domingo, 20 de septiembre de 2009

«Haced el bien y prestad sin esperar nada»



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Día litúrgico: 21 de Septiembre: San Mateo, apóstol y evangelista


Texto del Evangelio (Mt 9,9-13): En aquel tiempo, cuando Jesús se iba de allí, al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?». Mas Él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».


Comentario: Rev. D. René PARADA Menéndez (San Salvador, El salvador)


No he venido a llamar a justos, sino a pecadores



Hoy celebramos la fiesta del apóstol y evangelista san Mateo. Él mismo nos cuenta en su Evangelio su conversión. Estaba sentado en el lugar donde recaudaban los impuestos y Jesús le invitó a seguirlo. Mateo —dice el Evangelio— «se levantó y le siguió» (Mt 9,9). Con Mateo llega al grupo de los Doce un hombre totalmente diferente de los otros apóstoles, tanto por su formación como por su posición social y riqueza. Su padre le había hecho estudiar economía para poder fijar el precio del trigo y del vino, de los peces que le traerían Pedro y Andrés y los hijos de Zebedeo y el de las perlas preciosas de que habla el Evangelio.

Su oficio, el de recaudador de impuestos, estaba mal visto. Quienes lo ejercían eran considerados publicanos y pecadores. Estaba al servicio del rey Herodes, señor de Galilea, un rey odiado por su pueblo y que el Nuevo Testamento nos lo presenta como un adúltero, el asesino de Juan Bautista y el que escarneció a Jesús el Viernes Santo. ¿Qué pensaría Mateo cuando iba a rendir cuentas al rey Herodes? La conversión de Mateo debía suponer una verdadera liberación, como lo demuestra el banquete al que invitó a los publicanos y pecadores. Fue su manera de demostrar el agradecimiento al Maestro por haber podido salir de una situación miserable y encontrar la verdadera felicidad. San Beda el Venerable, comentando la conversión de Mateo, escribe: «La conversión de un cobrador de impuestos da ejemplo de penitencia y de indulgencia a otros cobradores de impuestos y pecadores (...). En el primer instante de su conversión, atrae hacia Él, que es tanto como decir hacia la salvación, a todo un grupo de pecadores».

En su conversión se hace presente la misericordia de Dios como lo manifiestan las palabras de Jesús ante la crítica de los fariseos: «Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mt 9,13).


 


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Día litúrgico: Domingo XXV (B) del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mc 9,30-37): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos pasaban por Galilea, pero Él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará». Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle.

Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».


Comentario: Hno. Lluís SERRA i Llançana (Roma, Italia)


El Hijo del hombre será entregado (...); le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará



Hoy, nos cuenta el Evangelio que Jesús marchaba con sus discípulos, sorteando poblaciones, por una gran llanura. Para conocerse, nada mejor que caminar y viajar en compañía. Surge entonces con facilidad la confidencia. Y la confidencia es confianza. Y la confianza es comunicar amor. El amor deslumbra y asombra al descubrirnos el misterio que se alberga en lo más íntimo del corazón humano. Con emoción, el Maestro habla a sus discípulos del misterio que roe su interior. Unas veces es ilusión; otras, al pensarlo, siente miedo; la mayoría de las veces sabe que no le entenderán. Pero ellos son sus amigos, todo lo que recibió del Padre debe comunicárselo y hasta ahora así ha venido haciéndolo. No le entienden pero sintonizan con la emoción con que les habla, que es aprecio, prueba de que ellos cuentan con Él, aunque sean tan poca cosa, para lograr que sus proyectos tengan éxito. Será entregado, lo matarán, pero resucitará a los tres días (cf. Mc 9,31) .

Muerte y resurrección. Para unos serán conceptos enigmáticos; para otros, axiomas inaceptables. Él ha venido a revelarlo, a gritar que ha llegado la suerte gozosa para el género humano, aunque para que así sea le tocará a Él, el amigo, el hermano mayor, el Hijo del Padre, pasar por crueles sufrimientos. Pero, ¡oh triste paradoja!: mientras vive esta tragedia interior, ellos discuten sobre quien subirá más alto en el podio de los campeones, cuando llegue el final de la carrera hacia su Reino. ¿Obramos nosotros de manera diferente? Quien esté libre de ambición, que tire la primera piedra.

Jesús proclama nuevos valores. Lo importante no es triunfar, sino servir; así lo demostrará el día culminante de su quehacer evangelizador lavándoles los pies. La grandeza no está en la erudición del sabio, sino en la ingenuidad del niño. «Aun cuando supieras de memoria la Biblia entera y las sentencias de todos los filósofos, ¿de qué te serviría todo eso sin caridad y gracia de Dios?» (Tomás de Kempis). Saludando al sabio satisfacemos nuestra vanidad, abrazando al pequeñuelo estrujamos a Dios y de Él nos contagiamos, divinizándonos.  


Día litúrgico: Sábado XXIV del tiempo ordinario


 


Texto del Evangelio (Lc 8,4-15): En aquel tiempo, habiéndose congregado mucha gente, y viniendo a Él de todas las ciudades, dijo en parábola: «Salió un sembrador a sembrar su simiente; y al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino, fue pisada, y las aves del cielo se la comieron; otra cayó sobre piedra, y después de brotar, se secó, por no tener humedad; otra cayó en medio de abrojos, y creciendo con ella los abrojos, la ahogaron. Y otra cayó en tierra buena, y creciendo dio fruto centuplicado». Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga».

Le preguntaban sus discípulos qué significaba esta parábola, y Él dijo: «A vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás sólo en parábolas, para que viendo, no vean y, oyendo, no entiendan.

»La parábola quiere decir esto: La simiente es la Palabra de Dios. Los de a lo largo del camino, son los que han oído; después viene el diablo y se lleva de su corazón la Palabra, no sea que crean y se salven. Los de sobre piedra son los que, al oír la Palabra, la reciben con alegría; pero éstos no tienen raíz; creen por algún tiempo, pero a la hora de la prueba desisten. Lo que cayó entre los abrojos, son los que han oído, pero a lo largo de su caminar son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a madurez. Lo que cae en buena tierra, son los que, después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto, y dan fruto con perseverancia».


Comentario: Rev. D. Fernando PERALES i Madueño (Terrassa, Barcelona, España)


Lo que cae en buena tierra, son los que, (…) dan fruto con perseverancia



Hoy, Jesús nos habla de un sembrador que «salió a sembrar su simiente» (Lc 8,5) y aquella simiente era precisamente «la Palabra de Dios». Pero «creciendo con ella los abrojos, la ahogaron» (Lc 8,7).

Hay una gran variedad de abrojos. «Lo que cayó entre los abrojos, son los que han oído, pero a lo largo de su caminar son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a madurez» (Lc 8,14).

-Señor, ¿acaso soy yo culpable de tener preocupaciones? Ya quisiera no tenerlas, ¡pero me vienen por todas partes! No entiendo por qué han de privarme de tu Palabra, si no son pecado, ni vicio, ni defecto.

-¡Porque olvidas que Yo soy tu Padre y te dejas esclavizar por un mañana que no sabes si llegará!

«Si viviéramos con más confianza en la Providencia divina, seguros -¡con una firmísima fe!- de esta protección diaria que nunca nos falta, ¡cuántas preocupaciones o inquietudes nos ahorraríamos! Desaparecerían un montón de quimeras que, en boca de Jesús, son propias de paganos, de hombres mundanos (cf. Lc 12,30), de las personas que son carentes de sentido sobrenatural (...). Yo quisiera grabar a fuego en vuestra mente -nos dice san Josemaría- que tenemos todos los motivos para andar con optimismo en esta tierra, con el alma desasida del todo de tantas cosas que parecen imprescindibles, puesto que vuestro Padre sabe muy bien lo que necesitáis! (cf. Lc 12,30), y Él proveerá». Dijo David: «Pon tu destino en manos del Señor, y él te sostendrá» (Sal 54,23). Así lo hizo san José cuando el Señor lo probó: reflexionó, consultó, oró, tomó una resolución y lo dejó todo en manos de Dios. Cuando vino el Ángel -comenta Mn. Ballarín-, no osó despertarlo y le habló en sueños. En fin, «Yo no debo tener más preocupaciones que tu Gloria..., en una palabra, tu Amor» (San Josemaría).



Día litúrgico: Viernes XXIV del tiempo ordinario



Texto del Evangelio (Lc 8,1-3): En aquel tiempo, Jesús iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.


Comentario: Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (La Fuliola, Lleida, España)


«Jesús iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios»



Hoy, nos fijamos en el Evangelio en lo que sería una jornada corriente de los tres años de vida pública de Jesús. San Lucas nos lo narra con pocas palabras: «Jesús iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva» (Lc 8,1). Es lo que contemplamos en el tercer misterio de Luz del Santo Rosario.

