lunes, 10 de septiembre de 2012

Lourdes TV - The Sanctuary directo sobre la vida de Nuestra Señora de Lourdes Lourdes |

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Novena de Schoenstatt

A la Madre Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt

Plegaria Preparatoria
Primer Día
Segundo Día
Tercer Día
Cuarto Día
Quinto Día
Sexto Día
Séptimo Día
Octavo Día
Noveno Día
Conclusión


Plegaria Preparatoria

(para decirse en cada día de la Novena)
Madre querida, Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, acudo a ti con ilimitada confianza a implorar tu ayuda para obtener de Dios lo que humildemente pido.
Tu Hijo Divino te entregó a mí como Madre. Sus palabras, “He ahí a tu Madre”, me las dijo a mi también, y a ti te dijo “He ahí a tu hijo”. ¡Heme aquí pues, tu hijo, arrodillado a tus pies! ¡Qué consuelo el tenerte como Madre! Por lo tanto, acudo a ti en mi angustia. Te ruego, Tres Veces Admirable Madre y Reina de Schoenstatt, pues ninguno de tus hijos que ha acudido a ti a quedado ha quedado sin protección o ayuda. Tú misma has llevado a cuestas grandes pruebas. Como Madre Dolorosa permaneciste al pie de la cruz. Ahora vengo a ti con mi dolor, ¿despreciarás ésta mi humilde y angustiosa súplica? ¡No, nunca! Tú eres la salud de los enfermos, el consuelo de los afligidos, la ayuda de los cristianos. Lo que me llena de especial consuelo, sin embargo, es el hecho de que a ti te llaman Madre Admirabilísima (tres veces admirable) y Reina de Schoenstatt, un título de honor que quiere decir que eres maravillosa en todo momento y en todo lugar.
Obtén para mí, pues, de tu Divino Hijo, la respuesta a mi plegaria… y yo repetiré tu Magnificat y pregonaré la piedad de Nuestro Señor por toda la eternidad. Amén.

Primer Día

Dios saluda a María
“El ángel del Señor anunció a María, y ella concibió del Espíritu Santo” ( Lucas 1, 28-38)
A través de los siglos, las campanas de todas nuestras iglesias y capillas han proclamado en voz alta este misterio. Tres veces al día nos quieren recordar el principio de nuestra redención.
Meditemos por un momento en la Anunciación. ¡Cuánta luz ha de haber rodeado a la Santísima Virgen! ¡Qué gran misterio confió el Señor a su cuidado! ¡La venida del Mesías se acercaba y aquella humilde doncella llegaría a ser su Madre! ¡Qué profunda emoción debe haber embargado a María cuando oyó lo increíble: que el Eterno Hijo de Dios quería hacerse uno de nosotros!
Preguntémonos, sin embargo, si acaso este acontecimiento trajo alegría y felicidad tan solo a la Virgen María. Claro que no, pues bien sabemos que la hora aguardada por tan largo tiempo traía consigo una profecía de mucho sufrimiento. Seguramente que en el momento de la Anunciación la Virgen Santísima no conocía en detalle todas las consecuencias que se disponía a aceptar. Por otro lado, ella estaba familiarizada con las Escrituras, especialmente con los pasajes referentes al Mesías quien, aún a costa de extremadamente dolorosos sufrimientos, quería redimir a un mundo tan profundamente sumergido en la culpa y el pecado. Entonces, ¿no tendría también su Santísima Madre que prepararse para un mar de sufrimientos?
María es saludada por Dios… ¿Dios nunca te ha enviado un ángel que te salude y te traiga sus mensajes? Entonces, ¿quién te trae tus mensajes? Tal vez sea el cartero quien te trae noticias que pueden destruir todos tus sueños y tu felicidad. Nuevas de que algunos de tus semejantes te calumnian y manchan tu honor; nuevas de que has perdido tu casa y todas tus posesiones o de que tus acreedores te amenazan con una demanda. Tal vez te han llegado noticias del fallecimiento o la gravedad de un ser querido, o esperas con ansias el oír cómo sigue el enfermo. O a lo mejor los problemas que te hacen la vida pesada son no solo exteriores sino también interiores.
¡Ah, no digas que Dios nunca te manda un mensajero o un mensaje! ¡Calla! Arrodíllate silenciosamente frente al Señor tu Dios, como la Virgen María se arrodilló ante el ángel, y reflexiona… Para aquellos que aman a Dios, nada es imposible.
¿Acaso tu cruz, cualquiera que esta sea, no es un saludo de Dios, un mensaje del Padre Celestial para ti, su hijo? ¿No es esto como si un ángel mensajero se parara frente a ti? Tal como sucedió a la Virgen María, Él espera también tu consentimiento.
Tu sufrimiento tiene un significado profundo. Desde que Cristo murió en el Gólgota, Él permite que aquellos a quienes Él ama participen de su muerte, para que así mismo se hagan participes de su gloria. Junto con Cristo debemos sufrir por nuestra propia redención y la de los demás.
Baja la cabeza, colócala bajo la mano de Dios y cree ciegamente que es Dios quien te saluda en tu dolor, y que este es un mensaje del cielo. Cree firmemente que ahora, más que nunca, no estás abandonado por Dios y confía implícitamente en que Él te escuchará a través de la intercesión de la Virgen María, Madre Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt.
Oración
Madre Santísima, Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, puesto que tú has caminado en la oscuridad de la fe ciega, sometida en todo tiempo a la voluntad del Todopoderoso, ayúdame en mi cruz y mi calvario a encontrar el amor de mi Padre Celestial. Intercede por mí para que Dios me escuche y, si mi súplica tiene cabida en su plan divino, concédeme lo que te pido… (menciónalo en silencio).
Ejercicio
Pon cuidadosa atención a todo lo que pasa a tu alrededor y tómalo como un saludo de Dios.

Segundo Día

Respuesta de María al mensaje del ángel
“He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1, 38)
¿Acaso fue fácil para María dar esta respuesta? ¿Respondió precipitadamente, casualmente o sin reflexionar, como nosotros a menudo lo hacemos al rezar el “Ángelus”?
María indudablemente estaba atemorizada ante lo que vio y oyó; atemorizada por el ángel; atemorizada seguramente ante la tarea sin precedente que Dios le asignaba, puesto que ella tan solo deseaba ser la sierva, no la Madre del Redentor. ¡Todo aquello era tan completamente imprevisto para María! Ella deseaba permanecer virgen y ahora esto sería diferente. Pero no había mucho tiempo para reflexionar. La decisión tenía que ser rápida. El ángel permaneció allí esperando la respuesta, esa respuesta que determinaría los futuros planes divinos. Era la respuesta de la que dependía la redención de todo el mundo.
María nunca se revistió de falsa humildad pretendiendo no poder hacerlo. Nunca luchó con el ángel como lo hizo Moisés cuando el Señor le ordenó ir ante el faraón y realizar actos milagrosos para que este permitiera a los hijos de Israel partir, Moisés, titubeante, respondió: “Yo soy torpe para expresarme, permite que Aarón hable por mí” (Éxodo 4, 10).
La humilde doncella de Nazareth actuó de otra manera. Cuando el Ángel le reveló que podía llegar a ser la Madre de Dios sin perder su virginidad, María no titubeó ni por un momento. Con una sencillez filial y depositando toda su confianza pronunció estas palabras: “He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1, 38).
Ahora dime, ¿cuál es tu respuesta al dolor que te agobia? ¿Cómo vas a contestar al mensaje de tu Padre Celestial?
Seguramente estarás pensando: ¿Cómo voy a poder contestar a las injusticias, a la pérdida de mi honor, de mi hogar y mis posesiones? ¿Acaso hay quién pueda aceptar fácilmente la pérdida de sus seres queridos, o el tormento de alguna enfermedad que amenaza nuestra propia existencia?
¡Piénsalo detenidamente! Tu dolor, por profundo que sea, el amor paternal de Dios lo permite, y por lo tanto, Su mirada está continuamente puesta en ti. Él tan solo te desea el bien, quiere que te acerques a Él. ¡Esto lo debes creer con todo tu corazón!
Aún cuando Él permite que vivas con una debilidad moral seria y humillante, lo puede hacer para tu beneficio. Recuerda las palabras de San Pablo: “Para quienes aman a Dios, todas las cosas trabajan para su bien” (Romanos 8, 28).
Todo lo que necesitas es admitir con humildad tu miseria y elevar incesantemente tu corazón con tus plegarias a Él. Ofrécele toda tu voluntad y haz el propósito de aceptar, cuando menos el día de hoy, esa cruz que descansa tan pesadamente sobre tus hombros. “Dios es Padre, Dios es bueno, bueno es todo lo que Él hace.”
Cuando todo te parezca falto de vida o de razón, repite con humildad, junto a María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1, 38). ¡Sí, Padre Celestial, hágase siempre tu voluntad, bien sea cuando me traiga dolor, pena o alegría!
Oración
Madre Santísima, Tres Veces Admirable y Reina de Schoenstatt, humilde doncella de Nazareth, obtén para mí la gracia de pronunciar un sincero, humilde y resignado “Sí” en mi gran sufrimiento. Enséñame a bajar la cabeza colocándola bajo la mano de Dios, consiente de las palabras: “Confía en el Señor, como tu Madre Celestial te enseñará; entre más confíes en el Señor, Él más bondad y piedad de ti tendrá. Amén”
Ejercicio
Hoy pronuncia un deseoso “Sí” a todo suceso imprevisto que te sorprenda.

