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lunes, 20 de abril de 2009

JUEVES DE LA PRIMERA SEMANA DE PASCUA

Libro de los Hechos de los Apóstoles 3,11-26.


Como él no soltaba a Pedro y a Juan, todo el pueblo, lleno de
asombro, corrió hacia ellos, que estaban en el pórtico de Salomón. Al ver esto,
Pedro dijo al pueblo: "Israelitas, ¿de qué se asombran? ¿Por qué nos miran así,
como si fuera por nuestro poder o por nuestra santidad, que hemos hecho caminar
a este hombre? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros
padres, glorificó a su servidor Jesús, a quien ustedes entregaron, renegando de
él delante de Pilato, cuando este había resuelto ponerlo en libertad. Ustedes
renegaron del Santo y del Justo, y pidiendo como una gracia la liberación de un
homicida, mataron al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los
muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Por haber creído en su Nombre, ese
mismo Nombre ha devuelto la fuerza al que ustedes ven y conocen. Esta fe que
proviene de él, es la que lo ha curado completamente, como ustedes pueden
comprobar. Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes obraron por ignorancia, lo
mismo que sus jefes. Pero así, Dios cumplió lo que había anunciado por medio de
todos los profetas: que su Mesías debía padecer. Por lo tanto, hagan penitencia
y conviértanse, para que sus pecados sean perdonados. Así el Señor les concederá
el tiempo del consuelo y enviará a Jesús, el Mesías destinado para ustedes. El
debe permanecer en el cielo hasta el momento de la restauración universal, que
Dios anunció antiguamente por medio de sus santos profetas. Moisés, en efecto,
dijo: El Señor Dios suscitará para ustedes, de entre sus hermanos, un profeta
semejante a mí, y ustedes obedecerán a todo lo que él les diga. El que no
escuche a ese profeta será excluido del pueblo. Y todos los profetas que han
hablado a partir de Samuel, anunciaron también estos días. Ustedes son los
herederos de los profetas y de la Alianza que Dios hizo con sus antepasados,
cuando dijo a Abraham: En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de
la tierra. Ante todo para ustedes Dios resucitó a su Servidor, y lo envió para
bendecirlos y para que cada uno se aparte de sus iniquidades".


Salmo 8,2.5-9.

¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la
tierra! Quiero adorar tu majestad sobre el cielo:
¿qué es el hombre para que
pienses en él, el ser humano para que lo cuides?
Lo hiciste poco inferior a
los ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor;
le diste dominio sobre la
obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies:
todos los rebaños y
ganados, y hasta los animales salvajes;
las aves del cielo, los peces del
mar y cuanto surca los senderos de las aguas.


Evangelio según San Lucas 24,35-48.

Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el
camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Todavía estaban hablando de
esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con
ustedes". Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les
preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis
manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni
huesos, como ven que yo tengo". Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus
pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a
creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?". Ellos le
presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario
que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los
Profetas y en los Salmos". Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran
comprender las Escrituras, y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir
y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en
su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de
los pecados. Ustedes son testigos de todo esto.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

 


 


LECTURAS: 


1ª: Hch 3, 11-26 


2ª: Lc 24, 35-48 =
PASCUA
03B





 


1.


-Pedro se dirige al pueblo.


Siempre es él quien toma la palabra en nombre del grupo de los
discípulos. Va a explicar ahora el milagro que acaba de hacer en beneficio del
que no podía andar.


-¿Por qué os admiráis de esto? ¿por qué nos miráis fijamente como
si por nuestro poder o piedad, hubiéramos hecho caminar a este
hombre?


Pedro no bromea. Se sabe pecador. ¡No ha pasado mucho tiempo desde
que negó a su maestro! La cosa es reciente.


Pero su «poder» no es suyo. El poder que maneja procede de Cristo.
Reconoce ser un hombre pecador, ni más piadoso, ni más santo que cualquier
otro.


Ayuda, Señor, a todos los que tienen un «cargo» en la Iglesia para
que lo ejerzan con esa misma humildad.


Haznos a todos conscientes de nuestros límites y de las
responsabilidades que nos vienen de ti.


Ser intermediarios de la gracia. Dejar pasar por nuestras vidas los
beneficios que Dios quiere hacer por medio de nosotros. Esto es un «ministerio».
Y los ministerios, en la Iglesia, son muchos y variados.


-Habéis dado muerte al "Príncipe de la vida"...


Pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos...


«Príncipe de la vida»... Un título poco habitual para hablar de
Jesús. Es el que espontáneamente asoma a los labios de Pedro: la resurrección
está todavía muy cercana. Ha marcado mucho a los Apóstoles y la predican sin
parar. Jesús «Príncipe de la Vida» el Victorioso, el Viviente por excelencia
¡Danos esta Vida!


Comulgando el Cuerpo de Cristo, entramos en comunión con la
Vida.


-Es por la fe en su nombre que este hombre está aquí y todos
vosotros le véis completamente restablecido.


Tu resurrección es una potencia de vida, de alegría, de exaltación.
El brinco del hombre que no había andado jamás en toda su vida y que se echa a
andar súbitamente es el símbolo de la humanidad salvada.


¡Que cada vez que salga de un pecado, sea con esa
alegría!


En efecto, el pecado, más que la enfermedad física, es lo que daña
a la humanidad. La verdadera parálisis es la de la voluntad encogida, incapaz de
reaccionar.


Danos, Señor, plena salud de alma y cuerpo... de alma sobre
todo.


-Sin embargo, hermanos, sé que obrasteis por ignorancia, lo mismo
que vuestros jefes. Es siempre el mismo evangelio que continúa.


"Perdónalos, decía Jesús, no saben lo que se hacen..."


"Estáis perdonados, decía san Pedro, porque habéis obrado por
ignorancia". Está ejerciendo el poder de atar y de desatar, un poder que le dio
Jesús: «todo lo que ates en la tierra, será atado en el cielo».


-Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean
borrados; así vendrá la consolación por parte del Señor.


El perdón es el "tiempo de la consolación". ¡Admirable fórmula!
¿Concibo mis confesiones, como una participación a la resurrección? No cuento
apoyarme en la fuerza de mi voluntad, sino en la fuerza de «Aquél que resucitó a
Jesús de entre los muertos».


NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS
LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT.
CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 180 s.





2. 


Es la segunda predicación de Pedro que leemos en el libro de los
Hechos. Después de la curación del mendigo cojo, Pedro habla nuevamente al
pueblo, a los fieles que, como él, han subido al templo a orar, y les anuncia a
Jesús, el Señor, en cuyo nombre ha obrado el milagro. Este milagro es un signo
de que Jesús, aunque ha muerto, es todavía el dueño de la vida, esto es, el que
conduce, como un nuevo Moisés, a la salvación y a la libertad al nuevo pueblo de
Dios (3,15).


Las tres primeras predicaciones de Pedro (2,14-39; 3,12-26 y 4
8-12) son realmente muy semejantes y pueden ser ejemplo de lo que fue la
predicación de la Iglesia de Jerusalén en su período inicial, un resumen de la
cual se encontraría también en Mc 1,14.


Pedro comienza a hablar (3,13) y señala la continuidad de la
historia de salvación: el Dios de los patriarcas (Ex 3,6.15) ha glorificado a
Jesús, en quien culmina el profetismo más espiritual de Israel, el del Siervo de
Dios (Is 52,13-53,12). A continuación explica Pedro la pasión de Jesús, de donde
puede arrancar la conversión de los oyentes (3,13-15). Los vv 17-26 constituyen
el fragmento más notable del discurso y tratan de esta conversión, tema
preferido de Lucas; conversión que comporta dos etapas consecutivas:
arrepentimiento, que quiere decir apartarse del mal, y conversión, que significa
volver a Dios (3,19). La mejor actitud nuestra delante de esta invitación nos la
sugiere el texto de Lc 12,8.9.


El tema escatológico, en relación con el cual la Iglesia primitiva
entiende siempre su vinculación y continuidad con el AT, ha dado también un paso
adelante: en la primera predicación (2,14-36) se trataba de la efusión del
Espíritu; ahora se trata principalmente de la restauración de todas las cosas en
Cristo. Este es acaso el tema que más podría iluminar nuestra lectura espiritual
de este relato. En efecto, Cristo es nuestra bendición (3,26) Y lo es por su
misterio pascual (Gál 3,13.14) y por el anuncio en la Iglesia del evangelio de
salvación (Hch 26,23). El mejor comentario espiritual de este tema cristológico
podría ser muy bien el himno de la carta a los Efesios (Ef 1, 3-14).


El arresto de los predicadores (4,1-4) en el momento de anunciar la
salvación en el mismo templo de Jerusalén, centro de la vida religiosa de
Israel, acentúa dramáticamente la oposición entre los dirigentes del judaísmo y
la Iglesia cristiana, oposición y lucha que culminará con la dispersión de la
comunidad (8,1) y el anuncio del mensaje evangélico a los pueblos
gentiles.


O. COLOMER
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las
lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones
CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 178 s.





3.


-Mientras estaban hablando con los once, se presentó Jesús en medio
de ellos.


¡Por cuántos acontecimientos dramáticos pasaron estos pobres
hombres!: La ultima cena, el jueves último... el arresto en el jardín de
Gethsemaní... la muerte en la cruz de su amigo... Judas, uno de ellos, ahorcado.
El grupo de los "doce" pasa a ser los "once".


En este contexto tiene lugar la desconcertante "resurrección
.


En lo más hondo de su desesperación Tú vienes a decirles: "¡no
temáis!" En mi vida personal, en la vida del mundo, de la Iglesia, evoco, hoy,
una situación en la que falta la esperanza. Pero Tu estás aquí, Señor, "en medio
de nosotros".


-Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Jesús les
dijo. "Por qué os turbáis y por qué suben a vuestro corazón estos pensamientos?
Ved mis manos y mis pies, ¡que soy Yo! Palpadme y ved que el espíritu no tiene
carne ni huesos..." En su alegría no se atrevían a creerlo. Jesús, les dijo:
"¿Tenéis aquí algo que comer? Le dieron un trozo de pescado asado, y tomándolo
lo comió delante de ellos.


Evidentemente, los "once" como todos los demás hasta aquí, fueron
incrédulos. Todos los relatos subrayan esa "duda".


Para esos semitas que ni siquiera tienen idea de una distinción del
"cuerpo y del alma", si Jesús vive, ha de ser con toda su persona: quieren
asegurarse de que no es un fantasma, y para ello es necesario que tenga un
cuerpo... La resurrección no puede reducirse a una idea "de inmortalidad del
alma".