Comentando este misterio dice el Papa Juan Pablo II: «Misterio de luz es la predicación con la que Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión, perdonando los pecados de quien se acerca a Él con fe humilde, iniciando así el misterio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia».

Jesús continúa pasando cerca de nosotros ofreciéndonos sus bienes sobrenaturales: cuando hacemos oración, cuando leemos y meditamos El Evangelio para conocerlo y amarlo más e imitar su vida, cuando recibimos algún sacramento, especialmente la Eucaristía y la Penitencia, cuando nos dedicamos con esfuerzo y constancia al trabajo de cada día, cuando tratamos con la familia, los amigos o los vecinos, cuando ayudamos a aquella persona necesitada material o espiritualmente, cuando descansamos o nos divertimos... En todas estas circunstancias podemos encontrar a Jesús y seguirlo como aquellos doce y aquellas santas mujeres.

Pero, además, cada uno de nosotros es llamado por Dios a ser también Jesús que pasa, para hablar con nuestras obras y nuestras palabras a quienes tratamos acerca de la fe que llena de sentido nuestra existencia, de la esperanza que nos mueve a seguir adelante por los caminos de la vida fiados del Señor, y de la caridad que guía todo nuestro actuar.

La primera en seguir a Jesús y en ser Jesús es María. ¡Que Ella con su ejemplo y su intercesión nos ayude!


Día litúrgico: Jueves XXIV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 7,36-50): En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.

Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora». Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Él dijo: «Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra».

Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».


Comentario: Rev. D. Joaquim FORTUNY i Vizcarro (Cunit, Tarragona, España)


Tu fe te ha salvado. Vete en paz



Hoy, el Evangelio nos llama a estar atentos al perdón que el Señor nos ofrece: «Tus pecados quedan perdonados» (Lc 7,48). Es preciso que los cristianos recordemos dos cosas: que debemos perdonar sin juzgar a la persona y que hemos de amar mucho porque hemos sido perdonados gratuitamente por Dios. Hay como un doble movimiento: el perdón recibido y el perdón amoroso que debemos dar.

«Cuando alguien os insulte, no le echéis la culpa, echádsela al demonio en todo caso, que le hace insultar, y descargad en él toda vuestra ira; en cambio, compadeced al desgraciado que obra lo que el diablo le hace obrar» (San Juan Crisóstomo). No se debe juzgar a la persona sino reprobar el acto malo. La persona es objeto continuado del amor del Señor, son los actos los que nos alejan de Dios. Nosotros, pues, hemos de estar siempre dispuestos a perdonar, acoger y amar a la persona, pero a rechazar aquellos actos contrarios al amor de Dios.

«Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cristiano ha de ser piedra viva» (Catecismo de la Iglesia, n. 1487). A través del Sacramento de la Penitencia la persona tiene la posibilidad y la oportunidad de rehacer su relación con Dios y con toda la Iglesia. La respuesta al perdón recibido sólo puede ser el amor. La recuperación de la gracia y la reconciliación ha de conducirnos a amar con un amor divinizado. ¡Somos llamados a amar como Dios ama!

Preguntémonos hoy especialmente si nos damos cuenta de la grandeza del perdón de Dios, si somos de aquellos que aman a la persona y luchan contra el pecado y, finalmente, si acudimos confiadamente al Sacramento de la Reconciliación. Todo lo podemos con el auxilio de Dios. Que nuestra oración humilde nos ayude.


 


Día litúrgico: Miércoles XXIV del tiempo ordinario



Texto del Evangelio (Lc 7,31-35): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen? Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonando endechas, y no habéis llorado’. Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: ‘Demonio tiene’. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos».


Comentario: Rev. D. Xavier SERRA i Permanyer (Sabadell, Barcelona, España)


«¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación?»



Hoy, Jesús constata la dureza de corazón de la gente de su tiempo, al menos de los fariseos, que están tan seguros de sí mismos que no hay quien les convierta. No se inmutan ni delante de Juan el Bautista, «que no comía pan ni bebía vino» (Lc 7,33), y le acusaban de tener un demonio; ni tampoco se inmutan ante el Hijo del hombre, «que come y bebe», y le acusan de comilón y borracho, es más, de ser «amigo de publicanos y pecadores» (Lc 7,34). Detrás de estas acusaciones se esconden su orgullo y soberbia: nadie les ha de dar lecciones; no aceptan a Dios, sino que se hacen su Dios, un Dios que no les mueva de sus comodidades, privilegios e intereses.

Nosotros también tenemos este peligro. ¡Cuántas veces lo criticamos todo: si la Iglesia dice eso, porque dice aquello, si dice lo contrario...; y lo mismo podríamos criticar refiriéndonos a Dios o a los demás. En el fondo, quizá inconscientemente, queremos justificar nuestra pereza y falta de deseo de una verdadera conversión, justificar nuestra comodidad y falta de docilidad. Dice san Bernardo: «¿Qué más lógico que no ver las propias llagas, especialmente si uno las ha tapado con el fin de no poderlas ver? De esto se sigue que, ulteriormente, aunque se las descubra otro, defienda con tozudez que no son llagas, dejando que su corazón se abandone a palabras engañosas».

Hemos de dejar que la Palabra de Dios llegue a nuestro corazón y nos convierta, dejar cambiarnos, transformarnos con su fuerza. Pero para eso hemos de pedir el don de la humildad. Solamente el humilde puede aceptar a Dios, y, por tanto, dejar que se acerque a nosotros, que como publicanos y pecadores necesitamos que nos cure. ¡Ay de aquél que crea que no necesita al médico! Lo peor para un enfermo es creerse que está bueno, porque entonces el mal avanzará y nunca pondrá remedio. Todos estamos enfermos de muerte, y solamente Cristo nos puede salvar, tanto si somos conscientes de ello como si no. ¡Demos gracias al Salvador, acogiéndolo como tal!


Día litúrgico: 15 de Septiembre: Nuestra Señora de los Dolores



Texto del Evangelio (Lc 2,33-35): En aquel tiempo, el padre de Jesús y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».


Comentario: (, )


Una espada te atravesará el alma



Hoy, en la fiesta de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores, escuchamos unas palabras punzantes en boca del anciano Simeón: «¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). Afirmación que, en su contexto, no apunta únicamente a la pasión de Jesucristo, sino a su ministerio, que provocará una división en el pueblo de Israel, y por lo tanto un dolor interno en María. A lo largo de la vida pública de Jesús, María experimentó el sufrimiento por el hecho de ver a Jesús rechazado por las autoridades del pueblo y amenazado de muerte.

María, como todo discípulo de Jesús, ha de aprender a situar las relaciones familiares en otro contexto. También Ella, por causa del Evangelio, tiene que dejar al Hijo (cf. Mt 19,29), y ha de aprender a no valorar a Cristo según la carne, aun cuando había nacido de Ella según la carne. También Ella ha de crucificar su carne (cf. Ga 5,24) para poder ir transformándose a imagen de Jesucristo. Pero el momento fuerte del sufrimiento de María, en el que Ella vive más intensamente la cruz es el momento de la crucifixión y la muerte de Jesús.

También en el dolor, María es el modelo de perseverancia en la doctrina evangélica al participar en los sufrimientos de Cristo con paciencia (cf. Regla de san Benito, Prólogo 50). Así ha sido durante toda su vida, y, sobre todo, en el momento del Calvario. De esta manera, María se convierte en figura y modelo para todo cristiano. Por haber estado estrechamente unida a la muerte de Cristo, también está unida a su resurrección (cf. Rm 6,5). La perseverancia de María en el dolor, realizando la voluntad del Padre, le proporciona una nueva irradiación en bien de la Iglesia y de la Humanidad. María nos precede en el camino de la fe y del seguimiento de Cristo. Y el Espíritu Santo nos conduce a nosotros a participar con Ella en esta gran aventura.


 


Día litúrgico: 14 de Septiembre: La Exaltación de la Santa Cruz



Texto del Evangelio (Jn 3,13-17): En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él».


Comentario: Rev. D. Blas RUIZ i López (Ascó, Tarragona, España)


Para que todo el que crea en Él tenga vida eterna



Hoy, el Evangelio es una profecía, es decir, una mirada en el espejo de la realidad que nos introduce en su verdad más allá de lo que nos dicen nuestros sentidos: la Cruz, la Santa Cruz de Jesucristo, es el Trono del Salvador. Por esto, Jesús afirma que «tiene que ser levantado el Hijo del hombre» (Jn 3,14).