Tercer Día

El Espíritu Santo alaba a María por medio de Isabel
“Bendita seas tú, porque has creído” (Lucas 1, 45)
En el primer día de esta novena aceptaste tu sufrimiento como un mensaje del Padre. En el segundo día trataste de someterte como un niño a Dios, tu Padre Celestial. Con María, la Bendita Madre de Dios, le has dado tu “Sí”, con la confianza ciega de que la voluntad de tu Padre ha planeado nada menos que lo mejor para ti, aún cuando Él mande penas amargas.
Hoy presenciamos el encuentro entre María e Isabel. Nos maravillamos ante las palabras del Espíritu Santo que pronunció Isabel: “¿Y cómo es que he merecido que la Madre de mi Señor venga a mí?” y “Bendita seas tú porque has creído” (Lucas 1, 41-45).
¿Qué fue lo que creyó María? Creyó en el poder supremo de Dios y nunca dudó que para lograr Sus planes, Él puede inclusive excluir las leyes de la naturaleza. Realmente, Él había hecho cosas grandes e incomprensibles en María. Ella podía cargar al Hijo de Dios bajo su corazón y llegar a ser Madre sin perder su virginidad. ¡Sí, bendita eres tú porque has creído!
Recuerda que estas palabras del Espíritu Santo, en labios de Isabel, fueron pronunciadas también para ti. Sí, como María, tú también puedes creer. El buen Dios es todopoderoso y está listo, a petición de María, a ayudarte también a ti, si es para tu salvación… ¡aún si se requiere de un milagro! ¿Acaso no es este un destello brillante de esperanza?
El que María sea tu madre es un hecho maravilloso. Su más hermoso privilegio de Madre consiste en obtener favores de Dios para ti. “La Virgen María ha hecho el milagro”, ha sido escrito miles de veces en los santuarios y basílicas de Nuestra Santísima Madre… La “Salud de los enfermos”, el “Consuelo de los que sufren”, la “Abogada de los cristianos”… ¿Acaso no todos los santuarios de la Gran Madre de Dios son testimonio de su gran amor maternal? ¿Acaso no son prueba viviente de su poder de intercesión? María puede y desea obtener milagros para ti. Y el número de milagros obtenidos por su intercesión es incalculable.
El mismo Cristo nos exhorta a creer firmemente en la ayuda milagrosa de Dios cuando nos dice: “Tened fe en Dios. Ciertamente yo os digo, que cualquiera que diga a esta montaña ‘Levántate y échate al mar’ sin dudar y creyendo firmemente en lo que dice, lo conseguirá. Por lo tanto, yo os digo, todo lo que pidiereis rezando, creedlo y lo recibiréis” (Marcos 11, 22-24).
Bendito eres tú si tienes fe en que Dios, por intercesión de María, te concederá lo que pidas, siempre y cuando sea para tu bien, o te dará fuerzas para cargar tu cruz si acaso Él, en su misericordia infinita, decide que no es para tu bien y no te lo concede.
Oración
“En tu poder y en tu bondad confía
con sencillez filial el alma mía.
En ti y en tu Hijo, en cada situación,
confía ciego, Oh Madre, el corazón.”
Ejercicio
Practica la confianza de un niño todo el día.

Cuarto Día

Respuesta jubilosa de María en su Magnificat
“Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lucas 1, 46-47)
¿Qué tiene que ver el himno de alabanza de María con tu novena y el grito suplicante de tu corazón en busca de una respuesta a tu gran súplica? Ciertamente tú te entregarás en un fervoroso “Magnificat” tan pronto obtengas lo que has pedido, pero… ¿y ahora? ¿¡No!? Es mucho pedir… ¿Es así cómo piensas?
Con el corazón henchido de alegría María proclamó las grandes obras de Dios. Ella no pensaba que era la favorita del Señor. Su alegría se desbordaba al mundo entero, cuya redención había llegado: “Su Misericordia alcanza de generación en generación… Él ha exaltado a los humildes… ha saciado a los hambrientos con buenas cosas…” (Lucas 1, 50-54). Ella estaba jubilosa por el bien que vendría a otros.
En la vida práctica también, María revelaba en su totalidad una actitud de ansiedad para ayudar a los necesitados. Tan pronto como el milagro de milagros sucedió y el Hijo de Dios había asumido forma carnal en su vientre, ella no permaneció recluida para adorar al Dios de su corazón, al Niño de su vientre, sino que rápidamente se fue a casa de Isabel, donde puso manos a la obra.
¡En que forma tan humana se reveló la Santísima Virgen! Fue ahí, al servicio de otra persona, que cantó su glorioso Magnificat.
Tú te acercas ahora con una gran súplica. Tal vez estés decepcionado de Dios y de los hombres, o te encuentras atormentado por un profundo conflicto interno. O tal vez haya muchos obstáculos frente a ti. ¿Cómo vas a tener tiempo de preocuparte por alguien más? Tienes bastantes problemas propios, demasiadas preocupaciones, nadie se va a ocupar de resolver tus problemas. ¿No es esta tu manera de pensar? Tal vez en ocasiones te has indignado, entristecido, encelado o has envidiado la buena fortuna de otros y ahora te encuentras enojado con tu Dios.
Tal vez la Santísima Virgen te pueda dar alguna enseñanza en su Magnificat. ¿Acaso no te habla de servir y ayudar desinteresadamente? ¿Por qué no tratar, a pesar de tus propias penas y preocupaciones, de llevar un poquito de felicidad a otros y de ser verdaderamente amable y caritativo con la mirada, con las palabras y con los hechos? Ruega por otros. Haciendo esto pronto descubrirás que tu propia pena pierde mucha de su amargura. Aprende a olvidarte de ti mismo más y más, y encontrarás felicidad profunda en medio de tu sufrimiento, tal como lo ha escrito San Pablo: “Yo reboso de alegría en mis tribulaciones” (II Corintios 7, 4).
Oración
Madre Santísima, Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, tú has cantado tu Magnificat porque el Señor te eligió como Madre y porque, por medio de tu maternidad, te convertiste en sierva de todos. Obtén para mí la gracia de llevar mi sufrimiento con alegría y de servir siempre a otros con la esperanza de que Dios me conceda mi petición a través de tu poderosa intercesión. ¡Oh, Madre Tres Veces Admirable y Amantísima Reina! Amén.
Ejercicio
Trata hoy de ser alegre y amigable en tu trabajo, y usa todas las oportunidades para servir a otros.

