sábado, 22 de enero de 2011
jueves, 20 de enero de 2011
lunes, 17 de enero de 2011
San Antonio Abad
Patrono de los animales Quaeman (Egipto), 251/256 t Quolzoum (Palestina), 356
Entre los santos más populares de todos los tiempos está San Antonio o San Antón. Muchas poblaciones celebran con festejos especiales la memoria de San Antón, con bendición de animales domésticos o de compañía, con jornada festiva en el campo –San Antón saca a los viejos del rincón-, y otras celebraciones. Se podría pensar que San Antonio Abad fue un santo más o menos alegre. Sin embargo, la seridad de su vo-cación cristiana y la radicalidad de su respuesta queda fuera de duda, a la vista de lo que San Atanasio escribió en Vida de San Antonio:
«Cuando murieron sus padres, Antonio tenía unos dieciocho o veinte años, y quedó él solo con su única hermana, pequeña aún, teniendo que encargarse de la casa y del cuidado de su hermana.
Habían transcurrido apenas seis meses de la muerte de sus padres, cuando un día en que se dirigía, según costumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior cómo los apóstoles lo habían dejado todo para seguir al Salvador, y cómo, según narran los Hechos de los Apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían el precio de la venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los pobres; pensaba también en la magnitud de la esperanza que para éstos estaba reservada en el cielo; imbuido de estos pensamientos, entró en la iglesia, y dio la casualidad de que en aquel momento estaban leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio:
"Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego vente conmigo."
Entonces Antonio, como si Dios le hubiese infundido el recuerdo de lo que habían hecho los santos y como si aquellas palabras hubiesen sido leídas especialmente para él, salió en seguida de la iglesia e hizo donación a los aldeanos de las posesiones heredadas de sus padres (tenía trescientas parcelas fértiles y muy hermosas), con el fin de evitar toda inquietud para sí y para su hermana. Vendió también todos sus bienes muebles y repartió entre los pobres la considerable cantidad resultante de esta venta, reservando sólo una pequeña parte para su hermana.
Habiendo vuelto a entrar en la iglesia, oyó aquellas palabras del Señor en el Evangelio:
"No os agobiéis por el mañana."
Saliendo otra vez, dio a los necesitados incluso lo poco que se había reservado, ya que no soportaba que quedase en su poder ni la más mínima cantidad. Encomendó su hermana a unas vírgenes que él sabía eran de confianza y cuidó de que recibiese una conveniente educación; en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya de cuidados ajenos, emprendió en frente de su misma casa una vida de ascetismo y de intensa mortificación.
Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía aquella afirmación de la Escritura: El que no trabaja que no coma; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los pobres.
Oraba con mucha frecuencia, ya que había aprendido que es necesario retirarse para ser constantes en orar: en efecto, ponía tanta atención en la lectura, que retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llegó un momento en que su memoria suplía los libros.
Todos los habitantes del lugar, y todos los hombres honrados, cuya compañía frecuentaba, al ver su conducta, lo llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban como a un hijo o como a un hermano.» […]
•Maestro de vida espiritual
De su magisterio hay algunas pinceladas en la Vida de San Antonio, de su discípulo San Atanasio. Así nos dice que era frecuente la predicación sobre los novísimos, porque estaba convencido de que meditar sobre la muerte y el destino del hombre da al alma fuerzas para luchar contra el demonio, contra las pasiones desordenadas, contra la impureza: Si viviéramos cada día como si hubiéramos de morir ese mismo día, jamás pecaríamos. Su ejemplo personal y su palabra aconsejaban el ayuno, la oración, la señal de la cruz, la vivencia de la fe. Enseñaba, por propia experiencia, que el demonio tiene miedo a los ayunos, las vigilias y oraciones de los ascetas... Y decía que la mejor actitud ante las insidias del maligno son, principalmente, el amor encendido a Jesucristo, la paz del corazón, la humildad, el desprecio de las riquezas, el amor a los pobres, la limosna...
La enseñanza de Antonio cautivaba a quienes acudían a él. Y, poco a poco, fueron formándose comunidades que tenían como norma el estilo de vida de Antonio. Tradicionalmente se ha visto en este fenómeno el nacimiento del monacato oriental, hacia el año 305. Pero aquellos cenobitas y eremitas no vivían de espaldas a los sufrimientos de la Iglesia. Cuando en el año 311 el emperador Galerio Valerio Maximino Daya inició su cruenta persecución, Antonio y algunos de sus discípulos, que vivían en el desierto sin peligro alguno, se fueron a Alejandría, donde arreciaba la persecución, para alentar a los cristianos en peligro y, si Dios lo quería, morir con ellos. Aunque nadie les puso la mano encima, Antonio, a su vuelta a Pispir, se llevó la gran lección vivida en medio de la persecución: la vida cristiana siempre ha de estar marcada con el signo de la cruz. Y él la abrazó aún con más amor, más entrega y más dureza.
A su ejemplo personal, al don de discernimiento, a los sabios consejos, Dios quiso añadir en la vida de su siervo numerosos y, a veces, espectaculares milagros, con los que garantizaba desde el cielo lo que hacía y decía Antonio en la tierra. Porque es doctrina católica que los milagros sólo Dios puede hacerlos. Y esto lo sabía bien Antonio: Sólo Dios devuelve la salud, decía. Y es Dios quien elige cuándo y a quién. Cuando los beneficiados de su poder taumatúrgico se mostraban agradecidos, replicaba: No es a mí a quien hay que dar las gracias, sino sólo a Dios... El Salvador muestra por doquier su misericordia en favor de los que lo invocan. Curaciones de enfermos, conocimiento de cosas secretas, predicción de acontecimientos futuros o que ocurrían lejos de él, aparición de fuentes de agua en pleno desierto... Todo contribuyó a que su fama se propagara por todo Egipto.
Las gentes, que le habían visto y oído en Alejandría, se hacían lenguas de la santidad y sabiduría de Antonio. Y los visitantes crecían de día en día. El maestro pensó que todo aquello podría hacer tambalear su humildad, base de la vida del espíritu. Por eso, en el año 312 decidió, nuevamente, huir lejos..., en una caravana de beduinos. Cerca del mar Rojo, en el monte Qolzoum, hallaron el lugar apto para quedarse: un oasis, con agua abundante, en el que podían cultivar la tierra. Hasta entonces, la ocupación manual más característica de Antonio y de sus discípulos había sido la confección de cestos, con cuya venta se procuraban lo necesario para el sustento y para ayudar a los pobres que nunca faltaron en su entorno. Los pobres saben dónde han de pedir.
Allí, cerca del mar Muerto, pasó Antonio el resto de sus días. Cuando sabía que estaba cerca su partida, hizo una última visita a Pispir, donde había dejado tantos discípulos a quienes había que animar a seguir en su vocación contemplativa. En Qolzoum, su última morada, se ha ido transmitiendo de generación en generación la tradición de que Antonio es el fundador del monasterio Deir-el-'Arab. Pero el carisma de Antonio no fue fundar ni gobernar monasterios o comunidades. Lo suyo fue la vida eremítica, el cultivo de la vida de unión con Dios en la más absoluta soledad. En su ermita se encontró plenamente con el Señor el año 356.
Fr. José A. Martínez Puche O.P.
Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.
Patrono de los animales Quaeman (Egipto), 251/256 t Quolzoum (Palestina), 356
Entre los santos más populares de todos los tiempos está San Antonio o San Antón. Muchas poblaciones celebran con festejos especiales la memoria de San Antón, con bendición de animales domésticos o de compañía, con jornada festiva en el campo –San Antón saca a los viejos del rincón-, y otras celebraciones. Se podría pensar que San Antonio Abad fue un santo más o menos alegre. Sin embargo, la seridad de su vo-cación cristiana y la radicalidad de su respuesta queda fuera de duda, a la vista de lo que San Atanasio escribió en Vida de San Antonio:
«Cuando murieron sus padres, Antonio tenía unos dieciocho o veinte años, y quedó él solo con su única hermana, pequeña aún, teniendo que encargarse de la casa y del cuidado de su hermana.
Habían transcurrido apenas seis meses de la muerte de sus padres, cuando un día en que se dirigía, según costumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior cómo los apóstoles lo habían dejado todo para seguir al Salvador, y cómo, según narran los Hechos de los Apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían el precio de la venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los pobres; pensaba también en la magnitud de la esperanza que para éstos estaba reservada en el cielo; imbuido de estos pensamientos, entró en la iglesia, y dio la casualidad de que en aquel momento estaban leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio:
"Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego vente conmigo."
Entonces Antonio, como si Dios le hubiese infundido el recuerdo de lo que habían hecho los santos y como si aquellas palabras hubiesen sido leídas especialmente para él, salió en seguida de la iglesia e hizo donación a los aldeanos de las posesiones heredadas de sus padres (tenía trescientas parcelas fértiles y muy hermosas), con el fin de evitar toda inquietud para sí y para su hermana. Vendió también todos sus bienes muebles y repartió entre los pobres la considerable cantidad resultante de esta venta, reservando sólo una pequeña parte para su hermana.
