martes, 18 de noviembre de 2008

Apocalipsis 3,1-6.14-22.

Apocalipsis 3,1-6.14-22.

Escribe al Angel de la Iglesia de Sardes: "El que posee los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas, afirma: "Conozco tus obras: aparentemente vives, pero en realidad estás muerto.
Permanece alerta y reanima lo que todavía puedes rescatar de la muerte, porque veo que tu conducta no es perfecta delante de mi Dios.
Recuerda cómo has recibido y escuchado la Palabra: consérvala fielmente y arrepiéntete. Porque si no vigilas, llegaré como un ladrón, y no sabrás a qué hora te sorprenderé.
Sin embargo, tienes todavía en Sardes algunas personas que no han manchado su ropa: ellas me acompañarán vestidas de blanco, porque lo han merecido.
El vencedor recibirá una vestidura blanca, nunca borraré su nombre del Libro de la Vida y confesaré su nombre delante de mi Padre y de sus Angeles".
El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias.
Escribe al Angel de la Iglesia de Laodicea: "El que es el Amén, el Testigo fiel y verídico, el Principio de las obras de Dios, afirma:
"Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca.
Tú andas diciendo: Soy rico, estoy lleno de bienes y no me falta nada. Y no sabes que eres desdichado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo.
Por eso, te aconsejo: cómprame oro purificado en el fuego para enriquecerte, vestidos blancos para revestirte y cubrir tu vergonzosa desnudez, y un colirio para ungir tus ojos y recobrar la vista.
Yo corrijo y reprendo a los que amo. ¡Reanima tu fervor y arrepiéntete!
Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos.
Al vencedor lo haré sentar conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono".
El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias".


Salmo 15(14),2-3.3-4.5.

El que procede rectamente y practica la justicia; el que dice la verdad de corazón
y no calumnia con su lengua. El que no hace mal a su prójimo ni agravia a su vecino,
y no calumnia con su lengua. El que no hace mal a su prójimo ni agravia a su vecino,
el que no estima a quien Dios reprueba y honra a los que temen al Señor. El que no se retracta de lo que juró, aunque salga perjudicado;
el que no presta su dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. El que procede así, nunca vacilará.


Evangelio según San Lucas 19,1-10.

Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.
Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.
El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura.
Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.
Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa".
Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador".
Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más".
Y Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham,
porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido".

Dedicación Basílica San Pedro y San Pablo  

El sepulcro de San Pedro en el Vaticano y el de San Pablo en la ribera del Tíber, en el camino de Ostia - los «trofeos de los Apóstoles» como los llama un documento del siglo II - han sido siempre objetos de la veneración de los fieles.


Después del glorioso sepulcro de Cristo en Jerusalén, las tumbas de Pedro y Pablo en Roma constituyen la meta por excelencia de toda peregrinación cristiana. Hacia el 330, el emperador Constantino erigió una amplia basílica sobre la tumba de Pedro y un edificio muy modesto sobre la de Pablo.


La basílica de San Pablo fue reconstruida a finales de siglo de acuerdo con una concepción grandiosa (390) Tal basílica sería arrasada por un incendio en 1823 y reedificada siguiendo el mismo diseño (1854). La basílica constantiniana de San Pedro fue sustituida en el siglo XVI por la de Bramante y Miguel Ángel, que alza su cúpula al cielo de Roma justamente encima de la tumba del Apóstol. Se celebró su dedicación el 18 de noviembre de 1626.


Pedro y Pablo «hicieron memorable el nombre de Dios por generaciones y generaciones»  Al anunciar a los paganos la salvación en Jesucristo, nos facilitaron «el primer anuncio del Evangelio». Pero su actividad no concluyó con su muerte. La Iglesia romana es la Iglesia de Pedro y Pablo, habla en nombre de ellos y cada día tiene nuevas experiencias de su solicitud: ellos son los que la guían y protegen a fin de que conserve intacta la verdad que ellos mismos le confiaron en depósito.




Oremos  
Himno  (laudes)

Vosotros, que escuchasteis la llamada
De viva voz que Cristo os dirigía,
Abrid vuestro vivir y nuestra alma
Al mensaje de amor que él nos envía.


Vosotros, que invitados al banquete
Gustasteis el sabor del nuevo vino,
Llenad el vaso, del amor que ofrece,
Al sediento de Dios en su camino.


Vosotros, que tuvisteis tan gran suerte
De verle dar a muertos nueva vida,
No dejéis que el pecado y que la muerte
Nos priven de la vida recibida.


Vosotros, que lo visteis ya glorioso,
Hecho Señor de gloria sempiterna,
Haced que nuestro amor conozca el gozo
De vivir junto a él la vida eterna. Amén


Sostén, Señor, a tu Iglesia con la protección de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, para que, así como por ellos fue iniciada en el conocimiento del Evangelio, así también reciba, por su intercesión, la fuerza necesaria para su pleno desarrollo hasta el fin de los tiempos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


Himno   (vísperas)
¡Columnas de la Iglesia, piedras vivas!
¡Apóstoles de Dios, grito del Verbo!
Benditos vuestros pies, porque han llegado
Para anunciar la paz al mundo entero.


