sábado, 23 de abril de 2011

EXULTET
1. FORMA LARGA DEL PREGÓN PASCUAL
Exulten por fin los coros de los ángeles,
exulten las jerarquías del cielo,
y por la victoria de rey tan poderoso
que las trompetas anuncien la salvación.

Goce también la tierra,
inundada de tanta claridad,
y que, radiante con el fulgor del rey eterno,
se sienta libre de la tiniebla
que cubría el orbe entero.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
revestida de luz tan brillante;
resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.

(Por eso, queridos hermanos,
que asistís a la admirable claridad de esta luz santa,
invocad conmigo la misericordia de Dios omnipotente,
para que aquel que, sin mérito mío,
me agregó al número de sus ministros (diáconos),
infundiendo el resplandor de su luz,
me ayude a cantar las alabanzas de este cirio.)

(V. El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.)
V. Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.
V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario
aclamar con nuestras voces
y con todo el afecto del corazón
a Dios invisible, el Padre todopoderoso,
y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre
la deuda de Adán
y, derramando su sangre,
canceló el recibo del antiguo pecado.

Porque éstas son las fiestas de Pascua
en las que se inmola el verdadero Cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles.

Esta es la noche en que sacaste de Egipto,
a los israelitas, nuestros padres,
y los hiciste pasar a pie el mar Rojo.

Esta es la noche en que la columna de fuego
esclareció las tinieblas del pecado.

Esta es la noche
en la que, por toda la tierra,
los que confiesan su fe en Cristo
son arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia
y son agregados a los santos.

Esta es la noche en que,
rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.
¿De qué nos serviría haber nacido
si no hubiéramos sido rescatados?

¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!
¡Qué incomparable ternura y caridad!
Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!

Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!

¡Qué noche tan dichosa!
Sólo ella conoció el momento
en que Cristo resucitó de entre los muertos.

Esta es la noche de que estaba escrito:
«Será la noche clara como el día,
la noche iluminada por mi gozo.»
Y así, esta noche santa
ahuyenta los pecados,
lava las culpas,
devuelve la inocencia a los caídos,
la alegría a los tristes,
expulsa el odio,
trae la concordia,
doblega a los poderosos.

En esta noche de gracia,
acepta, Padre Santo,
el sacrificio vespertino de esta llama,
que la santa Iglesia te ofrece
en la solemne ofrenda de este cirio,
obra de las abejas.

Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego,
ardiendo en llama viva para gloria de Dios.
Y aunque distribuye su luz,
no mengua al repartirla,
porque se alimenta de esta cera fundida,
que elaboró la abeja fecunda
para hacer esta lámpara preciosa.

¡Qué noche tan dichosa
en que se une el cielo con la tierra,
lo humano y lo divino!

Te rogamos, Señor, que este cirio,
consagrado a tu nombre,
arda sin apagarse
para destruir la oscuridad de esta noche,
y, como ofrenda agradable,
se asocie a las lumbreras del cielo.
Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo,
ese lucero que no conoce ocaso
y es Cristo, tu Hijo resucitado,
que, al salir del sepulcro,
brilla sereno para el linaje humano,
y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos.
R. Amén.
2.
Exulten por fin los ángeles.
Que se asocien a la Fiesta los creyentes,
y por la victoria de Jesús sobre la muerte
salga el pregonero a las calles
anunciando la derrota del Hades.

Alégrese la madre naturaleza
con el grito de la luna llena:
que no hay noche que no acabe en día,
ni invierno que no reviente en primavera,
ni muerte que no dé paso a la vida;
ni se pudre una semilla
sin resucitar en cosecha.

Alégrese nuestra Madre la Iglesia
porque en la historia del mundo
siguen los hombres resucitando,
y abiertos con esperanza al futuro
confiesan a Cristo glorificado.

Esta es la noche del absoluto vacío
que la Palabra llenó creadora.
Esta es la noche de Abraham
en que el Cordero redime a Isaac
sobre la cumbre del monte Moria.

Esta es la noche de Egipto
con Moisés de caudillo,
un Pueblo peregrino a la libertad
y los esclavos vencedores del Esbirro.

¡Qué noche maravillosa:
Cristo subiendo del abismo
y la muerte muerta!
¡Qué maravilla de Dios:
entregando al Hijo
salvaste al esclavo!
¡Qué maravilla de amor:
porque hubo pecado
conocimos el perdón!
¿De qué nos sirviera nacer
si la muerte fuera nuestro destino?

Esta es la noche
en que cayeron dictaduras.
Esta es la noche
en que el avaro renunció a su fortuna.
Esta es la noche
en que el lascivo dejó la lujuria.
Esta es la noche
que acabó con viejas rupturas
engendradas en guerras añejas,
y encontró abrazados a hermanos
que riñeron por líos de herencias.

Esta es la noche que sacude conciencias,
quema los ídolos, despierta vocaciones,
alumbra virginidades, engendra esperanzas,
convierte en arados las espadas,
saca renacidos de las aguas,
alegra a los tristes, provoca adoradores,
descarga pistolas y derriba opresores.

Esta es la noche
que trae la Buena Noticia a los pobres,
abre los ojos de los ciegos,
libera a los prisioneros
y anuncia el perdón a los pecadores.

¡Sea bendito Nuestro Señor
que subiendo a la Cruz
y entrando en la muerte,
venció para siempre
los poderes del mal!

¡A gozar de la Luz...
rota la oscuridad...
victorioso de nuevo el Amor...!

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
COMENTARIOS AL CICLO C
Desclee de Brouwer BILBAO 1988.Pág. 67
3.
Alegría para todos.
Que la creación entera se estremezca
con un latido más de vida y esperanza.
Que los creyentes todos resplandezcan
con vestido nuevo, perfumado en el Ungido.
Y vosotros, los pobres, los dolientes,
los pequeños, que pasáis inadvertidos,
abríos a la esperanza y a la dicha,
que va a estallar el sol en vuestras vidas.

Que nadie en esta noche
sufra de pesimismo o de tristeza.
Que se alejen los espíritus malignos,
los que amargan la vida de los hombres,
porque han sido definitivamente derrotados.

Esta es la noche
que ha sido iluminada
por un sol nacido del sepulcro.

Esta es la noche victoriosa,
en la que la muerte, hecha cautiva,
en huida sus guardias y soldados,
se puso al servicio de la vida.

Esta es la noche tan dichosa.
en la que Cristo, el amor más grande,
floreció en espiga y amapolas,
y volvió a reunirse con los suyos.

Verdaderamente la cruz fue necesaria
para que el Amor triunfara de la muerte.

Que Judas no se desespere,
que Pilato no se lave más las manos,
que los soldados no tengan pesadillas,
que Pedro ya no llore,
porque el daño se ha trocado en beneficio.

Ahora es el tiempo del juego y de la risa,
de la fe reconquistada y la esperanza cierta;
ahora es el tiempo del amor hasta la muerte.

Magdalena jugará con Jesús al escondite,
los de Emaús jugarán a los disfraces,
Tomás al veo-veo, Juan a adivinanzas,
y para Pedro llegó la hora del examen,
brillantemente superado.

Es la hora del reencuentro,
de la presencia y la amistad gozadas,
del pan partido y compartido,
de promesas y dones generosos.

A partir de esta noche
todo estará más claro y florecido:
la Pasión del mundo continúa,
pero ya ninguna cruz será maldita,
y en todos los surcos de la muerte
se siembra la esperanza.

Un mensaje de alegría para todos.
hombres de toda religión y raza:
la vida ha salido victoriosa,
la justicia triunfará, sin duda,
porque Cristo resucitado está en el centro
de la historia:
él es la Pascua,
el sol que dinamiza nuestro mundo.
CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
CUARESMA Y PASCUA
4.
La palabra "Exultet" con que empieza el pregón y que en realidad afecta sólo al prólogo, ha dado nombre a la pieza entera, que también es llamada "praeconium paschale", proclama, pregón.

Primero anuncia el diácono a todos la alegría de la Pascua, alegría del cielo, de la tierra, de la Iglesia, de la asamblea de los cristianos. Esta alegría procede de la victoria de Cristo sobre las tinieblas.

Tras esta primera parte, que lo mismo que su continuación era a menudo improvisada sobre el tema de la resurrección, el diácono entona la gran Acción de gracias. Su tema es la historia de la salvación resumida por el poema: recuerda la redención que redimió el pecado de Adán, rememorando luego las figuras de esta redención: el Cordero pascual, el Mar Rojo, la columna de fuego. En esta noche se da la salvación y Cristo alcanza su victoria.

Entonces el diácono expresa, en términos aún más poéticos, lo que acaba de cantar y ensalza la venturosa noche en que se rompen las cadenas de la muerte, noche de la condescendencia de Dios para con nosotros, noche de la inestimable ternura de su amor, pues para rescatar al esclavo entregó a su propio Hijo; canta el diácono a la "feliz culpa", feliz por haber tenido tan augusto redentor. Después canta el diácono al cirio mismo que la Iglesia toda ofrece. Que este cirio arda sin apagarse, y que el lucero matutino (que es Cristo) que no conoce ocaso, al salir del sepulcro lo encuentre ardiendo todavía.