Habiendo vuelto a entrar en la iglesia, oyó aquellas palabras del Señor en el Evangelio:
"No os agobiéis por el mañana."
Saliendo otra vez, dio a los necesitados incluso lo poco que se había reservado, ya que no soportaba que quedase en su poder ni la más mínima cantidad. Encomendó su hermana a unas vírgenes que él sabía eran de confianza y cuidó de que recibiese una conveniente educación; en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya de cuidados ajenos, emprendió en frente de su misma casa una vida de ascetismo y de intensa mortificación.
Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía aquella afirmación de la Escritura: El que no trabaja que no coma; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los pobres.
Oraba con mucha frecuencia, ya que había aprendido que es necesario retirarse para ser constantes en orar: en efecto, ponía tanta atención en la lectura, que retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llegó un momento en que su memoria suplía los libros.
Todos los habitantes del lugar, y todos los hombres honrados, cuya compañía frecuentaba, al ver su conducta, lo llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban como a un hijo o como a un hermano.» […]
•Maestro de vida espiritual
De su magisterio hay algunas pinceladas en la Vida de San Antonio, de su discípulo San Atanasio. Así nos dice que era frecuente la predicación sobre los novísimos, porque estaba convencido de que meditar sobre la muerte y el destino del hombre da al alma fuerzas para luchar contra el demonio, contra las pasiones desordenadas, contra la impureza: Si viviéramos cada día como si hubiéramos de morir ese mismo día, jamás pecaríamos. Su ejemplo personal y su palabra aconsejaban el ayuno, la oración, la señal de la cruz, la vivencia de la fe. Enseñaba, por propia experiencia, que el demonio tiene miedo a los ayunos, las vigilias y oraciones de los ascetas... Y decía que la mejor actitud ante las insidias del maligno son, principalmente, el amor encendido a Jesucristo, la paz del corazón, la humildad, el desprecio de las riquezas, el amor a los pobres, la limosna...
La enseñanza de Antonio cautivaba a quienes acudían a él. Y, poco a poco, fueron formándose comunidades que tenían como norma el estilo de vida de Antonio. Tradicionalmente se ha visto en este fenómeno el nacimiento del monacato oriental, hacia el año 305. Pero aquellos cenobitas y eremitas no vivían de espaldas a los sufrimientos de la Iglesia. Cuando en el año 311 el emperador Galerio Valerio Maximino Daya inició su cruenta persecución, Antonio y algunos de sus discípulos, que vivían en el desierto sin peligro alguno, se fueron a Alejandría, donde arreciaba la persecución, para alentar a los cristianos en peligro y, si Dios lo quería, morir con ellos. Aunque nadie les puso la mano encima, Antonio, a su vuelta a Pispir, se llevó la gran lección vivida en medio de la persecución: la vida cristiana siempre ha de estar marcada con el signo de la cruz. Y él la abrazó aún con más amor, más entrega y más dureza.
A su ejemplo personal, al don de discernimiento, a los sabios consejos, Dios quiso añadir en la vida de su siervo numerosos y, a veces, espectaculares milagros, con los que garantizaba desde el cielo lo que hacía y decía Antonio en la tierra. Porque es doctrina católica que los milagros sólo Dios puede hacerlos. Y esto lo sabía bien Antonio: Sólo Dios devuelve la salud, decía. Y es Dios quien elige cuándo y a quién. Cuando los beneficiados de su poder taumatúrgico se mostraban agradecidos, replicaba: No es a mí a quien hay que dar las gracias, sino sólo a Dios... El Salvador muestra por doquier su misericordia en favor de los que lo invocan. Curaciones de enfermos, conocimiento de cosas secretas, predicción de acontecimientos futuros o que ocurrían lejos de él, aparición de fuentes de agua en pleno desierto... Todo contribuyó a que su fama se propagara por todo Egipto.
Las gentes, que le habían visto y oído en Alejandría, se hacían lenguas de la santidad y sabiduría de Antonio. Y los visitantes crecían de día en día. El maestro pensó que todo aquello podría hacer tambalear su humildad, base de la vida del espíritu. Por eso, en el año 312 decidió, nuevamente, huir lejos..., en una caravana de beduinos. Cerca del mar Rojo, en el monte Qolzoum, hallaron el lugar apto para quedarse: un oasis, con agua abundante, en el que podían cultivar la tierra. Hasta entonces, la ocupación manual más característica de Antonio y de sus discípulos había sido la confección de cestos, con cuya venta se procuraban lo necesario para el sustento y para ayudar a los pobres que nunca faltaron en su entorno. Los pobres saben dónde han de pedir.
Allí, cerca del mar Muerto, pasó Antonio el resto de sus días. Cuando sabía que estaba cerca su partida, hizo una última visita a Pispir, donde había dejado tantos discípulos a quienes había que animar a seguir en su vocación contemplativa. En Qolzoum, su última morada, se ha ido transmitiendo de generación en generación la tradición de que Antonio es el fundador del monasterio Deir-el-'Arab. Pero el carisma de Antonio no fue fundar ni gobernar monasterios o comunidades. Lo suyo fue la vida eremítica, el cultivo de la vida de unión con Dios en la más absoluta soledad. En su ermita se encontró plenamente con el Señor el año 356.
Fr. José A. Martínez Puche O.P.
Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.
En el sacramento del Perdón obtenemos además las gracias necesarias para luchar y vencer en esos defectos que quizá se hallan arraigados en el carácter y que son muchas veces la causa del desánimo y del desaliento. Para descubrir hoy si alcanzamos todas las gracias que el Señor nos tiene preparadas en este sacramento, examinemos cómo son estos tres aspectos: nuestro examen de conciencia, el dolor de los pecados y el propósito firme de la enmienda. «Se podría decir que son, respectivamente, actos propios de la fe –el conocimiento sobrenatural de nuestra conducta, según nuestras obligaciones–; del amor, que agradece los dones recibidos y llora por la propia falta de correspondencia; y de la esperanza, que aborda con ánimo renovado la lucha en el tiempo que Dios nos concede a cada uno, para que se santifique. Y así como de estas tres virtudes la mayor es el amor, así el dolor –la compunción, la contrición– es lo más importante en el examen de conciencia: si no concluye en dolor, quizá esto indica que nos domina la ceguera, o que el móvil de nuestra revisión no procede del amor a Dios. En cambio, cuando nuestras faltas nos llevan a ese dolor (...), el propósito brota inmediato, determinado, eficaz»18.
Señor, ¡enséñame a arrepentirme, indícame el camino del amor! ¡Que mis flaquezas me lleven a amarte más y más! ¡Muéveme con tu gracia a la contrición cuando tropiece!Todo árbol bueno produce buenos frutos3, y la Iglesia da frutos de santidad4. Desde los primeros cristianos, que se llamaron entre sí santos, hasta nuestros días, han resplandecido los santos de toda edad, raza y condición. La santidad no está de ordinario en cosas llamativas, no hace ruido, es sobrenatural; pero trasciende enseguida, porque la caridad, que es la esencia de la santidad, tiene manifestaciones externas: en el modo de vivir todas las virtudes, en la forma de realizar el trabajo, en el afán apostólico... «Mirad cómo se aman», decían de los primeros cristianos5; y los habitantes de Jerusalén los contemplaban con admiración y respeto, porque advertían los signos de la acción del Espíritu Santo en ellos.
Hoy, en este rato de oración y durante el día, podemos dar gracias al Señor por tantos bienes como hemos recibido a través de nuestra Madre la Iglesia. Son dones impagables. ¿Qué sería de nuestra vida sin esos medios de santificación que son los sacramentos? ¿Cómo podríamos conocer la Palabra de Jesús –¡palabras de vida eterna!– y sus enseñanzas si no hubieran sido guardadas con tanta fidelidad?Son innumerables los fieles que han vivido su fe heroicamente: todos están en el Cielo, aunque la Iglesia haya canonizado solo a unos pocos. Son también incontables, aquí en la tierra, las madres de familia que, llenas de fe, sacan adelante a su familia, con generosidad, sin pensar en ellas mismas; trabajadores de todas las profesiones que santifican su trabajo; estudiantes que realizan un apostolado eficaz y saben ir con alegría contra corriente; y tantos enfermos que ofrecen sus vidas en el hogar o en un hospital por sus hermanos en la fe, con gozo y paz...
Esta santidad radiante de la Iglesia queda velada en ocasiones por las miserias personales de los hombres que la componen. Aunque, por otra parte, esas mismas deslealtades y flaquezas contribuyen a manifestar, por contraste, como las sombras de un cuadro realzan la luz y los colores, la presencia santificadora del Espíritu Santo, que la sostiene limpia en medio de tantas debilidades.
