sábado, 28 de mayo de 2011

 
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domingo, 22 de mayo de 2011

DECÁLOGO DE LA SERENIDAD DE JUAN XXIII

1. Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez

2. Sólo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto, cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no pretenderé mejorar o disciplinar a nadie sino a mí mismo

3. Sólo por hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino también en este

4. Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que todas las circunstancias se adapten a mis deseos

5. Sólo por hoy dedicaré diez minutos de mi tiempo a una buena lectura, recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma

6. Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie

7. Sólo por hoy haré por lo menos una sola cosa que no deseo hacer, y si me sintiera ofendido en mis sentimientos, procuraré que nadie se entere

8. Sólo por hoy me haré un programa detallado. quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré y me guardaré de dos calamidades: La prisa y la indecisión

9. Sólo por hoy creeré aunque las circunstancias demuestren lo contrario, que la buena providencia de Dios se ocupa de mí como si nadie más existiera en el mundo

10. Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y creer en la bondad

"Puedo hacer el bien durante doce horas, lo que me descorazonaría si pensase tener que hacerlo durante toda mi vida"
Conrado Bueno Bueno
Caminante, sí hay camino

1.- Antes de morir, antes de subir al cielo
Seguimos en tiempo de Pascua, y el Evangelio de hoy regresa a la Última Cena. Dos planos, dos despedidas se superponen: la despedida para morir y la despedida para ascender al cielo. Nos alejamos del día de Resurrección y vislumbramos el final: la ascensión al cielo y la venida del Espíritu.

Pero, sí, estas palabras de Jesús salieron del Cenáculo, en la víspera de su muerte. Noche de Jueves Santo. Hay tensión y desconcierto en la sala. Uno de los amigos está de parte del enemigo. Se presiente que el Maestro se va a enfrentar a la muerte. Jesús, al ver a los suyos tan hundidos, quiere levantarles el ánimo: “No se turbe vuestro corazón”. Es una larga conversación de sobremesa. Hay palabras de despedida, “Yo me voy al Padre”, pero también de proyectos y promesas: “Voy a prepararos sitio, y volveré, y os llevaré conmigo”.

Sólo les pide una cosa: la fe, que tengan confianza. Siete veces repite Jesús: “creed”, “creedme”, “¿no crees?”.

2.- Palabra
Son las últimas palabras antes de morir. Suenan a testamento. Es la hora en que se dice lo más importante, sólo lo esencial, lo que queda grabado para siempre. El evangelista las sitúa detrás de la traición de Judas y el anuncio de la negación de Pedro.

La duda y la turbación de los discípulos se manifiestan en las intervenciones de Tomás y Felipe. No saben a dónde va Jesús, no saben el camino, no saben cómo conocer al Padre del que tanto les habla.

Y Jesús intenta enseñarles. Comienza por su relación con Dios Padre: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mí”. Por eso puede hacerles ya la gran promesa: “Os llevaré conmigo, porque donde yo estoy quiero que estéis también vosotros”. A pesar de todo, el hombre pregunta “¿Cómo podemos saberlo?”. Por fin, Jesús desvela la clave: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. Él es la palabra, la revelación de Dios. Sus obras le delatan porque cumple en su vida el proyecto que Dios le encomendó. Lo canta la liturgia: “Cristo, resplandor de la gloria del Padre”.

3.- Vida
Dentro de nosotros se mueve también el deseo de Dios, queremos que se nos muestre al Padre. Suspiramos como Moisés en el Sinaí: “Muéstrame, Señor, tu gloria”. Como el salmista: “Mi alma tiene sed de Ti”. Como San Agustín: “Nuestro corazón está ardiendo hasta que descanse en Ti”. Pecadores y todo, nunca se apaga en nosotros la llama del Dios que nos habita, buscamos la luz de su rostro. Su bondad y su amor nos envuelven. Al final, Jesús nos llevará a esa casa del Padre, donde nos ha preparado el sitio. Esa sí que será la “casa encendida”, el hogar de los hijos.

