. La amistad exige mucho más que la admiración. Podemos admirar a Jesús. ¡Es admirable! Pero la realidad es mucho más rica, ¡es amigo de verdad!
Esa amistad exige conocimiento mutuo, exige ponerse en lugar del otro, estar a las duras y a las maduras. Los buenos amigos son como el buen vino, conforme pasa el tiempo se hace de más calidad, de mejor sabor.
Jesús es Amigo y nos recuerda que el mandamiento nuevo, el que nos ha traído toda la novedad del Evangelio, tiene mucho que ver con su manera de amistad: Como Yo os he amado. Vosotros sois mis amigos, nos dice Jesús, y de pronto estalla en nuestro corazón la alegría de ser su amigo para siempre.
+ FRANCISCO CERRO CHAVES
Obispo de Coria-Cáceres
Fuente: Alfa y Omega
Jesús (Gregorio Domínguez)
Aquel hombre que viajaba en avión presumía de cuantos amigos tenía. Hablaba de miles. El que estaba a su lado, en el asiento, le comentó:
«¿Me deja usted que le haga cuatro preguntas para descubrir verdaderamente cuántos amigos tiene? La primera es a cuántos invitaría a su boda». Le respondió que a unos quinientos, a lo que le contestó el que le preguntaba: «Ya se ha rebajado un poco la cifra de amigos que dice que tiene. La segunda pregunta es a quiénes invitaría al bautizo de su primer hijo». Respondió que a unos setenta. Lo cual bajó, también, sensiblemente la cifra de amigos que decía tener. Luego le preguntó que a quién comunicaría que le habían diagnosticado una enfermedad grave. Respondió que a unos cinco. Por último le dijo: «¿A cuántos le gustaría hablar poco antes de morir?» Respondió que a dos o tres. Entonces, le dijo el compañero de asiento: «Éstos últimos son, verdaderamente, los amigos que usted tiene».
Jesús nos llama amigos. Jesús es el Amigo que nunca falla. Si nos ha demostrado su amor de pasión muriendo, nos demuestra que nos ama como Amigo resucitado, porque su amistad es vivir para el servicio del otro. Es verdad lo que decía aquel refrán árabe: Se podrá olvidar al amigo con quien reíste, pero nunca con el que lloraste. La amistad de Jesús es una amistad real. Él es el amigo que no falta a la cita, que se encuentra siempre disponible, que nunca se desentiende, que aguanta y nos acepta como somos y hasta el último momento.
Jesús quiere una amistad y un amor como Él nos ha amado. Esto es impresionante y muy consolador. Es amigo siempre porque nos ama con toda la fuerza de su Corazón redentor y porque nos invita a querer siempre a los que Dios pone en nuestro camino. Nos llama a hacernos de verdad amigos de verdad de los que nos acompañan en el camino de la vida. El hombre de hoy, sobre todo los jóvenes, no sabe distinguir entre admiración y amistad. Compruebo que muchos jóvenes llaman amigos a los que admiran. No es así. La amistad exige mucho más que la admiración. Podemos admirar a Jesús. ¡Es admirable! Pero la realidad es mucho más rica, ¡es amigo de verdad!
Esa amistad exige conocimiento mutuo, exige ponerse en lugar del otro, estar a las duras y a las maduras. Los buenos amigos son como el buen vino, conforme pasa el tiempo se hace de más calidad, de mejor sabor.
Jesús es Amigo y nos recuerda que el mandamiento nuevo, el que nos ha traído toda la novedad del Evangelio, tiene mucho que ver con su manera de amistad: Como Yo os he amado. Vosotros sois mis amigos, nos dice Jesús, y de pronto estalla en nuestro corazón la alegría de ser su amigo para siempre.
Homilía de Mons. Francisco Pérez en la segunda javierada
By admin on 12 de marzo de 2011
Habéis venido hasta aquí como buenos peregrinos con la actitud decidida de “caminantes ante la vida”, de estar “en camino hacia el Señor”, “en camino con el Señor”, especialmente este año que ansiamos vivir “arraigados y edificados en Cristo; firmes en la fe, como Francisco Javier”, que así reza el lema de las javieradas de este año.
Al comenzar me gustaría felicitaros a todos, uno por uno, a los niños, a los jóvenes, a los más mayores y, con especial afecto, a los que habéis venido en familia. De modo especial a los enfermos que nos seguís por la Radio o por la TV. A los navarros y a los que os habéis acercado desde otras ciudades y pueblos. Sed todos bienvenidos y, con las palabras de San Pablo que hemos escuchado sentíos felices porque “por la obediencia de uno solo, Jesucristo, todos habéis sido constituidos justos” (Rm 5,19).
1. La tentación de nuestros primeros padres que hemos escuchado en la primera lectura y las tentaciones de Jesús, recordadas en el Evangelio, ponen ante nuestros ojos la tentación permanente de posponer a Dios y dejarlo en segundo plano. En efecto, la tentación se presenta con visos de aparente sentido común y de aparente prudencia: después de cuarenta días sin comer, es lógico satisfacer el hambre. Y el diablo no le incita a grandes manjares que podría parecer un exceso; simplemente le propone comer pan, el alimento más básico. Pero encierra una enorme trampa: convertir las piedras en pan, sin contar con Dios. Por eso la respuesta de Jesús va a lo nuclear de la tentación: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Contar con Dios es contar con su voluntad. Quien hace la voluntad de Dios no sólo le agrada sino que le glorifica.
La tentación por conseguir nuestras metas, también las legítimas, al margen de Dios sigue siendo actual. Sufrimos una severa crisis de fe en Dios como creador y dueño de la vida. De ahí que se pretenda ausentarlo y marginarlo como si fuera alguien ajeno a la vida, a la realidad económica y a la realidad social. Trabajamos, nos afanamos y vivimos como si Dios se hiciera el intruso, como alguien que nada tiene que ver en nuestra existencia. Se llega hasta pensar que Dios ya no sólo no existe sino que quien tenga fe en él es un hereje social: debe ser expulsado de la sociedad. Pensemos lo que está sucediendo, con el martirio de cristianos, en ciertos países de Medio y extremo Oriente. Queridos peregrinos no queremos ni podemos dejarnos engañar: estamos aquí porque, al estilo de San Francisco de Javier, queremos gritar al mundo que Dios existe, que es nuestro Creador, que nos ama a cada uno con amor de Padre, que cuida de nosotros mientras estamos en este mundo y nos espera después con los brazos abiertos.
