domingo, 24 de julio de 2011

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal
Meditación del día de Hablar con Dios
Décimo séptimo Domingo
ciclo a

LA RED BARREDERA

— La red es imagen de la Iglesia, en la que hay justos y pecadores.

— A la Iglesia pertenecen sus hijos manchados por el pecado, pero no sus manchas. No debemos dejar que se juzgue a nuestra Madre por lo que precisamente no es: los errores de quienes no han sido fieles a su vocación cristiana.

— Frutos de santidad.

I. El Evangelio de la Misa1 nos presenta diversas parábolas acerca del Reino de los Cielos: el tesoro escondido, la perla de gran valor que encuentra un comerciante en perlas finas, la red barredera que echan en el mar y recoge toda clase de peces, unos buenos y otros malos. Al final se reúnen los buenos en un cesto y los malos se tiran. Esta red echada en el mar es imagen de la Iglesia, en cuyo seno hay justos y pecadores. En otros lugares el Señor enseña esta misma realidad: en su Iglesia, hasta el fin de los tiempos, habrá santos y quienes se han marchado de la casa paterna, malgastando la herencia recibida en el Bautismo; y todos pertenecen a ella, aunque de diverso modo.

«Mientras Cristo, santo, inocente, inmaculado (Heb 7, 26), no conoció el pecado (cfr. 2 Cor 5, 21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (cfr. Heb 2, 17), la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación»2. Los pecadores, no obstante sus pecados, siguen perteneciendo a la Iglesia, por los valores espirituales que aún subsisten en ellos: el carácter indeleble del Bautismo y de la Confirmación, la fe y la esperanza teologales..., y por la caridad que llega a ellos en razón de los demás cristianos que luchan por ser santos. Quedan asociados a quienes se empeñan cada día por amar más a Dios, de la misma manera que un miembro enfermo o paralítico participa y recibe el influjo de todo el cuerpo.

La Iglesia «sigue viviendo en sus hijos que no poseen ya la gracia. Lucha en ellos contra el mal que los corroe; se esfuerza por retenerlos en su seno, por vivificarlos continuamente al ritmo de su amor. Los conserva como se conserva un tesoro del que no se desprende uno más que cuando se ve obligado a ello. Y no es que quiera cargar con un peso muerto. Tan solo espera que a fuerza de paciencia, de mansedumbre, de perdón, el pecador que no se haya separado totalmente de ella volverá para vivir en plenitud; que la rama adormecida, por la poca savia que en ella quedaba, no será cortada ni arrojada al fuego eterno, sino que tendrá tiempo para volver a florecer»3. La Iglesia no se olvida un solo día de que es Madre. Continuamente pide por sus hijos que se hallan enfermos, espera con infinita paciencia, trata de ayudarles con una caridad sin límites. Nosotros debemos hacer llegar hasta el Señor nuestras oraciones, y ofrecer el trabajo, el dolor, las fatigas, por aquellos que, perteneciendo a la Iglesia, no participan de la inmensa riqueza de la gracia, esa corriente de vida que fluye sin cesar, principalmente a través de los sacramentos. De modo muy particular debemos pedir cada día por aquellos con quienes nos unen vínculos más estrechos para que, si están enfermos, recobren plenamente la salud espiritual.

II. Aunque en el Pueblo de Dios existan miembros alejados de la gracia vivificante y sean incluso causa de escándalo para muchos, la Iglesia misma, sin embargo, está libre de todo pecado. De ella se puede decir, de modo analógico y acomodado, lo que se dice de Cristo: es de arriba, no de abajo; es de origen divino. Cristo la tomó «como a su esposa, entregándose a Sí mismo por ella para santificarla, la unió a Sí mismo como su cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo, para gloria de Dios (...). Esta santidad de la Iglesia se manifiesta continuamente y debe manifestarse en los frutos de la gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles; se expresa de las maneras más diversas en cada uno de los que, según su condición de vida, tienden a la perfección de la caridad, edificando a los demás»4. Ella sabe que no es una formación de este mundo, ni un poder cultural religioso, ni una institución política, ni una escuela científica, sino una creación del Padre celestial por medio de Jesucristo. «En Ella ha depositado Cristo, el Enviado del Padre, su palabra y su obra, su vida y su salvación, y en Ella los dejó para todas las generaciones venideras»5.

Los pecadores pertenecen a la Iglesia, a pesar de sus pecados; todavía pueden volver a la casa paterna, aunque sea en el último instante de su vida. Por el Bautismo, llevan en sí una esperanza de reconciliación que ni aun los pecados más graves pueden borrar. El pecado que la Iglesia encuentra en su seno no es parte de ella; es, por el contrario, el enemigo contra el que habrá de luchar hasta el final de los tiempos, especialmente a través del sacramento de la Confesión. Sí pertenecen a ella sus hijos manchados por el pecado, pero no sus manchas. Sería bien triste que nosotros, sus hijos, dejáramos que se juzgara a la Iglesia precisamente por lo que no es.

Como recordaba en una ocasión Juan Pablo II, la Iglesia «es Madre, en la que renacemos a la vida nueva en Dios; una madre debe ser amada. Ella es santa en su Fundador, medios y doctrina, pero formada por hombres pecadores; hay que contribuir positivamente a mejorarla, a ayudarla hacia una fidelidad siempre renovada, que no se logra con críticas corrosivas»6.

Cuando se habla de los defectos de la Iglesia en el pasado o en el presente, o se dice que la Iglesia debe purificar sus faltas, se olvida que esas faltas y esos errores se dieron y se dan precisamente por personas, con responsabilidad personal, que no vivieron su vocación cristiana y no llevaron a cabo la doctrina que Cristo dejó a su Iglesia; se olvida que Cristo la ha adquirido para Sí, por medio de su Sangre7, que la ha purificado desde el comienzo para que aparezca en su presencia totalmente resplandeciente, sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante, sino santa e inmaculada8, que es la Casa de Dios, columna y soporte de la verdad9.

«Si amamos a la Iglesia no surgirá nunca en nosotros ese interés morboso de airear, como culpa de la Madre, las miserias de algunos de los hijos. La Iglesia, Esposa de Cristo, no tiene por qué entonar ningún mea culpa. Nosotros sí (...). Este es el verdadero meaculpismo, el personal, y no el que ataca a la Iglesia, señalando y exagerando los defectos humanos que, en esta Madre Santa, resultan de la acción en Ella de los hombres hasta donde los hombres pueden, pero que no llegarán nunca a destruir –ni a tocar, siquiera– aquello que llamábamos la santidad original y constitutiva de la Iglesia»10.

III. La Iglesia es santa y fuente de santidad en el mundo. Nos ofrece continuamente los medios para encontrar a Dios. «Esta piadosa Madre brilla sin mancha alguna en los sacramentos, con los que engendra siempre pureza; en las santísimas leyes, con que a todos manda y en los consejos del Evangelio, con que nos amonesta; y finalmente en los dones celestiales y carismas, con los que, inagotable en su fecundidad, da a luz incontables ejércitos de mártires, vírgenes y confesores»11.

Es fuente de santidad y la causa de la existencia de tantos santos a lo largo de los siglos. Primero fueron los mártires, que dieron su vida en testimonio de la fe que profesaban. Luego, la historia de la humanidad ha conocido el ejemplo de tantos hombres y mujeres que ofrecieron su vida por amor a Dios para ayudar a sus hermanos en todas las miserias y necesidades. No hay apenas indigencia humana que no haya despertado en la Iglesia la vocación de hombres y mujeres para solucionarla, llegando al heroísmo. Y son muchos, también hoy, los padres y madres de familia que gastan callada y heroicamente su vida, sacando la familia adelante en cumplimiento de la vocación que han recibido de Dios, y hombres y mujeres que en medio del mundo se han entregado por entero al Señor, viviendo la virginidad o el celibato, y, siendo ciudadanos corrientes, dan una especial gloria y alegría a Dios, santificándose en sus respectivas profesiones y ejerciendo un apostolado eficaz entre sus compañeros. La Iglesia es santa porque todos sus miembros están llamados a la santidad, «lo mismo quienes pertenecen a la Jerarquía que los apacentados por ella»12.

En virtud de la santidad de su Fundador, la Iglesia, Esposa de Cristo, es siempre joven y siempre bella, sin mancha ni arruga13, digna siempre de la complacencia divina. La santidad de la Iglesia es algo permanente y no depende del número de cristianos que vivan su fe hasta las últimas consecuencias, pues es santa por la acción constante en ella del Espíritu Santo, y no por el comportamiento de los hombres. Por esto, aun en los momentos más graves, «si las claudicaciones superasen numéricamente las valentías, quedaría aún esa realidad mística –clara, innegable, aunque no la percibamos con los sentidos– que es el Cuerpo de Cristo, el mismo Señor Nuestro, la acción del Espíritu Santo, la presencia amorosa del Padre»14.

Pidamos al Señor que nosotros, miembros del Pueblo de Dios, de su Cuerpo Místico, crezcamos en santidad personal y seamos así buenos hijos de la Iglesia Santa. «Se necesitan –dice Juan Pablo II– heraldos del Evangelio expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios: Para esto se necesitan nuevos santos. Los grandes evangelizadores de Europa han sido los santos. Debemos suplicar al Señor que aumente el espíritu de santidad en la Iglesia y nos mande nuevos santos para evangelizar el mundo de hoy»15.

1 Mt 13, 44-52. — 2 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 8. — 3 Ch. Journet, Teología de la Iglesia, Desclée de Brouwer, Bilbao 1960, p. 258. — 4 Conc. Vat. II, loc. cit, 39. — 5 M. Schmaus, Teología dogmática, vol. IV, La Iglesia, p. 603. — 6 Juan Pablo II, Homilía en Barcelona, 7-XI-1982. — 7 Hech 20, 28. — 8 Ef 5, 27. — 9 1 Tim 3, 15. — 10 San Josemaría Escrivá, Amar a la Iglesia, p. 25. — 11 Pío XII, Enc. Mystici Corporis, 29-VI-1943, 30. — 12 Conc. Vat. II, loc. cit., 39. — 13 Cfr. Ef 5, 25-27. — 14 San Josemaría Escrivá, o. c., p. 47 — 15 Juan Pablo II, Discurso al Simposio de Obispos Europeos, 11-X-1985.
Meditación de mañana de Hablar con Dios
25 de julio

SANTIAGO, APÓSTOL*

Solemnidad (en España)

— Beber el cáliz del Señor.

— No desalentarse por las propias flaquezas, Acudir al Señor.

— Acudir a la Virgen en las dificultades.

I. Pasando Jesús junto al lago de Galilea vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban repasando las redes, y los llamó, y les dio el nombre de «Boanerges», que significa «hijos del Trueno»1.

«Todo comenzó cuando algunos pescadores del lago de Tiberíades fueron llamados por Jesús de Nazareth. Acogieron esta llamada, lo siguieron y vivieron con Él cerca de tres años. Fueron partícipes de Su vida cotidiana, testigos de Su plegaria, de Su bondad misericordiosa con los pecadores y con los que sufrían, de Su poder. Escucharon atentos Su palabra, una palabra jamás oída». En este tiempo, los discípulos tuvieron el conocimiento «de una realidad que, desde entonces, les poseerá para siempre; precisamente la experiencia de la vida con Jesús. Se había tratado de una experiencia que había roto la trama de la existencia precedente; habían tenido que dejar todo, familia, profesión, posesiones. Se había tratado de una experiencia que les había introducido en una nueva manera de existir»2.

Un día el invitado a seguirle fue Santiago, hijo de Salomé, una de las mujeres que servían a Jesús con sus bienes y que estuvo presente en el Calvario, y hermano de Juan. El Apóstol conocía ya al Señor antes de que Este le llamara definitivamente, y gozó de una particular predilección, junto a Pedro y a su hermano: estuvo presente en la glorificación del Tabor3, presenció el milagro de la resurrección de la hija de Jairo y fue uno de los tres que el Maestro tomó consigo para que le acompañaran en Getsemaní4 en el comienzo de la Pasión. Por su celo impetuoso, el Señor dio a estos dos hermanos el sobrenombre de Boanerges, los hijos del trueno.