La cosa será más fácil si hacemos de Jesús nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Pero esto sólo se alcanza en el “encuentro personal” con Jesucristo. Cristo, en el centro y lo primero del vivir cristiano. Por ejemplo: porque Cristo es camino, imitamos su estilo de vida, sus ideales, su sentir, su sufrir. La moral, los mandamientos vienen en segundo lugar. Porque Cristo es la verdad, vemos la belleza del conocimiento de Dios y la luz que irradia su mensaje, no tenemos miedo y aceptamos las verdades pequeñas de otras culturas. Luego, y siempre después, vendrán las fórmulas de la fe y los catecismos. Porque Cristo es la vida, comemos el pan de vida y bebemos el agua que salta hasta la vida eterna. Después tendrán su exacto sentido el rito, la liturgia, los actos piadosos. Nunca, despreciar nada, pero guardando su orden y su medida: por Cristo, con él y en él.

Ahora nos toca convertirnos, nosotros también, en camino hacia Dios, en resplandor de Jesús para los hombres, que dudan y preguntan. Repetimos con la santa joven madrileña: “Que quien me mire te vea”. Por desgracia, este camino puede quedar oscurecido a causa del pecado de los hombres y mujeres de la Iglesia, Pero, incluso así, hemos de gritar a todos que Jesús está por encima de las miserias de sus discípulos, que con él sí hay camino, que él nos acompañará hasta la muerte, que, al fin, “siempre nos quedará Jesús”.

REFLEXIONES



Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; revela a las naciones su justicia. Aleluya» (Sal 97,1-2).

Colecta (compuesta con textos del Gelasiano, Gregoriano y Sacramentario de Bérgamo): «Señor, Tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos; míranos siempre con amor de Padre y haz que cuantos creemos en Cristo tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna».

Ofertorio: «¡Oh Dios!, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos».

Comunión: «Yo soy la vid verdadera; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante. Aleluya» (Jn 15,1.5).

Postcomunión (del Misal anterior , retocada con textos del Veronense, Gelasiano y Gregoriano): «Ven Señor en ayuda de tu pueblo y, ya que nos has iniciado en los misterios de tu Reino, haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna».

Ciclo A

La Iglesia es toda ella un misterioso templo de Dios, en el que Cristo, Piedra viva (1 Pe 2,4) ha sido puesto por el Padre como cimiento. Sobre Él se construye el nuevo Pueblo de Dios con piedras vivas y vivificadas por Cristo, que somos nosotros.

–Hechos 6,1-7: Escogieron a siete hombres llenos del Espíritu Santo. Véase el sábado de la 2ª Semana de Pascua.

–1 Pe 2,4-9: Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real. Por nuestra unión con Cristo Sacerdote todos debemos sentirnos piedras vivas de un inmenso templo viviente que glorifica a Dios y es signo de salvación para todos los hombres. Orígenes afirma:

«Todos los que creemos en Cristo Jesús somos llamados piedras vivas... Para que te prepares con mayor interés, tú que me escuchas, a la construcción de este edificio, para que seas una de las piedras próximas a los cimientos, debes saber que es Cristo mismo el cimiento de este edificio que estamos describiendo. Así lo afirma el Apóstol Pablo. Nadie puede poner otro cimiento distinto del que está puesto, que es Jesucristo (1 Cor 3,11)» (Hom. In Jesu Nave 9,1).

––Juan 14,1-6: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Véase comentario en el viernes 4ª semana.



1.

Nada tiene de extraño que el tema de la Iglesia aflore con fuerza e insistencia en los "domingos de Pascua". Aparte la natural y estrecha vinculación del misterio de la Iglesia con el misterio pascual (la Iglesia, sacramento de la Pascua), está el hecho, litúrgicamente importante (documentado ya desde los tiempos del Crisóstomo y de Agustín), de la lectura de los Hechos de los Apóstoles durante la cincuentena pascual. Se narran los orígenes de la Iglesia; la selección de los domingos ofrece, en cada uno de los ciclos, a modo de un álbum de fotos de familia de la primera comunidad cristiana. Se pone de relieve que la vida de la Iglesia arranca del misterio pascual.

Pero este domingo son las tres lecturas las que se prestan a un tratamiento eclesiológico. Permiten proponer tres aspectos complementarios del misterio de la Iglesia, siempre en relación con la perspectiva pascual obligada en este tiempo.

