martes, 8 de marzo de 2011

Vidas de Santos y Personas Ejemplares

Vidas de Santos y Personas Ejemplares

Evangelización Católica: Dos Corazones

Evangelización Católica: Dos Corazones

Del oficio de lectura, 9 de Marzo, Santa Francisca Romana, religiosa

La paciencia y caridad de santa Francisca
De la vida la santa, escrita por Maria Magdalena Anguillaria, superiora de las Oblatas de Tor de`Specchi, (Caps. 6-7: Acta Sanctorum Martii 2, *188-*189)

Dios probó la paciencia de Francisca no sólo en su fortuna, sino también en su mismo cuerpo, haciéndola experimentar largas y graves enfermedades, como se ha dicho antes y se dirá luego. Sin embargo, no se pudo observar en ella ningún acto de impaciencia, ni mostró el menor signo de desagrado por la torpeza con que a veces la atendían.

Francisca manifestó su entereza en la muerte prematura de sus hijos, a los que amaba tiernamente; siempre aceptó con serenidad la voluntad de Dios, dando gracias por todo lo que le acontecía. Con la misma paciencia soportaba a los que la criticaban, calumniaban y hablaban mal de su forma de vivir. Nunca se advirtió en ella ni el más leve indicio de aversión respecto de aquellas personas que hablaban mal de ella y de sus asuntos; al contrario, devolviendo bien por mal, rogaba a Dios continuamente por dichas personas.

Y ya que Dios no la había elegido para que se preocupara exclusivamente de su santificación, sino para que emplease los dones que él le había concedido para la salud espiritual y corporal del prójimo, la había dotado de tal bondad que, a quien le acontecía ponerse en contacto con ella, se sentía inmediatamente cautivado por su amor y su estima, y se hacía dócil a todas sus indicaciones. Es que, por el poder de Dios, sus palabras poseían tal eficacia que con una breve exhortación consolaba a los afligidos y desconsolados, tranquilizaba a los desasosegados, calmaba a los iracundos, reconciliaba a los enemigos, extinguía odios y rencores inveterados, en una palabra, moderaba las pasiones de los hombres y las orientaba hacia su recto fin.

Por esto todo el mundo recurría a Francisca como a un asilo seguro, y todos encontraban consuelo, aunque reprendía severamente a los pecadores y censuraba sin timidez a los que habían ofendido o eran ingratos a Dios.

Francisca, entre las diversas enfermedades mortales y pestes que abundaban en Roma, despreciando todo peligro de contagio, ejercitaba su misericordia con todos los desgraciados y todos los que necesitaban ayuda de los demás. Fácilmente los encontraba; en primer lugar les incitaba a la expiación uniendo sus padecimientos a los de Cristo, después les atendía con todo cuidado, exhortándoles amorosamente a que aceptasen gustosos todas las incomodidades como venidas de la mano de Dios, y a que las soportasen por el amor de aquel que había sufrido tanto por ellos.

Francisca no se contentaba con atender a los enfermos que podía recoger en su casa, sino que los buscaba en sus chozas y hospitales públicos. Allí calmaba su sed, arreglaba sus camas y curaba sus úlceras con tanto mayor cuidado cuanto más fétidas o repugnantes eran.

Acostumbraba también a ir al hospital de Camposanto y allí distribuía entre los más necesitados alimentos y delicados manjares. Cuando volvía a casa, llevaba consigo los harapos y los paños sucios y los lavaba cuidadosamente y planchaba con esmero, colocándolos entre aromas, como si fueran a servir para su mismo Señor.

Durante treinta años desempeñó Francisca este servicio a los enfermos, es decir, mientras vivió en casa de su marido, y también durante este tiempo realizaba frecuentes visitas a los hospitales de Santa María, de Santa Cecilia en el Trastévere, del Espíritu Santo y de Camposanto. Y, como durante este tiempo en el que abundaban las enfermedades contagiosas, era muy difícil encontrar no sólo médicos que curasen los cuerpos, sino también sacerdotes que se preocupasen de lo necesario para el alma, ella misma los buscaba y los llevaba a los enfermos que ya estaban preparados para recibir la penitencia y la eucaristía. Para poder actuar con más libertad, ella misma retribuía de su propio peculio a aquellos sacerdotes que atendían en los hospitales a los enfermos que ella les indicaba.

Oración

Oh Dios, que nos diste en santa Francisca Romana modelo singular de vida matrimonial y monástica, concédenos vivir en tu servicio con tal perseverancia, que podamos descubrirte y seguirte en todas las circunstancias de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo.

Santa Francisca Romana

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Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

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. LA ORDEN

. DE JUAN CIUDAD A SAN JUAN DE DIOS .

Juan Ciudad Duarte, un hombre nacido en el año 1495 en el pueblo portugués de Montemor o Novo, obispado de Évora, Portugal, murió en Granada, España, en el año 1550, a la edad de 55 años, siendo considerado uno de los tesoros de la ciudad. Para todos era conocido como "el santo". El apellido de Dios le vino impuesto por un Obispo conocedor de su obra a favor de los pobres y enfermos. No cabe mayor honor que apellidarse de Dios y nada refleja mejor el modo de hacer de este hombre.

Un itinerario de servicio
A la edad de ocho años, aparece en el pueblo toledano de Oropesa. En las biografías de Juan de Dios, se dan grandes lagunas y muchos interrogantes, algunos todavía no resueltos, en relación a su ascendencia, pueblo, familia y vida, hasta bien entrado en años. La tradición habla de que vino con un clérigo, que pasó por su casa, y es acogido en la de Francisco Cid Mayoral, donde vivió mucho tiempo, casi la friolera de 29 años, en dos ocasiones diferentes.

"Siendo mancebo de veintidós años le dio voluntad de irse a la guerra", luchando en la compañía del Conde de Oropesa, al servicio del emperador Carlos V, que fue en socorro de la plaza de Fuenterrabía, que había sido atacada por el rey Francisco I de Francia. La experiencia no puede ser más desastrosa, porque estuvo a punto de ser ahorcado. Regresa de nuevo a Oropesa, hasta que es solicitado para defender Viena en un momento de amenaza por parte de los turcos.

Después de estas experiencias guerreras, vuelve al oficio de pastor y leñador para ganarse el sustento; albañil en la construcción de las murallas de Ceuta y, finalmente, inicia en Gibraltar el oficio de librero, que ejerce en Granada de forma estable en un puesto de la calle Elvira hasta su conversión.

Granada será tu cruz

En Granada, comienza la verdadera historia de Juan de Dios, cuando más asentado parecía encontrase y cuando, al parecer, había terminado su "andadura" española y europea. Juan había caminado tanto en busca de una cita, que por fin acontece el día 20 de enero del año 1539, fiesta de San Sebastián, en el Campo de los Mártires, a la vera de la Alhambra. Ese día, un predicador de fama, San Juan de Avila, es el encargado del sermón. No sabemos qué munición usó el "maestro Avila", el caso es que el corazón de Juan de Dios quedó tocado. Sus palabras "se le fijaron en las entrañas" y "fueron a él eficaces", dice su biógrafo Castro. Juan parece haberse vuelto loco y grita, se revuelca clamando: "misericordia" y se produce un total despojo de sus pocos haberes, hasta de sus vestidos.

El pueblo se divide: unos dicen que era loco y otros que no era sino santo y que aquella obra era de Dios . Aquello era ni más ni menos que la cita con Dios.

No es un asunto fácil. Comienza en aquel momento una nueva aventura totalmente inédita en la vida de Juan. Después de la experiencia espectacular de su conversión, tiene que entrar en contacto con los pobres más marginados de siempre: los enfermos mentales. "Dos hombres honrados compadecidos tomaron de la mano a Juan y lo llevaron."¿Dónde? Al manicomio. Un ala del Hospital Real de Granada estaba ocupado por los locos. Allí, siente en sus propias carnes el duro tratamiento que se da a estos enfermos y se rebela al ver sufrir a sus hermanos. De esta experiencia, surge la conversión a los hombres, que desde entonces serán para Juan "hermanos". "Jesucristo me traiga a tiempo y me dé gracia para que yo tenga un hospital, donde pueda recoger los pobres desamparados y faltos de juicio, y servirles como yo deseo". El corazón herido, cogido por el amor desbordante de Dios, no le dejará en paz hasta el último momento en que muere de rodillas. En el año 1539, de acuerdo con San Juan de Avila, es huésped en Guadalupe, donde se prepara en las artes médicas. En 1540, inicia su primera obra, un pequeño hospital en la calle de Lucena. "Tanta gente acudía por la fama de Juan y por su mucha caridad, que los amigos le compraron una casa para hospital en la cuesta Gomérez".

La fama de Juan es grande en Granada. Acoge a todos los pobres inválidos que encuentra, a los niños huérfanos y abandonados; visita y rehabilita a muchas mujeres prostitutas, y todo sin renta fija, salvo la limosna en la cual es verdadero maestro. "¿quién se hace bien a sí mismo dando a los pobres de Cristo?", era su reclamo. El corazón encendido de Juan, contrasta con el fuego del Hospital Real en llamas el día 3 de julio de 1549. Allí, acude como toda la ciudad, pero no para lamentarse, sino para remangarse, entrar y sacar los enfermos, saliendo sano y salvo. Desde ese momento, Juan adquiere la categoría de santo y su fama llega a todos los que pudieran tener alguna duda de su pasado en la zona de los enfermos mentales. En el mes de enero de 1550, tratando de salvar a un joven que se estaba ahogando en el río Genil, enfermó gravemente.

