Vosotros sois mis amigos
+ FRANCISCO CERRO CHAVES
Obispo de Coria-Cáceres
Fuente: Alfa y Omega
Jesús (Gregorio Domínguez)
Aquel hombre que viajaba en avión presumía de cuantos amigos tenía. Hablaba de miles. El que estaba a su lado, en el asiento, le comentó:
«¿Me deja usted que le haga cuatro preguntas para descubrir verdaderamente cuántos amigos tiene? La primera es a cuántos invitaría a su boda». Le respondió que a unos quinientos, a lo que le contestó el que le preguntaba: «Ya se ha rebajado un poco la cifra de amigos que dice que tiene. La segunda pregunta es a quiénes invitaría al bautizo de su primer hijo». Respondió que a unos setenta. Lo cual bajó, también, sensiblemente la cifra de amigos que decía tener. Luego le preguntó que a quién comunicaría que le habían diagnosticado una enfermedad grave. Respondió que a unos cinco. Por último le dijo: «¿A cuántos le gustaría hablar poco antes de morir?» Respondió que a dos o tres. Entonces, le dijo el compañero de asiento: «Éstos últimos son, verdaderamente, los amigos que usted tiene».
Jesús nos llama amigos. Jesús es el Amigo que nunca falla. Si nos ha demostrado su amor de pasión muriendo, nos demuestra que nos ama como Amigo resucitado, porque su amistad es vivir para el servicio del otro. Es verdad lo que decía aquel refrán árabe: Se podrá olvidar al amigo con quien reíste, pero nunca con el que lloraste. La amistad de Jesús es una amistad real. Él es el amigo que no falta a la cita, que se encuentra siempre disponible, que nunca se desentiende, que aguanta y nos acepta como somos y hasta el último momento.
Jesús quiere una amistad y un amor como Él nos ha amado. Esto es impresionante y muy consolador. Es amigo siempre porque nos ama con toda la fuerza de su Corazón redentor y porque nos invita a querer siempre a los que Dios pone en nuestro camino. Nos llama a hacernos de verdad amigos de verdad de los que nos acompañan en el camino de la vida. El hombre de hoy, sobre todo los jóvenes, no sabe distinguir entre admiración y amistad. Compruebo que muchos jóvenes llaman amigos a los que admiran. No es así. La amistad exige mucho más que la admiración. Podemos admirar a Jesús. ¡Es admirable! Pero la realidad es mucho más rica, ¡es amigo de verdad!
Esa amistad exige conocimiento mutuo, exige ponerse en lugar del otro, estar a las duras y a las maduras. Los buenos amigos son como el buen vino, conforme pasa el tiempo se hace de más calidad, de mejor sabor.
Jesús es Amigo y nos recuerda que el mandamiento nuevo, el que nos ha traído toda la novedad del Evangelio, tiene mucho que ver con su manera de amistad: Como Yo os he amado. Vosotros sois mis amigos, nos dice Jesús, y de pronto estalla en nuestro corazón la alegría de ser su amigo para siempre.
sábado, 12 de marzo de 2011
Homilía de Mons. Francisco Pérez en la segunda javierada
By admin on 12 de marzo de 2011
Habéis venido hasta aquí como buenos peregrinos con la actitud decidida de “caminantes ante la vida”, de estar “en camino hacia el Señor”, “en camino con el Señor”, especialmente este año que ansiamos vivir “arraigados y edificados en Cristo; firmes en la fe, como Francisco Javier”, que así reza el lema de las javieradas de este año.
Al comenzar me gustaría felicitaros a todos, uno por uno, a los niños, a los jóvenes, a los más mayores y, con especial afecto, a los que habéis venido en familia. De modo especial a los enfermos que nos seguís por la Radio o por la TV. A los navarros y a los que os habéis acercado desde otras ciudades y pueblos. Sed todos bienvenidos y, con las palabras de San Pablo que hemos escuchado sentíos felices porque “por la obediencia de uno solo, Jesucristo, todos habéis sido constituidos justos” (Rm 5,19).
1. La tentación de nuestros primeros padres que hemos escuchado en la primera lectura y las tentaciones de Jesús, recordadas en el Evangelio, ponen ante nuestros ojos la tentación permanente de posponer a Dios y dejarlo en segundo plano. En efecto, la tentación se presenta con visos de aparente sentido común y de aparente prudencia: después de cuarenta días sin comer, es lógico satisfacer el hambre. Y el diablo no le incita a grandes manjares que podría parecer un exceso; simplemente le propone comer pan, el alimento más básico. Pero encierra una enorme trampa: convertir las piedras en pan, sin contar con Dios. Por eso la respuesta de Jesús va a lo nuclear de la tentación: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Contar con Dios es contar con su voluntad. Quien hace la voluntad de Dios no sólo le agrada sino que le glorifica.
La tentación por conseguir nuestras metas, también las legítimas, al margen de Dios sigue siendo actual. Sufrimos una severa crisis de fe en Dios como creador y dueño de la vida. De ahí que se pretenda ausentarlo y marginarlo como si fuera alguien ajeno a la vida, a la realidad económica y a la realidad social. Trabajamos, nos afanamos y vivimos como si Dios se hiciera el intruso, como alguien que nada tiene que ver en nuestra existencia. Se llega hasta pensar que Dios ya no sólo no existe sino que quien tenga fe en él es un hereje social: debe ser expulsado de la sociedad. Pensemos lo que está sucediendo, con el martirio de cristianos, en ciertos países de Medio y extremo Oriente. Queridos peregrinos no queremos ni podemos dejarnos engañar: estamos aquí porque, al estilo de San Francisco de Javier, queremos gritar al mundo que Dios existe, que es nuestro Creador, que nos ama a cada uno con amor de Padre, que cuida de nosotros mientras estamos en este mundo y nos espera después con los brazos abiertos.