El Evangelio de la Misa nos narra un acontecimiento singular de la vida de este Apóstol. Jesús acababa de hablar de la proximidad de su Pasión y Muerte en Jerusalén: subimos a Jerusalén -les había dicho y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles para burlarse de él y azotarlo y crucificarlo, pero al tercer día resucitará5. El Maestro siente la necesidad de compartir con los suyos estos sentimientos que embargan su alma. Y es en estas circunstancias cuando se acercó a Él la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró para hacerle una petición6. Le ruega que reserve para ellos dos puestos eminentes en el nuevo reino, cuya llegada parece inminente. Jesús se dirige a los hermanos y les pregunta si pueden compartir con Él su cáliz, su misma suerte. Ofrecer la propia copa a otro para beber era considerado en la antigüedad como una gran prueba de amistad. Ellos respondieron: ¡Podemos!7. «Era la palabra de la disponibilidad, de la fuerza; una actitud propia no solo de gente joven, sino de todos los cristianos, y especialmente de todos los que aceptan ser apóstoles del Evangelio»8. Jesús aceptó la respuesta generosa de los dos discípulos y les dijo: Mi cáliz sí lo beberéis, participaréis en mis sufrimientos, completaréis en vosotros mi Pasión. Poco tiempo más tarde, hacia el año 44, Santiago moriría decapitado por orden de Herodes9, y Juan sería probado con innumerables padecimientos y persecuciones a lo largo de su vida.

Desde que Cristo nos redimió en la Cruz, todo sufrimiento cristiano consistirá en beber el cáliz del Señor, participar en su Pasión, Muerte y Resurrección. Por medio de nuestros dolores completamos en cierto modo su Pasión10, que se prolonga en el tiempo, con sus frutos salvíficos. El dolor humano se convierte en redentor porque se halla asociado al que padeció el Señor. Es el mismo cáliz, del que Él, en su misericordia, nos hace partícipes. Ante las contrariedades, la enfermedad, el dolor, Jesús nos hace la misma pregunta: ¿podéis beber mi cáliz? Y nosotros, si estamos unidos a Él, sabremos responderle afirmativamente, y llevaremos con paz y alegría también aquello que humanamente no es agradable. Con Cristo, hasta el dolor y el fracaso se convierten en gozo y en paz. «Esta ha sido la gran revolución cristiana: convertir el dolor en sufrimiento fecundo; hacer, de un mal, un bien. Hemos despojado al diablo de esa arma...; y, con ella, conquistamos la eternidad»11.

II. Desde que Santiago manifestó sus ambiciones, no del todo nobles, hasta su martirio, hay un largo proceso interior. Su mismo celo, dirigido contra aquellos samaritanos que no quisieron recibir a Jesús porque daba la impresión de ir a Jerusalén12, se transformará más tarde en afán de almas. Poco a poco, conservando su propia personalidad, fue aprendiendo que el celo por las cosas de Dios no puede ser áspero y violento, y que la única ambición que vale la pena es la gloria de Dios. Cuenta Clemente de Alejandría que cuando el Apóstol era llevado al tribunal donde iba a ser juzgado fue tal su entereza que su acusador se acercó a él para pedirle perdón. Santiago... lo pensó. Después lo abrazó diciendo: «la paz sea contigo»; y recibieron los dos la palma del martirio13.

Al meditar hoy sobre la vida del Apóstol Santiago nos ayuda no poco comprobar sus defectos, y los de aquellos Doce que el Señor había elegido. No eran poderosos, ni sabios, ni sencillos. Los vemos a veces ambiciosos, discutidores14, con poca fe15. Santiago será el primer Apóstol mártir16. ¡Tanto puede la ayuda divina! ¡Cuántas gracias dará en el Cielo a Dios por haberlo llevado por caminos tan distintos de los que él había soñado! Así es el Señor: porque es bueno e infinitamente sabio, y nos ama, en muchas ocasiones no nos da aquello que le pedimos, sino lo que nos conviene.

Santiago, como los demás Apóstoles, tenía defectos y flaquezas que se pueden ver con claridad en los relatos de los Evangelistas. Pero, junto a estas deficiencias y fallos, tenía un alma grande y un gran corazón. El Maestro fue siempre paciente con él y con todos, y contó con el tiempo para enseñarles y formarlos con una sabia pedagogía divina. «Fijémonos –escribe San Juan Crisóstomo– en cómo la manera de interrogar del Señor equivale a una exhortación y a un aliciente. No dice: “¿Podéis soportar la muerte? ¿Sois capaces de derramar vuestra sangre?”, sino que sus palabras son: ¿Podéis beber el cáliz? Y, para animarlos a ello, añade: Que yo tengo que beber; de este modo, la consideración de que se trata del mismo cáliz que ha de beber el Señor había de estimularlos a una respuesta más generosa. Y a su Pasión le da el nombre de bautismo, para significar con ello que sus sufrimientos habían de ser causa de una gran purificación para todo el mundo»17.

También a nosotros nos ha llamado el Señor. No demos entrada al desaliento si alguna vez las flaquezas y los defectos se hacen patentes. Si acudimos a Jesús, Él nos alentará para seguir adelante con humildad, más fielmente. También el Señor tiene paciencia con nosotros. y cuenta con el tiempo.

III. En la Segunda lectura de la Misa, San Pablo nos recuerda: Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros18. Somos algo quebradizo, de poca resistencia, que sin embargo puede contener un tesoro incomparable, porque Dios obra maravillas en los hombres, a pesar de sus debilidades. Y precisamente para que se vea que es Él quien actúa y da la eficacia, ha querido escoger a los flacos para confundir a los fuertes, y a las cosas viles y despreciables del mundo y a aquellos que eran nada para destruir a los que son, a fin de que ningún mortal se jacte ante su acatamiento19. Esto escribe quien en otro tiempo persiguió a la Iglesia. Los cristianos, al llevar a Dios en el alma, podemos vivir a la vez «en el Cielo y en la tierra, endiosados; pero sabiendo que somos del mundo y que somos tierra, con la fragilidad propia de lo que es tierra: un cacharro de barro que el Señor se ha dignado aprovechar para su servicio. Y cuando se ha roto, hemos acudido a las lañas, como el hijo pródigo: he pecado contra el Cielo y contra Ti...»20. Esas lañas que se ponían antiguamente a las vasijas que se rompían, para que siguieran siendo útiles.

Dios hace eficaz a quien tiene la humildad de sentirse como una vasija de barro, a quien lleva en su cuerpo la mortificación de Jesús21, a quien bebe el cáliz de la Pasión, el mismo que Jesús bebió y al que invitó a Santiago.

La tradición nos habla de este Apóstol predicando en España. Su afán de almas le llevó hasta el extremo del mundo conocido. La misma tradición nos cuenta las dificultades que encontró en estas tierras en los comienzos de su evangelización, y cómo Nuestra Señora se le apareció en carne mortal para darle ánimos. Es posible que a nosotros también nos llegue el desaliento en alguna ocasión y que nos encontremos algo abatidos por los obstáculos que dificultan nuestros deseos de llevar a Cristo a otras almas. Podemos incluso encontrar incomprensiones, burlas, oposiciones. Pero Jesús no nos abandona. Acudiremos a Él, y podremos decir con San Pablo: Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados...22. Y acudiremos a Santa María, y en Ella, como el Apóstol Santiago, encontraremos siempre aliento y alegría para seguir adelante en nuestro camino.

1 Antífona de entrada. Cfr. Mt 4, 18; 21; Mc 3, 17. — 2 C. Caffarra, Vida en Cristo, EUNSA, Pamplona 1988, pp. 19-20 — 3 Mt 17, 1 ss. — 4 Mt 26, 37. — 5 Mt 20, 17-19. — 6 Mt 20, 20. — 7 Mt 20, 22. — 8 Juan Pablo II, Homilía en Santiago de Compostela, 9-XI-1982. — 9 Hech 12, 2. — 10 Cfr. Col 1, 24. — 11 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 887 — 12 Lc 9, 53. — 13 Cfr. Clemente de Alejandría. Hypotyp., VII, citado por Eusebio, Historia Ecclesiastica. 11, 9. — 14 Lc 22, 24-47. — 15 Mt 14, 31. — 16 Cfr. Hech 12, 2. — 17 Liturgia de las Horas, Segunda lectura. San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 65, 3-4. — 18 2 Cor 4, 7. — 19 1 Cor 1, 27-29. — 20 S. Bernal. Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei. Rialp. 2.ª ed., Madrid 1976. Epílogo. — 21 Cfr. Segunda lectura. 2 Cor 4, 10. — 22 Segunda lectura. 2 Cor 4, 8.

* Santiago era natural de Betsaida, hijo de Zebedeo y hermano de San Juan. Fue uno de los tres discípulos que estuvieron presentes en la Transfiguración, en la agonía de Getsemaní y en otros acontecimientos importantes de la vida pública de Jesús. Es el primer Apóstol que murió por predicar el mensaje salvador de Cristo. Su energía y firmeza hicieron que el Señor le llamara hijo del trueno. Su actividad apostólica se desarrolló en Judea y Samaria y, según una venerable tradición -avalada por importantes testimonios-, llegó a España. Vuelto a Palestina, sufrió martirio hacia el año 44 por orden de Herodes Agripa. Sus restos fueron trasladados a Santiago de Compostela, centro de peregrinación, principalmente durante la Edad Media, y foco de fe para toda Europa.

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Madrid, una gran fiesta internacional Temporada 2011 - RTVE.es

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domingo, 17 de julio de 2011

rezandovoy

rezandovoyMeditación de ayer de Hablar con Dios
16 de julio

NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN*

Memoria

— El amor a la Virgen y el escapulario del Carmen.

— Especial ayuda y gracias de Nuestra Madre en el momento de la muerte.

— El escapulario, símbolo del vestido de bodas.

I. El culto y la devoción a la Virgen del Carmen se remonta a los orígenes de la Orden carmelitana, cuya tradición más antigua la relaciona con aquella pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que subía desde el mar1 y que se divisaba desde la cumbre del Monte Carmelo, mientras el profeta Elías suplicaba al Señor que pusiese fin a una larga sequía. La nube cubrió rápidamente el cielo y trajo lluvia abundante a la tierra sedienta durante tanto tiempo. En esta nube cargada de bienes se ha visto una figura de la Virgen María2, quien, dando el Salvador al mundo, fue portadora del agua vivificante de la que estaba sedienta toda la humanidad. Ella nos trae continuamente bienes incontables.

El 16 de julio de 1251 se apareció la Virgen Santísima a San Simón Stock, General de la Orden de los Carmelitas, y prometió unas gracias y bendiciones especiales para aquellos que llevaran el escapulario. Esta devoción «ha hecho correr sobre el mundo un río caudaloso de gracias espirituales y temporales»3. La Iglesia la ha aprobado repetidamente con numerosos privilegios espirituales. Durante siglos, los cristianos se han acogido a esa protección de Nuestra Señora. «Lleva sobre tu pecho el santo escapulario del Carmen. Pocas devociones hay muchas y muy buenas devociones marianas tienen tanto arraigo entre los fieles, y tantas bendiciones de los Pontífices. Además, ¡es tan maternal ese privilegio sabatino!»4.

La Virgen prometió, a quienes viviesen y muriesen con el escapulario o la medalla bendecida con el Sagrado Corazón y la Virgen del Carmen, que hace sus veces la gracia para obtener la perseverancia final5; es decir, una ayuda particular para que, quienes no estén en gracia, se arrepientan en los últimos momentos de su vida. A esta promesa hay que añadir el llamado privilegio sabatino, que consiste en la liberación del Purgatorio al sábado siguiente a la muerte6, y otras muchas gracias e indulgencias. Verdaderamente, «María, con su amor materno, se cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se hallan en peligros y en ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada...»7. No dejemos de acudir, cada día, muchas veces, a Ella, para que nos ayude y proteja. El mismo escapulario nos puede recordar frecuentemente que pertenecemos a Nuestra Madre del Cielo y que Ella nos pertenece, pues somos sus hijos, que tanto le hemos costado.

II. Expresamos en esta devoción una especial dedicación a Nuestra Señora de nosotros mismos y de todo lo nuestro, pues «en la aparición de la Santísima Virgen entregando el escapulario a San Simón Stock, se manifiesta la Madre de Dios como Señora de la gracia; y también como Madre amantísima, que protege a sus hijos en la vida y en la muerte.

»El pueblo cristiano ha venerado a la Virgen del Carmen particularmente por medio del santo escapulario como a la Madre de Dios y nuestra, que se nos presenta con estas credenciales: “En la vida, protejo; en la muerte, ayudo; y, después de la muerte, salvo”»8. Ella es vida, dulzura y esperanza nuestra, como le hemos repetido tantas veces en el rezo de la Salve.