La herencia de Juan

En el lecho de muerte a Juan le queda la herencia que entrega al arzobispo y a su sucesor Antón Martín: Libro de las deudas y los enfermos asistidos. Así se continúa la obra de Juan de Dios hasta nuestros días.

Juan muere el día 8 de marzo de 1550. Su entierro es una auténtica manifestación de duelo y simpatía hacia su persona y su obra. La Iglesia recibe a Juan y su herencia como valioso tesoro. Es beatificado el día 21 de septiembre de 1630; canonizado el día 15 de julio de 1691 y declarado Patrón de los Enfermos y de sus Asociaciones en 1930. Es también Patrón de la Enfermería y de los Bomberos.

Juan de Dios - Wikipedia, la enciclopedia libre

Juan de Dios - Wikipedia, la enciclopedia libre

Novena de la Gracia en la parroquia de S. Francisco Javier de Pamplona

Novena de la Gracia en la parroquia de S. Francisco Javier de Pamplona

Homilía de Mons. D. Francisco Pérez en la primera Javierada

Homilía de Mons. D. Francisco Pérez en la primera Javierada

lunes, 7 de marzo de 2011

Web Católico de Javier

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MARTES DE LA SEMANA 9ª DEL TIEMPO ORDINARIO

MARTES DE LA SEMANA 9ª DEL TIEMPO ORDINARIO
Mons. François Xavier Nguyên Van Thuân En retiro anual con Juan Pablo II
Tras trece años en la cárcel, amo a Cristo por Sus «defectos»
Desde que en 1698 un antepasado suyo, ministro del rey y embajador en
China, recibió el bautismo, comenzó la persecución. El rey le quitó todas sus
posesiones y le expulsó. Desde entonces su familia sufre la persecución. En
1975, Pablo VI le nombró arzobispo de Ho Chi Minh (la antigua Saigón), pero
el gobierno comunista definió su nombramiento como un complot y tres meses
después le encarceló. Durante trece años estuvo encerrado en las cárceles
vietnamitas. Nueve de ellos, los pasó régimen de aislamiento. Una vez
liberado, fue obligado a abandonar Vietnam a donde no ha podido regresar, ni
siquiera para ver a su anciana madre. Ahora es presidente del Consejo Pontificio
para la Justicia y la Paz de la Santa Sede. A pesar de tantos sufrimientos,
o quizá más bien gracias a ellos, este arzobispo, François Xavier Nguyên
Van Thuân, es un gran testigo de la fe, de la esperanza y del perdón cristiano.
Testigo de esperanza
Desde este domingo, hasta el próximo sábado, monseñor Van Thuân predica
los ejercicios espirituales a Juan Pablo II y a sus colaboradores de la Curia
romana. Y, obviamente, el tema de las meditaciones será el de la esperanza.
«Esperanza en Dios», «Esperanza contra toda esperanza», «Aventura y
alegría de la esperanza», «Renovación y pueblo de la esperanza» son los
títulos de algunas de las meditaciones que ha preparado para el Papa. No es
casualidad que el libro que ha difundido en todo el mundo (traducido en once
idiomas) en el que narraba sus años de cárcel llevase precisamente por título
«El camino de la esperanza». Una esperanza que nunca ha desfallecido en
él, ni siquiera el 16 de agosto de 1975, cuando fue arrestado y transportado
en la noche a 450 kilómetros de Saigón, en la más absoluta de las soledades.
Su única compañía, el rosario. En esos momentos --explica Van Thuân--,
cuando todo parecía perdido, se abandonó en manos de la Providencia. A los
compañeros de prisión no católicos que le preguntaban cómo podía seguir
esperando, les respondía: «He abandonado todo para seguir a Jesús, porque
amo los defectos de Jesús». Los «defectos» de Jesús, de hecho, serán uno
de los argumentos que afrontará el predicador del Papa en estos ejercicios
espirituales. Estos son algunos de ellos.
Jesús no tiene memoria
«En la Cruz, durante su agonía, el ladrón le pide que se recuerde de él
cuando llegara a su Reino. Si hubiera sido yo --reconoce monseñor Van
Thuân-- le hubiera respondido: "no te olvidaré, pero tienes que expiar tus crímenes
en el purgatorio". Sin embargo, Jesús, le respondió: "Hoy estarás conmigo
en el Paraíso". Había olvidado los pecados de aquel hombre. Lo mismo
sucedió con Magdalena, y con el hijo pródigo. Jesús no tiene memoria, perdona
a todo el mundo».
Jesús no sabe matemática ni filosofía
«Jesús no sabe matemáticas --continúa diciendo Van Thuân al hablar de
los «defectos» de Jesús--. Lo demuestra la parábola del Buen Pastor. Tenía
cien ovejas, se pierde una de ellas y sin dudarlo se fue a buscarla dejando a
las 99 en el redil. Para Jesús, uno vale lo mismo que 99 o incluso más».

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Evangelio del día

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TV Lourdes - Le direct avec la vie de Sanctuaires Notre-Dame de Lourdes | Lourdes

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domingo, 6 de marzo de 2011

EDIFICAR SOBRE ROCA

— La santidad consiste en llevar a cabo la voluntad de Dios, en lo grande y en lo que parece de escaso interés.

— Querer lo que Dios quiera. Abandono en Dios.

— Cumplir y amar el querer divino en lo pequeño de los días normales y en los asuntos importantes.

I. El Señor manifiesta una particular predilección por aquellos que en su vida se empeñan en cumplir en todo la voluntad de Dios, por quienes procuran que sus obras expresen las palabras y los deseos de su diálogo con Dios, que se convierte entonces en oración verdadera. Pues no todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre..., declara Jesús en el Evangelio de la Misa1. En aquella ocasión hablaba ante muchos que habían convertido la plegaria en un mero recitar palabras y fórmulas, que en nada influían luego en su conducta hipócrita y llena de malicia. No debe ser así nuestro diálogo con Cristo: «Ha de ser tu oración la del hijo de Dios; no la de los hipócritas, que han de escuchar de Jesús aquellas palabras: “no todo el que dice ¡Señor!, ¡Señor!, entrará en el Reino de los Cielos”.

»Tu oración, tu clamar, “¡Señor!, ¡Señor!” ha de ir unido, de mil formas diversas en la jornada, al deseo y al esfuerzo eficaz de cumplir la Voluntad de Dios»2.

Ni siquiera bastaría realizar prodigios y obras portentosas, como profetizar en su nombre o arrojar demonios –si esto fuera posible sin contar con Él–, si no procuramos llevar a cabo su amable voluntad; vanos serían los sacrificios más grandes, inútil sería nuestra carrera. Por el contrario, la Sagrada Escritura nos muestra cómo Dios ama y bendice a quien busca identificarse en todo con el querer divino: he hallado a David, hijo de Jesé, varón según mi corazón, que cumplirá en todo mi voluntad3. Y San Juan escribe: El mundo pasa, también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre4. Jesús mismo declara que su alimento es hacer la voluntad del Padre y dar cumplimiento a su obra5. Esto es lo que importa, en eso consiste la santidad en medio de nuestros deberes, «en hacer Su voluntad, en ser lo que Él quiere que seamos»6, en desprendernos más y más de nuestros intereses y egoísmos y en hacernos uno con aquello que Dios ha dispuesto para nosotros.

El camino que conduce al Cielo y a la felicidad aquí en la tierra «es la obediencia a la voluntad divina, no el repetir su nombre»7. La oración ha de ir acompañada de las obras, del deseo firmísimo de llevar a cabo el querer de Dios que se nos manifiesta de formas tan diversas. «Recia cosa sería –exclama Santa Teresa– que Dios nos estuviese diciendo claramente que fuésemos a alguna cosa que le importa, y no quisiésemos, porque estamos más a nuestro placer»8, a nuestros deseos. ¡Qué pena si el Señor deseara llevarnos por un camino y nosotros nos empeñáramos en ir por otro! Cumplir la voluntad de Dios: he aquí un programa para llenar toda una vida.

«Habrás pensado alguna vez, con santa envidia, en el Apóstol adolescente, Juan, “quem diligebat Iesu” —al que amaba Jesús.

»—¿No te gustaría que te llamaran “el que ama la Voluntad de Dios”? Pon los medios»9. Estos medios consistirán normalmente en cumplir los pequeños deberes de la jornada, en preguntarnos a lo largo del día: ¿hago en este momento lo que debo hacer?10, aceptar las contrariedades que se presentan en la vida normal, luchar decididamente en aquellos consejos que hemos recibido en la dirección espiritual, rectificar la intención cuantas veces sea necesario, pues la tendencia de todo hombre es hacer su propia voluntad, lo que le apetece, lo que le resulta más cómodo y agradable.

¡Señor, yo solo quiero hacer lo que quieras Tú, y del modo que lo desees! No quiero hacer mi voluntad, mis pobres caprichos, sino la tuya. Querría, Señor, que mi vida fuera solo eso: cumplir tu voluntad en todo, poder decir como Tú, en lo grande y en lo pequeño: mi alimento, lo que da sentido a mi vida, es hacer la voluntad de mi Padre Dios.

II. El empeño por buscar en todo la gloria de Dios nos da una particular fortaleza contra las dificultades y tribulaciones que hayamos de padecer: enfermedad, calumnias, apuros económicos...

En el mismo Evangelio de la Misa nos habla Cristo de dos casas, construidas al mismo tiempo y de apariencia semejante. Se puso de manifiesto la gran diferencia que existía entre ambas cuando llegó la prueba: las lluvias, las riadas y los fuertes vientos. Una de ellas se mantuvo firme, porque tenía buenos cimientos; la otra se vino abajo porque fue construida sobre arena: su ruina fue completa. Al que levantó la primera edificación, la que permaneció en pie, le llama el Señor hombre sabio, prudente; al constructor de la segunda, hombre necio.

