sábado, 17 de enero de 2009

AÑO PAULINO 08-09

                                                       DE LA MISIÓN DE SAN PABLO A LA MISIÓN DEL TERCER MILENIO


por    Mons. Francisco Pérez González Arzobispo de Pamplona-Tudela  


Semana Española de Misionología  Burgos 7 de Julio 2008    


1. Introducción: un año paulino


  "Queridos hermanos y hermanas, como en los inicios, también hoy Cristo necesita apóstoles dispuestos a sacrificarse. Necesita testigos y mártires como san Pablo; era perseguidor violento de los cristianos, cuando en el camino de Damasco cayó en tierra, y cegado por la luz divina, se paso sin vacilar al Crucificado y lo siguió sin volverse atrás. Vivió y trabajó por Cristo; por él sufrió y murió. ¡Qué actual es su ejemplo".


  Con estas palabras, el Papa Benedicto XVI anunciaba y justificaba el año paulino, que acabamos de comenzar hace unos días. Son parte de una homilía pronunciada en la Basílica de San Pablo Extramuros, en las primeras vísperas de la solemnidad de san Pedro y san Pablo, del año pasado. En esa ocasión, muy cerca de los restos del Apóstol de las Gentes, y acompañado también por representantes del Patriarcado ecuménico de Constantinopla, quiso convocar a la Iglesia para un año paulino. Un año para impregnarnos del espíritu apostólico y misionero de san Pablo.


  San Pablo jugó un papel muy principal en la primera expansión del cristianismo. Por eso, merece un lugar en estas jornadas dedicadas a la misión de la Iglesia.


2. Cambios en la misión


2.1.- El mapamundi de la misión


  En el último siglo, el mapamundi de las misiones cristianas ha experimentado un cambio radical. Los viejos esquemas de la misionología que, a principios del siglo XX dividían las naciones entre naciones cristianas y paganas, se han quedado muy viejos. Ya no se pueden colorear religiosamente las naciones, como se hacía, hace años, con cierta ingenuidad, en las clases de religión. ¿Qué color pondríamos hoy a Suiza, a Holanda o, sin ir más lejos, a España? ¿Son naciones evangelizadas? ¿Están iluminadas realmente por el color del Evangelio?


  Al inicio del tercer milenio, estamos en una nueva época de misión. Es verdad que todavía es necesaria la misión tradicional en muchos países del llamado "tercer mundo"; porque todavía quedan zonas apenas evangelizadas en América o en África. Es verdad que hay que apoyar y atender a muchas necesidades de las llamadas "Iglesias jóvenes" que se han desarrollado con tanta fuerza en estos países. Es verdad que, al inicio del siglo XXI, se presenta, como nunca antes, el reto de las grandes naciones asiáticas, como la India, la China o el Japón, donde la presencia de la Iglesia, aunque arraigada ya, todavía es casi testimonial. Es verdad que sigue planteado el reto, con más de mil años a cuestas, de la evangelización del mundo musulmán, prácticamente impermeable a la misión cristiana.


  Pero junto a estos retos, ha surgido en la historia reciente el gran reto de la misión de la Iglesia en los países de vieja tradición cristiana. Donde esta misma expresión "vieja tradición cristiana", además de un motivo de agradecimiento sincero, señala cuál es el problema: que el cristianismo se ha convertido, en parte, sólo en eso; en una vieja tradición, en un testimonio del pasado, en un recuerdo más o menos amado.  


2.2.- La vieja tradición cristiana.-


  A veces, ni siquiera amado. Algunos no se sienten cómodos con ese pasado y preferirían prescindir totalmente de sus raíces cristianas, como se ha visto en el debate de la malograda Constitución europea.


  Para muchos otros, la expresión "vieja tradición cristiana" apunta sencillamente a algo que pertenece al mundo antiguo. Quizá era bonito en el pasado, pero ya ha perdido su sentido. Como otros elementos tradicionales de la cultura de Occidente: la vida rural, la producción artesanal, el comercio familiar, las familias patriarcales, los quehaceres del hogar, etc. Cosas por las que se puede sentir cierta nostalgia, pero que son formas de vida definitivamente superadas e incluso incompatibles con nuestra sociedad postindustrial. Una sociedad que ha alcanzado unos niveles de vida, de salud, de consumo y de educación incomparables con el pasado. Que se siente mucho más informada, intercomunicada, emancipada y plural. Y que, por eso mismo, mira hacia atrás con cierta conciencia de superioridad. Y entonces lo pasado le resulta todavía más pasado, más viejo, más superado.


  La cultura nuestra conserva con simpatía los aspectos folclóricos de la tradición cristiana, pero, en muchos casos, se ha vuelto ácida con respecto a su mensaje. Conserva las catedrales, pero no aprecia lo que se dice en sus cátedras. Escucha con gusto la música sagrada, pero no asume su letra. Admira los objetos del culto cristiano, expuestos en los museos, pero no adora al Señor presente en la Eucaristía. Celebra alegremente las fiestas patronales, pero no desea aprender de la oración y el ejemplo de los santos. Le interesan las curiosidades y leyendas, pero no le mueven los testimonios de vida cristiana. Y la oferta de entretenimiento se ha llenado de novelas y películas sobre complots en el Vaticano y reconstrucciones fantásticas del cristianismo primitivo.


  Muchos están dispuestos a conservar la cáscara del cristianismo, como algo que forma parte de su personalidad histórica, pero no parecen dispuestos a acoger su corazón. Quizá no perciben que todavía palpita, que está vivo; que contiene una fe, una celebración y una caridad, centradas en una persona viva, que es Jesucristo nuestro Señor, resucitado de una vez para siempre. No alcanzan a verlo así, o porque no damos testimonio suficiente los que nos consideramos cristianos o porque ese testimonio queda empañado por los prejuicios anticristianos que ha generado nuestra cultura. O quizá son las dos cosas a la vez.


  La buena nueva del Evangelio ya no parece tal en nuestras latitudes. Para muchos, no suena a nueva, sino a vieja. Y, para algunos, tampoco es buena, sino mala. Se han formado una visión oscurecida y negativa del cristianismo, como si hubieran generado un anticuerpo, una sensibilidad, una intolerancia. Necesitan demostrarse a sí mismos y demostrar a los demás que, en realidad, no es camino, que no es verdad y que no es vida. A algunos no les basta con quedarse al margen del Evangelio, quieren hacerlo desaparecer de su presencia. Quizá es una manera de superar la incomodidad de no creer, de no participar en los sacramentos o de no vivir la moral cristiana.


2.3.- No quedarse en el análisis.-  


No hemos hecho más que esbozar una situación conocida de todos. Y destacando un poco más los aspectos negativos. Habría que introducir también algunos contrastes positivos, de luz, junto a las sombras, para ser justos y reconocidos con los muchos dones que hemos recibido de Dios. Pero hacer justicia a este tema y analizar bien el estado y las causas de esta pérdida de color cristiano, de nuestra descristianización nos llevaría muy lejos. Habría que recorrer la entera historia reciente, con sus matices nacionales y locales. Y no bastaría juzgar sólo la evolución social, política y cultural de nuestra sociedad. También sería necesario referirse a los profundos cambios de la Iglesia en el periodo posconciliar, rico en esperanzas y en mejoras, pero también en perplejidades y desalientos. La ignorancia religiosa y la desafección cristiana de nuestros contemporáneos se deben también a nuestras lagunas y defectos.  


En todo caso, el diagnóstico del pasado hay que dejarlo en manos de los historiadores. No es nuestra tarea. Incluso podría despistarnos de nuestra tarea. Para orientarnos en el presente, nos basta apreciar los rasgos generales que hemos descrito. Nos basta tomar conciencia de cuáles son los motivos por los que Juan Pablo II, inspirado por los deseos del Concilio Vaticano II, proclamó para este tercer milenio una nueva evangelización. Una nueva evangelización que, sin olvidar las otras dimensiones de la misión de la Iglesia que hemos recordado, nos advierte que hay una tarea nueva. La misión de reevangelizar, de anunciar el evangelio como si fuera otra vez nuevo en los países de "vieja tradición cristiana".


  Si en lugar de llenarnos de ánimo para emprender las tareas de la nueva evangelización nos entretuviéramos en complejos y discutibles análisis, acabaríamos haciendo verdad lo que, entre bromas y veras, señala un sabio dicho: "Por el análisis a la parálisis".


  Además, el análisis cristiano -ver, juzgar y actuar- no comienza mirando lo que hacemos los hombres, sino lo que hace Dios. El punto de partida de la evangelización no es el análisis pormenorizado de la situación actual de la cultura contemporánea, sino la fe en la resurrección de Cristo, que es siempre lo más actual. Más actual y novedoso que ninguna otra cosa que suceda en la historia. La descripción de la situación, las estadísticas de la crisis, pueden darnos alguna pista para orientar la evangelización y, sobre todo, para señalarnos su urgencia. Pero lo que realmente orienta nuestra evangelización es la fe en Jesucristo, en su presencia salvadora y en el valor perenne de aquel mandato que aparece al final del Evangelio de san Mateo: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes", con esa consoladora conclusión: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19).


  Si san Pablo se hubiera entretenido haciendo el diagnóstico de la situación cultural y espiritual de Corinto, probablemente nunca hubiera predicado allí. Las estadísticas de la práctica religiosa y los estándares de la vida moral de aquel puerto cosmopolita de la Antigüedad eran sin duda peores de lo que pueden serlo en nuestras áreas más descristianizadas. Y otro tanto cabría decir de Atenas, donde, como nos confiesa el propio san Lucas: "Todos los atenienses y los forasteros que allí residían en ninguna otra cosa pasaban el tiempo sino en decir y oír la última novedad" (Hch 17,21). Pero san Pablo obedeció al mandato del Señor: fue y "en medio del Areópago" anunció valientemente al "Dios que hizo el mundo" (17,24), rechazó los ídolos falsos, y proclamó la resurrección de Cristo.


  Dijo a aquellos atenienses: "Dios pasando por alto los tiempos de la ignorancia -les dijo- anuncia ahora que todos y en todas partes deben convertirse" (Hch 17,30). Esta era su convicción. Quería llegar a "todos y en todas partes". Ya sabemos el resultado de aquella osadía: "unos se burlaron y otros dijeron. 'sobre esto ya te oiremos otra vez'". Pero los Hechos de los Apóstoles nos dicen también que: "algunos hombres se adhirieron a él y creyeron" (Hch 17, 32). Hoy como ayer. El mismo Evangelio, las mismas dificultades, también los mismos logros, que son éxitos de la gracia de Dios, no nuestros.   


2.4.- La oportunidad de un año paulino.-


  Por eso nos viene bien contemplar el ejemplo de san Pablo. Precisamente lo que quiere promover este año paulino es un cambio de mentalidad. Como hemos leído en las palabras de Benedicto XVI: "como en los inicios, también hoy Cristo necesita apóstoles dispuestos a sacrificarse. Necesita testigos y mártires como san Pablo".


  Necesitamos testigos y mártires de Jesucristo, que verdaderamente crean en él, en la fuerza de su presencia actual, más que en el valor de las estadísticas. Testigos convencidos de la actualidad de Cristo resucitado, del valor y del poder transformador del Evangelio, y de la bendición de Dios que supone para todos los hombres, especialmente para nuestros contemporáneos. Necesitamos testigos capaces de vencer la atonía interna y la acidez externa. Incluso si esto supone una desventaja social, un peligro de marginación o de burla.