Quinto Día

El lamento de María
“Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto?” (Lucas 2, 48)
Tú llevas a cuesta una carga pesada. Apenas ayer, a pesar de todas tus preocupaciones, hiciste un gran esfuerzo para ser alegre y agradable. Tal vez trabajaste para otro hasta estar rendido y ahora vuelves a ser el mismo con tus problemas. Hay algo muy dentro de ti que quisiera levantarse y exigir una respuesta a la eterna pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué he de ser yo?
Esto es simplemente humano, pero no debes amargarte en tu duda. Además, debe servirte de consuelo el saber que la misma Virgen María tuvo la misma duda: “¿Por qué nos has hecho esto?” (Lucas 2, 48). Dime, ¿hay alguna cosa que pueda hacernos sentir más cercanos a María que esta manifestación humana de preocupación maternal, o en todo caso, todos los otros acontecimientos incomprensibles de su vida, aún al pie de la Cruz? Silenciosamente ella estuvo allí de pie, sin quejarse.
Ahora tú te preguntas, ¿por qué todo el terribles sufrimiento, las decepciones, el dolor? ¿Hay algún propósito en todo esto? Hay un verso que dice, “Cuando el dolor y el sufrimiento tus compañero son, el Padre Celestial te está diciendo: ‘Ven acércate a mi Corazón’.”
Es que el amor de Dios hacia a ti es aún mayor ahora que ha permitido que sufras. Por medio de ese dolor Él ha querido purificarte, apartarte de las cosas mundanas y acercarte a Él. Sé que has de decir: “Dios me esta castigando”, y has de creer que ya no está de tu parte. Sin embargo, Él te ama, especialmente cuando sufres pacientemente, por que entonces es como si cargaras su propia cruz.
Sin embargo, deberías aceptar tu sufrimiento con verdadero espíritu de penitencia, pues cada uno de nosotros tiene muchas razones para expiar por sus propios pecados y por los de sus semejantes. Por medio del sufrimiento y del dolor puedes borrar, aquí en la tierra, parte del castigo temporal que te espera por tus pecados. Esto también es prueba del amor de Dios. Por lo tanto, el sufrimiento y el dolor se convierten en peldaños de la escalera de tu salvación y santificación.
Pero hay aún un significado más profundo en tu dolor. El dolor, cuando se sufre resignadamente, moldea tu alma a la imagen y semejanza de tu Salvador Crucificado. Amando a Jesús, como seguramente tú lo haces, ¿no quisieras asemejarte un poquito más a Él?
Más aún, a través del dolor y las penas de esta vida tienes una oportunidad maravillosa para adquirir méritos valiosos para la eternidad. Algún día, a la hora de morir, te regocijarás por las ocasiones en que, como el oro, fuiste purificado con el fuego del sufrimiento, y por los momentos en que, como Cristo, caíste al suelo bajo el peso de la cruz. Los momentos de placer y de prosperidad no te darán consuelo alguno en ese momento. Pero bendito tres veces eres, si has soportado en unión con Dios las pruebas que la vida te ha puesto.
Tu sufrimiento también te ofrece la oportunidad de ser un apóstol y ayudar en la salvación de muchas almas. Podríamos decir que la Madre Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt te sale al encuentro y te dice: “Dame todos tus sacrificios, dolores y penas para poder ofrecérselos a Dios. Ellos serán fructíferos en la salvación de almas y en la reconstrucción del mundo de acuerdo con los planes de Cristo”. ¿Acaso puedes negarle esto a la Madre de Gracia de Schoenstatt? ¿No te gustaría llegar a ser una víctima de amor, a través de tus esfuerzos y sacrificios, con objeto de ganar muchas gracias para las conversiones? Mira dentro de ti y fíjate si Dios y nuestra Madre no están tratando de despertar en ti un espíritu de sacrificio y acción heroica.
Tal vez el significado del dolor te sea un poco más claro ahora. Sin embargo, puedes acudir a María con absoluta confianza. Puede ser que Dios haya permitido tu dolor para que conozcas el poder y la bondad de María ¡Confía en ella como un niño! Mientras más confíes, más lograrás, como dice este rezo: “Ofrécele tu dolor y tus penas a María. Ella dará consuelo a quien en su amor confía”.
Oración
Madre querida, Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, en tu sufrimiento has buscado a tu Hijo y lo has encontrado. Todo tu dolor lo has resumido en la frase: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto?”. A ti traigo todas mis preocupaciones y te ruego, con todo el fervor de mi corazón, que obtengas para mí las gracias que te pido. Que la Divina Voluntad de Dios se haga sobre todas las cosas. Amén.
Ejercicio
Repite hoy esta frase: “Mi sufrimiento tiene un significado profundo y Dios hará lo que sea mejor”.

Sexto Día

Respuesta de Dios a María
Al lamento de María en el templo, “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?”, su Hijo respondió: “¿No sabes que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lucas 2, 49)
María no estaba preparada para tal respuesta. ¡Ah, cómo la debe haber afligido! No sabía ni que pensar. Todo el pesar de los últimos tres días volvió a reflejarse en su corazón: las noches de insomnio, la angustia, la incertidumbre de su hijo extraviado. Y luego Él, con la cabeza en alto, lleno de esplendor y hermosura divina, parado frente a ella, dio la respuesta que profundamente lastimó el fondo de su maternal corazón.
María había encontrado a su Hijo, pero al mismo tiempo se dio cuenta de que lo había perdido. Desde el momento en que su Padre Celestial tenía prioridad en el corazón del Hijo, su corazón maternal tenía que tomar un lugar secundario. Ella, al unísono con Jesús diría “Sí” a la voluntad del Padre. María no pudo comprender de inmediato lo que Jesús dijo, pero guardó cuidadosamente aquellas palabras en su corazón.
¿Acaso tú te encuentras en una situación semejante? Tal vez tú también has perdido un hijo, o la incertidumbre acerca de uno de tus seres queridos ha traído pesar a tu corazón. O tal vez has perdido hogar y posesiones, o has visto el sol de tu felicidad ponerse tras de la tumba. ¿Has perdido tu salud, o a lo mejor, paz en tu corazón? ¡Quién sabe, tal vez a Dios mismo!
Pero… ¿no sabes que tú también debes ocuparte de las cosas de tu Padre? ¿Te das cuenta de que has perdido a Dios mismo a través del pecado mortal? Si es así, entonces ponte en marcha, busca a Dios en el templo. Recupera tu paz de conciencia por medio de una buena confesión. Pero si lo que has perdido son bienes terrenales, entonces entrégate completamente a la voluntad de tu Padre Celestial.
Tal vez no hayas entendido la lección que Dios te quiere enseñar por medio de este sufrimiento. Sin embargo, estás consiente de la presencia de tu Padre Celestial por encima de ti y en todo tu alrededor, cuidándote. Así pues, no te enojes con Dios. Haz lo mismo que María: medita, reza y aguarda… confiando en la Divina Providencia. Los planes divinos son planes de amor y sabiduría.
María también te comprende, especialmente ahora que te hallas rodeado de dificultades. Mantente cerca de Dios y agárrate fuertemente de la mano de tu Madre Celestial. En cualquier incertidumbre, ruégale a María: “Yo no conozco el camino, tú lo conoces bien. Eso me da paz y tranquilidad más allá de lo que yo puedo expresar; nada en el mundo ha sido tan claro: el que confía en María, no confía en vano.”
Oración
Madre querida, Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, obtén para mí la virtud de una confianza profunda en Dios y la gracia de aceptar la voluntad de Dios siempre como la mejor y más exalta. Yo coloco toda mi confianza en ti y te ruego fervientemente que nunca me abandones, y que obtengas de Dios lo que yo humildemente pido. Amén. (Menciónalo aquí en silencio)
Ejercicio
Hoy no te quejes de los sacrificios, al contrario, recuerda que tú también debes ocuparte de las cosas de tu Padre, haciendo su sabia y divina voluntad.

Séptimo Día

La oración de María
“Ya no tienen vino” (Juan 2, 3)
En una forma natural, sencilla e infinitamente confiada, la Madre del Señor dijo: “Ya no tienen vino…” Estas palabras las pronuncio María durante las bodas de Caná. Por 30 años, el Hijo de Dios había vivido en el anonimato en Nazareth, siguiendo el oficio de San José. Ahora Él empezó a enseñar, “a hablar como alguien quien tiene poder”. Hasta aquí Él no había hecho ningún milagro.
Un día el Salvador y su Madre María fueron invitados a unas bodas y ellos aceptaron. Cuando, durante la celebración, se agotó el vino, María se dio cuenta y se levantó. ¿Acaso se iba a despedir para evitar que los anfitriones se sintieran apenados? No, ésa no era la razón. Sencillamente se dirigió a su Hijo y le dijo al oído: “Ya no tienen vino…” (Juan 2, 3).
Estas palabras implicaban algo más que la simple comunicación de una noticia. María esperaba un milagro del Señor, un milagro de agua y vino. Algo sin precedente a nuestra manera de ver. ¿No hubiera sido mejor decir: “vamos a casa”? Sin embargo, ella no pensó así; al contrario, pidió ayuda para los recién casados. Esta sería la hora, de acuerdo con sus deseos, en que su Hijo haría su primer milagro, no en el templo o la sinagoga como hubiera sido de esperar, sino en la ocasión de la celebración de unas bodas. ¡Ah, que típicamente humana era María!
Sus palabras, “Ya no tienen vino”, deben darte tremenda confianza. Tú no estás pidiendo vino. No, tú necesitas algo más… Te encuentras en una situación no solo desagradable sino dolorosamente embarazosa. Un peso insoportable agobia tu alma. Tal vez toda tu existencia, o el bienestar de tus seres queridos, o la salvación de tu alma están en peligro.
No dudes ni por un momento que María, tal como lo hizo en Caná, se encuentra en este preciso momento al lado de Nuestro Señor, murmurándole al oído para ti: “Están en dificultades y necesitan de Tu ayuda. Tienen un problema que solo Tú puedes resolver.”
Si Cristo, a petición de María, convirtió el agua en vino para ayudar a los novios en su apuro, ¿crees que Él no va a escucharla cuando María interceda por ti, siendo tu problema mucho más grande?
Oración
Madre amantísima, Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, ruega e intercede por mí con el mismo fervor con que pediste por la pareja nupcial de Caná: “Señor, ya no tienen vino”. Lleva mi gran petición ante el Señor y será escuchada. Él me librará de mi dolor o me dará fuerzas para soportarlo. Amén.
Ejercicio
Repite hoy con nuestra Madre Santísima: “Señor, ya no tienen vino” e incluye aquí tus peticiones. Practica la confianza y persevera en tus oraciones.