La primera de las casas resistió bien los embates del invierno, no por la belleza de los adornos, ni siquiera por tener buena techumbre, sino gracias a sus cimientos de roca. Aquella casa perduró en el tiempo, sirvió de refugio a su dueño y fue modelo de buena construcción. Así es quien edifica su vida sobre el deseo llevado a la práctica de cumplir la voluntad de Dios en lo pequeño de cada día, en los asuntos importantes y, si llegan, en las contrariedades grandes. Por eso hemos visto a enfermos, debilitados en el cuerpo por la enfermedad, pero con una voluntad fuerte y un amor grande, llevando con alegría sus dolores, porque veían, por encima de su enfermedad, la mano de un Dios providente, que siempre bendice a quienes le aman, pero de formas bien diferentes. Y quien siente la difamación y la calumnia...; o el que padece la ruina económica y ve cómo sufren los suyos...; o la muerte de un ser querido cuando estaba aún en la plenitud de la vida...; o aquel que sufre la discriminación en su trabajo a causa de sus creencias religiosas... La casa –la vida del cristiano que sigue con hechos a Cristo– no se viene abajo porque está edificada sobre el más completo abandono en la voluntad de su Padre Dios. Abandono que no le impedirá la defensa justa cuando sea necesaria, exigir los derechos laborales que le correspondan o poner los medios para sanar de esa enfermedad. Pero lo llevará a cabo con serenidad, sin agobios y sin amargura ni rencores.

En nuestra oración de hoy le decimos al Señor que queremos abandonarnos en sus manos; allí nos encontramos seguros: «No desees nada para ti, ni bueno ni malo: quiere solamente, para ti, lo que Dios quiera. Junto al Señor se vuelve dulce lo amargo y suave lo áspero.

»Jesús, en tus brazos confiadamente me pongo, escondida mi cabeza en tu pecho amoroso, pegado mi corazón a tu Corazón: quiero, en todo, lo que Tú quieras»11. ¡Solo lo que Tú quieras, Señor! ¡No deseo más!

III. Para permanecer firmes en los momentos difíciles, tenemos necesidad de aceptar con buena cara en los tiempos de bonanza las pequeñas contrariedades que surgen en el trabajo, en la familia..., en todo el entramado de la vida corriente, y cumplir con fidelidad y abnegación los propios deberes de estado: el estudio, el cuidado de la familia... Así se ahonda en los cimientos y se fortalece toda la construcción. La fidelidad en lo pequeño, que apenas se advierte, nos permite la fidelidad en lo grande12, ser fuertes en los momentos decisivos.

Si somos fieles en el cumplimiento del querer divino en lo pequeño (en esos deberes diarios, en los consejos recibidos en la dirección espiritual, en la aceptación de las contradicciones que surgen en un día normal...), tendremos el hábito de ver la mano de Dios providente en todas las cosas: en la salud y en la enfermedad, en la sequedad de la oración y en la consolación, en la calma y en la tentación, en el trabajo y en el descanso...; y esto nos llenará de paz; y sabremos dejar a un lado con más facilidad los respetos humanos, porque lo que nos importa de verdad es hacer aquello que el Señor quiere que hagamos, y esto nos da una gran libertad para actuar siempre de cara a Dios13, para ser audaces en el apostolado, para hablar abiertamente de Dios.

Esa fidelidad en las cosas más pequeñas, por amor a Dios, «viendo en ellas, no su pequeñez en sí misma, lo cual es propio de espíritus mezquinos, sino eso tan grande como es la voluntad de Dios, que debemos respetar con grandeza, aun en las cosas pequeñas»14.

Un fundamento recio y fuerte puede servir también de cimentación a otras edificaciones más débiles: no se queda nunca solo. Nuestra vida interior, cuajada de oración y de realidades, puede servir a otros muchos, que encontrarán la fortaleza necesaria cuando flaqueen sus fuerzas, porque las dificultades y tribulaciones sean duras y difíciles de llevar.

No nos separemos en ningún momento de Jesús. «Cuando te veas atribulado..., y también a la hora del triunfo, repite: Señor, no me sueltes, no me dejes, ayúdame como a una criatura inexperta, ¡llévame siempre de tu mano!»15. Y con Él, cumpliendo lo que para nuestro bien nos va señalando, llegaremos hasta el final de nuestro camino, donde le contemplaremos cara a cara. Y junto a Jesús encontraremos a su Madre María, que es también Madre nuestra, a la que acudimos al terminar este rato de oración para que nuestro diálogo con Jesús no sea nunca un clamor vacío, y para que nos conceda tener un único empeño en la vida: cumplir la voluntad santísima de su Hijo en todas las cosas. «Señor, no me sueltes, no me dejes, ayúdame como a una criatura inexperta, ¡llévame siempre de tu mano!».

1 Mt 7, 21-27. — 2 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 358. — 3 Cfr. Hech 13, 22. — 4 1 Jn 2, 17. — 5 Cfr. Jn 4, 34. — 6 Santa Teresa de Lisieux, Manuscritos autobiográficos, en Obras completas, Monte Carmelo, 5ª ed., Burgos 1980. — 7 San Hilario de Poitiers, en Catena Aurea, vol. I, p. 449. — 8 Santa Teresa de Jesús, Fundaciones, 5, 5. — 9 San Josemaría Escrivá, o. c., n. 422. — 10 Cfr. ídem, Camino, n. 772. — 11 ídem, Forja, n. 42 y n. 529 — 12 Cfr. Lc 16-20. — 13 Cfr. V. Lehodey, El santo abandono, Casals, 4ª ed., Barcelona 1951, p. 657. — 14 J. Tissot, La vida interior, Herder, 16ª ed., Barcelona 1964, p. 261. — 15 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 654.
† Nota: Ediciones Palabra (poseedora de los derechos de autor) sólo nos ha autorizado a difundir la meditación diaria a usuarios concretos para su uso personal, y no desea su distribución por fotocopias u otras formas de distribución.

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

YouTube - Hồng y Px Nguyễn Văn Thuận 5-5

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La epopeya de un vietnamita

Un gigante de la fe, un héroe de la libertad, un ejemplo de fidelidad, el cardenal Francois Xavier Nguyen Van Thuan testimonia la estatura de quien sigue el Evangelio hasta las últimas consecuencias.

por Miguel Zanzucchi

Dispuesto a martirio por la fe Lo recuerdo en Lourdes, inclinado ante la gruta de Bernardette, una figura frágil que, sin embargo, trasmitía fortaleza. Absorto en oración, como si en torno a él no hubiera nada ni nadie: jóvenes, cirios, cantos marianos. Después se presentó, invitó a sus interlocutores a sentarse en un banco y, durante un par de horas, fue repasando las peripecias que le tocó vivir. Una aventura sorprendente. Estábamos en 1991, y hacía poco que lo habían dejado en libertad.
Una familia de mártires
Francois Xavier Nguyen Van Thuan nació el 17 de abril de 1928, en Hué, una pequeña ciudad en la región central de Vietnam. Provenía de una familia de mártires: en 1885 todos los habitantes de la aldea de su madre habían sido quemados vivos en la parroquia. Sólo su abuelo se había salvado. A su vez, los antepasados paternos habían sido víctimas de numerosas persecuciones entre 1698 y 1885.

Los Van Thuan vivían en un ambiente de fe inconmovible. Su abuela, por ejemplo, todas las noches, después de las oraciones de la familia, decía un rosario por los sacerdotes. Su madre, Elizabeth, lo había educado cristianamente desde que tiene memoria. Cada noche le narraba las historias de la Biblia y el testimonio de los mártires. El día que su hijo fue arrestado siguió rezando para que permaneciera fiel a la Iglesia, perdonando a los verdugos.

Consagración a Dios Van Thuan fue ordenado sacerdote el 11 de junio de 1953. Luego de los estudios en Roma volvió a Vietnam como profesor y luego rector del seminario, vicario general y, finalmente, desde el 3 de abril de 1967, obispo de Nha Trang. Muy activo, fue también muy amado: en apenas ocho años los seminaristas mayores pasaron de 42 a 147, y los menores de 200 a 500. La médula de su acción era la enseñanza del Vaticano II, tanto que eligió como lema episcopal “Gaudium et spes”, el testimonio cristiano en el mundo contemporáneo. De allí que se dedicara con todas sus fuerzas a reforzar la presencia de los laicos y los jóvenes en la Iglesia.

El 24 de abril de 1975, pocos días antes de que el régimen comunista se hiciera del poder, Pablo VI lo nombró arzobispo coadjutor de Saigón (Hochiminh Ville). Pocas semanas después era arrestado y luego encarcelado. Una larguísima noche que duró trece años, sin juicio ni sentencia, nueve de los cuales los pasó incomunicado. Salió el 21 de noviembre de 1988.

Con el Evangelio y sin libertad El complot
Apenas el régimen comunista llegó a Saigón se lo acusó de que su nombramiento formaba parte de un “complot entre el Vaticano y los imperialistas”. Después de tres meses de escaramuzas y tensiones fue convocado al palacio presidencial, de donde salió con las manos esposadas. Eran las dos de la tarde del 15 de agosto de 1975: vestía la sotana y tenía un rosario en el bolsillo.