Una tercera parte consiste en una oración por la paz, por la Iglesia en sus jefes y en sus fieles, por los que gobiernan los pueblos, para que todos lleguen a la patria del cielo. Esta bellísima pieza lírica -cuyo autor quizá pudiera ser san Ambrosio de Milán-, aunque al comienzo de su canto arrebate a menudo a los fieles sorprendidos además por la impresión de la noche iluminada por el fulgor vacilante de las velas, en nuestra época apenas puede ya impresionarles con su doctrina. No sólo la lengua latina (como sucedía antes) sino también la profusión de figuras, la excesiva condensación de los temas y un lirismo desfasado respecto a nuestra actual manera de reaccionar convierten esta pieza valiente, que requiere una sólida voz en el diácono, en un lapso un tanto prolongado en el que los fieles, después del clarinazo del Lumen Christi, se quedan un poco como con hambre y corren peligro de cansarse, cuando se está sólo en los primerísimos comienzos de la celebración del misterio pascual. Con sentimiento por tratarse de tal obra maestra, hay que decir que una futura reforma debería acortar su longitud y encontrar unos términos más de acuerdo con la mentalidad actual. Aquí es donde hace falta encontrar pastores autorizados y armados de valor para sacrificar algo que está teológicamente construido y artísticamente compuesto, en favor de una adaptación que podrá resultar tanto más hermosa cuanto que dé a un nuevo canto en la lengua usual un valor pastoral real. Nada puede ser verdaderamente hermoso si no es funcional; este principio es tan cierto en liturgia como en arquitectura. No hay que vivir ni del pasado ni del porvenir, sino del presente.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 119-124

Sábado santo
El sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, y se abstiene del sacrificio de la misa, permaneciendo por ello desnudo el altar hasta que, después de la solemne vigilia o de la expectación nocturna de la resurrección, pueda alegrarse con gozos pascuales, de cuya abundancia va a vivir durante cincuenta días.

Esta nota introductoria del misal explica el espíritu del día. No debemos dar paso a una alegría anticipada, porque la celebración pascual todavía no ha comenzado. Es un día de serena expectación, de preparación orante para la resurrección. Permanece todavía el dolor, aunque no tenga la misma intensidad del día anterior. Los cristianos de los primeros siglos ayunaban tan estrictamente como el viernes santo, porque éste era el tiempo en que Cristo, el esposo, les había sido quitado (Mt 2,19-21).

Si podemos pasar este día en oración y recogida espera, nuestro tiempo será empleado del modo más idóneo. Esto es lo que nos sugiere la hermosa homilía elegida para el oficio de lecturas de hoy:

Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo'.

El primer sábado santo todo parecía perdido. Los discípulos, pequeño grupo de hombres pusilánimes, habían huido en desbandada, rotas sus esperanzas. Solamente María conservó la fe y quedó esperando la resurrección de su Hijo. Por esto todos los sábados del año la Iglesia conmemora a la Virgen María y tiene una misa votiva y oficio en su honor.

Una nota de serenidad, incluso de gozosa expectación, impregna la liturgia del sábado santo. Cristo ha muerto, pero su muerte es como un sueño del que despertará en la mañana de pascua.

Los salmos elegidos para la liturgia de las horas rezuman confianza y expectación. Parece como si el mismo Cristo los estuviese recitando. El salmo 4 contiene este versículo: "En paz me acuesto y en seguida me duermo", que se aplica a Cristo en la tumba esperando confiadamente la resurrección. También en el salmo 15 tenemos una maravillosa expresión de esperanza: "No me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha".

La lectura de la Biblia (Heb 4,1-13) nos habla del descanso sabático preparado para el pueblo de Dios después de las fatigas de esta vida. De ella se desprende esta conclusión: "Un tiempo de descanso queda todavía para el pueblo de Dios, pues el que entra en su descanso descansa él también de sus tareas, como Dios de las suyas".

En la homilía de la que hemos citado antes algo hay un diálogo entre Cristo y Adán. Cristo entra en la morada de los muertos y despierta a Adán, diciendo: "Levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí y yo en ti formamos una sola e indivisible persona".

Todos participamos del misterio del sábado santo; san Pablo nos lo recuerda: "Fuimos, pues, sepultados juntamente con él por el bautismo en la muerte, para que, como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida" (Rom 6,4). En la Iglesia primitiva, el simbolismo del bautismo como sepultura con Cristo resultaba mucho más claro que en tiempos más recientes. Los catecúmenos adultos descendían realmente a la pila bautismal, que, en su aspecto, no era muy diferente de una tumba. Descendían a las aguas, como signo de muerte y sepultura, y salían significando la resurrección.

Nuestra participación en la sepultura de Cristo se expresa en las oraciones finales de la liturgia de las horas. Así se expresa la petición final de laudes: "Cristo, Hijo de Dios vivo, que has querido que por el bautismo fuéramos sepultados contigo en la muerte, haz que, siguiéndote a ti, caminemos también nosotros en una vida nueva". En la oración final rogamos: "Te pedimos que concedas a todos tus fieles, sepultados con Cristo por el bautismo, resucitar también con él a la vida eterna".

Vincent Ryan
Cuaresma-Semana Santa
Paulinas.Madrid-1986.Págs. 111ss.
1. Liturgia de las horas II, 415

Sábado Santo SABADO-STO/M M/SABADO-SANTO
La esperanza en medio del sufrimiento:
María madre y modelo para la Iglesia

Es muy poco lo que sabe la comunidad cristiana acerca de las
circunstancias que acompañaron la relación de María con su Hijo
Jesús, en particular en su camino hacia la muerte. Pero la tradición
de Juan nos ha conservado este recuerdo, lleno de intenciones
teológicas, que ha sido leído en la historia de cristianos como una
expresión eclesiológica: María es la madre de la Iglesia, la Iglesia es
hogar de María.

Nos hemos preocupado mucho recientemente, con razón, por ver
a María como una mujer completamente marcada por el espíritu de
los pobres de Dios, y así nos permiten describirla los evangelios, en
general, y sobre todo los evangelios de la infancia.

Nos hemos acostumbrado a ver a María, en Semana Santa, como
la Virgen dolorosa. Sin embargo, el único recuerdo que la tradición
cristiana nos ha reservado es el de una Madre valerosa, que se
mantuvo de pie junto a la cruz, es decir, que no se dejó derrumbar
por el dolor. El prototipo de la actitud del valor en medio del
sufrimiento.

Pero no se trataba de cualquier valor: se trataba del valor que
está sustentado por la esperanza. El corazón de María no se dejó
vaciar nunca de esperanza y por eso la comunidad cristiana la
recuerda en este día como a la Madre que es para ella un
verdadero modelo de existencia.

Hoy tenemos que hablar en la Iglesia de esperanza. No importa
que en este día nos sintamos impactados por el recuerdo del
sufrimiento y de la muerte de Jesús. Todavía no hemos recorrido
todo el camino de Dios.

Nuestro pueblo debe tener los sentimientos de María. En medio
del sufrimiento, no se puede perder la esperanza. Está por
amanecer un día nuevo, el día de la vida. Y no sólo el día del
recuerdo de la vida: este día de la esperanza siempre es posible.

Con María, como los pobres de Dios, podemos confiar siempre en
el Dios que nos ama, que nos anuncia con la resurrección de su
Hijo, nuestra propia resurrección. También nuestro espíritu se
puede alegrar, aún en medio del dolor, por la esperanza que
sustenta para nosotros el Dios de la vida:

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,
porque se ha fijado en su humilde esclava.
Pues mira, desde ahora me felicitarán
todas las generaciones
porque el poderoso ha hecho tanto por mí:
él es santo
y su misericordia llega a su fieles
generación tras generación.



LA VIGILIA Y SU SIGNIFICADO

ADRIEN NOCENT
BAU/PROMESAS BAU/RENUNCIAS REDDITIO AYUNO/SABADO-SANTO

El sábado santo presenta una fisonomía particular. A excepción de los oficios de origen más bien monástico, como es el oficio de maitines, ese día no se celebra oficio del día ni siquiera el vespertino. El sábado santo se caracteriza también por el ayuno hasta la noche. Ayuno festivo: se ayuna a la espera de la vuelta del Señor.

Esa mañana, en Roma se tenía una sola celebración: la "entrega del Símbolo" y el último exorcismo que precedía a la renuncia solemne .

Hemos seguido hasta aquí al catecúmeno y nos hemos preocupado de su transformación progresiva. La Iglesia de Roma se interesa por él de modo particular este sábado, en el momento cn que el catecúmeno se va a situar entre los suyos, en esa noche de la Pascua.

Los libros antiguos nos refieren el desarrollo de la ceremonia matinal. En Cuaresma, los catecúmenos habían pasado primero tres escrutinios y posteriormente otros seis. El último escrutinio adopta un aire más solemne. Se les había "entregado" el Símbolo, el celebrante les había dado un comentario de los artículos de la fe, y ahora ellos debían recitar el Símbolo que habían aprendido de memoria. No se trataba de una verdadera profesión de fe. Si indudablemente tenían un inicio de fe, ésta es sin embargo un don que recibirán en el sacramento mismo del bautismo. Harían profesión de su fe en el agua bautismal, cuando se lo pidiera el sacerdote al preguntarles: "¿Crees en el Padre?". ., a lo que responderían ellos "Creo en él", recibiendo la inmersión en el nombre de las tres Personas divinas.