Todos los detalles quieren darnos la impresión de una presencia
real.


Incluso si resulta difícil imaginarlo, hay que afirmar que la
resurrección no es solamente una supervivencia espiritual: el Cuerpo de Jesús ha
resucitado y, a través de El, toda la Creación, todo el Cosmos quedan
transfigurados. El mismo universo material, ha sido asumido, penetrado por el
Espíritu de Dios. "Nosotros esperamos como salvador al Señor Jesucristo, que
transfigurará el cuerpo de nuestra vileza conforme a su Cuerpo glorioso, en
virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas", dirá san Pablo
(Flp 3, 21).


En la Eucaristía, una parcela del universo, un poco de pan y de
vino, es así asumida por Cristo, "sumisa a Cristo" como dice san Pablo, para
venir a ser el signo de la presencia del Resucitado, y transformarnos poco a
poco a nosotros mismos, en Cuerpos de Cristo.


¡He aquí el núcleo del evangelio! ¡He aquí la "buena nueva"! ¡He
aquí la feliz realización del plan de Dios! ¡He aquí el fin de la Creación! ¡He
aquí el sentido del universo! Si nos tomamos en serio la Resurrección, esto nos
compromete a trabajar en este sentido: salvar al hombre, salvar el universo,
sometiéndolo totalmente a Dios.


-Les dijo: Esto es lo que Yo os decía estando aún con vosotros...
Entonces les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras, los
sufrimientos del Mesías, la resurrección de los muertos, la conversión
proclamada en su nombre para el perdón de los pecados... A todas las naciones,
empezando por Jerusalén. Vosotros daréis testimonio de esto.


Jesucristo es ahora realmente el Señor, que tiene poder sobre todo
el universo, sobre todos los hombres, y que da a los hombres la misión de ir a
todo el mundo.


En cierto sentido, todo está hecho en Cristo.


Pero todo está por hacer. ¿Trabajo yo en esto? ¿Doy testimonio de
esto?


NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE
ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 184 s.





4.


1. a) Después de la curación del paralítico, que leíamos ayer,
Pedro aprovecha la buena disposición de la gente para dirigirles una nueva
catequesis sobre Jesús, en cuyo nombre ha curado al paralítico.


Sus oyentes son judíos, y por tanto Pedro argumenta a partir del
AT, de los anuncios de Moisés y los profetas, razonando la «continuidad» entre
el «Dios de nuestros padres» y los acontecimientos actuales. Los discursos
predicaciones de Pedro ayudan a leer la historia como Historia de Salvación, que
culmina en Cristo, y, después de la venida del Espíritu, en la constitución de
la comunidad mesiánica reunida en torno al .Señor.


El Mesías anunciado ya ha venido, y es el mismo Jesús de Nazaret a
quien Israel ha rechazado. Pedro interpela con lenguaje muy directo a los
judÍos: «al que vosotros entregasteis y rechazasteis... matasteis al autor de la
vida». ¡Qué contraste: han indultado a un asesino y han asesinado al autor de la
vida! Aunque trata de disculparles: «sé que lo hicisteis por ignorancia, y
vuestras autoridades lo mismo».


Pedro, que ha madurado claramente en su fe, afirma ahora lo que
nunca había entendido bien: que el Mesías tenía que pasar por la muerte y la
cruz. Cuando Jesús se lo anunciaba, en vida, era Pedro quien más reacio se
mostraba a aceptar este mesianismo que predicaba Jesús. Ahora ya sabe que «el
Mesías tenía que padecer». En el evangelio leemos hoy mismo cómo en una de las
apariciones Jesús les abrió el entendimiento para que entendieran
esto.


Pedro anuncia que a través de la resurrección Jesús se ha
convertido en salvador de todos y por tanto todos tenemos que convertirnos a él:
«Dios resucitó a su siervo y os lo envía para que os traiga la bendición si os
apartáis de vuestros pecados».


Buena evangelización, la de Pedro. Valiente, centrada, y adecuada a
sus oyentes y las categorías que entienden.


b) En ambas lecturas aparece el Antiguo Testamento como anuncio de
Jesús.


Hay una admirable continuidad entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento, y también con nuestros tiempos: el plan de Dios es unitario,
histórico, dinámico.


Todo lo que leemos del AT tiende a su plenitud en Cristo, y se
entiende desde la perspectiva de Cristo. Y al revés, el AT nos ayuda a entender
los tiempos mesiánicos, la nueva Pascua, la nueva Alianza, el nuevo pueblo de
Dios.


Por ejemplo, cuando rezamos los salmos, que son del AT, tenemos una
clave fundamental para que encuentren sentido en nuestros labios cristianos:
rezarlos desde Cristo. O porque los dirigimos a él, o porque los decimos como
puestos en los labios de Jesús, como ya empezaron a hacer los discípulos de la
primera generación: como en el caso del Salmo 21, «Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?».


Nosotros estamos ya en los tiempos de la plenitud, en el NT. Pero
la historia del pueblo de Israel nos ayuda mucho a comprender y mejorar nuestra
relación con Dios, nuestra conciencia de pueblo eclesial, y sobre todo la
plenitud que Cristo da a toda la historia. Como dice la introducción al
Leccionario de la Misa: «La Iglesia anuncia el único e idéntico misterio de
Cristo cuando, en la celebración litúrgica, proclama el Antiguo y el Nuevo
Testamento. En efecto, en el Antiguo Testamento está latente el Nuevo, y en el
Nuevo se hace patente el Antiguo. Cristo es el centro y plenitud de toda la
Escritura» (OLM 5).


2. a) La escena del evangelio es también continuación de la de
ayer. Los discípulos de Emaús cuentan a la comunidad lo que han experimentado en
el encuentro con el Resucitado, al que han reconocido al partir el pan. Y en ese
mismo momento se aparece Jesús, saludándoles con el deseo de la paz.


La duda y el miedo de los discípulos son evidentes. Jesús les tiene
que calmar: «¿por qué os alarmáis? ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?».
Y les convence de su realidad comiendo con ellos.


El fruto de esta aparición es que «les abrió el entendimiento»,
explicándoles las Escrituras. En el AT ya Moisés, los profetas y los salmos
habían anunciado lo que ahora estaba pasando. Como a los discípulos de Emaús en
el camino, ahora Jesús les hace ver a todo el grupo la unidad del plan salvador
de Dios. Las promesas se han cumplido. Y la muerte y resurrección del Mesías son
el punto crucial de la historia de la salvación. No nos extraña que Pedro, en
sus discursos, utilice la misma argumentación cuando se trata de oyentes que
conocen el AT, y que centre su discurso en el acontecimiento pascual del
Señor.


b) También nosotros podemos reconocer a Cristo en la fracción del
pan eucarístico, en la Palabra bíblica y en la comunidad reunida. En las
circunstancias más adversas y oscuras que se puedan dar -también nosotros muchas
veces andamos desconcertados como aquellos discípulos- el Señor se nos hace
compañero de camino y nos está cerca. Aunque no le reconozcamos fácilmente. En
más de una ocasión nos tendrá que decir: «¿por qué te alarmas? ¿por qué surgen
dudas en tu interior?».


Tal vez también necesitemos como la primera comunidad una
catequesis especial, y que se nos abra el entendimiento, para captar que en el
camino mesiánico de Jesús, y también en el nuestro cristiano, entra la muerte y
la resurrección, para la redención de todos. Ojalá cada Eucaristía sea una
«aparición» del Resucitado a nuestra comunidad y a cada uno de nosotros, y
después de haberle reconocido con los ojos de la fe en la Fracción del Pan y en
la fuerza de su Palabra, salgamos de la celebración a dar testimonio de Cristo
en la vida. A los apóstoles, la última palabra que les dirige es: «vosotros sois
testigos de esto». Ya desde el principio se les dijo que eso de ser apóstoles
era ser «testigos de la resurrección de Cristo» (Hch 1,22). Entonces lo fueron
los apóstoles, o los quinientos discípulos. Ahora, lo seguimos siendo nosotros
en el mundo de hoy. Tal vez el anuncio de la resurrección de Cristo no nos
llevará a la cárcel. Pero sí puede resultar incómodo en un mundo distraído y
frío. Depende un poco de nosotros: si nuestro testimonio es vivencial y creíble,
podemos influir a nuestro alrededor.


«Concédenos una misma fe en el espíritu y una misma caridad en la
vida» (oración)


«Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra»
(salmo)


«Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y
nuestro gozo» (aleluya)


«Paz a vosotros. ¿Por qué os alarmáis? ¿por qué surgen dudas en
vuestro interior?» (evangelio)


«Os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa»
(comunión)


J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día
tras día
Barcelona 1997. Págs. 30-33





5.


Primera lectura : Hechos 3, 11-26 Matasteis al autor de la vida;
pero Dios lo resucito de entre los muertos


Salmo responsorial : 8, 2a.5.6.7.8-9 ¡Señor, Dios nuestro, qué
admirable es tu nombre en toda la tierra!


Evangelio : Lucas 24, 35-48 Mirad mis manos y mis pies: soy yo en
persona


El relato de hoy comienza con el testimonio de los discípulos que
iban camino a Emaús, quienes en su trayectoria vivieron la experiencia de
encontrarse con el Señor resucitado. Experiencia que ha llenado sus corazones y
los ha impulsado a anunciar la gran noticia de que Jesús vive y vive
verdaderamente.


Los discípulos han vivido la experiencia de la resurrección, una
resurrección que trasciende toda institución humana y va necesariamente
enmarcada en la realidad de la fe, desde donde es aceptada y vivida. Los
discípulos viven su fe con dudas y temores muchas veces, pero poco a poco van
comprendiendo desde dentro que el Maestro ya no está en la tumba, y que por lo
tanto ya no es posible vivir en pasividad, y mucho menos ser antitestimonio del
resucitado.


Los discípulos están congregados dando sus propios testimonios del
encuentro con el resucitado. En medio de la reunión de fe, el Resucitado se les
presenta y sienten temor. Es en ese momento cuando la experiencia individual,
comienza a ser colectiva, comunitaria, sin destruir la experiencia personal.
Quien no reconozca al resucitado en comunidad no ha asumido la realidad plena de
ser cristiano de forma individual.


En comunidad Jesús les promete la fuerza que les llegará con el
Espíritu Santo, fuerza que les hará comprender toda la Escritura y que les hará
asumir con fe la nueva experiencia de vida regalada en la Resurrección de
Jesucristo.