  Como hemos dicho, Juan Pablo II, inspirado en los deseos del Concilio Vaticano II, anunció una nueva evangelización para este tercer milenio que comienza. Después de un primer milenio de expansión misional del cristianismo y un segundo milenio de enraizamiento cultural, estamos ante un tercer milenio, que nos plantea este nuevo reto de evangelización y de misión: la evangelización de lo que ya fue evangelizado. Dar a conocer lo que ya fue conocido. Anunciar a nuestros contemporáneos la buena nueva como buena y como nueva.


  El tercer milenio tiene que ser también, lo hemos dicho, el milenio de la consolidación de las nuevas Iglesias africanas o de las Iglesia jóvenes americanas. También esperamos que sea el siglo de la expansión cristiana en Asia. Debería ser el milenio del diálogo evangelizador del mundo musulmán. Pero, no lo olvidemos, tiene que ser el milenio de renovar las raíces de nuestra fe, allí donde ha sido aceptada, amada y ha desarrollado sus frutos.


3. Una vocación de apóstol de las gentes


  3.1.- Las naciones.-


  San Pablo es, por antonomasia, el apóstol de las "Gentes". Las "gentes" o las "naciones" es una de las nociones más interesantes y "transversales" de la Biblia. La recorre desde el principio hasta el fin, desde el Génesis hasta el Apocalipsis.


  En parte, es un término que sirve para distinguir al pueblo elegido de todos los demás. Israel es el pueblo elegido por Dios entre las naciones. El pueblo que Dios ha hecho suyo. De esta manera son "gentiles" o "paganos" aquellos que no han tenido la suerte de recibir la revelación divina. Pertenecen a otras naciones, pero no a la que Dios ha elegido. Y esto podía dar lugar, y a veces daba, a un cierto orgullo más o menos racial. Pero no es ese el verdadero sentido de la distinción.


  La vocación de Israel no es sólo la de distinguirse de los demás pueblos o etnias, y no contaminarse. Sino también y principalmente la de servir de referencia y camino de salvación para las demás naciones. Hay aquí un designio salvador de Dios que, como recuerda san Pablo, "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2,4).


  Los primeros capítulos del Génesis destacan que todas las naciones y pueblos en que se dividen los hombres tienen su origen en el único Dios, que ha creado al primer hombre (cfr Gn 5 9 y 10). Y, en medio de las diatribas contra las naciones enemigas, los profetas de Israel señalan que esas naciones están destinadas a orientarse finalmente hacia la ciudad santa, Jerusalén, y a rendir culto al verdadero Dios (Is 60,4, Tb 13,14). Los evangelios sinópticos encuentran un inicio de cumplimiento de esta promesa en la adoración de los Magos.


  Cuando Israel reflexiona sobre su misión espiritual en el mundo, recuerda las palabras con que dio comienzo la Alianza. El libro del Génesis empieza la historia de Abraham, contando su vocación y la Alianza con Dios. Y como parte de las promesas de Dios se añade: "Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra" (Gn 12,3). Aunque en la interpretación literal del pasaje, caben varias opciones, la tradición de Israel entenderá que todos los linajes, todas las etnias, las naciones o los pueblos no sólo se alegrarán por la bendición que recibe Abrahán sino que también participarán en ella. A través de Israel llegará la bendición de Dios a todas las naciones.


  El texto tiene profundos ecos en todo el Antiguo Testamento (Gn 18,18; 22,18; 26,4; 28,14; Jr 4,2; Si 44,21), y configura la misión histórica de Israel. Después, se prolonga hasta llegar al Nuevo. El anciano Simeón ve su cumplimiento al tener en los brazos a Jesucristo niño, con apenas cuarenta días: "Han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2, 30.32). Aquel niño era y es, la gloria del Israel elegido por Dios y la luz de las gentes, de todos los pueblos, convocados a adorar al verdadero Dios, según las promesas de Dios.


  3.2.- El Apóstol de los gentiles.-


  Sobre este rico trasfondo, que recorre la entera historia de la salvación, se entiende mejor la vocación y misión de san Pablo, como "Apóstol de las Gentes". La evangelización de los gentiles o no judíos estaba ya prevista en el mismo mandamiento de Cristo: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19).


  Y está anticipada simbólicamente en la conversión del centurión Cornelio (cfr. Hch 10), que ocupa un lugar tan significativo en los Hechos de los Apóstoles que se cuenta por triplicado. Para que a nadie quede duda de que se trata de un querer divino. Pedro declara: "verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le tema y practica la justicia le es grato" (Hch 10, 34). Y los demás discípulos se asombran "al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles" (Hch 10, 45). Todos supieron así que "también los gentiles habían aceptado la palabra de Dios". Y "se tranquilizaron y glorificaron a Dios diciendo: así pues también a los gentiles les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida" (Hch 11,18).


  Estaba claro: el Evangelio es una bendición para todas las gentes, para todas las etnias, para todas las naciones, para todas las culturas y para todas las especificaciones en que puede dividirse la especie humana. Nadie queda excluido en la voluntad divina que "quiere que todos los hombres se salven" (1 Tm 2,4). Esa es la voluntad de Dios. Pero Dios quiere necesitar quien lleve su mensaje salvador a los oídos de los hombres. "Todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará" -dice san Pablo-: "Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿Cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura, ¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el Bien!" (Rm 10, 13-17; Is 52,7).


  Dios ha querido depender de testigos fieles que lleven su mensaje. Y a San Pablo le tocó abrir de par en par las puertas de la primitiva Iglesia a los gentiles, a muchos tipos de gentiles de muchas naciones. "El que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles" (Ga 2, 8). A san Pablo le tocó llevar a la práctica las promesas universales de salvación. San Pablo encarna, por antonomasia, la dimensión universal a la que estaba llamada la Iglesia desde el principio. "Desde el primer momento -dice Benedicto XVI- había comprendido que esta realidad no estaba destinada sólo a los judíos, a un grupo determinado de hombres, sino que tenía un valor universal y afectaba a todos, porque Dios es el Dios de todos"


  El Señor preparó ese instrumento para darle a la Iglesia un impulso universal, católico, que no conocía fronteras geográficas, políticas o culturales. A su inmenso espíritu le tocó sacar el cristianismo de los medios judíos y de la diáspora judía, para dirigirse realmente a "todas las gentes". Lo que hubiera podido, quizá, quedarse en un símbolo, se convirtió con su asombroso apostolado, en una verdad palpable.


4. El "Ad gentes" de hoy


  Todavía vivimos hoy de ese impulso. Y viene bien un año paulino para recordarlo. Ninguna barrera étnica, geográfica, política o cultural puede detener el anuncio del Evangelio. El Evangelio es para todos los pueblos, para todas las etnias, para todas las gentes, para todos los hombres. Convoca a todos los hombres, por encima de cualesquiera diferencias.


  "Ad gentes" son también las primeras palabras latinas con las que se conoce el Decreto sobre la Actividad Misionera de la Iglesia, del Concilio Vaticano II. Y su primer número lo deja bien claro: "Enviada por Dios a las gentes para ser 'sacramento universal de salvación', la Iglesia, por exigencia radical de su catolicidad, obediente al mandato de su Fundador, se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres" (n. 1).


  Este punto encuadra la misión, por una parte, en el mandato de Cristo, que ya hemos mencionado: "Id y haced discípulos a todas las gentes". Y, por otra, en el ser mismo de la Iglesia, que es católica. Es decir, universal, abierta a todos los pueblos, a todas las gentes, a todas las etnias, a todas las culturas.


  A pesar de los nuevos nacionalismos, hoy apenas vige la división étnica que parecía obvia a los escritores de la Antigüedad. Aunque ya entonces había ciudades tan cosmopolitas como la Atenas en la que predicó san Pablo, la humanidad aparecía dividida claramente en naciones. Hoy el envío ad gentes, apunta a toda la diversidad de la condición humana, que también se muestra en nuestras sociedades que tienen por orgullo definirse pluralistas, aunque en realidad son bastante homogéneas desde el punto de vista cultural.


  Precisamente por eso, nada es más lejano a la mentalidad de la evangelización cristiana que el concebir el cristianismo como algo que acepte quedarse encerrado en pequeños ámbitos de culto. Si es verdad que hay que encerrarse en la propia intimidad para tratar con Dios que "ve en lo secreto" (Mt 6,6). También es verdad que hay predicar "desde los tejados" (Mt 10,27). Y que Pentecostés ha dado a la Iglesia su estatuto público y la ha puesto, como "bandera entre las naciones" ante la realidad de su misión universal. No puede quedarse encerrada ni tampoco puede conformarse con que haya espacios humanos cerrados a la salvación de Cristo.


  Dirigiéndose a los recién convertidos en Pentecostés, Pedro les dijo: "Que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Pues la Promesa es para vosotros y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro" (Hch 2,39). Esa es la promesa de que el Señor convoca a todas las gentes, a todos los pueblos.


  Desde Pentecostés, la Iglesia no puede callar ni restringir su mensaje. Como explicaron Pedro y Juan al Sanedrín, cuando querían dejarles libres a cambio de su silencio. "Les llamaron y les mandaron que de ninguna manera hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús. Mas Pedro y Juan les respondieron: 'juzgar si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído" (Hch 4,18-20).


  "No podemos dejar de hablar- a todos los hombres, tendríamos que subrayar- de lo que hemos visto y oído". La Iglesia nació con esa misión universal. No podemos empequeñecer el espíritu del Evangelio y conformarnos con reductos culturales. No podemos aceptar una existencia marginal, en una sociedad progresivamente descristianizada. Pero esto, no por nuestra personal valía, como si se tratara de demostrar que nosotros personalmente tenemos la razón, sino por el sentido mismo del Evangelio. No buscamos el triunfo personal, sino la difusión de la luz de Cristo. Y esta difusión no puede lograrse sin estar enamorados de esa luz y sin estar dispuestos a algún sacrificio personal. Así sucedió desde el principio. En la misma escena que acabamos de mencionar se cuenta que Pedro y Juan "marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre. Y además ni un solo día cesaban de enseñar en el Templo y por las casas y de anunciar la Buena Nueva de que Jesús es el Cristo" (Hch 5,41-42). ¡"Ni un solo día cesaban de enseñar"!.  


4.1.- Ir y predicar.-


  Nos tiene que urgir, lo mismo que a los primeros cristianos y a san Pablo, el mandato del Señor: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19). Y nos tenemos que apoyar en las palabras que siguen a este mandato y que cierran el Evangelio de San Mateo: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). La presencia viva del resucitado es el contenido fundamental de la predicación, pero también su garantía.


  El mandato de Cristo, que se dirige a todos sus discípulos, habla de "ir". Es preciso ir. ¿Ir a quién? "ad gentes", a las naciones, a los pueblos. Hoy no se dividen los hombres ya por etnias, pero siguen conformando culturas. Hay que ir a los que no son , a los que no saben, a los que no conocen al verdadero Dios. Dondequiera que estén. Por eso la misión de la Iglesia tiene tantos frentes. Por eso, no han perdido actualidad, las misiones lejanas, las misiones tradicionales del tercer mundo. Por eso tenemos retos pendientes en Asia; por eso tenemos retos pendientes en el universo musulmán. Pero, por eso también, tenemos una misión a nuestro alrededor. en los países, volvemos a la expresión, de "vieja tradición cristiana".