No olvidemos a Santa María, a San José, a tantos mártires y santos; tengamos siempre presente la santidad de la doctrina y del culto y de los sacramentos y de la moral de la Iglesia; consideremos frecuentemente las virtudes cristianas y las obras de misericordia, que adornan y adornarán siempre la vida de tantos cristianos... Esto nos moverá a portarnos siempre como buenos hijos de la Iglesia, a amarla más y más, a rezar por aquellos hermanos nuestros que más lo necesitan.
III. La Iglesia no deja de ser santa por las debilidades de sus hijos, que son siempre estrictamente personales, aunque estas faltas tengan mucha influencia en el resto de sus hermanos. Por eso, un buen hijo no tolera los insultos a su Madre, ni que le achaquen defectos que no tiene, que la critiquen y maltraten.
Si la Iglesia, por voluntad de Jesucristo, es Madre –una buena madre–, tengamos nosotros la actitud de unos buenos hijos. No permitamos que se la trate como si fuera una sociedad humana, olvidando el misterio profundo que en Ella se encierra; no queramos escuchar críticas contra sacerdotes, obispos... Y cuando veamos errores y defectos de quienes quizá tenían que ser más ejemplares, sepamos disculpar, resaltar otros aspectos positivos de esas personas, recemos por ellos... y, en su caso, ayudémosles con la corrección fraterna, si nos es posible. «Amor con amor se paga», un amor con obras, que sea notorio, por quienes habitualmente nos conocen y tratan.
Terminamos nuestra oración invocando a Santa María, Mater Ecclesiae, Madre de la Iglesia, para que nos enseñe a amarla cada día más.
Señor, ¡enséñame a arrepentirme, indícame el camino del amor! ¡Que mis flaquezas me lleven a amarte más y más! ¡Muéveme con tu gracia a la contrición cuando tropiece!Todo árbol bueno produce buenos frutos3, y la Iglesia da frutos de santidad4. Desde los primeros cristianos, que se llamaron entre sí santos, hasta nuestros días, han resplandecido los santos de toda edad, raza y condición. La santidad no está de ordinario en cosas llamativas, no hace ruido, es sobrenatural; pero trasciende enseguida, porque la caridad, que es la esencia de la santidad, tiene manifestaciones externas: en el modo de vivir todas las virtudes, en la forma de realizar el trabajo, en el afán apostólico... «Mirad cómo se aman», decían de los primeros cristianos5; y los habitantes de Jerusalén los contemplaban con admiración y respeto, porque advertían los signos de la acción del Espíritu Santo en ellos.
Hoy, en este rato de oración y durante el día, podemos dar gracias al Señor por tantos bienes como hemos recibido a través de nuestra Madre la Iglesia. Son dones impagables. ¿Qué sería de nuestra vida sin esos medios de santificación que son los sacramentos? ¿Cómo podríamos conocer la Palabra de Jesús –¡palabras de vida eterna!– y sus enseñanzas si no hubieran sido guardadas con tanta fidelidad?Son innumerables los fieles que han vivido su fe heroicamente: todos están en el Cielo, aunque la Iglesia haya canonizado solo a unos pocos. Son también incontables, aquí en la tierra, las madres de familia que, llenas de fe, sacan adelante a su familia, con generosidad, sin pensar en ellas mismas; trabajadores de todas las profesiones que santifican su trabajo; estudiantes que realizan un apostolado eficaz y saben ir con alegría contra corriente; y tantos enfermos que ofrecen sus vidas en el hogar o en un hospital por sus hermanos en la fe, con gozo y paz...
Esta santidad radiante de la Iglesia queda velada en ocasiones por las miserias personales de los hombres que la componen. Aunque, por otra parte, esas mismas deslealtades y flaquezas contribuyen a manifestar, por contraste, como las sombras de un cuadro realzan la luz y los colores, la presencia santificadora del Espíritu Santo, que la sostiene limpia en medio de tantas debilidades.
No olvidemos a Santa María, a San José, a tantos mártires y santos; tengamos siempre presente la santidad de la doctrina y del culto y de los sacramentos y de la moral de la Iglesia; consideremos frecuentemente las virtudes cristianas y las obras de misericordia, que adornan y adornarán siempre la vida de tantos cristianos... Esto nos moverá a portarnos siempre como buenos hijos de la Iglesia, a amarla más y más, a rezar por aquellos hermanos nuestros que más lo necesitan.
III. La Iglesia no deja de ser santa por las debilidades de sus hijos, que son siempre estrictamente personales, aunque estas faltas tengan mucha influencia en el resto de sus hermanos. Por eso, un buen hijo no tolera los insultos a su Madre, ni que le achaquen defectos que no tiene, que la critiquen y maltraten.
Si la Iglesia, por voluntad de Jesucristo, es Madre –una buena madre–, tengamos nosotros la actitud de unos buenos hijos. No permitamos que se la trate como si fuera una sociedad humana, olvidando el misterio profundo que en Ella se encierra; no queramos escuchar críticas contra sacerdotes, obispos... Y cuando veamos errores y defectos de quienes quizá tenían que ser más ejemplares, sepamos disculpar, resaltar otros aspectos positivos de esas personas, recemos por ellos... y, en su caso, ayudémosles con la corrección fraterna, si nos es posible. «Amor con amor se paga», un amor con obras, que sea notorio, por quienes habitualmente nos conocen y tratan.
Terminamos nuestra oración invocando a Santa María, Mater Ecclesiae, Madre de la Iglesia, para que nos enseñe a amarla cada día más.
domingo, 16 de enero de 2011
viernes, 14 de enero de 2011
3-16. CLARETIANOS 2004
CUANDO SE TE CIERRAN TODAS LAS PUERTAS SIEMPRE QUEDA UN HUECO POR EL TEJADO. Tal es el mensaje del evangelio de hoy. Vamos por partes. Jesús entra en una casa. Todos se agolpan para escuchar su palabra. Mejor dicho, no todos: un paralítico no puede llegar hasta Jesús a causa del gentío. Sus compañeros deciden subirle por el tejado, abrir un hueco y descolgar la camilla. Hace falta ser muy osados, estar muy necesitados, tener mucha prisa y poco sentido del ridículo para hacer lo que aquellos hombres hicieron. En esta lectura se esconde un mensaje de esperanza: nunca se puede hablar por completo de que todas las puertas se han cerrado, de que las cosas no tienen arreglo. Y aunque las puertas estén cerradas siempre queda un hueco por el tejado. Dios, dice el refrán, aprieta pero no ahoga . Dios aprieta pero no ahoga porque lo suyo es la esperanza, que además es lo último que se pierde. De la historia del paralítico saco algunas reflexiones, algunas actitudes que nos pueden venir muy bien a cada uno de nosotros:
AUDACIA: Ser capaces de ver más allá de nuestras narices. Significa conocer la realidad, dar vueltas a las cosas y proponer soluciones inteligentes al alcance de nuestra mano. A alguien se le tuvo que ocurrir la brillante idea de subirse al tejado.
RIESGO: No es fácil tomar esta decisión. No es fácil cargar con un paralítico y ascender a un tejado. Lo más cómodo es esperar sentado que llegue nuestro turno. Esperar sentados parece que no es una actitud muy acorde con el Reino de los Cielos.
CONFIANZA: Muy seguro hay que estar de que me van a solucionar mi situación para obrar de tal manera. Muy seguro tengo que estar de mi Dios.
LLAMAR LA ATENCIÓN: Imagino que el primer sorprendido de la escena sería el propio Jesús. Después de esbozar una sonrisa concedería lo que le pidieron. Parece, por tanto, mejor estar dispuestos a ser llamativos, porque cuestiona más, que unos pobres cristianos del montón.
NO TENER MIEDO AL RIDÍCULO: al qué dirán, a que a uno le tachen de cualquier cosa. Porque al final Dios se saldrá con la suya.
CREATIVIDAD. Parece el resumen de todo lo dicho anteriormente. Nuestro Dios es Novedad, nosotros, cristianos, apostamos por la creatividad.
Creo que merecen una sencilla reflexión aquellos cuatro camilleros que subieron al paralítico. En ocasiones seremos paralíticos, en otras camilleros. Gracias a su esfuerzo y tenacidad aquel hombre pudo regresar por su propio pie. Ellos también tuvieron un premio a su esfuerzo.
SANACIÓN TOTAL. Nosotros, en muchas ocasiones, solemos separar lo corporal de lo espiritual, a Dios de nuestra vida de todos los días. La sanación, el encuentro con Dios es algo total, algo que implica todas las realidades de la vida. Sólo así podemos entender que Jesús curara y perdonara pecados, que en sus labios y en su vida fueran una misma cosa.