El Resucitado es fuerza que interpela a la comunidad, y es
experiencia de unidad. El grupo de seguidores del Resucitado ahora tiene que
testimoniar con sus vidas la justicia declarada por Dios en la resurrección de
su Hijo Jesucristo.


Nosotros como Iglesia tenemos la obligación de encarnar el proyecto
de vida y de justicia que nos ofrece el Resucitado. Sigamos creyendo,
construyendo y asumiendo el Reino como la nueva experiencia de vida para los
hombres y mujeres de buena voluntad. Sólo así es posible resucitar
también.


SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO





6.


Los brincos del paralítico llamaron inmediatamente la atención de
los presentes. El hombre lisiado no se alejaba un momento de Pedro y Juan. La
multitud se amontona en la puerta de Salomón, y allí Pedro los interpela como
pueblo.


La puerta era en Israel el lugar de los juicios. Allí, Pedro encara
a la nación por el oprobio que cometieron contra Jesús. El pueblo, manipulado,
eligió a un homicida y no al hombre justo. Pero, en la gravedad de este error,
Dios los llama a cambiar la mentalidad.


Pedro presenta a Jesús de Nazaret como el profeta prometido por
Moisés. Pero, para la mayor parte del pueblo, Jesús no pasó de ser un profeta
como otros. Ellos esperaban a un nuevo legislador, un militar eficaz o un
sacerdote poderoso. No un hombre que muere crucificado por causa de la traición
de sus amigos.


Pedro intenta remover el endurecido entendimiento de un pueblo
demasiado seguro de sus instituciones. Muy pocos escuchan el mensaje. La mayoría
continúa enardecida con sus prácticas rituales y con el legalismo
exacerbado.


Unicamente los marginados aceptan el «nombre» de Jesús y se acogen
a la nueva comunidad. Optan por el camino de la vida y comienzan a ser un
escollo para las autoridades, que ven a los testigos del resucitado como un
problema de "orden público".


El «nombre» de Jesús no era una fórmula mágica para cambiar de
vida. En la mentalidad antigua, el nombre representaba efectivamente a la
persona. Cuando Pedro sana con el «nombre» de Jesús, actualiza las prácticas del
Maestro. La muerte no es obstáculo para que el Espíritu actúe en la comunidad y
transforme realidades de pecado en oportunidades de gracia y
liberación.


En el Evangelio, Lucas nos presenta a la comunidad reticente ante
la trágica realidad. El proceso de los discípulos en el camino de Emaús no era
todavía una experiencia mayoritaria. Algunas personas no terminaban de creer
que, al compartir el pan de la mesa y el pan de la eucaristía, Jesús se hiciera
presente. El resucitado tiene que mostrarles la realidad dolorosa para que los
incrédulos entren en razón.


La realidad de muerte, frustración y desesperanza se convierte en
gozo y alegría. El Espíritu abre el entendimiento de la comunidad, y todos
comprenden los acontecimientos a la luz de las Escrituras. De este modo la
comunidad comprende la Palabra de Dios: circulando insistentemente entre la
realidad y las Escrituras.


Notas:


* Lucas, como hábil escritor, utiliza expresiones semíticas para
dar un tono arcaico al discurso de Pedro. El objetivo del discurso es la
interpelación de Israel. Este procedimiento literario crea una atmósfera
propicia para la interpelación . (L. Alonso Schökel 1996).


* El discurso de Pedro refleja la ideología predominante en el
grupo judeocristiano de la iglesia primitiva. Para ellos, las promesas le
estaban reservadas primordialmente a Israel, aunque el pueblo judío hubiese dado
muerte al Mesías. Destaca también la intención divina, programada de antemano,
de dar cumplimiento a un plan de salvación a pesar de la oposición de las
autoridades y del pueblo mismo. Enfatiza en la vinculación de la fe en Jesús al
Dios de los patriarcas (Hch 3, 13).


SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO





7. CLARETIANOS 2002


Queridos amigos:

Al Resucitado se lo reconoce cuando tocamos
sus heridas. Esto no lo he descubierto yo. Me ayudó a caer en la cuenta de esta
luz una amiga mía, que desde hace algunos años está trabajando como médico en la
República del Congo. Quizá se trataba de una "deformación profesional", propia
de una especialista en medicina tropical, pero recuerdo muy bien lo que me dijo:
"Mira, Gonzalo, es inútil que nos preguntemos dónde está el Resucitado si huimos
de sus heridas". En ella no era una metáfora. De hecho, esta manera de entender
el evangelio fue determinante para irse a África.


¿Por qué la gente muy satisfecha tiene tantas dificultades para
creer? ¿Por qué, a menudo, la gente con heridas se abre más al poder sanador de
Dios? La resurrección de Jesús no es un truco de magia para jugar a desaparecer
para luego aparecer espectacularmente: ¡Es un triunfo sobre el sufrimiento y la
muerte! Es una resurrección con "huellas" de la batalla librada.


Hoy siguen existiendo esas huellas. Cuando nos atrevemos a meter la
mano en nuestras heridas o en las heridas de nuestros semejantes, estamos
palpando un anticipo de la muerte, pero también un rastro del Señor que ha
vencido a la muerte. "Donde están nuestras heridas está nuestra
salud".

Vuestro amigo.

Gonzalo Fernández
(gonzalo@claret.org)





8. CLARETIANOS 2003.


Hemos llegado al ecuador de la semana grande. Sigamos pacientemente
acogiendo las palabras que el Resucitado pone en nuestros oídos:

Paz a
vosotros. El saludo “shalom” sintetiza todo lo mejor que nosotros podemos
desear: la salud, la integración personal, la armonía con las personas, con la
naturaleza, con Dios. El Resucitado no nos promete la prosperidad o el triunfo,
sino la paz, la posibilidad de vivir todo desde el centro. Paz no significa que
encajen todas las piezas de nuestra puzzle, sino que podamos contemplar todo,
incluyendo los sinsabores y sufrimientos, con los ojos compasivos de Dios. El
hombre o la mujer que acogen el don de la paz son pacificadores sin tener que
militar en ningún grupo pacifista.


¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Creemos en la primavera
porque vemos los brotes de vida en las yemas de los árboles. Creemos en la
mariposa porque vemos que de la crisálida sale un ser hermoso con alas
multicolores. Creemos en el día porque cada mañana el sol vuelve a asomarse.
¿Cuáles son los signos para creer en la presencia del Resucitado? ¿Hombres y
mujeres que, a pesar de sus limitaciones, entregan su vida? ¿Personas que
superan una depresión? ¿Por qué nos resulta más fácil percibir los signos de la
muerte que los de la vida? ¿Por qué somos capaces de criticar todo lo que va mal
y nos cuesta tanto agradecer lo que hace que el mundo funcione un día
más?


Mirad mis manos y mis pies. La alegría que nos regala el Resucitado
no es el goce superficial de quien recorre un camino llano. Sus manos y sus pies
conservan las huellas de los clavos. La suya es una victoria sobre la muerte.
Quizá nunca acabamos de experimentar una alegría profunda porque no miramos de
frente la huella de sus heridas. Creemos que seremos más felices huyendo de las
personas que sufren, maquillando nuestros propios dolores. Jesús nos invita a
reconocerlo en el hueco de los clavos. En ese “mirad” encontramos una clave para
no entender la alegría pascual como una huida sino como una cercanía mayor a los
crucificados: las personas difíciles de nuestro entorno, los que atraviesan
cañadas oscuras.


¿Tenéis algo que comer? El Resucitado nunca nos resuelve la vida
automáticamente, como esos echadores de cartas que prometen el oro y el moro.
Cuenta lo que cada uno somos y tenemos. Más aún, quiere compartir ese poco de
pan y de pescado que nosotros laboriosamente hemos conseguido. Tu poder
multiplica la eficacia del hombre -canta el himno litúrgico- y crece cada día
entre sus manos la obra de tus manos.

Gonzalo
(gonzalo@claret.org)





9. 2001


COMENTARIO 1


ORDEN TAJANTE DE NO EMPRENDER NADA
ANTES DE RECIBIR EL
ESPÍRITU

Ya hemos visto antes que «uno» y «cuarenta», referidos al
período transcurrido entre la resurrección y la ascensión, englo­ban un periodo
unitario y considerablemente largo de instruc­ción a los discípulos sobre el
reinado de Dios, a la manera de los cuarenta años que Israel permaneció en el
desierto o de los cuarenta días en que Jesús fue puesto a prueba. La escena de
la aparición de Jesús al grupo de discípulos se narra también por partida doble,
pero en Hechos, en razón precisamente del des­doblamiento de «uno» en «cuarenta
días», se reserva para los últimos días lo que hace referencia a la realización
de la promesa y al encargo universal.

La orden tajante, impartida por
Jesús a los apóstoles, de permanecer totalmente inactivos «en la ciudad» (lit. y
gráficamente: «permaneced sentados en la ciudad», 24,49b), tiene lugar en el
libro de los Hechos en una ocasión en que Jesús «comía con ellos», hacia el
final del largo periodo en que se les presentó viviente (Hch 1,3): «Mientras
comía con ellos, les mandó: "No os alejéis de Jerosólima; al contrario, aguardad
a que se cumpla la promesa del Padre, de la que ya os he hablado; porque Juan
bautizó con agua; vosotros, en cambio, seréis bautizados con Espíritu Santo de
aquí a pocos días"» (Hch 1,4-5). Es exactamen­te la misma orden que les impuso
según Lc 24,29: «Y mirad, yo os enviaré la promesa de mi Padre; vosotros quedaos
en la ciudad hasta que de lo alto os revistan de fuerza.»


LOS
DISCIPULOS NO CEDEN NI UN PALMO,
PERO JESUS TAMPOCO

«El Mesías
padecerá, pero al tercer día resucitará de la muerte; y en su nombre se
predicará la enmienda y el perdón de los pecados a todas las naciones paganas.
Empezando por Jerusalén, vosotros seréis testigos de todo esto» (Lc 24,46-48).
En Hechos tiene lugar el último día, después que los apóstoles se confabulasen
-más adelante veremos el motivo- para pedirle que restaurase el reino a Israel
(Hch 1,6), cuya representatividad les había confiado el propio Jesús, pero que,
por culpa de la deserción de Judas, se había ido al traste (recuérdese 22,3 y
22,47): «No es cosa vuestra conocer ocasiones o momentos que el Padre ha
reservado a su propia autoridad (argumento disuaso­rio); al contrario,
recibiréis fuerza cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y así seréis
mis testigos en Jerusalén y también en toda Judea y Samaria, y hasta los
confines de la tierra» (Hch 1,7-8). Cuándo y cómo Dios intervendrá en la
historia es cosa suya, nadie debe ni puede manipular sus planes; y él respeta y
secunda la libertad de los hombres. El Espíritu Santo, en cambio, les dará
fuerzas para realizar la utopía del reino.