Bien sabemos que la cruz era el suplicio más atroz y vergonzoso de su tiempo. Exaltar la Santa Cruz no dejaría de ser un cinismo si no fuera porque allí cuelga el Crucificado. La cruz, sin el Redentor, es puro cinismo; con el Hijo del Hombre es el nuevo árbol de la Sabiduría. Jesucristo, «ofreciéndose libremente a la pasión» de la Cruz ha abierto el sentido y el destino de nuestro vivir: subir con Él a la Santa Cruz para abrir los brazos y el corazón al Don de Dios, en un intercambio admirable. También aquí nos conviene escuchar la voz del Padre desde el cielo: «Éste es mi Hijo (...), en quien me he complacido» (Mc 1,11). Encontrarnos crucificados con Jesús y resucitar con Él: ¡he aquí el porqué de todo! ¡Hay esperanza, hay sentido, hay eternidad, hay vida! No estamos locos los cristianos cuando en la Vigilia Pascual, de manera solemne, es decir, en el Pregón pascual, cantamos alabanza del pecado original: «¡Oh!, feliz culpa, que nos has merecido tan gran Redentor», que con su dolor ha impreso “sentido” al dolor.

«Mirad el árbol de la cruz, donde colgó el Salvador del mundo: venid y adorémosle» (Liturgia del Viernes Santo). Si conseguimos superar el escándalo y la locura de Cristo crucificado, no hay más que adorarlo y agradecerle su Don. Y buscar decididamente la Santa Cruz en nuestra vida, para llenarnos de la certeza de que, «por Él, con Él y en Él», nuestra donación será transformada, en manos del Padre, por el Espíritu Santo, en vida eterna: «Derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados»





Día litúrgico: 8 de Septiembre: El Nacimiento de la Virgen María



Texto del Evangelio (Mt 1,1-16.18-23): Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engrendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rahab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David.

David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón, Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá, Abiá engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatam, Joatam engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a Babilonia.

Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliakim, Eliakim engendró a Azor, Azor engendró a Sadoq, Sadoq engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Mattán, Mattán engendró a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.

La generación de Jesucristo fue de esta manera: su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel», que traducido significa: "Dios con nosotros".


Comentario: Dr. Antoni PUJALS i Ginabreda Vicario del Opus Dei en Catalunya (Barcelona, España)


He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel



Hoy, la genealogía de Jesús, el Salvador que tenía que venir y nacer de María, nos muestra cómo la obra de Dios está entretejida en la historia humana, y cómo Dios actúa en el secreto y en el silencio de cada día. Al mismo tiempo, vemos su seriedad en cumplir sus promesas. Incluso Rut y Rahab (cf. Mt 1,5), extranjeras convertidas a la fe en el único Dios (¡y Rahab era una prostituta!), son antepasados del Salvador.

El Espíritu Santo, que había de realizar en María la encarnación del Hijo, penetró, pues, en nuestra historia desde muy lejos, desde muy pronto, y trazó una ruta hasta llegar a María de Nazaret y, a través de Ella, a su hijo Jesús. «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel» (Mt 1,23). ¡Cuán espiritualmente delicadas debían ser las entrañas de María, su corazón y su voluntad, hasta el punto de atraer la atención del Padre y convertirla en madre del "Dios-con-los-hombres"!, Él que tenía que llevar la luz y la gracia sobrenaturales para la salvación de todos. Todo, en esta obra, nos lleva a contemplar, admirar y adorar, en la oración, la grandeza, la generosidad y la sencillez de la acción divina, que enaltece y rescatará nuestra estirpe humana implicándose de una manera personal.

Más allá, en el Evangelio de hoy, vemos cómo fue notificado a María que traería a Dios, el Salvador del Pueblo. Y pensemos que esta mujer, virgen y madre de Jesús, tenía que ser a la vez nuestra madre. Esta especial elección de María -«bendita entre todas las mujeres» (Lc 1,42)- hace que nos admiremos de la ternura de Dios en su manera de proceder; porque no nos redimió -por así decirlo- "a distancia", sino vinculándose personalmente con nuestra familia y nuestra historia. ¿Quién podía imaginar que Dios iba a ser al mismo tiempo tan grande y tan condescendiente, acercándose íntimamente a nosotros? 


Día litúrgico: Sábado XXIII del tiempo ordinario




Texto del Evangelio (Lc 6,43-49): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca.

»¿Por qué me llamáis: ‘Señor, Señor’, y no hacéis lo que digo? Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada. Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa».


Comentario: Rev. D. Enric RIBAS i Baciana (Barcelona, España)


Cada árbol se conoce por su fruto



Hoy, el Señor nos sorprende haciendo "publicidad" de sí mismo. No es mi intención "escandalizar" a nadie con esta afirmación. Es nuestra publicidad terrenal lo que empequeñece a las cosas grandes y sobrenaturales. Es el prometer, por ejemplo, que dentro de unas semanas una persona gruesa pueda perder por lo menos cinco o seis kilos usando un determinado "producto-trampa" (u otras promesas milagrosas por el estilo) lo que nos hace mirar a la publicidad con ojos de sospecha. Mas, cuando uno tiene un "producto" garantizado al cien por cien, y -como el Señor- no vende nada a cambio de dinero sino solamente nos pide que le creamos tomándole como guía y modelo de un preciso estilo de vida, entonces esa "publicidad" no nos ha de sorprender y nos parecerá la más lícita del mundo. ¿No ha sido Jesús el más grande "publicitario" al decir de sí mismo «Yo soy la Vía, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6)?

Hoy afirma que quien «venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica» es prudente, «semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca» (Lc 6,47-48), de modo que obtiene una construcción sólida y firme, capaz de afrontar los golpes del mal tiempo. Si, por el contrario, quien edifica no tiene esa prudencia, acabará por encontrarse ante un montón de piedras derruidas, y si él mismo estaba al interior en el momento del choque de la lluvia fluvial, podrá perder no solamente la casa, sino además su propia vida.

Pero no basta acercarse a Jesús, sino que es necesario escuchar con la máxima atención sus enseñanzas y, sobre todo, ponerlas en práctica, porque incluso el curioso se le acerca, y también el hereje, el estudioso de historia o de filología... Pero será solamente acercándonos, escuchando y, sobre todo, practicando la doctrina de Jesús como levantaremos el edificio de la santidad cristiana, para ejemplo de fieles peregrinos y para gloria de la Iglesia celestial.


Día litúrgico: Viernes XXIII del tiempo ordinario



Texto del Evangelio (Lc 6,39-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo por encima del maestro. Todo discípulo que esté bien formado, será como su maestro. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo’, no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna que hay en el ojo de tu hermano».


Comentario: Fra. Agustí BOADAS Llavat OFM (Barcelona, España)


Todo discípulo que esté bien formado, será como su maestro



Hoy, las palabras del Evangelio nos hacen reflexionar sobre la importancia del ejemplo y de procurar para los otros una vida ejemplar. En efecto, el dicho popular dice que «“Fray Ejemplo” es el mejor predicador», u otro que afirma que «más vale una imagen que mil palabras». No olvidemos que, en el cristianismo, todos —¡sin excepción!— somos guías, ya que el Bautismo nos confiere una participación en el sacerdocio (mediación salvadora) de Cristo: en efecto, todos los bautizados hemos recibido el sacerdocio bautismal. Y todo sacerdocio, además de las misiones de santificar y de enseñar a los demás, incorpora también el munus —la función— de regir o dirigir.

Sí, todos —queramos o no— con nuestra conducta tenemos la oportunidad de llegar a ser un modelo estimulante para aquellos que nos rodean. Pensemos, por ejemplo, en la ascendencia que unos padres tienen sobre sus hijos, los profesores sobre los alumnos, las autoridades sobre los ciudadanos, etc. El cristiano, sin embargo, debe tener una conciencia particularmente viva acerca de todo esto. Pero..., «¿podrá un ciego guiar a otro ciego?» (Lc 6,39).

Para nosotros, cristianos, es como una llamada de atención aquello que los judíos y las primeras generaciones de cristianos decían de Jesucristo: «Todo lo ha hecho bien» (Mc 7,37); «El Señor comenzó a hacer y enseñar» (Hch 1,1).

Debemos procurar traducir en obras aquello que creemos y profesamos de palabra. En una ocasión, el Papa Benedicto XVI, cuando todavía era el Cardenal Ratzinger, afirmaba que «el peligro más amenazador son los cristianismos adaptados», es decir, el caso de aquellas personas que de palabra se profesan católicas pero que, en la práctica, con su conducta, no manifiestan el “radicalismo” propio del Evangelio.

Ser radicales no equivale a fanáticos (ya que la caridad es paciente y tolerante) ni a exagerados (pues en cuestiones de amor no es posible exagerar). Como ha afirmado Juan Pablo II, «el Señor crucificado es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre»: no se trata ni de un fanático ni de un exagerado. Pero sí que es radical, tanto que nos hace decir con el centurión que asistió a su muerte: «Verdaderamente este hombre era justo» (Lc 23,47).


Beata Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de las Hermanas misioneras de la Caridad
No hay amor más grande


«Haced el bien y prestad sin esperar nada»

    Es posible que en tu apartamento o en la casa de al lado de la tuya, viva un ciego que se alegraría que le hicieras una visita para leerle el periódico. Puede ser que haya una familia que esté necesitada de alguna cosa sin importancia a tus ojos, alguna cosa tan simple como el hecho de guardarle su hijo durante media hora. Hay muchísimas cosas que son tan pequeñas que mucha gente no se da cuenta de ellas.