  Necesitamos despertar en todos los cristianos esta conciencia misionera, porque es propia de toda la Iglesia, y no sólo de instituciones o de grupos especializados. Generaciones y generaciones de cristianos acostumbrados a vivir en un régimen de cristiandad o de naciones cristianas, han podido perder el impulso apostólico que caracterizó a las primeras generaciones. Tenemos que retornar a estas raíces para recuperar el impulso apostólico, el primer eco de las palabras del Señor: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes (...) Yo estoy con vosotros".


5. Aprender de san Pablo


  En la misión de San Pablo hay algunos rasgos muy acusados que, todavía hoy, nos enseñan cuáles son las bases de la verdadera evangelización cristiana. Los vamos a recorrer brevemente, y aprovecharemos algunas reflexiones de nuestro Papa Benedicto XVI que, hace dos años, en el 2006, después de haber descrito en las Audiencias de los miércoles, la personalidad de los Doce Apóstoles, dedicó varias Audiencia a glosar los rasgos principales del espíritu de San Pablo.


  5.1.- Centrarse en Cristo.-


  La vocación de san Pablo se inicia con un encuentro con Cristo. San Pablo recibió entonces ese testimonio personal y duradero del "Yo estoy con vosotros". "Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles" (Ga 1,15-16).


  Ese primer encuentro se convirtió en la referencia permanente de toda su misión. Comenta Benedicto XVI: "Su conversión no fue resultado de pensamientos o reflexiones, sino fruto de una intervención divina, de una gracia divina imprevisible.(...) Desde aquel momento puso todas sus energías al servicio exclusivo del Jesucristo y de su Evangelio (...). De aquí se deriva una lección muy importante para nosotros: lo que cuenta es poner en el centro de nuestra vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice especialmente por el encuentro, por la comunión con Cristo y con su palabra. A su luz, cualquier otra valor se recupera y a la vez se purifica de posibles escorias". Y en otro momento añade: "Es importante que nos demos cuenta de cómo Jesucristo puede influir en la vida de una persona y, por tanto, también en nuestra propia vida".


  A veces, por cuestiones de palabras, hablamos del cristianismo como si fuera un "ismo" más, como otras corrientes filosóficas o religiosas. Pero el cristianismo no es un "ismo". No es una teoría. Como glosó tan bellamente Romano Guardini en aquel hermoso libro que se llama La esencia del cristianismo. El cristianismo no es ni una teoría, ni un conjunto de ritos ni una moral. Su esencia es la persona de Cristo, que está con nosotros, resucitado: "Yo estoy con vosotros".


  San Pablo lo comprendió y lo vivió de manera radical. Escribe así a los de Corinto, cuando está entre cadenas en Roma: "Yo hermanos cuando fui con vosotros, a predicaros el testimonio de Cristo, no fui con sublimes discursos de sabiduría humana, puesto que no me he preciado de saber otra cosa entre vosotros que a Jesucristo, y éste crucificado" (1 Co 2, 1-2). Y un poco más adelante, para dejar bien claro cuál es el fundamento de la predicación cristiana, añade: "¡Mire cada cuál como construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1 Co 3,11).


  Su predicación se basaba en el testimonio vivo del resucitado que le había convertido en discípulo, no predicaba sus teorías, no se predicaba a sí mismo: "No nos predicamos a nosotros mismos-Dice a los Corintios-, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús" (2 Co 4,7)


  San Pablo es consciente de lo que significa esa presencia, que llega a ser interior a cada cristiano. Explica a los Gálatas: "Todos los que os habéis bautizado en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendientes de Abrahán, herederos según la promesa" (Ga 3, 27-29).


  Él experimentó en su propia vida y dejó como parte principal de su doctrina lo que significa "vivir en Cristo" (Rm 8, 1.2.39; 12,5; 16,3.7.10; 1 Cor 1,2.3, etc.). Comenta el Papa Benedicto XVI: "Nuestra vida cristiana se apoya en la roca más estable y segura que pueda imaginarse. De ella sacamos toda nuestra energía, como escribe precisamente el Apóstol: 'Todo lo puedo en Aquel que me conforta' (Flp 4,13)"


  Este vivir en Cristo por el Espíritu Santo nos conduce también al misterio de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Misterio de comunión en Cristo por el Espíritu Santo. El cristianismo no existe como una corriente cultural o filosófica. Existe encarnado en una Iglesia, Cuerpo de Cristo, animada por el Espíritu Santo. No hay evangelización auténtica sin este espíritu de comunión.


  5.2.- Atreverse a evangelizar.-


  Merece la pena destacar también un segundo rasgo muy acusado en la personalidad de san Pablo. San Pablo sentía la urgencia de la predicación. San Lucas nos cuenta elocuentemente que, mientras andaba por Atenas contemplando los monumentos y los templos religiosos, su espíritu se consumía interiormente "al ver la ciudad llena de ídolos" (Hch 17,16).


  Así se lo confiesa también a los Corintios: "Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria: es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el evangelio! (...). Siendo libre me he hecho esclavo de todos para ganar a los que mas pueda. Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos (...). Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo" (1 Co 9, 16-23).


  El impulso de san Pablo no nace del fanatismo sino de un arraigado amor a Dios y a los demás. De una fuerte conciencia de la necesidad de evangelizar y del beneficio tan grande que supone el evangelio de Cristo para los hombres. Por eso se hace "todo para todos". "La caridad (...) no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo soporta" (1 Co 13,4-7). Y en otro momento dice: "Si nos insultan, bendecimos. Si nos persiguen, lo soportamos. si nos difaman, respondemos con bondad" (1 Co 4,12-13). Y también: "Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades y las angustia sufridas por Cristo; pues, cuando soy débil entonces soy fuerte" (2 Co 12, 10-11)


  Era consciente de a quién servía y de cómo tenía que servirle: "Bien sabéis vosotros, hermanos -dice a los Tesalonicenses en un emocionante texto que vale la pena citar por extenso- que nuestra ida a vosotros no fue estéril, sino que después de haber padecido sufrimientos e injurias (...) tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios, entre frecuentes luchas. (...) No buscando agradar a los hombres, sino a Dios que examina nuestros corazones. Nunca nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia, Dios es testigo, ni buscando gloria humana, ni de vosotros ni de nadie. Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros como una madre cuida con cariño de sus hijos. Tanto os queríamos que estábamos dispuestos a daros no solo el Evangelio de Dios, sino nuestras propias vidas. (...). Recordáis hermanos, nuestros trabajos y fatigas (...). Como un padre a sus hijos así también a cada uno de vosotros os exhortábamos y animábamos, exigiéndoos vivieseis de una manera digna de Dios que os ha llamado a su Reino y gloria" (1 Ts 2,1-11).


  Es conmovedor pensar que ese espíritu no se apagaba en ninguna circunstancia. Ni siquiera en la cárcel: "Vivó allí dos años enteros a su costa, recibiendo a todos los que acudían, predicándoles el Reino de Dios y enseñando la vida del Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbos" (Hch 26,30-31). Sabemos que de esa primera acción apostólica de san Pablo, se convirtieron algunos de sus carceleros. Y que muy pronto hubo cristianos entre los pretorianos, la guardia imperial que se ocupaba de la custodia personal del emperador y también de sus prisioneros. Muy pronto hubo cristianos en todos los estamentos de la casa imperial, desde los criados y soldados hasta representantes de la nobleza patricia.


  Qué duda cabe que el Señor se preparó en san Pablo un buen instrumento para hacer algo que, todavía hoy, nos parece asombroso. Pero él apoyaba su debilidad personal -se sentía barro- en la fuerza de Dios. "No tengas miedo -le dijo el Señor en el comienzo de su misión en Corinto- sigue hablando y no te calles; porque yo estoy contigo y nadie te atacará para hacerte mal, porque tengo yo un pueblo numeroso en esta ciudad" (1 Co 18,9-10)


  Todavía hoy emociona la relación de penalidades que tuvo que sufrir para ser fiel a su misión: "¿Son Ministros de Cristo -¡digo una locura!- Yo más que ellos. Más en trabajos; más en cárceles; muchísimo más en azotes; en peligros de muerte, muchas veces. Cinco veces recibí de los judíos los cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez lapidado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en alta mar. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en la ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajos y fatigas; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria; la preocupación por todas las iglesias" (2 Co 11,23-29).


  Frente a esta relación tan sincera, !qué mezquina puede parecer la relación de dificultades que sentimos en nuestra evangelización! La parálisis a que nos conduce el análisis de nuestras dificultades. En la misma homilía de la basílica de san Pablo donde anunciaba el año paulino, comentaba Benedicto XVI: "La acción de la Iglesia sólo es creible y eficaz en la medida en que quienes forman parte de ella están dispuestos a pagar personalmente su fidelidad a Cristo, en cualquier circunstancia. Donde falta esta disponibilidad, falta el argumento decisivo de la verdad, del que la Iglesia misma depende".


  Hay una curiosa relación entre la presencia prometida de Cristo -"yo estoy con vosotros"- y la eficacia de la cruz. No se puede predicar y transmitir el Evangelio sin estar dispuestos a dar algo de uno mismo. El triunfo de Cristo fue en la Cruz. Y el triunfo de la caridad es también en la cruz. "En cuanto a mí Dios me libre de gloriarme, si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo esta crucificado para mí y yo para el mundo" (Ga 6,14).


  Con razón puede parecer una empresa desproporcionada para las débiles fuerzas humanas. Ciertamente nos supera. Nos podemos sentir con mucha más razón que san Pablo "vasos de barro" (2 Co 4,7). Pero tenemos que atrevernos a pedir la ayuda de la gracia para vivir como san Pablo, de forma que demos un testimonio más auténtico de la verdad.


  Conclusión.-


  En la conclusión de su Carta apostólica Novo millennio ineunte, Juan Pablo II escribía; "el mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello, podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza 'que no defrauda' (Rm 5,5)" (n. 58). Y añadía: "Tenemos que imitar la intrepidez del apóstol Pablo; 'lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios me llama desde lo alto, en Cristo Jesús' (Flp 13,14)" (n. 59).