Pero se quería tener una información sobre sus conocimientos y disposición para profesar su fe en el acto bautismal. Más impresionante aún era la renuncia solemne a Satanás por parte de los catecúmenos. Antiguamente iba precedida de la imposición de manos por el obispo, del Effeta y de la unción. El catecúmeno renunciaba entonces a Satanás, a sus pompas y a sus obras. Con justificada preocupación pastoral, la palabra "pompas" ha sido traducida por "seducciones". Hay que reconocer, sin embargo, que esta traducción sólo imperfectamente da lo significado por la palabra original. Aquel término recordaba el cortejo de culto a las divinidades paganas, los juegos circenses y toda la pompa de una civilización comprometida por la lujuria en la riqueza y el fausto. El catecúmeno tenía que renunciar a todo aquel paganismo ambiente. En ocasiones, la ceremonia era más expresiva aún, como por ejemplo en Oriente, donde se practicaba el rito de la expectoración: el catecúmeno escupía en dirección al Occidente, significando con ello su desprecio a las fuerzas del mal. Los Padres se han complacido en describir esta renuncia solemne en la que el catecúmeno, comprometiendo su lealtad de hombre, declaraba apartarse del "mundo".

Aludiendo a aquel antiguo escrutinio, la Iglesia invita hoy a todos los bautizados a renovar esta renuncia, que irá seguida de la renovación de las promesas del bautismo.
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FUEGO/BENDICION CIRIO PREGON-PASCUAL J/LUZ

La bendición del nuevo fuego es, sin duda, la sacralización de una necesidad, la necesidad que antiguamente había de reanimar la luz para los oficios, dado que habían sido extinguidas las lámparas tras el lucernario. Pero en esta bendición del nuevo fuego lo mismo que en la bendición del cirio pascual y en la bendición del agua bautismal, hemos de ver los efectos de la redención. El mundo adquiere ya una nueva faz, la criatura infrahumana recupera su sitio, vuelve a integrarse en la unidad, deja de ser enemiga, y recobrando el sentido de servicio, se convierte de nuevo en instrumento de gracia.

Este rito de la bendición del nuevo fuego es como una especie de teatro de mimo representado ante los ojos del catecúmeno, que desde muchos días atrás viene esperando la iluminación. El Señor duerme en el sepulcro, pero el profeta Oseas escribía: "Oh muerte, yo seré tu muerte; país de los muertos, yo seré tu aguijón" (Oseas 13. 14. antífona 1ª de las Vísperas del sábado santo). Cristo se apropia estas palabras convirtiéndolas en realidad, y los Laudes de esta mañana han recordado a todos que era forzoso esperar la victoria del que había dicho: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré" (Jn 2, 19). Ese Señor que así duerme será el dueño victorioso del mundo. La Iglesia ha hecho que, al final del oficio de Vísperas de este sábado, canten sus fieles un pasaje de la epístola a los Filipenses que, unido a los dos versículos que inmediatamente le siguen, es como la carta de resurrección del Señor: Cristo, por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz; por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre". De modo que al Nombre de Jesús toda rodilla se dobla -en el cielo, en la tierra, en el abismo-, y toda lengua proclame: "¡Jesucristo es Señor!", para gloria del Padre (Flp 2, 08-11).

A Cristo Señor se le ha dado, pues, el imperio sobre el universo. La carta a los Filipenses subraya esta soberanía del resucitado sobre las criaturas del cielo, de la tierra y sobre las que están por debajo de la tierra.

En la epístola a los Colosenses quiere san Pablo afirmar otra vez este imperio absoluto de Cristo vencedor de la muerte, y escribe: Cristo Jesús es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes, terrestres, visibles e invisibles. Tronos, dominaciones, principados, potestades, todo fue creado por él y para él. El es anterior a todo, y todo se mantiene en él (Col 1, 15-17).

La epístola a los Efesios afirma el mismo imperio sobre el cosmos: ...Dios... resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro (Ef 1 20-21).

Es muy interesante ver cómo insiste san Pablo en este triunfo de Cristo y en su imperio sobre la creación entera. El misterio de la Pascua renueva ese imperio. Es cosa normal y lógica. El hombre fue colocado en el mundo y llamado a adjudicar un nombre a las criaturas destinadas a servirle. Al adquirir el hombre una existencia nueva en la línea del servicio de Dios, es preciso que las criaturas que existen a su alrededor y fueron creadas para él, sean renovadas también ellas y vuelvan a ponerse a servir, para que el hombre pueda ser su administrador y les haga consentir en la gloria divina. El que ahora se hace servidor del hombre es el fuego, "este nuevo fuego que para nuestro uso hemos hecho brotar del pedernal", y que se convierte en servidor de Dios: él debe contribuir a que Dios "encienda en nosotros deseos tan santos que podamos llegar con corazón limpio a las fiestas de la eterna luz" (Oración de la bendición del nuevo fuego). Es un nuevo comienzo de la vida.

El nuevo fuego es asperjado en silencio, después se toma parte del carbón bendecido y, colocado en el incensario, se pone incienso y se inciensa el fuego tres veces. Mediante este sencillo rito reconoce la Iglesia la dignidad de la creación que el Señor rescata. Pero la cera, a su vez, resulta ahora una criatura renovada. Se devolverá al cirio el sagrado papel de significar ante los ojos del mundo la gloria de Cristo resucitado. Por eso se graba en primer lugar la cruz en el cirio. La cruz de Cristo devuelve a cada cosa su sentido. El canon de la misa romana expresa bien esta universalidad del gesto de la redención, cuando dice: "Por él (Cristo) sigues creando todos los bienes, los santificas, los llenas de vida, los bendices y los repartes entre nosotros". Al grabar la cruz, las letras griegas Alfa y Omega también las cifras del año en curso, el celebrante dice: "Cristo ayer y hoy. Principio y Fin. Alfa y Omega. Suyo es el tiempo. Y la eternidad. A él la gloria y el poder. Por los siglos de los siglos. Amén". Así expresa el celebrante con gestos y palabras toda la doctrina del imperio de Cristo sobre el cosmos, expuesta en san Pablo. Nada escapa de la redención del Señor, y todo, hombres, cosas y tiempo están bajo su potestad.

Puede pensarse que, desde el punto de vista pastoral, la restauración que se ha hecho de estos ritos, antiguos unos y otros únicamente locales, no ha sido muy afortunada por dar lugar en la celebración a un tiempo muerto en el que escasamente se ve estimulada la participación de los fieles. Se está a obscuras, apenas se ve, los gestos y las fórmulas que se pronuncian son secas y fragmentarias. No obstante, acabamos de ver las riquezas doctrinales contenidas en tal restauración. En la última reforma se ha dejado una gran libertad, y pueden omitirse estos ritos o elegir uno u otro. Se ha creído conveniente conservar aún los cinco granos de incienso, cuyo origen proviene de una mala lectura de un texto latino, al haber confundido el lector la palabra "incensum", que significa "encendido" y se refiere al cirio, con "incienso", que es otro significado de la misma palabra. Esta confusión dio origen a los "granos de incienso", que han pasado a significar simbólicamente las cinco llagas de Cristo: "Por sus llagas santas y gloriosas nos proteja y nos guarde Jesucristo nuestro Señor".

Las palabras expresan bien el misterio de muerte gloriosa. Quizá este simbolismo bastante remoto pudiera desaparecer sin gran perjuicio para una liturgia rica ya por otra parte y que no conviene obstaculizar, si se quiere que los fieles se dejen marcar por los rasgos fundamentales del misterio pascual.

Termina el celebrante esta preparación, diciendo al encender el cirio pascual con el fuego nuevo: "La luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu".

Tras el cirio encendido que representa a Cristo, columna de fuego y de luz que nos guía a través de las tinieblas y nos indica el camino a la tierra prometida, avanza el cortejo de los celebrantes. Se escucha el primer "Lumen Christi", Luz de Cristo. Se avanza un poco y, cuando el celebrante acaba de encender en el cirio pascual su propia vela, el diácono vuelve a cantar en tono de voz más elevado: "Luz de Cristo"; y se responde: "Demos gracias a Dios". Entonces se encienden en el cirio pascual las velas del clero.

Vuelve a avanzar el cortejo y, llegados ante el altar, proclama el diácono por tercera vez: "Luz de Cristo". Y entonces se encienden en el cirio recién bendecido las velas de los fieles y las lámparas de la iglesia.

Hay que vivir estas cosas con alma de niño, sencilla pero vibrante, para estar en condiciones de entrar en la mentalidad de la Iglesia en este momento de júbilo. El mundo conoce demasiado bien las tinieblas que envuelven a su tierra en infortunio y congoja. Pero en esa hora, puede decirse que su desdicha ha atraído la misericordia, y que el Señor quiere invadirlo todo con oleadas de su luz. Los profetas habían prometido ya la luz: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande", escribirá Isaías (Is 9, 1; 42, 7; 49, 9). Pero la luz que amanecerá sobre la nueva Jerusalén (Is 60, 1 ss.) será el mismo Dios vivo, que iluminará a los suyos (Is 60, 19) y su Siervo será la luz de las naciones (Is 42, 6; 49, 6). San Pablo termina su discurso ante el rey Agripa diciendo cómo Moisés y los profetas habían anunciado "que el Cristo había de padecer y que después de resucitar el primero de entre los muertos, anunciaría la luz al pueblo y a los gentiles" (Hch 26, 23). El propio Jesús hace saber lo que quieren decir sus milagros y, especialmente después de curar al ciego, exclama: "Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo" (Jn 9,5). San Juan, en el prólogo de su evangelio, vio a Cristo como "la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo" (Jn l, 9). Es emocionante comparar esta hora que vive la Iglesia al presente, con la que vivió con su Cristo cuando Judas salió del cenáculo después de la Cena: "Era de noche", apunta san Juan (Jn 13, 30), y Cristo había dicho en su prendimiento: "Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas (Lc 22, 53). Ahora la Iglesia contempla la luz: "El es la luz", escribe san Juan, y "en él no hay tiniebla alguna" (1 Jn 1, 5).