     No creas que hace falta ser simple de espíritu para ocuparse de la cocina. No pienses nunca que sentarse, levantarse, ir y venir, que todo lo que haces no es importante a los ojos de Dios.

     Dios no va a pedirte cuántos libros has leído, ni cuántos milagros has hecho. Te preguntará si lo has hecho lo mejor que has podido, por amor a él. ¿Puedes, sinceramente, decir: «He hecho todo lo que he podido»? Aunque lo más y mejor acabe siendo un fracaso, debe ser nuestro más y mejor. Si realmente estás enamorado de Cristo, por modesto que sea tu trabajo, lo harás lo mejor que puedas, con todo el corazón. Es tu trabajo quien dará testimonio de tu amor. Puedes agotarte en el trabajo, e incluso puedes matarte, pero en tanto que no está impregnado de amor, es inútil.



Día litúrgico: Jueves XXIII del tiempo ordinario





Texto del Evangelio (Lc 6,27-38): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos.

»Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá».


Comentario: Rev. D. David AMADO i Fernández (Barcelona, España)


Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo



Hoy, en el Evangelio, el Señor nos pide por dos veces que amemos a los enemigos. Y seguidamente da tres concreciones positivas de este mandato: haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Es un mandato que parece difícil de cumplir: ¿cómo podemos amar a quienes no nos aman? Es más, ¿cómo podemos amar a quienes sabemos cierto que nos quieren mal? Llegar a amar de este modo es un don de Dios, pero es preciso que estemos abiertos a él. Bien mirado, amar a los enemigos es lo más sabio humanamente hablando: el enemigo amado se verá desarmado; amarlo puede ser la condición de posibilidad para que deje de ser enemigo. En la misma línea, Jesús continúa diciendo: «Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra» (Lc 6,29). Podría parecer un exceso de mansedumbre. Ahora bien, ¿qué hizo Jesús al ser abofeteado en su pasión? Ciertamente no contraatacó, pero respondió con una firmeza tal, llena de caridad, que debió hacer reflexionar a aquel siervo airado: «Si he hablado mal, di en qué, pero si he hablado como es debido, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,22-23).

En todas las religiones hay una máxima de oro: «No hagas a nadie lo que no quieres que te hagan a ti». Jesús es el único que la formula en positivo: «Lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente» (Lc 6,31). Esta regla de oro es el fundamento de toda la moral. Comentando este versículo, nos alecciona san Juan Crisóstomo: «Todavía hay más, porque Jesús no dijo únicamente: ‘desead todo bien para los demás’, sino ‘haced el bien a los demás’»; por eso, la máxima de oro propuesta por Jesús no se puede quedar en un mero deseo, sino que debe traducirse en obras. 



Día litúrgico: Miércoles XXIII del tiempo ordinario




Texto del Evangelio (Lc 6,20-26): En aquel tiempo, Jesús alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas.

»Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas».


Comentario: P. Ramon LOYOLA Paternina LC (Barcelona, España)


Bienaventurados los pobres (…) ¡Ay de vosotros los ricos!



Hoy, Jesús señala dónde está la verdadera felicidad. En la versión de Lucas, las bienaventuranzas vienen acompañadas por unos lamentos que se duelen por aquellos que no aceptan el mensaje de salvación, sino que se encierran en una vida autosuficiente y egoísta. Con las bienaventuranzas y los lamentos, Jesús hace una aplicación de la doctrina de los dos caminos: el camino de la vida y el camino de la muerte. No hay una tercera posibilidad neutra: quién no va hacia la vida se encamina hacia la muerte; quién no sigue la luz, vive en las tinieblas.

«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Lc 6,20). Esta bienaventuranza es la base de todas las demás, pues quien es pobre será capaz de recibir el Reino de Dios como un don. Quien es pobre se dará cuenta de qué cosas ha de tener hambre y sed: no de bienes materiales, sino de la Palabra de Dios; no de poder, sino de justicia y amor. Quien es pobre podrá llorar ante el sufrimiento del mundo. Quien es pobre sabrá que toda su riqueza es Dios y que, por eso, será incomprendido y perseguido por el mundo.

«Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo» (Lc 6,24). Esta lamentación es también el fundamento de todas las que siguen, pues quien es rico y autosuficiente, quien no sabe poner sus riquezas al servicio de los demás, se encierra en su egoísmo y obra él mismo su desgracia. Que Dios nos libre del afán de riquezas, de ir detrás de las promesas del mundo y de poner nuestro corazón en los bienes materiales; que Dios no permita que nos veamos satisfechos ante las alabanzas y adulaciones humanas, ya que eso significaría haber puesto el corazón en la gloria del mundo y no en la de Jesucristo. Nos será provechoso recordar lo que nos dice san Basilio: «Quien ama al prójimo como a sí mismo no acumula cosas innecesarias que puedan ser indispensables para otros».


domingo, 2 de agosto de 2009

Nuestra Señora de los Ángeles


Nuestra
Señora de los Ángeles


La ciudad de  Cartago,
como muchas otras en la época colonial, segregaba a  los blancos de los indios y
mestizos.  A todo  el que no fuera blanco puro se le había prohibido  el acceso
a la ciudad, donde una cruz de piedra  señalaba la división y los
límites.

Estamos en los alrededores del  año 1635, en la sección llamada
"Puebla de los Pardos"  y Juana Pereira, una pobre mestiza, se ha levantado
al  amanecer para, como todos los días, buscar la leña que  necesita.  Es el 2
de agosto, fiesta de la  Virgen de los Angeles, y la luz del alba que  ilumina
el sendero entre los árboles, le permite a la  india descubrir una pequeña
imagen de la Virgen, sencillamente tallada  en una piedra oscura, visiblemente
colocada sobre una gran roca  en la vereda del camino.   Con gran alegría  Juana
Pereira recogió aquel tesoro, sin imaginar que otras cinco  veces más lo
volvería a hallar en el mismo sitio,  pues la imagen desaparecía de armarios,
cofres, y hasta del  sagrario parroquial, para regresar tenazmente a la roca
donde había  sido encontrada.  Entonces todos entendieron que la Virgen
quería  tener allí un lugar de oración donde pudiera dar su  amor a los humildes
y los pobres.

La imagen, tallada en  piedra del lugar, es muy pequeña,
pues mide aproximadamente sólo  tres pulgadas de longitud.  Nuestra Señora de
los Angeles  lleva cargado a Jesús en el brazo izquierdo, en el  que
graciosamente recoge los pliegues del manto que la cubre  desde la cabeza. Su
rostro es redondeado y dulce, sus  ojos son rasgados, como achinados, y su boca
es delicada.   Su color es plomizo con algunos destellos dorados como  diminutas
estrellas repartidas por toda la escultura.

La Virgen se
presenta  actualmente a la veneración de sus fieles en un hermoso  ostensorio de
nobles metales y piedras preciosas, en forma de  resplandor que la rodea
totalmente, aumentando visualmente su tamaño.   De la base de esta "custodia"
brota una flor de  lis rematada por el ángel que
sostiene la imagen
de  piedra.  De esta sólo se ven los rostros de  María y el Niño Jesús, pues un
manto precioso la  protege a la vez que la embellece.

La "Negrita" como
la  llama el cariño de los costarricenses, fue coronada solemnemente el  25 de
abril de 1926.  Nueve años más tarde,  su Santidad Pío XI elevó el Santuario de
la Reina  de los Angeles a la dignidad de Basílica menor.

A
Cartago  llega un constante peregrinar de devotos que vienen a visitar  a su
Madre de los cielos; muchos entran de rodillas,  como acto de humildad y de
acción de gracias y  luego van a orar ante la roca donde fue hallada  la bendita
imagen. Esta piedra se ha ido gastando por  el roce de tantas manos que la
acarician agradecidas mientras  oran, dan gracias y piden alivio a su dolor,
sus  sufrimientos o sus necesidades. Debajo de esta piedra brota un  manantial
cuyas aguas recogen los que acuden en busca de  la misericordia y la salud.  El
agua es signo  del bautismo. No hay otra cosa que mas quiera la  Virgen a que
vivamos profundamente las gracias de nuestro
bautismo





Oremos


Oh Soberana Reina de los Ángeles, Madre
amorosísima que te dignaste escoger a nuestra amada Patria para que fuera el
trono de tus misericordias, te damos gracias por los innumerables beneficios
recibidos de tu intercesión poderosa y te suplicamos que nos protejas en todos
los momentos de nuestra vida, sobre todo cuando nos aflijan las preocupaciones;
a esa hora, Oh Virgen y Madre de Dios, haz valer tus prerrogativas de Reina y de
Madre ante la Santísima Trinidad; socórrenos desde el cielo con amor de Madre y
con esplendidez de Reina. Vela por nuestra amada patria, Oh Reina Soberana de
los Ángeles y sálvala por amor a Cristo, Nuestro Rey y Señor.
AMEN.