A pesar de la situación de extrema precariedad en que se encontró, no se dejó vencer por la resignación ni el desaliento. Es más, trató de vivir la prisión “colmándola de amor” como contaría más tarde. Fue así como, en octubre de 1975, comenzó a redactar una serie de mensajes para la comunidad cristiana, gracias a un católico muy joven, niño de 7 años, Quang, que a su pedido le llevaba a escondidas recortes de papel. El obispo se los devolvía escritos y en casa los hermanos y hermanas se encargaban de copiar y distribuir. De estos breves mensajes nació un libro, “El camino de la esperanza”.

Algo semejante ocurrió en 1980, cuando vivió en reclusión domiciliaria en la residencia obligatoria en Giangxá: siempre de noche, y en secreto, escribió “La esperanza no defrauda”, y luego un tercer libro: “Los peregrinos del camino de la esperanza”. Más adelante le tocó vivir momentos dramáticos, como un viaje en barco con 1.500 prisioneros famélicos y desesperados.

Por el testimonio eficaz en toda situación De allí en más quedaría incomunicado y vigilado día y noche por dos guardias. Juntando cualquier trozo de papel que llegara a sus manos se creó una minúscula Biblia personal, en la que transcribió más de 300 frases del Evangelio que recordaba de memoria. Fue su tesoro más preciado. Pero el momento central de su jornada era la celebración de la eucaristía con: tres gotas de vino y una de agua en la palma de la mano...

Antes de ese período de aislamiento, por más que bajo arresto, había logrado crear pequeñas comunidades cristianas que se encontraban para orar y celebrar la eucaristía y, cuando era posible, organizar noches de adoración ante el Santísimo, guardado en el papel de los atados de cigarrillos.

Sus guardias y la cruz
Su insólita actitud de respeto y atención ante los guardias encargados de controlarlo creó con ellos una relación tal que llegaron a pedirle lecciones de idiomas extranjeros. Cuando más tarde, en la cárcel de Vinh Quang, quiso recortar una madera en forma de cruz, el guardia se asumió el grave riesgo de concedérselo. En otra cárcel, siempre por su actitud de amor, obtuvo que le permitieran hacerse una cadenita para el crucifijo con trozos de cable, y ponérsela al cuello bajo la ropa. Esa cruz fue la que siguió llevando una vez nombrado cardenal.

Libertad y de nuevo Roma La libertad llegó de improviso. Cuando el ministro del Interior le preguntó si quería expresar algún deseo, contestó: “Ya he estado preso el tiempo suficiente, bajo tres pontífices, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, y bajo cuatro secretarios generales del partido comunista soviético, Breznev, Andropov, Chernenko y Gorbachov. Déjenme libre ya mismo”.

La libertad
Llegaron entonces los años de libertad en Occidente, pero exiliado de su país. En el Vaticano se advirtió enseguida su presencia, tan discreta como evidente. En 1992 era nombrado miembro de la Comisión católica internacional para las migraciones. En 1992 se lo designaba vicepresidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz, del cual fue presidente a partir de 1998. Cardenal en el Consistorio del 21 de febrero de 2001, fue miembro de otras congregaciones y consejos.

Ejercicios espirituales a Juan Pablo II En el 2000 llega un momento conmovedor, llamado a predicar los ejercicios espirituales de cuaresma a Juan Pablo II y la curia romana, el Papa, que lo había invitado a dar su testimonio, al concluir comentó: “El mismo ha sido testigo de la cruz en los largos años de cárcel en Vietnam, nos ha contado frecuentemente hechos y episodios de su sufrido encarcelamiento. Nos ha confirmado en la certeza de que, cuando todo se derrumba a nuestro alrededor, y quizás también dentro de nosotros, Cristo sigue siendo indefectiblemente nuestro sostén”.

En estos mismos ejercicios se destacó con fuerza su visión eclesial, fuertemente vinculada a la idea de iglesia-comunión. “Lamentablemente no pocas veces falta la plena comunión en la iglesia –decía–. Esto es, en cierto sentido, peor que la persecución nazi o comunista, ya que se trata de un ataque a la iglesia que no viene de afuera, sino de adentro. Cuando falta la comunión en el seno de la Iglesia se difunden células cancerosas”.

Van Thuan tenía una particular sensibilidad ante los problemas sociales, económicos y de la justicia. Al respecto se recuerda su reciente diálogo, muy animado, con Bill Gates.

El verdadero amor

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Un amor con obras - EL DOMINGO | Grupos de Google

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Vida espiritual

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El camino de la esperanza : testificar con alegría el ser cristiano - Nguyên Van Thuân, François Xavier

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sábado, 5 de marzo de 2011

Mons. Francisco Pérez González

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LUNES SANTO: "En tu cuenco" - Radio Palabra

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Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

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TV en directo « Apostolado Mundial de Fátima en España

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jueves, 3 de marzo de 2011

8ª semana. Jueves

LA FE DE BARTIMEO

— La oración de Bartimeo supera todos los obstáculos. Dificultades de quienes pretenden acercarse más a Cristo, que pasa cerca de sus vidas.

— Fe y desprendimiento para seguir al Señor. Nuestra oración también ha de ser personal, directa, sin anonimato, como la de Bartimeo.

— Seguir a Cristo en el camino, también en los momentos de oscuridad. Confesión externa de la fe.

I. Relata San Marcos en el Evangelio de la Misa de hoy1 que Jesús, al salir de Jericó en su camino hacia Jerusalén, pasó cerca de un ciego, Bartimeo, el hijo de Timeo, que estaba sentado junto al camino pidiendo limosna.

Bartimeo «es un hombre que vive a oscuras, un hombre que vive en la noche. Él no puede, como otros enfermos, llegar hasta Jesús para ser curado. Y ha oído noticias de que hay un profeta de Nazaret que devuelve la vista a los ciegos»2. También nosotros, comenta San Agustín, «tenemos cerrados los ojos del corazón y pasa Jesús para que clamemos»3.

El ciego, al sentir el tropel de gente, preguntó qué era aquello; «seguramente, tiene costumbre de distinguir los ruidos: los ruidos de las gentes que van a las faenas del campo, los ruidos de las caravanas que viajan hasta tierras lejanas. Pero un día (...) se enteró de que era Jesús de Nazaret el que pasaba. Bartimeo oyó ruidos a una hora quizá desacostumbrada y preguntó –porque no eran los ruidos con los que tenía una cierta familiaridad, eran los ruidos de una muchedumbre diferente–: “¿Qué pasa?”»4. Y le dicen: Es Jesús de Nazaret.

Al oír este nombre se llenó de fe su corazón. Jesús era la gran oportunidad de su vida. Y comenzó a gritar con todas sus fuerzas: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! En su alma, la fe se hace oración. «Como a ti, cuando has sospechado que Jesús pasaba a tu vera. Se aceleró el latir de tu pecho y comenzaste también a clamar, removido por una íntima inquietud»5.

Las dificultades comienzan muy pronto para aquel hombre que busca en su oscuridad a Cristo, que pasa cerca de su vida. Quienes le rodeaban le reprendían para que callase. San Agustín comenta esta frase del Evangelio haciendo notar que cuando un alma se decide a clamar al Señor, o a seguirle, con frecuencia encuentra obstáculos en las personas que le rodean. Le reprendían para que callase: «Cuando haya comenzado a realizar estas cosas, mis parientes, vecinos y amigos comenzarán a bullir. Los que aman el sigilo se me ponen enfrente. ¿Te has vuelto loco? ¡Qué extremoso eres! ¿Por ventura los demás no son cristianos? Esto es una tontería, es una locura. Y cosas tales clama la turba para que no clamemos los ciegos»6. «Y amigos, costumbres, comodidad, ambiente, todos te aconsejaron: ¡cállate, no des voces! ¿Por qué has de llamar a Jesús? ¡No le molestes!»7.

Bartimeo no les hace el menor caso. Jesús es su gran esperanza, y no sabe si volverá a pasar de nuevo cerca de su vida. Y, en vez de callar, clama más fuerte: Hijo de David, ten compasión de mí. «¿Por qué has de obedecer los reproches de la turba y no caminar sobre las huellas de Jesús que pasa? Os insultarán, os morderán, os echarán atrás, pero tú clama hasta que lleguen tus clamores a los oídos de Jesús, pues quien fuere constante en lo que el Señor mandó, sin atender los pareceres de las turbas y sin hacer gran caso de los que siguen aparentemente a Cristo, antes prefiere la vista que Cristo ha de darle al estrépito de los que vocean, no habrá poder que le retenga, y Jesús se detendrá y le sanará»8.

Y, efectivamente, «cuando insistimos fervorosamente en nuestra oración, detenemos a Jesús que va de paso»9. La oración del ciego es escuchada. Ha logrado su propósito, a pesar de las dificultades externas, de la presión del ambiente que le rodea y de su propia ceguera, que le impedía saber con exactitud dónde se encontraba Jesús, que permanecía en silencio, sin atender, aparentemente, su petición.

«¿No te entran ganas de gritar a ti, que estás también parado a la vera del camino, de ese camino de la vida, que es tan corta; a ti, que te faltan luces; a ti, que necesitas más gracias para decidirte a buscar la santidad? ¿No sientes la urgencia de clamar: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí? ¡Qué hermosa jaculatoria, para que la repitas con frecuencia!»10.

II. «El Señor, que le oyó desde el principio, le dejó perseverar en su oración. Lo mismo que a ti. Jesús percibe la primera invocación de nuestra alma, pero espera. Quiere que nos convenzamos de que le necesitamos; quiere que le roguemos, que seamos tozudos, como aquel ciego que estaba junto al camino que salía de Jericó»11.