Octavo Día

La perseverancia de María
“Mi hora aún no ha llegado” (Juan 2, 4)
No sería raro que tu corazón todavía se halle cautivado por la bella imagen de la Virgen María en su papel de madre verdaderamente humana y comprensiva. Su actitud fue arriesgada cuando pidió un milagro: “Señor ya no tienen vino”. La respuesta de su Hijo, ahora ya investido de Su dignidad divida: “¿Qué quiere que haga, Mujer? Mi hora aún no ha llegado” (Juan 2, 3-4).
Tal vez su corazón se haya contraído momentáneamente ante la respuesta aparentemente un tanto ruda de su Hijo. Sin embargo, María no se da por ofendida ni se esconde en el silencio del resentimiento, como tal vez nosotros lo hubiéramos hecho. No, ella es firme en su manera de pensar. Él vendrá al rescate de todas maneras. Ella no duda ni por un momento.
¿Cuál es la lección que la Santísima Virgen quiere enseñarte en tu angustia? Sencillamente que tú debes moldear tu actitud a la manera de la de ella. Persevera en oración ferviente. No te des por ofendido ni te escondas en el silencio del resentimiento por que rezaste una vez y tu plegaria aún no ha sido contestada.
¿Acaso no es sorprendente ver a María, a pesar de la respuesta, empezar inmediatamente a dar instrucciones a los sirvientes? ¡Claro, su confianza no tenía limites! Así también tú, como María, debes esperarlo todo de Nuestro Señor. “Da tus instrucciones a los sirvientes”, es decir, confía implícitamente hasta que llegue la respuesta de tu súplica.
Cristo mismo nos ha enseñado esta actitud: “Un hombre fue a casa de su amigo a media noche tocando la puerta, y pidiendo con insistencia que por favor le abriera y le prestara un poco de pan. Gracias a su insistencia, el amigo se levantó abrió y le dio pan, no tanto por la amistad sino por que no estuviera molestando” (Lucas 11, 5-8).
Por medio de esta parábola Nuestro Señor quiere comunicarte este pensamiento: que tú debes actuar como aquel amigo que perseveró en su súplica. No pierdas la fe, reza sin cesar, siempre esperando ayuda en tus necesidades, aunque tengas que esperar la respuesta…
“Tú sabes el camino que debo seguir. Tú conoces la hora. En tus manos yo confiadamente pongo las mías. Tu plan es perfecto, nacido de amor perfecto. Tú sabes el camino que debo seguir y eso es bastante para mí.”
Oración
Madre querida, Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, en las bodas de Caná tú hiciste tuya la angustia de los novios. No dejes de interceder con tu Divino Hijo también por mí. Yo pongo toda mi fe y mi confianza en ti y en la fuerza irresistible de tu intercesión. ¡Oh, Amantísima Madre de Nuestro Señor! Amén.
Ejercicio
Hoy practica la paciencia.

Noveno Día

Un consejo de María
“Hagan todo lo que Él les diga” (Juan 2, 5)
María aún se encuentra al lado del Señor. Nunca se ha desanimado ante su palabra, al contrario, su fe y confianza siguen firmes como roca. ¡Él puede ayudar! Ella reúne a los sirvientes y en una forma muy natural les dice, “Hagan todo lo que Él les diga”, y en verdad que su fe fue recompensada con una victoria completa… ¡Cristo hace su primer milagro!
“Hagan todo lo que Él les diga.” ¡Qué magnífico consejo de labios de María, bueno y válido para todos los tiempos y para todas las generaciones! Tal como hizo en Caná, así hoy y siempre le prepara el camino a Cristo. ¿Y cuál fue la respuesta del Señor? María y los sirvientes se regocijan al oír sus palabras: “Llenen las jarras con agua” (Juan 2, 7) y precipitadamente obedecen Su orden.
Asimismo tú, ¿acaso quieres que haya respuesta a tu súplica? Entonces debes limpiar tu corazón de todo pecado por medio de una buena confesión. Debes alejarte de todas tus relaciones ilícitas y deshacerte de la envidia y los celos. Ofréceles la mano en señal de reconciliación a tus enemigos. Ama a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Ama a tu prójimo como a ti mismo, a aquellos que trabajan contigo en el mismo piso, en la misma oficina o taller… y llena las jarras de tu corazón con agua. Éstas simbolizan tus buenas obras y la pureza de tus intenciones. Pero sobre todo, llena tu alma hasta desbordarse con infinita confianza, así como con la disposición de cargar tu cruz mientras Dios disponga que así lo hagas.
¿Acaso no es esta ya parte de la respuesta a tus plegarias? Ciertamente que sí, pues el Señor espera que la ofrezcamos con la mejor disposición de nuestro corazón. Por lo tanto, sigue el consejo de la Virgen María, “Has todo lo que Él te diga…” Hazlo hoy, hazlo ahora mismo y sin titubear y ten confianza que por intercesión de la Virgen María, Madre Tres Veces Admirable y Reina de Schoenstatt, el Señor atenderá tu súplica.
Oración
¡Oh María!, Madre Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, obtén para mí la gracia de la conversión y ayúdame a seguir fielmente los mandamientos de Dios y a hacer su divina voluntad. No permitas que mi vida sea un obstáculo para el cumplimiento de mi oración y los milagros de gracia que tú desees obtener de mí. ¡Oh, clemente! ¡Oh, amantísima! ¡Oh, dulce siempre Virgen María! Amén.
Ejercicio
Hoy prepárate para una buena confesión.

Conclusión

Has llegado al final de tu novena. ¡No ha sido fácil perseverar! Si tus plegarias han sido escuchadas, no olvides expresar tu gratitud. Si aún tienes que esperar, no pierdas la fe. Haz tu novena una segunda o una tercera vez, hasta que tu súplica sea concedida. Puedes también comunicar tu petición a las Hermanas Marianas de Schoenstatt, quienes hacen guardia en el Santuario. Ellas, con gusto, incluirán tus intenciones en sus plegarias.
Si tú estas pidiéndole a Nuestra Madre Tres Veces Admirable un gran favor, puedes estar seguro de que lo tiene guardado muy junto a su amantísimo corazón. Ella contestará tu súplica en el momento más apropiado para ti, y si acaso no alivia tu dolor, ella te dará fuerzas para soportarlo valientemente y en resignación silenciosa. Ella transformará tu vida interior, te dará nueva valentía para seguir adelante y una disposición de humildad para someterte completamente a la Santa Voluntad de Dios.
De esta manera, tu alma inquieta y torturada sentirá el “milagro de la gracia”. Dime, ¿no sería esa razón suficiente para vaciar tu corazón en una ferviente acción de gracias a la Madre de Gracia de Schoenstatt?
Ella quisiera acercarte más a ella y hacer de ti un apóstol para que tú también puedas guiar a otros con más certeza a la felicidad eterna. Ella quisiera hacer una “alianza de amor” contigo. Entrégate pues a ella. Preséntale todas tus buenas obras, tus oraciones, tus trabajos, tus preocupaciones, tus sacrificios, tus ansiedades, tu dolor y todos tus sufrimientos.
Mira, Nuestra Madre Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt te presenta con todo lo que eres y lo que tienes al Dios Eterno como una oración, para que Él renueve al mundo entero y retorne nuevamente a Su Amor a la humanidad separada del Padre Celestial.
¿No te gustaría ayudar a lograr ese gran deseo de tu Madre Celestial? Entra pues, en esta “alianza de amor” con ella. Ciertamente que ella te colmará con su amor y generosidad.
Oración
¡Oh, Señora mía! ¡Oh, Madre mía!
Yo me ofrezco por completo a ti
y en prueba de mi filial afecto
te consagro en este día:
mis ojos, mis oídos,
mi lengua, mi corazón;
en una palabra, todo mi ser.
Ya que soy todo tuyo,
¡Oh, Madre de bondad!,
guárdame, defiéndeme
y utilízame como instrumento
y posesión tuya.
Amén.
¡Un hijo de María, nunca perecerá!