El catecúmeno que participa en esta celebración de la luz sabe por experiencia propia que desde su nacimiento pertenece a las tinieblas; pero sabe también que Dios "le llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa" (l Pe 2, 9). Dentro de unos momentos, en la pila bautismal, como escribe san Pablo a los Efesios, "Cristo será su luz" (Ef 5, 14) Se va a convertir de tiniebla que es, en "luz en el Señor" (Ef 5, 8). Arrancado de las tinieblas e incorporado a la Iglesia, será transferido al Reino del Hijo y compartirá la herencia de los santos en la luz (Col l, 12).

Ahora les resta a todos los fieles que están presentes y cara a cara con la luz, elegirla de nuevo o rechazarla. Ninguna celebración litúrgica por pastoral, emotiva y significativa que pueda ser forzará a los fieles, y, ante Cristo resucitado, existe siempre la división entre "los hijos de este mundo" y "los hijos de la luz" (Lc 16, 8). La cuestión es siempre creer concretamente en la luz para ser hijos de la luz (Jn 12, 36). Mediante la lucha caminan los fieles hacia la Jerusalén celestial. En el Apocalipsis señala san Juan que Jerusalén puede pasarse sin el resplandor del sol y de la luna, porque la ilumina la gloria de Dios y la lámpara del Cordero (Apoc 21, 23). El diácono se acerca ahora al celebrante para pedirle su bendición antes de proclamar el pregón pascual. Después inciensa el libro en que está escrito el texto del Exultet, y a continuación inciensa el cirio pascual alrededor. Seguidamente entona el pregón pascual denominado clásicamente "Laus cerei".

La palabra "Exultet" con que empieza el el pregón y que en realidad afecta sólo al prólogo, ha dado nombre a la pieza entera, que también es llamada "praeconium paschale", proclama, pregón. Primero anuncia el diácono a todos la alegría de la Pascua, alegría del cielo, de la tierra, de la Iglesia, de la asamblea de los cristianos. Esta alegría procede de la victoria de Cristo sobre las tinieblas.

Tras esta primera parte, que lo mismo que su continuación era a menudo improvisada sobre el tema de la resurrección, el diácono entona la gran Acción de gracias. Su tema es la historia de la salvación resumida por el poema: recuerda la redención que redimió el pecado de Adán, rememorando luego las figuras de esta redención: el Cordero pascual, el Mar Rojo, la columna de fuego. En esta noche se da la salvación y Cristo alcanza su victoria. Entonces el diácono expresa, en términos aún más poéticos, lo que acaba de cantar y ensalza la venturosa noche en que se rompen las cadenas de la muerte, noche de la condescendencia de Dios para con nosotros, noche de la inestimable ternura de su amor, pues para rescatar al esclavo entregó a su propio Hijo; canta el diácono a la "feliz culpa", feliz por haber tenido tan augusto redentor. Después canta el diácono al cirio mismo que la Iglesia toda ofrece. Que este cirio arda sin apagarse, y que el lucero matutino (que es Cristo) que no conoce ocaso, al salir del sepulcro lo encuentre ardiendo todavía.

Una tercera parte consiste en una oración por la paz, por la Iglesia en sus jefes y en sus fieles, por los que gobiernan los pueblos, para que todos lleguen a la patria del cielo. Esta bellísima pieza lírica -cuyo autor quizá pudiera ser san Ambrosio de Milán-, aunque al comienzo de su canto arrebate a menudo a los fieles sorprendidos además por la impresión de la noche iluminada por el fulgor vacilante de las velas, en nuestra época apenas puede ya impresionarles con su doctrina. No sólo la lengua latina (como sucedía antes) sino también la profusión de figuras, la excesiva condensación de los temas y un lirismo desfasado respecto a nuestra actual manera de reaccionar convierten esta pieza valiente, que requiere una sólida voz en el diácono, en un lapso un tanto prolongado en el que los fieles, después del clarinazo del Lumen Christi, se quedan un poco como con hambre y corren peligro de cansarse, cuando se está sólo en los primerísimos comienzos de la celebración del misterio pascual.

Con sentimiento por tratarse de tal obra maestra, hay que decir que una futura reforma debería acortar su longitud y encontrar unos términos más de acuerdo con la mentalidad actual. Aquí es donde hace falta encontrar pastores autorizados y armados de valor para sacrificar algo que está teológicamente construido y artísticamente compuesto, en favor de una adaptación que podrá resultar tanto más hermosa cuanto que dé a un nuevo canto en la lengua usual un valor pastoral real. Nada puede ser verdaderamente hermoso si no es funcional; este principio es tan cierto en liturgia como en arquitectura. No hay que vivir ni del pasado ni del porvenir, sino del presente.

Pág. 119-124)
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-La cumbre de la Vigilia: la Eucaristía, Pascua de la Iglesia

Hay que tener precaución: quizá por un exceso de atención a la bendición del fuego, al canto del Pregón, a la bendición del agua y a la celebración del bautismo y de la confirmación, podríamos celebrar esta eucaristía como la de un día corriente. Ahora bien, esta eucaristía constituye la cumbre de la celebración de la Vigilia. De ella reciben su dinamismo el bautismo y la confirmación, y a ella conducen ambos. Es la eucaristía más solemne de todo el año, incluso más que la del jueves santo.

La eucaristía es la verdadera Pascua de la Iglesia. Ella realiza el continuo pasar a la vida definitiva, es actualización del misterio de la Pascua, purificación del hombre. De ella depende la remisión de los pecados en el bautismo. Por eso, si en la mentalidad de la Iglesia de los primeros siglos se advierte la exigencia de una purificación antes de participar en la eucaristía, se considera al mismo tiempo que ésta purifica de sus culpas a los penitentes sinceramente arrepentidos.

Así pues, la Iglesia se edifica y se consolida constantemente por medio de la repetición de la Cena pascual confrontada con el sacrificio único de la Cruz y ofreciéndolo al Padre con el Hijo.

EU/RS: Al mismo tiempo, la eucaristía está íntimamente unida a la resurrección del Señor. Pues sin la resurrección de Cristo, ¿qué podría significar la eucaristía, vaciada así de todo contenido? La eucaristía supone la resurrección y se la comunica a los hombres; lo mismo que dice Jesús "Yo soy la resurrección y la vida", dice también "Yo soy el Pan de vida". Sin la resurrección, la eucaristía sería una mera comida de fraternidad, carente de toda actividad que comunicara la vida de Dios, y no sería creadora. Porque todavía hay otro aspecto en el que debemos pensar: Cristo en la eucaristía, por haber resucitado, domina verdaderamente el mundo, supera nuestra muerte en su resurrección y el mundo va siendo así transfigurado lentamente por la eucaristía que le comunica la incorruptibilidad.

Así pues, celebrar la eucaristía es, y muy especialmente en esta Noche de la resurrección de Cristo, la cumbre absoluta de la actividad de la Iglesia, el acto clave en la celebración de la Vigilia pascual.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 151
Con María... esperamos la resurrección



“Sacó a los poderosos de sus tronos y puso en su lugar a los humildes” Lc 1,52

María, en su canto del Magnificat, pone de manifiesto que los pobres tienen muchos motivos para alegrarse porque Dios glorifica a los pobres y abaja a los orgullosos. María, al hacerse sierva, expresó la confianza más absoluta en el Dios redentor. En ella vemos al pobre que viene exaltado. En su “he aquí la esclava del Señor”, María da un consentimiento total al proyecto de Dios y se hace disponible para la misión que Dios le encomienda. Por eso la llamarán bienaventurada, “por eso todos los hombres dirán que soy feliz” (Lc 1,48)

En el Magnificat el Evangelista Lucas interpreta los hechos anteriores a la Pascua con la luz que brota de ella: la luz es la RESURRECCION de Jesús. Jesús, que asumiendo el papel de siervo, puso su total confianza en el Padre y asumió la misión de Salvador en la Cruz. Por eso fue exaltado, por eso fue resucitado por el Padre, porque “siendo de condición divina, no reivindicó, en los hechos, la igualdad con Dios, sino que se despojó, tomando la condición de servidor, y llegó a ser semejante a los hombres. Más aún: al verlo, se comprobó que era hombre. Se humilló y se hizo obediente hasta la muerte y muerte en una cruz. Por eso Dios lo engrandeció” (Fil. 2,6-9).

El “sí” de María es anterior al “sí” de Jesús, es decir, el cumplimiento de su misión de madre posibilita la misión del Hijo. Por eso ella es glorificada como el Hijo y, nosotros sus hijos, los que andamos dispersos, los marginados y víctimas de toda clase de opresión (la injusticia, el pecado la enfermedad) tenemos la posibilidad de subir, de ser glorificados como la Madre y el Hijo, si, como ellos, asumimos el papel de siervos, damos nuestro consentimiento al proyecto de fraternidad y de justicia que Dios nos propone y nos hacemos disponibles para esa misión de ser luz en medio de las tinieblas.