  También Benedicto XVI nos invita a seguir este ejemplo: "Así, pues, afrontemos nuestra existencia, con sus alegrías y dolores, sostenidos por estos grandes sentimientos que san Pablo nos ofrece. Si los vivimos, podremos comprender cuánta verdad encierra lo que el mismo Apóstol escribe: 'Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquél día, es decir, hasta el día definitivo (2 Tm 1,12) de nuestro encuentro con Cristo juez, Salvador del mundo y de nosotros.


lunes, 12 de enero de 2009

está cerca el Reino de Dios»

Lunes de la Primer semana del Tiempo Ordinario
San Arcadio


Carta a los Hebreos 1,1-6.
Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras,
ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo.
El es el resplandor de su gloria y la impronta de su ser. El sostiene el universo con su Palabra poderosa, y después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la derecha del trono de Dios en lo más alto del cielo.
Así llegó a ser tan superior a los ángeles, cuanto incomparablemente mayor que el de ellos es el Nombre que recibió en herencia.
¿Acaso dijo Dios alguna vez a un ángel: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy? ¿Y de qué ángel dijo: Yo seré un padre para él y él será para mi un hijo?
Y al introducir a su Primogénito en el mundo, Dios dice: Que todos los ángeles de Dios lo adoren.
Salmo 97(96),1-2.6-7.9.
¡El Señor reina! Alégrese la tierra, regocíjense las islas incontables.
Nubes y Tinieblas lo rodean, la Justicia y el Derecho son la base de su trono.
Los cielos proclaman su justicia y todos los pueblos contemplan su gloria.
Se avergüenzan los que sirven a los ídolos, los que se glorían en dioses falsos; todos los dioses se postran ante él.
Porque tú, Señor, eres el Altísimo: estás por encima de toda la tierra, mucho más alto que todos los dioses.
Evangelio según San Marcos 1,14-20.
Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:
"El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores.
Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.
Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó,
y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron. 


Concilio Vaticano II
Constitución dogmática sobre la Iglesia en el mundo de hoy «Gaudium et spes», § 41, 45


«Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios»

     El hombre contemporáneo camina hoy hacia el desarrollo pleno de su personalidad y hacia el descubrimiento y afirmación crecientes de sus derechos. Como a la Iglesia se ha confiado la manifestación del misterio de Dios, que es el fin último del hombre, la Iglesia descubre con ello al hombre el sentido de la propia existencia, es decir, la verdad más profunda acerca del ser humano.
     Bien sabe la Iglesia que sólo Dios, al que ella sirve, responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano, el cual nunca se sacia plenamente con solos los alimentos terrenos. Sabe también que el hombre, atraído  sin cesar por el Espíritu¬ de Dios, nunca jamás será del todo indiferente ante el problema religioso, como los prueban no sólo la experiencia de los siglos pasados, sino también múltiples testimonios de nuestra época.
     Siempre deseará el hombre saber, al menos confusamente, el sentido de su vida, de su acción y de su muerte. La presencia misma de la Iglesia le recuerda al hombre tales problemas; pero es sólo Dios, quien creó al hombre a su imagen y lo redimió del pecado, el que puede dar respuesta cabal a estas preguntas, y ello por medio de la Revelación en su Hijo, que se hizo hombre. El que sigue a Cristo, Hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre.
     El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfec¬to, salvara a todos y recapitulara todas las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergen¬cia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones.


sábado, 10 de enero de 2009

Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilecc

Bautismo del Señor ,   San Teodosio

Libro de Isaías 55,1-11.
¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos, y el que no tenga dinero, venga también! Coman gratuitamente su ración de trigo, y sin pagar, tomen vino y leche.
¿Por qué gastan dinero en algo que no alimenta y sus ganancias, en algo que no sacia? Háganme caso, y comerán buena comida, se deleitarán con sabrosos manjares.
Presten atención y vengan a mí, escuchen bien y vivirán. Yo haré con ustedes una alianza eterna, obra de mi inquebrantable amor a David.
Yo lo he puesto como testigo para los pueblos, jefe y soberano de naciones.
Tú llamarás a una nación que no conocías, y una nación que no te conocía correrá hacia ti, a causa del Señor, tu Dios, y por el Santo de Israel, que te glorifica.
¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca!
Que el malvado abandone su camino y el hombre perverso, sus pensamientos; que vuelva el Señor, y él le tendrá compasión, a nuestro Dios, que es generoso en perdonar.
Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos -oráculo del Señor-.
Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes.
Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come,
así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé.
Isaías 12,2.4-6.
Este es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación.
Y dirán en aquel día: Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre
Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡que sea conocido en toda la tierra!
¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel!
Epístola I de San Juan 5,1-9.
El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de él,
La señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.
El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga,
porque el que ha nacido de Dios, vence al mundo. Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe.
¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
Jesucristo vino por el agua y por la sangre; no solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre. Y el Espíritu da testimonio porque el Espíritu es la verdad.
Son tres los que dan testimonio:
el Espíritu, el agua y la sangre; y los tres están de acuerdo.
Si damos fe al testimonio de los hombres, con mayor razón tenemos que aceptar el testimonio de Dios. Y Dios ha dado testimonio de su Hijo.
Evangelio según San Marcos 1,7-11.
"Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias.
Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo".
En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán.
Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma;
y una voz desde el cielo dijo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección".


San Teodosio

Nació en Turquía en el año 423, y desde pequeño, por inculcación paterna, leía con mucho fervor las Sagradas Escrituras. Siguiendo el ejemplo de Abraham, el santo decidió dejar sus riquezas y su familia, para peregrinar a Jerusalén, Belén y Nazaret, y luego convertirse en religioso.
San Teodosio se fue a vivir no muy lejos de Belén, y tuvo como guía espiritual al abad Longinos. Tras ser ordenado como sacerdote, recibió la orden de encargarse del culto de un templo ubicado entre Jerusalén y Belén. El santo desplegó su labor con mucha sabiduría y humildad, y fue testimonio de una vida santa y llena de oración, lo cual motivó que otros jóvenes también desearan convertirse en religiosos, y más adelante, la fundación de tres conventos en las cercanías de Belén.
El santo también construyó, cerca de Belén, tres hospitales para la atención de ancianos, enfermos necesitados y discapacitados. Los monasterios dirigidos por San Teodosio eran como una ciudad de santos en el desierto, pues todo se hacía a su tiempo, con exactitud, oración, trabajo y descanso.
San Teodosio enfermó penosamente, y falleció a los 105 años en el año 529. El Arzobispo de Jerusalén y muchos ciudadanos de Tierra Santa asistieron a su entierro y durante sus funerales se obraron varios milagros

oremos
Señor Dios todopoderoso, que nos has revelado que el amor a Dios y al prójimo es el compendio de toda tu ley, haz que, imitando la caridad de San Teodosio seamos contados un día entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Semana de Navidad (10 Enero)
San Gonzalo de Amarante ,   San Agatón ,   Sor Ana de los Ángeles Monteagudo ,   Fray Mamerto Esquiú
Epístola I de San Juan 4,19-21.5,1-4.
Nosotros amamos porque Dios nos amó primero.
El que dice: "Amo a Dios", y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?
Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano.
El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de él,
La señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.
El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga,
porque el que ha nacido de Dios, vence al mundo. Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe.
Salmo 72(71),1-2.14-15.17.
De Salomón. Concede, Señor, tu justicia al rey y tu rectitud al descendiente de reyes,
para que gobierne a tu pueblo con justicia y a tus pobres con rectitud.
Los rescatará de la opresión y la violencia, y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos.
Por eso, que viva largamente y le regalen oro de Arabia; que oren por él sin cesar y lo bendigan todo el día.
Que perdure su nombre para siempre y su linaje permanezca como el sol; que él sea la bendición de todos los pueblos y todas las naciones lo proclamen feliz. * * *
Evangelio según San Lucas 4,14-22.
Jesús volvió a Galilea con del poder el Espíritu y su fama se extendió en toda la región.
Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura.
Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.
Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es este el hijo de José?". 
Ruperto de Deutz (hacia 1075-1130), monje benedictino
De la Santa Trinidad, 42


«El Espíritu del Señor está sobre mí»

«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír: 'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido'» (Is 61,1). Es como si Cristo dijera: Porque el Señor me ha ungido, he dicho sí, verdaderamente digo y lo sigo diciendo todavía: El Espíritu del Señor está sobre mí. ¿Dónde, en qué momento, pues, el Señor me ha ungido? Me ungió cuando fui concebido, o mejor dicho, me ungió a fin de que fuera concebido en el seno de mi madre. Porque no es de la simiente de un hombre que una mujer me concibió, sino que una virgen me concibió por la unción del Espíritu Santo. Es entonces que el Señor me selló con la unción real; me consagró rey por la unción y, en el mismo momento, me consagró sacerdote. Una segunda vez, en el Jordán, el Señor me consagró por este mismo Espíritu...
Y ¿por qué el Espíritu del Señor está sobre mí?... «Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, curar los corazones desgarrados» (Is 61,1). No me ha enviado para los orgullosos y los «sanos», sino como «un médico para los enfermos» y los corazones destrozados. No me ha enviado «para los justos» sino «para los pecadores» (Mc 2,17). Ha hecho de mí «un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos (Is 53,3), un hombre manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). «Me ha enviado a proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad»... ¿A qué prisioneros, o mejor, a qué prisión he de anunciar la libertad? Después que «por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte» (Rm 5,12) todos los hombres son prisioneros del pecado, todos los hombres son cautivos de la muerte... «He sido enviado a consolar a todos los afligidos de Sión, todos los que sufren por haber sido, a causa de sus pecados, destetados y separados de su madre, la Sión de arriba (Ga 4,26)... Sí, yo los consolaré dándoles «una diadema de gloria en lugar de las cenizas» de la penitencia, «aceite de júbilo» es decir, la consolación del Espíritu Santo «en lugar del dolor» de verse huérfanos y exiliados, y «un vestido de fiesta», es decir, «en lugar de la desesperación», la gloria de la resurrección (Is 61,3).


martes, 6 de enero de 2009

DIOS ES MI PADRE






TRES ÁRBOLES SUEÑAN [1]





[Tetschen Altarpiece (detalle) de Caspar David Friedrich]Érase una vez, en la cumbre de una montaña, tres pequeños árboles amigos que soñaban en grande sobre lo que el futuro deparaba para ellos.


El primer arbolito miró hacia las estrellas y dijo: "Yo quiero guardar tesoros. Quiero estar repleto de oro y ser llenado de piedras preciosas. Yo seré el baúl de tesoros mas hermoso del mundo".


El segundo arbolito observó un pequeño arroyo en sus camino hacia el mar y dijo: "Yo quiero viajar a través de mares inmensos y llevar a reyes poderosos sobre mi. Yo seré el barco mas importante del mundo".


El tercer arbolito miró hacia el valle y vio a hombres agobiados de tantos infortunios, fruto de sus pecados y dijo: "Yo no quiero jamas dejar la cima de la montaña. Quiero crecer tan alto que cuando la gente del pueblo se detenga a mirarme, levantarán su mirada al cielo y pensaran en Dios. Yo seré el árbol mas alto del mundo".


Los años pasaron. Llovió, brilló el sol y los pequeños árboles se convirtieron en majestuosos cedros. Un día, tres leñadores subieron a la cumbre de la montaña. El primer leñador miró al primer árbol y dijo: "¡Qué árbol tan hermoso!", y con la arremetida de su brillante hacha el primer árbol cayó. "Ahora me deberán convertir en un baúl hermoso, voy a contener tesoros maravillosos", dijo el primer árbol.


Otro leñador miró al segundo árbol y dijo: "¡Este árbol es muy fuerte, es perfecto para mi!". Y con la arremetida de su brillante hacha, el segundo árbol cayó. "Ahora deberé navegar mares inmensos", pensó el segundo árbol, "Deberé ser el barco mas importante para los reyes mas poderosos de la tierra".


