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martes, 16 de diciembre de 2008

Arrepentirse y creer en la palabra de Dios

Santos Ananías, Azarías y Misael

Eran tres niños hebreos, que en tiempos del destierro del pueblo de Israel estaban empleados en la corte de Babilonia, donde se los conocía con los nombres de Sidrach, Misach y Abdénago.
Su bella historia está narrada en el libro del profeta Daniel. Durante el reinado de Nabucodonosor, fueron arrojados a un horno ardiente por negarse a adorar la estatua de oro de este rey.
Dice la Biblia que mientras estaban en el horno, caminaban entre el fuego sin quemarse y entonaban un sublime cántico de alabanza a Dios. Aún hoy se canta el himno de los tres jóvenes que comienza diciendo: "Obras todas del Señor, bendecid al Señor".


 Santos Ananías, Azarías y Misael  Himno
Testigos de la sangre
con sangre rubricada,
frutos de amor cortados
al golpe de la espada.
Testigos del amor
En sumisión callada;
Canto y cielo en los labios
Al golpe de la espada.
Testigos del dolor
De vida enamorada;
Diario placer de muerte
Al golpe de la espada.
Testigos del cansancio
De una vida inmolada
Al golpe del Evangelio
Y al golpe de la espada.
Demos gracias al Padre
Por la sangre sagrada;
Pidamos ser sus mártires,
Y a cada madrugada
Poder mirar la vida
Al golpe de la espada. Amén


Santa Adelaida

Siendo muy joven contrajo matrimonio con Lotario, rey de Italia, pero éste murió joven al parecer envenenado por los que deseaban quitarle su reino. La santa quedó viuda de sólo 19 años. El usurpador Berengario quería casarla con su hijo, pero como la santa se negó rotundamente a esta unión, Berengario la encerró en una prisión y le quitó todos sus poderes y títulos.
El Padre Martín, su capellán, se quedaba admirado porque Santa Adelaida no se quejaba ni protestaba y seguía tratando a todos los carceleros con exquisita amabilidad y dulzura ya que todo lo que sucedía lo aceptaba como venido de las manos de Dios. El P. Martín logró liberar a la santa y la refugió en el castillo de Canossa.
Sin embargo, Berengario atacó aquel castillo y Santa Adelaida envió a sus embajadores hacia Alemania para pedir la ayuda de Otón, el Emperador. Pronto llegó éste con su ejército, derrotó e hizo prisionero a Berengario y concedió la libertad a la santa reina. El emperador alemán se enamoró de Adelaida y le pidió que fuera su esposa. Ella aceptó, y el Sumo Pontífice Juan XII coronó a Otón como emperador y a Adelaida como emperatriz.
Otón el grande reinó durante 36 años, y mientras tanto su santa esposa se dedicaba a socorrer a los pobres, a edificar templos y a ayudar a misioneros, religiosos y predicadores.
Fundó varios monasterios y se preocupó por la evangelización de los que todavía no conocían la religión católica. Se esforzaba mucho por reconciliar a los que estaban peleados. Su director espiritual fue en ese tiempo San Odilón, el cual dejó escrito: "La vida de esta reina es una maravilla de gracia y de bondad".
Cuando su nieto, Otón III se posesionó como emperador, ella se retiró a un monasterio, y allí pasó sus últimos días dedicada a la oración y a meditar en las verdades eternas.
Murió el 16 de diciembre del año 999.


Oremos


Concédenos, Señor, un conocimiento profundo y un amor intenso a tu santo nombre, semejantes a los que diste a santa Adelaida, para que así, sirviéndote con sinceridad y lealtad, a ejemplo suyo  también nosotros te agrademos con nuestra fe y con nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


Santa Adelaida ,   Santos Ananías, Azarías y Misael
Libro de Sofonías 3,1-2.9-13.
¡Ay de la rebelde, de la impura, de la ciudad opresora!
Ella no escuchó el llamado, no aprendió la lección, no puso su confianza en el Señor ni se acercó a su Dios.
Entonces, yo haré que sean puros los labios de los pueblos, para que todos invoquen el nombre el Señor y lo sirvan con el mismo empeño.
Desde más allá de los ríos de Cus, mis adoradores, los que están dispersos, me traerán ofrendas.
Aquel día, ya no tendrás que avergonzarte de las malas acciones con las que me has ofendido, porque yo apartaré a esos jactanciosos prepotentes que están en medio de ti, y ya no volverás a engreírte sobre mi santa Montaña.
Yo dejaré en medio de ti a un pueblo pobre y humilde, que se refugiará en el nombre del Señor.
El resto de Israel no cometerá injusticias ni hablará falsamente; y no se encontrarán en su boca palabras engañosas. Ellos pacerán y descansarán sin que nadie los perturbe.
Salmo 34(33),2-3.6-7.17-18.19.23.
Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor; que lo oigan los humildes y se alegren.
Miren hacia él y quedarán resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán.
Este pobre hombre invocó al Señor: él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.
pero el Señor rechaza a los que hacen el mal para borrar su recuerdo de la tierra.
Cuando ellos claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias.
El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos.
Pero el Señor rescata a sus servidores, y los que se refugian en él no serán castigados.
Evangelio según San Mateo 21,28-32.
"¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: 'Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña'.
El respondió: 'No quiero'. Pero después se arrepintió y fue.
Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: 'Voy, Señor', pero no fue.
¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?". "El primero", le respondieron. Jesús les dijo: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios.
En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él. 


Isaac de la Estrella (?- hacia 1171), monje cisterciense
1er Sermón para el 2º domingo de Cuaresma


Arrepentirse y creer en la palabra de Dios

     Hermanos, es llegado el momento de salir, cada uno por su lado, del lugar en que nos ha colocado nuestro pecado. Salgamos de nuestra Babilonia para encontrarnos con Dios nuestro Salvador, tal como nos lo dice el profeta: «prepárate, Israel, a salir al encuentro de tu Dios, porque viene» (Am 4,12). Salgamos del abismo de nuestro pecado y aceptemos ir al encuentro del Señor que asume «una carne semejante a la nuestra» (Rm 8,3). Salgamos de la voluntad de pecar y vayamos a hacer penitencia por nuestros pecados. Entonces encontraremos a Cristo: él mismo ha expiado el pecado que de ninguna manera él había cometido. Entonces, el que salva a los penitentes nos concederá la salvación...: «Tiene misericordia con los que se convierten» (Si 12,3 Vulg).
     Me diréis:... «¿Quién puede, por sí mismo, salir del pecado?». Sí, verdaderamente, el pecado más grande es el amor al pecado, le deseo de pecar. Sal, pues, de este deseo..., odia el pecado y verás como sales de él. Si tu odias el pecado, has encontrado a Cristo allí donde se encuentra. A los que odian el pecado..., Cristo les perdona las faltas esperando poder arrancar la raíz de nuestros malos hábitos.
     Pero vosotros decís que incluso esto es mucho para vosotros y que sin la gracia de Dios le es imposible al hombre odiar su pecado, desear la justicia y quererse arrepentir: «¡Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres!» (Sl 106,8)... Señor, sálvame de la dejadez de espíritu y de la tempestad... Oh Señor, de mano poderosa, Jesús todopoderoso, tú has liberado a mi razón del demonio de la ignorancia y arrancado mi voluntad de la peste y sus codicias, libera ahora mi capacidad de actuar a fin de que con tus santos ángeles... pueda yo también «ejecutar sus órdenes, pronto a la voz de su palabra» (Sl 102,20).


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