Celebramos la Pascua: el paso de la muerte a la vida, el triunfo del SIERVO y de la SIERVA, la esperanza de los pobres, de los que son capaces de confiar completamente en la bondad de Dios y hacerse disponibles para la misión que de ser luz, testigos de la fraternidad y promotores de la justicia.
Vigilia Pascual

UNA NOCHE PARA PROCLAMAR LA VIDA


La hermosa celebración de la noche pascual de los cristianos es
una fiesta que tiene una historia venerable.
En realidad, el mandamiento de Jesús que ponemos en relación
con la celebración eucarística (Haced esto en conmemoración mía),
tenía que ver también con la celebración anual, sobre todo si se
reconoce como contexto de la cena eucarística, la celebración
pascual judía, que era una celebración anual. Además de esto, se
puede tener en cuenta una motivación humana, generalizada
culturalmente: en todos los ambientes humanos se ha hecho
memoria anualmente de la muerte de los seres queridos. Imposible
pensar que los seguidores de Jesús hubieran pasado por alto el
memorial anual de la muerte del Maestro, seguramente desde el
mismo año que siguió a dicha muerte.
Con todo, los testimonios explícitos que tenemos acerca de la
celebración anual de una vigilia pascual se remontan propiamente al
siglo II. Uno de ellos es un verdadero tesoro: se trata de la Homilía
pascual de Melitón de Sardes, un Obispo del s. II, de la que se
desprende la importancia de esta experiencia espiritual y
sacramental de la Iglesia. En la noche de la Pascua cristiana se
recordaba la pasión y la muerte de Jesús, las que eran
comprendidas a la luz de las Escrituras del Antiguo Testamento, en
particular, a la luz del éxodo y de la tipología pascual. Era ésta la
oportunidad más apropiada para celebrar, además, la iniciación de
los nuevos miembros de la comunidad. Con ella culminaba la gran
fiesta. No se puede olvidar que no se celebraba más que una vigilia.


Estructura actual de la celebración
Nuestra celebración actual de la vigilia pascual comprende los
siguientes momentos:

1. La bendición del fuego nuevo y la proclamación de la luz
pascual
Durante todo el año nos acompaña en nuestros templos un
precioso símbolo, memorial de la celebración pascual: un cirio
bellamente decorado. Del fuego, bendecido en este día, se toma
una llama para encenderlo. Llevado en procesión por en medio de
las tinieblas de la noche, el cirio va disipando la oscuridad. Es la
imagen misma de Jesucristo, el SEÑOR RESUCITADO, que estará
todo el año en medio de nosotros.
Un canto triunfal de alegría y de acción de gracias, que llamamos
Pregón pascual, (Exultet), lleva a su culminación la liturgia de la luz.
Originalmente este canto era confiado a la libre creatividad del
cantor. A partir del s. V terminó por imponerse un texto en la Iglesia
latina, por la profundidad de su pensamiento, por la expresividad de
su lirismo, por la armonía de su estilo. Atribuido originalmente a San
Agustín y posteriormente a San Ambrosio, en realidad se trata de un
himno compuesto, en su forma actual, en una época tardía en las
Galias. En la edad media se copiaba este texto y su melodía en
hermosos pergaminos, preciosamente decorados.
Comentario para explicar la Liturgia de la luz: La luz nueva brilla
en medio de las tinieblas. Un cirio pascual hermosamente decorado
se convierte, desde esta noche, en el simbolismo de la presencia en
medio de nosotros del Resucitado. La Iglesia canta la alegría que
irradia de la luz de este cirio por medio de un hermoso poema sobre
Jesucristo, la luz que brilla en medio de las tinieblas de la
humanidad.

2. La Liturgia de la Palabra
Para recordar toda la historia de la salvación y volverla a convertir
cada año en nuestra propia historia, la liturgia de la vigilia pascual
nos ofrece la posibilidad de leer algunos textos selectos de la
Sagrada Escritura, en particular los siguientes: el relato de la
creación (Gn 1,1-2,2a); el relato de la salvación de Isaac (Gn
22,1-19); el relato de la salvación del éxodo (Ex 14,15-15,1) y algún
texto profético sobre la nueva creación (Is 54,5-14 u otro). Deben
leerse, por lo menos tres lecturas del Antiguo Testamento y no
puede omitirse la del Éxodo.
Cuando se tienen en cuenta textos judíos que desempeñaban la
misma función, por ejemplo el Targum de Ex 12,42 (El Poema de las
cuatro noches), se comprende la significación admirable que tiene
entre los cristianos esta lectura y meditación de la palabra de Dios,
que es acompañada con la recitación de salmos y con la oración del
sacerdote.

Comentarios antes de las lecturas
Primera lectura, Gen 1,1-31-2,1-2: Un Dios salvador ha estado
siempre presente en el universo y en la historia. Todo lo que existe,
desde el principio, tiene que ver con el Dios Salvador. Toda la
creación y toda la humanidad con su historia, son nuestro mundo de
salvación.
Segunda lectura, Gen 22,1-18: Nuestro Dios es el Dios de la vida.
El no quiere la muerte, ni siquiera como homenaje y como sacrificio
en su honor. Es lo que nos muestra el relato del sacrificio de Isaac,
cuando Dios impidió que un ser humano fuera sacrificado para
reconocer su derecho a toda vida. El Dios de la vida nos pide a
nosotros también ser personas que aman toda la vida, aún la que
parece menos valiosa.
Tercera lectura: Ex 14,15-15,1: Nuestro Dios Salvador es el
mismo Dios del pueblo judío. Yahveh, el Dios de la libertad. Él se
manifestó a unos esclavos en el hecho mismo de la liberación de la
esclavitud, en el éxodo. Él siempre será el Dios de la libertad y como
tal será reconocido por todas las generaciones. Dondequiera que
se haga posible la libertad verdadera, allí se podrá experimentar a
Dios.
Cuarta lectura, Is 54,5-14: El Señor ha prometido una alianza con
el pueblo y la cumple. Aunque el pueblo lo haya dejado de lado. El
profeta recuerda al pueblo que, a pesar de las infidelidades, las
aguas del diluvio no volverán a cubrir la tierra.
Quinta lectura: Is 55,1-11: La palabra del Señor es siempre eficaz.
Aunque los caminos del Señor no sean siempre los nuestros, quien
busca al Señor está seguro, porque sus palabras han sido de
misericordia y perdón. Un motivo de alegría para este pueblo, el
nuevo Israel, que puede acudir a la fuente de la Palabra para saciar
la sed que la sociedad de consumo no ha podido saciar.
Sexta lectura, Baruc 3,9-15.32-4,4: El destierro fue una
experiencia providencial para el pueblo de Dios. Allá comenzó, en
medio del sufrimiento, a gestarse un nuevo pueblo, lleno de ideales,
fiel a su Dios. Nunca ha dejado de tener el sufrimiento un sentido
redentor. También nuestro mundo, lleno de angustias y
sufrimientos, puede surgir de sus ruinas y llegar a ser un mundo
mejor.
Séptima lectura, Ezequiel 36,16-17a.18-28: El Señor prometió al
pueblo de Israel cambiarle el corazón de piedra por un corazón de
carne, abierto a su Palabra, capaz de reconocer a su Dios, abierto a
sus mandamientos. Es el momento de pedirle al Señor la conversión
de nuestros corazones endurecidos por la violencia, la injusticia, el
desorden, para que seamos un pueblo justo que busque siempre la
paz.

En el momento de la gran proclamación, estalla la alegría de la
comunidad con la entonación del "himno de los ángeles", himno de
acción de gracias, con el que se terminaba en otro tiempo la vigilia
de todas las solemnidades:
GLORIA A DIOS EN EL CIELO, Y PAZ EN LA TIERRA A LOS
HOMBRES, A QUIENES DIOS AMA!
Las campanas, mudas desde hacía tres días, hacen retumbar el
templo con su alegría; resuena la música y se entonan los cantos de
la comunidad:
JESÚS, EL MESÍAS CRUCIFICADO, ¡ HA RESUCITADO !
¡ VIVE GLORIFICADO PARA SIEMPRE !

La lectura de San Pablo (Rom 6,3-11) y la del Evangelio (Lc
24,1-12 en el ciclo C) completan la maravillosa experiencia del
memorial pascual, que había empezado a ser celebrado desde el
Viernes Santo, con la lectura de la Sagrada Escritura.

Comentario a Rom 6,3-11:
Morir y resucitar con Cristo: esa es la historia que debemos vivir
todos los días de nuestra vida los cristianos, los seguidores de
Cristo. San Pablo nos lo dice en un texto que nos encontramos en la
epístola a los romanos.
Comentario a Lc 24,1-12: Jesús vive. Él, que ha muerto, que ha
sido crucificado, no pertenece al reino de los muertos sino al mundo
de la vida. La tumba está abierta. Las mujeres, María Magdalena
acompañada de Juana y María la de Santiago, lo han comprobado y
se lo comunicaron a los apóstoles. Pedro pudo comprobar que la
tumba estaba vacía.

3. La liturgia bautismal
Qué mejor ocasión para ser incorporados a Cristo y para hacer
memoria de nuestra incorporación a él, que la vigilia pascual? La
Vigilia Pascual es también celebración bautismal: celebramos los
bautismos, renovamos las promesas bautismales.
En este momento tenemos que tener en la mente la mejor
explicación del bautismo, que se pueda dar, la que nos ofrece el
apóstol Pablo en la epístola a los romanos que se ha leído en la
liturgia de la vigilia. San Pablo nos enseña que ser bautizados
significa pasar con Cristo de la muerte a la vida y señala las
consecuencias éticas de esta conformación con el destino histórico
de Cristo: si hemos muerto con Cristo, ya no debemos pecar más,
porque hemos entrado en una nueva vida.