El tercer árbol sintió su corazón hundirse de pena cuando el último leñador se fijó en el. El árbol se paró derecho y alto, apuntando al cielo. Pero el leñador ni siquiera miró hacia arriba, y dijo: "¡Cualquier árbol me servirá para lo que busco!". Y con la arremetida de su brillante hacha, el tercer árbol cayó.


El primer árbol se emocionó cuando el leñador lo llevó al taller, pero pronto vino la tristeza. El carpintero lo convirtió en una mero pesebre para alimentar las bestias. Aquel árbol hermoso no fue cubierto con oro, ni contuvo piedras preciosas. Fue solo usado para poner el pasto.


El segundo árbol sonrió cuando el leñador lo llevó cerca de un embarcadero. Pero no estaba junto al mar sino a un lago. No habían por allí reyes sino pobres pescadores. En lugar de convertirse en el gran barco de sus sueños, hicieron de el una simple barcaza de pesca, demasiado chica y débil para navegar en el océano. Allí quedó en el lago con los pobres pescadores que nada de importancia tienen para la historia..


Pasó el tiempo y una noche, brilló sobre el primer árbol la luz de una estrella dorada. Una joven puso a su hijo recién nacido en aquel humilde pesebre. "Yo quisiera haberle construido una hermosa cuna", le dijo su esposo... La madre le apretó la mano y sonrió mientras la luz de la estrella alumbraba al niño que apacible dormía sobre la paja y la tosca madera del pesebre. "El pesebre es hermoso" dijo la madre y, de repente, el primer árbol comprendió que contenía el tesoro mas grande del mundo.


Pasaron los años y una tarde, un gentil maestro de un pueblo vecino subió con unos pocos seguidores a bordo de la vieja barca de pesca. El maestro, agotado, se quedó dormido mientras el segundo árbol navegaba tranquilamente sobre el lago. De repente, una impresionante y aterradora tormenta se abatió sobre ellos. El segundo árbol se llenó de temor pues las olas eran demasiado fuertes para la pobre barca en que se había convertido. A pesar de sus mejores esfuerzos, le faltaban las fuerzas para llevar a sus tripulantes seguros a la orilla. ¡Naufragaba!. ¡que gran pena, pues no servía ni para un lago!. Se sentía un verdadero fracaso. Así pensaba cuando el maestro, sereno, se levanta y, alzando su mano dio una orden: "calma". Al instante, la tormenta le obedece y da lugar a un remanso de paz. De repente el segundo árbol supo que llevaba a bordo al rey del cielo, tierra y mares.


El tercer árbol fue convertido en sendos leños y por muchos años fueron olvidados como escombros en un oscuro almacén militar. ¡Qué triste yacía en aquella penuria inútil, qué lejos le parecía su sueño de juventud!


De repente un viernes en la mañana, unos hombres violentos tomaron bruscamente esos maderos. El tercer árbol se horrorizó al ser forzado sobre las espaldas de un inocente que había sido golpeado sin misericordia. Aquel pobre reo lo cargó, doloroso, por las calles ante la mirada de todos. Al fin llegaron a una loma fuera de la ciudad y allí le clavaron manos y pies. Quedo colgado sobre los maderos del tercer árbol y, sin quejarse, solo rezaba a su Padre mientras su sangre se derramaba sobre los maderos. el tercer árbol se sintió avergonzado, pues no solo se sentía un fracasado, se sentía además cómplice de aquél crimen ignominioso. Se sentía tan vil como aquellos blasfemos ante la víctima levantada.


Pero el domingo en la mañana, cuando al brillar el sol, la tierra se estremeció bajo sus maderas, el tercer árbol comprendió que algo muy grande había ocurrido. De repente todo había cambiado. Sus leños bañados en sangre ahora refulgían como el sol. ¡Se llenó de felicidad y supo que era el árbol mas valioso que había existido o existirá jamás pues aquel hombre era el rey de reyes y se valió de el para salvar al mundo!


La cruz era trono de gloria para el rey victorioso. Cada vez que la gente piense en él recordarán que la vida tiene sentido, que son amados, que el amor triunfa sobre el mal. Por todo el mundo y por todos los tiempos millares de árboles lo imitarán, convirtiéndose en cruces que colgarán en el lugar mas digno de iglesias y hogares. Así todos pensarán en el amor de Dios y, de una manera misteriosa, llegó a hacerse su sueño realidad. El tercer árbol se convirtió en el mas alto del mundo, y al mirarlo todos pensarán Dios.

EL HIJO, EL HIJO,
¿QUIÉN SE LLEVA AL HIJO?






[Galería del archiduque Leopoldo Guillermo (detalle) de David Teniers el Joven]Un hombre rico y su hijo tenían gran pasión por el arte. Tenían de todo en su colección, desde Picasso hasta Rafael. Muy a menudo, padre e hijo se sentaban juntos a admirar las grandes obras de arte.


Cuando el conflicto de Vietnam surgió, el hijo fue a la guerra. Fue muy valiente y murió en la batalla mientras rescataba a otro soldado. El padre recibió la noticia y sufrió profundamente la muerte de su único hijo. Un mes más tarde, justo antes de la Navidad, alguien tocó a la puerta. Un joven con un gran paquete en sus manos le dijo al padre: “Señor, usted no me conoce, pero yo soy el soldado por quien su hijo dio la vida. El salvó muchas vidas ese día, y me estaba llevando a un lugar seguro cuando una bala le atravesó el pecho, muriendo así instantáneamente. El hablaba muy a menudo de usted y de su amor por el arte.”


El muchacho extendió el paquete: “Yo se que esto no es mucho. Yo no soy un gran artista, pero creo que a su hijo le hubiera gustado que usted recibiera esto.”


El padre abrió el paquete. Era un retrato de su hijo pintado por el joven soldado. El contempló con profunda admiración la manera en que el soldado había capturado la personalidad de su hijo en la pintura. El padre estaba tan atraído por la expresión de los ojos de su hijo que los suyos
propios se inundaron de lágrimas. Le agradeció al joven soldado y ofreció pagarle por el cuadro.


“ Oh no señor, yo nunca podría pagarle lo que su hijo hizo por mí. Es un regalo.”


El padre colgó el retrato arriba de la repisa de su chimenea. Cada vez que los visitantes e invitados llegaban a su casa, les mostraba el retrato de su hijo antes de mostrar su famosa galería.


El hombre murió unos meses más tarde y se anunció una subasta para todas las pinturas que poseía. Mucha gente importante y de influencia acudió con grandes expectativas de hacerse con un famoso cuadro de la colección.


Sobre la plataforma estaba el retrato del hijo. El subastador golpeó su mazo para dar inicio a la subasta. “Empezaremos los remates con este retrato de el hijo. ¿Quién ofrece por este retrato?” Hubo un gran silencio. Entonces una voz del fondo de la habitación gritó: “¡Queremos ver las pinturas famosas! ¡Olvídese de ésta!” Sin embargo el subastador persistió: ¡Alguien ofrece algo por esta pintura? ¿$100.00 dólares? ¿$200.00 dólares?”


Otra voz gritó con enojo: “¡No venimos por ésta pintura! Venimos a ver los Van Goghs, los Rembrants. ¡Vamos a las ofertas de verdad!”


Pero aun así el subastador continuaba su labor: “¡El Hijo! ¡El Hijo! ¡¿Quién se lleva El Hijo?!


Finalmente, una voz se oyó desde muy atrás del cuarto: “¡Yo doy diez dólares por la pintura!” Era el viejo jardinero del padre y del hijo, siendo éste muy pobre, era lo único que podía ofrecer.


“¡Tenemos $10 dólares!, ¡¿Quién da $20?!” gritó el subastador.


“¡Dásela por $10! ¡Muéstranos de una vez las obras maestras!” dijo otro exasperado."


“¡$10 dólares es la oferta! ¡¿Dará alguien $20?! ¿Alguien da $20?”


La multitud se estaba poniendo bien enojada. No querían la pintura de El Hijo. Querían las que representaban una valiosa inversión para sus propias colecciones. El subastador golpeó por fin el mazo: “Va una, van dos, ¡VENDIDA por $10 dólares!”


Un hombre que estaba sentado en segunda fila gritó feliz: “¡Ahora empecemos con la colección!”


El subastador soltó su mazo y dijo: “Lo siento mucho damas y caballeros, pero la subasta llegó a su final.”


“Pero, ¿qué de las pinturas?”


“Lo siento. Cuando me llamaron para conducir esta subasta, se me dijo de un secreto estipulado en el testamento del dueño. Yo no tenía permitido revelar esta estipulación hasta este preciso momento. Solamente la pintura de EL HIJO sería subastada. Aquel que la comprara heredaría absolutamente todas las posesiones de este hombre, incluyendo las famosas pinturas. ¡El hombre que compró EL HIJO se queda con todo!



Reflexión:


Dios nos ha entregado a su Hijo quien murió en una cruz hace 2,000 años. Así como el subastador, su mensaje hoy es: "¡EL HIJO, EL HIJO, ¿QUIÉN SE LLEVA EL HIJO?" Quien ama al Hijo lo tiene todo.


Mateo 6:33 "Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.


DIOS ES MI PADRE










 

[Cristo bendiciendo a los niños de Vogel]
Cristo bendiciendo a los niños de Vogel

 


¿Que madre estará tan pronta y dispuesta si sus hijos pequeños la llaman? Nadie, ciertamente, ni madre ni padre; sino sólo Dios.


San Jerónimo
Hom. Evang. S. Mateo, 55


La soledad tiene sus asaltos, el mundo tiene sus peligros; en todas partes es necesario tener buen ánimo, porque en todas partes el Cielo está dispuesto a socorrer a quienes tienen confianza en Dios, a quienes con humildad y mansedumbre imploran su paternal asistencia.


San Francisco de Sales
Carta a su hermana, Epistolario, 761


Nuestro Dios no nos pierde de vista, como una madre que está vigilando al hijito que da los primeros pasos. «Abraham, dice el Señor, anda en mi presencia y la hallarás en todas partes». «¡Dios mio!, exclama Moisés, servios mostrarme vuestra faz: con ello tendré cuanto puedo desear» (Ex 23, 13). Cuán consolado queda un cristiano, al pensar que Dios le ve, que es testigo de sus penalidades y de sus combates, que tiene a Dios de su parte.


Santo Cura de Ars
Sermón sobre el Corpus Christ


Dios es mi Padre,
qué feliz soy!
Soy hijo suyo, hijo de Dios.


Si Dios cuida de mi,
¿qué me puede faltar?
ni un solo instante, no,
me deja de mirar;
mi vida suya es,
cual diestro tejedor,
la va tejiendo El
con infinito amor.


Hilo por hilo
tejiendo va,
si tú le dejas
¡que bien lo hará!


Después del huracán
un pájaro cayó,
no creas que eso fue
sin permitirlo Yo;
el pajarillo aquel
se vende por un as,
no tienes que temer,
tú vales mucho más


No ves con qué primor
El sabe engalanar
al lirio que tal vez
mañana han de cortar;
pues si
a una humilde flor
cuida tu Dios así,
¡con qué infinito amor
no cuidará de ti!


En el cielo se ven
mil estrellas brillar;
Dios las conoce bien,
Dios las puede contar.


Si El mismo fue
a buscar la oveja
que perdió,
jamás me ha de olvidar
aunque le olvide yo.