Vuestro amigo y hermano Oscar
(claretmep@planalfa.es)
Reflexión
Que importante es la fe de los demás, aun para nuestra propia salvación. En este pasaje nos relata san Marcos que fue precisamente por la fe y la cooperación de los que acompañaban al paralítico (que lo llevaron y luego se ingeniaron para poder presentárselo), que Jesús le perdonó sus pecados y después hasta le dio la salud física. Tú también puedes ser el instrumento de Dios para que alguno de tus amigos o amigas se acerquen al sacramento de la reconciliación. Algunas personas tienen mucho tiempo sin acercarse pues piensan que saldrán regañadas… y están en un error. El sacramento de la Reconciliación es el SACRAMENTO DEL AMOR DE Dios. Es el espacio en que nuestro pecado se encuentra con la misericordia de Dios. Los que llevaban la camilla estaban convencidos que Jesús haría algo por su amigo. Si tú realmente crees esto, ayuda a quien no conoce bien el sacramento y que está esperando oír: Tus pecados te son perdonados.
Que pases un día lleno del amor de Dios.
Como María, todo por Jesús y para Jesús
Pbro. Ernesto María Caro
CUANDO SE TE CIERRAN TODAS LAS PUERTAS SIEMPRE QUEDA UN HUECO POR EL TEJADO. Tal es el mensaje del evangelio de hoy. Vamos por partes. Jesús entra en una casa. Todos se agolpan para escuchar su palabra. Mejor dicho, no todos: un paralítico no puede llegar hasta Jesús a causa del gentío. Sus compañeros deciden subirle por el tejado, abrir un hueco y descolgar la camilla. Hace falta ser muy osados, estar muy necesitados, tener mucha prisa y poco sentido del ridículo para hacer lo que aquellos hombres hicieron. En esta lectura se esconde un mensaje de esperanza: nunca se puede hablar por completo de que todas las puertas se han cerrado, de que las cosas no tienen arreglo. Y aunque las puertas estén cerradas siempre queda un hueco por el tejado. Dios, dice el refrán, aprieta pero no ahoga . Dios aprieta pero no ahoga porque lo suyo es la esperanza, que además es lo último que se pierde. De la historia del paralítico saco algunas reflexiones, algunas actitudes que nos pueden venir muy bien a cada uno de nosotros:
AUDACIA: Ser capaces de ver más allá de nuestras narices. Significa conocer la realidad, dar vueltas a las cosas y proponer soluciones inteligentes al alcance de nuestra mano. A alguien se le tuvo que ocurrir la brillante idea de subirse al tejado.
RIESGO: No es fácil tomar esta decisión. No es fácil cargar con un paralítico y ascender a un tejado. Lo más cómodo es esperar sentado que llegue nuestro turno. Esperar sentados parece que no es una actitud muy acorde con el Reino de los Cielos.
CONFIANZA: Muy seguro hay que estar de que me van a solucionar mi situación para obrar de tal manera. Muy seguro tengo que estar de mi Dios.
LLAMAR LA ATENCIÓN: Imagino que el primer sorprendido de la escena sería el propio Jesús. Después de esbozar una sonrisa concedería lo que le pidieron. Parece, por tanto, mejor estar dispuestos a ser llamativos, porque cuestiona más, que unos pobres cristianos del montón.
NO TENER MIEDO AL RIDÍCULO: al qué dirán, a que a uno le tachen de cualquier cosa. Porque al final Dios se saldrá con la suya.
CREATIVIDAD. Parece el resumen de todo lo dicho anteriormente. Nuestro Dios es Novedad, nosotros, cristianos, apostamos por la creatividad.
Creo que merecen una sencilla reflexión aquellos cuatro camilleros que subieron al paralítico. En ocasiones seremos paralíticos, en otras camilleros. Gracias a su esfuerzo y tenacidad aquel hombre pudo regresar por su propio pie. Ellos también tuvieron un premio a su esfuerzo.
SANACIÓN TOTAL. Nosotros, en muchas ocasiones, solemos separar lo corporal de lo espiritual, a Dios de nuestra vida de todos los días. La sanación, el encuentro con Dios es algo total, algo que implica todas las realidades de la vida. Sólo así podemos entender que Jesús curara y perdonara pecados, que en sus labios y en su vida fueran una misma cosa.
Vuestro amigo y hermano Oscar
(claretmep@planalfa.es)
Reflexión
Que importante es la fe de los demás, aun para nuestra propia salvación. En este pasaje nos relata san Marcos que fue precisamente por la fe y la cooperación de los que acompañaban al paralítico (que lo llevaron y luego se ingeniaron para poder presentárselo), que Jesús le perdonó sus pecados y después hasta le dio la salud física. Tú también puedes ser el instrumento de Dios para que alguno de tus amigos o amigas se acerquen al sacramento de la reconciliación. Algunas personas tienen mucho tiempo sin acercarse pues piensan que saldrán regañadas… y están en un error. El sacramento de la Reconciliación es el SACRAMENTO DEL AMOR DE Dios. Es el espacio en que nuestro pecado se encuentra con la misericordia de Dios. Los que llevaban la camilla estaban convencidos que Jesús haría algo por su amigo. Si tú realmente crees esto, ayuda a quien no conoce bien el sacramento y que está esperando oír: Tus pecados te son perdonados.
Que pases un día lleno del amor de Dios.
Como María, todo por Jesús y para Jesús
Pbro. Ernesto María Caro
Virtud de convivencia es el respeto mutuo, que nos mueve a mirar a los demás como imágenes irrepetibles de Dios. En la relación personal con el Señor, el cristiano aprende a «venerar (...) la imagen de Dios que hay en cada hombre»13. También la de aquellos que por alguna razón nos parecen menos amables, simpáticos y divertidos. La convivencia nos enseña también a respetar las cosas porque son bienes de Dios y están al servicio del hombre. El respeto es condición para contribuir a la mejora de los demás, porque cuando se avasalla a otro se hace ineficaz el consejo, la corrección o la advertencia.
El ejemplo de Jesús nos inclina a vivir amablemente abiertos hacia los demás; a comprenderlos, a mirarlos con una simpatía inicial y siempre creciente, que nos lleva a aceptar con optimismo la trama de virtudes y defectos que existen en la vida de todo hombre. Es una mirada que alcanza las profundidades del corazón y sabe encontrar la parte de bondad que existe en todos. Una persona comprendida abre con facilidad su alma y se deja ayudar. Quien vive la virtud de la caridad comprende con facilidad a las personas, porque tiene como norma no juzgar nunca las intenciones íntimas, que solo Dios conoce.
Muy cercana a la comprensión está la capacidad para disculpar con prontitud. Mal viviríamos nuestra vida cristiana si al menor roce se enfriase nuestra caridad y nos sintiéramos separados de las personas de la familia o con quienes trabajamos. El cristiano debe hacer examen para ver cómo son sus reacciones ante las molestias que toda convivencia diaria suele llevar consigo. Hoy, sábado, podemos terminar la oración formulando el propósito de cuidar con esmero, en honor de Santa María, estos detalles de fina caridad con el prójimo.
El ejemplo de Jesús nos inclina a vivir amablemente abiertos hacia los demás; a comprenderlos, a mirarlos con una simpatía inicial y siempre creciente, que nos lleva a aceptar con optimismo la trama de virtudes y defectos que existen en la vida de todo hombre. Es una mirada que alcanza las profundidades del corazón y sabe encontrar la parte de bondad que existe en todos. Una persona comprendida abre con facilidad su alma y se deja ayudar. Quien vive la virtud de la caridad comprende con facilidad a las personas, porque tiene como norma no juzgar nunca las intenciones íntimas, que solo Dios conoce.
Muy cercana a la comprensión está la capacidad para disculpar con prontitud. Mal viviríamos nuestra vida cristiana si al menor roce se enfriase nuestra caridad y nos sintiéramos separados de las personas de la familia o con quienes trabajamos. El cristiano debe hacer examen para ver cómo son sus reacciones ante las molestias que toda convivencia diaria suele llevar consigo. Hoy, sábado, podemos terminar la oración formulando el propósito de cuidar con esmero, en honor de Santa María, estos detalles de fina caridad con el prójimo.
El paralítico representa, de algún modo, a todo hombre al que sus pecados o su ignorancia impiden llegar hasta Dios. San Ambrosio, comentando este pasaje, exclama: «¡Qué grande es el Señor, que por los méritos de algunos perdona a los otros!»2. Los amigos que llevan hasta el Señor al enfermo incapacitado son un ejemplo vivo de apostolado. Los cristianos somos instrumentos del Señor para que realice verdaderos milagros en nuestros amigos que, por tantos motivos, se encuentren como incapacitados por sí mismos para llegar hasta Cristo que les espera.
El relato del Evangelio nos deja ver también muchas virtudes humanas, necesarias en toda labor de apostolado. En primer lugar son hombres que han echado fuera los respetos humanos: nada les importa lo que piensen los demás –había mucha gente– por su acción, que podía ser fácilmente juzgada como extremosa, intempestiva, distinta de lo que hacían los demás que habían acudido a oír al Maestro. Solo les importa una cosa: llegar hasta Jesús con su amigo, cueste lo que cueste. Y esto solo es posible cuando se tiene una gran rectitud de intención, cuando lo único que importa es el juicio de Dios y nada, o muy poco, el juicio de los hombres. ¿Actuamos también nosotros así? ¿Nos importa en algunas ocasiones más el «qué dirán» las gentes que el juicio de Dios? ¿Tenemos reparo en distinguirnos de los demás, cuando precisamente lo que espera el Señor, y también quienes ven nuestras acciones, es que nos distingamos llevando a cabo aquello que debemos hacer? ¿Sabemos mantener en público, cuando sea necesario, nuestra fe y nuestro amor a Jesucristo?