Nuestra
Señora de los Angeles
Decimoctavo Domingo del Tiempo Ordinario : Jn 6,24-35

Leer el
comentario del Evangelio por

Guigo el Cartujo, (?-1188), prior de
la Gran Cartuja
Meditación 10

 


«Danos siempre de ese pan»


     El pan del alma es Cristo,
«el pan vivo bajado del cielo» (Jn 6,51) que alimenta a los suyos, ahora a
través de la fe, y por la visión en el mundo futuro. Porque Cristo habita en ti
por la fe, y la fe en Cristo es Cristo en tu corazón (Ef 3,17). Posees a Cristo
en la medida que tú crees en él.

     Y en verdad Cristo es un solo pan,
«porque no hay más que un solo Señor, una sola fe» (Ef 4,5) para todos los
creyentes aunque del mismo don de la fe unos reciban más y otros menos... Así
como la verdad es una, así también una sola fe en la verdad es la única guía y
alimento para los creyentes, y «el mismo y único Espíritu obra todo esto,
repartiendo a cada uno en particular como a él le parece» (1C
12,11).

     Así pues, vivimos todos del mismo pan y cada uno recibe su
parte; y sin embargo Cristo está todo entero para todos, excepto para los que
rompen la unidad... En el don que yo recibo poseo a Cristo entero y Cristo me
posee todo entero, igual que el miembro que pertenece al cuerpo entero posee, a
cambio, al cuerpo entero. Esta porción de fe que tú has recibido compartiéndola
con los demás es como el trozo pequeño de pan que tienes en tu boca. Pero si tú
no meditas de manera frecuente y piadosa eso que crees, si no lo masticas, esto
es, triturándolo y pasándolo de nuevo por los dientes, es decir, por los
sentidos de tu espíritu, no pasará de tu garganta, es decir, no llegará hasta tu
inteligencia. Pues, en efecto, ¿cómo podrás comprender bien lo que raramente y
con negligencia meditas, sobre todo tratándose de una cosa tenue e invisible?...
Que por la meditación, pues, «la Ley del Señor esté siempre en tu boca» (Ex,
3,9) a fin de que en ti nazca la buena inteligencia de estas cosas. A través de
la buena comprensión el alimento espiritual llega hasta tu corazón, para que
aprecies lo que has comprendido y lo recojas con amor.


Primera Lectura:

 Lectura del libro del Éxodo
(16,2-4.12-15):

En aquellos días, en el desierto, comenzaron todos a
murmurar contra Moisés y Aarón, y les decían: “¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho
morir en Egipto! Allí nos sentábamos junto a las ollas de carne, y comíamos
hasta hartarnos; pero vosotros nos habéis traído al desierto para matarnos a
todos de hambre.” Entonces el Señor dijo a Moisés: “Voy a hacer que os llueva
comida del cielo. La gente saldrá a diario a recoger únicamente lo necesario
para el día. Quiero ver quién obedece mis instrucciones y quién no.” Y el Señor
se dirigió a Moisés y le dijo: “He oído murmurar a los israelitas. Habla con
ellos y diles: ‘Al atardecer comeréis carne, y por la mañana comeréis hasta
quedar satisfechos. Así sabréis que yo soy el Señor vuestro Dios.’” Aquella
misma tarde llegaron codornices, las cuales llenaron el campamento; y por la
mañana había una capa de rocío alrededor del campamento. Después que el rocío se
hubo evaporado, algo muy fino, parecido a la escarcha, quedó sobre la superficie
del desierto. Los israelitas, no sabiendo qué era aquello, al verlo se decían
unos a otros: “¿Y esto qué es?” Moisés les dijo: “Éste es el pan que el Señor os
da como alimento.”

Palabra de Dios


Salmo:

 Salmo 77

R./ El Señor les dio un trigo
celeste.

Lo que oímos y aprendimos,
lo que nuestros padres nos
contaron,
lo contaremos a la futura generación:
las alabanzas del Señor,
su poder. R./

Dio orden a las altas nubes,
abrió las compuertas
del cielo:
hizo llover sobre ellos maná,
les dio un trigo celeste.
R./

Y el hombre comió pan de ángeles,
les mandó provisiones
hasta la hartura.
Los hizo entrar por las santas fronteras,
hasta el monte
que su diestra había adquirido. R./


Segunda Lectura:

 Lectura de la carta del apóstol san Pablo a
los Efesios (4,17.20-24):

En el nombre del Señor os digo y encargo
que no viváis más como los paganos, que viven de acuerdo con sus vanos
pensamientos. Pero vosotros no conocisteis a Cristo para vivir de ese modo, si
es que realmente oísteis acerca de él; esto es, si de Jesús aprendisteis en qué
consiste la verdad. En cuanto a vuestra antigua manera de vivir, despojaos de
vuestra vieja naturaleza, que está corrompida por los malos deseos engañosos.
Debéis renovaros en vuestra mente y en vuestro espíritu, y revestiros de la
nueva naturaleza, creada a imagen de Dios y que se manifiesta en una vida recta
y pura, fundada en la verdad.

Palabra de Dios
Evangelio según San Juan
6,24-35.

Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus
discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca
de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo
llegaste?". Jesús les respondió: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque
vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el
alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les
dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su
sello". Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de
Dios?". Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que
él ha enviado". Y volvieron a preguntarle: "¿Qué signos haces para que veamos y
creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el
desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo".
Jesús respondió: "Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo;
mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que
desciende del cielo y da Vida al mundo". Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre
de ese pan". Jesús les respondió: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí
jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. 

“Yo soy el Pan de Vida”





       Ya tenemos experiencia de la vida que nos ha tocado vivir. Ya tenemos
unos años y sabemos lo que puede dar de sí. A algunos se les han caído los
ideales que tuvieron de jóvenes. Otros ni siquiera llegaron a tener esos ideales
y se quedaron con la mirada a ras de tierra. Lo suyo fue un sobrevivir más que un vivir. Y es una pena.

       Porque la vocación a la que hemos sido llamados es a ser hijos e
hijas de Dios. Nada menos. Traducido en otro lenguaje no menos verdadero:
estamos llamados a ser personas en plenitud, libres y responsables, capaces de
tomar decisiones y de comprometernos para construir un mundo más humano, donde
todos sean respetados por su dignidad.
       Hay personas que por los
condicionamientos sociales, por su pobreza de miras, etc. han bajado los ojos y
el nivel de sus aspiraciones. Se conforman con tener el plato lleno, con llenar
la andorga todos los días. Y nada más. Jesús les dio de comer y ellos se
quedaron conformes y satisfechos. Siguieron a Jesús pensando que aquel banquete
gratuito se podía repetir y repetir. ¡Todas sus aspiraciones estaban cumplidas!
¡Todos sus sueños satisfechos!

Buscaban
pan y encontraron a Jesús
       Pero Jesús no dejaba a nadie en su
sitio. Su mensaje invitaba a salir de uno mismo, a levantar la cabeza y mirar al
horizonte, a descubrir el camino que tenemos por delante, lleno de desafíos y
peligros pero también de oportunidades. Por eso, a los que se le acercan en
busca de más pan –aunque sea duro– los provoca con sus palabras: “No trabajéis
por la comida que se acaba sino por la comida que permanece y os da vida
eterna”. Dicho con otras palabras del mismo Jesús: “No sólo de pan
vive el hombre”. O traducido a términos más laicos  pero llenos de sentido
religioso: la persona humana necesita el pan material pero también el pan de la
justicia, el pan del amor, el pan de la fraternidad, el pan de la libertad. La
vida de la persona no es sólo comer, es mucho más.
       Jesús llama a los
que le escuchan a romper el ciclo repetitivo en el que pueden caer las personas:
comer, saciarse, descansar, trabajar, comer, saciarse, descansar, trabajar.
¡Vivir para comer y comer para vivir! Eso no es todo hay algo más. Hay que
levantar los ojos y descubrirlo. El secreto está ahí, a la vista.
       El
secreto es que el milagro que experimentaron unos días antes aquella gente –la
lectura del Evangelio que escuchamos el domingo pasado– no consistió sólo en la
multiplicación de los panes y los peces. El milagro fue también la fraternidad
creada, la capacidad de Jesús de sentar a todos en paz y hacerlos compartir los
mismos alimentos. Por un momento nadie pensó si el vecino era puro o impuro, si
era digno de comer con él o si había que excluirlo de la comunión y echarlo de
la comunidad.