La Novena en honor de la Virgen María, Madre Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt puede conseguirse en:
Santuario de las Hermanas Marianas de Schoenstatt
Apartado 744
Cabo Rojo, PR 00623

sábado, 8 de septiembre de 2012

El día que nació María | tengo sed de Ti

El día que nació María | tengo sed de Ti

El día que nació María


El devenir de la vida está lleno de acontecimientos… algunos tienen más o menos importancia… la mayoría pasa sin pena ni gloria, sin dejar ninguna marca en el mundo… pero en ocasiones, hay un acontecimiento que trasciende la barrera de lo ordinario y deja una marca tan grande en la historia, que es recordado generación tras generación… hoy recordamos uno de esos acontecimientos…
Sucedió en algún pueblito de Galilea, hace más de dos mil años… tal vez fue en Nazaret, aunque el lugar en realidad no importa… cuenta la tradición que Joaquín y Ana no habían tenido descendencia, por lo que rogaban fervientemente al Señor que bendijera su matrimonio con un hijo… su oración fue escuchada y Ana dio a luz una niña… a la que puso por nombre María…
Para el pueblo de Israel ese fue un día corriente… no hubo fiesta ni algarabía ni gozo… nada parecía haber cambiado… sin embargo, aunque oculto a los ojos de los hombre… aquel día nacía la Mujer prometida en el Génesis (3,15)… y la Doncella de quien había hablado Isaías (7,14)…
Su vida fue como su nacimiento… oculta y sencilla… pero ya sabemos que el Señor se goza revelando sus grandezas a través de los pequeños y humildes… y la grandeza que nos revelaría a través de esa doncella sobrepasaría cualquier expectativa humana… ella fue la elegida del Padre, para ser Madre del Hijo… y el Espíritu la cubrió con su sombra… y concibió… y dio a luz… y por su Hijo, fuimos salvados…
Mientras el mundo giraba y la vida corría apacible y tranquila… en aquel pequeño pueblecito de Galilea, la humanidad comenzaba a respirar esperanza… el mal comenzaba a ser vencido… y la redención del hombre ya estaba cerca…
Me gusta pensar que el día que nació María, a Dios se le escapó una sonrisa… y celebró una gran fiesta en el Cielo… DTB!

lunes, 3 de septiembre de 2012

Jesus de Nazareth _2da Parte - Tu.tv

Jesus de Nazareth _2da Parte - Tu.tv

Película y Biografía de Madre Teresa de Calcuta

Película y Biografía de Madre Teresa de Calcuta

Biografía de Madre Teresa de Calcuta

Película y Biografía de Madre Teresa de Calcuta“De sangre soy albanesa. De ciudadanía, India. En lo referente a la fe, soy una monja Católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús”. De pequeña estatura, firme como una roca en su fe, a Madre Teresa de Calcuta le fue confiada la misión de proclamar la sed de amor de Dios por la humanidad, especialmente por los más pobres entre los pobres. “Dios ama todavía al mundo y nos envía a ti y a mi para que seamos su amor y su compasión por los pobres”. Fue un alma llena de la luz de Cristo, inflamada de amor por Él y ardiendo con un único deseo: “saciar su sed de amor y de almas” .
Esta mensajera luminosa del amor de Dios nació el 26 de agosto de 1910 en Skopje, una ciudad situada en el cruce de la historia de los Balcanes. Era la menor de los hijos de Nikola y Drane Bojaxhiu, recibió en el bautismo el nombre de Gonxha Agnes, hizo su Primera Comunión a la edad de cinco años y medio y recibió la Confirmación en noviembre de 1916. Desde el día de su Primera Comunión, llevaba en su interior el amor por las almas. La repentina muerte de su padre, cuando Gonxha tenía unos ocho años de edad, dejó a la familia en una gran estrechez financiera. Drane crió a sus hijos con firmeza y amor, influyendo grandemente en el carácter y la vocación de si hija. En su formación religiosa, Gonxha fue asistida además por la vibrante Parroquia Jesuita del Sagrado Corazón, en la que ella estaba muy integrada.
Cuando tenía dieciocho años, animada por el deseo de hacerse misionera, Gonxha dejó su casa en septiembre de 1928 para ingresar en el Instituto de la Bienaventurada Virgen María, conocido como Hermanas de Loreto, en Irlanda. Allí recibió el nombre de Hermana María Teresa (por Santa Teresa de Lisieux). En el mes de diciembre inició su viaje hacia India, llegando a Calcuta el 6 de enero de 1929. Después de profesar sus primeros votos en mayo de 1931, la Hermana Teresa fue destinada a la comunidad de Loreto Entally en Calcuta, donde enseñó en la Escuela para chicas St. Mary. El 24 de mayo de 1937, la Hermana Teresa hizo su profesión perpétua convirtiéndose entonces, como ella misma dijo, en “esposa de Jesús” para “toda la eternidad”. Desde ese momento se la llamó Madre Teresa. Continuó a enseñar en St. Mary convirtiéndose en directora del centro en 1944. Al ser una persona de profunda oración y de arraigado amor por sus hermanas religiosas y por sus estudiantes, los veinte años que Madre Teresa transcurrió en Loreto estuvieron impregnados de profunda alegría. Caracterizada por su caridad, altruismo y coraje, por su capacidad para el trabajo duro y por un talento natural de organizadora, vivió su consagración a Jesús entre sus compañeras con fidelidad y alegría.
El 10 de septiembre de 1946, durante un viaje de Calcuta a Darjeeling para realizar su retiro anual, Madre Teresa recibió su “inspiración,” su “llamada dentro de la llamada”. Ese día, de una manera que nunca explicaría, la sed de amor y de almas se apoderó de su corazón y el deseo de saciar la sed de Jesús se convirtió en la fuerza motriz de toda su vida. Durante las sucesivas semanas y meses, mediante locuciones interiores y visiones, Jesús le reveló el deseo de su corazón de encontrar “víctimas de amor” que “irradiasen a las almas su amor”. Ven y sé mi luz”, Jesús le suplicó. “No puedo ir solo”. Le reveló su dolor por el olvido de los pobres, su pena por la ignorancia que tenían de Él y el deseo de ser amado por ellos. Le pidió a Madre Teresa que fundase una congregación religiosa, Misioneras de la Caridad, dedicadas al servicio de los más pobres entre los pobres. Pasaron casi dos años de pruebas y discernimiento antes de que Madre Teresa recibiese el permiso para comenzar. El 17 de agosto de 1948 se vistió por primera vez con el sari blanco orlado de azul y atravesó las puertas de su amado convento de Loreto para entrar en el mundo de los pobres.
Después de un breve curso con las Hermanas Médicas Misioneras en Patna, Madre Teresa volvió a Calcuta donde encontró alojamiento temporal con las Hermanitas de los Pobres. El 21 de diciembre va por vez primera a los barrios pobres. Visitó a las familias, lavó las heridas de algunos niños, se ocupó de un anciano enfermo que estaba extendido en la calle y cuidó a una mujer que se estaba muriendo de hambre y de tuberculosis. Comenzaba cada día entrando en comunión con Jesús en la Eucaristía y salía de casa, con el rosario en la mano, para encontrar y servir a Jesús en “los no deseados, los no amados, aquellos de los que nadie se ocupaba”. Después de algunos meses comenzaron a unirse a ella, una a una, sus antiguas alumnas.
El 7 de octubre de 1950 fue establecida oficialmente en la Archidiócesis de Calcuta la nueva congregación de las Misioneras de la Caridad. Al inicio de los años sesenta, Madre Teresa comenzó a enviar a sus Hermanas a otras partes de India. El Decreto de Alabanza, concedido por el Papa Pablo VI a la Congregación en febrero de 1965, animó a Madre Teresa a abrir una casa en Venezuela. Ésta fue seguida rápidamente por las fundaciones de Roma, Tanzania y, sucesivamente, en todos los continentes. Comenzando en 1980 y continuando durante la década de los años noventa, Madre Teresa abrió casas en casi todos los países comunistas, incluyendo la antigua Unión Soviética, Albania y Cuba.
Para mejor responder a las necesidades físicas y espirituales de los pobres, Madre Teresa fundó los Hermanos Misioneros de la Caridad en 1963, en 1976 la rama contemplativa de las Hermanas, en 1979 los Hermanos Contemplativos y en 1984 los Padres Misioneros de la Caridad. Sin embargo, su inspiración no se limitò solamente a aquellos que sentían la vocación a la vida religiosa. Creó los Colaboradores de Madre Teresa y los Colaboradores Enfermos y Sufrientes, personas de distintas creencias y nacionalidades con los cuales compartió su espíritu de oración, sencillez, sacrificio y su apostolado basado en humildes obras de amor. Este espíritu inspiró posteriormente a los Misioneros de la Caridad Laicos. En respuesta a las peticiones de muchos sacerdotes, Madre Teresa inició también en 1981 el Movimiento Sacerdotal Corpus Christi como un“pequeño camino de santidad” para aquellos sacerdotes que deseasen compartir su carisma y espíritu.
Durante estos años de rápido desarrollo, el mundo comenzó a fijarse en Madre Teresa y en la obra que ella había iniciado. Numerosos premios, comenzando por el Premio Indio Padmashri en 1962 y de modo mucho más notorio el Premio Nobel de la Paz en 1979, hicieron honra a su obra. Al mismo tiempo, los medios de comunicación comenzaron a seguir sus actividades con un interés cada vez mayor. Ella recibió, tanto los premios como la creciente atención “para gloria de Dios y en nombre de los pobres”.
Toda la vida y el trabajo de Madre Teresa fue un testimonio de la alegría de amar, de la grandeza y de la dignidad de cada persona humana, del valor de las cosas pequeñas hechas con fidelidad y amor, y del valor incomparable de la amistad con Dios. Pero, existía otro lado heroico de esta mujer que salió a la luz solo después de su muerte. Oculta a todas las miradas, oculta incluso a los más cercanos a ella, su vida interior estuvo marcada por la experiencia de un profundo, doloroso y constante sentimiento de separación de Dios, incluso de sentirse rechazada por Él, unido a un deseo cada vez mayor de su amor. Ella misma llamó “oscuridad” a su experiencia interior. La “dolorosa noche” de su alma, que comenzó más o menos cuando dio inicio a su trabajo con los pobres y continuó hasta el final de su vida, condujo a Madre Teresa a una siempre más profunda unión con Dios. Mediante la oscuridad, ella participó de la sed de Jesús (el doloroso y ardiente deseo de amor de Jesús) y compartió la desolación interior de los pobres.
Durante los últimos años de su vida, a pesar de los cada vez más graves problemas de salud, Madre Teresa continuó dirigiendo su Instituto y respondiendo a las necesidades de los pobres y de la Iglesia. En 1997 las Hermanas de Madre Teresa contaban casi con 4.000 miembros y se habían establecido en 610 fundaciones en 123 países del mundo. En marzo de 1997, Madre Teresa bendijo a su recién elegida sucesora como Superiora General de las Misioneras de la Caridad, llevando a cabo sucesivamente un nuevo viaje al extranjero. Después de encontrarse por última vez con el Papa Juan Pablo II, volvió a Calcuta donde transcurrió las últimas semanas de su vida recibiendo a las personas que acudían a visitarla e instruyendo a sus Hermanas. El 5 de septiembre, la vida terrena de Madre Teresa llegó a su fin. El Gobierno de India le concedió el honor de celebrar un funeral de estado y su cuerpo fue enterrado en la Casa Madre de las Misioneras de la Caridad. Su tumba se convirtió rápidamente en un lugar de peregrinación y oración para gente de fe y de extracción social diversa (ricos y pobres indistintamente). Madre Teresa nos dejó el ejemplo de una fe sólida, de una esperanza invencible y de una caridad extraordinaria. Su respuesta a la llamada de Jesús, “Ven y sé mi luz”, hizo de ella una Misionera de la Caridad, una “madre para los pobres”, un símbolo de compasión para el mundo y un testigo viviente de la sed de amor de Dios.
Menos de dos años después de su muerte, a causa de lo extendido de la fama de santidad de Madre Teresa y de los favores que se le atribuían, el Papa Juan Pablo II permitió la apertura de su Causa de Canonización. El 20 de diciembre del 2002 el mismo Papa aprobó los decretos sobre la heroicidad de las virtudes y sobre el milagro obtenido por intercesión de Madre Teresa.