En el texto del Evangelio, el
deseo de justicia y de solidaridad humana son condición previa para poder
proclamar entre las naciones paganas la nueva y definitiva presencia de Jesús
como Señor de la historia del hombre. El testimonio lo tienen que dar, en primer
lugar, «en Jerusalén» (transliteración del nombre he­breo), en sentido sacral
(característica que se repite -manera de subrayar su importancia- al final del
primer libro y al prin­cipio del segundo), tal como lo acaba de dar él; esto les
habría acarreado el éxodo forzoso, pero liberador, fuera de la ciudad sagrada.
De hecho no fue así. La segunda etapa debería haber abarcado «toda la Judea
(incluyendo la Galilea) y Samaria». La tercera, después de entrenarse entre los
hetero­doxos samaritanos, «todas las naciones paganas» (Lc), «hasta los confines
de la tierra» (Hch).


COMENTARIO 2

El relato de hoy comienza
con el testimonio de los discípulos que iban camino a Emaús, quienes en su
trayectoria vivieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado.
Experiencia que ha llenado sus corazones y los ha impulsado a anunciar la gran
noticia de que Jesús vive y vive verdaderamente.

Los discípulos han
vivido la experiencia de la resurrección, una resurrección que trasciende toda
institución humana y va necesariamente enmarcada en la realidad de la fe, desde
donde es aceptada y vivida. Los discípulos viven su fe con dudas y temores
muchas veces, pero poco a poco van comprendiendo desde dentro que el Maestro ya
no está en la tumba, y que por lo tanto ya no es posible vivir en pasividad, y
mucho menos ser antitestimonio del resucitado.

Los discípulos están
congregados dando sus propios testimonios del encuentro con el resucitado. En
medio de la reunión de fe, el Resucitado se les presenta y sienten temor. Es en
ese momento cuando la experiencia individual comienza a ser colectiva,
comunitaria, sin destruir la experiencia personal. Quien no reconozca al
resucitado en comunidad no ha asumido la realidad plena de ser cristiano de
forma individual.

En comunidad Jesús les promete la fuerza que les
llegará con el Espíritu Santo, fuerza que les hará comprender toda la Escritura
y que les hará asumir con fe la nueva experiencia de vida regalada en la
Resurrección de Jesucristo.

El Resucitado es fuerza que interpela a la
comunidad, y es experiencia de unidad. El grupo de seguidores del Resucitado
ahora tiene que testimoniar con sus vidas la justicia declarada por Dios en la
resurrección de su Hijo Jesucristo.

Nosotros como Iglesia tenemos la
obligación de encarnar el proyecto de vida y de justicia que nos ofrece el
Resucitado. Sigamos creyendo, construyendo y asumiendo el Reino como la nueva
experiencia de vida para los hombres y mujeres de buena voluntad. Sólo así es
posible resucitar también.


1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el
Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991


2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de
Latinoamérica)





10. 2002


La puerta era en Israel el lugar de los juicios. Allí, Pedro encara
a la nación por el oprobio que cometie­ron contra Jesús. El pueblo, manipulado,
eligió a un homicida y no al hombre justo. Pero, en la gravedad de este error,
Dios los llama a cambiar la mentalidad.

Pedro presenta a Jesús de Nazaret
como el profeta prometido por Moisés. Pero, para la mayor parte del pueblo,
Jesús no pasó de ser un profeta como otros. Ellos esperaban a un nuevo
legislador, un militar efi­caz o un sacerdote poderoso. No un hombre que mue­re
crucificado por la traición de sus amigos.

En el evangelio, Lucas nos
presenta a la comuni­dad reticente ante la trágica realidad. El proceso de los
discípulos en el camino de Emaús no era todavía una experiencia mayoritaria.
Algunas personas no ter­minaban de creer que, al compartir el pan de la mesa y
el pan de la eucaristía, Jesús se hiciera presente. El resucitado tiene que
mostrarles la realidad dolorosa para que los incrédulos entren en razón. La
realidad de muerte, frustración y desesperanza se convierte en gozo y alegría.
El Espíritu abre el entendimiento de la comunidad. De este modo la comunidad
comprende la Palabra de Dios: circulando insistentemente entre la realidad y las
Escrituras.


Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de
Latinoamérica)





11. DOMINICOS 2003


Ved, palpad, comprobad los signos


En la alegría de la Pascua, las lecturas de hoy,
jueves, son prolongación de las que hacíamos ayer. Siguen narrándonos, como
corresponde a la visión continuada de los acontecimientos espirituales y
salvíficos, la obra del Espíritu que salpica con gracia nueva la cotidianidad de
la vida en Jerusalén y su entorno, tras la Resurrección y Pentecostés. Mas no se
refieren a una alegría superficial, festiva y sin compromiso. A la luz del
Espíritu de Cristo, Pedro y los demás apóstoles aplican la lección de Jesús,
camino de Emaús, y leen la Escritura como camino de salvación, alabando a Dios
en Cristo, y reclamando una vida coherente con el misterio de Dios hecho hombre
y triunfador de la muerte.


Vosotros, israelitas, dice Pedro, sois los
hijos de los profetas, hijos de la Alianza…
Vosotros obrasteis por ignorancia
en la denuncia y pasión de Cristo Jesús...
Reconoced ahora la verdad,
arrepentíos y convertíos a Cristo salvador.


Entendamos que esas palabras se dirigen a nosotros, hombres del
siglo XXI, pobres y débiles de espíritu como los del siglo primero: Nosotros
también somos hijos de profetas, reyes, sabios: somos trabajadores, sacerdotes,
y somos hijos de Dios en Cristo.


Hasta nosotros llega la acción salvadora y vivificadora de Cristo,
pero no acabamos de cambiar nuestro ánimo y seguimos cargados de problemas, dudas, indecisiones, huída de riesgos, búsqueda de
placeres, poder y dinero... y traicionamos a los hermanos. Busquemos la verdad,
reconozcamos la verdad, sintamos la necesidad de ponernos a la obra para
construir un mundo mejor en justicia, paz, fraternidad,
amor...


Y no digamos que queremos más signos: más
milagros, más crucificados, más palabras y revelaciones. Hagamos nuestra la
Escritura y su espíritu, y plasmemos en realidades nuestros deseos, pues el
mundo tiene hambre de justicia, no de guerras; de trabajo, no de ociosidad
malsana; de familia, no de hogares rotos; de pan, no de promesas vanas; de Dios,
no de ídolos.


 


Palabra y Reflexión


Hechos de los Apóstoles 3,
11-26:


“Mientras el paralítico curado seguía aún con
Pedro y Juan, la gente, asombrada, acudió al pórtico de Salomón, donde ellos
estaban. Pedro, al ver a la gente, les dirigió la palabra: Israelitas,
¿qué os llama la atención?, ¿de qué os admiráis?, ¿por qué nos miráis como si
hubiéramos hecho andar a éste con nuestro propio poder o virtud? El Dios de
Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuesfros padres, ha glorificado a su
siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis...


Hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras
autoridades lo mismo. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren
vuestros pecados... Vosotros sois los hijos de los profetas, los hijos de la
alianza que hizo Dios con vuestros padres...”


El Espíritu ha penetrado y triunfado en los
apóstoles. Se posesionó de ellos en Pentecostés e ilumina su pensamiento para
que proclamen la verdad de la obra de Dios revelada en Jesús. Él caldea sus
corazones para que esa proclamación se haga con entusiasmo, fuego y humildad,
con la emoción de haber sido testigos.


En este párrafo, Pedro declara con firmeza humilde
tres cosas:














Que lo maravilloso o milagroso de su obrar
curativo y expositivo es obra del Espíritu; Él le mueve a
actuar.



Que los israelitas deben reconocer sinceramente su
error y pecado al condenar al Inocente, al Justo, a
Jesús.



Que, a pesar de nuestro pecado e injusticia, Dios
sigue siendo Dios de Israel y de todo el mundo y que, por ello, está como a la
espera del arrepentimiento, al modo como el Padre de la parábola estaba a la
espera del hijo pródigo que –angustiado- volvía a
casa.


Evangelio según san Lucas 24, 35-48:


 “Los dos discípulos de Emaús contaban a los
demás lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al
partir el pan. En ello estaban, cuando Jesús se hizo presente en medio de la
reunión y les dijo: paz a vosotros. Ellos, llenos de miedo, creían ver un
fantasma.


Jesús les dijo: ¿por qué os alarmáis?... Mirad
mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un
fantasma no tiene carne y huesos... Y añadió: ¿Tenéis algo que comer? Ellos le
ofrecieron un trozo de pez asado. El lo tomó y lo comió delante de
ellos.


Luego les fue abriendo el entendimiento para
que comprendieran las Escrituras..., que dicen: el Mesías padecerá, resucitará
de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión...
Vosotros sois testigos de esto”


Jesucristo, el que vivió entre nosotros y murió en
cruz, vive. Vive en el Padre y con el Padre y el Espíritu. Y vive con nosotros,
animando nuestra vida en todo momento.


¿No es verdad que muchas veces se nos hace
presente también a nosotros, incluso con sorpresa, y nos dice : paz para
vosotros, paz para todos los que la amáis de corazón? Es tan fundamental en
nuestra vida cristiana la fe en Cristo resucitado, Señor, que sin ella se
tambalea toda la historia de salvación.


En efecto: ¿De qué nos serviría un Mesías
que muere en la cruz, si no lleva consigo la salvación y vida eterna? Apreciemos
la insistencia pedagógica con que los apóstoles y evangelistas narran las
apariciones del Señor con rasgos como el de hoy. Cuando nos presentan a Jesús
mostrando sus llagas y comiendo el trozo de pescado, esos gestos o formas de
obrar son apoyos a la fe, a la confianza, a la entrega que debemos hacer de
nosotros mismos a Jesús y al Padre, sin titubeos, con decisión inquebrantable.