De pie en la encrucijada de la vida,
Del hombre peregrino y de los pueblos,
Lleváis agua de Dios a los cansados,
Hambre de Dios lleva a los hambrientos.


De puerta en puerta va vuestro mensaje,
Que es verdad y es amor y es Evangelio.
No temáis, pecadores, que sus manos
Son caricias de paz y de consuelo


Gracias, Señor, que el pan de tu palabra
Nos llega por tu amor, pan verdadero;
Gracias, Señor, que el pan de vida nueva
Nos llega por tu amor, partido y tierno. Amén

 

Beato Juan van Ruysbroeck (1293-1381), canónigo regular
El Espejo de la bienaventuranza eterna


«Hoy tengo que alojarme en tu casa»

     Algunas personas se parecen a Zaqueo. Desean ver a Jesús para saber quién es, pero para llegar a saberlo, saben que cualquier razonamiento o luz natural se quedan cortos de talla. Estas personas, pues, corren más allá de toda la multitud y de toda dispersión de las criaturas. Por la fe y el amor, trepan hasta la cumbre de su pensamiento, allá donde el espíritu no queda afectado por ninguna imagen y no encuentran impedimento alguno en su libertad. Es allí que Jesús es visto, reconocido y amado en su divinidad. Porque él está siempre presente a todos los espíritus libres y elevados que, amándole, se han visto elevados por encima de sí mismos. Es allí que desbordan en plenitud de dones y gracias.

     Y sin embargo dice a cada una de éstas: «Baja enseguida, porque una libertad elevada por encima del espíritu no se puede mantener si no se tiene un espíritu humilde y obediente. Porque te es necesario reconocerme y amarme como Dios y como hombre, al mismo tiempo exaltado más allá de todo y abajado por debajo de todo. Es de esta manera que tú podrás saborearme, cuando yo te levante por encima de todo y por encima de ti mismo, en mi, y cuando tú te abajes por debajo de todo y por debajo de ti mismo, conmigo y por mi causa. Entonces podré venir a tu casa, quedarme en ella y permanecer contigo y en ti, y tú conmigo y en mi».

     Cuando alguien conoce esto, lo saborea y lo siente en sí, desciende rápidamente no estimándose en nada y diciendo con corazón humilde, decepcionado de su vida y de todas sus obras: «Señor, yo no soy digno de que entre (Mt 8,8) en la morada de pecado que son mi cuerpo y mi alma, tu cuerpo glorioso que está en el Santísimo Sacramento. Mas tú, Señor, muéstrame tu gracia y ten piedad de mi pobre vida y de todas mis debilidades».


«El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido»



Hoy, Zaqueo soy yo. Este personaje era rico y jefe de publicanos; yo tengo más de lo que necesito y quizás muchas veces actúo como un publicano y me olvido de Cristo. Jesús, entre la multitud, busca a Zaqueo; hoy, en medio de este mundo, me busca a mí precisamente: «Baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa» (Lc 19,5).


Zaqueo desea ver a Jesús; no lo conseguirá si no se esfuerza y sube al árbol. ¡Quisiera yo ver tantas veces la acción de Dios!, pero no sé si verdaderamente estoy dispuesto a hacer el ridículo obrando como Zaqueo. La disposición del jefe de publicanos de Jericó es necesaria para que Jesús pueda actuar; y, si no se apremia, quizás pierda la única oportunidad de ser tocado por Dios y, así, ser salvado. Quizás yo he tenido muchas ocasiones de encontrarme con Jesús y quizás ya va siendo hora de ser valiente, de salir de casa, de encontrarme con Él y de invitarle a entrar en mi interior, para que Él pueda decir también de mí: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,9-10).


Zaqueo deja entrar a Jesús en su casa y en su corazón, aunque no se sienta muy digno de tal visita. En él, la conversión es total: empieza con la renuncia a la ambición de riquezas, continúa con el propósito de compartir sus bienes y acaba con la resolución de hacer justicia, corrigiendo los pecados que ha cometido. Quizás Jesús me está pidiendo algo similar desde hace tiempo, pero yo no quiero escucharle y hago oídos sordos; necesito convertirme.


Decía san Máximo: «Nada hay más querido y agradable a Dios como que los hombres se conviertan a Él con un arrepentimiento sincero». Que Él me ayude hoy a hacerlo realidad.


Apocalipsis 1,1-4.2,1-5.