4. La liturgia eucarística
Con los sentimientos de alegría que nos embargan, compartimos
la Eucaristía, por medio de la cual realizamos el mandamiento que
recibimos del Señor de hacer memoria de él: Haced esto para
recordarme.
El recuerdo que ahora hacemos de Jesús, el Señor, no consiste
en la pura evocación de una historia perdida en el pasado.
Recordar ahora significa para nosotros hacer la experiencia de la
vida nueva: Jesús, el que ha muerto, vive para siempre. Jesús, el
resucitado, está vivo desde Dios, el Padre, en medio de nosotros.
Cada vez que compartimos este pan y esta copa como hermanos,
comienza de nuevo para nosotros la vida que El vive y quiere
regalarnos para siempre a todos.
En el hemisferio norte, al que pertenece el escenario de la vida
histórica de Jesús, la primavera llega ahora a su plenitud: estamos
en lo que se llama el equinoccio de la primavera. La celebración de
la resurrección de Jesús tiene por eso sabor a primavera; a agua
fresca; a retoños que revientan por todas partes en las plantas; y
olor a flores de todos los colores. La naturaleza nos quiere regalar
también ella la impresión de un mundo en el que comienza a
germinar la vida nueva. La celebración de la resurrección de Jesús
tiene lugar también en el día de la luna llena: es la fiesta de la luz.
Con los cristianos de todos los tiempos queremos ver amanecer
en esta fecha un mundo nuevo, que podrá hacerse realidad, si
nosotros asumimos el proyecto de Jesús de Nazaret, que es el
evangelio. Dios es capaz de hacer surgir la vida nueva aún desde la
muerte. Tenemos muchas ilusiones. Por eso hablamos de una
nueva evangelización, en un tiempo de esperanza.
Proclamemos, pues, llenos de alegría, con el corazón repleto de
esperanza, que Jesús, el vencedor de la muerte, nos invita también
a nosotros a pasar de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la
luz, de la muerte a la vida, como cantaban siempre los israelitas, al
celebrar la Pascua.

Sugerencias para la homilía
CON EL EVANGELIO DEL RESUCITADO TENEMOS QUE
EDIFICAR UN MUNDO NUEVO
La historia de Jesús no terminó con la crucifixión como lo
esperaba el Sanedrín. Desde Pascua los discípulos vivieron de la
convicción de la vida de Jesús, su Señor y Salvador, que los envió a
todos los pueblos con el mensaje salvador de su resurrección. A
causa de esta convicción, los apóstoles del Señor sufrieron
persecuciones y hasta la muerte. Y hasta hoy sigue siendo
anunciado el mensaje pascual a todos los pueblos.
Los discípulos anunciaban a Jesucristo como Señor resucitado.
Jesús se les reveló como alguien viviente, glorificado. Así pudieron
entender la realidad de la tumba vacía y pudieron también recibir
del resucitado su misión y la fuerza para cumplirla.
El mensaje pascual es obra de Dios, así como la comunidad que
se originó en la fe pascual, la Iglesia de los Apóstoles. Por esta
razón pudo continuar hasta hoy y podrá continuar hacia el futuro la
obra de Jesús, a pesar de la crisis de los discípulos, cuando la
pasión y la muerte del Maestro. El les había prometido permanecer
en medio de ellos todos los días, hasta la consumación del mundo
(Mt 28,20).

La experiencia pascual de los discípulos
Todo el Nuevo Testamento, en todos sus escritos, proclama el
mensaje pascual o lo presupone. Sin embargo, no es posible
presentar toda la secuencia de los acontecimientos desde la
crucifixión del Señor hasta el primer anuncio público de su
resurrección, como se presenta una historia cualquiera. En su
descripción, los evangelios siguen las tradiciones de las
comunidades en las cuales vivían los autores y para las que
escribían. Estas tradiciones ponen el énfasis en diversos puntos.
Así, por ejemplo, Lucas habla de experiencias pascuales de los
discípulos en Jerusalén; Mateo, por su parte, de la aparición del
resucitado en Galilea, en una montaña; Juan, de apariciones en
Jerusalén y en Galilea.
Todos los cuatro evangelios están de acuerdo en lo referente al
hallazgo, en la mañana de Pascua, de la tumba abierta, así como en
lo referente a las apariciones a María Magdalena y a las mujeres, y
en lo referente a las apariciones decisivas a los discípulos. Todos
resaltan el hecho de que los discípulos aceptaron con dificultad esta
realidad de la resurrección. Lo de la tumba sólo lo comprendieron
después del encuentro con el Cristo Resucitado.
Tampoco fue uniforme lo que aconteció interiormente en cada
uno de los discípulos después de la muerte de Jesús. El evangelista
Lucas nos describe los sentimientos, los pensamientos y las
experiencias que ellos tenían hasta cuando comprendieron que el
Señor vivía y los enviaba en misión: es lo que se puede comprobar
en la hermosa historia de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35).
Lucas les quería decir a los cristianos, que habrían de leer su
evangelio, que el Señor haría con ellos lo mismo que había hecho
con los discípulos de Emaús: se les juntó por el camino, les ayudó a
comprender las escrituras y se les dio a conocer en la fracción del
pan. Al mismo tiempo los envió a vivir su evangelio y a seguir
anunciándolo.

La confesión fundamental de Pascua
El apóstol Pablo nos conservó en su primera carta a los Corintios
la confesión pascual más antigua de la Iglesia. El la proclama para
los cristianos de Corinto, con el fin de exhortarlos a permanecer
fieles a esta fe. Les advierte que él mismo ha sido destinatario de
esta tradición, cuando, pocos años después de la fundación de la
comunidad primitiva en Jerusalén, se convirtió a la fe cristiana y fue
bautizado en Damasco (1 Cor 15,1-8).
Los testigos mencionados son: Cefas, es decir, Simón Pedro el
primero de los apóstoles; el círculo de los doce llamados por Jesús
(Judas había sido reemplazado por Matías según Hech 1,15-26); los
quinientos hermanos que vivían casi todos y que eran gentes de
Galilea; Santiago, el conductor posterior de la comunidad de
Jerusalén; todos los apóstoles, es decir los primeros mensajeros de
la fe de la antigua Iglesia (un círculo más amplio de personas que el
de los doce, a quienes se les designa por lo general como
"apóstoles").
Esta lista muestra que los evangelistas no habían escrito durante
mucho tiempo todo lo que se había transmitido en la Iglesia antigua
sobre Pascua. En ninguna parte se nos cuentan más detalles en el
Nuevo Testamento sobre estas apariciones a Pedro y a Santiago.
La aparición a los quinientos hermanos la consideran algunos como
la misma de la que habla Mateo al final de su Evangelio. La
aparición a Pablo es narrada varias veces en los Hechos de los
Apóstoles.
Pero los evangelistas también narraron apariciones pascuales,
que no están mencionadas en el testimonio de Pablo. La intención
que tenían era la de ilustrar a los lectores acerca de puntos
importantes de la fe pascual. Así, Lucas narra (24,36-43) que los
discípulos pudieron tocar al Señor resucitado y que él comió ante
sus ojos un pedazo de pez asado. Con esto el evangelista no quería
decir que el resucitado necesitara alimento terreno alguno, sino que
su resurrección es realidad y que los discípulos se habían podido
convencer de dicha realidad. Juan insiste en la necesidad de la fe,
en una conocida narración acerca de Tomás, quien solo quería
creer en la Resurrección después de ver y tocar al Resucitado (Jn
20,24-29): ¿Porque me has visto has creído? Felices los que aún
sin ver creen".

Jesucristo es el Señor
La Sagrada Escritura dice que Dios, el Padre, resucitó a su Hijo.
Con ello quiere subrayar que Jesús fue enviado por Dios su Padre y
que el Padre no dejó que su Hijo permaneciera en la muerte. Dios
lleva a plenitud su historia de salvación por la resurrección de su
Hijo.
Pero la Sagrada Escritura también dice que Jesús resucitó al
tercer día. Con ello quiere subrayar que Jesús tenía virtud divina;
que tenía la potestad de entregar su vida, pero también la tenía
para recuperarla. Jesús demuestra su gloria divina de manera
maravillosa en su resurrección.
EL CANTO DE MOISÉS Y LA VIGILIA PASCUAL

J.DANIELOU

"Dichoso aquel que comprende el significado de los cantos escribe Orígenes, puesto que nadie canta si no está en fiesta; pero dichoso aún más quien canta el canto de los cantos. Antes es preciso salir de Egipto para poder entonar el primero de los cantos: Cantad a Yavé, que se ha mostrado de modo glorioso"1. Podría pensarse que la idea de agrupar los cantos del Antiguo Testamento en una especie de escala progresiva que marca a un mismo tiempo las etapas de liberación de la humanidad y el rescate del alma sea una invención genial, pero caprichosa, del gran alegorista alejandrino. Pero la razón de haberle aducido es el testimonio que él mismo nos da de un uso litúrgico anterior a él.