12. ACI DIGITAL 2003


36. Véase Marcos 16, 14 ("Por último, se les apareció a los once
mientras comían y les echó en cara su falta de fe y dureza de corazón porque no
habían creído a los que lo habían visto a El resucitado de entre los muertos".
Esta aparición se realizó el día de la resurrección por la tarde, probablemente
en la casa de María, la madre de S. Marcos, donde los discípulos solían
reunirse) y Juan 20, 19: A la tarde de ese mismo día, el primero de la semana, y
estando, por miedo a los judíos, cerradas las puertas (de) donde se encontraban
los discípulos, vino Jesús y, de pie en medio de ellos, les dijo: "¡Paz a
vosotros!" 41. No lo dice por tener hambre, sino para convencerlos de que tenía
un cuerpo real. Y lo confirma comiendo ante sus ojos. Cf. Juan 21, 9 y nota: "Al
bajar a tierra, vieron brasas puestas, y un pescado encima, y pan". Santo Tomás
de Aquino opina que en esta comida, como en la del Cenáculo (Luc. 24, 41 - 43) y
en la de Emaús (Luc. 24, 30), ha de verse la comida y bebidas nuevas que Jesús
anunció en Mat. 26, 29 y Luc. 22, 16 - 18 y 29 - 30. Otros autores no comparten
esta opinión, observando que en aquellas ocasiones el Señor resucitado no comió
cordero ni bebió vino, sino que tomó pescado, pan y miel, y que, lejos de
sentarse a la mesa en un banquete triunfante con sus discípulos, tuvo que seguir
combatiéndoles la incredulidad con que dudaban de su Redención (cf. Luc. 24, 13;
Hech., 1, 3 y notas). 45. Vemos aquí que la inteligencia de la Palabra de Dios
es obra del Espíritu Santo en nosotros, el cual la da a los humildes y no a los
sabios (10, 31). Véase v. 32; S. 118, 34 y nota. 46. Véase v. 7; Mat. 26, 25;
Is. 35, 5. 47. Véase Mat. 10, 6 y nota: "Sino id más bien a las ovejas perdidas
de la casa de Israel". Después de Pentecostés S. Pedro abrió la puerta a los
gentiles (Hech. 10) para ser "injertados" en el tronco de Israel (Rom. 11, 11 -
24) y manifestó que ello era a causa de la incredulidad de la Sinagoga (ibid. 30
s.) y así lo confirmó el Concilio de Jerusalén (Hech. 15). Más tarde el pueblo
judío de la Dispersión rechazó también la predicación apostólica y entonces
Pablo les anunció que la salvación pasaba a los gentiles (Hech. 28, 23 ss.) y
desde la prisión escribió a los Efesios sobre el Misterio del Cuerpo Místico
(Ef. 1, 22), escondido desde todos los siglos (Ef. 3, 9; Col. 1, 26), por el
cual los gentiles son llamados a él (Ef. 3, 6), no habiendo ya diferencia alguna
entre judío y gentil.





13.


Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño,
O.S.B.


Entrada: «Ensalzaron a coro tu brazo victorioso, porque la
sabiduría abrió la boca de los mudos y soltó la lengua de los niños. Aleluya»
(Sab 10,20-21).


Colecta (del Misal anterior y antes de los Sacramentarios
Gelasiano y Gregoriano): «Oh Dios, que has reunido pueblos diversos en la
confesión de tu nombre; concede a los que han renacido en la fuente bautismal
una misma fe en su espíritu y una misma caridad en su vida».


Ofertorio: «Recibe, Señor, en tu bondad, las ofrendas que te
presentamos en acción de gracias por los nuevos bautizados, para que venga sobre
ellos la ayuda del cielo»


Comunión: «Pueblo adquirido por Dios, proclamad las hazañas del
que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Aleluya»
(1Pe 2,9).


Postcomunión: «Escucha, Señor, nuestras oraciones, para que este
santo intercambio, en el que has querido realizar nuestra redención, nos
sostenga durante la vida presente y nos dé las alegrías
eternas».


Hechos 3,11-26: Matasteis al Autor de la vida; pero
Dios lo resucitó de entre los muertos
. La curación del paralítico ofrece a
San Pedro una nueva ocasión para proclamar el mensaje de salvación. Jesús, el
Crucificado, ha resucitado. Dios ha dado cumplimiento a las Escrituras e invita
a la conversión mediante el perdón de los pecados, mientras aguardamos el
retorno de Cristo, que volverá a restaurar todo el universo. La ignorancia que
llevó al pecado se debe cambiar en el arrepentimiento. Cristo es el tesoro
escondido en el campo de este mundo y en el frondoso bosque de las sagradas
Escrituras. Así dice San Ireneo:


 «Si
uno lee con atención las Escrituras, encontrará que hablan de Cristo y que
prefiguran la nueva vocación. Porque Él es el tesoro escondido en el campo (Mt
13,44), es decir, en el mundo, ya que el campo es el mundo (Mt 13,48); tesoro
escondido en las Escrituras, ya que era indicado por medio de figuras y
parábolas, que no podían entender según la capacidad humana antes de que llegara
el cumplimiento de lo que estaba profetizado, que es el advenimiento de Cristo.
Por esto se dijo al profeta Daniel: “Cierra estas palabras y sella el libro
hasta el tiempo del cumplimiento, hasta que muchos lleguen a comprender y abunde
el conocimiento” (Dan 12,4)» (Contra las Herejías
4,26,1).


–Cristo resucitado, a quien se somete toda la Creación, da la respuesta a
la pregunta del salmista en el salmo 8: El hombre tiene vocación
de resurrección. ¡Qué admirable es, Señor, tu nombre. «¡Señor, Dios nuestro, qué
admirable es tu nombre en toda la tierra! ¿Qué es el hombre para que te acuerdes
de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las obras de tus
manos, todo lo sometiste bajo sus pies. Rebaños de ovejas y toros y hasta las
bestias del campo, las aves del cielo, los peces del mar, que trazan sendas por
el mar».


Lucas 24,35-48: Estaba escrito: el Mesías padecerá y
resucitará de entre los muertos al tercer día
. Jesús se aparece a los Once,
mostrándoles la autenticidad de su cuerpo resucitado: come con ellos y luego les
demuestra que las Escrituras han tenido cumplimiento en su pasión y resurrección
y en la futura predicación de su obra a todos los pueblos. Jesús es
condescendiente y ayuda a los incrédulos. Se muestra como Hijo de Dios que
persigue amorosamente a su pueblo. Los apóstoles se transforman. Jesús se hace
presente a ellos y les entrega sus poderes. Comienza la era de la Iglesia. Jesús
vive hoy presente en medio de nosotros; pero la fe es fruto de la gracia y no
del caminar humano. Hemos de estar siempre abiertos a la gracia divina. San
Ambrosio habla de esta aparición de Jesús a los Apóstoles:


«Cosa
maravillosa es cómo una naturaleza corpórea pasó a través de un cuerpo
impenetrable; cómo una carne visible entró de un modo invisible, y, siendo
asequible al tacto, era difícil comprender. Asustados los discípulos, juzgaron,
en definitiva, ver un espíritu. Por eso el Señor, para darnos una prueba de su
resurrección, les dijo: “Tocadme y ved que el espíritu no tiene carne ni hueso,
como veis que yo tengo”... Resucitaremos, pues, con nuestro cuerpo. Porque se
siembra el cuerpo animal y resucitará como cuerpo espiritual; éste más sutil,
aquél más grosero y material, por sentir aún el peso de la enfermedad terrestre.
Y ¿cómo podrá dejar de ser cuerpo, aquél que tenía las señales de las llagas y
los vestigios de las cicatrices que el Señor les dio a tocar? Con lo cual no
sólo corrobora la fe, sino que excita también devoción, ya que prefirió llevar
al cielo las llagas que padeció por nosotros y no quiso borrarlas, a fin de
presentarlas a Dios Padre como precio de nuestra libertad...» (Comentario a
San Lucas
lib. 10,c. 24).





14. DOMINICOS
2004


¿Tenéis algo que comer?




Seguimos celebrando la alegría de la Pascua y saboreamos la
narración continuada de los acontecimientos espirituales y salvíficos.


Ellos salpican con gracia nueva la cotidianidad de la vida en Jerusalén
y su entorno.

La naciente comunidad cristiana –todavía no bien
organizada- se clarifica en su fe, se robustece en su esperanza y se caldea en
el amor.

Sintonicemos con ella e iluminemos con rayos de fe nuestros
estados de ánimo, nuestros problemas, dudas, titubeos, riesgos. Una vida nueva
se abre camino a nuestra vista.

Introduzcámonos espiritualmente en el
Corazón de Jesús resucitado para obrar con él en amor y celo santo.

La
luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Hechos de los apóstoles 3,
11-26:
“Mientras el paralítico que había sido curado seguía aún con Pedro y
Juan, la gente, asombrada, acudió al pórtico de Salomón, donde ellos estaban.


Pedro, al ver a la gente, les dirigió la palabra: Israelitas, ¿qué os
llama la atención?, ¿de qué os admiráis?, ¿por qué nos miráis como si hubiéramos
hecho andar a éste con nuestro propio poder o virtud? El Dios de Abrahán, de
Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús,
al que vosotros entregasteis y rechazasteis...

Hermanos, sé que lo
hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo.

Por tanto,
arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados... Vosotros sois
los hijos de los profetas, los hijos de la alianza que hizo Dios con vuestros
padres...”

Evangelio según san Lucas 24, 35-48:
“Los dos discípulos de
Emaús contaban a los demás lo que les había pasado por el camino y cómo habían
reconocido a Jesús al partir el pan. En ello estaban, cuando Jesús se hizo
presente en medio de la reunión y les dijo: paz a vosotros.

Ellos,
llenos de miedo, creían ver un fantasma. Pero Jesús les dijo: ¿por qué os
alarmáis?... Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos
cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos.... ¿ Tenéis algo que comer?
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. El lo tomó y lo comió delante de
ellos.

Luego les fue abriendo el entendimiento para que comprendieran
las Escrituras..., que dicen: el Mesías padecerá, resucitará de entre los
muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión... Vosotros sois
testigos de esto”

Reflexión para este día
Dos cosas hizo Pedro que
debemos imitar en nuestra vida espiritual y misionera:

Yendo camino del
templo, él dio lo que tenía fe con signos, oración al Espíritu y una mano al
paralítico, reconocimiento de la propia debilidad e imploración eficaz de
fortaleza. Y, luego, proclamó la grandeza de Cristo el Señor resucitado. Él,
habiendo sido víctima de nuestras infidelidades, todavía, resucitado, nos espera
como a hijos pródigos a la puerta de la casa, con los brazos
abiertos.

Hagamos nosotros lo mismo. Y para hacerlo bien, apropiémonos
las experiencias pascuales que transformaron la mente y corazón de los apóstoles
y discípulos.