2. La primera tentación ponía una cláusula condicional: “Si eres hijo de Dios…”, la misma que repetirán los que se burlaron de Jesús en la Cruz: “Si eres hijo de Dios, baja de la cruz”. La misma probablemente que escucharemos en amargo sarcasmo ante el dolor del inocente: Si Dios es amor, ¿por qué deja que haya sufrimiento? Nos cuesta entender que Cristo no ha bajado de la Cruz sino que ha transformado el dolor en amor y el sufrimiento en gracia.Y se aplica a la Iglesia y a los cristianos: Si sois tan buenos, por qué en vez de rezar no os dedicáis a solucionar los problemas. No quiero hacer aquí una apología del esfuerzo que hace la Iglesia para paliar en cuanto es posible las angustias de tantos que están sufriendo la miseria, que no tienen trabajo ni ven un futuro halagüeño. Ni pretendo estimular vuestra generosidad que siempre es mucha para colaborar con Cáritas y con tantas otras instituciones eclesiales de caridad. ¡Ya lo hacéis! Sólo quiero reivindicar una jerarquía de valores: primero Dios que es quien nos proporciona los medios materiales. Más aún, cuando reconocemos a Dios, somos capaces de buscar, con ahínco, la solución de tantas dificultades que nos angustian. No olvidemos que el mismo Jesús que rechazó como una tentación hacer un milagro para alimentarse, fue el que unos meses más tarde llevó a cabo la multiplicación de los panes y peces. Pero en este caso los que tenían hambre habían venido a escuchar la palabra de Dios. Más aún, el mismo Jesús nos enseñó una maravillosa oración que tantas veces repetimos, el Padre Nuestro, en el que pedimos insistentemente: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. De las tentaciones de Jesús aprendemos que no podemos apartar a Dios de nuestra sociedad, ni de nuestras vidas. Al contrario, “bien sabe vuestro Padre Celestial que tenéis necesidad de todo eso”, decía Jesús. Por todo ello, la palabra de Dios que escuchamos, la oración que practicamos, la fe que profesamos nos impulsa con mayor ardor a participar de las angustias de nuestros hermanos y a esforzarnos por encontrar la mejor solución posible.
3. La segunda tentación parece más intelectual, casi es una discusión entre sabios. El diablo le recuerda una cita de la Biblia, el salmo 91, aplicada al Mesías: “El Señor ha dado órdenes a sus ángeles y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”. Por tanto, le dice, tírate de aquí abajo, es decir, lánzate al vacío con la única confianza en Dios. Parece razonable, ¿verdad? Y yo me pregunto: ¿hay actualmente alguna tentación semejante, que proponga un planteamiento, digamos, razonable? Pienso que la familia está padeciendo desde muchísimos ángulos ataques de todo tipo, con frecuencia presentados como razonables. Se repite que es parte de una sociedad moderna la obligación de que no se someta a los esposos a una convivencia, dicen, imposible de resistir. Y se promulgan leyes profundamente injustas, pero revestidas de ropaje vacío de sentido racional pero que se llegan hacer normales, facilitando la caída en el vacío existencial puesto que se buscan subterfugios inconsistentes para acallar la conciencia: el derecho de la madre a abortar, realizar separaciones matrimoniales cuánto más rápidas mejor, el derecho a interrumpir la vida cuando uno lo desee. Y de nuevo se oye la respuesta de Jesús: “No tentarás al Señor tú Dios”. Quien tienta a Dios o le hace un pulso, al final siempre sale perdiendo, en cambio quien es dócil a su mandato de amor será feliz y habrá ganado el ciento por uno.
La educación es otro blanco fácil de atacar y que los padres cristianos habéis de defender con tesón. Dejadme recordar a este respecto unas palabras que pronunció el próximo Beato Juan Pablo II en esta misma plaza el 9 de noviembre de 1968: “La familia cristiana, que actúa ya como misionera al presentar sus hijos a la Iglesia para el bautismo, debe continuar el ministerio de evangelización y de catequesis, educándolos desde su más tierna edad en la conciencia misionera y el espíritu de cooperación eclesial (…). ¡Familias cristianas!: confrontaos con el modelo de la Sagrada Familia, que favoreció con delicado esmero la gradual manifestación de la misión redentora, misionera podemos decir, de Jesús”. Y poco después animaba a los presentes: “Miraos también en la acción edificante de los padres de Javier, que hicieron de su hogar una ‘Iglesia doméstica’ ejemplar. (…). Siguiendo el ejemplo de la familia de Javier, las familias de esta Iglesia de San Fermín han sido fecundo semillero de vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras. ¡Queridas familias de Navarra: debéis recobrar y conservar celosamente tan excelso patrimonio de virtud y servicio a la Iglesia y a la humanidad!”.
4. No quiero terminar sin hacer mención del acontecimiento importantísimo que vamos a vivir este año en España. Me refiero a la Jornada Mundial de la Juventud, de la que uno de los patronos es San Francisco de Javier. Sabéis que aquí mismo, a los pies del Castillo, tendremos una magna concentración el sábado 13 de agosto con los jóvenes que vengan a nuestra Diócesis desde los diferentes lugares de Alemania, de Europa, de China, de Islandia, de Brasil, de Kenia y de otros muchos lugares del mundo. Con mucha ilusión estamos preparando esas fechas y con mucha esperanza, porque estamos seguros de que el Señor nos bendecirá con muchas gracias para todos. Pido vuestra oración, vuestra colaboración y vuestro compromiso con esta tarea que están moviendo e impulsando el equipo de la JMJ en Navarra y en todas las Diócesis de España.
No puedo pasar por alto al gran grupo de amigos que celebran el 40 aniversario de su Asociación y son los miembros de ASPACE. Ellos mismos dicen que la “Javierada es un símbolo y signo de itinerario vital de las personas con discapacidad”. Les felicitamos y deseamos que vivan la fraternidad expresión viva del amor que Dios nos regala. A los pies de la Virgen ponemos todas estas ilusiones, todos estos ideales para que Ella los presente ante su Hijo y ante el trono de Dios.
By admin on 12 de marzo de 2011
Habéis venido hasta aquí como buenos peregrinos con la actitud decidida de “caminantes ante la vida”, de estar “en camino hacia el Señor”, “en camino con el Señor”, especialmente este año que ansiamos vivir “arraigados y edificados en Cristo; firmes en la fe, como Francisco Javier”, que así reza el lema de las javieradas de este año.
Al comenzar me gustaría felicitaros a todos, uno por uno, a los niños, a los jóvenes, a los más mayores y, con especial afecto, a los que habéis venido en familia. De modo especial a los enfermos que nos seguís por la Radio o por la TV. A los navarros y a los que os habéis acercado desde otras ciudades y pueblos. Sed todos bienvenidos y, con las palabras de San Pablo que hemos escuchado sentíos felices porque “por la obediencia de uno solo, Jesucristo, todos habéis sido constituidos justos” (Rm 5,19).
1. La tentación de nuestros primeros padres que hemos escuchado en la primera lectura y las tentaciones de Jesús, recordadas en el Evangelio, ponen ante nuestros ojos la tentación permanente de posponer a Dios y dejarlo en segundo plano. En efecto, la tentación se presenta con visos de aparente sentido común y de aparente prudencia: después de cuarenta días sin comer, es lógico satisfacer el hambre. Y el diablo no le incita a grandes manjares que podría parecer un exceso; simplemente le propone comer pan, el alimento más básico. Pero encierra una enorme trampa: convertir las piedras en pan, sin contar con Dios. Por eso la respuesta de Jesús va a lo nuclear de la tentación: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Contar con Dios es contar con su voluntad. Quien hace la voluntad de Dios no sólo le agrada sino que le glorifica.