Soñar el sueño de Dios
       Aquello fue un
sueño. El más antiguo sueño de la humanidad hecho realidad por un momento.
También fue el sueño de Dios para nosotros, su anhelo más profundo: que seamos
una familia, que compartamos lo que tenemos en justicia y fraternidad. Eso es la
eucaristía: vivir y experimentar el sueño de Dios para nosotros.
        ¿Y
dónde está ese pan? Ahí viene la respuesta de Jesús. Clara y contundente. “Yo
soy el pan de vida. El que viene a mí nunca más tendrá hambre.” El pan material es alimento para el camino pero la vida
está en el camino. El maná de los israelitas no era la Tierra Prometida. Era
sólo el signo de Dios que les acompañaba y alimentaba en el camino hacia ella.
Pero ese alimento no les dispensó de hacer ellos mismos el camino, día a día,
paso a paso. Y allí en la Tierra Prometida encontrarían la vida.
      
Tenemos que renovarnos en la mente y en el espíritu –segunda lectura–. Para
crecer como personas, como hijos e hijas de Dios, libres y responsables. Para
asumir el camino, con sus dificultades y desafíos. Para seguir a Jesús en pos de
la verdadera vida. Para hacer realidad en este mundo el sueño de Dios, que es el
mismo sueño de Jesús: el Reino. En el camino encontraremos el pan que nos irá
dando la vida, iremos haciendo fraternidad, justicia, libertad, amor. Iremos
haciendo el Reino. Y viviremos la Vida que Jesús nos regala.
 

Fernando Torres Pérez cmf

Primera Lectura:

 Levítico: 25, 1. 8-17

El Señor
dijo a Moisés en la montaña del Sinaí:
«Contarás siete semanas de años, siete
por siete, o sea, cuarenta y nueve años. El día diez del séptimo mes, el día de
la Expiación, harán sonar las trompetas y las harán sonar por todo el
país.
Declararán santo el año cincuenta y proclamarán la liberación para
todos los habitantes del país. Será para ustedes año de jubileo y podrá recobrar
cada uno sus propiedades y volver a su familia.
El año cincuenta será para
ustedes un año de jubileo; no sembrarán ni cosecharán lo que los campos
produzcan por sí mismos; no harán la vendimia de las viñas sin cultivar, puesto
que es año jubilar, y será sagrado para ustedes. Comerán de los productos de la
cosecha anterior.
En este año jubilar todos recobrarán sus propiedades.
Cuando le vendas o le compres alguna cosa a tu prójimo, no lo engañes. Ponle
precio a lo que compres a tu prójimo, atendiendo al número de años transcurridos
desde el último jubileo; él te venderá a ti en proporción a las cosechas
anuales. Mientras más años falten para el jubileo, más aumentará el precio;
mientras menos tiempo falte, más rebajarás el precio; porque lo que tu prójimo
te vende son las cosechas que faltan.
Ninguno de ustedes haga daño a su
hermano; antes bien, teman a su Dios, porque yo soy el Señor, Dios de
ustedes».

Palabra de Dios


Salmo:

 Salmo 66

Que te alaben, Señor,
todos los pueblos.

Ten piedad de nosotros y bendícenos; vuelve,
Señor, tus ojos a nosotros. Que conozca la tierra tu bondad y los pueblos tu
obra salvadora.
R.

Las naciones con júbilo te canten, porque
juzgas al mundo con justicia; con equidad tú juzgas a los pueblos y riges en la
tierra a las naciones.
R.

La tierra ha producido ya sus frutos,
Dios nos ha bendecido. Que nos bendiga Dios y que le rinda honor el mundo
entero.
R.


Evangelio:

 Mateo 14, 1-12
En aquel tiempo, el rey
Herodes oyó lo que contaban de Jesús, y dijo a sus cortesanos:
«Es Juan el
Bautista, que ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas
milagrosas».
Es que Herodes había apresado a Juan y lo había encadenado en la
cárcel por causa de Herodías, mujer de su hermano Filipo, porque Juan le decía
que no le estaba permitido tenerla por mujer. Y aunque quería quitarle la vida,
tenía miedo a la gente, porque creían que Juan era un profeta.
El día del
cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías bailó delante de todos, y le gustó
tanto a Herodes, que juró darle lo que pidiera. Ella, aconsejada por su madre,
le dijo:
«Dame, ahora mismo, en una bandeja, la cabeza de Juan el
Bautista».
El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por no
quedar mal con los invitados, ordenó que se la dieran; y mandó degollar a Juan
en la cárcel. Trajeron, pues, la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la
joven y ella se la llevó a su madre.
Después vinieron los discípulos de Juan,
recogieron el cuerpo, lo sepultaron, y luego fueron a avisarle a
Jesús.

Palabra del Señor

Viernes de la 17ª semana de Tiempo Ordinario


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Primera Lectura:

 Lectura del libro del Levítico 23,
1.4-11.15-16.27.34b-37


El Señor dijo a Moisés:
«Estas son las
festividades del Señor, en las que convocarán a asambleas litúrgicas. El día
catorce del primer mes, al atardecer, es la fiesta de la Pascua del Señor. El
día quince del mismo mes es la fiesta de los panes sin levadura, dedicada al
Señor. Comerán panes sin levadura durante siete días. El primer día de éstos se
reunirán en asamblea litúrgica y no harán ningún trabajo. Los siete días harán
ofrendas al Señor. El día séptimo se volverán a reunir en asamblea litúrgica y
no harán ningún trabajo de siervos».
El Señor volvió a hablar a Moisés y le
dijo:
«Di a los israelitas: Cuando entren en la tierra que yo les voy a dar y
recojan la cosecha, le llevarán la primera gavilla al sacerdote, quien la
agitará ritualmente en presencia del Señor, el día siguiente al sábado para que
sea aceptada.
Pasadas siete semanas completas, contando desde el día
siguiente al sábado en que lleven la gavilla para la agitación ritual, hasta el
día siguiente al séptimo sábado, es decir, a los cincuenta días, harán una nueva
ofrenda al Señor.
El día diez del séptimo mes es el día de la expiación. Se
reunirán en asamblea litúrgica, harán penitencia y presentarán una ofrenda al
Señor. El día quince de este séptimo mes comienza la fiesta de los Campamentos,
dedicada al Señor, y dura siete días. El primer día se reunirán en asamblea
litúrgica. No harán trabajos serviles. Los siete días harán ofrendas al Señor.
El octavo día volverán a reunirse en asamblea litúrgica y a hacer una ofrenda al
Señor. Es día de reunión religiosa solemne. No harán trabajos serviles.
Estas
son las festividades del Señor, en las que se reunirán en asamblea litúrgica y
ofrecerán al Señor oblaciones, holocaustos y ofrendas, sacrificios de comunión y
libaciones, según corresponde a cada día».

Palabra de Dios


Salmo:

 Salmo 80

R. Aclamemos al Señor,
nuestro Dios.


Entonemos un canto al son de las guitarras y del arpa.
Que suene la trompeta en esta fiesta que conmemora nuestra
alianza.R.

Porque ésta es una ley en Israel, es un precepto que el
Dios de Jacob estableció para su pueblo, cuando lo rescató de
Egipto.R.

«No tendrás otro Dios fuera de mí ni adorarás a dioses
extranjeros. Pues yo, el Señor, soy el Dios tuyo, el que te sacó de Egipto, tu
destierro».R.


Evangelio:

 † Lectura del santo Evangelio según san
Mateo
13, 54-58

aquel tiempo, Jesús llegó a su tierra y se puso a
enseñar a la gente en la sinagoga, de tal forma, que todos estaban asombrados y
se preguntaban:
«¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes
milagrosos? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es María su madre, y no son sus
hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven entre nosotros todas sus
hermanas? ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas cosas?»
Y se negaban a creer
en él. Entonces Jesús les dijo:
«Un profeta no es despreciado más que en su
patria y en su casa».
Y no hizo muchos milagros allí por la incredulidad de
ellos.Palabra del Señor

Viernes de la 17ª semana de Tiempo Ordinario


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Querido amigo/a:

Hoy aparece Jesús en su pueblo.
La gente le conoce. Le vio gatear de niño. Le vio aprender a leer. Le vio dar
sus primeros pasos con el martillo y las maderas... Por eso se extrañan de que
pueda ahora enseñar, mostrar algo nuevo, algo que sea distinto de lo de
siempre...

Los vecinos de Jesús se han perdido algunas de sus lecciones.
No le han oído hablar del Reino, que empieza con lo pequeño. Creen que ya lo
saben todo de él. No le han visto hacer ningún signo y ya le niegan la
posibilidad de hacerlo... Con esa actitud, poco se puede hacer.

Este
evangelio nos invita a no despreciar lo cercano, lo conocido, lo de cada día.
Dios puede hablar a través de ello, como a los paisanos de Jesús les intentó
hablar a través de su vecino...

¿Qué te dicen los cercanos? ¿Qué ves en
la calle, en el barrio, en los telediarios de la televisión? ¿Qué ves en tu
gente, en tu trabajo, en tu medio? Dios puede estar hablándote a través de todo
ello, llamándote a hacer algo, o a hacerlo de otra manera...