2. La primera tentación ponía una cláusula condicional: “Si eres hijo de Dios…”, la misma que repetirán los que se burlaron de Jesús en la Cruz: “Si eres hijo de Dios, baja de la cruz”. La misma probablemente que escucharemos en amargo sarcasmo ante el dolor del inocente: Si Dios es amor, ¿por qué deja que haya sufrimiento? Nos cuesta entender que Cristo no ha bajado de la Cruz sino que ha transformado el dolor en amor y el sufrimiento en gracia.Y se aplica a la Iglesia y a los cristianos: Si sois tan buenos, por qué en vez de rezar no os dedicáis a solucionar los problemas. No quiero hacer aquí una apología del esfuerzo que hace la Iglesia para paliar en cuanto es posible las angustias de tantos que están sufriendo la miseria, que no tienen trabajo ni ven un futuro halagüeño. Ni pretendo estimular vuestra generosidad que siempre es mucha para colaborar con Cáritas y con tantas otras instituciones eclesiales de caridad. ¡Ya lo hacéis! Sólo quiero reivindicar una jerarquía de valores: primero Dios que es quien nos proporciona los medios materiales. Más aún, cuando reconocemos a Dios, somos capaces de buscar, con ahínco, la solución de tantas dificultades que nos angustian. No olvidemos que el mismo Jesús que rechazó como una tentación hacer un milagro para alimentarse, fue el que unos meses más tarde llevó a cabo la multiplicación de los panes y peces. Pero en este caso los que tenían hambre habían venido a escuchar la palabra de Dios. Más aún, el mismo Jesús nos enseñó una maravillosa oración que tantas veces repetimos, el Padre Nuestro, en el que pedimos insistentemente: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. De las tentaciones de Jesús aprendemos que no podemos apartar a Dios de nuestra sociedad, ni de nuestras vidas. Al contrario, “bien sabe vuestro Padre Celestial que tenéis necesidad de todo eso”, decía Jesús. Por todo ello, la palabra de Dios que escuchamos, la oración que practicamos, la fe que profesamos nos impulsa con mayor ardor a participar de las angustias de nuestros hermanos y a esforzarnos por encontrar la mejor solución posible.
3. La segunda tentación parece más intelectual, casi es una discusión entre sabios. El diablo le recuerda una cita de la Biblia, el salmo 91, aplicada al Mesías: “El Señor ha dado órdenes a sus ángeles y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”. Por tanto, le dice, tírate de aquí abajo, es decir, lánzate al vacío con la única confianza en Dios. Parece razonable, ¿verdad? Y yo me pregunto: ¿hay actualmente alguna tentación semejante, que proponga un planteamiento, digamos, razonable? Pienso que la familia está padeciendo desde muchísimos ángulos ataques de todo tipo, con frecuencia presentados como razonables. Se repite que es parte de una sociedad moderna la obligación de que no se someta a los esposos a una convivencia, dicen, imposible de resistir. Y se promulgan leyes profundamente injustas, pero revestidas de ropaje vacío de sentido racional pero que se llegan hacer normales, facilitando la caída en el vacío existencial puesto que se buscan subterfugios inconsistentes para acallar la conciencia: el derecho de la madre a abortar, realizar separaciones matrimoniales cuánto más rápidas mejor, el derecho a interrumpir la vida cuando uno lo desee. Y de nuevo se oye la respuesta de Jesús: “No tentarás al Señor tú Dios”. Quien tienta a Dios o le hace un pulso, al final siempre sale perdiendo, en cambio quien es dócil a su mandato de amor será feliz y habrá ganado el ciento por uno.
La educación es otro blanco fácil de atacar y que los padres cristianos habéis de defender con tesón. Dejadme recordar a este respecto unas palabras que pronunció el próximo Beato Juan Pablo II en esta misma plaza el 9 de noviembre de 1968: “La familia cristiana, que actúa ya como misionera al presentar sus hijos a la Iglesia para el bautismo, debe continuar el ministerio de evangelización y de catequesis, educándolos desde su más tierna edad en la conciencia misionera y el espíritu de cooperación eclesial (…). ¡Familias cristianas!: confrontaos con el modelo de la Sagrada Familia, que favoreció con delicado esmero la gradual manifestación de la misión redentora, misionera podemos decir, de Jesús”. Y poco después animaba a los presentes: “Miraos también en la acción edificante de los padres de Javier, que hicieron de su hogar una ‘Iglesia doméstica’ ejemplar. (…). Siguiendo el ejemplo de la familia de Javier, las familias de esta Iglesia de San Fermín han sido fecundo semillero de vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras. ¡Queridas familias de Navarra: debéis recobrar y conservar celosamente tan excelso patrimonio de virtud y servicio a la Iglesia y a la humanidad!”.