La devoción al santo escapulario del Carmen manifiesta nuestra seguridad en el auxilio materno de la Virgen. Del mismo modo que se utilizan trofeos y medallas para significar relaciones de amistad, de recuerdo o de triunfo, nosotros damos un sentido entrañable al escapulario para acordarnos muy frecuentemente de nuestro amor a la Virgen y de su bendita protección. Ella nos toma de la mano y, todos los días de nuestra vida aquí en la tierra, nos lleva por un camino seguro, nos ayuda a superar dificultades y tentaciones: jamás nos abandona, «porque es su costumbre favorecer a los que de Ella se quieren amparar»9.

Un día nos llegará la hora de nuestro encuentro definitivo con el Señor. Entonces necesitaremos más que nunca su protección y ayuda. La devoción a la Virgen del Carmen y a su santo escapulario es prenda de esperanza en el Cielo, pues la Virgen Santísima prolonga su maternal protección más allá de la muerte. Esta prerrogativa nos llena de consuelo. «María nos guía hacia ese futuro eterno; nos lo hace ansiar y descubrir; nos da su esperanza, su certeza, su deseo. Animados por tan esplendorosa realidad, con alegría indecible, nuestra humilde y fatigosa peregrinación terrena, iluminada por María, se transforma en camino seguro iter para tutum hacia el Paraíso»10. Allí, con la gracia divina, la veremos a Ella.

Cuando en 1605 fue elegido Papa el Cardenal De Médicis, que tomaría el nombre de León XI, y mientras le revestían con los hábitos papales, le quisieron quitar un gran escapulario del Carmen que llevaba entre la ropa. Entonces, el Papa dijo a quienes le ayudaban a revestirse: «Dejadme a María, para que María no me deje». Tampoco nosotros queremos dejarla, pues es mucho lo que la necesitamos. Por eso, llevamos siempre su escapulario. Y le decimos ahora que cuando llegue ese momento último nos abandonaremos en su brazos. ¡Tantas veces le hemos pedido que ruegue por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte, que Ella no se olvidará!

En su visita a Santiago de Compostela, el Papa Juan Pablo II deseaba a todos: «Que la Virgen del Carmen... os acompañe siempre, Sea Ella la Estrella que os guíe, la que nunca desaparezca de vuestro horizonte. La que os conduzca a Dios, al puerto seguro»11. De su mano llegaremos a presencia de su Hijo. Y si nos quedara algo por purificar, Ella adelantará el momento en que, limpios del todo, podamos ver a Dios.

Antiguamente se representaba a la Virgen del Carmen con un grupo a sus pies formado por almas en llamas en el Purgatorio, para señalar su especial intercesión en este lugar de purificación12. «La Virgen es buena para aquellos que están en el Purgatorio, porque por Ella obtienen alivio»13, predicaba con frecuencia San Vicente Ferrer. Su amor nos ayudará a purificarnos en esta vida para estar con su Hijo inmediatamente después de la muerte.

III. El escapulario es también imagen del vestido de bodas, la gracia divina, que ha de vestir siempre el alma.

El Papa Juan Pablo II, hablando a jóvenes en una parroquia romana dedicada a la Virgen del Carmen, recordaba en confidencia el especial socorro y amparo que recibió de su devoción a la Virgen del Carmen. «Debo deciros les comentaba que en mi edad juvenil, cuando era como vosotros, Ella me ayudó. No podría decir en qué medida, pero creo que en una medida inmensa. Me ayudó a encontrar la gracia propia de mi edad, de mi vocación». Y añadía: la misión de la Virgen, la que se halla prefigurada y «toma inicio en el Monte Carmelo, en Tierra Santa, está ligada a un vestido. Este vestido se llama santo escapulario. Yo debo mucho, en mis años jóvenes, a este, su escapulario carmelitano. Que la madre sea siempre solícita, se preocupe de los vestidos de sus hijos, de que vayan bien vestidos, es algo hermoso». Pero cuando estos vestidos se rompen, «la madre trata de reparar los vestidos de sus hijos». «La Virgen del Carmen, Madre del santo escapulario, nos habla de este cuidado materno, de esta preocupación suya para vestirnos. Vestirnos en sentido espiritual. Vestirnos con la gracia de Dios, y ayudarnos a mantener siempre blanco este vestido». El Papa hacía mención del vestido blanco que llevaban los catecúmenos de los primeros siglos, símbolo de la gracia santificante que recibían con el Bautismo. Y después de exhortar a conservar siempre limpia el alma, concluía: «Sed también vosotros solícitos colaborando con la Madre buena, que se preocupa de vuestros vestidos, y especialmente del vestido de la gracia, que santifica el alma de sus hijos e hijas»14. Ese vestido con el que un día nos presentaremos al banquete de bodas.

El escapulario del Carmen Puede ser una ayuda grande para querer más a Nuestra Madre del Cielo, un especial recordatorio de que le estamos dedicados y de que en un momento de apuro, en medio de una tentación, contamos con su ayuda. El tenerla tan cerca nos permitirá ser fuertes. Con palabras del Gradual para la fiesta de hoy, pedimos a Nuestra Señora: Recordare Virgo Mater... ut loquaris pro nobis bona. «Acuérdate, Virgen Madre de Dios, cuando estés en la presencia del Señor, de decirle cosas buenas de nosotros»15; también en esos días en que no hayamos sido tan fieles como Dios espera de sus hijos.

1 1 Rey 18, 44 — 2 Cfr. Profesores de Salamanca, Biblia Comentada, BAC, Madrid 1961, in loc., vol. II, p. 450. — 3 Pío XII, Alocución 6-VIII-1950. — 4 San Josemaría Escrivá, Camino, Rialp, 30.ª ed., Madrid 1976, n. 500. — 5 Cfr. Inocencio IV, Bula Ex parte dilectorum. 13-I-1252. — 6 Cfr. Juan XXII, Bula Sacratissimo uti culmine, 3-III-1322. — 7 Conc. Vat. II, Conts. Lumen gentium, 62. — 8 Card. Gomá, María Santísima, R. Casulleras, 2.ª ed., Barcelona 1947. — 9 Santa Teresa, Fundaciones, 23, 4. — 10 Pablo VI, Homilía 15-VIII-1966. — 11 Juan Pablo II, Alocución 9-XI-1982. — 12 Cfr. M. Trens. María. Iconografía de la Virgen en el arte español, Plus Ultra, Madrid 1946, p. 378. — 13 San Vicente Ferrer, Sobre la Natividad. — 14 Juan Pablo II, Alocución 15-I-1989. — 15 Graduale Romanum, in loc, p. 580.

* Esta fiesta, instituida en el año 1726, conmemora el día en el que, según las tradiciones carmelitas, San Simón Stock, primer General de la Orden, tuvo una aparición de la Virgen el 16 de julio de 1251. María prometió una bendición especial para todos los que, en el transcurso de los siglos, llevaran su escapulario. La Iglesia ha aprobado solemne y repetidamente esta devoción mariana nacida en Inglaterra, de modo que, a cuantos llevan el escapulario, han concedido los Papas numerosos privilegios espirituales.

La Virgen del Carmen es patrona de los marineros. Ella es el Puerto seguro donde hemos de refugiarnos en medio de todas las tormentas de la vida.



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Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal
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16 de julio



NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN



El Carmelo es el Monte de María. Parece que Dios sentía predilección por pregonar sus bandos desde la cúspide de las montañas: Sinaí, Tabor, Bienaventuranzas, Gólgota...

El monte Carmelo, a cuya extraordinaria belleza compara a su Esposa el Cantar de los Cantares, es de sabor netamente bíblico. Hay que subir hasta el Libro de los Reyes o más arriba para dar con su origen. Dos son los montes que en Palestina llevan este nombre. El de Judea —que no nos interesa— es árido y seco, parece que pesa sobre él la maldición de Cristo contra el pueblo deicida. El de Galilea, por el contrario, es fértil y fecundo en toda clase de frutos. Está junto al mar Mediterráneo y fue el teatro donde se deslizó la vida del profeta de Dios Elías Tesbita,

La fiesta litúrgica de este día, extendida a toda la Iglesia en 1726 por Su Santidad Benedicto XIII, recoge la narración bíblica que se entreteje entre Elías, el Carmelo y María.

El pueblo de Israel había vuelto a pecar. Dios envió a Elías para castigarle. Este profeta, en cuyo corazón y labios ardía el fuego del culto al verdadero Dios, cerró el cielo con el poder de su oración. Tres años y medio sin caer una gota de agua sobre la tierra. Arrepentidos, vuelve Elías a interceder por ellos y el Señor escucha su oración, Elías sube a la cumbre del Carmelo. Se postra en tierra y ora con fervor. Manda a su criado que mire hacia el mar. Sube y mira. No hay nada. Vuelve a subir hasta siete veces. A la séptima dice: "Divisase una nubecilla, pequeña como la palma de la mano de un hombre, la cual sube del mar... Y en brevísimo tiempo el cielo cubrióse de nubes con viento, y cayó una gran lluvia".

Algunos autores, sobre todo a partir del siglo XIV, vieron en esta nubecilla, en figura o tipos bíblicos, a la Virgen Inmaculada, mediadora universal. La Iglesia así lo ha aceptado en su liturgia.

El monte Carmelo es un abultado volumen de historia. Ha visto pasar a su vera los pueblos más diversos. Desde muy antiguo habitaron los carmelitas en él y en él comenzaron a dar culto a la Virgen Inmaculada.

A Ella, a Santa María, tal cual la celebraban en la alta Edad Media, sobre todo a partir del concilio de Calcedonia, los ermitaños del monte Carmelo levantaron una célebre capilla, meta de peregrinaciones a fines del siglo XI, o principios del XII. Con ello no hacían más que ponerse bajo su patronato, o, como entonces se decía, bajo su título. Más adelante se unirá, formando una sola, la doble idea: María-Carmelo.

Recientemente se han hecho excavaciones para buscar restos arqueológicos de esta venerada capilla. En marzo de 1958 el conocido arqueólogo franciscano padre Belarmino, Bagatti comenzó las excavaciones junto a la llamada "Fuente de Elías" y unos meses después descubría los cimientos y parte de los muros de una capilla de 22,30 por 6,25 metros, y junto a ella una pared de dos metros y medio de ancha que parece ser restos del primitivo monasterio de San Brocardo.

Todavía no se pueden afirmar definitivamente estas conjeturas. Por ello se sigue trabajando en las excavaciones, pero es muy probable que se trate de esta célebre capilla.

La simbólica interpretación de la nubecilla, que no es más que una hermosa figura para significar a la humilde y pura Virgen María como Mediadora universal de todas las gracias por su divina Maternidad corredentora, influyó a aumentar el profundo marianismo que impregnó, desde sus orígenes, la historia, liturgia y espiritualidad del Carmelo.

El monte Carmelo ha ido pasando de unas manos a otras. Hoy es el Gobierno israelita su dueño. A su antojo hacen y deshacen sin consultar a sus pacíficos y legítimos moradores, los hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.

Poco después de la milagrosa aprobación de la regla carmelitana por Honorio III en 1226 vinieron los carmelitas a Occidente. El pueblo los recibió como llovidos del cielo. Decían que se llamaban: Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. Más adelante, el 26 de abril de 1379, el papa Urbano VI concedía tres años y tres cuarentenas de indulgencias a cuantos así los llamaran.

Para algunos príncipes y clero no fue así. Pronto comenzó una negra persecución contra ellos. El general de la Orden, San Simón Stock (1165-1265), acudía con lágrimas de dolor a la Santísima Virgen para que viniera en auxilio de su Orden. Hasta llegó a componerle algunas fervorosas plegarias que rezaba con seráfico fervor.

He aquí la redacción breve de la aparición, entrega y promesa del Santo Escapulario. Es una de las más críticas y antiguas que se conocen:

"El noveno fue San Simón de Inglaterra, sexto general de la Orden, el cual suplicaba todos los días a la gloriosísima Madre de Dios que diera alguna muestra de su protección a la Orden de los carmelitas, que gozaban del singular título de la Virgen, diciendo con todo el fervor de su alma estas palabras: "Flor del Carmelo, vid florida, esplendor del cielo, Virgen fecunda y singular, oh Madre dulce, de varón no conocida, a los carmelitas da privilegios, estrella del mar".

Se le apareció la Bienaventurada Virgen acompañada de una multitud de ángeles, llevando en sus benditas manos el Escapulario de la Orden y diciendo estas palabras: "Este será privilegio para ti y todos los carmelitas, quien muriere con él no padecerá el fuego eterno, es decir, el que con él muriere se salvará".