La tentación por conseguir nuestras metas, también las legítimas, al margen de Dios sigue siendo actual. Sufrimos una severa crisis de fe en Dios como creador y dueño de la vida. De ahí que se pretenda ausentarlo y marginarlo como si fuera alguien ajeno a la vida, a la realidad económica y a la realidad social. Trabajamos, nos afanamos y vivimos como si Dios se hiciera el intruso, como alguien que nada tiene que ver en nuestra existencia. Se llega hasta pensar que Dios ya no sólo no existe sino que quien tenga fe en él es un hereje social: debe ser expulsado de la sociedad. Pensemos lo que está sucediendo, con el martirio de cristianos, en ciertos países de Medio y extremo Oriente. Queridos peregrinos no queremos ni podemos dejarnos engañar: estamos aquí porque, al estilo de San Francisco de Javier, queremos gritar al mundo que Dios existe, que es nuestro Creador, que nos ama a cada uno con amor de Padre, que cuida de nosotros mientras estamos en este mundo y nos espera después con los brazos abiertos.
2. La primera tentación ponía una cláusula condicional: “Si eres hijo de Dios…”, la misma que repetirán los que se burlaron de Jesús en la Cruz: “Si eres hijo de Dios, baja de la cruz”. La misma probablemente que escucharemos en amargo sarcasmo ante el dolor del inocente: Si Dios es amor, ¿por qué deja que haya sufrimiento? Nos cuesta entender que Cristo no ha bajado de la Cruz sino que ha transformado el dolor en amor y el sufrimiento en gracia.Y se aplica a la Iglesia y a los cristianos: Si sois tan buenos, por qué en vez de rezar no os dedicáis a solucionar los problemas. No quiero hacer aquí una apología del esfuerzo que hace la Iglesia para paliar en cuanto es posible las angustias de tantos que están sufriendo la miseria, que no tienen trabajo ni ven un futuro halagüeño. Ni pretendo estimular vuestra generosidad que siempre es mucha para colaborar con Cáritas y con tantas otras instituciones eclesiales de caridad. ¡Ya lo hacéis! Sólo quiero reivindicar una jerarquía de valores: primero Dios que es quien nos proporciona los medios materiales. Más aún, cuando reconocemos a Dios, somos capaces de buscar, con ahínco, la solución de tantas dificultades que nos angustian. No olvidemos que el mismo Jesús que rechazó como una tentación hacer un milagro para alimentarse, fue el que unos meses más tarde llevó a cabo la multiplicación de los panes y peces. Pero en este caso los que tenían hambre habían venido a escuchar la palabra de Dios. Más aún, el mismo Jesús nos enseñó una maravillosa oración que tantas veces repetimos, el Padre Nuestro, en el que pedimos insistentemente: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. De las tentaciones de Jesús aprendemos que no podemos apartar a Dios de nuestra sociedad, ni de nuestras vidas. Al contrario, “bien sabe vuestro Padre Celestial que tenéis necesidad de todo eso”, decía Jesús. Por todo ello, la palabra de Dios que escuchamos, la oración que practicamos, la fe que profesamos nos impulsa con mayor ardor a participar de las angustias de nuestros hermanos y a esforzarnos por encontrar la mejor solución posible.
3. La segunda tentación parece más intelectual, casi es una discusión entre sabios. El diablo le recuerda una cita de la Biblia, el salmo 91, aplicada al Mesías: “El Señor ha dado órdenes a sus ángeles y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”. Por tanto, le dice, tírate de aquí abajo, es decir, lánzate al vacío con la única confianza en Dios. Parece razonable, ¿verdad? Y yo me pregunto: ¿hay actualmente alguna tentación semejante, que proponga un planteamiento, digamos, razonable? Pienso que la familia está padeciendo desde muchísimos ángulos ataques de todo tipo, con frecuencia presentados como razonables. Se repite que es parte de una sociedad moderna la obligación de que no se someta a los esposos a una convivencia, dicen, imposible de resistir. Y se promulgan leyes profundamente injustas, pero revestidas de ropaje vacío de sentido racional pero que se llegan hacer normales, facilitando la caída en el vacío existencial puesto que se buscan subterfugios inconsistentes para acallar la conciencia: el derecho de la madre a abortar, realizar separaciones matrimoniales cuánto más rápidas mejor, el derecho a interrumpir la vida cuando uno lo desee. Y de nuevo se oye la respuesta de Jesús: “No tentarás al Señor tú Dios”. Quien tienta a Dios o le hace un pulso, al final siempre sale perdiendo, en cambio quien es dócil a su mandato de amor será feliz y habrá ganado el ciento por uno.
La educación es otro blanco fácil de atacar y que los padres cristianos habéis de defender con tesón. Dejadme recordar a este respecto unas palabras que pronunció el próximo Beato Juan Pablo II en esta misma plaza el 9 de noviembre de 1968: “La familia cristiana, que actúa ya como misionera al presentar sus hijos a la Iglesia para el bautismo, debe continuar el ministerio de evangelización y de catequesis, educándolos desde su más tierna edad en la conciencia misionera y el espíritu de cooperación eclesial (…). ¡Familias cristianas!: confrontaos con el modelo de la Sagrada Familia, que favoreció con delicado esmero la gradual manifestación de la misión redentora, misionera podemos decir, de Jesús”. Y poco después animaba a los presentes: “Miraos también en la acción edificante de los padres de Javier, que hicieron de su hogar una ‘Iglesia doméstica’ ejemplar. (…). Siguiendo el ejemplo de la familia de Javier, las familias de esta Iglesia de San Fermín han sido fecundo semillero de vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras. ¡Queridas familias de Navarra: debéis recobrar y conservar celosamente tan excelso patrimonio de virtud y servicio a la Iglesia y a la humanidad!”.
4. No quiero terminar sin hacer mención del acontecimiento importantísimo que vamos a vivir este año en España. Me refiero a la Jornada Mundial de la Juventud, de la que uno de los patronos es San Francisco de Javier. Sabéis que aquí mismo, a los pies del Castillo, tendremos una magna concentración el sábado 13 de agosto con los jóvenes que vengan a nuestra Diócesis desde los diferentes lugares de Alemania, de Europa, de China, de Islandia, de Brasil, de Kenia y de otros muchos lugares del mundo. Con mucha ilusión estamos preparando esas fechas y con mucha esperanza, porque estamos seguros de que el Señor nos bendecirá con muchas gracias para todos. Pido vuestra oración, vuestra colaboración y vuestro compromiso con esta tarea que están moviendo e impulsando el equipo de la JMJ en Navarra y en todas las Diócesis de España.