4. No quiero terminar sin hacer mención del acontecimiento importantísimo que vamos a vivir este año en España. Me refiero a la Jornada Mundial de la Juventud, de la que uno de los patronos es San Francisco de Javier. Sabéis que aquí mismo, a los pies del Castillo, tendremos una magna concentración el sábado 13 de agosto con los jóvenes que vengan a nuestra Diócesis desde los diferentes lugares de Alemania, de Europa, de China, de Islandia, de Brasil, de Kenia y de otros muchos lugares del mundo. Con mucha ilusión estamos preparando esas fechas y con mucha esperanza, porque estamos seguros de que el Señor nos bendecirá con muchas gracias para todos. Pido vuestra oración, vuestra colaboración y vuestro compromiso con esta tarea que están moviendo e impulsando el equipo de la JMJ en Navarra y en todas las Diócesis de España.
No puedo pasar por alto al gran grupo de amigos que celebran el 40 aniversario de su Asociación y son los miembros de ASPACE. Ellos mismos dicen que la “Javierada es un símbolo y signo de itinerario vital de las personas con discapacidad”. Les felicitamos y deseamos que vivan la fraternidad expresión viva del amor que Dios nos regala. A los pies de la Virgen ponemos todas estas ilusiones, todos estos ideales para que Ella los presente ante su Hijo y ante el trono de Dios.
By admin on 12 de marzo de 2011
Habéis venido hasta aquí como buenos peregrinos con la actitud decidida de “caminantes ante la vida”, de estar “en camino hacia el Señor”, “en camino con el Señor”, especialmente este año que ansiamos vivir “arraigados y edificados en Cristo; firmes en la fe, como Francisco Javier”, que así reza el lema de las javieradas de este año.
Al comenzar me gustaría felicitaros a todos, uno por uno, a los niños, a los jóvenes, a los más mayores y, con especial afecto, a los que habéis venido en familia. De modo especial a los enfermos que nos seguís por la Radio o por la TV. A los navarros y a los que os habéis acercado desde otras ciudades y pueblos. Sed todos bienvenidos y, con las palabras de San Pablo que hemos escuchado sentíos felices porque “por la obediencia de uno solo, Jesucristo, todos habéis sido constituidos justos” (Rm 5,19).
1. La tentación de nuestros primeros padres que hemos escuchado en la primera lectura y las tentaciones de Jesús, recordadas en el Evangelio, ponen ante nuestros ojos la tentación permanente de posponer a Dios y dejarlo en segundo plano. En efecto, la tentación se presenta con visos de aparente sentido común y de aparente prudencia: después de cuarenta días sin comer, es lógico satisfacer el hambre. Y el diablo no le incita a grandes manjares que podría parecer un exceso; simplemente le propone comer pan, el alimento más básico. Pero encierra una enorme trampa: convertir las piedras en pan, sin contar con Dios. Por eso la respuesta de Jesús va a lo nuclear de la tentación: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Contar con Dios es contar con su voluntad. Quien hace la voluntad de Dios no sólo le agrada sino que le glorifica.
La tentación por conseguir nuestras metas, también las legítimas, al margen de Dios sigue siendo actual. Sufrimos una severa crisis de fe en Dios como creador y dueño de la vida. De ahí que se pretenda ausentarlo y marginarlo como si fuera alguien ajeno a la vida, a la realidad económica y a la realidad social. Trabajamos, nos afanamos y vivimos como si Dios se hiciera el intruso, como alguien que nada tiene que ver en nuestra existencia. Se llega hasta pensar que Dios ya no sólo no existe sino que quien tenga fe en él es un hereje social: debe ser expulsado de la sociedad. Pensemos lo que está sucediendo, con el martirio de cristianos, en ciertos países de Medio y extremo Oriente. Queridos peregrinos no queremos ni podemos dejarnos engañar: estamos aquí porque, al estilo de San Francisco de Javier, queremos gritar al mundo que Dios existe, que es nuestro Creador, que nos ama a cada uno con amor de Padre, que cuida de nosotros mientras estamos en este mundo y nos espera después con los brazos abiertos.
2. La primera tentación ponía una cláusula condicional: “Si eres hijo de Dios…”, la misma que repetirán los que se burlaron de Jesús en la Cruz: “Si eres hijo de Dios, baja de la cruz”. La misma probablemente que escucharemos en amargo sarcasmo ante el dolor del inocente: Si Dios es amor, ¿por qué deja que haya sufrimiento? Nos cuesta entender que Cristo no ha bajado de la Cruz sino que ha transformado el dolor en amor y el sufrimiento en gracia.Y se aplica a la Iglesia y a los cristianos: Si sois tan buenos, por qué en vez de rezar no os dedicáis a solucionar los problemas. No quiero hacer aquí una apología del esfuerzo que hace la Iglesia para paliar en cuanto es posible las angustias de tantos que están sufriendo la miseria, que no tienen trabajo ni ven un futuro halagüeño. Ni pretendo estimular vuestra generosidad que siempre es mucha para colaborar con Cáritas y con tantas otras instituciones eclesiales de caridad. ¡Ya lo hacéis! Sólo quiero reivindicar una jerarquía de valores: primero Dios que es quien nos proporciona los medios materiales. Más aún, cuando reconocemos a Dios, somos capaces de buscar, con ahínco, la solución de tantas dificultades que nos angustian. No olvidemos que el mismo Jesús que rechazó como una tentación hacer un milagro para alimentarse, fue el que unos meses más tarde llevó a cabo la multiplicación de los panes y peces. Pero en este caso los que tenían hambre habían venido a escuchar la palabra de Dios. Más aún, el mismo Jesús nos enseñó una maravillosa oración que tantas veces repetimos, el Padre Nuestro, en el que pedimos insistentemente: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. De las tentaciones de Jesús aprendemos que no podemos apartar a Dios de nuestra sociedad, ni de nuestras vidas. Al contrario, “bien sabe vuestro Padre Celestial que tenéis necesidad de todo eso”, decía Jesús. Por todo ello, la palabra de Dios que escuchamos, la oración que practicamos, la fe que profesamos nos impulsa con mayor ardor a participar de las angustias de nuestros hermanos y a esforzarnos por encontrar la mejor solución posible.