Oración para antes de Leer la Sagrada Escritura

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Oración para Antes de Leer la Sagrada Escritura
Señor Jesús abre mis ojos y mis oídos a tu palabra.
que lea y escuche yo tu voz y medite tus enseñanzas,
despierta mi alma y mi inteligencia
para que tu palabra penetre en mi corazón
y pueda yo saborearla y comprenderla.
Dame una gran fe en ti
para que tus palabras sean para mí otras tantas luces que me guíen
hacia ti por el camino de la justicia y de la verdad.
Habla señor que yo te escucho y deseo
poner en práctica tu doctrina, por que tus palabras
son para mí, vida, gozo, paz y felicidad.
Háblame Señor tu eres mi Señor y mi maestro
y no escucharé a nadie sino a ti. Amén.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Peregrinación a Tierra Santa - Un puente para la paz | Holyland Pilgrimage

Peregrinación a Tierra Santa - Un puente para la paz | Holyland Pilgrimage

El Verdadero Rostro de Jesús - Documental

El Verdadero Rostro de Jesús - Documental

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández-Carvajal

Meditación diaria de Hablar con D

Meditación del día de Hablar con Dios

21ª semana. Sábado
LOS PECADOS DE OMISIÓN
La parábola de los talentos. Hemos recibido muchos bienes y dones del Señor. Somos administradores y no dueños.
— Responsabilidad en hacer rendir los propios talentos.
— Omisiones. Actuación de los cristianos en la vida social y en la pública.
I. Después de hacer el Señor una llamada a la vigilancia, nos propone en el Evangelio de la Misa1 una parábola que es un nuevo requerimiento a la responsabilidad ante los dones y gracias recibidas. Un hombre rico –nos dice– se marchó de su tierra y, antes de partir, dejó a sus siervos todos sus bienes para que los administraran y les sacaran rendimiento. A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad. El talento era una unidad contable que equivalía a unos cincuenta kilos de plata, y se empleaba para medir grandes cantidades de dinero2. En tiempos del Señor, el talento era equivalente a unos seis mil denarios; un denario aparece en el Evangelio como el jornal de un trabajador del campo. Aun el siervo que recibió menos bienes (un talento) obtuvo del Señor una cantidad de dinero muy grande. Una primera enseñanza de esta parábola: hemos recibido bienes incontables.
Se nos ha dado, entre otros dones, la vida natural, el primer regalo de Dios; la inteligencia, para comprender las verdades creadas y ascender a través de ellas hasta el Creador; la voluntad, para querer el bien, para amar; la libertad, con la que nos dirigimos como hijos a la Casa paterna; el tiempo, para servir a Dios y darle gloria; bienes materiales, para que nos sirvan de instrumento para sacar adelante obras buenas, en favor de la familia, de la sociedad, de los más necesitados... En otro plano, incomparablemente más alto y de más valor, hemos recibido la vida de la gracia –participación de la misma vida eterna de Dios–, que nos hace miembros de la Iglesia y partícipes en la Comunión de los Santos, y la llamada de Dios a seguirle de cerca. Ha puesto a nuestra disposición los sacramentos, especialmente el don inestimable de la Sagrada Eucaristía; hemos recibido como Madre a la Madre Dios; los siete dones y los frutos del Espíritu Santo que nos impulsan constantemente a ser mejores; un Ángel que nos custodia y protege...
Hemos recibido la vida y los dones que la acompañan a modo de herencia, para hacerla rendir. Y de esa herencia se nos pedirá cuenta al final de nuestros días. Somos administradores de unos bienes, algunos de los cuales solo los poseeremos durante este corto tiempo de la vida. Después nos dirá el Señor: Dame cuenta de tu administración... No somos dueños; solo somos administradores de unos dones divinos.
Dos maneras hay de entender la vida: sentirse administrador y hacer rendir lo recibido de cara a Dios, o vivir como si fuéramos dueños, en beneficio de la propia comodidad, del egoísmo, del capricho. Hoy, en nuestra oración, podemos preguntarnos cuál es nuestra actitud ante los bienes, ante el tiempo...; quienes han recibido la vocación matrimonial, su responsabilidad ante las fuentes de la vida, ante la generosidad en el número de hijos y ante la educación humana y sobrenatural de estos, que es ordinariamente el mayor encargo que han recibido de Dios.
II. El Señor espera ver bien administrada su hacienda; y espera un rendimiento acorde con lo recibido. El premio es inmenso: esta parábola enseña que lo mucho de aquí, de nuestra vida en la tierra, es poca cosa en relación con el premio del Cielo. Así actuaron los dos primeros siervos de la parábola de los talentos: pusieron en juego los talentos recibidos y ganaron con ellos otro tanto. Por eso, cada uno de ellos pudo oír de labios de su Señor estas palabras: Muy bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho; entra en el gozo de tu Señor. Hicieron el mejor negocio: ganar la felicidad eterna. Los bienes de esta vida, aunque sean muchos, son siempre lo poco en relación con lo que Dios dará a los suyos.
El tercero de los siervos, por contraste, enterró su talento en la tierra, no negoció con él: perdió el tiempo y no sacó provecho. Su vida estuvo llena de omisiones, de oportunidades no aprovechadas, de bienes materiales y de tiempo malgastados. Se presentó ante su Señor con las manos vacías. Fue su existencia un vivir inútil en relación con lo que realmente importaba: quizá estuvo ocupado en otras cosas, pero no llevó a cabo lo que realmente se esperaba de él.
Enterrar el talento que Dios nos ha confiado es tener capacidad de amar y no haber amado, poder hacer felices a quienes están junto a nosotros (todos podemos) y dejarlos en la tristeza y en la infelicidad; tener bienes y no hacer el bien con ellos; poder llevar a otros a Dios y desaprovechar la oportunidad que presenta el compartir el mismo trabajo, la misma tarea...; poder hacer productivos los fines de semana para cultivar la amistad sincera, para darse a los demás miembros de la familia, y dejarse llevar de la comodidad y del egoísmo en un descanso mal planteado; haber dejado en la mediocridad la propia vida interior destinada a crecer... Sería triste en verdad que, mirando hacia atrás, contempláramos una gran avenida de ocasiones perdidas; que viéramos improductiva la capacidad que Dios nos ha dado, por pereza, dejadez o egoísmo. Nosotros queremos servir al Señor; es más, es lo único que nos importa. Pidamos al Señor que nos ayude a dar frutos de santidad: de amor y sacrificio. Y que nos convenzamos de que no basta, no es suficiente, con «no hacer el mal», es necesario «negociar el talento», hacer positivamente el bien.