Estos hombres de Cafarnaún fueron verdaderos amigos de aquel que por sí mismo no podía llegar hasta el Maestro, pues «es propio del amigo hacer bien a los amigos, principalmente a aquellos que se encuentran más necesitados»4, y no existe mayor necesidad que la de Dios. Por eso, la primera muestra de aprecio por los amigos es la de acercarlos más y más a Cristo, fuente de todo bien; no contentarnos con que no hagan el mal y no lleven una conducta desordenada, sino lograr que aspiren a la santidad, a la que han sido llamados –todos– y para la que el Señor les dará las gracias necesarias. No existe favor más grande que este de ayudarles en su camino hacia Dios. No encontraremos un bien mayor que darles. Por eso, debemos aspirar a tener muchos amigos y fomentar amistades auténticas.
Nuestro mundo está necesitado de hombres y mujeres de una pieza, ejemplares en sus tareas, sin complejos, sobrios, serenos, profundamente humanos, firmes, comprensivos e intransigentes en la doctrina de Cristo, afables, justos, leales, alegres, optimistas, generosos, laboriosos, sencillos, valientes..., para que así sean buenos colaboradores de la gracia, pues «el Espíritu Santo se sirve del hombre como de un instrumento»7, y entonces sus obras cobran una eficacia divina, como la herramienta, que de sí misma sería incapaz de producir nada, y en manos de un buen profesional puede llegar a realizar obras maestras.
¡Qué alegría la de aquellos hombres cuando vuelven con el amigo sano del cuerpo y del alma! El encuentro con Cristo estrechó aún más su amistad, como ocurre en todo apostolado verdadero.No olvidemos nosotros que no existe enfermedad que Cristo no pueda curar, para no dar como irrecuperables a gentes a las que cada día debemos tratar por razón de estudio, de trabajo, de parentesco o de vecindad. Muchos de ellos se encuentran como impedidos para acercarse más a Jesucristo: nosotros, ayudados por la gracia, debemos llevarlos hasta Él. Un gran amor a Cristo será lo que nos impulsará a una fe operativa, sin respetos humanos, sin pararnos en las lógicas dificultades que hallaremos. Cuando nos encontremos hoy cerca del Sagrario no dejemos de hablar al Maestro de esos amigos que deseamos llevarle para que Él los cure.
El relato del Evangelio nos deja ver también muchas virtudes humanas, necesarias en toda labor de apostolado. En primer lugar son hombres que han echado fuera los respetos humanos: nada les importa lo que piensen los demás –había mucha gente– por su acción, que podía ser fácilmente juzgada como extremosa, intempestiva, distinta de lo que hacían los demás que habían acudido a oír al Maestro. Solo les importa una cosa: llegar hasta Jesús con su amigo, cueste lo que cueste. Y esto solo es posible cuando se tiene una gran rectitud de intención, cuando lo único que importa es el juicio de Dios y nada, o muy poco, el juicio de los hombres. ¿Actuamos también nosotros así? ¿Nos importa en algunas ocasiones más el «qué dirán» las gentes que el juicio de Dios? ¿Tenemos reparo en distinguirnos de los demás, cuando precisamente lo que espera el Señor, y también quienes ven nuestras acciones, es que nos distingamos llevando a cabo aquello que debemos hacer? ¿Sabemos mantener en público, cuando sea necesario, nuestra fe y nuestro amor a Jesucristo?
Estos hombres de Cafarnaún fueron verdaderos amigos de aquel que por sí mismo no podía llegar hasta el Maestro, pues «es propio del amigo hacer bien a los amigos, principalmente a aquellos que se encuentran más necesitados»4, y no existe mayor necesidad que la de Dios. Por eso, la primera muestra de aprecio por los amigos es la de acercarlos más y más a Cristo, fuente de todo bien; no contentarnos con que no hagan el mal y no lleven una conducta desordenada, sino lograr que aspiren a la santidad, a la que han sido llamados –todos– y para la que el Señor les dará las gracias necesarias. No existe favor más grande que este de ayudarles en su camino hacia Dios. No encontraremos un bien mayor que darles. Por eso, debemos aspirar a tener muchos amigos y fomentar amistades auténticas.
Nuestro mundo está necesitado de hombres y mujeres de una pieza, ejemplares en sus tareas, sin complejos, sobrios, serenos, profundamente humanos, firmes, comprensivos e intransigentes en la doctrina de Cristo, afables, justos, leales, alegres, optimistas, generosos, laboriosos, sencillos, valientes..., para que así sean buenos colaboradores de la gracia, pues «el Espíritu Santo se sirve del hombre como de un instrumento»7, y entonces sus obras cobran una eficacia divina, como la herramienta, que de sí misma sería incapaz de producir nada, y en manos de un buen profesional puede llegar a realizar obras maestras.
¡Qué alegría la de aquellos hombres cuando vuelven con el amigo sano del cuerpo y del alma! El encuentro con Cristo estrechó aún más su amistad, como ocurre en todo apostolado verdadero.No olvidemos nosotros que no existe enfermedad que Cristo no pueda curar, para no dar como irrecuperables a gentes a las que cada día debemos tratar por razón de estudio, de trabajo, de parentesco o de vecindad. Muchos de ellos se encuentran como impedidos para acercarse más a Jesucristo: nosotros, ayudados por la gracia, debemos llevarlos hasta Él. Un gran amor a Cristo será lo que nos impulsará a una fe operativa, sin respetos humanos, sin pararnos en las lógicas dificultades que hallaremos. Cuando nos encontremos hoy cerca del Sagrario no dejemos de hablar al Maestro de esos amigos que deseamos llevarle para que Él los cure.
jueves, 13 de enero de 2011
Nuestro mundo está necesitado de hombres y mujeres de una pieza, ejemplares en sus tareas, sin complejos, sobrios, serenos, profundamente humanos, firmes, comprensivos e intransigentes en la doctrina de Cristo, afables, justos, leales, alegres, optimistas, generosos, laboriosos, sencillos, valientes..., para que así sean buenos colaboradores de la gracia, pues «el Espíritu Santo se sirve del hombre como de un instrumento»7, y entonces sus obras cobran una eficacia divina, como la herramienta, que de sí misma sería incapaz de producir nada, y en manos de un buen profesional puede llegar a realizar obras maestras.
¡Qué alegría la de aquellos hombres cuando vuelven con el amigo sano del cuerpo y del alma! El encuentro con Cristo estrechó aún más su amistad, como ocurre en todo apostolado verdadero. No olvidemos nosotros que no existe enfermedad que Cristo no pueda curar, para no dar como irrecuperables a gentes a las que cada día debemos tratar por razón de estudio, de trabajo, de parentesco o de vecindad. Muchos de ellos se encuentran como impedidos para acercarse más a Jesucristo: nosotros, ayudados por la gracia, debemos llevarlos hasta Él. Un gran amor a Cristo será lo que nos impulsará a una fe operativa, sin respetos humanos, sin pararnos en las lógicas dificultades que hallaremos. Cuando nos encontremos hoy cerca del Sagrario no dejemos de hablar al Maestro de esos amigos que deseamos llevarle para que Él los cure.
¡Qué alegría la de aquellos hombres cuando vuelven con el amigo sano del cuerpo y del alma! El encuentro con Cristo estrechó aún más su amistad, como ocurre en todo apostolado verdadero. No olvidemos nosotros que no existe enfermedad que Cristo no pueda curar, para no dar como irrecuperables a gentes a las que cada día debemos tratar por razón de estudio, de trabajo, de parentesco o de vecindad. Muchos de ellos se encuentran como impedidos para acercarse más a Jesucristo: nosotros, ayudados por la gracia, debemos llevarlos hasta Él. Un gran amor a Cristo será lo que nos impulsará a una fe operativa, sin respetos humanos, sin pararnos en las lógicas dificultades que hallaremos. Cuando nos encontremos hoy cerca del Sagrario no dejemos de hablar al Maestro de esos amigos que deseamos llevarle para que Él los cure.
Acudimos, al terminar este rato de oración, a la intercesión poderosa de San José, maestro de la vida interior. A él, que durante tantos años vivió junto a Jesús, le pedimos que nos enseñe a amarle y a dirigirnos a Él con confianza todos los días de nuestra vida; también aquellos que parecen más apretados de trabajos y en los que nos sentimos con más dificultades para dedicarle ese rato de oración que acostumbramos. Nuestra Madre Santa María intercederá, junto al Santo Patriarca, por nosotros.