3. La segunda tentación parece más intelectual, casi es una discusión entre sabios. El diablo le recuerda una cita de la Biblia, el salmo 91, aplicada al Mesías: “El Señor ha dado órdenes a sus ángeles y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”. Por tanto, le dice, tírate de aquí abajo, es decir, lánzate al vacío con la única confianza en Dios. Parece razonable, ¿verdad? Y yo me pregunto: ¿hay actualmente alguna tentación semejante, que proponga un planteamiento, digamos, razonable? Pienso que la familia está padeciendo desde muchísimos ángulos ataques de todo tipo, con frecuencia presentados como razonables. Se repite que es parte de una sociedad moderna la obligación de que no se someta a los esposos a una convivencia, dicen, imposible de resistir. Y se promulgan leyes profundamente injustas, pero revestidas de ropaje vacío de sentido racional pero que se llegan hacer normales, facilitando la caída en el vacío existencial puesto que se buscan subterfugios inconsistentes para acallar la conciencia: el derecho de la madre a abortar, realizar separaciones matrimoniales cuánto más rápidas mejor, el derecho a interrumpir la vida cuando uno lo desee. Y de nuevo se oye la respuesta de Jesús: “No tentarás al Señor tú Dios”. Quien tienta a Dios o le hace un pulso, al final siempre sale perdiendo, en cambio quien es dócil a su mandato de amor será feliz y habrá ganado el ciento por uno.
La educación es otro blanco fácil de atacar y que los padres cristianos habéis de defender con tesón. Dejadme recordar a este respecto unas palabras que pronunció el próximo Beato Juan Pablo II en esta misma plaza el 9 de noviembre de 1968: “La familia cristiana, que actúa ya como misionera al presentar sus hijos a la Iglesia para el bautismo, debe continuar el ministerio de evangelización y de catequesis, educándolos desde su más tierna edad en la conciencia misionera y el espíritu de cooperación eclesial (…). ¡Familias cristianas!: confrontaos con el modelo de la Sagrada Familia, que favoreció con delicado esmero la gradual manifestación de la misión redentora, misionera podemos decir, de Jesús”. Y poco después animaba a los presentes: “Miraos también en la acción edificante de los padres de Javier, que hicieron de su hogar una ‘Iglesia doméstica’ ejemplar. (…). Siguiendo el ejemplo de la familia de Javier, las familias de esta Iglesia de San Fermín han sido fecundo semillero de vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras. ¡Queridas familias de Navarra: debéis recobrar y conservar celosamente tan excelso patrimonio de virtud y servicio a la Iglesia y a la humanidad!”.
4. No quiero terminar sin hacer mención del acontecimiento importantísimo que vamos a vivir este año en España. Me refiero a la Jornada Mundial de la Juventud, de la que uno de los patronos es San Francisco de Javier. Sabéis que aquí mismo, a los pies del Castillo, tendremos una magna concentración el sábado 13 de agosto con los jóvenes que vengan a nuestra Diócesis desde los diferentes lugares de Alemania, de Europa, de China, de Islandia, de Brasil, de Kenia y de otros muchos lugares del mundo. Con mucha ilusión estamos preparando esas fechas y con mucha esperanza, porque estamos seguros de que el Señor nos bendecirá con muchas gracias para todos. Pido vuestra oración, vuestra colaboración y vuestro compromiso con esta tarea que están moviendo e impulsando el equipo de la JMJ en Navarra y en todas las Diócesis de España.
No puedo pasar por alto al gran grupo de amigos que celebran el 40 aniversario de su Asociación y son los miembros de ASPACE. Ellos mismos dicen que la “Javierada es un símbolo y signo de itinerario vital de las personas con discapacidad”. Les felicitamos y deseamos que vivan la fraternidad expresión viva del amor que Dios nos regala. A los pies de la Virgen ponemos todas estas ilusiones, todos estos ideales para que Ella los presente ante su Hijo y ante el trono de Dios.
miércoles, 9 de marzo de 2011
cuaresma 1º jueves 2011
I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro del Deuteronomio 30,15-20:
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal. Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y crecerás; el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para conquistarla. Pero, si tu corazón se aparta y no obedeces, si te dejas arrastrar y te prosternas dando culto a dioses extranjeros, yo te anuncio hoy que morirás sin remedio, que, después de pasar el Jordán y de entrar en la tierra para tomarla en posesión, no vivirás muchos años en ella. Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra; te pongo delante vida y muerte, bendición y maldición. Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que había prometido dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob.»
Sal 1 R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,22-25:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»
II. Oramos con la Palabra
CRISTO,ya tengo trazado el plan de esta Cuaresma ‘11, que es el plan de toda mi vida cristiana: seguirte, negándome lo que pide mi hombre viejo y cargando con la cruz que me llevará a la resurrección del hombre nuevo. Tú vas delante: te acompañaré en los misterios de dolor, que llevan a los de gloria.
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 publicado por EDIBESA.
