domingo 06 Julio 2008
Santa María Goretti
Libro de Zacarías 9,9-10.
¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna. El suprimirá los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén; el arco de guerra será suprimido y proclamará la paz a las naciones. Su dominio se extenderá de un mar hasta el otro, y desde el Río hasta los confines de la tierra.
Salmo 145(144),1-2.8-9.10-11.13-14.
Himno de David. Te alabaré, Dios mío, a ti, el único Rey, y bendeciré tu Nombre eternamente Día tras día te bendeciré, y alabaré tu Nombre sin cesar. El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; el Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas. Que todas tus obras te den gracias, Señor, y tus fieles te bendigan; que anuncien la gloria de tu reino y proclamen tu poder. tu reino es un reino eterno, y tu dominio permanece para siempre. El Señor es fiel en todas sus palabras y bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que caen y endereza a los que están encorvados.
Carta de San Pablo a los Romanos 8,9.11-13.
Pero ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes. Hermanos, nosotros no somos deudores de la carne, para vivir de una manera carnal. Si ustedes viven según la carne, morirán. Al contrario, si hacen morir las obras de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán.
Evangelio según San Mateo 11,25-30.
En esa oportunidad, Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana". |
San Agustín (354-430), obispo de hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia
Confesiones, I, 1-5
«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré»
«Grande es el Señor, merece toda alabanza, es incalculable su grandeza» (Sl 144,3). «Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida» (Sl 146,5) y, sin embargo, el hombre quiere alabarte, el hombre que no es más que una pequeña porción de tu creación, el hombre que lleva consigo y por todas partes su mortalidad, que lleva con él el testimonio de su pecado y que reconoce que «te opones a los orgullosos» (St 4,6). Pero el hombre, porción insignificante de tu creación, quiere alabarte. Eres tú mismo quien le empuja a buscar su gozo en tu alabanza, porque tú nos has hecho para ti, y nuestro corazón no descansa hasta que encuentra su descanso en ti...
«Alabarán al Señor los que lo buscan» (Sl 21,27). Los que lo busquen lo encontrarán, los que lo encuentren lo alabarán. ¡Que te busque, pues, Señor, invocándote, y que te invoque, creyendo en ti! Porque tú te nos has revelado por la predicación. Te invoca, Señor, esta fe que me has dado, esta fe que me has inspirado a través de la humanidad de tu Hijo por el ministerio de tu predicador. Y ¿cómo invocaré yo a mi Dios, mi Dios y mi Señor? Cuando le invocaré, le llamaré para que venga a mí. Pero ¿es que hay en mí un lugar donde mi Dios pueda venir, ese Dios que ha hecho el cielo y la tierra» (Gn 1,1)? Así, pues, mi Dios y Señor, ¿es que hay en mí alguna cosa que pueda contenerte? ¿Es que el cielo y la tierra que tú has creado, y en los cuales me has creado a mí, te pueden contener?... Puesto que yo mismo existo ¿puedo pedirte que vengas a mí, a mí que no existiría si tú no existieras en mí?...
¿Quién me concederá poder descansar en ti? ¿Quién me concederá que vengas a mi corazón, que lo embriagues para que yo olvide mis males y pueda estrecharte, a ti mi único bien? ¿Quién eres tú para mí? Ten compasión de mí para que pueda hablar. ¿Quién soy a tus ojos para que me mandes amarte?... En tu misericordia, Señor Dios mío, dime lo que tú eres para mí. «Di a mi alma: Tú eres mi salvación» (Sl 34,3). Díselo; que yo lo oiga. Mira que el oído de mi corazón está a la escucha, delante de ti, Señor, haz que te oiga, y «di a mi alma: Yo soy tu salvación». Correré hacia esta palabra y al fin te agarraré.
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