No puedo pasar por alto al gran grupo de amigos que celebran el 40 aniversario de su Asociación y son los miembros de ASPACE. Ellos mismos dicen que la “Javierada es un símbolo y signo de itinerario vital de las personas con discapacidad”. Les felicitamos y deseamos que vivan la fraternidad expresión viva del amor que Dios nos regala. A los pies de la Virgen ponemos todas estas ilusiones, todos estos ideales para que Ella los presente ante su Hijo y ante el trono de Dios.
miércoles, 9 de marzo de 2011
cuaresma 1º jueves 2011
I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro del Deuteronomio 30,15-20:
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal. Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y crecerás; el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para conquistarla. Pero, si tu corazón se aparta y no obedeces, si te dejas arrastrar y te prosternas dando culto a dioses extranjeros, yo te anuncio hoy que morirás sin remedio, que, después de pasar el Jordán y de entrar en la tierra para tomarla en posesión, no vivirás muchos años en ella. Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra; te pongo delante vida y muerte, bendición y maldición. Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que había prometido dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob.»
Sal 1 R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,22-25:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»
II. Oramos con la Palabra
CRISTO,ya tengo trazado el plan de esta Cuaresma ‘11, que es el plan de toda mi vida cristiana: seguirte, negándome lo que pide mi hombre viejo y cargando con la cruz que me llevará a la resurrección del hombre nuevo. Tú vas delante: te acompañaré en los misterios de dolor, que llevan a los de gloria.
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 publicado por EDIBESA.
III. Compartimos la Palabra
Recién estrenada la cuaresma y caminando ya hacia la Pascua, Moisés, en la Primera Lectura, y Jesús, en el Evangelio, nos plantean una posible disyuntiva en nuestro camino: Dios u otros dioses; seguir la voluntad de Dios que conduce a la vida, o seguir y adorar a otros dioses, que sería igual a elegir la muerte. El salmo responsorial lo describe como el árbol que sólo prospera y florece al borde de la acequia. Así la liturgia nos invita cada año al empezar la cuaresma a revisar y, en su caso corregir, nuestras opciones fundamentales en la vida.
• Bendición o maldición
Esta es la disyuntiva de Dios por medio de Moisés en el Libro del Deuteronomio: “Yo te propongo hoy vida y felicidad o bien muerte y desgracia”. Si escoges la vida, “el Señor tu Dios te bendecirá”; “pero si tu corazón se resiste y no obedeces, perecerás”. “Te pongo delante la bendición y la maldición”.
Bendecir, para nosotros, significa hablar bien, decir cosas buenas con el deseo de que sean una realidad en la vida de los demás. Quien bendice desea y, en la medida de sus posibilidades, procura el bienestar de los otros. Y lo dice no sólo con palabras sino con gestos. Bendecir, para Dios, es, de entrada, esto mismo, pero mucho más, infinitamente más como infinito es él. Si lo nuestro es desear, lo de Dios es entregar y hacer realidad sus deseos. Por eso cuando bendice, humaniza y santifica.
Maldecir, para nosotros, es hablar y decir cosas de condena, de malquerencia y falta de aprecio. Tanto en los medios, como a nivel más particular, son muchas, quizá demasiadas, las maldiciones que se escuchan; demasiadas palabras que hieren y que se pronuncian o escriben para que molesten. No son así las “maldiciones” de Dios. Son más bien advertencias, confidencias y consejos para que cambiemos de rumbo y no sigamos aquellos derroteros.
Dios nunca maldice. Bendice siempre. El Padre bendice reiteradamente al Hijo en el Evangelio, y el Hijo da gracias y bendice al Padre. Y nos pide que hagamos nosotros lo mismo porque estamos perdonados, redimidos y salvados.
•Seguimiento, pero con la cruz
¡Qué distinta sería la historia si estuviera escrita por los perdedores! No es que Jesús nos pida y anime a alistarnos en su gremio; nos avisa para que seamos cautos, porque “de nada sirve ganar el mundo si uno se pierde”. Este es nuestro dilema: ganar, según el mundo, y perder ante nosotros y ante Dios; o ganar ante nosotros y ante Dios, abrazándonos a la cruz, perdiendo para el mundo.
Jesús no buscó la cruz y el sufrimiento. Lo encontró de forma inevitable por mantenerse fiel y firme en sus convicciones, en su misión y en su fidelidad al Padre. Con seguridad que, en su oración, tuvo que meditarlo con frecuencia. “Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga como yo quiero sino como quieres tú” (Mt 26,39). Antes o después, los seguidores de Jesús se encontrarán, también inevitablemente, con la cruz, en su empeño por mantenerse fieles en el seguimiento y misión. Al final, el Padre bendijo y arropó al Hijo, y éste lo hará con nosotros. Contamos con su promesa y apuesta.
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino
Lectura del libro del Deuteronomio 30,15-20:
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal. Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y crecerás; el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para conquistarla. Pero, si tu corazón se aparta y no obedeces, si te dejas arrastrar y te prosternas dando culto a dioses extranjeros, yo te anuncio hoy que morirás sin remedio, que, después de pasar el Jordán y de entrar en la tierra para tomarla en posesión, no vivirás muchos años en ella. Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra; te pongo delante vida y muerte, bendición y maldición. Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que había prometido dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob.»
Sal 1 R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,22-25:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»
II. Oramos con la Palabra
CRISTO,ya tengo trazado el plan de esta Cuaresma ‘11, que es el plan de toda mi vida cristiana: seguirte, negándome lo que pide mi hombre viejo y cargando con la cruz que me llevará a la resurrección del hombre nuevo. Tú vas delante: te acompañaré en los misterios de dolor, que llevan a los de gloria.
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 publicado por EDIBESA.
III. Compartimos la Palabra
Recién estrenada la cuaresma y caminando ya hacia la Pascua, Moisés, en la Primera Lectura, y Jesús, en el Evangelio, nos plantean una posible disyuntiva en nuestro camino: Dios u otros dioses; seguir la voluntad de Dios que conduce a la vida, o seguir y adorar a otros dioses, que sería igual a elegir la muerte. El salmo responsorial lo describe como el árbol que sólo prospera y florece al borde de la acequia. Así la liturgia nos invita cada año al empezar la cuaresma a revisar y, en su caso corregir, nuestras opciones fundamentales en la vida.
• Bendición o maldición
Esta es la disyuntiva de Dios por medio de Moisés en el Libro del Deuteronomio: “Yo te propongo hoy vida y felicidad o bien muerte y desgracia”. Si escoges la vida, “el Señor tu Dios te bendecirá”; “pero si tu corazón se resiste y no obedeces, perecerás”. “Te pongo delante la bendición y la maldición”.
Bendecir, para nosotros, significa hablar bien, decir cosas buenas con el deseo de que sean una realidad en la vida de los demás. Quien bendice desea y, en la medida de sus posibilidades, procura el bienestar de los otros. Y lo dice no sólo con palabras sino con gestos. Bendecir, para Dios, es, de entrada, esto mismo, pero mucho más, infinitamente más como infinito es él. Si lo nuestro es desear, lo de Dios es entregar y hacer realidad sus deseos. Por eso cuando bendice, humaniza y santifica.