III. Compartimos la Palabra
Recién estrenada la cuaresma y caminando ya hacia la Pascua, Moisés, en la Primera Lectura, y Jesús, en el Evangelio, nos plantean una posible disyuntiva en nuestro camino: Dios u otros dioses; seguir la voluntad de Dios que conduce a la vida, o seguir y adorar a otros dioses, que sería igual a elegir la muerte. El salmo responsorial lo describe como el árbol que sólo prospera y florece al borde de la acequia. Así la liturgia nos invita cada año al empezar la cuaresma a revisar y, en su caso corregir, nuestras opciones fundamentales en la vida.
• Bendición o maldición
Esta es la disyuntiva de Dios por medio de Moisés en el Libro del Deuteronomio: “Yo te propongo hoy vida y felicidad o bien muerte y desgracia”. Si escoges la vida, “el Señor tu Dios te bendecirá”; “pero si tu corazón se resiste y no obedeces, perecerás”. “Te pongo delante la bendición y la maldición”.
Bendecir, para nosotros, significa hablar bien, decir cosas buenas con el deseo de que sean una realidad en la vida de los demás. Quien bendice desea y, en la medida de sus posibilidades, procura el bienestar de los otros. Y lo dice no sólo con palabras sino con gestos. Bendecir, para Dios, es, de entrada, esto mismo, pero mucho más, infinitamente más como infinito es él. Si lo nuestro es desear, lo de Dios es entregar y hacer realidad sus deseos. Por eso cuando bendice, humaniza y santifica.
Maldecir, para nosotros, es hablar y decir cosas de condena, de malquerencia y falta de aprecio. Tanto en los medios, como a nivel más particular, son muchas, quizá demasiadas, las maldiciones que se escuchan; demasiadas palabras que hieren y que se pronuncian o escriben para que molesten. No son así las “maldiciones” de Dios. Son más bien advertencias, confidencias y consejos para que cambiemos de rumbo y no sigamos aquellos derroteros.
Dios nunca maldice. Bendice siempre. El Padre bendice reiteradamente al Hijo en el Evangelio, y el Hijo da gracias y bendice al Padre. Y nos pide que hagamos nosotros lo mismo porque estamos perdonados, redimidos y salvados.
•Seguimiento, pero con la cruz
¡Qué distinta sería la historia si estuviera escrita por los perdedores! No es que Jesús nos pida y anime a alistarnos en su gremio; nos avisa para que seamos cautos, porque “de nada sirve ganar el mundo si uno se pierde”. Este es nuestro dilema: ganar, según el mundo, y perder ante nosotros y ante Dios; o ganar ante nosotros y ante Dios, abrazándonos a la cruz, perdiendo para el mundo.
Jesús no buscó la cruz y el sufrimiento. Lo encontró de forma inevitable por mantenerse fiel y firme en sus convicciones, en su misión y en su fidelidad al Padre. Con seguridad que, en su oración, tuvo que meditarlo con frecuencia. “Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga como yo quiero sino como quieres tú” (Mt 26,39). Antes o después, los seguidores de Jesús se encontrarán, también inevitablemente, con la cruz, en su empeño por mantenerse fieles en el seguimiento y misión. Al final, el Padre bendijo y arropó al Hijo, y éste lo hará con nosotros. Contamos con su promesa y apuesta.
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino
Lectura del libro del Deuteronomio 30,15-20:
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal. Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y crecerás; el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para conquistarla. Pero, si tu corazón se aparta y no obedeces, si te dejas arrastrar y te prosternas dando culto a dioses extranjeros, yo te anuncio hoy que morirás sin remedio, que, después de pasar el Jordán y de entrar en la tierra para tomarla en posesión, no vivirás muchos años en ella. Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra; te pongo delante vida y muerte, bendición y maldición. Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que había prometido dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob.»
Sal 1 R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,22-25:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»
II. Oramos con la Palabra
CRISTO,ya tengo trazado el plan de esta Cuaresma ‘11, que es el plan de toda mi vida cristiana: seguirte, negándome lo que pide mi hombre viejo y cargando con la cruz que me llevará a la resurrección del hombre nuevo. Tú vas delante: te acompañaré en los misterios de dolor, que llevan a los de gloria.
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 publicado por EDIBESA.
III. Compartimos la Palabra
Recién estrenada la cuaresma y caminando ya hacia la Pascua, Moisés, en la Primera Lectura, y Jesús, en el Evangelio, nos plantean una posible disyuntiva en nuestro camino: Dios u otros dioses; seguir la voluntad de Dios que conduce a la vida, o seguir y adorar a otros dioses, que sería igual a elegir la muerte. El salmo responsorial lo describe como el árbol que sólo prospera y florece al borde de la acequia. Así la liturgia nos invita cada año al empezar la cuaresma a revisar y, en su caso corregir, nuestras opciones fundamentales en la vida.
• Bendición o maldición
Esta es la disyuntiva de Dios por medio de Moisés en el Libro del Deuteronomio: “Yo te propongo hoy vida y felicidad o bien muerte y desgracia”. Si escoges la vida, “el Señor tu Dios te bendecirá”; “pero si tu corazón se resiste y no obedeces, perecerás”. “Te pongo delante la bendición y la maldición”.
Bendecir, para nosotros, significa hablar bien, decir cosas buenas con el deseo de que sean una realidad en la vida de los demás. Quien bendice desea y, en la medida de sus posibilidades, procura el bienestar de los otros. Y lo dice no sólo con palabras sino con gestos. Bendecir, para Dios, es, de entrada, esto mismo, pero mucho más, infinitamente más como infinito es él. Si lo nuestro es desear, lo de Dios es entregar y hacer realidad sus deseos. Por eso cuando bendice, humaniza y santifica.