Dios es mi Padre,
mi Padre es Dios.
Dios es mi Padre,
¡qué feliz soy!



PADRE, ME PONGO EN TUS MANOS
Carlos de Foucauld

Padre, Me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que fuere, Por ello te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo.

Lo acepto todo, Con tal de que se cumpla Tu voluntad en mí Y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre.

Te encomiendo mi alma, Te la entrego Con todo el amor de que soy capaz, Porque te amo y necesito darme, Ponerme en tus manos sin medida, Con infinita confianza, Porque tu eres mi Padre.


                                          DIOS MÍO, ESTOY CONTENTO

Dios mío, estoy contento porque Tú me amas, no obstante mi indignidad.


Dios mío, estoy contento porque te amo, no obstante mi miseria.


Dios mío, estoy contento porque puedo alguna vez, no obstante mi nada, hacer que te amen.


Dios mío, estoy contento porque puedo sufrir algo por tu amor.


Dios mío, estoy contento porque Tú estás presente en la Eucaristía.


Dios mío, estoy contento porque eres mi Huésped divino.


Dios mío, estoy contento porque tu presencia bendita en mi morada ilumina mi vida.


Dios mío, estoy contento porque eres mi fuerza en los desfallecimientos de mi alma.


Dios mío, estoy contento porque eres mi consuelo en las angustias de mi corazón.


Dios mío, estoy contento porque Tú eres mi luz en las oscuridades de mi camino.


Dios mío, estoy contento porque Tú eres mi riqueza en mi pobreza.


Dios mío, estoy contento porque si me has quitado mucho, me has dejado todavía mucho mas.


Dios mío, estoy contento porque Tú eres mi Padre, mi Esposo, mi Hermano, mi Amigo, mi Salvador, el Huésped divino de mi corazón, por medio de la gracia, la Vida de mi vida, porque Tú eres mi todo.


Dios mío, estoy contento porque Tú eres la Belleza, la Bondad, la Verdad resplandeciente de la que mi alma está sedienta.


Dios mío, estoy contento porque Tú eres la eterna felicidad de aquellos que he perdido.


Dios mío, estoy contento porque creo que los he de ver y gozar en los esplendores de la vida eterna.


¡Oh mi buen Maestro! Te doy gracias de haberme hecho encontrar tantos corazones nobles y buenos.


¡Oh mi buen Maestro! Te doy gracias del perfume de las flores, de la hermosura de las almas, del reflejo aquí debajo de todas las inmortales bellezas.


¡Oh mi buen Maestro! Te doy gracias de haberme permitido gozar de todas las maravillas de tu creación.


¡Oh mi buen Maestro! Te doy gracias de todos los bienes que poseo todavía y de todos aquellos que espero de tu misericordia infinita en este mundo y en el otro para mí y para todos aquellos que me son queridos. Amén.









EL  JUGLAR DE  NUESTRA SEÑORApor Michel Zink [1]   [Cartel de la opera de Jules Massenet "El Juglar de Nuestra Señora" de 1902]Érase una vez un juglar. Siempre en camino, de ciudad en ciudad, de castillo en castillo. A veces lo acogían. Exhibía sus habilidades, y ganaba unas monedas. Con más frecuencia, lo rechazaban. Continuaba su camino bajo la lluvia o el sol. El camino interminable. Un camino que nunca le llevaría a su casa, porque no tenía casa. Recordaba haber oído un día un sermón elocuente. El predicador hablaba del camino de la vida y decía que el caminante, que es el hombre, no ha de tomar el camino por patria ni la posada por casa. A él que siempre estaba en camino, pobre juglar, esa tentación le afectaba más bien poco. Sabía de sobra que él no tenía ni patria ni casa. Sin embargo, sabía también que no por eso habría encontrado gracia a los ojos de aquel predicador. Los juglares eran tenidos por criaturas del diablo, que incitaban al libertinaje y al vicio, que se burlaban de todo y de todos, que hacían reír malévolamente del prójimo, que adulaban a aquellos a cuyas expensas vivían hablando mal del prójimo y sembrando la cizaña. Ni en vida ni en muerte, tenían sitio en la comunidad de los cristianos. Estaban excomulgados y sus cuerpos no podían descansar en tierra sagrada. Sólo podían salvarse, se decía, los que narraban la vida, de los príncipes y de los santos, porque así eran útiles y hacían méritos edificando e instruyendo a quienes los oían. Pero el juglar del que os estoy hablando no tenía ese notable talento. No tenía ni suficiente cabeza ni suficiente instrucción para recordar las canciones de gesta. Era un acróbata. Andaba con las manos, andaba, sobre una maroma, daba volteretas y saltos peligrosos.


Pero desde que la oyera, la frase del predicador no dejaba de rondarle. Acompasaba sus pasos por el camino, como si el ruido regular de sus tacones y de su bastón la repitiera sin descanso. Daba vueltas en su cabeza por la noche cuando trataba de dormir, ya fuera en una zanja o en el rincón de un granero. Reflexionaba sobre ella. Pero era difícil. No estaba muy acostumbrado a reflexionar. No tomar el camino por patria, la posada por casa. El camino, era la vida. Pero él consideraba que su propia vida, era el camino. La posada, era la instalación en este mundo, instalación provisional, pero que tranquiliza mucho creerla definitiva, por ejemplo la familia o la casa de los que tienen una familia y una casa. El no tenía ni lo uno ni lo otro. ¿Por qué el largo camino que seguía no podía llevarle directamente a su verdadera patria y a su verdadera casa, la casa del Padre? Ahí estaba su verdadera, su única familia, Cristo que acoge a los pequeños y a los pobres, la Virgen, madre de todos los hombres y que intercede por ellos. Lo sabía, lo creía. El amaba a esa familia con toda el alma. Pero ¿no le habían dicho que el camino del juglar no lleva a esa casa?


El camino del juglar era el de las peregrinaciones. Iba de monasterio en monasterio, donde los hospederos acogían a los peregrinos, con frecuencia dispuestos a encontrar en los juglares un entretenimiento para su santo viaje. Esos monasterios que eran como posadas en el camino, pero que también eran, al final del camino, como el umbral de la casa. ¡Quién pudiera pararse en uno de esos monasterios y prepararse para la última etapa, el último paso para entrar en la casa!


Y el juglar entró en un monasterio. Una abadía de monjes blancos lo acogió como hermano lego. Lo acogió, de mala gana. ¡Un juglar! ¿Era sincera su conversión?, ¿no buscaría un refugio para cuando fuese viejo? Pero lo acogió. Le encargaron los trabajos más humildes: restregar sartenes y fregar platos en la cocina, arrancar las hierbas del jardín, barrer el refectorio. Se entregó a ello con celo y con alegría.


Un día, estaba solo en la iglesia y en el relente de la mañana limpiaba las baldosas con mucha agua. Arrastrando cubo y bayeta, llegó ante la imagen de Nuestra Señora y se detuvo para una breve oración. Quería ofrecer a la Virgen... ¿ofrecer qué?, ¿qué tenía él que ofrecer? ¡Los monjes de la abadía eran tan sabios, tan instruidos en la palabra de Dios! La estudiaban, la meditaban, la explicaban, la daban a conocer. Todos esos hermosos trabajos, todos esos santos esfuerzos, podían ofrecerlos a Dios y a su madre. ¿Pero él, que no era nada, que no sabía nada? El que conservaba de sus orígenes la marca infamante del juglar. Su mirada se posó en el niño que la Virgen, un poco arqueada, tenía en la cadera y al que sonreía. A los niños, lo recordaba bien, les encantaba verle dar sus volteretas. Quizá el niño divino disfrutaría también. Quizá su madre se sentiría feliz de que se las mostrara. Sus acrobacias era todo lo que sabía hacer, cuando menos esto sabía hacerlo. Mejor ofrecerle esto, puesto que no tenía otra cosa que ofrecer.


Apartó el cubo, se arremangó el hábito y volvió a encontrar los gestos de antes. Los reencontró, hay que confesarlo, con placer. Atento, concentrado, los encadenaba, los repetía, volvía a hacerlos cuando, por falta de ejercicio, no le salían a la primera. Pasaba el tiempo sin que se diera cuenta.


Entró un monje sin hacer ruido. Oculto tras una columna, vio cómo el antiguo juglar daba sus volteretas en medio de la iglesia, a dos pasos del altar. Se indignó ante tamaño sacrilegio. Corrió en busca del abad para que lo viera. Disimulados en un rincón oscuro, asistieron al espectáculo. El monje, escandalizado, tiraba de la manga del abad y en voz baja le decía que pusiera fin a aquel espectáculo.


El abad, sin embargo, no se precipitaba. No es que no considerara culpable al juglar. Pero recordaba lo que había escrito su padre, san Bernardo, cuando comparaba a los monjes con los juglares: «¿Quién me concederá ser humillado ante los hombres? Hermoso ejercicio dar a los hombres un espectáculo ridículo, pero un espectáculo magnífico para los ángeles. Porque en realidad, ¿qué impresión damos a los que pertenecen al mundo sino la de comediantes, cuando nos ven huir de lo que ellos buscan en este mundo y buscar aquello de lo que huyen, como los juglares y los acróbatas que, con la cabeza boca abajo y pies en el aire, hacen lo contrario de lo que es habitual entre los hombres, caminan con las manos y atraen así hacia ellos la atención de todos? Hacemos ese número para que se rían de nosotros, para que se burlen de nosotros y avergonzados esperamos que venga el que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, el cual será nuestro gozo, nos glorificará, nos exaltará por toda la eternidad».


Se serenó. Ciertamente, san Bernardo no quería que sus monjes fuesen juglares de verdad, cuando añadía: «No es un juego pueril, no es un número de teatro, que representa actos innobles, sino un número agradable, decente, serio, notable, cuya visión puede alegrar a los espectadores celestes». Un número pueril, una representación teatral, un número indecente: como esa exhibición de ese indigno hermano. Estaba decidido ya a poner fin a todo aquello y castigarle.


En ese mismo instante, el hermano lego, agotado, se detuvo. Se sentó sobre las baldosas, con los ojos cerrados. Temblaba de fatiga y su rostro brillaba de sudor. Entonces la Virgen de piedra se inclinó, deslizó de su cabeza su velo tan leve y suave como la ropa más fina y, con gesto maternal, secó el rostro del juglar.










[El maestro de Heinrich Hoffmann]


TE ESCRIBE JESÚS    Querido(a):


No, no te asustes por que te escriba esta carta. No me tengas miedo. No ha llegado tu hora. Pero me preocupa que pasa tu vida y aún no me conoces. Quiero que entres en mi amor antes de que sea ya tarde. ¿Por que no me dejas llegar a tu corazón?


Cuando te levantabas esta mañana, te miraba con ternura y esperaba que me hablaras aunque fuera unas palabras, pero estabas muy ocupado arreglándote para el trabajo y pensando en tus asuntos. Seguí esperando mientras corrías camino al trabajo.


¿No te fijaste qué esplendoroso fue el amanecer que hice para ti? ¿Es que andabas mal humorado por las demoras del tráfico?. Por eso quise alegrarte con el trinar de miles de pájaros, esperando que así vieras más allá, la grandeza de mi amor. Pero era inútil. Estabas absorto en las noticias de la radio. No te diste cuenta de nada.