La comitiva se detiene y Jesús manda llamar a Bartimeo: ¡Ánimo!, levántate, te llama. Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. «¡Tirando su capa! No sé si tú habrás estado en la guerra. Hace ya muchos años, yo pude pisar alguna vez el campo de batalla, después de algunas horas de haber acabado la pelea; y allí había, abandonados por el suelo, mantas, cantimploras y macutos llenos de recuerdos de familia: cartas, fotografías de personas amadas... ¡Y no eran de los derrotados; eran de los victoriosos! Aquello, todo aquello les sobraba, para correr más aprisa y saltar el parapeto enemigo. Como a Bartimeo, para correr detrás de Cristo.

»No olvides que, para llegar hasta Cristo, se precisa el sacrificio; tirar todo lo que estorbe: manta, macuto, cantimplora»12.

Está ahora Bartimeo delante de Jesús. La multitud los rodea y contempla la escena. El Señor le pregunta: ¿Qué quieres que te haga? Él, que podía restituir la vista, ¿ignoraba acaso lo que quería el ciego? Jesús desea que le pidamos. Conoce de antemano nuestras necesidades y quiere remediarlas.

«El ciego contestó enseguida: Señor, que vea. No pide al Señor oro, sino vista. Poco le importa todo, fuera de ver, porque aunque un ciego puede tener otras muchas cosas, sin la vista no puede ver lo que tiene.

»Imitemos, pues, al que acabamos de oír»13. Imitémosle en su fe grande, en su oración perseverante, en su fortaleza para no rendirse ante el ambiente adverso en el que se inician sus primeros pasos hacia Cristo. «Ojalá que, dándonos cuenta de nuestra ceguera, sentados junto al camino de las Escrituras y oyendo que Jesús pasa, le hagamos detenerse junto a nosotros con la fuerza de nuestra oración»14, que debe ser como la de Bartimeo: personal, directa, sin anonimato. A Jesús le llamamos por su nombre y le tratamos de modo directo y concreto.

III. La historia de Bartimeo es nuestra propia historia, pues también nosotros estamos ciegos para muchas cosas, y Jesús está pasando junto a nuestra vida. Quizá ha llegado ya el momento de dejar la cuneta del camino y acompañar a Jesús.

Las palabras de Bartimeo: Señor, que vea, nos pueden servir como una jaculatoria sencilla para repetirla muchas veces, y de modo particular cuando nos falten luces en el apostolado, en cuestiones que no sabemos resolver; pero sobre todo en materias relacionadas con la fe y la vocación. «Cuando se está a oscuras, cegada e inquieta el alma, hemos de acudir, como Bartimeo, a la Luz. Repite, grita, insiste con más fuerza. “Domine, ut videam!” —¡Señor, que vea!... Y se hará el día para tus ojos, y podrás gozar con la luminaria que Él te concederá»15. En esos momentos de oscuridad, cuando quizá ya no nos acompaña el entusiasmo sensible de los primeros tiempos en que seguimos al Señor; cuando la oración se hace costosa y la fe parece debilitarse; cuando no vemos con tanta claridad el sentido de una pequeña mortificación y se ocultan los frutos del esfuerzo en el apostolado, precisamente entonces es cuando más necesitamos de la oración. En vez de recortar o abandonar el trato con Dios, por el mayor esfuerzo que nos supone, es el momento de mostrar nuestra lealtad, nuestra fidelidad, redoblando el empeño por agradarle.

Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista. Lo primero que ve Bartimeo en este mundo es el rostro de Cristo. No lo olvidaría jamás. Y le seguía en el camino.

Es lo único que conocemos de Bartimeo: que le seguía por el camino. A través de San Lucas sabemos que le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al presenciarlo, alabó a Dios16. Durante toda su vida recordaría Bartimeo la misericordia de Jesús. Muchos se convertirían a la fe por su testimonio.

Muchas gracias hemos recibido también nosotros. Tan grandes o mayores que la del ciego de Jericó. Y también espera el Señor que nuestra vida y nuestra conducta sirvan a muchos para que encuentren a Jesús presente en nuestro tiempo.

Y le seguía por el camino, glorificando a Dios. Es también un resumen de lo que puede llegar a ser nuestra propia vida si tenemos esa fe viva y operativa, como Bartimeo.

Con palabras del himno Adoro te devote acabamos nuestra oración:

Iesu, quem velatum nunc aspicio, // oro, fiat illud quod tam sitio; // ut te revelata cernens facie, // visu sim beatus tuae gloriae. Amen.

Jesús, a quien ahora veo escondido, // te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: // que al mirar tu rostro ya no oculto, // sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

1 Mc 10, 46-52. — 2 A. Gª Dorronsoro, Tiempo para creer, Rialp, Madrid 1972, p. 89. — 3 San Agustín, Sermón 88, 9. — 4 A. Gª Dorronsoro, loc. cit. — 5 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 195. — 6 San Agustín. o. c., 13. — 7 San Josemaría Escrivá, loc. cit. — 8 San Agustín, loc. cit. — 9 San Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 2, 5. — 10 San Josemaría Escrivá, loc. cit. — 11 Ibídem. — 12 Ibídem, 196. — 13 San Gregorio Magno, o. c., 2, 7. — 14 Orígenes, Homilías sobre San Mateo, 12, 20. — 15 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 862. — 16 Lc 18, 43.

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sábado, 26 de febrero de 2011

Parroquia Santa Mónica en Rivas Vaciamadrid - Misa Televisada

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7ª semana. Sábado

CON LA SENCILLEZ DE LOS NIÑOS

— Infancia espiritual y sencillez.

— Manifestaciones de piedad y de naturalidad cristiana.

— Para ser sencillos.

I. En diversas ocasiones relata el Evangelio cómo los niños se acercaban a Jesús, quien los acogía, los bendecía y los mostraba como ejemplo a sus discípulos. Hoy nos enseña una vez más la necesidad de hacernos como uno de aquellos pequeños para entrar en su Reino: En verdad os digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y abrazándolos, los bendecía, imponiéndoles las manos1.

En esos niños que Jesús abraza y bendice están representados no solo todos los niños del mundo, sino también todos los hombres, a quienes el Señor indica cómo deben «recibir» el Reino de Dios.

Jesús ilustra de una manera gráfica la doctrina esencial de la filiación divina: Dios es nuestro Padre y nosotros sus hijos; nuestro comportamiento se resume en saber hacer realidad la relación que tiene un buen hijo con un buen padre. Ese espíritu de filiación divina lleva consigo el sentido de dependencia del Padre del Cielo y el abandono confiado en su providencia amorosa, igual que un niño confía en su padre; la humildad de reconocer que por nosotros nada podemos; la sencillez y la sinceridad, que nos mueve a mostrarnos tal como somos2.

Volverse interiormente como niños, siendo personas mayores, puede ser tarea costosa: requiere reciedumbre y fortaleza en la voluntad, y un gran abandono en Dios. «La infancia espiritual no es memez espiritual, ni “blandenguería”: es camino cuerdo y recio que, por su difícil facilidad, el alma ha de comenzar y seguir llevada de la mano de Dios»3. El cristiano decidido a vivir la infancia espiritual practica con más facilidad la caridad, porque «el niño es una criatura que no guarda rencor, ni conoce el fraude, ni se atreve a engañar. El cristiano, como el niño pequeño, no se aíra si es insultado (...), no se venga si es maltratado. Más aún: el Señor le exige que ore por sus enemigos, que deje la túnica y el manto a los que se lo llevan, que presente la otra mejilla a quien le abofetea (cfr. Mt 5, 40)»4. El niño olvida con facilidad y no almacena los agravios. El niño no tiene penas.

La infancia espiritual conserva siempre un amor joven, porque la sencillez impide retener en el corazón las experiencias negativas. «¡Has rejuvenecido! Efectivamente, adviertes que el trato con Dios te ha devuelto en poco tiempo a la época sencilla y feliz de la juventud, incluso a la seguridad y gozo –sin niñadas– de la infancia espiritual... Miras a tu alrededor, y compruebas que a los demás les sucede otro tanto: transcurren los años desde su encuentro con el Señor y, con la madurez, se robustecen una juventud y una alegría indelebles; no están jóvenes: ¡son jóvenes y alegres!

»Esta realidad de la vida interior atrae, confirma y subyuga a las almas. Agradéceselo diariamente “ad Deum qui laetificat iuventutem” —al Dios que llena de alegría tu juventu»5. Verdaderamente, el Señor alegra nuestra juventud perenne en los comienzos y en los años de la madurez o de la edad avanzada. Dios es siempre la mayor alegría de la vida, si vivimos delante de Él como hijos, como hijos pequeños siempre necesitados.

II. La filiación divina engendra devociones sencillas, pequeñas obras de obsequio a Dios Nuestro Padre, porque un alma llena de amor no puede permanecer inactiva6. Es el cristiano, que ha necesitado de toda la fortaleza para hacerse niño, quien puede dar su verdadero sentido a las devociones pequeñas. Cada uno ha de tener «piedad de niños y doctrina de teólogos», solía decir San Josemaría Escrivá. La formación doctrinal sólida ayuda a dar sentido a la mirada que dirigimos hacia una imagen de Nuestra Señora y a convertir esa mirada en un acto de amor, o a besar un crucifijo, y a no permanecer indiferente ante una escena del Vía Crucis. Es la piedad recia y honda, amor verdadero, que necesita expresarse de alguna forma. Dios nos mira entonces complacido, como el padre mira al hijo pequeño, a quien quiere más que a todos los negocios del mundo.