-LA IGLESIA, TEMPLO ESPIRITUAL: I/TEMPLO En la segunda lectura, san Pedro nos ofrece una de las más bellas descripciones de la Iglesia, pueblo sacerdotal, templo de Dios. Es una construcción "espiritual", no en el sentido de realidad "invisible", sino por estar construida y habitada por el Espíritu (cf. 1 Co 3. 15): la cohesión mutua de las piedras vivas que la conforman es obra del Espíritu.

Estas piedras vivas "entran en la construcción del templo del Espíritu" por el sacramento del Bautismo, primera experiencia pascual del cristiano, que lo deja marcado para toda la vida. No olvidemos que el tiempo pascual es el tiempo de los sacramentos de la iniciación cristiana, que definen la condición del cristiano como comunión con la Pascua del Señor. Sin apartarse de la imagen y del texto de Pedro, cabe hablar del origen pascual de esta construcción espiritual que es la Iglesia: descansa sobre "la piedra escogida y preciosa" que los constructores desecharon, el Señor Jesús, a quien crucificaron los hombres, pero Dios hizo "piedra angular" de la Iglesia (cf.Ef/02/20-22). "Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es JC" (1Co/03/11). La Iglesia es "un pueblo adquirido por Dios": lo adquirió con la sangre de su Hijo (cf.Hch 20. 22).

Estamos ante un lugar clásico para la doctrina del sacerdocio común de los bautizados; no la podemos dejar pasar inadvertida.

La Iglesia es esa porción de la humanidad que Dios ha escogido para que le rinda culto en Espíritu y en Verdad. Su triple función -sacerdotal, regia y profética- está suficientemente apuntada en el texto: "ofrecer sacrificios espirituales", "proclamar las hazañas del que nos llamó". También su dependencia radical de JC, único Sumo Sacerdote y Mediador: así como el pueblo de Israel fue constituido nación sacerdotal delante de la roca del Sinaí sobre la cual se había celebrado el sacrificio ritual de la Alianza, el nuevo pueblo es consagrado sacerdote en torno a otra roca, Cristo, sobre la cual "ofrece los sacrificios espirituales que Dios acepta por JC".

-LA IGLESIA, UNA ESTRUCTURA DE SERVICIOS: I/CRISIS:

La primera lectura nos orienta hacia otra faceta del misterio de la Iglesia. Nos la muestra como una sociedad humana, compuesta por hombres y mujeres normales. Asistimos a la primera crisis (crisis de crecimiento: "al crecer el número de los discípulos") y a las primeras tensiones (entre el grupo de los "helenistas", que hablaban griego, y el grupo de los "hebreos", que hablaban arameo y leían la biblia en hebreo).

La comunidad cristiana primitiva solucionó aquel problema organizando mejor entre sus miembros el servicio, la "diakonía".

En el "pueblo del Servidor de Yahvé" todo ha de entenderse como servicio humilde (el número siete era para los griegos símbolo de universalidad, como lo era el número doce para los judíos). En la Iglesia de Cristo todo es servicio: servicio de la Palabra, servicio de la oración, servicio de las mesas. Todos son "servidores" -"diakonoi"-, empezando por los responsables de la comunidad. De una manera u otra, todos están al servicio de la comunión. El modelo supremo, la referencia última obligada, es el gran Acto de Servicio que realizó en la cruz aquél que "no vino para que le sirvieran, sino para servir y dar su vida en rescate por todos" (Mc/10/05). A partir de aquel momento, en la Iglesia el servicio no se practica como un gesto aislado, sino como estilo de vida.

-LA IGLESIA, SACRAMENTO DEL REINO: I/SO/DEL-RD El pasaje evangélico está enteramente proyectado hacia las "estancias del cielo". Por continuidad con los dos puntos anteriores, cabe interpretarlo también en clave eclesiológica. Así la Iglesia aparece como un pueblo en marcha hacia la casa del Padre, guiada por el Hijo resucitado. Su gran esperanza es volver a estar con su Señor, que ha llegado a la comunión total con el Padre. Su destino último y definitivo es entrar también ella en la familiaridad perfecta con Dios ("morada", en el lenguaje de Juan, es expresión de comunión con Cristo y con Dios). La Iglesia ya "ha sido iniciada en los misterios de tu Reino" (postcomunión), gracias a los sacramentos pascuales de la iniciación cristiana. Está llamada a "vivir, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna" (ibidem) y a convertirse, para los hombres, en sacramento del Reino, de suerte que su vida "sea manifestación y testimonio de esta realidad que conocemos" (oración sobre las ofrendas).
IGNACIO OÑATIBIA
MISA DOMINICAL 1990/10
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2. D/PADRE:

"Míranos siempre con amor de Padre". El tiempo pascual es particularmente apto para gustar la realidad de la paternidad divina recibida en el Bautismo. El plan eterno de Dios, preparado largamente, llegó a su plena realización en la pasión y resurrección del Hijo. El regalo de la Pascua del Hijo es el don del Espíritu. Por él podemos llamar a Dios "Padre". Ya no somos esclavos sino hijos en el Hijo. El Padrenuestro "entregado" y "devuelto" por los bautizados durante la Cuaresma tenía la finalidad de conducir, por la oración modelo de los cristianos, a una experiencia gozosa de Dios como Padre. De ella debe vivir toda su vida el bautizado. Por eso pide la oración colecta: "...míranos siempre con amor de Padre". Dios desea ver siempre grabada en nosotros la imagen del Hijo.

RAMIRO GONZALEZ
MISA DOMINICAL 1990/10
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3. /Sal/097/01-02 PAS/NOVEDAD

"Cantad al Señor un cántico nuevo". La Pascua es novedad de vida apoyada en Cristo resucitado. Esta vida se transmite al cristiano en el Bautismo y se apoya en la nueva alianza sellada en la sangre de Cristo.

Quienes han nacido de nuevo están llamados a cantar con toda su vida "un cántico nuevo", expresión de alegría. En este sentido la antífona de entrada (Sal 97. 1-2) es un buen ejemplo que tiene la finalidad de una "obertura" de toda la celebración: "Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo". Respecto del canto nuevo dice san San Agustín "Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si vivís santamente" (Oficio de lectura, martes III semana). Este canto hecho de acciones concretas debe resonar en todos los ambientes y latitudes.

RAMIRO GONZALEZ
MISA DOMINICAL 1990/10
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4. ENTRADA

El evangelio de hoy nos presentará un Jesús que se autocalifica como camino, verdad y vida, y nos invita a seguir esa senda que es él mismo. La eucaristía celebrada entre hermanos es la realización más clara y concreta de ese ser camino, verdad y vida que Jesús es, y, al mismo tiempo, de aceptar esa realidad de Jesús por parte nuestra. Que nosotros nos reunamos aquí para celebrar la memoria de la cena de Jesús con sus amigos el Jueves Santo significa que queremos seguir el camino-Jesús. Esta realidad que ahora celebramos aquí debe ser constante en nuestra vida, no sólo una realidad para vivir un rato el domingo.

DABAR 1978/27
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5. LOS DIÁCONOS EN LA IGLESIA

Tiene enorme importancia teológica el que junto a la lista de los Doce apóstoles en el evangelio, se haya transmitido desde los mismos orígenes de la Iglesia, la lista de los Siete diáconos en el libro de los Hechos.

Después de unos siglos de oscurecimiento, el diaconado como ministerio permanente en la Iglesia ha vuelto a brillar. El Vaticano II lo instauró en 1963, y son ahora en todo el mundo más de doce mil los diáconos permanentes, célibes y casados, insertados por la familia y la profesión en la problemática de la vida, los que ayudan a la misión apostólica de los Obispos y completan el ministerio sacerdotal de los presbíteros.

Para evangelizar en nuestros días hay que recorrer caminos muy humildes de presencia, escucha y compromiso. Los diáconos permanentes, sobre todo los casados, están llamados a responder a las cuestiones sobre la fe y a resucitar los gestos que colmarán las necesidades de los hombres. Los gestos de amor se concretarán en una ordenada beneficencia con los marginados. Los diáconos son testimonios de la caridad en el ministerio de la calle, diario, imprevisible al azar de los encuentros y de las circunstancias.

El doble arraigamiento en el mundo y en la Iglesia del diácono confiere a las celebraciones que puede presidir (bautismo, matrimonio, exequias) un signo de complementariedad, y no de suplencia, del sacerdote. La evangelización, la liturgia y la caridad son pues las funciones específicas de quienes han recibido este carácter indeleble y una gracia particular. Sin escapismos ni utopías, la instauración del diaconado permanente es un signo de renovación eclesial.