Desde este momento comienza María a obrar prodigios por medio del Santo Escapulario y a propagarse entre ricos y pobres, nobles y plebeyos, hombres y mujeres, hasta llegar a ser nota distintiva de los auténticos cristianos y verdaderos devotos de María el llevar sobre el pecho este escudo invulnerable contra los dardos del infierno.

Escritores poco críticos dudaron gratuitamente de la historicidad de la aparición y entrega del Santo Escapulario. A todos estos desaprensivos historiadores les ha contestado el paciente investigador y profundo crítico M. R. P. Bartolomé María Xiberta, O. Carm., después de estudiar detenidamente y con pulso certero estas cuestiones: "Creo que, después de la paciente búsqueda y examen de los documentos, las tesis formuladas contra la historicidad del Escapulario se han derrumbado una tras otra... Es más: me atrevo a afirmar que la visión de San Simón Stock, en la que se funda la devoción al Santo Escapulario, está autorizada y avalada por tales documentos históricos, que apenas se puede aspirar a más. Niegue quien quiera la historicidad de la visión de San Simón Stock; pero cuide de despreciar nada con la vana confianza de que obra así movido por documentos históricos".

El Carmelo, por privilegio especial, tiene como rito propio aquel que se usaba en el Santo Sepulcro de Jerusalén durante la época de las Cruzadas.

Con todo, aunque se llegase a poder negar —que decimos no es posible— la historicidad de la visión y entrega, aun así tendría idéntico valor el Escapulario y la devoción del Carmen porque se lo ha dado repetidas veces la Iglesia al aprobarlo, fomentarlo y recibirlo en su liturgia.

Como el Carmelo, por su origen, evolución, finalidad, espiritualidad y legislación, está consagrado a María, no tardó en llenar de profundo marianismo su liturgia: ayunos en las vigilias de sus fiestas, comunión en las mismas, oficio parvo, salve regina, muchas veces al día repetida, misas en su honor, festividades nuevas, iglesias y conventos a Ella dedicados, etc.

Durante este tiempo —aún faltaban tres siglos para ser instituida la Sagrada Congregación de Ritos— había gran libertad para introducir y suprimir en la liturgia. El Carmelo desde un principio celebró como fiesta patronal de la Orden una fiesta mariana. Según épocas y regiones, fueron sobre todo las fiestas de la Asunción y la Inmaculada Concepción las más celebradas.

Juan Bacontorp, el Doctor Resoluto, cuenta que en el siglo XIV, cuando la Curia romana residía en Aviñón, el Papa y la Curia Cardenalicia asistían el 8 de diciembre a la fiesta de la Inmaculada que se celebraba en la iglesia de los carmelitas, igual que lo hacían el día de San Francisco en la de los franciscanos y el de Santo Domingo en los padres dominicos.

En algunas partes, sobre todo en Inglaterra, quizá poco después de la entrega del Santo Escapulario, se introdujo una nueva festividad mariana: "La solemne conmemoración de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo".

Fue extendiéndose de día en día hasta que, al reunirse la Orden en Capítulo general el 1609, se propuso a todos los gremiales que festividad debía tenerse como titular o patronal de la Orden, y todos unánimemente contestaron: "La solemne conmemoración de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo".

Comenzó como fiesta de familia, pero como por el don del Santo Escapulario, que se extendía tanto como la misma Iglesia, todos se sentían auténticos carmelitas, pronto llegaron a la Santa Sede peticiones e instancias solicitando poder celebrar dicha festividad.

España —como siempre cuando se trata de amores marianos— fue la primera en obtener del papa Clemente X, el 1674, el permiso para celebrar esta festividad en todos los dominios del Rey Católico. A esta petición siguieron otras muchas, hasta que el 24 de septiembre de 1726 Su Santidad Benedicto XIII la extendía a toda la cristiandad con rito doble mayor y con la misma oración y lecciones para el segundo nocturno que desde el siglo anterior rezaban ya los religiosos carmelitas.

Hoy la fiesta del Carmen, en muchas partes del mundo católico, es considerada como fiesta casi de precepto. En las naciones latinas sobre todo se le profesa una tierna y profunda devoción, y es el Santo Escapulario del Carmen la enseña que con devoción y amor cubre el pecho de todos los auténticos católicos.

El significado o fisonomía de la fiesta del Carmen es diferente del de otras festividades marianas, aunque, como es natural, no son sino diferencias accidentales, ya que para que sea devoción mariana y genuinamente ortodoxa debe esencialmente reducirse a la devoción mariana en general.

Así el martirologio sintetiza y anuncia la fiesta: "Conmemoración solemne de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, a la cual la familia carmelitana consagra este día por los innumerables beneficios recibidos de la misma Santísima Virgen en señal de servidumbre".

La fiesta del Carmen es como el tributo de amor que el Carmelo —todos los hijos de María que llevan su vestido— le ofrecen anualmente en señal de acatamiento y gratitud. El 16 de julio canta los inmensos favores que María ha derramado a través de los siglos sobre su Orden predilecta y sobre sus más fieles hijos, y a la vez la consagración y total entrega del Carmelo a María. Con este espíritu celebran los carmelitas su fiesta y con estos sentimientos la celebraron los santos y debemos celebrarla nosotros.

El contenido doctrinal de esta fiesta es muy rico y a la vez profundamente dogmático y espiritual, igual que el de las grandes fiestas marianas del ciclo litúrgico, con las cuales se compenetra íntimamente. La idea dominante de esta festividad no es otra que la acción maravillosa de María sobre el Carmelo, es decir, su Realeza universal como Mediadora de todas las gracias, igual que la Iglesia la celebra el día de la Asunción.

La advocación del Carmelo es sumamente grata a María y al pueblo.

Gruesos volúmenes se hallan publicados ya desde sus remotos orígenes que recogen los prodigios obrados en mar, tierra y aire al ser invocada bajo la simpática advocación de Nuestra Señora del Carmen.

No hay que olvidar tampoco las dos últimas apariciones de María. La decimoctava y última visita que hace María a Santa Bernardita en la gruta de Massabielle la reservaba para el día 16 de julio de 1858, a pesar de que desde la decimoséptima habían pasados días muy señalados. Y el 13 de octubre de 1917, a los tres pastorcitos de Fátima, se les aparece por sexta y última vez vestida con el hábito marrón y capa blanca carmelitanas.

Que sea devoción sumamente grata al pueblo también es una verdad demasiado clara. Hay devociones que necesitan quien las fomente y propague, languideciendo rápidamente cuando les faltan estos apóstoles. No es así la del Carmen o del Santo Escapulario. Ella, por sí sola, con sus prodigios y sus privilegios, se extiende y propaga.

Con todo, no hay que confundirlo. La devoción del Escapulario no debe propagarse sólo por razón de los así llamados "Privilegios", ya que ésta sería una devoción falsa o imperfecta. La razón de los privilegios no es sino para fomentar el amor de caridad a Jesús y a María. El valor principal de la devoción del Carmen no está en los prodigios a que hemos aludido ni en los privilegios que veremos, sino en su profundo valor espiritual o ascético en orden a nuestra santificación. Es decir, el Escapulario debe ayudarnos a vivir nuestra total consagración a Jesús por María en su servicio y en su presencia, en su unión e imitación.

La devoción al Escapulario de unos treinta años para acá ha decaído un tanto porque algunos, fijándose casi exclusivamente en sus privilegios, desconocen su importancia, significación y valor en la vida cristiana, de la que es su más elocuente manifestación. De hecho la Iglesia la ha hecho suya para consagrar oficialmente a todo hombre a María desde el principio de su vida.

Aun así continúa siendo la devoción característica y propia de las familias cristianas. ¿Y por qué? Porque su poderoso valimiento llega a los momentos más difíciles de la vida, a la hora cumbre de la muerte, y, traspasando los umbrales de acá, no se da descanso hasta el mismo purgatorio, de donde saca a las almas que le fueron devotas y vistieron en vida el Santo Escapulario. Estas son sus credenciales: "En la vida protejo, en la muerte ayudo y después de la muerte salvo".

Se halla tan extendida esta devoción entre el pueblo cristiano, que un ilustre historiador —B. Zimmerman— podía escribir a principios del siglo: "La Cofradía del Escapulario es la más numerosa asociación del mundo después de la Iglesia católica".

Verdad histórica que coincide con lo que escribía en su obra póstuma María Santísima nuestro cardenal Gomá: "Nadie ignora lo extendida que está por todo el pueblo cristiano, en todas partes, y con qué profundo arraigo, la devoción a la Santísima Virgen del Carmen, de tal forma que a esta devoción podemos llamarla por antonomasia "devoción cristiana", o mejor, "católica".

Estas afirmaciones se refieren de un modo especial a España. A fines del siglo XVI, en 1595 exactamente, escribía el placentino José Falcone: "En nuestros días florece en España, donde no hay casa en que no se lleve el hábito del Carmelo, con el fin de disfrutar de las infinitas indulgencias carmelitanas... En verdad, toda España con Portugal parece un gran convento de carmelitas. Todos desean cubrirse con tales armas contra las enfermedades corporales y espirituales, En toda España hay conventos de carmelitas e innumerables Congregaciones carmelitanas".

Desde entonces, sobre todo, sienta sus reales la Virgen Santísima del Carmen en nuestra Patria y en sus hijas de América: Chile, Argentina, Colombia, Méjico..., y queda grabado su nombre en pueblos y montes, ríos y valles, puertos y gremios, talleres y fábricas, jardines e industrias... hasta convertirse en la advocación mariana preferida del pueblo cristiano. Así lo cantará la copla popular: "Es la Virgen del Carmelo — la que más altares tiene; — su sagrado Escapulario — no hay pecho que no lo lleve". Y el himno oficial del VII Centenario: "Tú tienes altares en todo confín".

Dejando aparte muchos otros patronazgos de la Santísima Virgen del Carmen es necesario destacar el que ejerce sobre nuestra Marina.

El 19 de abril de 1901, por decreto de la reina regente, doña María Cristina, publicaba la "Gaceta" una extensa real orden por la cual declaraba a la Santísima Virgen del Monte Carmelo Patrona y Titular de la Marina de guerra, así como ya lo era de la Marina mercante.

El 12 de julio de 1938, en plena guerra nacional, el Generalísimo Franco renovaba solemnemente la real orden del 19 de abril de 1901. Era éste el primer patronazgo que declaraba el Caudillo.

El Santo Escapulario, vestido y sacramental de María, es el instrumento o imán que atrae a los hombres hacia esta devoción.

Con ocasión del VII Centenario de la entrega de esta dádiva mariana se ha estudiado con todo el aparato de la crítica moderna la historia, liturgia, espiritualidad y otras cuestiones del Santo Escapulario del Carmen. A la luz de estos estudios se han corregido importantes libros de texto y prestigiosas enciclopedias.

Los más importantes y trascendentales privilegios del Santo Escapulario son éstos: Vivir la misma vida de María, vestir su mismo vestido, disfrutar de un amparo especial por estar a Ella consagrados... Por esto la devoción del Santo Escapulario del Carmen, "la primera entre las devociones marianas" la llamaba Su Santidad Pío XII el 11 de febrero de 1950; además de ser muy grata a María es sumamente ventajosa al que la practica. Pocas devociones, de hecho, tienen prometidas tantas y tan señaladas gracias. He aquí las principales:

Morir en gracia de Dios. Es la gran promesa que ya hemos visto hizo la Santísima Virgen al entregar el Santo Escapulario a Simón Stock en 1251.

Salir del purgatorio a lo más tardar el sábado después de la muerte. Así lo dijo la Santísima Virgen al papa Juan XXII, en 1322. Es el llamado privilegio sabatino.

Para hacerse acreedor a estos privilegios son necesarias algunas condiciones: Estar inscrito en la Cofradía, vestirlo noche y día, guardar castidad según su estado, rezar el oficio parvo y guardar abstinencia, aunque pueden ser conmutados por otras obras buenas y sobre todo vestir el Escapulario cual conviene viviendo la vida cristiana en toda su integridad.

El 8 de julio de 1916 Su Santidad Benedicto XV, con deseos de que se siguiese usando el Escapulario de tela, concedió quinientos días de indulgencias cuantas veces se besara.

Quien viste el Escapulario del Carmen se hace acreedor de todas las indulgencias, gracias y privilegios que los Sumos Pontífices a través de los siglos han otorgado a la Orden del Carmen.