Maldecir, para nosotros, es hablar y decir cosas de condena, de malquerencia y falta de aprecio. Tanto en los medios, como a nivel más particular, son muchas, quizá demasiadas, las maldiciones que se escuchan; demasiadas palabras que hieren y que se pronuncian o escriben para que molesten. No son así las “maldiciones” de Dios. Son más bien advertencias, confidencias y consejos para que cambiemos de rumbo y no sigamos aquellos derroteros.
Dios nunca maldice. Bendice siempre. El Padre bendice reiteradamente al Hijo en el Evangelio, y el Hijo da gracias y bendice al Padre. Y nos pide que hagamos nosotros lo mismo porque estamos perdonados, redimidos y salvados.
•Seguimiento, pero con la cruz
¡Qué distinta sería la historia si estuviera escrita por los perdedores! No es que Jesús nos pida y anime a alistarnos en su gremio; nos avisa para que seamos cautos, porque “de nada sirve ganar el mundo si uno se pierde”. Este es nuestro dilema: ganar, según el mundo, y perder ante nosotros y ante Dios; o ganar ante nosotros y ante Dios, abrazándonos a la cruz, perdiendo para el mundo.
Jesús no buscó la cruz y el sufrimiento. Lo encontró de forma inevitable por mantenerse fiel y firme en sus convicciones, en su misión y en su fidelidad al Padre. Con seguridad que, en su oración, tuvo que meditarlo con frecuencia. “Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga como yo quiero sino como quieres tú” (Mt 26,39). Antes o después, los seguidores de Jesús se encontrarán, también inevitablemente, con la cruz, en su empeño por mantenerse fieles en el seguimiento y misión. Al final, el Padre bendijo y arropó al Hijo, y éste lo hará con nosotros. Contamos con su promesa y apuesta.
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino
Cuaresma. Jueves después de Ceniza
LA CRUZ DE CADA DÍA
— No puede haber un Cristianismo verdadero sin Cruz. La Cruz del Señor es fuente de paz y de alegría.
— La Cruz en las cosas pequeñas de cada día.
— Ofrecer las contrariedades. Detalles pequeños de mortificación.
I. Ayer comenzó la Cuaresma y hoy nos recuerda el Evangelio de la Misa que para seguir a Cristo es preciso llevar la propia Cruz: También les decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame1.
El Señor se dirige a todos y habla de la Cruz de cada día. Estas palabras de Jesús conservan hoy su más pleno valor. Son palabras dichas a todos los hombres que quieren seguirle, pues no existe un Cristianismo sin Cruz, para cristianos flojos y blandos, sin sentido del sacrificio. Las palabras del Señor expresan una condición imprescindible: el que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo2. «Un Cristianismo del que se pretendiera arrancar la cruz de la mortificación voluntaria y la penitencia, so pretexto de que esas prácticas son residuos oscurantistas, medievalismos impropios de una época humanista, ese Cristianismo desvirtuado lo sería tan solo de nombre; ni conservaría la doctrina del Evangelio ni serviría para encaminar en pos de Cristo los pasos de los hombres»3. Sería un Cristianismo sin Redención, sin Salvación.
Uno de los síntomas más claros de que la tibieza ha entrado en un alma es precisamente el abandono de la Cruz, de la pequeña mortificación, de todo aquello que de alguna manera suponga sacrificio y abnegación.
Por otra parte, huir de la Cruz es alejarse de la santidad y de la alegría; porque uno de los frutos del alma mortificada es precisamente la capacidad de relacionarse con Dios y con los demás, y también una profunda paz en medio de la tribulación y de dificultades externas. La persona que abandona la mortificación queda atrapada por los sentidos y se hace incapaz de un pensamiento sobrenatural.
Sin espíritu de sacrificio y de mortificación no hay progreso en la vida interior. Dice San Juan de la Cruz que si hay pocos que llegan a un alto estado de unión con Dios se debe a que muchos no quieren sujetarse «a mayor desconsuelo y mortificación»4. Y escribe el mismo santo: «Y jamás, si quiere llegar a poseer a Cristo, le busque sin la cruz»5.
No olvidemos, pues, que la mortificación está muy relacionada con la alegría, y que cuando el corazón se purifica se torna más humilde para tratar a Dios y a los demás. «Esta es la gran paradoja que lleva consigo la mortificación cristiana. Aparentemente, el aceptar y, más, el buscar el sufrimiento parece que debiera hacer de los buenos cristianos, en la práctica, los seres más tristes, los hombres que “peor lo pasan”.
»La realidad es bien distinta. La mortificación solo produce tristeza cuando sobra egoísmo y falta generosidad y amor de Dios. El sacrificio lleva siempre consigo la alegría en medio del dolor, el gozo de cumplir la voluntad de Dios, de amarle con esfuerzo. Los buenos cristianos viven quasi tristes, semper autem gaudentes (2 Cor 6, 10): como si estuvieran tristes, pero en realidad siempre alegres»6.
II. «La Cruz cada día. Nulla dies sine cruce!, ningún día sin Cruz: ninguna jornada, en la que no carguemos con la cruz del Señor, en la que no aceptemos su yugo (...).
»El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese camino, porque Dios mismo nos ayuda y con Él no cabe la tristeza. In laetitia, nulla die sine cruce!, me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz»7.
La Cruz del Señor, con la que hemos de cargar cada día, no es ciertamente la que produce nuestros egoísmos, envidias, pereza, etcétera, no son los conflictos que producen nuestro hombre viejo y nuestro amar desordenado. Esto no es del Señor, no santifica.
En alguna ocasión, encontraremos la Cruz en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico, en la muerte de un ser querido: «(...) no olvidéis que estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que Él permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que nos llamen locos y que nos tomen por necios.
»Es la hora de amar la mortificación pasiva, que viene –oculta o descarada e insolente– cuando no la esperamos»8. El Señor nos dará las fuerzas necesarias para llevar con garbo esa Cruz y nos llenará de gracias y frutos inimaginables. Comprendemos que Dios bendice de muchas maneras, y frecuentemente, a sus amigos, haciéndonos partícipes de su Cruz y corredentores con Él.
Sin embargo, lo normal será que encontremos la Cruz de cada día en pequeñas contrariedades que se atraviesan en el trabajo, en la convivencia: puede ser un imprevisto con el que no contábamos, el carácter difícil de una persona con la que necesariamente hemos de convivir, planes que debemos cambiar a última hora, instrumentos de trabajo que se estropean cuando más necesarios eran, molestias producidas por el frío o el calor o el ruido, incomprensiones, una leve enfermedad que nos disminuye la capacidad de trabajo en ese día...