Maldecir, para nosotros, es hablar y decir cosas de condena, de malquerencia y falta de aprecio. Tanto en los medios, como a nivel más particular, son muchas, quizá demasiadas, las maldiciones que se escuchan; demasiadas palabras que hieren y que se pronuncian o escriben para que molesten. No son así las “maldiciones” de Dios. Son más bien advertencias, confidencias y consejos para que cambiemos de rumbo y no sigamos aquellos derroteros.
Dios nunca maldice. Bendice siempre. El Padre bendice reiteradamente al Hijo en el Evangelio, y el Hijo da gracias y bendice al Padre. Y nos pide que hagamos nosotros lo mismo porque estamos perdonados, redimidos y salvados.
•Seguimiento, pero con la cruz
¡Qué distinta sería la historia si estuviera escrita por los perdedores! No es que Jesús nos pida y anime a alistarnos en su gremio; nos avisa para que seamos cautos, porque “de nada sirve ganar el mundo si uno se pierde”. Este es nuestro dilema: ganar, según el mundo, y perder ante nosotros y ante Dios; o ganar ante nosotros y ante Dios, abrazándonos a la cruz, perdiendo para el mundo.
Jesús no buscó la cruz y el sufrimiento. Lo encontró de forma inevitable por mantenerse fiel y firme en sus convicciones, en su misión y en su fidelidad al Padre. Con seguridad que, en su oración, tuvo que meditarlo con frecuencia. “Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga como yo quiero sino como quieres tú” (Mt 26,39). Antes o después, los seguidores de Jesús se encontrarán, también inevitablemente, con la cruz, en su empeño por mantenerse fieles en el seguimiento y misión. Al final, el Padre bendijo y arropó al Hijo, y éste lo hará con nosotros. Contamos con su promesa y apuesta.
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino
Cuaresma. Jueves después de Ceniza
LA CRUZ DE CADA DÍA
— No puede haber un Cristianismo verdadero sin Cruz. La Cruz del Señor es fuente de paz y de alegría.
— La Cruz en las cosas pequeñas de cada día.
— Ofrecer las contrariedades. Detalles pequeños de mortificación.
I. Ayer comenzó la Cuaresma y hoy nos recuerda el Evangelio de la Misa que para seguir a Cristo es preciso llevar la propia Cruz: También les decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame1.
El Señor se dirige a todos y habla de la Cruz de cada día. Estas palabras de Jesús conservan hoy su más pleno valor. Son palabras dichas a todos los hombres que quieren seguirle, pues no existe un Cristianismo sin Cruz, para cristianos flojos y blandos, sin sentido del sacrificio. Las palabras del Señor expresan una condición imprescindible: el que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo2. «Un Cristianismo del que se pretendiera arrancar la cruz de la mortificación voluntaria y la penitencia, so pretexto de que esas prácticas son residuos oscurantistas, medievalismos impropios de una época humanista, ese Cristianismo desvirtuado lo sería tan solo de nombre; ni conservaría la doctrina del Evangelio ni serviría para encaminar en pos de Cristo los pasos de los hombres»3. Sería un Cristianismo sin Redención, sin Salvación.
Uno de los síntomas más claros de que la tibieza ha entrado en un alma es precisamente el abandono de la Cruz, de la pequeña mortificación, de todo aquello que de alguna manera suponga sacrificio y abnegación.
Por otra parte, huir de la Cruz es alejarse de la santidad y de la alegría; porque uno de los frutos del alma mortificada es precisamente la capacidad de relacionarse con Dios y con los demás, y también una profunda paz en medio de la tribulación y de dificultades externas. La persona que abandona la mortificación queda atrapada por los sentidos y se hace incapaz de un pensamiento sobrenatural.
Sin espíritu de sacrificio y de mortificación no hay progreso en la vida interior. Dice San Juan de la Cruz que si hay pocos que llegan a un alto estado de unión con Dios se debe a que muchos no quieren sujetarse «a mayor desconsuelo y mortificación»4. Y escribe el mismo santo: «Y jamás, si quiere llegar a poseer a Cristo, le busque sin la cruz»5.
No olvidemos, pues, que la mortificación está muy relacionada con la alegría, y que cuando el corazón se purifica se torna más humilde para tratar a Dios y a los demás. «Esta es la gran paradoja que lleva consigo la mortificación cristiana. Aparentemente, el aceptar y, más, el buscar el sufrimiento parece que debiera hacer de los buenos cristianos, en la práctica, los seres más tristes, los hombres que “peor lo pasan”.
»La realidad es bien distinta. La mortificación solo produce tristeza cuando sobra egoísmo y falta generosidad y amor de Dios. El sacrificio lleva siempre consigo la alegría en medio del dolor, el gozo de cumplir la voluntad de Dios, de amarle con esfuerzo. Los buenos cristianos viven quasi tristes, semper autem gaudentes (2 Cor 6, 10): como si estuvieran tristes, pero en realidad siempre alegres»6.
II. «La Cruz cada día. Nulla dies sine cruce!, ningún día sin Cruz: ninguna jornada, en la que no carguemos con la cruz del Señor, en la que no aceptemos su yugo (...).
»El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese camino, porque Dios mismo nos ayuda y con Él no cabe la tristeza. In laetitia, nulla die sine cruce!, me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz»7.