Participa asimismo de las oraciones y penitencias que se hacen en todo el Carmelo.

Ante programa tan halagador, ¿quién será capaz de no dar su nombre a milicia tan extraordinaria? Igual que en el Medievo los magnates y príncipes cubrían con sus púrpuras las personas y edificios que patrocinaban de un modo especial, así María Santísima cubre con su mismo vestido a aquellos a quienes ama con amor de predilección.

Nunca como hoy se ha hablado tanto de consagración a Jesús y a María. La consagración se suele hacer en determinadas circunstancias y con una fórmula de antemano preparada. Pero, ¿y después?

La imposición del Santo Escapulario constituye el acto más elocuente y real de nuestra consagración a la Santísima Virgen. Por el Escapulario se vive íntima y continuamente consagrado a María tal cual nos exige nuestra condición de hijos y hermanos suyos. Por él pertenecemos a María, ya que vestimos su mismo ropaje. Por ello debemos vivir su misma vida.

Para que los efectos de consagración duren noche y día, hoy y mañana y hasta el fin de nuestra existencia sobre la tierra, ¿puede darse un medio más apropiado y eficaz que el Santo Escapulario del Carmen? Así lo decía Su Santidad Pío XII en el magnífico documento que sobre el Santo Escapulario regalaba al mundo el 11 de febrero de 1950:

"Todos los carmelitas, por tanto, así los que militan en los claustros de la primera y segunda Orden como los afiliados a la Tercera Orden Regular o Secular y los asociados a las Cofradías que forman, por un especial vínculo de amor, una misma familia de la Santísima Madre, reconozcan en este memorial de la Virgen un espejo de humildad y castidad; vean en la forma sencilla de su hechura un compendio de modestia y candor; vean, sobre todo, en esta librea que visten día y noche, significada con simbolismo elocuente, la oración con la cual invocan el auxilio divino. Reconozcan, por fin, en ella su consagración al Corazón sacratísimo de la Virgen Inmaculada, por Nos recientemente recomendada".

J. Garreta Sabadell, en su Catecismo de la Virgen María, afirma que el Santo Escapulario fue en los siglos XVI y XVII el dique que contuvo las herejías e hizo que el mundo volviese otra vez a Jesús por María.

Lo que hizo entonces ¿no puede repetirlo ahora? Vivimos en la época del Mundo Mejor. Vemos con tristeza que nuestros hermanos, los hombres, se alejan cada día más de la Casa del Padre. ¿Qué hacer para atraerlos? Volvamos a la fe y piedad de nuestros padres. Vivamos su misma vida, aun en medio del adelantado y vertiginoso siglo XX.

Devolvamos el valor —que no ha perdido— a esta sólida devoción que el mundo ha olvidado por alejarse tanto.

Que los lazos del Escapulario del Carmen simbolicen nuestra vuelta a la Casa del Padre, nuestra sumisión a sus mandatos, nuestra unión familiar, nacional e internacional.

Que el vestido de María cubra las desnudeces desvergonzantes de la sangrante y llagada humanidad.

En diciembre de 1938 monseñor Lemmes, obispo de Roermond, en Holanda, exhortaba a sus diocesanos a consagrarse a la Santísima Virgen y decía que confiaba en un resurgir espiritual, esperanzador para toda la diócesis, si vestían con verdadero fervor y practicaban con escrupulosidad las obligaciones que impone el Santo Escapulario del Carmen a quienes lo visten debidamente. Las esperanzas no salieron fallidas.

Lo que hace veinte años sucedía en un país rodeado de encarnizados enemigos de estas prácticas puede mil veces mejor repetirse en todas las naciones.

Que la Madre y hermosura del Carmelo nos lo conceda.

RAFAEL MARÍA LÓPEZ MELÚS, O. CARM.

sábado, 16 de julio de 2011


VIRGEN DEL CARMEN 07-16

VER AÑO CRISTIANO

1. DOMINICOS 2003

Saludo a la Virgen
Saludemos a nuestra Señora la Virgen del Carmen con el himno-soneto que le dedica la liturgia en el oficio de Laudes:

¿Quién eres tu, mujer, que, aunque rendida
al parecer, al parecer postrada,
no estás sino en los cielos ensalzada,
no estás sino en la tierra preferida?

Pero, ¿qué mucho, si del sol vestida,
qué mucho, si de estrellas coronada,
vienes de tantas luces ilustrada,
vienes de tantos rayos guarnecida?

Cielo y tierra parece que, a primores,
se compusieron con igual desvelo
-mezcladas sus estrellas y sus flores-

para que en ti tuviesen tierra y cielo,
con no se qué lejanos resplandores
de flor del Sol plantada en el Carmelo.

ORACIÓN:

Señor, que la piedad popular sea sincera, clarividente, evangélica, comprometida; que todos nos sintamos unidos a Cristo y a María en fe, amor, cruz, esperanza; y que todas nuestras obras rebosen caridad, exigencia de puro amor fraterno, justicia y verdad. Amén.



Palabra de Dios
Profeta Zacarías 2, 14-17:
“Alégrate y salta de júbilo, hija de Sión, que yo vengo a habitar en ti –oráculo del Señor- . Aquel día se incorporarán al Señor muchos pueblos y serán pueblo mío; habitaré en medio de ti, y sabrás que el Señor de los ejércitos me ha enviado a ti.

El Señor tomará a Judá como lote suyo en la tierra santa y volverá a escoger a Jerusalén. ¡Silencio de todos ante el Señor, que se levanta en su santa morada!”

El profeta y el pueblo de Dios contemplan, en perspectiva de fe y esperanza, un mañana en que Dios será de verdad ‘Señor de Israel’, Amigo de amigos, Padre en familia. Aquel día todos mirarán a una nueva Jerusalén de paz, justicia, amor, alegría. ¡Oh dichosa ventura! ¡Nosotros haremos que no se cumpla!

Evangelio según san Mateo 12, 46-50:
“Un día, mientras Jesús hablaba a la muchedumbre, su madre y sus hermanos estaban fuera y pretendían hablarle. Alguien le dijo: Tu madre y tus hermanos están fuera y desean hablarte. Él, respondiendo, dijo al que le hablaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y, extendiendo su mano sobre sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre".

Dos lenguajes: -uno, el de la gente que aclama al hacedor de milagros y prodigios, al Señor que da pan y multiplica peces. Otro, el de Jesús que contempla los frutos del Reino por él conquistado: hermanad, maternidad, sociedad, comunión de todos en una misma fe, esperanza y amor. ¡Bendito quien viva en ese y de ese Reino!



Momento de reflexión
Salta de júbilo, Jerusalén.
En el siglo VI antes de Cristo, el profeta Zacarías, canta la gloria de la ciudad de Jerusalén cuyo templo se afana en restaurar. Como profeta, y como ciudadano religioso de Israel, se imagina que, bajo la mano protectora de Yhavé, los israelitas y otros pueblos se llenarán de júbilo al poder celebrar nuevamente en el templo días de culto y fiesta.

Y, previendo ese singular acontecimiento de gloria, Jerusalén, la amada de Yhavé, ciudad mimada, es invitada a prepararse como para solemnísimo día de fiesta.

Ha de estar engalanada para recibir a todos con alegría.

Cuando nosotros celebramos la fiesta de María, Madre de Dios, bajo cualquier advocación con que la llamemos, estamos celebrando también el gozo de que una mujer, tomada de entre nosotros, se engalana para recibir el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Simbólicamente, hoy el Carmelo (María, el alma, los redimidos) se cubre de flores.

La gloria del Carmelo.
Apliquemos a María el título de Reina del Carmelo. Ella es, por antonomasia, la gloria de la humanidad. Sólo ella es Madre de Dios.

Pero, al recordarlo con humildad y devoción, escuchemos también las palabras de Jesús enalteciendo el hecho de que algo de maternidad y de fraternidad hay en la fe que nos pone en manos de Dios.

María, dicen los santos Padres, concibió a Jesús antes con la fe que en su seno virginal. María creyó y luego fue madre. Obremos nosotros como ella: creamos en Cristo, vivamos con él y en él, y así contribuiremos a engendrar hijos para Dios.

Todos tendremos algo de niños engendrados en el amor y algo de madres y hermanos que enseñan a ser hijos en el Hijo.


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2.

FIESTA DE LA VIRGEN DEL CARMEN
16 de julio DE 2002
ESTRELLA DEL MAR. FLOR DEL CARMELO

1. "Aquel dia se uniran al Señor muchos pueblos y se haran pueblo mio" (Zacarías 7,14). El Carmelo, cuya hermosura ensalza la Biblia, ha sido siempre un monte sagrado. En el siglo IX antes de Cristo, Elías lo convirtió en el refugio de la fidelidad al Dios único y en el lugar de los encuentros entre el Senor y su pueblo (1R 18,39). El recuerdo del Profeta «abrasado de celo por el Dios vivo» había de perpetuarse en el Carmelo. Durante las Cruzadas, los ermitaños cristianos se recogieron en las grutas de aquel monte emblemático, hasta que en el siglo XlII, formaron una familia religiosa, a la que e1 patriarca Alberto de Jerusalen dio una regla en 1209, confirmada por el papa Honorio III en 1226. El Monte Carmelo está situado en la llanura de Galilea, cerca de Nazaret, donde vivió María «conservándolo todo en su corazón». Por eso la Orden del Carmelo se ha puesto desde sus orígenes bajo el patrocinio de. la Madre de los contemplativos. Es natural que en el siglo XVI, los dos doctores y reformadores de la Orden, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, convirtieran el Monte Carmelo en el signo del camino hacia Dios. Hoy pedimos con la liturgia al Señor que nos haga llegar, gracias a «la intercesión de la Virgen María» «hasta Cristo, monte de salvación».

2. Desde aquellos eremitas que se establecieron en el monte Carmelo, los Carmelitas se han distinguido por su profunda devoción a la Santísima Virgen, interpretando la nube que vio el criado de Elías: "Sube del mar una nubecilla como la palma de la mano" (1 Re 18,44), como un símbolo de la Virgen María. Como los marineros antiguos, que leían las estrellas para marcar su rumbo en el inmenso océano, la Virgen María como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo.

3. Cuando Palestina fue invadida por los sarracenos, los Carmelitas tuvieron que abandonar el Monte Carmelo. Mientras cantaban la Salve, se les apareció la Virgen y les prometió que sería su Estrella del Mar, por la analogía de la belleza del Monte Carmelo que se alza como una estrella junto al mar Mediterráneo.

4. La Orden se difundió por Europa, y la Estrella del Mar, les acompañó a medida que la orden se iba propagando por el mundo, y se les llamba "Hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo". En su profesión religiosa se consagraban a Dios y a María, y tomaban el hábito en su honor, como un recordatorio de que sus vidas le pertenecían a ella, y por ella a Cristo.

5. Año 1246. Inglaterra. Simón Stock, nombrado general de la Orden Carmelitana, comprendió que, sin una intervención de la Virgen, la Orden tendría vida corta. Recurrió a María, a la que llamó "Flor del Carmelo" y "Estrella del Mar" y puso la Orden bajo su amparo, suplicándole su protección para toda la comunidad. En respuesta a su oración, el 16 de julio de 1251 se le apareció la Virgen y le dió el escapulario para la Orden con la siguiente promesa: "Este debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los Carmelitas: quien muera con el escapulario no sufrirá el fuego eterno".

6. El libro de Josué, nos narra la conquista de Jericó por Josué y los israelitas: "Al entrar nosotros en el país, dijeron los espías a Rajab, la prostituta de Jericó, ata esta cinta roja a la ventana, y a tu padre y tu madre, a tus hermanos y toda tu familia, los reunes aquí en tu casa y nosotros respondemos de vuestra vida....Esta ciudad se consagra al exterminio. Sólo han de quedar con vida la prostituta Rajab y todos los que están en su casa con ella... Los espías fueron y sacaron , a su padre y hermanos y Josué les perdonó la vida" (Jos 2,14 ss.).

7. Los hombres nos comunicamos por símbolos, banderas, escudos y uniformes, que nos identifican. Las comunidades religiosas llevan su hábito como signo de su consagración a Dios. Los laicos que desean asociarse a los religiosos en el camino de la santidad, pueden usar el escapulario, miniatura de hábito otorgado por la Virgen que, con el rosario y la medalla milagrosa, es uno de los más importantes sacramentales marianos. Como la cinta roja en la ventana de Rajab, fue para los hebreos la señal para salvar del extermino a su familia, el escapulario del Carmen, es para los que lo llevan, su señal de predestinación. Dice San Alfonso Ligorio, doctor de la Iglesia: "Los hombres se enorgullecen de que otros usen su uniforme, y la Virgen está satisfecha cuando sus servidores usan su escapulario como prueba de que se han dedicado a su servicio, y son miembros de la familia de la Madre de Dios." El escapulario ha sido constituido por la Iglesia como sacramental y signo que nos ayuda a vivir santamente y a aumentar nuestra devoción, y que propicia la renuncia del pecado.