Hemos de recibir estas contrariedades diarias con ánimo grande, ofreciéndolas al Señor con espíritu de reparación: sin quejarnos, pues esa queja frecuentemente señala el rechazo de la Cruz. Estas mortificaciones, que llegan sin esperarlas, pueden ayudarnos, si las recibimos bien, a crecer en el espíritu de penitencia que tanto necesitamos, y a mejorar en la virtud de la paciencia, en caridad, en comprensión: es decir, en santidad. Si las recibiéramos con mal espíritu podrían sernos motivo de rebeldía, de impaciencia o de desaliento. Muchos cristianos han perdido la alegría al final de la jornada, no por grandes contrariedades, sino por no haber sabido santificar el cansancio propio del trabajo, ni las pequeñas dificultades que han ido surgiendo durante el día. La Cruz –pequeña o grande– aceptada, produce paz y gozo en medio del dolor y está cargada de méritos para la vida eterna; cuando no se acepta la Cruz, el alma queda desilusionada o con una íntima rebeldía, que sale enseguida al exterior en forma de tristeza y de mal humor. «Cargar con la Cruz es algo grande, grande... Quiere decir afrontar la vida con coraje, sin blanduras ni vilezas; quiere decir transformar en energía moral las dificultades que nunca faltarán en nuestra existencia; quiere decir comprender el dolor humano, y, por último, saber amar verdaderamente»9. El cristiano que va por la vida rehuyendo sistemáticamente el sacrificio no encontrará a Dios, no encontrará la felicidad. Rehúye también la propia santidad.
III. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo... Además de aceptar la Cruz que sale a nuestro encuentro, muchas veces sin esperarla, debemos buscar otras pequeñas mortificaciones para mantener vivo el espíritu de penitencia que nos pide el Señor. Para progresar en la vida interior será de gran ayuda tener varias mortificaciones pequeñas fijas, previstas de antemano, para hacerlas cada día.
Estas mortificaciones buscadas por amor a Dios serán valiosísimas para vencer la pereza, el egoísmo que aflora en todo instante, la soberbia, etc. Unas nos facilitarán el trabajo, teniendo en cuenta los detalles, la puntualidad, el orden, la intensidad, el cuidado de los instrumentos que utilizamos; otras estarán orientadas a vivir mejor la caridad, en particular con las personas con quienes convivimos y trabajamos: saber sonreír aunque nos cueste, tener detalles de aprecio hacia los demás, facilitarles su trabajo, atenderlos amablemente, servirles en las pequeñas cosas de la vida corriente, y jamás volcar sobre ellos, si lo tuviéramos, nuestro malhumor; otras mortificaciones están orientadas a vencer la comodidad, a guardar los sentidos internos y externos, a vencer la curiosidad; mortificaciones concretas en la comida, en el cuidado del arreglo personal, etcétera. No es preciso que sean cosas muy grandes, sino que se adquiera el hábito de hacerlas con constancia y por amor a Dios.
Como la tendencia general de la naturaleza humana es la de rehuir lo que suponga esfuerzo, debemos puntualizar mucho en esta materia, para no quedarnos solo en los buenos deseos. Por eso en ocasiones será muy útil incluso apuntarlas, para repasarlas en el examen o en otros momentos del día y no dejar que se olviden. Recordemos también que las mortificaciones más gratas al Señor son aquellas que hacen referencia a la caridad, al apostolado y al cumplimiento más fiel de nuestro deber.
Digámosle a Jesús, al acabar nuestro diálogo con Él, que estamos dispuestos a seguirle, cargando con la Cruz, hoy y todos los días.
1 Lc 9, 23. — 2 Lc 14, 27. — 3 J. Orlandis, Ocho bienaventuranzas, Pamplona 1982, p. 72. — 4 San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, II, 7. — 5 ídem, Carta al P. Juan de Santa Ana, 23. — 6 R. M. de Balbín, Sacrificio y alegría, Rialp. 2ª ed., Madrid 1975, p. 123. — 7 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 176. — 8 ídem, Amigos de Dios, 301. — 9 Pablo VI, Alocución 24-III-1967.
† Nota: Ediciones Palabra (poseedora de los derechos de autor) sólo nos ha autorizado a difundir la meditación diaria a usuarios concretos para su uso personal, y no desea su distribución por fotocopias u otras formas de distribución.
LA CRUZ DE CADA DÍA
— No puede haber un Cristianismo verdadero sin Cruz. La Cruz del Señor es fuente de paz y de alegría.
— La Cruz en las cosas pequeñas de cada día.
— Ofrecer las contrariedades. Detalles pequeños de mortificación.
I. Ayer comenzó la Cuaresma y hoy nos recuerda el Evangelio de la Misa que para seguir a Cristo es preciso llevar la propia Cruz: También les decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame1.
El Señor se dirige a todos y habla de la Cruz de cada día. Estas palabras de Jesús conservan hoy su más pleno valor. Son palabras dichas a todos los hombres que quieren seguirle, pues no existe un Cristianismo sin Cruz, para cristianos flojos y blandos, sin sentido del sacrificio. Las palabras del Señor expresan una condición imprescindible: el que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo2. «Un Cristianismo del que se pretendiera arrancar la cruz de la mortificación voluntaria y la penitencia, so pretexto de que esas prácticas son residuos oscurantistas, medievalismos impropios de una época humanista, ese Cristianismo desvirtuado lo sería tan solo de nombre; ni conservaría la doctrina del Evangelio ni serviría para encaminar en pos de Cristo los pasos de los hombres»3. Sería un Cristianismo sin Redención, sin Salvación.
Uno de los síntomas más claros de que la tibieza ha entrado en un alma es precisamente el abandono de la Cruz, de la pequeña mortificación, de todo aquello que de alguna manera suponga sacrificio y abnegación.
Por otra parte, huir de la Cruz es alejarse de la santidad y de la alegría; porque uno de los frutos del alma mortificada es precisamente la capacidad de relacionarse con Dios y con los demás, y también una profunda paz en medio de la tribulación y de dificultades externas. La persona que abandona la mortificación queda atrapada por los sentidos y se hace incapaz de un pensamiento sobrenatural.
Sin espíritu de sacrificio y de mortificación no hay progreso en la vida interior. Dice San Juan de la Cruz que si hay pocos que llegan a un alto estado de unión con Dios se debe a que muchos no quieren sujetarse «a mayor desconsuelo y mortificación»4. Y escribe el mismo santo: «Y jamás, si quiere llegar a poseer a Cristo, le busque sin la cruz»5.
No olvidemos, pues, que la mortificación está muy relacionada con la alegría, y que cuando el corazón se purifica se torna más humilde para tratar a Dios y a los demás. «Esta es la gran paradoja que lleva consigo la mortificación cristiana. Aparentemente, el aceptar y, más, el buscar el sufrimiento parece que debiera hacer de los buenos cristianos, en la práctica, los seres más tristes, los hombres que “peor lo pasan”.