Para el estudiante, hacer rendir los talentos significa estudiar a conciencia, aprovechando el tiempo con intensidad –sin engañarse neciamente con la ociosidad de otros–, ganando el necesario prestigio profesional con constancia, día a día, de tal manera que, apoyado en él, pueda llevar a otros a Dios. Para el profesional, para el ama de casa, hacer rendir los talentos significará realizar un trabajo ejemplar, intenso, en el que se tiene en presente la puntualidad, el rendimiento efectivo de las horas. De manera particular, Dios nos pedirá cuentas de aquellos que, por títulos diversos, ha puesto a nuestro cuidado. Dice San Agustín que quien está al frente de sus hermanos y no se preocupa de ellos es como un espantapájaros, foenus custos, un guardián de paja, que ni siquiera sirve para alejar los pájaros, que vienen y se comen las uvas3.
Examinemos hoy la calidad de nuestro estudio o de nuestro quehacer profesional, cualquiera que este sea. Pidamos luces al Señor para, si fuera necesario, reaccionar con firmeza, con la ayuda de su gracia, que no nos faltará.
III. Poner en juego los talentos recibidos abarca todas las manifestaciones de la vida personal y social. La vida cristiana nos lleva a desarrollar la propia personalidad, las posibilidades que encierra toda persona, la capacidad de amistad, de cordialidad... Hemos de ejercitar esas cualidades en la iniciativa llena de fe para vencer falsos respetos humanos, y provocar una conversación que anima a nuestros parientes, amigos o compañeros de trabajo a mejorar en su vida espiritual o profesional, en su carácter, en sus deberes familiares; una conversación que facilita recibir los sacramentos a ese amigo o a este pariente enfermo... Miremos si verdaderamente nos sentimos administradores de los bienes que el Señor nos ha dado, si sirven realmente para el bien o si, por el contrario, los empleamos en compras inútiles, innecesarias o incluso perjudiciales. Veamos si somos generosos en la ayuda a la Iglesia y a esas obras buenas que se sostienen con la aportación de muchos... Que con gozo pueda decir el Señor: Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste4.
Dios espera de nosotros, igualmente, una conducta reciamente cristiana en la vida pública: el ejercicio responsable del voto, la actuación, según la propia capacidad, en los colegios profesionales, en las asociaciones de padres en los colegios de los hijos, en los sindicatos, en la propia empresa, de acuerdo con las leyes laborales del país y poniendo los medios (aunque fueran pocos o pequeños) para mejorar una legislación si esta fuera menos justa o claramente injusta en materias fundamentales, como son el respeto a la vida, la educación, la familia...
Es siempre escaso el tiempo con que podemos contar para realizar lo que Dios quiere de nosotros; no sabemos hasta cuándo se prolongarán esos días que forman parte de los talentos recibidos. Cada jornada podemos sacar mucho rendimiento a los dones que Dios ha puesto en nuestras manos: multitud de menudas tareas, cosas pequeñas casi siempre, que el Señor y los demás aprecian y tienen en cuenta.
La Confesión frecuente nos ayudará a evitar las omisiones que empobrecen la vida de un cristiano. «Ha de prestarse en ella (en la frecuente Confesión) especial atención a los deberes descuidados, aunque a menudo sean deberes de poca importancia, a las inspiraciones desatendidas de la gracia, a las ocasiones de hacer el bien desaprovechadas, a los momentos perdidos, al amor al prójimo no demostrado o insuficientemente demostrado. Han de despertarse en ella, frente a las omisiones, un profundo y serio pesar y una decidida voluntad de luchar conscientemente contra las más pequeñas omisiones de las que, en alguna forma, tengamos conciencia. Si acudimos a la Confesión con este propósito, nos será concedida en la absolución del sacerdote la gracia de reconocer mejor nuestras omisiones y de tomarlas en serio»5. Con esta gracia del sacramento y con la ayuda de la dirección espiritual nos será más fácil evitar estas faltas o pecados y llenar la vida de frutos para Dios.
1 Mt 25, 14-30. — 2 Cfr. 2 Sam 12, 30; 2 Rey 18, 14. — 3 Cfr. San Agustín, Miscellanea Agustianensis, Roma 1930, vol. 1, p. 568. — 4 Cfr. Mt 25, 35 ss. — 5 B. Baur, La Confesión frecuente, pp. 112-113.
 

rezandovoy

rezandovoyI. Contemplamos la Palabra

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1,26-31:

Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. Por él vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Y así –como dice la Escritura– «el que se gloríe, que se gloríe en el Señor.»

Sal 32 R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres. R/.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 25,14-30:

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Finalmente se acercó el que había recibido un talento y dijo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo." El señor le respondió: "Eres un empleado negligente y holgazán; ¿con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque el que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas, allí será el llanto y el rechinar de dientes."»

II. Compartimos la Palabra

  • Considerad quienes habéis sido llamados.

Al hombre, la grandeza, la sabiduría, el poder en primer y en último término tan solo le vienen de Dios. A lo largo de toda la historia de la Creación todo hombre es importante y tiene un lugar en el corazón de Dios. Es el hombre, en su soberbia, el que ha creado una escala de valores distinta a la de Dios, a la que solo pueden llegar unos pocos y por lo tanto es excluyente, sectaria, elemento de pobreza y marginación, para los que no pueden entrar en ese grupo por mil motivos: intelectuales, físicos, culturales, sociales, económicos, etc… Para Dios no existe otra cosa que Su Presencia, Su Imagen y Semejanza en cada hombre. Él es quien nos ha creado, así que es de suponer que su escala de valores es la que lleva al hombre a su plenitud, conoce la verdad entre grande y pequeño, entre lo importante y lo despreciable.
Por eso en este fragmento de la carta a los Corintios se nos invita a reflexionar para ver en que coincide nuestra idea de comunidad, de justos, de hijos de Dios, con el concepto que de ello tiene el propio Dios: “Lo necio del mundo lo ha escogido Dios, lo que no cuenta, lo vil, lo despreciable”. Entendamos bien hermanos cuánto hay de mundo en nuestros conceptos de fe, debemos evangelizar no solo a otros sino a nuestras propias ideas, sentimientos para llegar a la magnanimidad de Dios para con cada ser humano. Seamos coherentes con el Maestro, que tenemos un Mesías, un Rey, Cristo Jesús pero sin olvidar cual fue su vida y su desenlace: Cristo crucificado, Hijo muerto por amor.
  • Los dejó encargados de sus bienes