ANDRES Pardo


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6. Para orar con la liturgia

Resplandezcan en su vida (de los diáconos) todas las virtudes: el amor sincero, la solicitud por los enfermos y los pobres, la autoridad moderada, la pureza sin tacha y vivir siempre según el Espiritu; que tus mandamientos, Señor, se vean reflejados en su vida, y que el ejemplo de su castidad suscite la imitación del pueblo santo; que sostenidos por el testimonio de su buena conciencia, perseveren firmes y constantes en Cristo, de forma que, imitando en la tierra a tu Hijo, que no vino a ser servido, sino a servir, merezcan reinar con él en el cielo.

Plegaria de Ordenación
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7. /JN/14/01: Jesús dice hoy: "No perdáis la calma".

Ver DECALOGO DE LA SERENIDAD de Juan XXIII








Inicio - Palabra Diaria
Lecturas Domingo 5º de Pascua - Ciclo A
Domingo 22 de Mayo del 2011
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (6,1-7):

En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas.
Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron: «No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.»
La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando. La palabra de Dios iba cundiendo, y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.

Palabra de Dios
Salmo
Sal 32,1-2.4-5.18-19

R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti

Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R/.

Que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (2,4-9):

Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Dice la Escritura: «Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado.» Para vosotros, los creyentes, es de gran precio, pero para los incrédulos es la «piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra angular,» en piedra de tropezar y en roca de estrellarse. Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino. Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa.

Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-12):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»
Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.»
Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.»
Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.»

Palabra del Señor








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lunes, 16 de mayo de 2011

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández CarvajalMeditación del día de Hablar con Dios
Pascua. 4ª semana. Martes

PRIMEROS CRISTIANOS. UNIVERSALIDAD DE LA FE

— Rápida propagación del cristianismo. Los primeros cristianos se santificaron en medio del ambiente en el que encontraron a Cristo.

— Ciudadanos ejemplares en medio del mundo. Llevar a Cristo a todos los ambientes.

— Costumbres cristianas en el seno de la familia.

I. «Nuestro Señor funda su Iglesia sobre la debilidad –pero también sobre la fidelidad– de unos hombres, los Apóstoles, a los que promete la asistencia constante del Espíritu Santo (...).

»La predicación del Evangelio no surge en Palestina por la iniciativa personal de unos cuantos fervorosos. ¿Qué podían hacer los Apóstoles? No contaban nada en su tiempo; no eran ricos, ni cultos, ni héroes a lo humano. Jesús echa sobre los hombros de este puñado de discípulos una tarea inmensa, divina»1. Quien hubiera contemplado sin visión sobrenatural los comienzos apostólicos de aquel pequeño grupo, habría creído que se trataba de un empeño destinado al fracaso desde el principio. Sin embargo, aquellos hombres tuvieron fe, fueron fieles y comenzaron a predicar por todas partes aquella doctrina insólita que chocaba frontalmente con muchas costumbres paganas; en poco tiempo el mundo conoció que Jesucristo era el Redentor del mundo.

Desde el principio la Buena Nueva es predicada a todos los hombres, sin distinción alguna. Los que se habían dispersado en la persecución provocada por la muerte de Esteban –leemos en la Misa de hoy2–, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía. En esta ciudad fueron tantas las conversiones que allí por primera vez llamaron cristianos a los discípulos del Señor. Pocos años más tarde encontramos seguidores de Cristo en Roma y en todo el Imperio.

En los comienzos, la fe cristiana arraigó principalmente entre personas de condición sencilla: soldados de tropa, bataneros, cardadores de lana, esclavos...; también comerciantes.

Considerad, hermanos –escribía San Pablo–, quiénes son los que han sido llamados a la fe de entre vosotros: cómo no sois muchos los sabios según la carne, ni muchos los poderosos, ni muchos los nobles...3.

Para Dios no existe acepción de personas, y los primeros llamados –ignorantes y débiles a los ojos humanos– serán los instrumentos que utilizará para la expansión de la Iglesia. Así se vio con más claridad que la eficacia era divina.