La fe sencilla y profunda lleva a manifestaciones concretas de piedad, colectivas o personales, que tienen una razón de ser humana y divina. A veces, son costumbres piadosas del pueblo cristiano que nos han transmitido nuestros mayores en la intimidad del hogar y en el seno de la Iglesia. Junto al deseo de mejorar más y más la personal formación doctrinal –la más profunda que podamos adquirir en nuestras circunstancias personales–, hemos de vivir con amor esos detalles sencillos de piedad que nos hemos inventado nosotros o que han servido, durante muchas generaciones, para amar a Dios a tantas gentes diversas, que agradaron a Dios porque se hicieron como niños. Así, desde los orígenes de la Iglesia ha sido costumbre adornar con flores los altares y las imágenes santas, besar el crucifijo o el rosario, tomar agua bendita y santiguarse...

En algunos lugares, al no apreciarlas como manifestaciones de amor, algunos rechazan estas piadosas y sencillas costumbres del pueblo cristiano, que consideran equivocadamente propias de un «cristiano infantil». Han olvidado estas palabras del Señor: quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él; no quieren tener presente que delante de Dios siempre somos como hijos pequeños y necesitados, y que en la vida humana el amor se expresa frecuentemente en detalles de escaso relieve. Estas muestras de afecto, observadas desde fuera, sin amor y sin comprensión, con crítica objetividad, carecerían de sentido. Sin embargo, ¡cuántas veces se habrá conmovido el Señor por la oración de los niños y de los que por amor se hacen como ellos!

Los Hechos de los Apóstoles han dejado constancia de cómo los primeros cristianos alumbraban con abundantes luces las salas donde celebraban la Sagrada Eucaristía7, y gustaban de encender sobre los sepulcros de los mártires lamparillas de aceite hasta que se consumían. San Jerónimo elogia de este modo a un buen sacerdote: «Adornaba las basílicas y capillas de los mártires con variedad de flores, ramaje de árboles y pámpanos de viñas, de suerte que todo lo que agradaba en la iglesia, ya fuera por su orden o por su gracia, era testimonio del trabajo y fervor del presbítero»8. Son pequeñas manifestaciones externas de piedad, apropiadas a la naturaleza humana, que necesita de las cosas sensibles para dirigirse a Dios y expresarle adecuadamente sus necesidades y deseos.

Otras veces la sencillez tendrá manifestaciones de audacia: cuando estamos recogidos en la oración, o cuando caminamos por la calle, podemos decirle al Señor cosas que no nos atreveríamos a decir –por pudor– delante de otras personas, porque pertenecen a la intimidad de nuestro trato. Sin embargo, es necesario que sepamos –y nos atrevamos– decirle a Él que le queremos, pero que nos haga más locos de Amor por Él...; que, si lo desea, estamos dispuestos a clavarnos más en la Cruz...; que le ofrecemos nuestra vida una vez más... Y esa audacia de la vida de infancia debe desembocar en propósitos concretos.

III. La sencillez es una de las principales manifestaciones de la infancia espiritual. Es el resultado de haber quedado inermes ante Dios, como el niño ante su padre, de quien depende y en quien confía. Delante de Dios no cabe el aparentar o el disimular los defectos o los errores que hayamos cometido, y también hemos de ser sencillos al abrir nuestra alma en la dirección espiritual personal, manifestando lo bueno, lo malo y lo dudoso que haya en nuestra vida.

Somos sencillos cuando mantenemos una recta intención en el amor al Señor. Esto nos lleva a buscar siempre y en todo el bien de Dios y de las almas, con voluntad fuerte y decidida. Si se busca a Dios, el alma no se enreda ni se complica inútilmente por dentro; no busca lo extraordinario; hace lo que debe, y procura hacerlo bien, de cara a Él. Habla con claridad: no se expresa con medias verdades, ni anda continuamente con restricciones mentales. No es ingenuo, pero tampoco suspicaz; es prudente, pero no receloso. En definitiva, vive la enseñanza del Maestro: Sed prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas9.

«Por este camino llegarás, amigo mío, a una gran intimidad con el Señor: aprenderás a llamar a Jesús por su nombre y a amar mucho el recogimiento. La disipación, la frivolidad, la superficialidad y la tibieza desaparecerán de tu vida. Serás amigo de Dios: y en tu recogimiento, en tu intimidad, gozarás al considerar aquellas frases de la Escritura: Loquebatur Deus ad Moysem facie ad faciem, sicut solet loqui homo ad amicum suum. Dios hablaba a Moisés cara a cara, como suele hablar un hombre con su amigo»10. Oración que se expresa a lo largo del día en actos de amor y de desagravio, en acciones de gracias, en jaculatorias a la Virgen, a San José, al Ángel Custodio...

Nuestra Señora nos enseña a tratar al Hijo de Dios, su Hijo, dejando a un lado las fórmulas rebuscadas. Nos resulta fácil imaginarla preparando la comida, barriendo la casa, cuidando de la ropa... Y en medio de estas tareas se dirigirá a Jesús con confianza, con delicado respeto, ¡pues bien sabía Ella que era el Hijo del Altísimo!, y con inmenso amor. Le exponía sus necesidades o las de otros (¡No tienen vino!, le dirá en la boda de aquellos amigos o parientes de Caná), le cuidaba, le prestaba los pequeños servicios que se dan en la convivencia diaria, le miraba, pensaba en Él..., y todo eso era perfecta oración.

Nosotros necesitamos manifestar a Dios nuestro amor. Lo expresaremos en muchos momentos a través de la Santa Misa, de las oraciones que la Iglesia nos propone en la liturgia..., o a través de una visita de pocos minutos mientras transcurre el ajetreo diario, o colocando unas flores a los pies de una imagen de María, Madre de Dios y Madre nuestra. Pidámosle hoy que nos dé un corazón sencillo y lleno de amor para tratar a su Hijo, que aprendamos de los niños, que con tanta confianza se dirigen a sus padres y a las personas que quieren.

1 Mc 10, 13-16. — 2 Cfr. Sagrada Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, nota a Mc 10, 13-26. — 3 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 855. — 4 San Máximo de Turín, Homilía 58. — 5 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 79. — 6 Cfr. Santa Teresa de Lisieux, Historia de un alma, X, 41. — 7 Hech 20, 7-8. — 8 San Jerónimo, Epístola 60, 12. — 9 Mt 10, 16. — 10 S. Canals, Ascética Meditada, p. 145.

† Nota: Ediciones Palabra (poseedora de los derechos de autor) sólo nos ha autorizado a difundir la meditación diaria a usuarios concretos para su uso personal, y no desea su distribución por fotocopias u otras formas de distribución.

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Antonio López (1936)

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lunes, 21 de febrero de 2011

tengo sed de Ti – Mensajes de la Reina de la Paz en Medjugorje

tengo sed de Ti – Mensajes de la Reina de la Paz en Medjugorje
Meditación de ayer de Hablar con Dios
Séptimo Domingo
ciclo a

TRATAR BIEN A TODOS

— Debemos vivir la caridad en toda ocasión y circunstancia. Comprensión para quienes están en el error, pero firmeza ante la verdad y el bien.

— Caridad con quienes no nos aprecian, con quienes calumnian y difaman, con quienes se sienten enemigos..., con todos. Oración por ellos.

— La caridad nos lleva a vivir la amistad con un hondo sentido cristiano.

I. Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo... al que quiera entrar en pleito contigo para quitarte la túnica, déjale también la capa; a quien te fuerce a andar una milla, ve con él dos... Son palabras de Jesús en el Evangelio de la Misa1, que nos invitan a vivir la caridad más allá de los criterios de los hombres. Ciertamente, en el trato con los demás no podemos ser ingenuos y hemos de vivir la justicia –también para exigir los propios derechos– y la prudencia, pero no debe parecernos excesiva cualquier renuncia o sacrificio en bien de otros. Así nos asemejamos a Cristo que, con su muerte en la Cruz, nos dio un ejemplo de amor por encima de toda medida humana.

Nada tiene el hombre tan divino –tan de Cristo– como la mansedumbre y la paciencia para hacer el bien2. «Busquemos aquellas virtudes –nos aconseja San Juan Crisóstomo– que, junto con nuestra salvación, aprovechan principalmente al prójimo... En lo terreno, nadie vive para sí mismo; el artesano, el soldado, el labrador, el comerciante, todos sin excepción contribuyen al bien común y al provecho del prójimo. Con mayor razón en lo espiritual, porque este es el vivir verdadero. El que solo vive para sí y desprecia a los demás es un ser inútil, no es hombre, no pertenece a nuestro linaje»3.

Las múltiples llamadas del Señor –y especialmente su mandamiento nuevo4– para vivir en todo momento la caridad han de estimularnos a seguirle de cerca con hechos concretos, buscando la ocasión de ser útiles, de proporcionar alegrías a quienes están a nuestro lado, sabiendo que nunca adelantaremos lo suficiente en esta virtud. En la mayoría de los casos se concretará solo en pequeños detalles, en algo tan simple como una sonrisa, una palabra de aliento, un gesto amable... Todo esto es grande a los ojos de Dios, y nos acerca mucho a Él. Al mismo tiempo, consideramos hoy en nuestra oración todos esos aspectos en los que, si no estamos vigilantes, sería fácil faltar a la caridad: juicios precipitados, crítica negativa, falta de consideración con las personas por ir demasiado ocupados en algún asunto propio, olvidos... No es norma del cristiano el ojo por ojo y diente por diente, sino la de hacer continuamente el bien aunque, en ocasiones, no obtengamos aquí en la tierra ningún provecho humano. Siempre se habrá enriquecido nuestro corazón.