Hoy termina el «discurso escatológico», sobre la vigilancia que nos debe caracterizar a los cristianos ante la venida del Señor. Después de las parábolas del ladrón, de la vuelta del amo y de las jóvenes que esperan al novio, hoy Jesús nos transmite su enseñanza con la parábola de los talentos.
Cada uno tenemos que hacer fructificar los talentos o dones que Dios nos da: cinco, dos, uno. No importa lo que nos dé (Dios es libre y sorprendente a la hora de conceder su gracia). Lo que cuenta es si cada uno de nosotros hemos trabajado o no, o si trabajamos en aumentar los dones que Dios nos ha dado, sea poco o mucho. Dios nos pedirá cuenta de lo que nos ha dado a cada uno, según nuestra capacidad: al que le ha dado cinco, como cinco y al de dos como dos. Él no nos va a exigir más de lo que podemos, sólo se conforma y se contenta con que trabajemos con lo que nos da, y no lo enterremos, por miedo a que nos exija más de lo que nos da, será en nosotros un claro «pecado de omisión» no trabajar en lo que se nos ha encomendado.
Podemos pensar en los dones naturales y sobrenaturales que hemos recibidos: la vida, la inteligencia, las habilidades que nos caracterizan…. ¿Sacamos provecho de esos dones? ¿Los sabemos utilizar también para beneficio de la comunidad? ¿O los escondemos «bajo tierra» por pereza o una falsa humildad? No somos dueños, sino administradores de los dones que Dios nos ha dado, y que se presenta aquí como un capital que Él ha invertido en nosotros. Especialmente los dones y gracia como tener a Jesús como Salvador y Maestro, el don de su Espíritu, la palabra de Dios que recibimos cada día, la comunidad o familia, la Fe, los sacramentos. ¿Qué fruto le estamos sacando?
Pidamos al Señor el poder escuchar las palabras que Él guarda para los que se han esforzado por vivir según sus caminos: «Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor. Como has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu Señor».
Monasterio Sta. María la Real - MM. Dominicas
Bormujos (Sevilla

viernes, 31 de agosto de 2012

Evangelio Seglar para el Domingo XXII del Tiempo Ordinario (2 de Septiembre de 2012) - Ciudad Redonda

Evangelio Seglar para el Domingo XXII del Tiempo Ordinario (2 de Septiembre de 2012) - Ciudad Redonda

Porta Fide Carta Apostólica del Papa Benedicto XVI donde se nos anuncia el Año de la Fe | La Fe Católica

Porta Fide Carta Apostólica del Papa Benedicto XVI donde se nos anuncia el Año de la Fe | La Fe Católica

Porta Fide Carta Apostólica del Papa Benedicto XVI donde se nos anuncia el Año de la Fe

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Porta Fide Carta Apostólica del Papa Benedicto XVI donde se nos anuncia el Año de la FeLa Oficina de Prensa de la Santa Sede dio a conocer la Carta Apostólica en forma motu proprio (propia iniciativa) Porta Fide (La puerta de la fe) en la que el Papa Benedicto XVI convoca a un Año de la Fe.
El Santo Padre anunció ayer el Año de la Fe que se iniciará el 11 de octubre de 2012, en el 50 aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II y concluirá el 24 de noviembre de 2013, en la Solemnidad de Cristo Rey del Universo.
CARTA APOSTÓLICA
EN FORMA DE MOTU PROPRIO
PORTA FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE
BENEDICTO XVI
CON LA QUE SE CONVOCA EL AÑO DE LA FE
1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.
2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud»[1]. Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado[2]. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.
3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.
4. A la luz de todo esto, he decidido convocar un Año de la fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II,[3]con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis[4], realizándose mediante la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica. Y precisamente he convocado la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en el mes de octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe. No es la primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un Año de la fe. Mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para conmemorar el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno centenario de su supremo testimonio. Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese «una auténtica y sincera profesión de la misma fe»; además, quiso que ésta fuera confirmada de manera «individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca»[5]. Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una «exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla»[6]. Las grandes transformaciones que tuvieron lugar en aquel Año, hicieron que la necesidad de dicha celebración fuera todavía más evidente. Ésta concluyó con la Profesión de fe del Pueblo de Dios[7], para testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado.
5. En ciertos aspectos, mi Venerado Predecesor vio ese Año como una «consecuencia y exigencia postconciliar»[8], consciente de las graves dificultades del tiempo, sobre todo con respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación. He pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza»[9]. Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia»[10].
6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó. Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática Lumen gentium, afirmaba: «Mientras que Cristo, “santo, inocente, sin mancha” (Hb 7, 26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5, 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia continúa su peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios”, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26). Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz»[11].
En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 4). Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17).
7. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo»[12]. El santo Obispo de Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios.[13]Sus numerosos escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, permanecen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la «puerta de la fe».
Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.
8. En esta feliz conmemoración, deseo invitar a los hermanos Obispos de todo el Orbe a que se unan al Sucesor de Pedro en el tiempo de gracia espiritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe. Queremos celebrar este Año de manera digna y fecunda. Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo. Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo.
9. Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza»[14]. Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada[15], y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.
No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso asumido con el bautismo. San Agustín lo recuerda con unas palabras de profundo significado, cuando en un sermón sobre la redditio symboli, la entrega del Credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. […] Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón»[16].
10. En este sentido, quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios. En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10, 10). El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo.
A este propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente. Cuenta san Lucas que Pablo, mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el Evangelio a algunas mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo» (Hch 16, 14). El sentido que encierra la expresión es importante. San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios.
Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.
La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «“Creo”: Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. “Creemos”: Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo”, es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: “creo”, “creemos”»[17].
Como se puede ver, el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia. El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado por Dios. El asentimiento que se presta implica por tanto que, cuando se cree, se acepta libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garantiza su verdad es Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor[18].
Por otra parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre»[19]. Esta exigencia constituye una invitación permanente, inscrita indeleblemente en el corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido[20]. La fe nos invita y nos abre totalmente a este encuentro.
11. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. En la Constitución apostólica Fidei depositum, firmada precisamente al cumplirse el trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II escribía: «Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial… Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial»[21].
Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe.
En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.
12. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.
En efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad[22].
13. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.
Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.
Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).
Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona (cf. Lc 11, 20). Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13, 34-35). Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles.
Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hch 2, 42-47).
Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores.
Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc 4, 18-19).
Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban.
También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.
14. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (St 2, 14-18).
La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1).
15. Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara la fe» (cf. 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Tm 3, 15). Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.
«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.
Confiemos a la Madre de Dios, proclamada «bienaventurada porque ha creído» (Lc 1, 45), este tiempo de gracia.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de octubre del año 2011, séptimo de mi Pontificado.

BENEDICTO XVI


[1] Homilía en la Misa de inicio de Pontificado (24 abril 2005): AAS97 (2005), 710.
[2] Cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa en Terreiro do Paço, Lisboa (11 mayo 2010), en L’Osservatore Romano ed. en Leng. española (16 mayo 2010), pag. 8-9.
[3] Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 113-118.
[4] Cf. Relación final del Sínodo Extraordinario de los Obispos (7 diciembre 1985), II, B, a, 4, en L’Osservatore Romano ed. en Leng. española (22 diciembre 1985), pag. 12.
[5] Pablo VI, Exhort. ap. Petrum et Paulum Apostolos, en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo (22 febrero 1967): AAS 59 (1967), 196.
[6] Ibíd., 198.
[7] Pablo VI, Solemne profesión de fe, Homilía para la concelebración en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo, en la conclusión del “Año de la fe” (30 junio 1968): AAS 60 (1968), 433-445.
[8] Id., Audiencia General (14 junio 1967): Insegnamenti V (1967), 801.
[9] Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 57: AAS 93 (2001), 308.
[10] Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 52.
[11] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8.
[12] De utilitate credendi, 1, 2.
[13] Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, I, 1.
[14] Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 10.
[15] Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 116.
[16] Sermo215, 1.
[17] Catecismo de la Iglesia Católica, 167.
[18] Cf. Conc. Ecum. Vat. I, Const. dogm. Dei Filius, sobre la fe católica, cap. III: DS 3008-3009; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 5.
[19] Discurso en el Collège des Bernardins, París (12 septiembre 2008): AAS 100 (2008), 722.
[20] Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, XIII, 1.
[21] Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992):AAS 86 (1994), 115 y 117.
[22] Cf. Id., Carta enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998) 34.106: AAS 91 (1999), 31-32. 86-87.

martes, 28 de agosto de 2012

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Las Estaciones y reflexiones

Primera Estación - AQUÍ Jesús es condenado a muerte Segunda Estación - Aquí Jesús se da a la Cruz Tercera Estación - AQUÍ Jesús cae por primera vez Cuarta Estación - AQUÍ Jesús encuentra a su Madre La Quinta Estación - AQUÍ Simón el Cirineo ayuda a llevar la Cruz Sexta Estación - AQUÍ cara Veronica wipes Jesús Séptima Estación - AQUÍ Jesús cae por segunda vez Octava Estación - Aquí Jesús habla a las mujeres de Jerusalén Novena Estación - Aquí Jesús cae por tercera vez









El Santo Sepulcro - Estaciones 10 a 14

La Iglesia del Santo Sepulcro - Información Décima Estación - AQUÍ Jesús es despojado de sus vestiduras Undécima Estación - AQUÍ Jesús es clavado en la cruz Duodécima Estación - AQUÍ Jesús muere en la Cruz La Decimotercera Estación - AQUÍ Jesús es bajado de la Cruz La Decimocuarta Estación - AQUÍ Jesús es colocado en el sepulcro






La estación 15a


La Estación XV - AQUÍ Jesús resucita de entre los muertos La procesión franciscana de las Estaciones de la Cruz

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Santuarios cristianos en Tierra Santa

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