Esperé pacientemente todo el día. Cuantos momentos quise tocar tu corazón. Te envié personas con sonrisas en sus labios. ¿Recuerdas aquel niño tan simpático y travieso que tropezó contigo en la calle?. Lo puse en tu camino para hacerte pensar que eres tu también un niño en manos de tu Padre Celestial. Pero, con todos tus planes y preocupaciones, aquello te pareció una molestia.


De regreso a casa vi tu cansancio y quise refrescarte un poco con una suave brisa. Mas tarde apagué el resplandor del cielo creando un maravilloso espectáculo de colores celestes. Aquella puesta de sol era para ti. Pensé que te recordaría cuanto te quiero...


Deseaba tanto que me hablaras... aún quedaba tiempo. Pero encendiste el televisor... así que espere pacientemente mientras pasabas de programa en programa tratando de relajarte y pasar el tiempo.


Al cenar pensé que recordarías que todo procede de mi amor por ti, pero nuevamente te olvidaste de hablar conmigo.


En la noche no te dejé a oscuras, sino que hice salir una hermosa luna y millares de estrellas, pero no levantaste la cabeza.


A la hora de dormir acompañé tu sueño con las suaves melodías de mis animales nocturnos, pero no te diste cuenta de que siempre estoy a tu lado.


TE AMO tanto que espero todos los días por una oración tuya. ¿Cuándo será que te des cuenta? Será algún paisaje hermoso, una mano amiga, o quizás una enfermedad o alguna desgracia que te haga pensar en mi amor que nunca falla...


Bueno, te estas levantando de nuevo, y otra vez esperaré a que me dediques un poco de tiempo para que conozcas mi corazón lleno de amor por ti. Si supieras cuánto te amo y cuánto deseo tu amor....


Tu amigo, Jesús.


Cristo en la cruz (detalle) de Diego Velázquez]

EL CRISTO DE VELÁZQUEZ

Me gusta el Cristo de Velázquez.
La melena sobre la cara...
y un resquicio en la melena
por donde entra la imaginación.
Algo se ve.
¿Cómo era aquel rostro?
Mira bien,
compónlo tú.
¿A quién se parece?
¿A quién te recuerda?
La Luz entra
por los cabellos manchados de sangre
y te ofrecen un espejo.
¡Mira bien!... ¿No ves cómo llora?
¿No eres tú?... ¿No eres tú mismo?
¡Es el hombre!
El hombre hecho Dios.
¡Qué consuelo!
No me entendéis...
¿Por qué estoy alegre?
No sé...,
tal vez porque me gusta más así:
el hombre hecho Dios,
que el Dios hecho hombre.


  LEÓN FELIPE  (1884-1968)


  ¡SOÑAR, SEÑOR, SOÑAR!


Hazme soñar... ¡Soñar, Señor, soñar!...
¡Hace tiempo que no sueño!
Soñé que iba una vez -cuando era niño todavía,
al comienzo del mundo-
en un caballo desbocado por el viento,
soñé que cabalgaba, desbocado, en el viento...
que era yo mismo el viento...
Señor, hazme otra vez soñar que soy el viento,
el viento bajo la Luz, el viento traspasado por la Luz,
el viento deshecho por la luz,
el viento fundido por la luz,
el viento.., hecho Luz...
Señor, hazme soñar que soy la Luz...
que soy Tú mismo, parte de mí mismo...
y guárdame, guárdame dormido,
soñando, eternamente soñando
que soy un rayito de Luz de tu costado.


UNA CRUZ SENCILLA


Hazme una cruz sencilla,
carpintero...
sin añadidos
ni ornamentos...
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos...
sencilla, sencilla...
hazme una cruz sencilla, carpintero.


[Cristo de San Juan de la Cruz (detalle) de Salvador Dalí]






SANTA TERESA DE ÁVILA [1]
(1515-1582) 


[Retrato de Santa Teresa de Jesús]
Retrato de S. Teresa de Jesús.
Autor anónimo. S. XVI

 NADA DE TURBE


Nada turbe,
Nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
Sólo Dios basta.


Eleva tu pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
nada te turbe.


A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
nada te espante.


¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
todo se pasa.


Aspira a lo celeste,
que siempre dura;


fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.


Ámala cual merece
bondad inmensa;
pero no hay amor fino
sin la paciencia.


Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
todo lo alcanza.


Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
quien a Dios tiene.


Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios tu tesoro
nada te falta.


Id, pues, bienes del mundo;
id dichas vanas;
aunque todo lo pierda,
sólo Dios basta.


                                               


                                                     VUESTRA SOY                                                        


  Vuestra soy, para Vos nací,
¿Qué mandáis hacer de mí?


Soberana Majestad,
Eterna sabiduría,
Bondad buena al alma mía;
Dios, alteza, un ser, bondad,
La gran vileza mirad,
Que hoy os canta amor así.
¿Qué mandáis hacer de mí?


Vuestra soy, pues me criastes,
Vuestra, pues me redimistes,
Vuestra, pues que me sufristes,
Vuestra, pues que me llamastes,
Vuestra, porque me esperastes,
Vuestra, pues no me perdí.
¿Qué mandáis hacer de mí?


¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
Que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
A este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
Amor dulce, veisme aquí,
¿Qué mandáis hacer de mí?


Veis aquí mi corazón,
Yo le pongo en vuestra palma,
Mi cuerpo, mi vida y alma,
Mis entrañas y afición;
Dulce Esposo y redención
Pues por vuestra me ofrecí.
¿Qué mandáis hacer de mí?


Dadme muerte, dadme vida:
Dad salud o enfermedad,
Honra o deshonra me dad,
Dadme guerra o paz crecida,
Flaqueza o fuerza cumplida,
Que a todo digo que sí.
¿Qué queréis hacer de mí?


Dadme riqueza o pobreza,
Dad consuelo o desconsuelo,
Dadme alegría o tristeza,
Dadme infierno, o dadme cielo,
Vida dulce, sol sin velo,
Pues del todo me rendí.
¿Qué mandáis hacer de mí?


Si queréis, dadme oración,
Sí no, dadme sequedad,
Si abundancia y devoción,
Y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
Sólo hallo paz aquí,
¿Qué mandáis hacer de mí?


Dadme, pues, sabiduría,
O por amor, ignorancia,
Dadme años de abundancia,
O de hambre y carestía;
Dad tiniebla o claro día
Revolvedme aquí o allí
¿Qué mandáis


hacer de mí?


Si queréis que esté holgando,
Quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
Morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid.
¿Qué mandáis hacer de mí?
 


Dadme Calvario o Tabor,
Desierto o tierra abundosa,
Sea Job en el dolor,
O Juan que al pecho reposa;
Sea' viña frutuosa
O estéril, si cumple así.
¿Qué mandáis hacer de mí?


Sea Josef puesto en cadenas,
O de Egito Adelantado,
O David sufriendo penas,
O ya David encumbrado,
Sea Jonás anegado,
O libertado de allí,
¿Qué mandáis hacer de mí?


Esté callando o hablando,
Haga fruto o no le haga,
Muéstreme la Ley mi llaga,
Goce de Evangelio blando;
Esté penando o gozando,
Sólo Vos en mí viví,
¿Qué mandáis hacer de mí?


Vuestra soy, para Vos nací
¿Qué mandáis hacer de mí?

SAN JUAN DE LA CRUZ   (1542-1591)   


 VIVO SIN VIVIR EN MI


Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero, porque no muero.


En mí yo no vivo ya,
y sin Dios vivir no puedo,
pues sin él, y sin mí quedo,
¿este vivir qué será?
mil muertes se me hará,
pues mi misma vida espero,
muriendo, porque no muero.


Esta vida, que yo vivo
es privación de vivir,
y así es continuo morir,
hasta que viva contigo:
oye mi Dios, lo que digo,
que esta vida no la quiero,
que muero, porque no muero.


Estando ausente de ti,
¿qué vida puedo tener,
sino muerte padecer,
la mayor que nunca vi?
lástima tengo de mí,
pues de fuerte persevero,
que muero, porque no muero.


El pez que del agua sale,
Aún de alivio no carece,
que la muerte que padece,
al fin la muerte le vale;
¿qué muerte habrá que se iguale
a mi vivir lastimero,
pues si más vivo, más muero?


Cuando me empiezo aliviar
de verte en el Sacramento,
háceme más sentimiento,
el no te poder gozar:
todo es para más penar,
y mi mal es tan entero,
que muero, porque no muero.


Y si me gozo, Señor,
con esperanza de verte,
en ver que puedo perderte,
se me dobla mi dolor,
viviendo en tanto pavor,
y esperando, como espero,
me muero, porque no muero.


Sácame de aquesta muerte,
mi Dios, y dame la vida,
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte,
mira que muero por verte,
y de tal manera espero,
que muero, porque no muero.


Lloraré mi muerte ya,
y lamentaré mi vida,
en tanto, que detenida
por mis pecados está:
¡oh mi Dios, cuándo será,
cuando yo diga de vero
vivo ya, porque no muero!


¡OH LLAMA DE AMOR VIVA!


¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya si quieres,
rompe la tela deste dulce encuentro.


¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe,
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida la has trocado.
 


¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba escuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!


¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras!
Y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno
¡cuán delicadamente me enamoras!


                                        SALVE DEL MAR ESTRELLA [1]                               


Salve, del mar Estrella,
de Dios Madre venerable
y siempre Virgen,
feliz puerta del Cielo.


Recibiste aquél Ave
de boca de Gabriel:
afiánzanos en paz
cambiando el nombre de Eva.


Suelta las cadenas de los reos,
da luz a los ciegos,
líbranos de nuestros males,
alcánzanos todos los bienes.


Muestra que eres nuestra Madre,
que reciba de Ti nuestras preces


el que por nosotros nació
y quiso ser Hijo tuyo.


Virgen singular,
Entre todas humilde.
Haz que limpios de culpa,
seamos humildes y castos.


Danos una vida pura,
prepáranos un camino seguro
para que, viendo a Jesús,
siempre nos alegremos.


Alabanza a Dios Padre,
la suma honra a Cristo
y al Espíritu Santo:
a los Tres un mismo honor. Amén.


CUANTAS VECES SEÑOR
ME HABEIS LLAMADO
LOPE DE VEGA (1562-1635







¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,
y cuántas con vergüenza he respondido,
desnudo como Adán, aunque vestido
de las hojas del árbol del pecado!


Seguí mil veces vuestro pie sagrado,
fácil de asir, en una cruz asido,
y atrás volví otras tantas, atrevido,
al mismo precio que me habéis comprado


Besos de paz Os di para ofenderos,
pero si, fugitivos de su dueño,
hierran, cuando los hallan, los esclavos,


hoy me vuelvo con lágrimas a veros:
clavadme vos a vos en vuestro leño
y tendreisme seguro con tres clavos.