No quites
valor a lo de cada día. En medio de todo ello vamos fraguando la vida. La
familia, el grupo, el trabajo, las lecturas, la oración cotidiana... Como decía
Santa Teresa, “Dios está entre los pucheros”.
Que tengas un buen día...
cotidiano.

Tu hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez, claretiano  

Jueves de la 17ª semana de Tiempo Ordinario


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Primera Lectura:

 Éxodo 40, 16-21. 34-38

En aquellos
días, Moisés hizo todo ajustándose a lo que el Señor le habla mandado.

El
día uno del mes primero del segundo año fue construido el santuario. Moisés
construyó el santuario, colocó las basas, puso los tablones con sus trancas y
plantó las columnas; montó la tienda sobre el santuario y puso la cubierta sobre
la tienda; como el Señor se lo habla ordenado a Moisés.

Colocó el
documento de la alianza en el arca, sujetó al arca los varales y la cubrió con
la placa. Después la metió en el santuario y colocó la cortina de modo que
tapase el arca de la alianza; como el Señor se lo había ordenado a
Moisés.

Entonces la nube cubrió la tienda del encuentro, y la gloria del
Señor llenó el santuario.

Moisés no pudo entrar en la tienda del
encuentro, porque la nube se había posado sobre ella, y la gloria del Señor
llenaba el santuario.

Cuando la nube se alzaba del santuario, los
israelitas levantaban el campamento, en todas las etapas. Pero, cuando la nube
no se alzaba, los israelitas esperaban hasta que se alzase.

De día la
nube del Señor se posaba sobre el santuario, y de noche el fuego, en todas sus
etapas, a la vista de toda la casa de Israel.

Palabra de
Dios


Salmo:

 Sal 83, 3. 4. 5-6a y 8a. 11

R. ¡Qué
deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!


Mi alma se consume
y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo.
R.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa; la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor de los ejércitos, Rey mío y Dios
mío. R.

Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza; caminan de baluarte en baluarte.
R.

Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa, y prefiero el
umbral de la casa de Dios a vivir con los malvados. R.


Evangelio:

 Mateo 13, 47-53

En aquel tiempo,
dijo Jesús a la gente:

-«El reino de los cielos se parece también a la
red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la
arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los
tiran.

Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles,
separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será
el llanto y el rechinar de dientes.

¿Entendéis bien todo esto?
»

Ellos les contestaron:

-«Sí.»

Él les dijo:

-«Ya
veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de
familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo. »

Cuando Jesús
acabó estas parábolas, partió de allí.

Palabra del Señor
Querido amigo/a:

Hoy Jesús nos presenta el Reino como una gran red, con
la que los marineros salen a pescar... y que recoge todo lo que hay. Y que
cuando está llena, se sube a la barca y se va seleccionando, para quedarse con
lo bueno y desechar lo que no sirve.

Es normal: no todo es lo mismo. Como
se dice por aquí, “no da igual ocho que ochenta”. Para el Dios del Reino hay
cosas que tienen mucho valor, pero hay otras que no sirven, porque no construyen
humanidad, Reino, Vida.
La vida es el tiempo de la libertad. Se nos ha
regalado un tiempo y unas capacidades, y con ello podemos hacer muchas cosas.
Podemos construir... o destruir. También podemos darnos cuenta y arrepentirnos.
La vida es también tiempo de perdón y de reconciliación.

Por eso, al
final, no será lo mismo una vida entregada -de las múltiples maneras que se
puede entregar-, que una vida guardada, malgastada –de las muchas formas que
también se puede hacer esto-. El final de la vida será la verdad y la
consolidación de lo que fue.

Dios quiere que todos los hombres y mujeres
se salven... En su casa hay sitio para tod@s, y ya nos lo ha preparado. Pero
respeta nuestra libertad. Malgastar la vida es como decidir quedarse fuera de la
fiesta, del banquete que nos ha preparado... y que ya estamos pudiendo gustar
aquí en la tierra.

La vida eterna es vivir con Dios y con los otros. La
muerte eterna es vivir sin Dios y sin los demás. Ambas empiezan ahora, pero se
consolidarán al final... aunque no nos toca a nosotros determinarlo, sino al
Dios de Jesucristo, que respeta nuestra libertad a la vez que es
misericordioso...

Pero sobre todo no nos toca a nosotros hacer el juicio
antes de tiempo. La red con los peces tiene su selección al final, no durante la
pesca.

Sigamos caminando, dando pasos hacia la Vida y ayudando a otros a
vivir ya de la plenitud que Dios nos ofrece.
Ojalá que nadie se quede fuera
de la fiesta...

Tu hermano en la fe:

Miércoles de la 17ª semana de Tiempo Ordinario


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Primera Lectura:

 Éxodo 34, 29-35

Cuando Moisés bajó
del monte Sinaí con las dos tablas de la alianza en la mano, no sabía que tenia
radiante la piel de la cara, de haber hablado con el Señor. Pero Aarón y todos
los israelitas vieron a Moisés con la piel de la cara radiante, y no se
atrevieron a acercarse a él.

Cuando Moisés los llamó, se acercaron Aarón
y los jefes de la comunidad, y Moisés les habló.

Después se acercaron
todos los israelitas, y Moisés les comunicó las órdenes que el Señor le habla
dado en el monte Sinaí.

Y, cuando terminó de hablar con ellos, se echó un
velo por la cara.

Cuando entraba a la presencia del Señor para hablar con
él, se quitaba el velo hasta la salida. Cuando salía, comunicaba a los
israelitas lo que le habían mandado. Los israelitas veían la piel de su cara
radiante, y Moisés se volvía a echar el velo por la cara, hasta que volvía a
hablar con Dios.

Palabra de Dios


Salmo:

 Salmo responsorial: 98

R. Santo eres,
Señor, Dios nuestro.


Ensalzad al Señor, Dios nuestro, /postraos ante
el estrado de sus pies: / Él es santo. R.

Moisés y Aarón con sus
sacerdotes, / Samuel con los que invocan su nombre, / invocaban al Señor, / y él
respondía. R.

Dios les hablaba desde la columna de nube; / oyeron
sus mandatos y la ley que les dio. R.

Ensalzad al Señor, Dios
nuestro; / postraos ante su monte santo: / Santo es el Señor, nuestro Dios.
R.


Evangelio:

 Mateo 13, 44-46

En aquel tiempo,
dijo Jesús a la gente:

-«El reino de los cielos se parece a un tesoro
escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de
alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

El reino de los
cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una
de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.Palabra
del Señor
 Manuel Suárez, claretiano
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Querido amigo/a:

Hoy Jesús nos vuelve a hablar
del Reino de Dios. Se ve que es el tema de la semana...
En realidad, la
humanidad siempre ha buscado “el secreto de la felicidad”, “la piedra de la
sabiduría”, “el elixir de la eterna juventud”... “el tesoro”.
Pues bien,
Jesús dice que eso, encontrar el tesoro de la vida y el secreto de la
existencia, es como encontrar el Reino. El que lo encuentra, es capaz de dejarlo
todo por ello.
Su rostro se vuelve luminoso, como el de Moisés
(“contempladlo, y quedaréis radiantes”, dice un Salmo).
Sus manos se abren,
para dar y recibir.
Su corazón se esponja, con un sitio para todos.
La
vida se vuelve confianza, en la salud y en la enfermedad.
El mundo se
transforma en la casa de todos.
El futuro se contempla con
esperanza...
“Reino de Dios”. Los dos términos son importantes. Porque el
Reino no es anónimo, sino que tiene un Padre, Alguien para quien somos alguien,
con nombre, con historia, con futuro. Y “Dios del Reino”, porque no es un Dios
aislado, alejado, abstraído... Es un Dios que se da a la humanidad, que inaugura
un reinado nuevo, que se preocupa por todos.


“Venga tu Reino,
Señor.
Venga a nosotros
y que lo acojamos, lo amasemos y lo
repartamos
a manos llenas”.

Tu hermano en la fe:Luis Manuel Suárez, claretiano 

Martes de la 17ª semana de Tiempo Ordinario.


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Primera Lectura:

 Éxodo 33, 7-11; 34, 5b-9. 28

En
aquellos días, Moisés levantó la tienda de Dios y la plantó fuera, a distancia
del campamento, y la llamó «tienda del encuentro». El que tenia que visitar al
Señor salía fuera del campamento y se dirigía a la tienda del
encuentro.

Cuando Moisés salía en dirección a la tienda, todo el pueblo
se levantaba y esperaba a la entrada de sus tiendas, mirando a Moisés hasta que
éste entraba en la tienda; en cuanto él entraba, la columna de nube bajaba y se
quedaba a la entrada de la tienda, mientras él hablaba con el Señor, y el Señor
hablaba con Moisés.