San Agustín, comentando este pasaje del Evangelio, escribe: «El género humano yace enfermo; no de enfermedad corporal, sino por sus pecados. Yace como un gran enfermo en todo el orbe de la tierra, de Oriente a Occidente. Para sanar a este moribundo descendió el médico omnipotente. Se humilló hasta tomar carne mortal, es decir, hasta acercarse al lecho del enfermo»4. Han pasado pocas semanas desde que hemos contemplado a Jesús en la gruta de Belén, pobre e indefenso, habiendo tomado nuestra naturaleza humana para estar muy cerca de los hombres y salvarnos. Hemos meditado después su vida oculta en Nazaret, trabajando como uno más, para enseñarnos a buscarle en la vida corriente, para hacerse asequible a todos y, mediante su Santa Humanidad, poder llegar a la Trinidad Beatísima. Nosotros, como Pedro, también vamos a su encuentro en la oración –en nuestro diálogo personal con Él–, y le decimos: Todo el mundo te busca, ayúdanos, Señor, a facilitar el encuentro contigo de nuestros parientes, de nuestros amigos, de los colegas y de toda alma que se cruce en nuestro camino. Tú, Señor, eres lo que necesitan; enséñanos a darte a conocer con el ejemplo de una vida alegre, a través del trabajo bien realizado, con una palabra que mueva los corazones.
Llegó un leproso a donde estaba Jesús1, se postró de rodillas, y le dijo: Si quieres puedes limpiarme. Y el Señor, que siempre desea el bien nuestro, se compadeció de él, le tocó y le dijo: Quiero, queda limpio. Y al momento desapareció de él la lepra y quedó limpio.«Aquel hombre se arrodilla postrándose en tierra –lo que es señal de humildad–, para que cada uno se avergüence de las manchas de su vida. Pero la vergüenza no ha de impedir la confesión: el leproso mostró la llaga y pidió el remedio. Su oración está además llena de piedad: esto es, reconoció que el poder curarse estaba en manos del Señor»2. En sus manos sigue estando el remedio que necesitamos.
El mismo Cristo nos espera cada día en la Sagrada Eucaristía. Allí está verdadera, real y sustancialmente presente, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Allí se encuentra con el esplendor de su gloria, pues Cristo resucitado no muere ya3. El Cuerpo y el Alma permanecen inseparables y unidos
El mismo Cristo nos espera cada día en la Sagrada Eucaristía. Allí está verdadera, real y sustancialmente presente, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Allí se encuentra con el esplendor de su gloria, pues Cristo resucitado no muere ya3. El Cuerpo y el Alma permanecen inseparables y unidos
miércoles, 12 de enero de 2011
lunes, 10 de enero de 2011
viernes, 7 de enero de 2011
jueves, 6 de enero de 2011
miércoles, 5 de enero de 2011
San Efrén (hacia 306-373) diácono en Siria, doctor de la Iglesia
Himno I sobre la Resurrección
“El pueblo que habita en las tinieblas ha visto una gran luz”
Jesús, Señor nuestro, Cristo
Se nos ha manifestado desde el seno del Padre
Ha venido a sacarnos de las tinieblas
Y nos ha iluminado con su luz admirable
Ha amanecido el gran día para la humanidad
El poder de las tinieblas ha sido vencido
De su luz nos ha nacido una luz
Que ilumina nuestros ojos entenebrecidos
Ha hecho brillar la gloria en el mundo
Ha iluminado los abismos oscuros
La muerte ha sido aniquilada, las tinieblas ya no existen
Las puertas del infierno han sido abatidas
El ha iluminado a toda criatura
Tinieblas desde los tiempos antiguos
Ha realizado la salvación y nos ha dado la vida;
Volverá en gloria e iluminará los ojos de los que le esperan
Nuestro Rey viene en su esplendor
Salgamos a su encuentro con las lámparas encendidas
Alegrémonos en él como el se regocija con nosotros
Y nos alegra con su gloriosa luz
Hermanos míos, levantaos, preparaos
A dar gracias a nuestro Rey y Salvador
Que vendrá en su gloria y nos alegrará
Con su gozosa luz en el Reino
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2-14. Jesús predica en Galilea
Fuente: Catholic.net
Autor: P. José Rodrigo Escorza
Reflexión
Todos somos testigos de la gran luz que nos ha iluminado. Cristo niño se ha hecho hombre por amor a nosotros para convertirse en la luz que guiará nuestros pasos.
Se dice que cuando la noche es más oscura es cuando más brillan las estrellas. Podríamos decir también que cuando más oscuro es nuestro peregrinar por este mundo es cuando más brilla la luz de Cristo en nuestros corazones. Cuando más solos nos sentimos es cuando Cristo está más cerca de nosotros. Porque como dice el profeta Isaías: “este mundo camina en tinieblas pero ya ha visto una gran luz que viene a salvarle”. No permitamos que la ceguera de nuestro egoísmo entenebrezca la luz de Cristo en nuestros corazones. Tengamos bien abiertos los ojos de la fe en Dios para caminar por la senda del verdadero amor y de la verdadera esperanza.
Sabemos por el evangelio de hoy que el Reino de los cielos ha llegado, pero ¿cómo le hemos recibido? ¿Nos hemos dado cuenta de su llegada? O por el contrario, ¿hemos permitido que otras luces que no es la de Cristo guíen nuestra vida? No gastemos nuestro fuego en otros infiernillos. Confiemos en que Jesús es la verdadera luz que nos traerá aquella felicidad que buscamos en las cosas de este mundo. Porque sólo Cristo llenará las ansias de felicidad que buscamos.
--------------------------------------------------------------------------------
2-15.
Reflexión
Una de las ideas centrales que recorren el Nuevo Testamento, principalmente de los evangelios, es la de la conversión. Los evangelios sinópticos inician prácticamente con esta invitación hecha, sea por el mismo Jesús que por san Juan Bautista. Es importante entender que la conversión no es algo que sucede en nuestras vidas de una vez por todas, sino que es un proceso que se inicia cuando nos adherimos a la enseñanza del Evangelio y decidimos comenzar a vivir de acuerdo a éste. Este proceso de conversión durará toda la vida y nos llevará a experimentar la plenitud del amor de Dios. Por ello esta invitación a convertirnos es siempre valida y actual. No importa en que estado de conversión estés… siempre podremos responder con mayor generosidad a Dios. Hoy en particular, ¿cómo podrías dar una respuesta más generosa al Señor?
Que pases un día lleno del amor de Dios.
Como María, todo por Jesús y para Jesús
Pbro. Ernesto María Caro
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2-16. Felipe, ven y sigueme
Sirvamos al Señor con alegría. Entremos a su presencia con vítores, dándoles gracias. El Señor es bueno, su misericordia es eterna.
Litúrgicamente estamos en vísperas de la fiesta de Epifanía que tanto regocijo trae consigo para niños y mayores que gustan de Reyes Magos en los hogares.
Nosotros, antes de las fiestas y cabalgatas, detengámonos un momento siquiera a abrir las puertas de nuestra mente y corazón a la alegría del amor y de la gracia.
Somos hijos de Dios. Conscientes de nuestra debilidad y pecado, seamos también sabedores del gozo que se genera en el corazón del Niño y en el Corazón de Dios con nuestro retorno a la Verdad, al Amor, a la Vida ofrendada en fraternidad con quienes participan con nosotros de la existencia, de la revelación, de la vida en Cristo Salvador.
¿No sería posible que nos dejáramos hoy guiar por la Estrella, que es Cristo y es el Espíritu, y que volcáramos en la cuna del Señor nuestro corazón entero, arrepentido, esperanzado?
La luz de la Palabra de Dios
Primera carta de san Juan 3, 7-10:
“Queridos; este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No seamos como Caín, que procedía del maligno y asesinó a su hermano.
¿Y por qué lo asesinó? Porque sus obras eran malas, mientras que las del hermano eran buenas....
El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en sí la vida eterna.
En esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros...”
Evangelio según san Juan 1, 43-51:
“Un dia determinó Jesús salir para Galilea. Encontró a Felipe y le dijo: sígueme.
Felipe, que era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro, se encuentra con Natanael y le dice : Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas lo hemos encontrado: a Jesús, hijo de José, de Nazaret.
Natanael le responde: ¿de Nazaret puede salir algo bueno?
Felipe le contesta: ven y verás... Y Jesús dijo de él: Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño...”
Reflexión para este día
Amémonos unos a otros de verdad
El amor se viste hoy y mañana de rey mago en el hogar, en la parroquia, en la barriada, en el hospital, en la misión…
El amor quiere de verdad ser hermano de los hermanos. El amor habla y actúa desde el corazón cargado de sincero afecto. El amor deja hoy que alguna lágrima corra por las mejillas al ofrecer en las manos de los hombres y de los niños un pequeño don, un pequeño sacrificio, un gesto de amistad.
¿Cuál va a ser el gesto tuyo, mío? ¿A quién se lo vas o se lo voy a dedicar?