Afiancémonos en la fe que nos dice: Cristo ha resucitado,
no lo dudéis; vive con el Padre y el Espíritu, y quiere vivir en nosotros como
en su templo predilecto.

¿Qué nos dice la insistencia pedagógica de los
evangelistas en narrar las apariciones del Señor con rasgos como el de hoy,
mostrando sus llagas y comiendo el trozo de pescado? Nos conocen en la debilidad
y nos ofrecen con gozo y temblor emocionado formas de apoyo a la fe, a la
confianza, a la entrega que debemos hacer de nosotros mismos a Jesús y al
Padre.

¡Felices de nosotros si en el pan, en el pez asado, en las llagas
del enfermo, en los pies cansados, en las lágrimas, en la pobreza... , en todo,
percibimos místicamente la realidad de Cristo muerto y resucitado!





15.


Comentario: Rev.
D. Joan Carles Montserrat i Pulido (Sabadell-Barcelona, España)

«La paz
con vosotros»

Hoy, Cristo resucitado saluda a los discípulos, nuevamente,
con el deseo de la paz: «La paz con vosotros» (Lc 24,36). Así disipa los temores
y presentimientos que los Apóstoles han acumulado durante los días de pasión y
de soledad.

Él no es un fantasma, es totalmente real, pero, a veces, el
miedo en nuestra vida va tomando cuerpo como si fuese la única realidad. En
ocasiones es la falta de fe y de vida interior lo que va cambiando las cosas: el
miedo pasa a ser la realidad y Cristo se desdibuja de nuestra vida. En cambio,
la presencia de Cristo en la vida del cristiano aleja las dudas, ilumina nuestra
existencia, especialmente los rincones que ninguna explicación humana puede
esclarecer. San Gregorio Nacianceno nos exhorta: «Debiéramos avergonzarnos al
prescindir del saludo de la paz, que el Señor nos dejó cuando iba a salir del
mundo. La paz es un nombre y una cosa sabrosa, que sabemos proviene de Dios,
según dice el Apóstol a los filipenses: ‘La paz de Dios’; y que es de Dios lo
muestra también cuando dice a los efesios: ‘Él es nuestra paz’».

La
resurrección de Cristo es lo que da sentido a todas las vicisitudes y
sentimientos, lo que nos ayuda a recobrar la calma y a serenarnos en las
tinieblas de nuestra vida. Las otras pequeñas luces que encontramos en la vida
sólo tienen sentido en esta Luz.

«Es necesario que se cumpla todo lo que
está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de
mí...»: nuevamente les «abrió sus inteligencias para que comprendieran las
Escrituras» (Lc 24,44-45), como ya lo había hecho con los discípulos de Emaús.
También quiere el Señor abrirnos a nosotros el sentido de las Escrituras para
nuestra vida; desea transformar nuestro pobre corazón en un corazón que sea
también ardiente, como el suyo: con la explicación de la Escritura y la fracción
del Pan, la Eucaristía. En otras palabras: la tarea del cristiano es ir viendo
cómo su historia Él la quiere convertir en historia de
salvación.





16.


Pablo VI, papa de
l963-l978
Alocución del 9 de abril l975

“La paz esté con
vosotros”

Fijémonos en el saludo inesperado, tres veces repetido por
Jesús resucitado cuando se apareció a sus discípulos reunidos en la sala alta,
por miedo a los judíos. En aquella época, este saludo era habitual, pero en las
circunstancias en que fue pronunciado, adquiere una plenitud sorprendente. Os
acordáis de las palabras: “Paz a vosotros”. Un saludo que resonaba en Navidad:
“Paz en la tierra” (Lc 2,14) Un saludo bíblico, ya anunciado como promesa
efectiva del reino mesiánico. Pero ahora es comunicado como una realidad que
toma cuerpo en este primer núcleo de la Iglesia naciente: la paz de Cristo
victorioso sobre la muerte y de las causas próximas y remotas de los efectos
terribles y desconocidos de la muerte.

Jesús resucitado anuncia pues, y
funda la paz en el alma descarriada de sus discípulos. Es la paz del Señor,
entendida en su significación primera, personal, interior, ... aquella que Pablo
enumera entre los frutos del Espíritu, después de la caridad y el gozo,
fundiéndose con ellos (Gal 5,22) ¿Qué hay de mejor para un hombre consciente y
honrado? La paz de la conciencia ¿no es el mejor consuelo que podamos
encontrar?...

La paz del corazón es la felicidad auténtica. Ayuda a ser
fuerte en la adversidad, mantiene la nobleza y la libertad de la persona,
incluso en las situaciones más graves, es la tabla de salvación, la
esperanza...en los momentos en que la desesperación parece vencernos.... Es el
primer don del resucitado, el sacramento de un perdón que resucita.





17. 2004.
Comentarios Servicio Bíblico
Latinoamericano
 


1ª Lectura
He 3,11-26
11 Él no se
apartaba de Pedro y de Juan; y todo el pueblo, asombrado, fue corriendo a
juntarse con ellos en el pórtico de Salomón.

NUEVO DISCURSO DE
PEDRO
12 Pedro, al ver esto, dijo al pueblo: «Israelitas, ¿por qué os
asombráis de esto y por qué nos miráis como si por nuestro propio poder o por
nuestra bondad hubiéramos hecho andar a éste? 13 El Dios de Abrahán, de Isaac y
de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su Hijo Jesús, al que vosotros
entregasteis y rechazasteis ante Pilato, el cual decidió ponerlo en libertad; 14
pero vosotros rechazasteis al santo y justo, y pedisteis la libertad de un
asesino; 15 matasteis al autor de la vida, a quien Dios resucitó de entre los
muertos; de lo cual nosotros somos testigos. 16 Como éste, que veis y que
conocéis, ha tenido fe en él, ha quedado fortalecido; la fe en Jesús lo ha
curado completamente, como todos veis. 17 Hermanos, sé que obrasteis por
ignorancia, igual que vuestros jefes. 18 Pero Dios cumplió así lo que anunció de
antemano por boca de todos los profetas: que su mesías tenía que padecer. 19 Por
tanto, arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados; 20 así
llegarán los tiempos de consuelo, y el Señor os enviará al mesías destinado para
vosotros, es decir, a Jesús, 21 al que el cielo debe retener hasta los tiempos
de la restauración universal, de que habló Dios por boca de sus profetas desde
muy antiguo. 22 Moisés dijo: El Señor Dios vuestro os suscitará de entre
vuestros hermanos un profeta como yo: escuchadlo en todo lo que os diga. 23 Y el
que no escuche a este profeta será exterminado del pueblo. 24 Todos los profetas
que hablaron, a partir de Samuel, anunciaron estos días. 25 Vosotros sois los
hijos de los profetas y de la alianza que estableció Dios con vuestros padres
cuando dijo a Abrahán: En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de
la tierra. 26 Por vosotros, en primer lugar, Dios, después de haber resucitado a
su Hijo, lo envió a bendeciros, para que os arrepintáis cada uno de vuestros
pecados».

Salmo Responsorial
Sal 8,2
2 ¡Oh Dios, Señor nuestro, qué
admirable es tu nombre por toda la tierra, tu majestad se asienta encima de los
cielos!

Sal 8,5
5 ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el
ser humano para que de él te preocupes?

Sal 8,6-7
6 Apenas inferior a
un dios lo hiciste, lo coronaste de gloria y dignidad; 7 le diste el señorío de
la obra de tus manos, bajo sus pies todo lo pusiste:

Sal 8,8-9
8
ovejas y bueyes, todos juntos, y hasta las bestias del campo, 9 las aves del
cielo y los peces del mar, cuanto surca las sendas de las
aguas.

Evangelio
Lc 24,35-48
35 Ellos contaron lo del camino y cómo
lo reconocieron al partir el pan.

APARICIÓN A LOS APÓSTOLES
36 Estaban
hablando de todo esto, cuando Jesús mismo se presentó en medio de ellos y les
dijo: «La paz esté con vosotros». 37 Aterrados y llenos de miedo, creían ver un
espíritu. 38 Él les dijo: «¿Por qué os asustáis y dudáis dentro de vosotros? 39
Ved mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tocadme y ved que un espíritu no tiene
carne ni huesos, como veis que yo tengo». 40 Dicho esto, les mostró las manos y
los pies. 41 Y como ellos no creían aún de pura alegría y asombro, les dijo:
«¿Tenéis algo de comer?». 42 Le dieron un trozo de pez asado. 43 Lo tomó y comió
delante de ellos.

ÚLTIMAS RECOMENDACIONES
44 Luego les dijo: «De esto
os hablaba cuando estaba todavía con vosotros: Es necesario que se cumpla todo
lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los Profetas y en los
Salmos». 45 Entonces les abrió la inteligencia para que entendieran las
Escrituras. Y les dijo: 46 «Estaba escrito que el mesías tenía que sufrir y
resucitar de entre los muertos al tercer día, 47 y que hay que predicar en su
nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las naciones,
comenzando por Jerusalén. 48 Vosotros sois testigos de estas cosas.


* * *


Discurso de Pedro: 3, 11-26 : Pedro
habla en el Templo, prescindiendo de los jefes de Israel; habla con
extraordinaria autoridad, como maestro, como profeta, como jefe del pueblo. Se
insiste en la participación de "todo el pueblo" (vv. 9 y 11) y es a ese pueblo a
quien habla. Pedro invoca al Dios de Abraham, Isaac y Jacob, interpreta a Moisés
y a todos los profetas. Da la impresión que Pedro se ha apoderado del pueblo y
del Templo y como jefe lo orienta en la tradición profética de Israel. Los que
creen en Jesús, son el verdadero Israel, fiel a Abraham, Moisés y todos los
profetas. Pedro anuncia la resurrección de Jesús, después de haber sanado al
tullido. El tullido convertido en sujeto, que camina, salta y alaba a Dios,
anuncia a Cristo muerto y resucitado. La práctica de Pedro (curación) precede su
discurso (anuncio de la resurrección).

