domingo, 23 de enero de 2011

Si leemos atentamente a Isaías y Jeremías o cualquier profeta, veremos que es así y que su última y definitiva palabra es de perdón y de aliento por parte de Dios. Y en Jesús es mucho más claro este aspecto.

Quien habla en nombre de Dios o quien predica la palabra de Dios tiene que hacer lo mismo. Lo contrario es no haber entendido el sentido más profundo del mensaje de Dios, es adulterarlo predicándonos a nosotros mismos desde nuestras frustraciones y agresividades. Cosa muy a tener en cuenta.

La crítica, esa que llamamos crítica negativa, el señalar los defectos y el destruir es cosa fácil. Todos manejamos bien la piqueta, pero sería muy doloroso que malgastásemos nuestras mejores energías en esta labor negativa y estéril. Y esto, que es válido en todos los órdenes de la vida tiene una especial aplicación en nuestra tarea de predicar el Evangelio.

HOMILIA/PREDICACION: El sacerdote al predicar la palabra de Dios no puede quedarse únicamente en profeta denunciador de males e injusticias. Ha de procurar, ante todo, ser profeta de esperanza y salvación. Su palabra, si quiere ser palabra de Dios, ha de ser aliento y buena noticia. Nunca debemos olvidar esta perspectiva en nuestras homilía. Seamos profetas, y no de calamidades, sino constructores del Reino de Dios. No basta denunciar, lo que más importa es edificar, construir. Es la parte más hermosa e importante del profeta y del sacerdote.

DABAR 1978/11

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