Revelación de Jesucristo, que le fue confiada por Dios para enseñar a sus servidores lo que tiene que suceder pronto. El envió a su Angel para transmitírsela a su servidor Juan.
Este atestigua que todo lo que vio es Palabra de Dios y testimonio de Jesucristo.
Feliz el que lea, y felices los que escuchen las palabras de esta profecía y tengan en cuenta lo que está escrito en ella, porque el tiempo está cerca.
Yo, Juan, escribo a las siete Iglesias de Asia. Llegue a ustedes la gracia y la paz de parte de aquel que es, que era y que vendrá, y de los siete Espíritus que están delante de su trono,
Escribe al Angel de la Iglesia de Efeso: "El que tiene en su mano derecha las siete estrellas y camina en medio de los siete candelabros de oro, afirma:
"Conozco tus obras, tus trabajos y tu constancia. Sé que no puedes tolerar a los perversos: has puesto a prueba a quienes usurpan el título de apóstoles, y comprobaste que son mentirosos.
Sé que tienes constancia y que has sufrido mucho por mi Nombre sin desfallecer.
Pero debo reprocharte que hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo.
Fíjate bien desde dónde has caído, conviértete y observa tu conducta anterior. Si no te arrepientes, vendré hacia ti y sacaré tu candelabro de su lugar preeminente.


Salmo 1,1-2.3.4.6.

¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche!
El es como un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien.
No sucede así con los malvados: ellos son como paja que se lleva el viento.
porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malvados termina mal.


Evangelio según San Lucas 18,35-43.

Cuando se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna.
Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía.
Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret.
El ciego se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!".
Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!".
Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó:
"¿Qué quieres que haga por ti?". "Señor, que yo vea otra vez".
Y Jesús le dijo: "Recupera la vista, tu fe te ha salvado".
En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.

 

San Gregorio Magno, (hacia 540-604), papa, doctor de la iglesia
Sermones sobre el Evangelio, nº 2; PL 76, 1081


«En seguida recobró la vista y siguió a Jesús glorificando a Dios»

     Nuestro Redentor, previendo que los discípulos se turbarían cuando llegara su Pasión, les anuncia, por adelantado, tanto los sufrimientos de su Pasión como la gloria de su Resurrección (Lc 18,31-33). Así, viéndole morir tal como se lo había anunciado, no dudarían de su resurrección. Pero, puesto que todavía estaban bajo los efectos de su condición carnal, los discípulos no podían llegar a captar el alcance de las palabras que les anunciaban el misterio (v 34). Es entonces cuando se produce un milagro: bajo sus propios ojos un ciego recobra la vista, para que los que eran incapaces de captar las palabras del misterio sobrenatural, fueran sostenidos en su fe a la vista de un acto sobrenatural.

     Porque nosotros debemos mirar los milagros de nuestro Salvador y Maestro con una mirada doble: son hechos que hay que acoger como tales, y son signos que nos remiten a otra cosa... Así, en el plano histórico, no sabemos nada de quien era este ciego. Pero sabemos que se le designa de manera escondida. Este ciego es el género humano, echado fuera del gozo del Paraíso en la persona de su primer padre, y que no ha tenido ningún conocimiento de la luz divina pero es condenado a vivir en las tinieblas. Y sin embargo, la presencia del su Redentor le ilumina; comienza a ver los goces de la luz interior y, deseándolas, puede seguir el camino de vida de las buenas obras.
Hoy, el ciego Bartimeo (cf. Mc 10,46) nos provee toda una lección de fe, manifestada con franca sencillez ante Cristo. ¡Cuántas veces nos iría bien repetir la misma exclamación de Bartimeo!: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» (Lc 18,37). ¡Es tan provechoso para nuestra alma sentirnos indigentes! El hecho es que lo somos y que, desgraciadamente, pocas veces lo reconocemos de verdad. Y..., claro está: hacemos el ridículo. Así nos lo advierte san Pablo: «¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1Cor 4,7).


A Bartimeo no le da vergüenza sentirse así. En no pocas ocasiones, la sociedad, la cultura de lo que es "políticamente correcto", querrán hacernos callar: con Bartimeo no lo consiguieron. Él no se "arrugó". A pesar de que «le increpaban para que se callara, (...) él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’» (Lc 19,39). ¡Qué maravilla! Da ganas de decir: -Gracias, Bartimeo, por este ejemplo.


Y vale la pena hacerlo como él, porque Jesús escucha. ¡Y escucha siempre!, por más jaleo que algunos organicen a nuestro alrededor. La confianza sencilla -sin miramientos- de Bartimeo desarma a Jesús y le roba el corazón: «Mandó que se lo trajeran y (...) le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?» (Lc 18,40-41). Delante de tanta fe, ¡Jesús no se anda con rodeos! Y... Bartimeo tampoco: «¡Señor, que vea!» (Lc 18,41). Dicho y hecho: «Ve. Tu fe te ha salvado» (Lc 18,42). Resulta que «la fe, si es fuerte, defiende toda la casa» (San Ambrosio), es decir, lo puede todo.


Él lo es todo; Él nos lo da todo. Entonces, ¿qué otra cosa podemos hacer ante Él, sino darle una respuesta de fe? Y esta "respuesta de fe" equivale a "dejarse encontrar" por este Dios que -movido por su afecto de Padre- nos busca desde siempre. Dios no se nos impone, pero pasa frecuentemente muy cerca de nosotros: aprendamos la lección de Bartimeo y... ¡no lo dejemos pasar de largo!





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