La Cruz del Señor, con la que hemos de cargar cada día, no es ciertamente la que produce nuestros egoísmos, envidias, pereza, etcétera, no son los conflictos que producen nuestro hombre viejo y nuestro amar desordenado. Esto no es del Señor, no santifica.
En alguna ocasión, encontraremos la Cruz en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico, en la muerte de un ser querido: «(...) no olvidéis que estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que Él permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que nos llamen locos y que nos tomen por necios.
»Es la hora de amar la mortificación pasiva, que viene –oculta o descarada e insolente– cuando no la esperamos»8. El Señor nos dará las fuerzas necesarias para llevar con garbo esa Cruz y nos llenará de gracias y frutos inimaginables. Comprendemos que Dios bendice de muchas maneras, y frecuentemente, a sus amigos, haciéndonos partícipes de su Cruz y corredentores con Él.
Sin embargo, lo normal será que encontremos la Cruz de cada día en pequeñas contrariedades que se atraviesan en el trabajo, en la convivencia: puede ser un imprevisto con el que no contábamos, el carácter difícil de una persona con la que necesariamente hemos de convivir, planes que debemos cambiar a última hora, instrumentos de trabajo que se estropean cuando más necesarios eran, molestias producidas por el frío o el calor o el ruido, incomprensiones, una leve enfermedad que nos disminuye la capacidad de trabajo en ese día...
Hemos de recibir estas contrariedades diarias con ánimo grande, ofreciéndolas al Señor con espíritu de reparación: sin quejarnos, pues esa queja frecuentemente señala el rechazo de la Cruz. Estas mortificaciones, que llegan sin esperarlas, pueden ayudarnos, si las recibimos bien, a crecer en el espíritu de penitencia que tanto necesitamos, y a mejorar en la virtud de la paciencia, en caridad, en comprensión: es decir, en santidad. Si las recibiéramos con mal espíritu podrían sernos motivo de rebeldía, de impaciencia o de desaliento. Muchos cristianos han perdido la alegría al final de la jornada, no por grandes contrariedades, sino por no haber sabido santificar el cansancio propio del trabajo, ni las pequeñas dificultades que han ido surgiendo durante el día. La Cruz –pequeña o grande– aceptada, produce paz y gozo en medio del dolor y está cargada de méritos para la vida eterna; cuando no se acepta la Cruz, el alma queda desilusionada o con una íntima rebeldía, que sale enseguida al exterior en forma de tristeza y de mal humor. «Cargar con la Cruz es algo grande, grande... Quiere decir afrontar la vida con coraje, sin blanduras ni vilezas; quiere decir transformar en energía moral las dificultades que nunca faltarán en nuestra existencia; quiere decir comprender el dolor humano, y, por último, saber amar verdaderamente»9. El cristiano que va por la vida rehuyendo sistemáticamente el sacrificio no encontrará a Dios, no encontrará la felicidad. Rehúye también la propia santidad.
III. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo... Además de aceptar la Cruz que sale a nuestro encuentro, muchas veces sin esperarla, debemos buscar otras pequeñas mortificaciones para mantener vivo el espíritu de penitencia que nos pide el Señor. Para progresar en la vida interior será de gran ayuda tener varias mortificaciones pequeñas fijas, previstas de antemano, para hacerlas cada día.
Estas mortificaciones buscadas por amor a Dios serán valiosísimas para vencer la pereza, el egoísmo que aflora en todo instante, la soberbia, etc. Unas nos facilitarán el trabajo, teniendo en cuenta los detalles, la puntualidad, el orden, la intensidad, el cuidado de los instrumentos que utilizamos; otras estarán orientadas a vivir mejor la caridad, en particular con las personas con quienes convivimos y trabajamos: saber sonreír aunque nos cueste, tener detalles de aprecio hacia los demás, facilitarles su trabajo, atenderlos amablemente, servirles en las pequeñas cosas de la vida corriente, y jamás volcar sobre ellos, si lo tuviéramos, nuestro malhumor; otras mortificaciones están orientadas a vencer la comodidad, a guardar los sentidos internos y externos, a vencer la curiosidad; mortificaciones concretas en la comida, en el cuidado del arreglo personal, etcétera. No es preciso que sean cosas muy grandes, sino que se adquiera el hábito de hacerlas con constancia y por amor a Dios.
Como la tendencia general de la naturaleza humana es la de rehuir lo que suponga esfuerzo, debemos puntualizar mucho en esta materia, para no quedarnos solo en los buenos deseos. Por eso en ocasiones será muy útil incluso apuntarlas, para repasarlas en el examen o en otros momentos del día y no dejar que se olviden. Recordemos también que las mortificaciones más gratas al Señor son aquellas que hacen referencia a la caridad, al apostolado y al cumplimiento más fiel de nuestro deber.
Digámosle a Jesús, al acabar nuestro diálogo con Él, que estamos dispuestos a seguirle, cargando con la Cruz, hoy y todos los días.
1 Lc 9, 23. — 2 Lc 14, 27. — 3 J. Orlandis, Ocho bienaventuranzas, Pamplona 1982, p. 72. — 4 San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, II, 7. — 5 ídem, Carta al P. Juan de Santa Ana, 23. — 6 R. M. de Balbín, Sacrificio y alegría, Rialp. 2ª ed., Madrid 1975, p. 123. — 7 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 176. — 8 ídem, Amigos de Dios, 301. — 9 Pablo VI, Alocución 24-III-1967.
† Nota: Ediciones Palabra (poseedora de los derechos de autor) sólo nos ha autorizado a difundir la meditación diaria a usuarios concretos para su uso personal, y no desea su distribución por fotocopias u otras formas de distribución.