La caridad nos lleva a comprender, a disculpar, a convivir con todos, de modo que «quienes sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política e incluso religiosa deben ser también objeto de nuestro respeto y de nuestro aprecio (...).

«Esta caridad y esta benignidad en modo alguno deben convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. Más aún, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad que salva. Pero es necesario distinguir entre el error, que siempre debe ser rechazado, y el hombre que yerra, el cual conserva la dignidad de la persona incluso cuando está desviado por ideas falsas o insuficientes en materia religiosa»5. «Un discípulo de Cristo jamás tratará mal a persona alguna; al error le llama error, pero al que está equivocado le debe corregir con afecto; si no, no le podrá ayudar, no le podrá santificar»6, y esa es la mayor muestra de amor y de caridad.

II. El precepto de la caridad no se extiende solo a quienes nos quieren y nos tratan bien, sino a todos, sin excepción. Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian.

También, si alguna vez nos sucede, debemos vivir la caridad con quienes nos hacen mal, con los que nos difaman y quitan la honra, con quienes buscan positivamente perjudicarnos. El Señor nos dio ejemplo en la Cruz7, y el mismo camino del Maestro siguieron sus discípulos8. Él nos enseñó a no tener enemigos personales –como han atestiguado con heroísmo los santos de todas las épocas– y a considerar el pecado como el único mal verdadero. La caridad adquirirá diversas manifestaciones que no están reñidas con la prudencia y la defensa justa, con la proclamación de la verdad ante la difamación, y con la firmeza en defensa del bien y de los legítimos intereses propios o del prójimo, y de los derechos de la Iglesia. Pero el cristiano ha de tener siempre un corazón grande para respetar a todos, incluso a los que se manifiestan como enemigos, «no porque son hermanos –señala San Agustín–, sino para que lo sean; para andar siempre con amor fraterno hacia el que ya es hermano y hacia el que se manifiesta como enemigo, para que venga a ser hermano»9.

Esta manera de actuar, que supone una honda vida de oración, nos distingue claramente de los paganos y de quienes de hecho no quieren vivir como discípulos de Cristo. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen también lo mismo los paganos? La fe cristiana pide no solo un comportamiento humano recto, sino virtudes heroicas, que se ponen de manifiesto en el vivir ordinario.

También, con la ayuda de la gracia, viviremos la caridad con quienes no se comportan como hijos de Dios, con los que le ofenden, porque «ningún pecador, en cuanto tal, es digno de amor, pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios»10. Todos siguen siendo hijos de Dios y capaces de convertirse y alcanzar la gloria eterna. La caridad nos impulsará a la oración, a la ejemplaridad, al apostolado, a la corrección fraterna, confiando en que todo hombre es capaz de rectificar sus errores. Si alguna vez son particularmente dolorosas las ofensas, las injurias, las calumnias, pediremos ayuda a Nuestra Señora, a la que, en muchas ocasiones, hemos contemplado al pie de la Cruz, sintiendo muy de cerca aquellas infamias contra su Hijo: y gran parte de aquellas injurias, no lo olvidemos, eran nuestras. Nos dolerán más por la ofensa a Dios que significan, y por el daño que pueden causar a otras personas, y nos moverán a desagraviar al Señor y a reparar en lo que esté en nuestras manos.

III. El corazón del cristiano ha de ser grande. Evidentemente, su caridad debe ser ordenada y, en consecuencia, ha de comenzar a vivirla con los más próximos, con aquellas personas que, por voluntad de Dios, están a su alrededor; sin embargo, nuestro aprecio y afecto nunca puede ser excluyente o limitarse a ámbitos reducidos. No quiere el Señor un apostolado de tan cortos horizontes.

La unión con Dios que procuramos hacer fructificar con su gracia en nuestra conducta nos debe llevar a tener presente la dimensión entrañablemente humana del apostolado. La actitud del cristiano, su convivencia con todos, debe parecerse a un generoso caudal de cariño sobrenatural y cordialidad humana, procurando superar la tendencia al egoísmo, a quedarse en sus cosas.

En nuestra oración personal pedimos al Señor que nos ensanche el corazón; que nos ayude a ofrecer sinceramente a más personas nuestra amistad; que nos impulse a hacer apostolado con cada uno, aunque no seamos correspondidos, aunque sea necesario a menudo enterrar nuestro propio yo, ceder en el propio punto de vista o en un gusto personal. La amistad leal incluye un esfuerzo positivo –que mantendremos en el trato asiduo con Jesucristo– «por comprender las convicciones de nuestros amigos, aunque no lleguemos a compartirlas, ni a aceptarlas»11 porque no puedan conciliarse con nuestras convicciones de cristianos.

El Señor no deja de perdonar nuestras ofensas siempre que volvemos a Él movidos por su gracia; tiene paciencia infinita con nuestras mezquindades y errores; por eso, nos pide –así nos lo ha enseñado en el Padrenuestro de modo expreso– que tengamos paciencia ante situaciones y circunstancias que dificultan acercarse a Dios a personas, conocidos o amigos, que encontramos a nuestro paso. La falta de formación y la ignorancia de la doctrina, los defectos patentes, incluso una aparente indiferencia, no han de apartarnos de esas personas, sino que han de ser para nosotros llamadas positivas, apremiantes, luces que señalan una mayor necesidad de ayuda espiritual en quienes los padecen: han de ser estímulo para intensificar nuestro interés por ellos, por cada uno. Nunca motivo para alejarnos.

Formulemos un propósito concreto que nos acerque a los parientes, amigos y conocidos que más lo necesitan, y pidamos gracias a la Santísima Virgen para llevarlo a cabo.

1 Mt 5, 38-48. — 2 Cfr. San Gregorio Nacianceno, Oración 17, 9. — 3 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 77, 6. — 4 Cfr. Jn 13, 34-35; 15, 12. — 5 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 28. — 6 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 9. — 7 Cfr. Lc 23, 34. — 8 Cfr. Hech 7, 60. — 9 San Agustín, Comentario a la 1ª Epístola de San Juan, 4, 10, 7. — 10 ídem, Sobre la doctrina cristiana, 1, 27. — 11 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 746.

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

#1024842

#1024842
El sacerdote jesuita José Luis Caravias ofrece una reflexión sobre homosexualidad, sociedad e Iglesia
Infocatolicos Noviembre 11, 2010 Noticias
Homosexuales en búsqueda de Dios

En el Centro de Espiritualidad donde trabajo cada vez me vienen más personas “heridas”. Y entre ellas sobresalen los problemas de pareja y los de identidad sexual.

Que los homosexuales salgan de sus armarios y busquen ayuda espiritual acá es un fenómeno nuevo. Tengo varios casos que, saturados de desprecios, vienen angustiosamente buscando reconciliarse con Dios y consigo mismos.

Cuando encuentran ambiente de confianza, derraman con fruición sus sufrimientos. Cómo les atruenan terribles rayos que les queman toda esperanza. Personas “religiosas” son las que más les clavan el tridente chamuscante de la condena, dejándolos hundidos en viscosos complejos. Los hacen sentirse despreciados por Dios, sin remedio arrojados de la comunión eclesial.

Las marginaciones de la sociedad civil y laboral tampoco se quedan atrás. No son aceptados en cantidad de trabajos, ni en muchos ambientes sociales. Hasta en muchos casos la propia familia los machaca.

Y lo peor de todo es que ni ellos mismos saben lo que tendrían que hacer. A muchos, no les gustaría ser así. Pero lo son. Y algunos por más que realizan esfuerzos por corregirse, no lo consiguen… Me consta.

La luz de Jesús

Se trata de personas humanas despreciadas y marginadas en grado extremo. Y cuando se acercan pidiendo comprensión y ayuda siento derretirse dentro de mí la ternura de Jesús hacia los despreciados y marginados.

Los que se acercan afirman que necesitan de Dios, que quieren reconciliarse en serio con él y experimentar su comprensión y su ayuda. Esa actitud enternecía a Jesús durante su vida mortal. Y siento que de nuevo se enternece en mí. Por eso me esfuerzo en recibirlos con una comprensión parecida a la de Jesús.

La pesada carga de sentirse condenados sin remedio por la sociedad y por Dios se parece a la que sentían muchos enfermos en tiempo de Jesús. La actitud del Nazareno fue claramente de solidaridad extrema a contracorriente. El viene a ayudar a todo sufriente, no importa lo pecador que sea, sobre todo si se acerca a pedirle ayuda, más aun si son torturados en nombre de Dios.

Recordando la comparación de Jesús sobre prostitutas y fariseos, me atrevo a preguntarme si no será verdad también ahora que hay homosexuales más cerca de Dios que algunos clérigos. Dios lo sabe, y me da miedo, pero no puedo dejar de pensar en la atrevida comparación de Jesús.

La condena de San Pablo se refiere a las orgías que realizaba la gente poderosa del imperio romano. Ellos abusaban sexualmente de los esclavos y sus hijos como algo normal, admitido por aquella sociedad corrupta. La homosexualidad no estaba mal vista dentro de la aristocracia, siempre que el señor fuese la parte activa del encuentro, ya que de lo contrario se producía un grandísimo escándalo.

Pablo condena severamente estas prácticas degradantes. Su condena está envuelta en un fuerte contexto social. Y se refiere de forma especial a la pedofilia, muy frecuente entre la gente acomodada. Hay testimonios claros en los historiadores de la época.