Pedro comienza deshaciendo un mal
entendido: el tullido ha sido sanado, no por el poder mágico de Pedro, sino por
la fe en el nombre de Jesús (v.12 y v. 16, que hacen de inclusión a la primera
parte del discurso). En el centro (vv.13-15) está el testimonio de Pedro: el
pueblo entregó a Jesús, renegó de él ante Pilato y lo mató, pero Dios lo
resucitó. Pedro y los apóstoles son testigos de esto. La resurrección necesita
del testimonio de los apóstoles; es el testimonio el que da fuerza histórica a
la resurrección. Jesús es designado como el siervo, el santo y el justo, el jefe
que lleva a la vida, lo que representa una cristología antigua. La muerte de
Jesús es presentada como un asesinato realizado por el pueblo judío. Todavía no
aparece la reflexión teológica sobre el sentido salvífico de la muerte de Jesús.
Lucas disculpa a Pilatos, no para congraciarse con el Imperio romano, sino para
darle un sentido a la muerte de Jesús en el contexto histórico del pueblo de
Israel.

La segunda parte del discurso (vv. 17-26) agrega motivos nuevos y
más elaborados. Se insiste mucho en los profetas (seis veces aparece la palabra
"profeta"). Los profetas han anunciado un Mesías sufriente, que por su
resurrección ha instaurado "tiempos de consolación" (kairoi anapsyxeos) y
"tiempos de restauración" (jronoi apokastáseos) de todas las cosas (vv. 20-21);
esos tiempos sólo pueden realizarse si el pueblo de Israel se convierte y se
arrepiente de sus pecados. Mientras el pueblo no se convierta, el "cielo retiene
a Jesús". Aquí no se está hablando de la segunda venida de Jesús, sino del
tiempo de la resurrección (tiempos de consolación y restauración), que incluye
su exaltación, la venida del Espíritu, la predicación apostólica y su Parusía.


Este tiempo de la resurrección es el tiempo presente y es el pecado del
pueblo el que impide su plena realización. Todos los profetas han anunciado
estos días de resurrección-consolación-restauración. Jesús ha resucitado en
primer lugar para el pueblo de Israel, para bendecirlo y para apartar a cada uno
de sus iniquidades. Es así como Pedro llama a la conversión del pueblo y a su
arrepentimiento. Pedro presenta la conversión a Jesús, el Mesías muerto y
resucitado, como la opción más coherente con toda la tradición profética de
Israel. La comunidad que sigue a Jesús es el verdadero pueblo de Israel, el
auténtico pueblo de Dios fiel a sus promesas. Pedro habla al pueblo que ha sido
testigo de la resurrección del tullido y que escucha ahora el testimonio de
Pedro sobre la resurrección de Jesús. Su testimonio será interrumpido por las
autoridades del Templo.





18.


Reflexión

La evangelización el mundo está
basada en el testimonio. Jesús les dice a los que lo vieron, a los que comieron
con él: “Ustedes son testigos de estas cosas”. Ciertamente nosotros no somos
testigos oculares de la resurrección de Jesús, nosotros aceptamos el testimonio
de la Iglesia y de la Escritura y creemos en estos fieles testigos. Sin embargo,
Jesús se sigue presentando en nuestras asambleas litúrgicas, en nuestra misma
oración personal para, de una manera misteriosa, asegurarnos, por medio de la
fe, que está vivo. Por ello, nosotros también estamos unidos a la obra de la
evangelización. Nuestra evangelización será tan poderosa y convincente como
nuestra experiencia de Jesús resucitado. Hemos vivido en estos últimos días una
fuerte experiencia del amor de Dios, al celebrar una vez más los misterios de la
resurrección de Cristo, ¿Podríamos decir que nuestra experiencia de Dios es más
fuerte que el año anterior? Si alguien te preguntara sobre Jesús y tu relación
con él, ¿tendrías una experiencia en tu propia vida que testificara tu fe en
Jesús? La Pascua es esencialmente un tiempo maravilloso para tener un encuentro
personal con Cristo que sea capaz de cambiar nuestra vida y convertirnos en sus
testigos. Abre bien tus ojos y oídos…

Que la resurrección de Cristo,
llene de amor tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para
Jesús

Pbro. Ernesto María Caro





19.


Aparición de Jesús
a los discípulos

Fuente: Catholic.net
Autor: Javier González


Reflexión:

“LA PAZ CON VOSOTROS”

Jesús trae la paz a
nuestras vidas. Su resurrección es causa de gozo y paz espiritual para nuestros
corazones afligidos y congojados. Ya no más penas ni tristezas. No podemos
seguir con los ojos cerrados. ¡Cristo ha resucitado de entre los
muertos!

Sabemos que quien quiere llegar a Dios debe pasar primero por la
cruz y el sacrificio de cada día, pero cómo nos cuesta en el instante mismo
cuando la cruz se hace pesada. No somos capaces de sufrir por Cristo, mientras
que Él murió por salvarnos.

Ahora vemos el triunfo del Señor que trae la
salvación al mundo entero. Ha llegado nuestra hora. Debemos emprender una
conversión personal de nuestro corazón hacia Dios.

Somos testigos de
Cristo y estamos llamados a la misión de todo cristiano: “Proclamar la Buena
Nueva a todas las naciones”.

El Señor, por su muerte, ha abierto a la
humanidad las puertas del cielo. Nosotros ya conocemos el camino: es Cristo.
Ahora debemos guiar a los demás por la senda de la salvación; Cristo es la
resurrección y la vida.





20.La
evangelización el mundo está basada en el testimonio. Jesús les dice a los que
lo vieron, a los que comieron con él: "Ustedes son testigos de estas cosas".
Ciertamente nosotros no somos testigos oculares de la resurrección de Jesús,
nosotros aceptamos el testimonio de la Iglesia y de la Escritura y creemos en
estos fieles testigos. Sin embargo, Jesús se sigue presentando en nuestras
asambleas litúrgicas, en nuestra misma oración personal para, de una manera
misteriosa, asegurarnos, por medio de la fe, que está vivo. Por ello, nosotros
también estamos unidos a la obra de la evangelización. Nuestra evangelización
será tan poderosa y convincente como nuestra experiencia de Jesús resucitado. La
Pascua es esencialmente un tiempo maravilloso para tener un encuentro personal
con Cristo que sea capaz de cambiar nuestra vida y convertirnos en sus testigos.
Abre bien tus ojos y oídos.





21. CLARETIANOS
2004


Queridas amigos y
amigas:

Últimamente, al leer los Evangelios, me está llamando la atención
la gran paciencia que Jesús tuvo que tener con sus discípulos. Los pobres
hombres, a pesar de estar con el Maestro, parece que no se enteraban demasiado
de qué iba la fiesta, y seguramente se sentían muy mal. Me imagino sus
conversaciones: ¿de qué nos habla éste?, ¿tú entiendes qué nos quiere decir, qué
espera de nosotros?, ¿cómo acabará esta historia?, ¿hacia dónde vamos?, ¿y si
estamos equivocados? También me imagino la impotencia de Jesús, y entiendo el
que en ocasiones se la transmitiera: ¿Tampoco vosotros sois capaces de entender?
¿Por qué estáis tan asustados y tenéis esas dudas en vuestro corazón?

A
los seguidores de veintiún siglos después nos ocurre algo parecido. No acertamos
a reconocer al Resucitado en la vida cotidiana, nos cuesta ver y entender su
voluntad, nos cuesta sentirle presente en los detalles del día a día. ¿Motivos?
Seguro que encontramos muchos: la prisa con que vivimos, que nos hace difícil el
ser conscientes de lo que ocurre a nuestro alrededor y en nosotros mismos; la
flaqueza de nuestra fe (no es tanto problema de cuánta, sino de la calidad de
nuestra fe: “si tuvierais un poco de fe le diríais a esa montaña….”); la
cantidad de cosas que hacemos y lo poco que cuidamos la escucha de la Palabra y
la oración; lo fragmentado que está nuestro corazón por la cantidad de piezas
que componen el puzzle de nuestra vida.

Al igual que los primeros
discípulos, necesitamos que el Resucitado nos abra la mente para comprender las
Escrituras (AFILE LA SIERRA:
http://www.agustinos-es.org/parabolas/indice/afile_la_sierra.htm). Y eso parece
que pide el vivir siempre abierto al Espíritu, en actitud de dejarse sosprender
cada día, dispuesto a aprender, a dejarse seducir cada día por Jesús. ¿Estamos
dispuestos a vivir en esa “tensión” o preferimos vivir “afianzando” lo
conseguido? El Resucitado quiere seguir revelándose y lo único que necesita es
corazones atentos.
Vuestra hermana en la fe,
Miren Elejalde
(mirenelej@hotmail.com)

AFILE LA SIERRA

Un cierto día, un señor
que iba paseando en el campo se encontró frente a un leñador que afanosamente
estaba cortando un tronco, y el paseante le preguntó:

-Disculpe señor,
usted luce exhausto..., ¿cuánto tiempo ha estado trabajando?

-Más de
seis horas -fue su respuesta.

-¿No sería bueno que descansara un poco y
afilara su serrucho?

El hombre responde:

-No... no tengo tiempo,
pues hay mucha leña que cortar.

-Pero si afila su sierra cortará más
rápido, y si descansa, tendrá fuerzas para cortar más.

El hombre se
quedó pensativo, como dando la razón a aquel señor, pero miró a su reloj, luego
la leña, y se puso a cortar leña olvidándose del consejo de aquel hombre le
había dado.





22.
2004


LECTURAS: HECH 3, 11-26; SAL 8; LC 24,
35-48

Hech. 3, 11-26. Todo don perfecto viene de Dios. Y nosotros
reconocemos que de Él hemos recibido el perdón de nuestros pecados y la
salvación eterna. Tener en nosotros la salvación significa que podemos caminar
como criaturas renovadas y revestidas de Cristo. Nuestros pies se afianzan para
que podamos ir y dar testimonio del Señor ante todos aquellos con quienes
entremos en contacto en la vida. Tal vez ellos conocieron nuestra antigua forma
de vivir y lleguen a admirarse de que hemos dejado atrás nuestras maldades y
pecados. Pero esto no podemos atribuirlo a nosotros mismos, sino al Señor que ha
tenido misericordia de nosotros. Pues sólo en su Nombre podremos llegar a la
plena unión con Dios. No permitamos que el Don de Dios caiga en nosotros como en
saco roto, sino que dejémonos llenar de la Vida y del Espíritu del Señor para
que podamos proclamar la Buena Nueva de salvación a todos los pueblos desde una
vida renovada en Cristo.