Himno I sobre la Resurrección
“El pueblo que habita en las tinieblas ha visto una gran luz”
Jesús, Señor nuestro, Cristo
Se nos ha manifestado desde el seno del Padre
Ha venido a sacarnos de las tinieblas
Y nos ha iluminado con su luz admirable
Ha amanecido el gran día para la humanidad
El poder de las tinieblas ha sido vencido
De su luz nos ha nacido una luz
Que ilumina nuestros ojos entenebrecidos
Ha hecho brillar la gloria en el mundo
Ha iluminado los abismos oscuros
La muerte ha sido aniquilada, las tinieblas ya no existen
Las puertas del infierno han sido abatidas
El ha iluminado a toda criatura
Tinieblas desde los tiempos antiguos
Ha realizado la salvación y nos ha dado la vida;
Volverá en gloria e iluminará los ojos de los que le esperan
Nuestro Rey viene en su esplendor
Salgamos a su encuentro con las lámparas encendidas
Alegrémonos en él como el se regocija con nosotros
Y nos alegra con su gloriosa luz
Hermanos míos, levantaos, preparaos
A dar gracias a nuestro Rey y Salvador
Que vendrá en su gloria y nos alegrará
Con su gozosa luz en el Reino
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2-14. Jesús predica en Galilea
Fuente: Catholic.net
Autor: P. José Rodrigo Escorza
Reflexión
Todos somos testigos de la gran luz que nos ha iluminado. Cristo niño se ha hecho hombre por amor a nosotros para convertirse en la luz que guiará nuestros pasos.
Se dice que cuando la noche es más oscura es cuando más brillan las estrellas. Podríamos decir también que cuando más oscuro es nuestro peregrinar por este mundo es cuando más brilla la luz de Cristo en nuestros corazones. Cuando más solos nos sentimos es cuando Cristo está más cerca de nosotros. Porque como dice el profeta Isaías: “este mundo camina en tinieblas pero ya ha visto una gran luz que viene a salvarle”. No permitamos que la ceguera de nuestro egoísmo entenebrezca la luz de Cristo en nuestros corazones. Tengamos bien abiertos los ojos de la fe en Dios para caminar por la senda del verdadero amor y de la verdadera esperanza.
Sabemos por el evangelio de hoy que el Reino de los cielos ha llegado, pero ¿cómo le hemos recibido? ¿Nos hemos dado cuenta de su llegada? O por el contrario, ¿hemos permitido que otras luces que no es la de Cristo guíen nuestra vida? No gastemos nuestro fuego en otros infiernillos. Confiemos en que Jesús es la verdadera luz que nos traerá aquella felicidad que buscamos en las cosas de este mundo. Porque sólo Cristo llenará las ansias de felicidad que buscamos.
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2-15.
Reflexión
Una de las ideas centrales que recorren el Nuevo Testamento, principalmente de los evangelios, es la de la conversión. Los evangelios sinópticos inician prácticamente con esta invitación hecha, sea por el mismo Jesús que por san Juan Bautista. Es importante entender que la conversión no es algo que sucede en nuestras vidas de una vez por todas, sino que es un proceso que se inicia cuando nos adherimos a la enseñanza del Evangelio y decidimos comenzar a vivir de acuerdo a éste. Este proceso de conversión durará toda la vida y nos llevará a experimentar la plenitud del amor de Dios. Por ello esta invitación a convertirnos es siempre valida y actual. No importa en que estado de conversión estés… siempre podremos responder con mayor generosidad a Dios. Hoy en particular, ¿cómo podrías dar una respuesta más generosa al Señor?
Que pases un día lleno del amor de Dios.
Como María, todo por Jesús y para Jesús
Pbro. Ernesto María Caro
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2-16. Felipe, ven y sigueme
Sirvamos al Señor con alegría. Entremos a su presencia con vítores, dándoles gracias. El Señor es bueno, su misericordia es eterna.
Litúrgicamente estamos en vísperas de la fiesta de Epifanía que tanto regocijo trae consigo para niños y mayores que gustan de Reyes Magos en los hogares.
Nosotros, antes de las fiestas y cabalgatas, detengámonos un momento siquiera a abrir las puertas de nuestra mente y corazón a la alegría del amor y de la gracia.
Somos hijos de Dios. Conscientes de nuestra debilidad y pecado, seamos también sabedores del gozo que se genera en el corazón del Niño y en el Corazón de Dios con nuestro retorno a la Verdad, al Amor, a la Vida ofrendada en fraternidad con quienes participan con nosotros de la existencia, de la revelación, de la vida en Cristo Salvador.
¿No sería posible que nos dejáramos hoy guiar por la Estrella, que es Cristo y es el Espíritu, y que volcáramos en la cuna del Señor nuestro corazón entero, arrepentido, esperanzado?
La luz de la Palabra de Dios
Primera carta de san Juan 3, 7-10:
“Queridos; este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No seamos como Caín, que procedía del maligno y asesinó a su hermano.
¿Y por qué lo asesinó? Porque sus obras eran malas, mientras que las del hermano eran buenas....
El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en sí la vida eterna.
En esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros...”
Evangelio según san Juan 1, 43-51:
“Un dia determinó Jesús salir para Galilea. Encontró a Felipe y le dijo: sígueme.
Felipe, que era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro, se encuentra con Natanael y le dice : Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas lo hemos encontrado: a Jesús, hijo de José, de Nazaret.
Natanael le responde: ¿de Nazaret puede salir algo bueno?
Felipe le contesta: ven y verás... Y Jesús dijo de él: Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño...”
Reflexión para este día
Amémonos unos a otros de verdad
El amor se viste hoy y mañana de rey mago en el hogar, en la parroquia, en la barriada, en el hospital, en la misión…
El amor quiere de verdad ser hermano de los hermanos. El amor habla y actúa desde el corazón cargado de sincero afecto. El amor deja hoy que alguna lágrima corra por las mejillas al ofrecer en las manos de los hombres y de los niños un pequeño don, un pequeño sacrificio, un gesto de amistad.
¿Cuál va a ser el gesto tuyo, mío? ¿A quién se lo vas o se lo voy a dedicar?
martes, 4 de enero de 2011
lunes, 3 de enero de 2011
domingo, 2 de enero de 2011
Seremos buenos hijos de Dios Padre si contemplamos y tratamos a Jesús. Él nos enseña en todo momento el camino que lleva al Padre. Lo recordaremos con frecuencia cuando nos acerquemos a besar y a adorar al Niño. Pro nobis egenus et foeno cubantem...14, hecho pobre por nosotros, yace entre las pajas; le daremos calor, le abrazaremos con cariño. Contemplamos a Jesús en el Nacimiento, que es en estos días el centro de nuestra atención y de nuestra piedad. Hablamos con Él en nuestra oración, le miramos, le escuchamos, le adoramos en silencio. Sic nos amantem, quis non redamaret15: a quien así nos ama, ¿quién no le corresponderá con amor? Ese amor que se ha de traducir en un trato más delicado y amable con quienes están a nuestra vera.
La filiación divina nos lleva a tratar a los demás con un gran respeto, como corresponde a hijos de Dios. La Virgen nos invita a pasarnos largos ratos delante del belén mirando a su Hijo. A Ella le pedimos que afine nuestras maneras de acuerdo con la altísima dignidad que hemos recibido; le suplicamos también que nos ayude a no olvidar en ningún momento del día, en ninguna circunstancia, que somos, en verdad, hijos de Dios. Y si somos hijos, también herederos, coherederos con Cristo16. Somos hijos a quienes espera un lugar en el Cielo, preparado por su Padre Dios.
La filiación divina nos lleva a tratar a los demás con un gran respeto, como corresponde a hijos de Dios. La Virgen nos invita a pasarnos largos ratos delante del belén mirando a su Hijo. A Ella le pedimos que afine nuestras maneras de acuerdo con la altísima dignidad que hemos recibido; le suplicamos también que nos ayude a no olvidar en ningún momento del día, en ninguna circunstancia, que somos, en verdad, hijos de Dios. Y si somos hijos, también herederos, coherederos con Cristo16. Somos hijos a quienes espera un lugar en el Cielo, preparado por su Padre Dios.
Al terminar el año
Como cristianos, no hay otra forma de terminar el año que dando gracias a Dios por todas las cosas que hemos recibido de sus manos durante estos doce meses… las que creemos “buenas” y las que pensamos “malas”, pues de todo se vale el Señor para traer bendiciones y gracias a nuestras vidas… el secreto está en aguardar confiadamente, pues al final de todo, siempre se ve su mano poderosa bendiciendo aquellos que se abandonaron en Él…
Gracias, Señor
Gracias, Señor… por todo cuanto me diste en este año que termina… Gracias por los días de sol y los nublados tristes; por las tardes tranquilas y las noches oscuras…
Gracias por la salud y la enfermedad; por las penas y las alegrías… Por todo cuanto me prestaste y luego me pediste…
Gracias por la sonrisa amable y por la mano amiga; por el amor y todo lo que es hermoso y todo lo que es dulce… Por las flores y las estrellas, por la existencia de los niños y de las almas buenas…
Gracias por la soledad, y por el trabajo, por las inquietudes, las dificultades y las lágrimas… Por todo lo que me acercó a Ti más íntimamente…
Gracias por haberme conservado la vida y por haberme dado techo, abrigo y sustento… Por Tu presencia en el sagrario, y en cada hermano, y por la gracia de Tus sacramentos…
¿Qué me traerá el año que empieza? ¡LO QUÉ TÚ QUIERAS SEÑOR!