También entre los primeros cristianos existían personas cultas, sabias, importantes, humanamente hablando –un ministro etíope, centuriones, hombres como Apolo y Dionisio Areopagita, mujeres como Lidia–, pero fueron los menos dentro del gran número de conversos a la nueva fe. Comenta Santo Tomás que «también pertenece a la gloria de Dios el que por medio de gente sencilla haya atraído a Sí a los sublimes del mundo»4.

Los primeros cristianos ejercían todas las profesiones comunes en su tiempo, salvo aquellas que entrañaban algún peligro para su fe, como «intérpretes de sueños», adivinos, guardianes de templos... Y aunque en la vida pública estaban presentes las prácticas religiosas paganas, permaneció cada uno en el lugar y profesión donde encontró la fe, procurando dar su tono a la sociedad, esforzándose por llevar una conducta ejemplar, sin rehuir el trato –al contrario– con sus vecinos y conciudadanos. Intervenían en el foro, en el mercado, en el ejército... «Nosotros los cristianos –dirá Tertuliano–, no vivimos separados del mundo, frecuentamos el foro, los baños, los talleres, las tiendas, los mercados y las plazas públicas. Ejercemos los oficios de marino, de soldado, de labriego, de negociante...»5.

El Señor nos recuerda que también hoy llama a todos, sin distinción de profesión, de condición social o de raza. «¡Qué compasión te inspiran!... Querrías gritarles que están perdiendo el tiempo... ¿Por qué son tan ciegos, y no perciben lo que tú –miserable– has visto? ¿Por qué no han de preferir lo mejor?

»—Reza, mortifícate, y luego –¡tienes obligación!– despiértales uno a uno, explicándoles –también uno a uno– que, lo mismo que tú, pueden encontrar un camino divino, sin abandonar el lugar que ocupan en la sociedad»6.

Así hicieron nuestros primeros hermanos en la fe.

II. A finales del siglo ii, los cristianos están extendidos por todo el Imperio: «No hay raza alguna de hombre, llámense bárbaros o griegos o con otros nombres cualesquiera, ora habiten en casas o se llamen nómadas sin viviendas o moren en tiendas de pastores, entre los que no se ofrezcan por el nombre de Jesús crucificado oraciones y acciones de gracias al Padre y Hacedor de todas las cosas»7.

Los fieles cristianos no huyen del mundo para buscar con plenitud a Cristo: se consideran parte constituyente de ese mismo mundo, al que tratan de vivificar desde dentro, con su oración, con su ejemplo, con una caridad magnánima: «lo que es el alma para el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo»8. Vivificaron su mundo, que en muchos puntos había perdido el sentido de la dignidad humana, siendo ciudadanos como los demás, y sin distinguirse de ellos ni por su vestido, ni por insignias, ni por cambiar de ciudadanía9.

No solo son ciudadanos, sino que procuraban serlo ejemplarmente: «obedecen las leyes, pero con su vida sobrepasan las leyes»10, las cumplen acabadamente en beneficio de todos. Ya San Pablo enseñó que se había de pedir a Dios por los constituidos en autoridad11.

Como ciudadanos ejemplares, honraban a la autoridad civil, pagaban los tributos y cumplían las demás obligaciones sociales. Y esto, en épocas de paz y en momentos de persecución y de odio manifiesto. Un ejemplo de la heroicidad de los primeros fieles en vivir estas virtudes cívicas nos lo proporciona San Justino Mártir, a mediados del siglo ii: «Como hemos aprendido de Él (de Cristo), nosotros procuramos pagar los tributos y las contribuciones, íntegramente y con rapidez, a vuestros encargados (...). De aquí que adoramos solo a Dios, pero os obedecemos gustosamente a vosotros en todo lo demás, reconociendo abiertamente que sois los reyes y los gobernadores de los hombres y pidiendo en la oración que, junto con el poder imperial, encontréis también un arte de gobierno lleno de sabiduría»12. Y Tertuliano, que atacaba con vehemencia la degeneración del mundo pagano, escribía que los fieles oraban en sus asambleas por los emperadores, por sus ministros y autoridades, por el bienestar temporal y por la paz13.