San Pablo no habla de la homosexualidad tal como la entendemos hoy. No existía ni la palabra siquiera. Lo que él exige tajantemente es que ningún cristiano siga las prácticas corrientes entonces de abuso sexual a jóvenes y niños, ni las degradantes orgías sexuales de la época.

En Jesús no encontramos condenas explícitas, seguramente porque las prácticas homosexuales no eran comunes en ambientes populares. Pero el silencio ante Herodes cuando su juicio, seguramente fue una condena a sus hipócritas orgías…

No es justo realizar trasplantes culturales de aquella época a la actual, realizando una lectura fundamentalista de la Biblia. Sigue en pie la condena a todo abuso sexual. Pero hoy los problemas de homosexualidad en parte son distintos.

En ningún caso podemos apoyarnos en Jesús para despreciar a nadie. Menos aun en problemas arraigados desde la infancia. Nadie puede ser juzgado por sus tendencias, sino cuando las usa para hacerse daño a sí mismo o a los demás. El ser homosexual no puede ser considerado como pecado. Lo importante para ellos, y para todos, es cómo usamos nuestra sexualidad…

Hasta no hace mucho la homosexualidad era considerada en todos los casos como viciosa y culpable. Pero hoy la medicina moderna nos muestra que hay casos de homosexuales genéticos, o sea, desde el vientre de su madre; y la sicología nos enseña también que si un bebé alrededor de los seis primeros meses de vida no experimentó la cercanía cariñosa de un varón, tiene posibilidades de no desarrollar adecuadamente su identidad sexual. Y en estos dos casos la tendencia es irreversible y, por supuesto, sin culpabilidad por parte de ellos.

La mayoría, en cambio, de los homosexuales desarrollaron sus tendencias a partir de la preadolescencia a causa de diversos tipos de experiencias sexuales negativas. Y estos casos sí son reversibles por medio de un largo proceso de acompañamiento profesional…

Acompañamiento pastoral

Es delicado el acompañamiento espiritual a homosexuales, pues hay muy diversos tipos de ellos. Yo no soy sicólogo profesional, pero estoy muy en contacto con ellos. Y aconsejo que se hagan atender por ellos.

Acá me limito a contar algo de mis experiencias de acompañamiento espiritual, ya que la fe en Dios es un factor importante en muchos de ellos. Hablo sólo de personas que han venido a mí con ansias de reconciliarse consigo mismos y encontrar al Dios escondido en sus vidas. No teorizo ni me refiero a otros muchos casos posibles.

Lo primero que hago es escucharles con atención y respeto. Que se desahoguen con confianza, cosa que les es muy difícil realizar porque están magullados de tantos golpes recibidos. Este bálsamo inicial es imprescindible para poder iniciar un proceso de aceptación y si es posible de curación de sus dolorosas heridas.

No se pueden dar reglas generales. No se les puede tratar a todos por igual. Ni cualquier persona de buena voluntad está capacitada para ayudarles. Aunque todos les pueden escuchar con respeto. Pero es necesario prepararse para ser capaces de diagnosticar cada caso. Y para ello es muy importante la ayuda de especialistas…

Pienso que la mayoría de los que se acercan buscando ayuda espiritual son casos genéticos o cuajados en sus primeros meses de vida. Es cruel e inútil insistirles en que cambien esas sus tendencias que ya están cuajadas.

Una vez que se han desahogado y tomado confianza, lo primero es ayudarles a que acepten su forma de ser y de sentir. Que Dios los respeta y los quiere tal como son. Y que está dispuesto a ayudarles siempre que lo acepten…

Más difícil es la atención a los que han desarrollado tendencias homosexuales a partir de experiencias negativas en su preadolescencia, como las víctimas de los pedófilos, por ejemplo. Tengo poca experiencia en este tema. Pero los seguidores de Jesús estamos obligados a buscar humildemente cómo ayudarles…

Muchas personas preguntan por qué en la actualidad hay tantos homosexuales. Quizás hoy se manifiestan con más libertad. Pero creo que la gestación y primera crianza de niños sin la cercanía cariñosa de un papá favorece la no madurez afectiva-sexual de esas pequeñas víctimas. Se me ponen los pelos de punta cuando en un aula pregunto quiénes no viven en casa con papá y mamá juntos, y muchos de la clase levantan la mano…

El “queremos papá y mamá” no se debe limitar a impedir la posible adopción de bebés por parte de parejas homosexuales. Mucho más abundantes y dolorosos son los gritos de los hijos de padres abusivos o separados…

Una sana educación de la sexualidad se apoya en el cariño complementario de papá y mamá, biológicos o al menos afectivos. En el caso de madres solteras o separadas el rol del padre lo realizan a veces muy bien los abuelos o algunos otros familiares.

Las autoridades religiosas del tiempo de Jesús lo persiguieron a muerte por haber ofrecido la misericordia de Dios a los ilegales: prostitutas, lisiados, “endemoniados”, leprosos…

Jesús, en cuanto excluido y condenado, tenía la capacidad de comprender y ayudar a los otros excluidos. ¿Qué nos pide hoy el Espíritu de Jesús frente a estos excluidos de nuestra sociedad? Esta pregunta muerde duro nuestras conciencias… No podemos juzgar a ninguno; menos, condenarlo.

Pienso que hoy Jesús nos repite con frecuencia a la gente religiosa que el que esté sin pecado que tire la primera piedra… Pero pide aun más: Al “doctor de la Ley” le dice ante el ejemplo del samaritano solidario: “Ve y haz tú lo mismo…” Hay que hacerse prójimo del malherido, acercarse a él, dedicarle tiempo y plata… En nuestro caso, con mucha humildad, pues las Iglesias hemos pasado de largo y condenado a muchos malheridos tirados por los caminos… Tenemos mucho de que pedir perdón, y mucho aun que aprender.

(Publicado en la Revista Acción, Octubre 2010)
…………………………………………………………………………………………………………………………………………
Sobre el autor:

José Luis Caravias, sacerdote jesuita, fue parte de la experiencia de las Ligas Agrarias Cristianas, movimiento en el cual estaban organizados campesinos y campesinas para hacer frente a los embates de la pobreza y de la dictadura estronista.

Actualmente dicta charlas relacionadas al matrimonio, noviazgo entre otros, en el Centro de Espiritualidad “Santos Mártires” en Limpio.

También conduce un programa en Radio Fe y Alegría.
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domingo, 20 de febrero de 2011

4.AMOR.

Sólo la fuerza del amor es capaz de tranformar el mundo. Esta es una verdad en la que los cristianos creemos firmemente; pero, por alguna extraña razón, nos cuesta ponerla en práctica.

El día que seamos capaces de convertirnos sinceramente al Dios amor, daremos testimonio ante todos los hombres de que ni las armas de los militares, ni la violencia de los fuertes, ni el comadreo de los políticos, ni el dinero de los opulentos, van a dar respuesta a sus interrogantes e inquietudes.

Es cierto que del amor hablamos todos: todos estamos de acuerdo en señalar su conveniencia y su necesidad; todos lo alabamos, lo imploramos, lo pedimos y, al menos de boca, lo ofrecemos. Pero lo que nuestro mundo necesita es que lo practiquemos, que lo vivamos.

Dios es amor y nos llama al amor; si queremos ser discípulos suyos no tenemos otra alternativa: amar a Dios y amar al prójimo.

DABAR 1987/16

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El amor cristiano es desbordante y no puede medirse por el rasero de la estricta justicia. En este texto Jesús no pretende dar normas concretas, sino poner ejemplos concretos para que se entienda esta gran verdad universal: el amor cristiano, si es verdadero, será siempre sorprendente y difícilmente encasillable.

La sabiduría del Evangelio hace descubrir al cristiano que hasta quien le persigue es hermano suyo. Dios acepta nuestra Eucaristía si es signo de nuestro amor a todos. Solamente así seremos la comunidad de los hijos de Dios, que no se venga, y perdona porque es santo.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 5,38-48.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

-Sabéis que está mandado: «Ojo por ojo, diente por diente.» Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.

Habéis oído que se dijo:

-Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo:

Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos.

Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

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domingo, 13 de febrero de 2011

"No he venido a abolir la Ley y los profetas, sino a darle plenitud"

Vivimos un momento histórico de vacío de valores. El sociólogo francés Giles Lipovestky le llama la “era del vacío”. Pero no solo es vacío lo que existe sino también “desorden establecido a nivel planetario”, solidario con la injusticia y la muerte, que ha dejado en la cuneta de la vida a millones de personas y amenaza con dejar aún más víctimas.

Pero tanto los seguidores de Jesús, como toda persona creyente o no creyente que vive en este mundo, tiene una referencia de valores en las palabras y obras de Jesús de Nazaret para llenar ese vacío y tratar de poner fin a ese desorden. Los cristianos tenemos que tener coraje para presentar en nuestra sociedad los valores de Jesús en toda su riqueza. Y con otros colectivos creyentes o no creyentes ir poniendo los cimientos y los pilares de un mundo nuevo.

La lectura continuada en estos primeros domingos del año del Evangelio de San Mateo (Caps. 5,6 y 7: el “sermón de la montaña”) es una ocasión de oro para que la comunidad pueda profundizar en los valores de Jesús, vivirlos personal y comunitariamente y compartirlos en su entorno para ayudar a construir lo que el Obispo Casaldáliga ha definido como la “altermundialidad”, esa nueva sociedad u otro mundo posible donde resplandezcan la libertad, la igualdad, la apertura al otro, el amor solidario y la austeridad solidaria. Esa nueva sociedad en la que se realicen plenamente los Derechos Humanos.

Fr. Manuel Sordo O.P.
Casa del Stmo. Cristo de la Victoria (Vigo)

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