domingo, 14 de septiembre de 2008



 

 

 

 

 

 

Una homilía atribuida a san Efrén (hacia 306-373), diácono en siria, doctor de la Iglesia



«Levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32)

     Desde ahora, por la cruz, las sombras se han disipado y la verdad se levanta, tal como nos lo dice el apóstol Juan: «El mundo viejo ha pasado porque mira que hago un mundo nuevo.» (Ap 21, 4-5). La muerte ha sido despojada, el infierno ha liberado a sus cautivos, el hombre ha quedado libre, el Señor reina, la creación se ha llenado de gozo. La cruz triunfa y todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos (Ap 7,9) vienen para adorarla. Con el bienaventurado Pablo que exclama: «Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gal 6,14) encontramos en ella nuestro gozo. La cruz devuelve la luz al universo entero, aleja las tinieblas y reúne a las naciones de Occidente a Oriente, del Norte y del mar en una sola Iglesia, una sola fe, un solo bautismo en la caridad. Fijada sobre el Calvario, se levanta en el centro del mundo.

     Armados con la cruz, los apóstoles se van a predicar y reunir en su adoración a todo el universo, pisoteando todo poder hostil. Por la cruz, los mártires han confesado la fe con audacia, sin temer los engaños de los tiranos. Cargados con ella, los monjes, con inmenso gozo, han hecho de la soledad su estancia.

     Cuando Cristo regrese, esta cruz aparecerá primero en el cielo, como cetro precioso, viviente, verdadero y santo del Gran Rey: «Entonces, dice el Señor, aparecerá en el cielo el signo del Hijo del hombre» (Mt 24,30). Y nosotros le veremos escoltado por los ángeles, iluminando la tierra de uno al otro confín, más clara que el sol, anunciando el Día del Señor.




La Exaltación de la Santa Cruz








Libro de los Números 21,4-9.

Los israelitas partieron del monte Hor por el camino del Mar Rojo, para bordear el territorio de Edóm. Pero en el camino, el pueblo perdió la paciencia
y comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés: "¿Por qué nos hicieron salir de Egipto para hacernos morir en el desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua, y ya estamos hartos de esta comida miserable!".
Entonces el Señor envió contra el pueblo unas serpientes abrasadoras, que mordieron a la gente, y así murieron muchos israelitas.
El pueblo acudió a Moisés y le dijo: "Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti. Intercede delante del Señor, para que aleje de nosotros esas serpientes". Moisés intercedió por el pueblo,
y el Señor le dijo: "Fabrica una serpiente abrasadora y colócala sobre un asta. Y todo el que haya sido mordido, al mirarla, quedará curado".
Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta. Y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba curado.


Salmo 78(77),1-2.34-35.36-37.38.

Poema de Asaf. Pueblo mío, escucha mi enseñanza, presta atención a las palabras de mi boca:
yo voy a recitar un poema, a revelar enigmas del pasado.
Cuando los hacía morir, lo buscaban y se volvían a él ansiosamente:
recordaban que Dios era su Roca, y el Altísimo, su libertador.
Pero lo elogiaban de labios para afuera y mentían con sus lenguas;
su corazón no era sincero con él y no eran fieles a su alianza.
El Señor, que es compasivo, los perdonaba en lugar de exterminarlos; una y otra vez reprimió su enojo y no dio rienda suelta a su furor:


Carta de San Pablo a los Filipenses 2,6-11.

El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente:
al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: "Jesucristo es el Señor".


Evangelio según San Juan 3,13-17.

Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.



 


 


«Para que todo el que crea en Él tenga vida eterna»



Hoy, el Evangelio es una profecía, es decir, una mirada en el espejo de la realidad que nos introduce en su verdad más allá de lo que nos dicen nuestros sentidos: la Cruz, la Santa Cruz de Jesucristo, es el Trono del Salvador. Por esto, Jesús afirma que «tiene que ser levantado el Hijo del hombre» (Jn 3,14).


Bien sabemos que la cruz era el suplicio más atroz y vergonzoso de su tiempo. Exaltar la Santa Cruz no dejaría de ser un cinismo si no fuera porque allí cuelga el Crucificado. La cruz, sin el Redentor, es puro cinismo; con el Hijo del Hombre es el nuevo árbol de la Sabiduría. Jesucristo, «ofreciéndose libremente a la pasión» de la Cruz ha abierto el sentido y el destino de nuestro vivir: subir con Él a la Santa Cruz para abrir los brazos y el corazón al Don de Dios, en un intercambio admirable. También aquí nos conviene escuchar la voz del Padre desde el cielo: «Éste es mi Hijo (...), en quien me he complacido» (Mc 1,11). Encontrarnos crucificados con Jesús y resucitar con Él: ¡he aquí el porqué de todo! ¡Hay esperanza, hay sentido, hay eternidad, hay vida! No estamos locos los cristianos cuando en la Vigilia Pascual, de manera solemne, es decir, en el Pregón pascual, cantamos alabanza del pecado original: «¡Oh!, feliz culpa, que nos has merecido tan gran Redentor», que con su dolor ha impreso “sentido” al dolor.


«Mirad el árbol de la cruz, donde colgó el Salvador del mundo: venid y adorémosle» (Liturgia del Viernes Santo). Si conseguimos superar el escándalo y la locura de Cristo crucificado, no hay más que adorarlo y agradecerle su Don. Y buscar decididamente la Santa Cruz en nuestra vida, para llenarnos de la certeza de que, «por Él, con Él y en Él», nuestra donación será transformada, en manos del Padre, por el Espíritu Santo, en vida eterna: «Derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados».Comentario: Rev. D. Homer Val i Pérez (Barcelona, España


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