Los cristianos, en cualquier época, no podemos vivir de espaldas a la sociedad de la que formamos parte. En el mismo corazón del mundo procuramos vivir responsablemente nuestros quehaceres temporales para, desde dentro, informarlos con un espíritu nuevo, con la caridad cristiana. Cuanto más se haga sentir el alejamiento de Cristo, tanto más urgente se hace la presencia de los cristianos en esos lugares, para llevar, como los primeros en la fe, la sal de Cristo, y devolver al hombre su dignidad humana, perdida en muchas ocasiones. «Para seguir las huellas de Cristo, el apóstol de hoy no viene a reformar nada, ni mucho menos a desentenderse de la realidad histórica que le rodea... —Le basta actuar como los primeros cristianos, vivificando el ambiente»14.

Podemos preguntarnos si donde vivimos llevamos la luz de Cristo a esas personas, a ese ambiente, como hicieron los primeros cristianos.

III. Los caminos de acercamiento a la fe fueron muy variados, algunos extraordinarios, como le sucedió a San Pablo15. A otros los llamará el Señor a través del ejemplo de un mártir; la mayoría de las veces conocían la Buena Nueva por mediación de algún compañero de trabajo, de vecindad, de prisión, de viaje, etcétera. Ya en la época apostólica se hizo costumbre bautizar a los niños, incluso antes de tener uso de razón. San Pablo bautizó familias enteras, y junto con los demás Apóstoles transmitió esta costumbre a toda la Iglesia. Dos siglos más tarde, Orígenes podía escribir este texto: «la Iglesia ha recibido de los Apóstoles la costumbre de administrar el bautismo incluso a los niños»16.

Las casas de los primeros fieles, iguales externamente a las demás, se convirtieron en hogares cristianos. Los padres transmitían la fe a sus hijos, y estos a los suyos, y así la familia se convirtió en un pilar fundamental de la consolidación de la fe y de las costumbres cristianas. Empapados por la caridad, los hogares cristianos eran lugares de paz en medio, no infrecuentemente, de incomprensiones externas, de calumnias, de persecución. En el hogar se aprendía a ofrecer el día, a dar gracias, a bendecir los alimentos, a dirigirse a Dios en la abundancia y en la escasez.

Las enseñanzas de los padres brotaban con naturalidad al compás de la vida, y así la familia cumplía su función educadora. Estos son los consejos que da San Juan Crisóstomo a un matrimonio cristiano: «muéstrale a tu mujer que aprecias mucho vivir con ella y que por ella prefieres quedarte en casa que andar por la calle. Prefiérela a todos los amigos e incluso a los hijos que te ha dado; ama a estos por razón de ella (...). Haced en común vuestras oraciones (...). Aprended el temor de Dios; todo lo demás fluirá como de una fuente y vuestra casa se llenará de innumerables bienes»17. Otras veces es un hijo o una hija el foco de expansión del cristianismo en su familia: atrae a otros hermanos a la fe; quizá luego a sus padres, y estos a los tíos... y acaban acercándose hasta los abuelos.

Son muchas las costumbres cristianas que pueden vivirse en el seno de la familia: el rezo del Santo Rosario, los cuadros o imágenes de la Virgen, hacer el Nacimiento en Navidad, la bendición de la mesa... y otras muchas. Si sabemos cuidarlas, contribuirán a que en el hogar se respire siempre un clima amable, de familia cristiana, donde desde pequeños se aprende con naturalidad a tratar a Dios y a su Madre Santísima.

1 San Josemaría Escrivá, Homilía Lealtad a la Iglesia, 4-VI-1972. — 2 Cfr. Hech 11, 19-20. — 3 1 Cor 1, 26. — 4 Santo Tomás, Comentario a la 1ª Carta a los Corintios, ad. loc. — 5 Tertuliano, Apologético, 42. — 6 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 182. — 7 San Justino, Diálogo con Trifón, 117, 5. — 8 Epístola a Diogneto, 6, 1. — 9 Cfr. Ibídem, 5, 1-11. — 10 Ibídem, 5, 10. — 11 Cfr. 1 Tim 2, 1-2. — 12 San Justino, Apología I, 17. — 13 Cfr. Tertuliano, Apologético, 39, 1 ss. — 14 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 320. — 15 Cfr. Hech 9, 1-19. — 16 Orígenes, Coment. a la Carta a los Romanos, 5, 9. — 17 San Juan Crisóstomo, Hom. 20, sobre la Carta a los Efesios.