Cuando el pueblo vela la columna de nube a la puerta
de la tienda, se levantaba y se prosternaba, cada uno a la entrada de su
tienda.

El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con
un amigo. Después él volvia al campamento, mientras Josué, hijo de Nun, su joven
ayudante, no se apartaba de la tienda.

Y Moisés pronunció el nombre del
Señor.

El Señor pasó ante él, proclamando:

-«Señor, Señor, Dios
compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.
Misericordioso hasta la milésima generación, que perdona culpa, delito y pecado,
pero no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos,
hasta la tercera y cuarta generación.»

Moisés, al momento, se inclinó y
se echó por tierra.

Y le dijo:

-«Si he obtenido tu favor, que mi
Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona
nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.»

Moisés estuvo
allí con el Señor cuarenta días con sus cuarenta noches: no comió pan ni bebió
agua; y escribió en las tablas las cláusulas del pacto, los diez
mandamientos.

Palabra de Dios.


Salmo:

 Sal 102, 6-7. 8-9. 10-11. 12-13

R. El
Señor es compasivo y misericordioso.


El Señor hace justicia y
defiende a todos los oprimidos; enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los
hijos de Israel. R.

El Señor es compasivo y misericordioso, lento
a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando ni guarda rencor
perpetuo. R.

No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos
paga según nuestras culpas. Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta
su bondad sobre sus fieles. R.

Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. Como un padre siente ternura por sus
hijos, siente el Señor ternura por sus fieles. R.


Evangelio:

 Mateo 13, 36-43

En aquel tiempo,
Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a
decirle:

-«Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.»

Él les
contestó:

-«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el
campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son
los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha
es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles.

Lo mismo que se
arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre
enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y
malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar
de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre.
El que tenga oídos, que oiga.»

Palabra del Señor
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Querido amigo/a:

Hoy se nos cuenta una escena
cotidiana de Jesús. “Dejó a la gente y se fue a casa”. Jesús también descansa.
Jesús también toma distancia. Jesús también comparte con los suyos.

Allí,
en la casa, sus amigos le piden que les aclare, que no entendieron bien. Y él
les explicaría, hasta que pareciera que entendían... Y comerían, y descansarían,
y hablarían de mil cosas, y de cómo iba la misión, y de sus familias de
origen... y de lo que les preocupaba, y de la situación del pueblo, y de...
tantas cosas...

Los cristianos estamos llamados a tener intimidad con
Jesús. Como Moisés, que hablaba “cara a cara” con Dios. Una fe que no se cultiva
en la oración es como una amistad que no se ejercita en el encuentro, en el
trato, en la conversación.
En su tiempo, entre las multitudes de Galilea
había quien seguía a Jesús a distancia, con encuentros esporádicos, de tarde en
tarde... Pero desde que está Resucitado, accesible en todo tiempo y en todo
lugar, la invitación es a seguirle de cerca, tenerle presente, intimar con él:
en la oración breve o larga de cada día; en la celebración de cada domingo; en
la confianza con que se puede vivir la vida...

Tampoco es cuestión de
estar todo el día pensando en Jesús... pero sí buscar esos momentos de
intimidad, y vivir todo en la onda de estar en su presencia, procurando abrir
los mismos caminos que él intentó: caminos de Reino.
Que tengas una buena
jornada.
Tu hermano en la fe:Luis Manuel Suárez, claretiano
Lunes de la 17ª semana de Tiempo Ordinario.

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Primera Lectura:

 Lectura del libro del Éxodo 32, 15-24.
30-34

En aquellos días, Moisés se volvió y bajó del monte con las dos
tablas de la alianza en la mano. Las tablas estaban escritas por ambos lados;
eran hechura de Dios, y la escritura era escritura de Dios, grabada en las
tablas. Al oír Josué el griterío del pueblo, dijo a Moisés:
-«Se oyen gritos
de guerra en el campamento.» 
Contestó él: 
-«No es grito de victoria, no
es grito de derrota, que son cantos lo que oigo.» 
Al acercarse al campamento
y ver el becerro y las danzas, Moisés, enfurecido, tiró las tablas y las rompió
al pie del monte. Después agarró el becerro que habían hecho, lo quemó y lo
trituró hasta hacerlo polvo, que echó en agua, haciéndoselo beber a los
israelitas. Moisés dijo a Aarón: 
-« ¿Qué te ha hecho este pueblo, para que
nos acarreases tan enorme pecado? » 
Contestó Aarón: 
-«No se irrite mi
señor. Sabes que este pueblo es perverso. Me dijeron: "Haznos un Dios que vaya
delante de nosotros, pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué le
ha pasado." Yo les dije: "Quien tenga oro que se desprenda de él y me lo dé"; yo
lo eché al fuego, y salió este becerro.» 
Al día siguiente, Moisés dijo al
pueblo: 
-«Habéis cometido un pecado gravísimo; pero ahora subiré al Señor a
expiar vuestro pecado.» 
Volvió, pues, Moisés al Señor y le dijo: 
-«Este
pueblo ha cometido un pecado gravísimo, haciéndose dioses de oro. Pero ahora, o
perdonas su pecado o me borras del libro de tu registro. » 
El Señor
respondió: 
-«Al que haya pecado contra mí lo borraré del libro. Ahora ve y
guía a tu pueblo al sitio que te dije; mi ángel irá delante de ti; y cuando
llegue el día de la cuenta, les pediré cuentas de su pecado.»

Palabra
de Dios.


Salmo:

 Sal 105, 19-20. 21-22. 23

R. Dad
gracias al Señor porque es bueno.

En Horeb se hicieron un becerro,
adoraron un ídolo de fundición; cambiaron su gloria por la imagen de un toro que
come hierba. R

Se olvidaron de Dios, su salvador, que había
hecho prodigios en Egipto, maravillas en el país de Cam, portentos junto al mar
Rojo. R

Dios hablaba ya de aniquilarlos; pero Moisés, su
elegido, se puso en la brecha frente a él, para apartar su cólera del
exterminio. R.


Evangelio:

 Lectura del santo evangelio según san Mateo
13, 31-35

En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la
gente:

-«El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno
siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es
más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y
vienen los pájaros a anidar en sus ramas.»

Les dijo otra
parábola:

-«El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la
amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente.»

Jesús
expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía
nada.

Así se cumplió el oráculo del profeta:

«Abriré mi boca
diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del
mundo.»

Palabra del Señor.
Querido amigo/a:

El evangelio de hoy “huele” a Jesús. Esa era su forma de
hablar: en parábolas, con comparaciones sencillas, para que todos los que
quisieran le entendiesen. Y ese era su tema preferido: el Reino. Dicen los
entendidos que de las dos cosas que más habló Jesús fue de Dios Padre y del
Reino. Hoy nos habla del Reino...

¿Qué es el Reino de Dios? Se entiende
mejor si lo traducimos por “reinado”: el mundo anda un poco a la deriva, entre
nuestras ansias de tener y de poder. Así le pasaba a Israel, cuyos reyes y
gobernantes no siempre buscaban el bien común, sino que a veces preferían el
bien propio o el de unos pocos... Así las cosas, el pueblo de Israel esperaba un
rey que protegiese a todos, especialmente a los más débiles... en cuyo reino se
pudiese vivir la paz, el encuentro, la justicia, la comunicación, la
esperanza... la vida.

Jesús aparece entre nosotros como “profeta del
reino”: el viene anunciando que ese Reino esperado ya está aquí; que el reinado
de Dios se inaugura con sus palabras y con sus obras; que todo puede ser
nuevo...

Y anuncia ese reino a todos, empezando por los de abajo,
comparándolo con un grano de mostaza que, siendo pequeño, crece hasta dar cobijo
a los pájaros... o la levadura, que aunque casi no se ve, es capaz de fermentar
toda la masa del pan. En otras ocasiones nos habló de la sal, que siendo pequeña
es capaz de dar sabor...

Hoy también podemos decir que el Reino es como
la vela que encendemos en la Vigilia Pascual, que siendo pequeña, unida a otras
muchas, es capaz de iluminar una catedral... o como una chispa, que cuando
prende es capaz de dar fuego, calor, luz... o como una palabra de aliento, que
en un momento determinado es capaz de levantar una vida...

Es el
misterio de lo pequeño. Es el misterio del Reino. Es el misterio de la vida de
Jesús, escondida y enterrada en un rincón de nuestro mundo, que ha prendido la
mayor de las revoluciones de la historia: somos hijos y hermanos, y podemos
vivir como tales. ¡Qué grande...!

¿A qué más podremos comparar el Reino /
el Reinado de Dios? Si se te ocurre alguna, compártela en este foro... Y, sobre
todo, busca cómo puedes tú, en tu vida, acoger y ayudar a crecer este Reino que
se nos da.
Que tengas un buen día.

Tu hermano en la fe:Luis Manuel Suárez, claretiano