8. Muchos Papas, santos como San Alfonso Ligorio, San Juan Bosco, San Claudio de la Colombiere, y el Beato Pedro Poveda, tenían una especial devoción a la Virgen del Carmen y llevaban el escapulario. Los teólogos han explicado que, según la promesa de la Virgen, quien tenga impuesto el escapulario y lo lleve, recibirá de María a la hora de la muerte, la gracia de la perseverancia final.

9. Para el cristiano, el escapulario es una señal de su compromiso de vivir la vida cristiana siguiendo el ejemplo de la Virgen Santísima y el signo del amor y la protección maternal de María, que envuelve a sus devotos en su manto, como lo hizo con Jesús al nacer, como Madre que cobija a sus hijos. Cubrió Dios con un manto a Adán y Eva después del pecado; Jonatán dio su manto a David en señal de su amistad, y Elías le dio su manto a Eliseo y lo llenó de su espíritu en su partida. San Pablo nos dice que nos revistamos de Cristo, con el vestido de sus virtudes. El escapulario es el signo de que pertenecemos a María como sus hijos escogidos, consagrados y entregados a ella, para dejarnos guiar, enseñar, moldear por Ella y en su corazón.

10. En 1950 el Papa Pío XII escribió "que el escapulario sea tu signo de consagración al Inmaculado Corazón de María, lo cual estamos particularmente necesitando en estos tiempos tan peligrosos". Quien usa el escapulario debe ser consciente de su consagración a Dios y a la Virgen y ser consecuente en sus pensamientos, palabras y obras.

12. Dice Jesús: "Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera". (Mt 11:29). El escapulario simboliza ese yugo que Jesús nos invita a cargar, pero que María nos ayuda a llevar. El escapulario es un signo de nuestra identidad como cristianos, vinculados íntimamente a la Virgen María con el propósito de vivir plenamente nuestro bautismo. Representa nuestra decisión de seguir a Jesús por María en el espíritu de los religiosos pero adaptado a la propia vocación, lo que exige que seamos pobres, castos y obedientes por amor. Al usar el escapulario constantemente estamos haciendo silenciosa petición de asistencia a la Madre, y ella nos enseña e intercede para conseguirnos las gracias para vivir como ella, abiertos de corazón al Señor, escuchando su Palabra, orando, descubriendo a Dios en la vida diaria y cercano a las necesidades de nuestros hermanos, y nos está recordando que nuestra meta es el cielo y que todo lo de este mundo pasa. En la tentación, tomamos el escapulario en nuestras manos e invocamos la asistencia de la Madre.

13. El primer escapulario debe ser bendecido e impuesto por un sacerdote con esas palabras: "Recibe este escapulario bendito y pide a la Virgen Santísima que por sus méritos, lo lleves sin ninguna mancha de pecado y que te proteja de todo mal y te lleve a la vida eterna". En 1910, a petición de los misioneros en los países del trópico, donde los escapularios de tela se deterioran pronto, el Papa Pío X declaró que una persona que ha recibido el escapulario de tela puede llevar la medalla-escapulario en su lugar, si tiene razones legítimas para sustituirlo.

14. Kilian Lynch, antiguo general de la Orden dice: "No lleguemos a la conclusión de que el escapulario está dotado de alguna clase de poder sobrenatural que nos salvará a pesar a pesar de lo que hagamos o de cuanto pequemos...Una voluntad pecadora y perversa puede derrotar la omnipotencia suplicante de la Madre de la Misericordia."

15. La Virgen ha prometido sacar del purgatorio el primer sábado después de la muerte a la persona que muera con el escapulario. Esta gracia es conocida como el Privilegio Sabatino y tiene su origen en una bula del Papa Juan XXII otorgada el 3 de marzo de 1322, a raiz de una aparición de la Virgen al mismo papa, en la que prometió para aquellos que cumplieran los requisitos de esta devoción que "como Madre de Misericordia, con mis ruegos, oraciones, méritos y protección especial, les ayudaré para que, libres cuanto antes de sus penas, sean trasladadas sus almas a la bienaventuranza". Las condiciones para gozar este privilegio son llevar el escapulario con fidelidad, guardar la castidad de su estado, rezar el oficio de la Virgen o los cinco misterios del rosario. El Papa Pablo V confirmó en un documento oficial que se podía enseñar este privilegio sabatino a todos los creyentes.

16. Es muy significativo que en la última aparición de Fátima, en octubre de 1917, el día del milagro del sol, la Virgen vino vestida con el hábito carmelita y con el escapulario en la mano. El Papa Pío XII habló frecuentemente del Escapulario. En 1951, 700 aniversario de la aparición de Nuestra Señora a San Simón Stock, el Papa ante una numerosa audiencia en Roma, exhortó a vestir el Escapulario como "Signo de Consagración al Inmaculado Corazón de María, que nos marca como hijos escogidos de María y se convierte para nosotros en un "Vestido de Gracia".

17. Madre del Carmelo: Tengo mil dificultades, ayúdame. De los enemigos del alma, sálvame. En mis desaciertos, ilumíname. En mis dudas y penas, confórtame. En mis enfermedades, fortaléceme. Cuando me desprecien, anímame. En las tentaciones, defiéndeme. En horas difíciles, consuélame. Con tu corazón maternal, ámame. Con tu inmenso poder, protégeme.Y en tus brazos de Madre, al expirar, recíbeme. Virgen del Carmen, ruega por nosotros. Amén."

JESÚS MARTÍ BALLESTER




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3.

La fiesta de Nuestra Señora del Monte Carmelo es una de las celebraciones marianas más populares y más queridas en el pueblo de Dios. Casi espontáneamente nos traslada a la tierra de la Biblia, donde en el siglo XII un grupo de ermitaños comenzó a venerar a la Virgen en las laderas de la cordillera del Carmelo. De este pequeño grupo de hermanos, reunidos junto a la fuente de Elías, nacerá lo que hoy es la Orden de los Carmelitas, consagrada a la Virgen del Monte Carmelo, Madre del Señor. En la Escritura se hace referencia muchas veces a la vegetación exuberante del sagrado monte del Carmelo (cf. Is 35,2; Cant 7,6; Am1,2), ligado desde antiguo a la experiencia de Dios a través de la vida y el ministerio del profeta Elías (1Re 18,19-46). La frondosidad y la belleza del Carmelo evocaban aquella otra belleza que adornó siempre a María: su docilidad a la palabra de Dios, su oración callada y su fe inquebrantable. A ella se le pueden aplicar con razón las palabras del profeta Isaías: "Le han dado la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón" (Is 35,2).



El Carmelo Teresiano y la Virgen María

Nuestra Señora del Monte Carmelo es venerada y contemplada como modelo de fe y de oración. Los frailes y monjas carmelitas, los laicos del Carmelo Seglar y cuantos se sienten unidos espiritualmente a la gran familia del Carmelo, la acogen como su madre y hermana, constante inspiradora de una contemplación fuerte y fecunda, centrada en la obediencia fiel a la Palabra de Dios.

Para la Virgen María es "la Madre Sacratísima" que "estaba siempre firme en la fe" (6 Moradas 7,14), llena de "tan gran fe y sabiduría" que siempre aceptó en su vida los caminos de Dios, escuchando humildemente la Palabra (cf. Conceptos del Amor de Dios 6,7).

Para San Juan de la Cruz María fue siempre dócil a los impulsos del Espíritu Santo, pues "nunca tuvo en su alma impresa forma alguna de criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo" (3 Subida 2,10). María, que "guardaba todas las cosas y las meditaba en su corazón" (Lc 2,19) y que vivió siempre unida en la fe y el amor con Cristo su Hijo, es modelo e ideal evangélico para todos los carmelitas. La celebración de santa María del Carmelo es la fiesta en la que la Orden de los carmelitas y cuantos viven unidos al Carmelo reconocen a María como "modelo acabado del espíritu de la Orden" (Constituciones OCD, 49) y fuente de protección y auxilio en Cristo en medio de las adversidades de la vida, de lo cual es un signo elocuente el escapulario del Carmen.



Comentario a las lecturas bíblicas de la Misa

1 Re 18, 42-45

Gal 4, 4-7

Jn 19, 25-27



La primera lectura (1 Re 18,42-45) pertenece al llamado "ciclo de Elías", antigua colección de historias de este profeta que dejó una impronta imborrable en la memoria del pueblo de Dios. Elías (en hebreo: "Eliyaju = "Yahvéh es mi Dios") es el gran profeta de la fe y del celo por la gloria de Dios. En la época de Elías el pueblo vivía en una situación extrema de confusión religiosa, a tal punto que había llegado a seguir a Baal, un dios extranjero de la fecundidad, al que consideraban la verdadera fuente de los bienes de la naturaleza, que enviaba la lluvia y el rocío para fertilizar a la madre tierra. El profeta Elías, para probar que sólo Yahvéh controla la naturaleza, había jurado que no habría lluvia ni rocío si no cuando él lo ordenara con su palabra profética (1 Re 17,1). Después de algunos años de sequía y gracias al ministerio de Elías el pueblo había vuelto a reconocer al verdadero Dios (1 Re 18,20-40). Cuando el pueblo se convierte, Dios está dispuesto a dar la lluvia de nuevo. Elías entonces invita al rey Ajab a "comer y beber" (1 Re 18,41), es decir, lo invita a hacer fiesta porque el pueblo ha vuelto a su Dios y el Señor mandará otra vez el agua sobre la tierra: "Sube, come y bebe porque ya se oye el ruido de una lluvia torrencial" (1 Re 19,41). Probablemente Ajab había estado ayunando por largo tiempo, a causa de la sequía, como signo de luto y penitencia, según la costumbre que se seguía en tiempo de calamidades (cf. Joel 1,14). Por su parte, el profeta sube a la cima del Carmelo. Las siete veces que manda a su criado a observar el mar para ver algún signo de lluvia, indican la seguridad que tiene en la palabra que Dios había pronunciado: "Yo voy a hacer llover sobre la tierra" (1Re 18,1). Mientras el criado va a mirar, Elías ora "postrado rostro en tierra con el rostro entre las rodillas" (1 Re 18,42). A la séptima vez, el criado le dijo: "Sube del mar una nube pequeña como la palma de una mano" (1 Re 18,44). Finalmente llega el signo que el profeta esperaba. Le basta una pequeña nubecilla para intuir que Dios enviará la lluvia sobre la tierra y así se lo hace saber al rey diciéndole: "vete, antes que la lluvia te lo impida" (1 Re 18,44). En aquel momento, "el cielo se oscureció con nubes, sopló el viento y cayó agua en abundancia" (1 Re 18,45). Elías entonces corre delante de Ajab, como hacían los caballeros delante del rey para anunciar la victoria; solamente que aquí la victoria no ha sido del rey, sino de Dios, de Elías y del pueblo. El final de la sequía había dejado en claro que Yahvéh era el único Dios, fuente de la fecundidad y de la bendición, y cuyo poder alcanza a toda la naturaleza.

"Sube del mar una pequeña nube" (1 Re 18, 44)

Desde los orígenes del Carmelo esta lectura ha sido interpretada en clave mariana. Se trata de una interpretación que, aunque no responde al sentido literal del texto, se sirve alegóricamente de aquel acontecimiento para contemplar la vocación y el misterio de la Madre del Señor. Aquella pequeña nube, contemplada por Elías como presagio de la bendición de la lluvia, ha sido vista como un signo de María. Ella, la pequeña "sierva del Señor" (Lc 1,38), pequeña y fecunda como la nubecilla del Carmelo, con su fe y su disponibilidad al proyecto salvador de Dios ha representado para la humanidad un nuevo inicio en la historia de la salvación. En ella, "pequeña nube" elegida desde siempre por Dios, se ha escondido el Verbo eterno para dar la vida al mundo. En la tierra de la Biblia, además, la lluvia era una expresión privilegiada de la bendición divina y aparecía íntimamente ligada al don de la tierra. Por eso la lluvia del Carmelo también evoca la figura de María: ella es, en efecto, la "llena de gracia" (kejaritoméne) (Lc 1,28), la "bendita entre las mujeres" (Lc 1,42). María es, en efecto, un sacramento de la bendición divina y un pequeño signo de Dios, que en ella "ha hecho grandes cosas" (Lc 1,49). Dios ha mostrado en ella su amor benevolente, haciéndola digna morada del Mesías, Hijo de Dios, "fruto bendito de su vientre".