»La realidad es bien distinta. La mortificación solo produce tristeza cuando sobra egoísmo y falta generosidad y amor de Dios. El sacrificio lleva siempre consigo la alegría en medio del dolor, el gozo de cumplir la voluntad de Dios, de amarle con esfuerzo. Los buenos cristianos viven quasi tristes, semper autem gaudentes (2 Cor 6, 10): como si estuvieran tristes, pero en realidad siempre alegres»6.
II. «La Cruz cada día. Nulla dies sine cruce!, ningún día sin Cruz: ninguna jornada, en la que no carguemos con la cruz del Señor, en la que no aceptemos su yugo (...).
»El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese camino, porque Dios mismo nos ayuda y con Él no cabe la tristeza. In laetitia, nulla die sine cruce!, me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz»7.
La Cruz del Señor, con la que hemos de cargar cada día, no es ciertamente la que produce nuestros egoísmos, envidias, pereza, etcétera, no son los conflictos que producen nuestro hombre viejo y nuestro amar desordenado. Esto no es del Señor, no santifica.
En alguna ocasión, encontraremos la Cruz en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico, en la muerte de un ser querido: «(...) no olvidéis que estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que Él permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que nos llamen locos y que nos tomen por necios.
»Es la hora de amar la mortificación pasiva, que viene –oculta o descarada e insolente– cuando no la esperamos»8. El Señor nos dará las fuerzas necesarias para llevar con garbo esa Cruz y nos llenará de gracias y frutos inimaginables. Comprendemos que Dios bendice de muchas maneras, y frecuentemente, a sus amigos, haciéndonos partícipes de su Cruz y corredentores con Él.
Sin embargo, lo normal será que encontremos la Cruz de cada día en pequeñas contrariedades que se atraviesan en el trabajo, en la convivencia: puede ser un imprevisto con el que no contábamos, el carácter difícil de una persona con la que necesariamente hemos de convivir, planes que debemos cambiar a última hora, instrumentos de trabajo que se estropean cuando más necesarios eran, molestias producidas por el frío o el calor o el ruido, incomprensiones, una leve enfermedad que nos disminuye la capacidad de trabajo en ese día...
Hemos de recibir estas contrariedades diarias con ánimo grande, ofreciéndolas al Señor con espíritu de reparación: sin quejarnos, pues esa queja frecuentemente señala el rechazo de la Cruz. Estas mortificaciones, que llegan sin esperarlas, pueden ayudarnos, si las recibimos bien, a crecer en el espíritu de penitencia que tanto necesitamos, y a mejorar en la virtud de la paciencia, en caridad, en comprensión: es decir, en santidad. Si las recibiéramos con mal espíritu podrían sernos motivo de rebeldía, de impaciencia o de desaliento. Muchos cristianos han perdido la alegría al final de la jornada, no por grandes contrariedades, sino por no haber sabido santificar el cansancio propio del trabajo, ni las pequeñas dificultades que han ido surgiendo durante el día. La Cruz –pequeña o grande– aceptada, produce paz y gozo en medio del dolor y está cargada de méritos para la vida eterna; cuando no se acepta la Cruz, el alma queda desilusionada o con una íntima rebeldía, que sale enseguida al exterior en forma de tristeza y de mal humor. «Cargar con la Cruz es algo grande, grande... Quiere decir afrontar la vida con coraje, sin blanduras ni vilezas; quiere decir transformar en energía moral las dificultades que nunca faltarán en nuestra existencia; quiere decir comprender el dolor humano, y, por último, saber amar verdaderamente»9. El cristiano que va por la vida rehuyendo sistemáticamente el sacrificio no encontrará a Dios, no encontrará la felicidad. Rehúye también la propia santidad.
III. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo... Además de aceptar la Cruz que sale a nuestro encuentro, muchas veces sin esperarla, debemos buscar otras pequeñas mortificaciones para mantener vivo el espíritu de penitencia que nos pide el Señor. Para progresar en la vida interior será de gran ayuda tener varias mortificaciones pequeñas fijas, previstas de antemano, para hacerlas cada día.
Estas mortificaciones buscadas por amor a Dios serán valiosísimas para vencer la pereza, el egoísmo que aflora en todo instante, la soberbia, etc. Unas nos facilitarán el trabajo, teniendo en cuenta los detalles, la puntualidad, el orden, la intensidad, el cuidado de los instrumentos que utilizamos; otras estarán orientadas a vivir mejor la caridad, en particular con las personas con quienes convivimos y trabajamos: saber sonreír aunque nos cueste, tener detalles de aprecio hacia los demás, facilitarles su trabajo, atenderlos amablemente, servirles en las pequeñas cosas de la vida corriente, y jamás volcar sobre ellos, si lo tuviéramos, nuestro malhumor; otras mortificaciones están orientadas a vencer la comodidad, a guardar los sentidos internos y externos, a vencer la curiosidad; mortificaciones concretas en la comida, en el cuidado del arreglo personal, etcétera. No es preciso que sean cosas muy grandes, sino que se adquiera el hábito de hacerlas con constancia y por amor a Dios.
Como la tendencia general de la naturaleza humana es la de rehuir lo que suponga esfuerzo, debemos puntualizar mucho en esta materia, para no quedarnos solo en los buenos deseos. Por eso en ocasiones será muy útil incluso apuntarlas, para repasarlas en el examen o en otros momentos del día y no dejar que se olviden. Recordemos también que las mortificaciones más gratas al Señor son aquellas que hacen referencia a la caridad, al apostolado y al cumplimiento más fiel de nuestro deber.
Digámosle a Jesús, al acabar nuestro diálogo con Él, que estamos dispuestos a seguirle, cargando con la Cruz, hoy y todos los días.
1 Lc 9, 23. — 2 Lc 14, 27. — 3 J. Orlandis, Ocho bienaventuranzas, Pamplona 1982, p. 72. — 4 San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, II, 7. — 5 ídem, Carta al P. Juan de Santa Ana, 23. — 6 R. M. de Balbín, Sacrificio y alegría, Rialp. 2ª ed., Madrid 1975, p. 123. — 7 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 176. — 8 ídem, Amigos de Dios, 301. — 9 Pablo VI, Alocución 24-III-1967.
† Nota: Ediciones Palabra (poseedora de los derechos de autor) sólo nos ha autorizado a difundir la meditación diaria a usuarios concretos para su uso personal, y no desea su distribución por fotocopias u otras formas de distribución.
I. Contemplamos la Palabra
Lectura de la profecía de Joel 2,12-18:
«Ahora, oráculo del Señor, convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas.» Quizá se arrepienta y nos deje todavía su bendición, la ofrenda, la libación para el Señor, vuestro Dios. Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión. Congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos. Congregad a muchachos y niños de pecho. Salga el esposo de la alcoba, la esposa del tálamo. Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan: «Perdona, Señor, a tu pueblo; no entregues tu heredad al oprobio, no la dominen los gentiles; no se diga entre las naciones: ¿Dónde está su Dios? El Señor tenga celos por su tierra, y perdone a su pueblo.»