El canto del Éxodo formaba parte, sin duda alguna, de la pascua judía. De ella pasó a la liturgia de la primitiva Iglesia. Zenón de Verona nos lo asegura ya en el siglo IV. Baumstark piensa que formaba parte, junto con el cántico de los tres jóvenes, del núcleo primitivo de la vigilia pascual. Por eso la Iglesia, con un instinto seguro, en la reciente reforma litúrgica del oficio de la vigilia pascual lo ha mantenido, justificando el que, a imitación de Orígenes, busquemos en el cántico de Moisés la expresión de la alegría del pueblo de Dios ante el misterio pascual de la salvación de las naciones.

*****

«Antes es preciso salir de Egipto...» El primer cántico es el del éxodo. El Antiguo Testamento nos muestra el bosquejo de las grandes obras de Dios, el Nuevo nos anuncia su cumplimiento, la Iglesia nos presenta su resonancia actual. El Éxodo es una de las obras más importantes realizadas por Dios. Es propiamente un misterio de liberación. No es sino un aspecto de la pascua, pues la pascua encierra en sí misma todo el misterio cristiano: es creación y liberación, expiación y purificación. El canto del éxodo no exalta más que un aspecto particular: el de la liberación del pueblo de Dios, cautivo de las fuerzas del mal. Este misterio del Dios libertador reaparece en todos los niveles de la historia de la salvación, como un sonido que se prolonga en ecos cada vez más profundos. A orillas del mar Rojo es liberación de Israel perseguido por el ejército del faraón; a orillas de las aguas profundas de la muerte es liberación de Cristo cautivo del príncipe de este mundo; a orillas de las aguas del bautismo es liberación del pagano, cautivo de los poderes de la idolatría, misterio misional, entrada en la Iglesia, edificación del cuerpo místico; a orillas del mar de cristal mezclado de fuego, que nos describe el Apocalipsis, es liberación escatológica de los cautivos de la bestia: la muerte. Y siempre, tras la otra orilla, tras haber escapado milagrosamente de la persecución del enemigo, el pueblo de los rescatados entona el cántico triunfal.

El pueblo de Israel, guiado por la columna de nube, huía de la tiranía egipcia. El faraón y sus carros de combate salen en su persecución. El pueblo llegó al mar. El camino estaba cortado. Se encontraban abocados o a un total aniquilamiento o a una nueva servidumbre. Situación trágica de un ejército acorralado junto al mar hasta el punto de ser destruido o capturado. Es menester subrayar fuertemente este carácter desesperado de la situación, ya que ello da todo el sentido al episodio. En efecto, precisamente en el momento crítico en que se encontraban con imposibilidad absoluta de poder salvarse por sí solos es cuando el poder de Dios realiza lo que para el hombre era imposible:

«Moisés extendió su mano sobre el mar e hizo soplar Yavé sobre el mar toda la noche un fortísimo viento solano. Los hijos de Israel entraron por el medio del mar y las aguas formaban una muralla a derecha e izquierda. Los egipcios los seguían y entraron detrás en medio del mar. Moisés extendió ahora su mano, y las aguas, reuniéndose, cubrieron los carros, los caballeros y toda la armada del faraón, de tal forma que no escapó ni uno solo» (Ex 14, 21-28).

Esta acción de Dios librando a su pueblo de una situación desesperada será a través de los siglos el mayor recuerdo de la historia de Israel:

«¿No eres tú quien secaste el mar, las aguas del profundo abismo, y tornaste las profundidades del mar en camino para que pasasen los redimidos?» (Is 51,10).

Después, al contemplar al alba, tras la noche trágica y prodigiosa, los cadáveres de los egipcios llevados por las olas a la orilla, Moisés y los israelitas improvisaron el canto del éxodo:

«Cantaré a Yavé, que se ha mostrado sobre modo glorioso. El arrojó al mar al caballo y al caballero. Yavé es mi fortaleza y el objeto de mi canto. Él ha sido mi salvador...»

María, la profetisa, hermana de Aarón, toma en sus manos un tamborín y todas las mujeres la siguen tocando y danzando. María respondía a los hijos de Israel

«Cantad a Yavé, que se ha mostrado sobre modo glorioso. Él arrojó al mar al caballo y al caballero...»

A orillas del mar Rojo se formó la primera liturgia pascual. Dom Winzem ha podido escribir que «en esta hora nació el oficio divino». Ciertamente se trata de una verdadera liturgia. El coro de las mujeres, repitiendo el estribillo, alterna con el de los hombres, que canta las estrofas. Nosotros lo cantamos todavía en la vigilia pascual, y resonará en adelante, a través de toda la historia de la salvación, en todas las pascuas. Hay algo de extraordinario en esta continuidad, y la liturgia aparece aquí como maestra de doctrina. Nos muestra la fidelidad de Dios que salva a su pueblo.

Si la travesía del mar Rojo es una obra admirable de Dios, el Antiguo Testamento nos muestra que Dios realizará en el futuro una obra de liberación mucho más admirable todavía. El mensaje específico del Antiguo Testamento consiste en anunciarnos este suceso. Es esencialmente profecía. Recoge los acontecimientos pasados únicamente para fundamentar nuestra esperanza en los acontecimientos futuros, y no para que nos desesperemos en la nostalgia de un pasado perdido irremediablemente o imposible de revivir más que por un mero volver hacia atrás. He aquí una diferencia fundamental entre el libro santo de los judíos y los de las religiones naturales. Éstos tienen como objeto siempre el mito original, que subsiste en un tiempo arquetipo y en el que el hombre, arrastrado por la ola del tiempo profano, se esfuerza por participar, en virtud de esos mismos ritos que renuevan las fuerzas de la vida, en las fuentes mismas de la creación primera.

Pascua ha sido el aniversario de la travesía del mar Rojo: era una primera liberación y una gran obra de Dios; pero la liberación nueva que había de realizarse al fin de los tiempos es tanto más gloriosa cuanto que pascua no será en adelante para nosotros sino el memorial de la resurrección de Cristo. En cierto sentido podemos decir que pensamos más en la antigua alianza. Cuando el sol domina el horizonte, escribía san Basilio, no hay necesidad de lámparas. Con todo, siempre es bueno volver sobre esos esbozos de la ley antigua ya que nos ayudan a comprender mejor el sentido de unas acciones mucho más admirables, las de la ley nueva. Además, por el contraste que nos ofrecen entre sí, nos permiten captar mejor su grandeza.

Por eso, he aquí lo que en el corazón mismo del Antiguo Testamento anunciaba Isaías, profeta del nuevo éxodo:

«Así habla Yavé que abre un camino en las nubes, un sendero en las aguas poderosas. No os acordéis más. de los acontecimientos pasados y no consideréis ya más las cosas de otro tiempo: he aquí que voy a hacer una maravilla nueva» (Is 43, 16-19).

Es cierto que la travesía del mar Rojo fue una maravilla, pero la maravilla nueva que Dios va a realizar es tal que ya aquélla no se recordará más. En seguida Isaías nos muestra la nueva creación oscureciendo el resplandor de los primeros cielos, de la primera tierra. En estos mismos términos nos dice lo mismo el nuevo éxodo.

Esta liberación nueva y definitiva, se realizó en la resurrección de Cristo, llevada a cabo en la misma noche en que Dios libró a su pueblo del poder de los egipcios. El mensaje del Nuevo Testamento no es precisamente enseñarnos y mostrarnos una liberación más extraordinaria que la del éxodo. El Antiguo Testamento sería ya suficiente para eso. El auténtico mensaje del Nuevo Testamento consiste en hacernos saber que esta liberación se ha cumplido ya. Una sola palabra resume el Nuevo Testamento: «hodie». «Hoy estarás conmigo en el paraíso.» El objeto que persiguen los evangelistas es precisamente el mostrarnos que el futuro escatológico, la liberación futura anunciada por el profeta se ha cumplido ya. Jalonan la vida de Cristo los símbolos del éxodo: la serpiente de bronce, la roca de aguas vivas, el maná celestial, la columna luminosa.

Esta liberación, sin embargo, es de mayor envergadura que la del éxodo. Entonces se trataba solamente del pueblo judío cautivo de los paganos; aquí se trata de la humanidad entera cautiva de las fuerzas del mal, de lo que llamamos el pecado original. De igual modo que el pueblo de Israel se encontraba en una situación desesperada, aquí es la humanidad toda la que se encuentra en esa misma situación. Lo más grave es que no puede salir de ese apuro por sí sola. No hay salvación del hombre por el hombre. El hombre es presa de la muerte, privado de la gracia de Dios en su alma, de la vida de Dios en su cuerpo. El mal no es un problema en el que el hombre haya tomado parte. Existe un misterio del mal, raíz venenosa de la que ese mal pulula sin cesar y a donde es incapaz de llegar la industria humana.

Uno solo ha sido el que ha llegado a la raíz de las cosas y curado el mal oculto en su origen: Aquel que en la noche del viernes santo bajó al reino de la muerte para destruir su poder y rescatar a cuantos ésta tenía bajo su dominio. Cuando Cristo muere sobre la cruz la tarde del viernes santo parece como si la noche cayera definitivamente sobre el mundo, como si toda esperanza fuera en adelante vana, como si la muerte hubiera tomado en su poder a su mayor enemigo. Pero Cristo descendió a la prisión de la muerte para romper los cerrojos de hierro, y en la mañana de pascua aparece vencedor, quebrado para siempre el poder de la muerte sobre Él y sobre la humanidad entera.