LLAMARON A MI CORAZÓN


A mi corazón llamaron:
corrí a abrir con vida y alma.
Veo en la puerta a mi Amor
con una cruz que me espanta.
-Pasad, si os place, Señor,
pasad, que ésta es vuestra casa;
si sólo una choza es,
haced de ella vuestro alcázar.
Y, haciendo mi noche día,
Jesús entró en mi morada;
pero al entrar en mi pecho
dejó la cruz en mi espalda


                                          BLANCA COMO UN CIRIO                                          


Blanca como un cirio,
pura como un lirio,
la Virgen divina
al templo camina,
llevando en sus brazos cual rayo de luz
al niño Jesús.
Cuando Simeón
ve a Cristo en Sión
le toma y le mira,
y canta y suspira.
María: ¡qué espada de pena y dolor
herirá tu amor!
La Virgen María,
después de aquel día, miraba a Jesús,
 entre dos ladrones, clavado en la cruz.


[El maestro esta aquí y llama a tu puerta]


                            ¿QUE TENGO YO QUEMI AMISTAD PROCURAS?                              


  ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?


¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!


¡Cuántas veces el Ángel me decia:
"Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía"!


¡Y cuántas, hermosura soberana,
"Mañana le abriremos", respondía,
para lo mismo responder mañana!
 


LOPE DE VEGA (1562-1635)




AMADO NERVO(1870-1919)



  TU

Señor, Señor, Tú antes, Tú después, Tú en la inmensa
hondura del vacío y en la hondura interior.
Tú en la aurora que canta y en la noche que piensa;
Tú en la flor de los cardos y en los cardos sin flor.


Tú en el cénit a un tiempo y en el nadir;
Tú en todas las transfiguraciones y en todo el padecer;
Tú en la capilla fúnebre, Tú en la noche de bodas;
¡Tú en el beso primero, Tú en el beso postrero!

 


Tú en los ojos azules y en los ojos oscuros;
Tú en la frivolidad quinceañera y también
en las grandes ternezas de los años maduros;
Tú en la más negra sima, Tú en el más alto edén.

 


Si la ciencia engreida no te ve, yo te veo;
si sus labios te niegan, yo te proclamaré.
Por cada hombre que duda, mi alma grita: "Yo creo"
¡y con cada fe muerta, se agiganta mi fe!


SI TU ME DICES VEN...

Si tú me dices «¡ven!», lo dejo todo...
No volveré siquiera la mirada
para mirar a la mujer amada...
Pero dímelo fuerte, de tal modo

que tu voz, como toque de llamada,
vibre hasta el más íntimo recodo
del ser, levante el alma de su lodo
y hiera el corazón como una espada.

Si tú me dices «¡ven!», todo lo dejo.
Llegaré a tu santuario casi viejo,
y al fulgor de la luz crepuscular;
mas he de compensarte mi retardo,
difundiéndome ¡Oh Cristo! ¡como un nardo
de perfume sutil, ante tu altar!


 

  PUES BUSCO, DEBO ENCONTRAR

Pues busco, debo encontrar.
Pues llamo, débenme abrir.
Pues pido, me deben dar.
Pues amo, débenme amar.
Aquel que me hizo vivir.
¿Calla? Un día me hablará.
¿Me pone a prueba? Soy fiel.
¿Pasa? No lejos irá;
pues tiene alas mi alma , y va
volando detrás de Él.
Es poderoso, más no
podrá mi amor esquivar.
Invisible se volvió,
mas ojos de lince yo
tengo y le habré de mirar.
Alma, sigue hasta el final
en pos del Bien de los bienes.
y consuélate en tu mal
pensando como Pascal:
"¿Le buscas? ¡Es que le tienes!
 

 

 OH CRISTO

Ya no hay un dolor humano que no sea mi dolor;
ya ningunos ojos lloran, ya ningún alma se angustia
sin que yo me angustie y llore;
ya mi corazón es lámpara fiel de todas las vigilias,
¡oh Cristo!

En vano busco en los hondos escondrijos de mi ser
para encontrar algún odio: nadie puede herirme ya
sino de piedad y amor. Todos son yo, yo soy todos,
¡oh Cristo!

¡Qué importan males o bienes! Para mí todos son bienes.
El rosal no tiene espinas: para mí sólo da rosas.
¿Rosas de Pasión? ¡Qué importa! Rosas de celeste esencia,
purpúreas como la sangre que vertiste por nosotros,
¡oh Cristo!

[Jesús lava los pies a Pedro de Ford Madox Brown]

Jesús lava los pies a Pedro en la última cena.
Ford Madox Brown. 1865.
Tate Gallery, Londres, Inglaterra.
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Epifanía del Señor 6 de Enero 2009

El origen oriental de esta solemnidad se encuentra en el mismo nombre: "Epifanía", es decir, revelación, manifestación; los latinos usaban la denominación "festivitas declarationis" o "apparitio", con el significado principal de revelación de la divinidad de Cristo al mundo pagano con la adoración de los magos, a los judíos con el bautismo en el Jordán, y a los discípulos con el milagro en las bodas de Caná.
Sin tratar de hacer una reconstrucción histórica, podemos considerar el episodio de los magos como lo hicieron los Padres de la Iglesia: símbolo y manifestación de la llamada a la salvación de los pueblos paganos. Los magos fueron la explícita declaración de que el Evangelio había que predicarlo a todos los pueblos.
Para la Iglesia oriental tiene grande importancia el bautismo de Cristo, la "fiesta de las luces", como dice San Gregorio Nacianceno, incluso como contraposición a una fiesta pagana del "sol invictus". En realidad, tanto en Oriente como en Occidente la Epifanía tiene el carácter de una solemnidad ideológica: se celebra la manifestación de Dios a los hombres por medio de su Hijo, esto es, la primera fase de la Redención. Cristo se manifiesta a los paganos, a los judíos, a los apóstoles: tres momentos sucesivos de la relación entre Dios y el hombre.
Dios habla a los paganos por medio del mundo visible: el resplandor del sol, la armonía de los astros, la luz de las estrellas en el firmamento (los magos descubrieron en el cielo la señal divina) es portador de una cierta presencia de Dios.
Partiendo de la naturaleza, los paganos pueden "hacer las obras de la ley", porque, como decía San Pablo a los habitantes de Listra, el "Dios vivo, que ha hecho el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos... en las pasadas generaciones ha permitido que todas las naciones siguiesen sus caminos. Sin embargo, no ha cesado jamás de dar testimonio sobre sí mismo, haciendo el bien, mandándoos desde el cielo lluvias y estaciones fructíferas, y llenando vuestros corazones de alimento y de felicidad" (Hch 14, 15-17)
Ahora "en estos días (Dios) nos ha hablado por el Hijo, a quien ha constituido heredero de todas las cosas, por quien hizo también el universo" (Hb 1, 2). Los muchos mediadores de la manifestación de la divinidad encuentran su término en la persona de Jesús de Nazaret, en el que resplandece la gloria de Dios. Por eso nosotros podemos hoy expresar la humilde, temerosa, pero plena y alegre profesión de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestro amor.

Oremos

Ilumina, Señor, a tus hijos, y haz arder nuestros corazones con el esplendor de tu gloria, para que conozcamos cada vez mas a nuestro Salvador y podamos amarlo e imitarlo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Nota:
El intercambio de "regalos de Reyes"; esta costumbre tiene sus
raíces en el episodio evangélico de los dones ofrecidos por los Magos
al Niño Jesús (cf. Mt 2,11) y, en un sentido más radical, en el don
que Dios Padre ha concedido a la humanidad con el nacimiento entre
nosotros del Emmanuel (cf. Is 7,14; 9,6; Mt 1,23). Es deseable que el
intercambio de regalos con ocasión de la Epifanía mantenga un carácter
religioso, muestre que su motivación última se encuentra en la
narración evangélica; esto ayudará a convertir el regalo en una expresión
de piedad cristiana y a sacarlo de los condicionamientos de
lujo, ostentación y despilfarro, que son ajenos a sus orígenes.
(Directorio, n. 118)


Libro de Isaías 60,1-6.
¡Levántate, resplandece, porque llega tu luz y la gloria del Señor brilla sobre ti!
Porque las tinieblas cubren la tierra y una densa oscuridad, a las naciones, pero sobre ti brillará el Señor y su gloria aparecerá sobre ti.
Las naciones caminarán a tu luz y los reyes, al esplendor de tu aurora.
Mira a tu alrededor y observa: todos se han reunido y vienen hacia ti; tus hijos llegan desde lejos y tus hijas son llevadas en brazos.
Al ver esto, estarás radiante, palpitará y se ensanchará tu corazón, porque se volcarán sobre ti los tesoros del mar y las riquezas de las naciones llegarán hasta ti.
Te cubrirá una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Todos ellos vendrán desde Sabá, trayendo oro e incienso, y pregonarán las alabanzas del Señor.
Salmo 72(71),1-2.7-8.10-11.12-13.
De Salomón. Concede, Señor, tu justicia al rey y tu rectitud al descendiente de reyes,
para que gobierne a tu pueblo con justicia y a tus pobres con rectitud.
Que en sus días florezca la justicia y abunde la paz, mientras dure la luna;
que domine de un mar hasta el otro, y desde el Río hasta los confines de la tierra.
que los reyes de Tarsis y de las costas lejanas le paguen tributo. Que los reyes de Arabia y de Sebá le traigan regalos;
que todos los reyes le rindan homenaje y lo sirvan todas las naciones.
Porque él librará al pobre que suplica y al humilde que está desamparado.
Tendrá compasión del débil y del pobre, y salvará la vida de los indigentes.
Carta de San Pablo a los Efesios 3,2-3.5-6.
Porque seguramente habrán oído hablar de la gracia de Dios, que me ha sido dispensada en beneficio de ustedes.

Fue por medio de una revelación como se me dio a conocer este misterio, tal como acabo de exponérselo en pocas palabras.
que no fue manifestado a las generaciones pasadas, pero que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas.
Este misterio consiste en que también los paganos participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús, por medio del Evangelio.
Evangelio según San Mateo 2,1-12.
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén
y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo".
Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén.
Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías.
"En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta:
Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel".
Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella,
los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje".
Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño.
Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría,
y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.
Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. 

Santa Teresa Benedicta (Edith Stein) l891-l942, carmelita descalza, doctora de la Iglesia y co-patrona de Europa
Vida escondida y Epifanía; trad. Monte Carmelo 1998, Burgos
«Cristo es nuestra paz...de los dos pueblos (Israel y gentiles) hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad.) (Ef 2,14)

En los hombres reunidos en torno al pesebre tenemos una imagen de la Iglesia y de su desarrollo. Los representantes de la antigua dinastía real, a la cual le había sido prometido el Salvador del mundo, y los representantes del pueblo creyente constituyen el lazo de unión entre la Antigua y la Nueva Alianza. Los Reyes del lejanos Oriente representan a los gentiles, a los que desde Judea les llegó la salvación. Así tenemos aquí «la Iglesia de los judíos y de los gentiles.» Los magos son ante el pesebre los representantes de todos los que buscan. La gracia los había conducido, si bien no pertenecían aún a la Iglesia visible.
En ellos vivía un deseo puro de alcanzar la verdad que no se deja contener en las fronteras de las doctrinas y tradiciones particulares. Puesto que Dios es la verdad y quiere dejarse encontrar por todos aquellos que le buscan de todo corazón, tarde o temprano tenía que iluminar la estrella a esos sabios para indicarles el camino de la verdad. Y así se presentan ante la verdad encarnada, se postran ante ella en profunda adoración y depositan sus coronas a sus pies, pues todos los tesoros del mundo no son más que polvo en comparación con ella.