miércoles, 4 de agosto de 2010

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 15,21-28:
En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.» Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando.»
Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.»
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme.» Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.» Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.» Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.» En aquel momento quedó curada su hija.
II. Compartimos la Palabra
Hoy la liturgia nos habla de Jeremías, de la Cananea y del Santo Cura de Ars

•Un encuentro diferente. Una misma fe
Diferente, porque el Evangelio está lleno de encuentros con personas muy distintas y, con frecuencia, distantes de la persona de Jesús. Pero, prevalece siempre la cercanía y el afecto. Siempre menos, aparentemente al menos, en el caso presente del encuentro con la cananea. ¿Por qué? ¿Por qué esa frialdad impropia de Jesús? Según una regla elemental de hermenéutica, lo dudoso se explica por lo que está más claro. Y, si hay algo claro en el Evangelio, es que Jesús siempre acaba escuchando y atendiendo a todo el que acude a él con fe. Tres datos de esta mujer que conmueven a Jesús: una fe total y absoluta; una sencillez íntegra, completa; y una perseverancia a toda prueba.

Jesús quiere dejar muy claro que las razas, la mera pertenencia a un pueblo, a una religión o cultura, no salvan. “Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… Dios es espíritu, y los que le adoran han de adorarle en espíritu y en verdad” (Jn 4,21-24). Lo que salva es la actitud interior de cada uno, su fe y su coherencia.

•El Santo cura de Ars
A las dos de la mañana del 4 de agosto de 1859 “nació para el cielo”, terminado el curso de su existencia terrena, san Juan María Vianney. Por eso, acabamos de celebrar los 150 años de este “nacimiento” y, con ese motivo, el Año sacerdotal. En plan esquemático, teniendo al Cura de Ars como telón de fondo y parafraseando a Von Balthasar, dos palabras sobre “el sacerdote que yo busco”.
El Cura de Ars, “el sacerdote que yo busco”, fue/es un hombre de probada experiencia de Dios y de lo divino, con la “sabiduría” que el Espíritu Santo otorga a los que están familiarizados con sus dones y sus soplos.
El Cura de Ars, “el sacerdote que yo busco”, fue/es un hombre que no tiene otro camino, para ser consecuente, que entregarse del todo a su misión: anunciar oficialmente la palabra de Dios, llegando a identificarse con ella.
El Cura de Ars, “el sacerdote que yo busco”, fue/es un hombre cuya fijación es la santidad, porque en su vida el único que cuenta es Dios. Quién es él, le tiene sin cuidado, que al único que tiene que mostrar es a Dios y su palabra, repartida como pan y ofrecida como vino.
El Cura de Ars, “el sacerdote que yo busco”, fue/es un hombre “espiritual”. Hombres espirituales son los que tienen experiencia del Espíritu Santo, y esa experiencia les capacita para llevarnos de lo visible a lo invisible, de los signos a lo significado, de los símbolos al misterio, de las huellas, pistas y señales a Dios.

Así hablaba de él el Santo Padre: “Este anónimo párroco de una aldea perdida del sur de Francia logró identificarse tanto con su ministerio que se convirtió, también de un modo visible y reconocible, en “alter Christus”, imagen del buen Pastor que, a diferencia del mercenario, da la vida por sus ovejas. A ejemplo del buen Pastor, dio su vida en los decenios de su servicio sacerdotal. Su existencia fue una catequesis viviente…”
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino

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