La segunda lectura (Gal 4,4-7) hace referencia a la Madre de Jesús sólo en forma indirecta. Pablo afirma: "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley…" (Gal 4,4).

"Nacido de una mujer..." (Gal 4,4)

El texto en primer lugar evoca la larga historia de las intervenciones salvadoras de Dios en "el tiempo" de la humanidad. Cuando el Padre envía a su Hijo al mundo, llega "la plenitud del tiempo", el punto culminante de la historia salvífica. Es en este momento decisivo y pleno de la redención cuando Pablo menciona el nacimiento de Cristo en la carne ("nacido de una mujer"). Esta mujer es María, colocada en el mismo centro del proyecto salvador de Dios. En ella, el Mesías—Hijo de Dios llega a ser verdadero "hermano" nuestro (Heb 2,11), compartiendo nuestra propia carne y sangre (Heb 2,14).

En el evangelio (Jn 19,25-27), junto a la cruz de Jesús aparece congregada simbólicamente la Iglesia, representada por "su Madre" y por "el discípulo a quien amaba" (19,25-27). María es figura de Sión, que reúne y engendra a sus hijos. De Sión—Jerusalén, que después del exilio recibía a sus hijos dentro de sus muros y en torno al templo, había dicho antiguamente el profeta: "¿Sin estar de parto ha dado a luz, ha tenido un hijo sin sentir dolor. ¿Quién oyó jamás cosa igual? ¿Quién vio nada semejante? ¿Nace un país en un solo día? ¿Se da a luz un pueblo de una sola vez? Pues apenas sintió los dolores, Sión dio a luz a sus hijos" (Is 66,8). Al pie de la cruz, en lugar de Jerusalén, aparece ahora María, madre de los hijos de Dios dispersos, reunidos ahora por Jesús (Jn 11,52), verdadero "templo" de la nueva alianza (Jn 2,21). María es la nueva Jerusalén—madre, la Hija de Sión a la que el profeta decía: "Levanta la vista y mira a tu alrededor, todos se reúnen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos" (Is 60,4). Ahora es Jesús, quien dirigiéndose a su madre, le dice: "He allí a tu hijo". A imagen de Jerusalén—madre, María es la madre universal de los hijos de Dios, congregados en Cristo, principio de la nueva humanidad.

"Ahí tienes a tu madre..." (Jn 19,27)

Jesús luego se dirige al discípulo y le dice: "He allí a tu madre". El discípulo "a quien Jesús tanto amaba" (Jn 19,26) es imagen del creyente de todos los tiempos. Por eso las palabras de Jesús hacen que la maternidad de María alcance una dimensión eclesial que se extiende a todos aquellos que siguen con fidelidad hasta la cruz. El discípulo acoge a la Madre de Jesús como algo suyo. "Desde aquella hora, el discípulo la acogió entre sus cosas propias" (literalmente en griego: eis ta idia, que no es simplemente "en su casa", como leemos en tantas traducciones). Cada vez que Juan utiliza la expresión eis ta idia le da a la frase un valor existencial y personal. Se trata de las cosas propias de alguien, de personas o cosas de inmenso valor para él (cf. Jn 8,44; 10,4; 16,32; etc.). Las "cosas propias" del discípulo son sus bienes espirituales, sus valores más profundos en la fe, entre los cuales hay que incluir la palabra de Jesús (Jn 17,8), la paz que el mundo no puede dar (Jn 14,27), el don del Espíritu (Jn 20,22); etc. Entre esos bienes propios del discípulo ahora aparece también María. La Madre del Señor pasa a ser parte del tesoro más preciado del discípulo creyente. Cuando ha llegado la Hora, al pie de la cruz nace la nueva familia de Jesús, símbolo de la iglesia de todos los tiempos: "su Madre y sus hermanos", (cf. Mc 3,31-35).

María es...

María es la nueva tierra que Dios fecunda con su Espíritu (Lc 1,35a; Gen 1,2; Ez 37,14; Sal 104,30), es el nuevo tabernáculo de la alianza, cubierto con la sombra del Omnipotente (Lc 1,35b; Ex 40,34; Sal 91,1; 121,5); el nuevo Israel que dialoga con Dios y cumple su alianza para siempre (Lc 1,34.38; Ex 19,8; Jos 24,24). María es mujer de nuestra historia, abierta a Dios y a los hombres, que ha realizado plenamente su vida en actitud de gratuidad, en honda entrega por los otros.

Dios se ha expresado a sí mismo en la vida de María, en la que descubrimos su misterio de amor, su comunión perfecta. En ella, "pequeña nube del Carmelo", "lluvia fecunda de bendición" para la humanidad entera, descubrimos que Dios es Padre porque engendra a Jesucristo, su Hijo, en sus entrañas santísimas. Sabemos que es Hijo porque nace como hijo de mujer en medio de la historia. Y sabemos que es Espíritu de vida, comunión de amor que actúa, que se vuelve cercanía entre nosotros. Acojamos también nosotros a María, madre del Señor y madre nuestra. Ella es nuestro modelo en el seguimiento de Cristo, nuestro auxilio y protección en las adversidades de la vida. Verdadera madre de la Iglesia y de cada uno de los discípulos de Jesús.


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4. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Permitidme que hoy escoja las lecturas marianas que la liturgia ofrece en lugar de los textos del tiempo ordinario. La primera lectura recoge una de las visiones del profeta Zacarías. Un hombre se acerca con un cordel a Jerusalén, a la Humanidad, a la Iglesia, a ti y a mí, para comprobar su anchura y su longitud. Y es entonces, cuando el ángel del Señor, es decir, Dios mismo, ensancha nuestro espacio y profundidad porque Él en persona va a habitar dentro de ti y no necesita ninguna medida previa.

Una vez más, los textos proféticos nos recuerdan la promesa de Dios, su compromiso con nosotros: posiblemente no te hará la vida más fácil ni con más éxitos, pero te aseguro que Dios viene a habitar dentro de ti y cualquier anchura y longitud es lugar habitable para Él. Sea quien sea quien quiera “medirnos” y quitarnos de la cabeza semejante promesa. Por eso, como María y con ella, podemos cantar la grandeza de Dios y su presencia dentro de nosotros, dentro de ti y de mí.

Quizá sea esta misteriosa habitabilidad de Dios en nuestra carne, en nuestra simpleza humana, la que nos hermana y convoca mucho más allá que los lazos de sangre. Nosotros, hijos e hijas del Padre y hermanos en Cristo, sabemos que estamos hechos de barro, pero también sabemos que fuimos creados a su imagen y llevamos grabado en las entrañas la divinidad del Hijo.

Nadie como María puede ser testigo de este centro de nuestra fe, de la Encarnación y de la encarnación diminutiva que cada uno somos. En Ella podemos ver de qué es capaz un ser humano cuando abre su carne y su vida para que el mismo Dios habite dentro.

Hoy, recordándola bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, podemos orar con las palabras sencillas de S. Antonio Mª Claret, que tal día como hoy comenzaba bajo su amparo la Congregación de los Hijos del Inmaculado Corazón de María:

María, enséñame a guardar como Tú la Palabra en el corazón, hasta transformarme en Evangelio de Dios. Conviérteme en instrumento dócil de tu amor materno, para que te engendre nuevos hijos por el Evangelio.
Madre, aquí tienes a tu hija. Fórmame.
Madre, aquí tienes a tu hija. Envíame.
Madre, aquí tienes a tu hija. Habla por mí. Ama por mí.

Vuestra hermana en la fe,
Rosa Ruiz, rmi (rraragoneses@hotmail.com)


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5. DOMINICOS 2004

Una vez más, saludamos hoy a nuestra Señora, la Virgen del Carmen:

Salve, mujer y madre, a Dios rendida.
Salve, dolorosa, ante la cruz postrada.
Hoy te vemos en los cielos ensalzada,
y en la tierra te decimos ‘preferida’.
Hermosa, de gracia llena, de sol vestida,
tu frente está de estrellas coronada.


Desciende hasta nosotros, guarnecida
de luz y amor, perlas de la agraciada.
Sea en este día nuestra alborada
un canto de gratitud: ‘Ave, María’


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Profeta Zacarías 2, 14-17:
“Alégrate y salta de júbilo, hija de Sión, que yo vengo a habitar en ti —oráculo del Señor- . Aquel día se incorporarán al Señor muchos pueblos y todos serán pueblo mío, habitaré en medio de ti, y sabrás que el Señor de los ejércitos me ha enviado a ti

El Señor tomará a Judá como lote suyo en la tierra santa y volverá a escoger a Jerusalén.¡Haced todos silencio ante el Señor, que se levanta en su santa morada!”

Evangelio según san Mateo 12, 46-50:
“Un día, mientras Jesús hablaba a la muchedumbre, su madre y sus hermanos estaban fuera y pretendían hablarle. Alguien le dijo: Tu madre y tus hermanos están fuera y desean hablarte.

Él, respondiendo, dijo al que le hablaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y, extendiendo su mano sobre sus discípulos, dijo: He aquí a mi madre y mis hermanos. Porque quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”.


Reflexión para este día
Júbilo de Jerusalén y del Carmelo.
¿Qué canta y a quién canta el profeta Zacarías, en el siglo VI antes de Cristo? Canta, de entrada, la gloria de la ciudad de Jerusalén cuyo templo se afana en restaurar.

Él se imagina que, bajo la mano protectora de Yhavé, los israelitas y otros pueblos se llenarán de júbilo al poder celebrar nuevamente días de culto y fiesta. Para ello se prepara la que es amada y mimada de Yhavé, la ciudad de Jerusalén.

Pues bien, nosotros, por similitud con la alegría de la Ciudad, cuando celebramos la fiesta de María, Madre de Dios, bajo cualquier advocación, cantamos salmos de júbilo y alabanza porque, en nuestra historia, una mujer, tomada de entre nosotros, se engalanó para recibir el gran misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.

El Carmelo que se cubre de flores el símbolo de esa realidad. María es la gloria de la humanidad. Sólo ella es Madre de Dios. Al recordarlo humildemente, con júbilo, escuchamos las palabras de Jesús que enaltece la fe de cuantos espiritualmente se hacen un poco madres y hermanas de todos los redimidos. María, dicen los santos Padres, concibió a Jesús antes con la fe que en su seno. María creyó y luego fue madre.


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6. LA VIRGEN DEL CARMEN: ESTRELLA DE LOS MARES

Por Jesús Martí Ballester



El Carmelo, cuya hermosura ensalza la Biblia, ha sido siempre un monte sagrado. En el siglo IX antes de Cristo, Elías lo convirtió en el refugio de la fidelidad al Dios único y en el lugar de los encuentros entre el Señor y su pueblo (1R 18,39). En el Carmelo había de perpetuarse el espíritu y el recuerdo del Profeta «abrasado de celo por el Dios vivo». Del Carmelo recibirá San Juan de la Cruz la inspiración para hacer de su Subida, el Monte de la Perfección Evangélica, Monte repleto de paz y dulzura, de santidad. Durante las Cruzadas, los ermitaños cristianos se recogieron en las grutas de aquel monte emblemático, hasta que en el siglo XIII, formaron una familia religiosa, a la que el patriarca Alberto de Jerusalén dio una regla en 1209, confirmada por el Papa Honorio III en 1226. Situado en la llanura de Galilea, cerca de Nazaret, donde vivía María «conservándolo todo en su corazón» y donde asomó la nubecilla, presagio de la prohibida y deseada lluvia, siempre prometedora de frutos y flores olorosas. Por eso la Orden del Carmelo desde sus orígenes, se ha puesto bajo el patrocinio de la Madre de los contemplativos. Es natural que en el siglo XVI, los dos doctores y reformadores de la Orden, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, convirtieran el Monte Carmelo en el signo del camino hacia Dios. Con la liturgia pidamos al Señor que nos haga llegar, gracias a «la intercesión de la Virgen María» «hasta Cristo, monte de salvación».