Este sentido tiene la eclosión de la alegría pascual:

«Cantad a Yavé, que se ha mostrado de modo glorioso. Arrojó al mar al caballo y al caballero.»

No es solamente el pueblo de Israel, perseguido por el faraón, el que canta su rescate a orillas del mar Rojo. Es la humanidad toda la que, librada de las profundas aguas de la muerte, alaba la obra poderosa realizada por el Verbo de Dios. El cántico del éxodo es aquí el cántico de los rescatados, de todos aquellos que estaban sumergidos en el abismo de la muerte y que, librados ya, contemplan las fuerzas del mal que les tenían cautivos, ahora vencidas e impotentes, y repiten las mismas palabras de Moisés para celebrar su rescate.

Si la salvación de la humanidad se realizó sustancialmente con la resurrección de Cristo, es preciso que sea aplicado a cada hombre en particular. Tal aplicación se da por medio del bautismo conferido a los paganos la noche de pascua. El misterio misional del éxodo es el que nosotros vivimos propiamente. En la historia de la salvación nos encontramos en el intervalo de tiempo que separa la ascensión de la parusía, que es el tiempo de la misión. Durante este período continúan en la Iglesia los milagros de salvación prefigurados en la travesía del mar Rojo, cumplidos en la resurrección. El bautismo se sitúa en la prolongación de estas actuaciones grandiosas de Dios. Es para nosotros el equivalente a los «mirabilia Dei» en ambos testamentos. Constituye un acontecimiento mucho mayor que el de los descubrimientos científicos, que el crecimiento o declive de los imperios.

Los ritos antiguos del bautismo expresaban esta continuidad con la pascua. Desde el comienzo de la preparación, primer domingo de cuaresma, el candidato al bautismo era señalado en la frente con la «sphragis» de Cristo, con el signo de la cruz, como las casas de los israelitas habían sido ungidas con la sangre del cordero. Con esto se significaba que por medio de la sangre de Cristo había sido salvado del castigo debido al pecado. Esto era la primera posesión del alma por Cristo. Venían después los cuarenta días de preparación, días que no llegamos a alcanzar su significado si no los referimos al Antiguo y al Nuevo Testamento. Durante cuarenta días Cristo había sido tentado por Satanás, y su fidelidad había sido la contrapartida de las infidelidades de Israel.

El tiempo de la cuarentena, la cuaresma, es el tiempo de tentación para el catecúmeno. Durante este período se desarrolla un gran combate en torno a él. Satanás y sus ángeles intentan retenerlo. Conviene tomar este acecho en todo su realismo. Un pagano no es sólo un extraño a la revelación de Cristo: está además bajo el poder positivo de las fuerzas del mal. Debe ser, por tanto, arrancado de esas fuerzas que le tienen cautivo. La conversión, en este sentido, es siempre un drama. La misión es un misterio. No se trata sólo de una presentación del mensaje adaptado a las diversas civilizaciones. Se trata de un conflicto llevado a cabo con las fuerzas del mal. Este conflicto se desarrolla en los misteriosos combates espirituales de toda santidad. Por la oración y la penitencia los demonios son arrojados. A quien desconoce esto se le escapa el sentido profundo de la misión. También tras la victoria de Cristo la humanidad permanece cautiva en aquellos miembros que todavía no le pertenecen. Cristo aplastó la cabeza de la serpiente, pero los círculos de sus anillos continúan turbando la faz de la tierra.

Ante el catecúmeno, presa a punto de escapar, Satanás hace un esfuerzo supremo. A un mismo tiempo Cristo, progresivamente, va tomando posesión de su persona. Es menester comprender el combate espiritual que tiene lugar ahora para realizar el sentido de los escrutinios bautismales. Se componen éstos de exorcismos por medio de los cuales el poder del demonio va quedando rebatido, el catecúmeno va quedando libre de la presión que aquél hacía sobre éste, van dosificándose las bendiciones que señalan que la gracia de Cristo va efectuando una consagración progresiva y revistiendo poco a poco su alma. Con todo, hasta el umbral de la noche de pascua, hasta el borde del agua bautismal, el demonio continúa atacando al alma.

En este preciso momento lo imposible se hace posible; el mar se abre; «el muro de lo imposible», de que habla Dostoiesvski, contra el que se choca irremediablemente, se desploma dejando una brecha por donde pasar. Así pues, el medio de escapar, el medio de salvación existe, pero se trata de un milagro en el sentido pleno de la palabra, es decir, de una acción poderosa de Dios que hace lo que era completamente imposible. El canto del éxodo es la exaltación de este milagro, de esta acción imprevisible por la cual, en un mundo perdido, Dios abre un hueco, presenta una salvación y propone así una posibilidad de redención.

De igual modo que el mar estaba abierto ante el pueblo israelita, igual que la muerte aparecía ante la mirada de Cristo, así el catecúmeno desciende al agua bautismal, atraviesa el mar y, dejando atrás al faraón y a su armada, al demonio y a sus ángeles, reaparece en la otra orilla. Se ha salvado. Palabra ésta que conviene tomar en su significado concreto y vulgar, como los náufragos escapados del mar que al fin se encuentran en la orilla. «La maldad obstinada del demonio, escribe san Cipriano, puede algo hasta el agua salvadora, pero pierde en el bautismo toda su acción nociva. Es lo que vemos en la figura del faraón que, rechazado, pero obstinado en su perfidia, ésta ha podido llevarle hasta las aguas. Todavía hoy, cuando por los exorcismos ha sido golpeado y burlado afirma una y otra vez que va a marcharse, pero nada hace a este respecto. Sin embargo, cuando se llega al agua bautismal, el diablo ha sido aniquilado, y el hombre ha sido consagrado a Dios, librado por la gracia divina» (Epis. 58, 15: CSEL 764).

A los padres de la Iglesia les gusta describir este momento dramático: el hombre atacado, sin ninguna esperanza humana, no esperando la salvación sino del poder de Dios, viendo una línea salvadora que se dibuja por entre medio de un mar infranqueable. Citemos a Orígenes: «Sábete que los egipcios te persiguen y pretenden volverte a poner bajo su servicio, quiero decir los dominadores del mundo y los espíritus malos a quienes tú has servido hasta hoy. Se esfuerzan por perseguirte, mas desciendes a las aguas, y eres salvado. Purificado de las manchas del pecado, te levantas hombre nuevo, dispuesto a cantar un cántico nuevo» (Hom. Ex. 5, 5: GCS 190). Este cántico nuevo es el del éxodo. Como Moisés a orillas del mar Rojo contemplando los cadáveres de los egipcios, como Jesús alcanzando la ribera de la resurrección tras haber atravesado las aguas amargas de la muerte, el catecúmeno, hombre nuevo, vestido de la túnica blanca de los resucitados, perteneciendo ya a la creación nueva, puede también él entonar el cántico de los rescatados:

«Cantad a Yavé, que se ha mostrado sobre modo glorioso; arrojó al mar al caballo y al caballero».

Era preciso decir todo esto para comprender la significación del canto del éxodo en la vigilia pascual. Es la expresión misma de la obra de liberación que se cumple aquí, de la liberación en nuestro propio interior, de las almas cautivas. Se trata de una acción actual de Dios, similar a la de la travesía del mar rojo y de la resurrección, y que es el rescate de los paganos, el misterio de la misión. La Iglesia acoge a las naciones. Como María, hermana de Moisés, respondía al coro de los hombres, a orillas del mar rojo, en la primera liturgia pascual, así Zenón de Verona nos muestra las iglesias cantando, en coro alternante con las naciones liberadas, el cántico de Moisés «María que golpea su tamborín es figura de la Iglesia que, cantando un himno con todas las Iglesias que ella ha engendrado, conduce al pueblo cristiano no hacia el desierto, sino hacia el cielo» (PL 40, 509).

¿Hemos de decir, sin embargo, que toda la salvación se ha cumplido? Cierto, las naciones bautizadas pertenecen ya a Cristo y en El han escapado a las garras del mal, pero éste circula alrededor de ellas buscando una fisura entre los libertados por donde poder alcanzarlos. Las olas de este mundo nos enrolan todavía entre sus círculos. Si sabemos que ya nada tenemos que temer a las profundas aguas de la muerte, al menos hemos de atravesarlas. La vida actual continúa siendo tiempo de la tentación. El enemigo, vencido, dispone todavía de un espacio de tiempo. Por eso, el éxodo, que es nuestro pasado, sigue siendo nuestro presente. En tanto que estamos en este mundo nuestra vida sigue siendo un perpetuo éxodo.

Un día, por fin, el último, atravesaremos el mar. Es el día en que el último enemigo, la muerte, será vencida. Después, al borde del mar de fuego, los vencedores de la bestia tomarán en sus manos no los tamborines de pellejos muertos, sino las arpas celestes, y cantarán eternamente el cántico de Moisés:

«Vi como un mar de vidrio mezclado de fuego, y a los vencedores de la bestia y de su imagen y del número de su nombre, que estaban en pie sobre el mar de vidrio y tenían las cítaras de Dios, y cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del cordero» (Apoc 15, 2-3). Así, desde las riberas del mar Rojo, a través de todas las etapas de la historia de la salvación, el canto de Moisés extenderá sus ecos de eternidad en eternidades.

Historia de la salvación y liturgia
Sígueme. Salamanca-1965. Págs. 115-127
1. Hom Cant. I : GCS 27.

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