Te pido FE para mirarte en todo, ESPERANZA para no desfallecer y CARIDAD para amarte cada día más y para hacerte amar de los que me rodean…
Dame paciencia y humildad; desprendimiento y generosidad… Que sea grande en lo pequeño y pueda olvidarme de mí mismo… Dame Señor, lo que Tú sabes me conviene y que yo no sé pedirte…
Que siempre tenga el corazón alerta, el oído atento y las manos prestas, y que me halle siempre dispuesto a hacer Tu Santa Voluntad… Derrama Señor, Tu gracia sobre todos los que amo y concede Tu Paz este mundo, que tanto te necesita… Amén.
Como cristianos, no hay otra forma de terminar el año que dando gracias a Dios por todas las cosas que hemos recibido de sus manos durante estos doce meses… las que creemos “buenas” y las que pensamos “malas”, pues de todo se vale el Señor para traer bendiciones y gracias a nuestras vidas… el secreto está en aguardar confiadamente, pues al final de todo, siempre se ve su mano poderosa bendiciendo aquellos que se abandonaron en Él…
Gracias, Señor
Gracias, Señor… por todo cuanto me diste en este año que termina… Gracias por los días de sol y los nublados tristes; por las tardes tranquilas y las noches oscuras…
Gracias por la salud y la enfermedad; por las penas y las alegrías… Por todo cuanto me prestaste y luego me pediste…
Gracias por la sonrisa amable y por la mano amiga; por el amor y todo lo que es hermoso y todo lo que es dulce… Por las flores y las estrellas, por la existencia de los niños y de las almas buenas…
Gracias por la soledad, y por el trabajo, por las inquietudes, las dificultades y las lágrimas… Por todo lo que me acercó a Ti más íntimamente…
Gracias por haberme conservado la vida y por haberme dado techo, abrigo y sustento… Por Tu presencia en el sagrario, y en cada hermano, y por la gracia de Tus sacramentos…
¿Qué me traerá el año que empieza? ¡LO QUÉ TÚ QUIERAS SEÑOR!
Te pido FE para mirarte en todo, ESPERANZA para no desfallecer y CARIDAD para amarte cada día más y para hacerte amar de los que me rodean…
Dame paciencia y humildad; desprendimiento y generosidad… Que sea grande en lo pequeño y pueda olvidarme de mí mismo… Dame Señor, lo que Tú sabes me conviene y que yo no sé pedirte…
Que siempre tenga el corazón alerta, el oído atento y las manos prestas, y que me halle siempre dispuesto a hacer Tu Santa Voluntad… Derrama Señor, Tu gracia sobre todos los que amo y concede Tu Paz este mundo, que tanto te necesita… Amén.
“¡Queridos hijos! También hoy los invito en este tiempo de gracia a orar para que el Niño Jesús pueda nacer en el corazón de ustedes. Él, que es sólo paz, done a través de ustedes la paz al mundo entero. Por eso, hijitos, oren sin cesar por este mundo turbulento y sin esperanza, a fin de que ustedes se conviertan en testigos de la paz para todos. Que la esperanza fluya en sus corazones como un río de gracia. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Medjugorje, mensaje del 25 de noviembre de 2008
Medjugorje, mensaje del 25 de noviembre de 2008
viernes, 31 de diciembre de 2010
El hombre puede con todo derecho dirigirse a Dios como Padre. Pero esta experiencia es inseparable de la presencia y la actuación del Espíritu. Con Él y sólo con Él podemos experimentar y manifestar nuestra conciencia de filiación divina. Crea una relación de entrañable confianza filial. Más tarde, en su ministerio, Jesús nos enseñará a tratar y dirigirnos a Dios con el mismo título y del mismo modo que lo hacía Él. Los hombres necesitan que les descubramos el verdadero rostro de Dios. Dios no es "un algo" que está allá arriba, como muchas gentes piensan y opinan; ni un Dios justiciero, insensible y ajeno a las preocupaciones y problemas de los hombres. Nuestro Dios es cercano, entrañable, lleno y desbordante de noble y serena ternura. Encontrar el verdadero rostro de Dios es urgente.
Evangelio: (Lucas 2,16-21)
Marco: El relato recuerda la vuelta de los pastores a sus majadas. Lo pastores cuentan por todas partes lo que han visto y oído causando la admiración de todos. Los pastores son un anticipo de la tarea evangelizadora de la Iglesia. María comienza su camino de meditación y búsqueda de sentido en la vida de Jesús que la caracterizará toda su vida.
Evangelio: (Lucas 2,16-21)
Marco: El relato recuerda la vuelta de los pastores a sus majadas. Lo pastores cuentan por todas partes lo que han visto y oído causando la admiración de todos. Los pastores son un anticipo de la tarea evangelizadora de la Iglesia. María comienza su camino de meditación y búsqueda de sentido en la vida de Jesús que la caracterizará toda su vida.
«Es menester sacar fuerzas de nuevo para servir y procurar no ser ingratos, porque con esa condición las da el Señor; que si no usamos bien del tesoro y del gran estado en que nos pone, nos lo tornará a tomar y nos quedaremos muy más pobres, y dará Su Majestad las joyas a quien luzca y aproveche con ellas a sí y a los otros. Pues, ¿cómo aprovechará y gastará con largueza el que no entiende que está rico? Es imposible, conforme a nuestra naturaleza, a mi parecer, tener ánimo para cosas grandes quien no entiende está favorecido de Dios, porque somos tan miserables y tan inclinados a cosas de tierra, que mal podrá aborrecer todo lo de acá de hecho con gran desasimiento, quien no entiende tiene alguna prenda de lo de allá»10.
Terminar el año pidiendo perdón por tantas faltas de correspondencia a la gracia, por tantas veces como Jesús se puso a nuestro lado y no hicimos nada por verle y le dejamos pasar; a la vez, terminar el año agradeciendo al Señor la gran misericordia que ha tenido con nosotros y los innumerables beneficios, muchos de ellos desconocidos por nosotros mismos, que nos ha dado el Señor.
Y junto a la contrición y el agradecimiento, el propósito de amar a Dios y de luchar por adquirir las virtudes y desarraigar nuestros defectos, como si fuera el último año que el Señor nos concede.
Terminar el año pidiendo perdón por tantas faltas de correspondencia a la gracia, por tantas veces como Jesús se puso a nuestro lado y no hicimos nada por verle y le dejamos pasar; a la vez, terminar el año agradeciendo al Señor la gran misericordia que ha tenido con nosotros y los innumerables beneficios, muchos de ellos desconocidos por nosotros mismos, que nos ha dado el Señor.
Y junto a la contrición y el agradecimiento, el propósito de amar a Dios y de luchar por adquirir las virtudes y desarraigar nuestros defectos, como si fuera el último año que el Señor nos concede.
jueves, 30 de diciembre de 2010
»La caridad, que es como un generoso desorbitarse de la justicia, exige primero el cumplimiento del deber: se empieza por lo justo; se continúa por lo más equitativo...; pero para amar se requiere mucha finura, mucha delicadeza, mucho respeto, mucha afabilidad»17.
La mejor manera de promover la justicia y la paz en el mundo es el empeño por vivir como verdaderos hijos de Dios. Si los cristianos nos decidimos a llevar las exigencias del Evangelio a la propia vida personal, a la familia, al trabajo, al mundo en que diariamente nos movemos y del que participamos cambiaríamos la sociedad haciéndola más justa y más humana. El Señor, desde la gruta de Belén, nos alienta a hacerlo. No nos desanime el que nos parezca que aquello que está a nuestro alcance es, quizá, poca cosa. Así transformaron el mundo los primeros cristianos: con una labor diaria, concreta y, en muchos casos, pequeña a primera vista
La mejor manera de promover la justicia y la paz en el mundo es el empeño por vivir como verdaderos hijos de Dios. Si los cristianos nos decidimos a llevar las exigencias del Evangelio a la propia vida personal, a la familia, al trabajo, al mundo en que diariamente nos movemos y del que participamos cambiaríamos la sociedad haciéndola más justa y más humana. El Señor, desde la gruta de Belén, nos alienta a hacerlo. No nos desanime el que nos parezca que aquello que está a nuestro alcance es, quizá, poca cosa. Así transformaron el mundo los primeros cristianos: con una labor diaria, concreta y, en muchos casos, pequeña a primera vista
miércoles, 29 de diciembre de 2010
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