Sal. 8. Señor Dios nuestro,
¿qué somos en tu presencia para merecer la gracia tan inmensa de haber sido
elevados a la dignidad de hijos tuyos? Todo lo puso Dios en nuestras manos; y a
nosotros mismos nos llama para que participemos eternamente de su Vida y de su
Gloria. Por eso no podemos esclavizar nuestra existencia a las cosas pasajeras,
pues somos señores y dueños de todo lo creado. Dios, que nos llamó a la vida, no
nos ha abandonado, ni siquiera cuando, a causa del pecado, nos alejamos de Él.
Su amor por nosotros es eterno; y nos lo ha manifestado cuando, siendo
pecadores, salió a nuestro encuentro para perdonarnos y para conducirnos a la
participación de la Vida eterna. A Él, por su amor, por su bondad y por su
misericordia, sea dado todo honor y toda gloria ahora y siempre.

Lc. 24,
35-48. La paz que el Señor nos ofrece no consiste en la tranquilidad que se
siente cuando uno está plácida y cómodamente sentado sin que nadie le moleste.
La paz que Cristo nos ofrece nace de sabernos amados, protegidos, perdonados y
comprendidos por Dios. Pero esa Paz, que no debemos perder a causa de nuevas
traiciones, es un trabajo que no debe cesar en la Iglesia para hacer que, en el
Nombre de Cristo, se proclame a todo el mundo la necesidad de volverse a Dios y
el perdón de los pecados. Esto nos ha de llevar a tomar nuestra cruz de cada día
e ir tras las huellas de Cristo. La entrada en la Gloria, para estar junto con
el Señor, debe pasar por la fidelidad a la voluntad de Dios sobre cada uno de
nosotros, que somos su Iglesia. Y esa es nuestra cruz de cada día. El Señor nos
ha confiado una Misión. No claudiquemos en aquello que con gran amor y con gran
confianza el Señor nos ha confiado.

En la Eucaristía el Señor se hace
presente entre nosotros para manifestarnos todo el amor que nos tiene. A partir
de ese amor Él nos concede su perdón y su paz. Nosotros nos sentimos amados por
Él. Él nos cura de nuestras esclerosis que nos impiden dar testimonio de su
amor, de su verdad, de su vida. Dios no nos quiere inutilizados por la maldad ni
por el pecado. Dios nos quiere hijos suyos en camino. Al ponernos en camino,
nuestra vida, renovada en Cristo, debe ser, por sí misma, un testimonio del amor
que Dios nos tiene y que ofrece a todos los hombres. Por eso la participación en
la Eucaristía nos compromete a dar testimonio de la vida nueva que Dios ha
infundido en nosotros. Seamos fieles a esa Misión que el Señor nos
confía.

El Señor nos envía para que, como Dios nos ha amado, también
nosotros amemos a nuestro prójimo. Debemos, por tanto, ser constructores de paz.
Una paz que brote del amor sincero que nos haga cercanos a nuestro prójimo en
sus angustias y esperanzas. Amar a nuestro prójimo significará, por tanto, abrir
nuestros ojos para contemplar sus situaciones de esclavitud y hacerlas nuestras,
para hacer que la redención llegue hasta todo aquello que necesita ser redimido.
Amar a nuestro prójimo significará hacer nuestras las ilusiones de muchos que
desean darle un nuevo camino a la vida del hombre, y trabajar junto con ellos
para que surja una nueva humanidad. No podemos sólo decir: La paz esté con
ustedes. Si Cristo dijo esa frase es porque antes había entregado su vida para
conquistar esa paz para nosotros, teniéndonos un amor hasta el extremo. ¿Qué
somos capaces de dar para que los demás disfruten de la paz que nos viene de lo
alto? Seamos una Iglesia que comunica la paz, que trabaja por la reconciliación,
que ama de tal forma que a todos llegue el perdón que nos viene de Dios. Si para
ello es necesario padecer no nos hagamos a un lado en la responsabilidad que
tenemos de cargar sobre nuestros hombros la cruz, la responsabilidad, la
fidelidad que Dios espera de nosotros en el anuncio de su Evangelio de salvación
a todos los hombres.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima
Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber dar un fiel
testimonio del amor de Dios a nuestros hermanos, para que, a partir de ese amor,
vayamos construyendo el Reino de justicia, de amor y de paz, que es el Reino de
Dios entre nosotros. Amén.

www.homiliacatolica.com





23.
ARCHIMADRID 2004


EL “CLIC”

Vivimos en la época del
plástico: cada día hay mas artilugios de todo tipo de este material y seguro que
si ahora miras a tu alrededor y cuentas la cantidad de cosas de plástico que te
rodean te asombrarás. Seguro que alguna vez te has encontrado con esas
instrucciones de algún cacharro de plástico (desde una batidora, una maquinilla
de afeitar, un juguete o las escobillas del coche) que dice la consabida frase:
presione suavemente hasta que escuche un “clic”. Habitualmente esas patillas de
plástico que deberían enganchar “suavemente” se resisten o sólo entran en una
posición determinada con lo cual, al cuarto intento de escuchar el “clic”, lo
que se oye es un “crack” y por ese trocito de ese vil material, el aparato queda
inservible pues no hay pegamento que aguante esa “suave presión”.


“Entonces les abrió el entendimiento
para comprender las Escrituras.” Cristo hace “clic” en el alma y el
entendimiento de los Apóstoles, hace que las piezas sueltas se ensamblen y
tengan sentido: “Esto es todo lo que os decía mientras estaba con vosotros: que
todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí
tenía que cumplirse.” Desde ese “clic” del don del Espíritu Santo nace la
locuacidad de San Pedro y la fascinación de los que le escuchan, que ven la vida
con unidad, con sentido, con el sentido de Cristo resucitado.


La unidad de vida, ese “clic” del alma,
es comprender desde la cabeza y el corazón que la auténtica buena noticia, la
única noticia realmente importante, el único acontecimiento que realmente ha
cambiado radicalmente la historia de los hombres -la tuya y la mía-, es la
resurrección de Jesucristo. Muchos por ignorancia, e incluso a veces por maldad,
no querrán ese “clic” en su alma, prefieren oír el “crack” de la persona rota,
que se descompone, que –hecha pedazos-, no encuentra respuesta a quién es porque
entonces es más fácil de usar, manipular y utilizar para fines bastardos.


Los santos que han conseguido esa unidad
de vida, ese “clic” del entendimiento y del corazón, han vivido los
acontecimientos de su época muy intensamente, pero no han perdido la paz. “Paz a
vosotros” es el saludo repetido de Jesús resucitado. ¿Has perdido la paz
últimamente? Pídele a Cristo que por el don del Espíritu Santo te conceda el don
de la paz, que en cualquier situación, por muy negativa que parezca, puedas
repetir: “Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!”,
que sea toda tu vida una alabanza continua al Señor que te ha llamado de la vida
a la vida.


No es cuestión de esfuerzo, “¿Por qué
nos miráis como si hubiéramos hecho andar a éste con nuestro propio poder o
virtud?” “éste que veis aquí y que conocéis ha creído en su nombre, su nombre le
ha dado vigor”. Pídele a la Reina de los ángeles que con sólo una “suave
presión” para colocar las cosas en su sitio oigas el “clic” que dará sentido a
tu vida: eres de Cristo.





24. Fray Nelson Jueves 31 de Marzo de
2005


Temas de las lecturas: Ustedes le dieron
muerte al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos * Está
escrito que Cristo tenía que padecer y tenía que resucitar de entre los muertos
al tercer día.

1. Obraron por ignorancia
1.1 En la primera lectura,
Pedro explica el juicio y condena a muerte a Jesús como fruto de la ignorancia.
Es algo semejante a lo que oró Cristo en la Cruz, intercediendo por sus
verdugos: "perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34). Pedro aplica
este atenuante de ignorancia incluso a los jefes del pueblo que instigaban con
odio reclamando la muerte de Jesús. Algo parecido nos dice Pablo en 1 Cor 2,8:
si hubieran conocido la sabiduría de Dios "nunca hubieran crucificado al Señor
de la gloria".

1.2 Esta última frase de Pablo nos ayuda a entender cuál
es esa ignorancia que puede llevar a condenar a un inocente. En efecto, a uno le
parece que uno nunca condenaría a muerte a un inocente, pero eso no es tan obvio
como se ve en un primer momento. Consideremos un caso relativamente reciente. El
11 de septiembre de 2001, el día de los atentados terroristas a objetivos
civiles y militares por medio de aviones de pasajeros, las autoridades
norteamericanas tuvieron que tomar una decisión espantosa: supongamos que
sabemos que un avión repleto de civiles inocentes ha sido tomado por terroristas
que lo dirigen hacia otro gran edificio. ¿Es lícito utilizar armamento militar
para derribar ese avión, aunque ello evidentemente implique la muerte de esos
inocentes? El presidente de los Estados Unidos de hecho determinó que
sí.

1.3 Cualquiera diría que es comparativamente fácil decidir algo así
en un caso tan extremo; de todos modos, ello muestra que condenar inocentes no
es algo tan absurdo para la mente humana cuando se piensa que eso garantizara
que se salvan muchos más inocentes. Y no podemos descartar que estas eran
cuentas que en conciencia se hacían las autoridades judías mismas, como lo
sugiere la frase de Caifás: "es más conveniente que un hombre muera por el
pueblo, y no que toda la nación perezca" (Jn 11,50). A nosotros, con todos los
datos que tenemos, nos parece insuficiente y retorcido un argumento así, pero es
posible que con los datos que ellos tenían, no pudieran fácilmente pensar de
otro modo. A eso se refiere esa "ignorancia" de la que nos hablan Pedro y Pablo.


2. La predicación esclarece
2.1 La ignorancia, sin embargo, llega a
su fin por la obra de la predicación. Cristo mismo, en el evangelio de hoy, les
da primero pruebas de su resurrección: se aparece ante ellos, pero ellos creen
que es un fantasma (o un "espíritu materializado", como enseñan hoy los Testigos
de Jehová); entonces come delante de ellos, y como esto aún parece insuficiente,
es preciso llegar a lo que sigue: "entonces les abrió el entendimiento para que
comprendieran las Escrituras". Sólo así es posible vencer la ignorancia, y no
equivocarse sobre la realidad del misterio de la pascua de Cristo.

2.2 Lo
más difícil de entender no es que Cristo está vivo, sino que es el mismo Cristo
que colgó de la Cruz. Saber que hay un mundo sobrenatural, el mundo de los
espíritus, es cosa que admiten prácticamente todas las religiones. Lo tenaz para
nuestra mente es admitir que el mismo que fue rechazado, y que lo fue en razón
de nuestros crímenes, ahora está vivo, reina y con su gracia nos da el perdón y
la vida nueva. Llegar a esa luz, o esa "sabiduría" como la llama Pablo, es cosa
que requiere de la unción que nos da el mismo Cristo.

 


 


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