Sal 50,3-4.5-6a.12-13.14.17 R/. Misericordia, Señor: hemos pecado
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R/.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad que aborreces. R/.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso. Señor,
me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5,20–6,2:
Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios. Secundando su obra, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine en tu ayuda»; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 6,1-6.16-18:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensara.»
II. Oramos con la Palabra
CRISTO, hoy comienza mi caminar hacia la Pascua, con toda la Iglesia, nuevo pueblo de Dios que cruza el desierto hasta la tierra prometida. Quiero emprender este camino cuaresmal con sus tres armas: que la limosna me ayude a no ambicionar riquezas, la oración me enseñe a poner en ti mi vida y mi esperanza, y el ayuno me demuestre que no sólo se vive de pan, sino de la Palabra que me ofreces cada día en tu Evangelio.
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 publicado por EDIBESA.
III. Compartimos la Palabra
La Iglesia, pide para todos que: “Fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con corazón limpio a la celebración del misterio pascual de tu Hijo”
La cuaresma no es el objetivo final, es el camino para llegar a la plenitud de la Pascua: ”Muerte-Resurrección de Cristo”.
A veces, llama la atención que, el miércoles de ceniza, acuden más fieles a la Iglesia, para recibir el signo penitencial, que el sábado de gloria, a la celebración de la Vigilia Pascual.
Ciertamente, el pueblo cristiano, sabe muy bien, que la cuaresma es tiempo de conversión y de penitencia, y, como todos nos sentimos pecadores, acudimos a recibir la ceniza como acto exterior de penitencia, pero cuidemos, no nos quedemos con lo exterior, escuchemos las lecturas:
Joel nos invita a la conversión interior:”rasgad los corazones, no las vestiduras, convertíos, volved al Señor, que es compasivo y misericordioso” pero volver al Señor, no sólo para que él nos acoja, también para aprender de él como acoger, viviendo y actuando, como nos exhorta la carta a los corintios:” como enviados de Cristo, reconciliándonos con Dios y con los hermanos” esta es la verdadera preparación para la celebración gozosa de la Pascua.
Las lecturas y el salmo nos invitan a la conversión, a reconocernos pecadores y volver al Padre por medio de la oración, la penitencia, el ayuno y la limosna. El Evangelio nos enseña a vivir esta praxis con autenticidad.
El móvil cristiano ha de ser el amor, la conversión debe llevarnos a un encuentro amoroso con Dios y con los hermanos, lo cual, excluye todo egoísmo.
Jesús nos enseña:
- Cuando des limosna no lo publiques, “Que tu mano izquierda ignore lo que hace tu derecha”.
- Si haces penitencia, que no sea para quedar como buen cumplidor de la Ley ante los demás.
- Cuando ores, entra en lo profundo de tu corazón, no busques que te vean como muy fervoroso.
No hagamos el bien sólo para que nos aprecien y nos tengan por buenos, no busquemos nuestra gloria, sino la de Dios y “Él, que ve lo oculto nos lo recompensará”.
Aprovechemos esta cuaresma para leer mas asiduamente la Palabra de Dios y hacerla vida.
Hna. María Pilar Garrúes El Cid
Misionera Dominica del Rosario
Lectura de la profecía de Joel 2,12-18:
«Ahora, oráculo del Señor, convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas.» Quizá se arrepienta y nos deje todavía su bendición, la ofrenda, la libación para el Señor, vuestro Dios. Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión. Congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos. Congregad a muchachos y niños de pecho. Salga el esposo de la alcoba, la esposa del tálamo. Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan: «Perdona, Señor, a tu pueblo; no entregues tu heredad al oprobio, no la dominen los gentiles; no se diga entre las naciones: ¿Dónde está su Dios? El Señor tenga celos por su tierra, y perdone a su pueblo.»
Sal 50,3-4.5-6a.12-13.14.17 R/. Misericordia, Señor: hemos pecado
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R/.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad que aborreces. R/.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso. Señor,
me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5,20–6,2:
Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios. Secundando su obra, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine en tu ayuda»; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 6,1-6.16-18:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensara.»
II. Oramos con la Palabra
CRISTO, hoy comienza mi caminar hacia la Pascua, con toda la Iglesia, nuevo pueblo de Dios que cruza el desierto hasta la tierra prometida. Quiero emprender este camino cuaresmal con sus tres armas: que la limosna me ayude a no ambicionar riquezas, la oración me enseñe a poner en ti mi vida y mi esperanza, y el ayuno me demuestre que no sólo se vive de pan, sino de la Palabra que me ofreces cada día en tu Evangelio.
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 publicado por EDIBESA.
III. Compartimos la Palabra
La Iglesia, pide para todos que: “Fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con corazón limpio a la celebración del misterio pascual de tu Hijo”
La cuaresma no es el objetivo final, es el camino para llegar a la plenitud de la Pascua: ”Muerte-Resurrección de Cristo”.
A veces, llama la atención que, el miércoles de ceniza, acuden más fieles a la Iglesia, para recibir el signo penitencial, que el sábado de gloria, a la celebración de la Vigilia Pascual.
Ciertamente, el pueblo cristiano, sabe muy bien, que la cuaresma es tiempo de conversión y de penitencia, y, como todos nos sentimos pecadores, acudimos a recibir la ceniza como acto exterior de penitencia, pero cuidemos, no nos quedemos con lo exterior, escuchemos las lecturas:
Joel nos invita a la conversión interior:”rasgad los corazones, no las vestiduras, convertíos, volved al Señor, que es compasivo y misericordioso” pero volver al Señor, no sólo para que él nos acoja, también para aprender de él como acoger, viviendo y actuando, como nos exhorta la carta a los corintios:” como enviados de Cristo, reconciliándonos con Dios y con los hermanos” esta es la verdadera preparación para la celebración gozosa de la Pascua.
Las lecturas y el salmo nos invitan a la conversión, a reconocernos pecadores y volver al Padre por medio de la oración, la penitencia, el ayuno y la limosna. El Evangelio nos enseña a vivir esta praxis con autenticidad.
El móvil cristiano ha de ser el amor, la conversión debe llevarnos a un encuentro amoroso con Dios y con los hermanos, lo cual, excluye todo egoísmo.
Jesús nos enseña:
- Cuando des limosna no lo publiques, “Que tu mano izquierda ignore lo que hace tu derecha”.
- Si haces penitencia, que no sea para quedar como buen cumplidor de la Ley ante los demás.
- Cuando ores, entra en lo profundo de tu corazón, no busques que te vean como muy fervoroso.
No hagamos el bien sólo para que nos aprecien y nos tengan por buenos, no busquemos nuestra gloria, sino la de Dios y “Él, que ve lo oculto nos lo recompensará”.
Aprovechemos esta cuaresma para leer mas asiduamente la Palabra de Dios y hacerla vida.
Hna. María Pilar Garrúes El Cid
Misionera Dominica del Rosario
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