ESTRELLA DE LOS MARES

Desde aquellos eremitas que se establecieron en el monte Carmelo, los Carmelitas se han distinguido por su profunda devoción a la Santísima Virgen, interpretando la nube que vio el criado de Elías: "Sube del mar una nubecilla como la palma de la mano" (1Re 18,44), como un símbolo de la Virgen María. Como los antiguos marineros, que leían las estrellas para marcar su rumbo en el océano, María como estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles del mundo, hacia el puerto seguro que es Cristo. Cuando Palestina fue invadida por los sarracenos, los Carmelitas tuvieron que abandonar el Monte Carmelo. Una tarde gozosa, mientras cantaban la Salve, se les apareció la Virgen y les prometió que sería su Estrella del Mar, por la analogía de la belleza del Monte Carmelo que se alza como una estrella junto al mar Mediterráneo, dando cumplimiento a la profecía de Zacarías: "Aquel día se unirán al Señor muchos pueblos y se harán pueblo mío" (Zacarías 7,14).



DIFUSIÓN DE LA ORDEN

La Orden se difundió por Europa, y la Estrella del Mar les acompañó en la propagación de la orden por el mundo, y el pueblo les llamaba "Hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo". En su profesión religiosa se consagraban a Dios y a María, y tomaban el hábito en su honor, como un recordatorio de que sus vidas le pertenecían a ella, y por ella a Cristo.

Año 1246. Inglaterra. Simón Stock, nombrado general de la Orden Carmelitana, comprendió que, sin una intervención de la Virgen, la Orden se extinguiría pronto. En esta situación de angustia, recurrió a María, a la que llamó "Flor del Carmelo" y "Estrella del Mar" y puso la Orden bajo su amparo, y le suplicó su protección para toda la comunidad. En respuesta a su oración, el 16 de julio de 1251 se le apareció la Virgen y le dio el escapulario para la Orden con la siguiente promesa: "Este debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los Carmelitas: quien muera con el escapulario no sufrirá el fuego eterno".



LA VENTANA DE RAJAB

El libro de Josué, nos narra la conquista de Jericó por Josué y los israelitas: "Al entrar nosotros en el país, dijeron los espías a Rajab, la prostituta de Jericó, ata esta cinta roja a la ventana, y a tu padre y tu madre, a tus hermanos y toda tu familia, los reúnes aquí en tu casa y nosotros respondemos de vuestra vida. Esta ciudad se consagra al exterminio. Sólo han de quedar con vida la prostituta Rajab y todos los que están en su casa con ella... Los espías fueron y sacaron, a su padre y hermanos y Josué les perdonó la vida" (Jos 2,14).

Los hombres nos comunicamos por símbolos, banderas, himnos, escudos y uniformes, que nos identifican. Las comunidades religiosas llevan su hábito como signo de su consagración a Dios. Los laicos que desean asociarse a los religiosos en el camino de la santidad, pueden usar el escapulario, miniatura de hábito otorgado por la Virgen que, con el rosario y la medalla milagrosa, es uno de los más importantes sacramentales marianos. Como la cinta roja en la ventana de Rajab fue para los hebreos la señal para salvar del extermino a ella y a su familia, el escapulario del Carmen, es para los que lo llevan, su señal de predestinación. Dice San Alfonso Ligorio, doctor de la Iglesia: "Los hombres se enorgullecen de que otros usen su uniforme, y la Virgen está satisfecha cuando sus servidores usan su escapulario como prueba de que se han dedicado a su servicio, y son miembros de la familia de la Madre de Dios." El escapulario ha sido constituido por la Iglesia como sacramental y signo que nos ayuda a vivir santamente y a aumentar nuestra devoción, y que propicia la renuncia del pecado.



EL ESCAPULARIO ACREDITADO

Muchos Papas, santos como San Alfonso Ligorio, San Juan Bosco, San Claudio de la Colombiere, y San Pedro Poveda, tenían una especial devoción a la Virgen del Carmen y llevaban el escapulario. Juan Pablo II, que quiso ser carmelita, ha manifestado que lleva el escapulario de la Virgen, como Terciario Carmelita que ha profesado. Los teólogos han explicado que según la promesa de la Virgen, quien tenga impuesto el escapulario y lo lleve, recibirá de María a la hora de la muerte, la gracia de la perseverancia final.

Para el cristiano, el escapulario es una señal de su compromiso de vivir la vida cristiana siguiendo el ejemplo de la Virgen Santísima y el signo del amor y la protección maternal de María, que envuelve a sus devotos en su manto, como lo hizo con Jesús al nacer, como Madre que cobija a sus hijos. Cubrió Dios con un manto a Adán y Eva después del pecado; Jonatán dio su manto a David en señal de su amistad, y Elías le dio su manto a Eliseo y lo llenó de su espíritu en su partida. San Pablo nos dice que nos revistamos de Cristo, con el vestido de sus virtudes. El escapulario es el signo de que pertenecemos a María como sus hijos, consagrados y entregados a ella, para dejarnos guiar, enseñar, moldear por Ella y en su corazón. En el himno de la carta a los Efesios (1,3), oración de bendición a Dios Padre, San Pablo delinea las diferentes etapas del plan de salvación a través de la obra de Cristo. En el centro resuena la palabra griega «mysterion», un término asociado a los verbos que hacen referencia a la revelación («revelar», «conocer», «manifestar»). Este es el gran proyecto secreto que el Padre había custodiado en sí mismo desde la eternidad y que había decidido actuar y revelar «cuando llegase el momento culminante» en Jesucristo, su Hijo. En el himno aparecen salpicadas las acciones salvíficas de Dios por Cristo en el Espíritu. El Padre nos escoge desde la eternidad para que seamos santos e irreprochables en el amor, después nos predestina a ser sus hijos, nos redime y nos perdona los pecados, nos desvela plenamente el misterio de la salvación en Cristo, y nos da la herencia eterna, ofreciéndonos ya desde ahora como prenda el don del Espíritu Santo prenda de la resurrección final.



LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Intervienen las tres personas de la Santísima Trinidad, el Padre, que es el iniciador y el artífice supremo del plan de salvación; el Hijo, que realiza el designio en la historia; y el Espíritu Santo que imprime su «sello» a toda la obra de salvación. El primer gesto divino, revelado y actuado en Cristo, es la elección de los creyentes, iniciativa libre y gratuita de Dios. En el principio, «antes de crear el mundo», en la eternidad de Dios, la gracia divina está dispuesta a entrar en acción. Me conmuevo meditando que desde la eternidad estamos ante los ojos de Dios que ha decidido salvarnos. Llamada a la «santidad», gran palabra. Santidad. Participación en la pureza del Ser divino. Como Dios es caridad, participar en la pureza divina es participar en la «caridad» de Dios, conformarnos con Dios que es «caridad». «Dios es amor» (1 Juan 4, 8.16), esta es la verdad consolante que nos permite comprender que «santidad» no es una realidad alejada de nuestra vida, sino que, en la medida en que podemos convertirnos en personas que aman con Dios, entramos en el misterio de la «santidad». El «ágape» se convierte en nuestra realidad cotidiana. Somos llevados por tanto al horizonte sacro y vital del mismo Dios. Igualmente es contemplada por el plan divino desde la eternidad: nuestra «predestinación» a hijos de Dios. No sólo criaturas humanas, sino hijos de Dios.

Pablo exalta esta sublime condición de hijos que implica y se deriva de la fraternidad con Cristo, el hijo por excelencia, «primogénito entre muchos hermanos» (Romanos 8, 29) y de la intimidad con el Padre celestial que ya puede ser invocado como «abbá», al que podemos llamarle «padre querido», con un sentido de auténtica familiaridad con Dios, con una relación de espontaneidad y de amor, don inmenso, hecho posible por «pura iniciativa» divina y de la «gracia», luminosa expresión del amor que salva. San Ambrosio, en una carta subraya la gracia sobreabundante con la que Dios nos ha hecho hijos adoptivos suyos en Jesucristo. «No hay que dudar de que los miembros estén unidos a su cabeza, en particular porque desde el principio hemos sido predestinados a la adopción de hijos de Dios, por medio de Jesucristo» («Carta XVI a Ireneo», «Lettera XVI ad Ireneo). «¿Quién es rico si no Dios, creador de todas las cosas?». «Pero es mucho más rico en misericordia, pues nos ha redimido y trasformado, a quienes según la naturaleza de la carne éramos hijos de la ira y sujetos al castigo, para que fuésemos hijos de la paz y de la caridad».



EL PAPA PIO XII Y EL ESCAPULARIO

En 1950 el Papa Pío XII escribió "que el escapulario sea tu signo de consagración al Inmaculado Corazón de María, lo cual estamos particularmente necesitando en estos tiempos tan peligrosos". Quien usa el escapulario debe ser consciente de su consagración a Dios y a la Virgen y ser consecuente en sus pensamientos, palabras y obras. Dice Jesús: "Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera". (Mt 11:29). El escapulario simboliza ese yugo que Jesús nos invita a cargar, pero que María nos ayuda a llevar. El escapulario es un signo de nuestra identidad como cristianos, vinculados íntimamente a la Virgen María con el propósito de vivir plenamente nuestro bautismo. Representa nuestra decisión de seguir a Jesús por María en el espíritu de los religiosos pero adaptado a la propia vocación, lo que exige que seamos pobres, castos y obedientes por amor.

Al usar el escapulario constantemente estamos haciendo silenciosa petición de asistencia a la Madre, y ella nos enseña e intercede para conseguirnos las gracias para vivir como ella, abiertos de corazón al Señor, escuchando su Palabra, orando, descubriendo a Dios en la vida diaria y cercanos a las necesidades de nuestros hermanos, y nos está recordando que nuestra meta es el cielo y que todo lo de este mundo pasa. En la tentación, tomamos el escapulario en nuestras manos e invocamos la asistencia de la Madre. Kilian Lynch, antiguo general de la Orden dice: "No lleguemos a la conclusión de que el escapulario está dotado de alguna clase de poder sobrenatural que nos salvará a pesar a pesar de lo que hagamos o de cuanto pequemos...Una voluntad pecadora y perversa puede derrotar la omnipotencia suplicante de la Madre de la Misericordia."



MEDALLA - ESCAPULARIO

El primer escapulario debe ser bendecido e impuesto por un sacerdote con esas palabras: "Recibe este escapulario bendito y pide a la Virgen Santísima que por sus méritos, lo lleves sin ninguna mancha de pecado y que te proteja de todo mal y te lleve a la vida eterna". En 1910, a petición de los misioneros en los países del trópico, donde los escapularios de tela se deterioran pronto, el Papa Pío X declaró que una persona que ha recibido el escapulario de tela puede llevar la medalla-escapulario en su lugar, si tiene razones legítimas para sustituirlo.

La Virgen ha prometido sacar del purgatorio el primer sábado después de la muerte a la persona que muera con el escapulario. Esta gracia es conocida como el Privilegio Sabatino y tiene su origen en una bula del Papa Juan XXII otorgada el 3 de marzo de 1322, después de una aparición de la Virgen al mismo Papa, en la que prometió para aquellos que cumplieran los requisitos de esta devoción que "como Madre de Misericordia, con mis ruegos, oraciones, méritos y protección especial, les ayudaré para que, libres cuanto antes de sus penas, sean trasladadas sus almas a la bienaventuranza". Las condiciones para gozar este privilegio son llevar el escapulario con fidelidad, guardar la castidad de su estado, rezar el oficio de la Virgen o los cinco misterios del rosario. El Papa Pablo V confirmó en un documento oficial que se podía enseñar este privilegio sabatino a todos los creyentes.



FÁTIMA Y EL ESCAPULARIO

En la última aparición de Fátima, octubre de 1917, día del milagro del sol, la Virgen vino vestida con el hábito carmelita y con el escapulario en la mano. El Papa Pío XII, que recomendó frecuentemente el Escapulario, en 1951, 700 aniversario de la aparición de Nuestra Señora a San Simón Stock, ante una numerosa audiencia en Roma, exhortó a vestir el Escapulario como "Signo de Consagración al Inmaculado Corazón de María, que nos marca como hijos escogidos de María y se convierte para nosotros en un "Vestido de Gracia".
PLEGARIA

Madre del Carmelo: Tengo mil dificultades, ayúdame. De los enemigos del alma, sálvame. En mis desaciertos, ilumíname. En mis dudas y penas, confórtame. En mis enfermedades, fortaléceme. Cuando me desprecien, anímame. En las tentaciones, defiéndeme. En horas difíciles, consuélame. De mis pecados, perdóname. Con tu corazón maternal, ámame. Con tu inmenso poder, protégeme en tus brazos de Madre. Al expirar, recíbeme. Virgen

NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN

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