LA CRUZ DE CADA DÍA
— No puede haber un Cristianismo verdadero sin Cruz. La Cruz del Señor es fuente de paz y de alegría.
— La Cruz en las cosas pequeñas de cada día.
— Ofrecer las contrariedades. Detalles pequeños de mortificación.
I. Ayer comenzó la Cuaresma y hoy nos recuerda el Evangelio de la Misa que para seguir a Cristo es preciso llevar la propia Cruz: También les decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame1.
El Señor se dirige a todos y habla de la Cruz de cada día. Estas palabras de Jesús conservan hoy su más pleno valor. Son palabras dichas a todos los hombres que quieren seguirle, pues no existe un Cristianismo sin Cruz, para cristianos flojos y blandos, sin sentido del sacrificio. Las palabras del Señor expresan una condición imprescindible: el que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo2. «Un Cristianismo del que se pretendiera arrancar la cruz de la mortificación voluntaria y la penitencia, so pretexto de que esas prácticas son residuos oscurantistas, medievalismos impropios de una época humanista, ese Cristianismo desvirtuado lo sería tan solo de nombre; ni conservaría la doctrina del Evangelio ni serviría para encaminar en pos de Cristo los pasos de los hombres»3. Sería un Cristianismo sin Redención, sin Salvación.
Uno de los síntomas más claros de que la tibieza ha entrado en un alma es precisamente el abandono de la Cruz, de la pequeña mortificación, de todo aquello que de alguna manera suponga sacrificio y abnegación.
Por otra parte, huir de la Cruz es alejarse de la santidad y de la alegría; porque uno de los frutos del alma mortificada es precisamente la capacidad de relacionarse con Dios y con los demás, y también una profunda paz en medio de la tribulación y de dificultades externas. La persona que abandona la mortificación queda atrapada por los sentidos y se hace incapaz de un pensamiento sobrenatural.
Sin espíritu de sacrificio y de mortificación no hay progreso en la vida interior. Dice San Juan de la Cruz que si hay pocos que llegan a un alto estado de unión con Dios se debe a que muchos no quieren sujetarse «a mayor desconsuelo y mortificación»4. Y escribe el mismo santo: «Y jamás, si quiere llegar a poseer a Cristo, le busque sin la cruz»5.
No olvidemos, pues, que la mortificación está muy relacionada con la alegría, y que cuando el corazón se purifica se torna más humilde para tratar a Dios y a los demás. «Esta es la gran paradoja que lleva consigo la mortificación cristiana. Aparentemente, el aceptar y, más, el buscar el sufrimiento parece que debiera hacer de los buenos cristianos, en la práctica, los seres más tristes, los hombres que “peor lo pasan”.
»La realidad es bien distinta. La mortificación solo produce tristeza cuando sobra egoísmo y falta generosidad y amor de Dios. El sacrificio lleva siempre consigo la alegría en medio del dolor, el gozo de cumplir la voluntad de Dios, de amarle con esfuerzo. Los buenos cristianos viven quasi tristes, semper autem gaudentes (2 Cor 6, 10): como si estuvieran tristes, pero en realidad siempre alegres»6.
II. «La Cruz cada día. Nulla dies sine cruce!, ningún día sin Cruz: ninguna jornada, en la que no carguemos con la cruz del Señor, en la que no aceptemos su yugo (...).
»El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese camino, porque Dios mismo nos ayuda y con Él no cabe la tristeza. In laetitia, nulla die sine cruce!, me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz»7.
La Cruz del Señor, con la que hemos de cargar cada día, no es ciertamente la que produce nuestros egoísmos, envidias, pereza, etcétera, no son los conflictos que producen nuestro hombre viejo y nuestro amar desordenado. Esto no es del Señor, no santifica.
En alguna ocasión, encontraremos la Cruz en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico, en la muerte de un ser querido: «(...) no olvidéis que estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que Él permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que nos llamen locos y que nos tomen por necios.
»Es la hora de amar la mortificación pasiva, que viene –oculta o descarada e insolente– cuando no la esperamos»8. El Señor nos dará las fuerzas necesarias para llevar con garbo esa Cruz y nos llenará de gracias y frutos inimaginables. Comprendemos que Dios bendice de muchas maneras, y frecuentemente, a sus amigos, haciéndonos partícipes de su Cruz y corredentores con Él.
Sin embargo, lo normal será que encontremos la Cruz de cada día en pequeñas contrariedades que se atraviesan en el trabajo, en la convivencia: puede ser un imprevisto con el que no contábamos, el carácter difícil de una persona con la que necesariamente hemos de convivir, planes que debemos cambiar a última hora, instrumentos de trabajo que se estropean cuando más necesarios eran, molestias producidas por el frío o el calor o el ruido, incomprensiones, una leve enfermedad que nos disminuye la capacidad de trabajo en ese día...
Hemos de recibir estas contrariedades diarias con ánimo grande, ofreciéndolas al Señor con espíritu de reparación: sin quejarnos, pues esa queja frecuentemente señala el rechazo de la Cruz. Estas mortificaciones, que llegan sin esperarlas, pueden ayudarnos, si las recibimos bien, a crecer en el espíritu de penitencia que tanto necesitamos, y a mejorar en la virtud de la paciencia, en caridad, en comprensión: es decir, en santidad. Si las recibiéramos con mal espíritu podrían sernos motivo de rebeldía, de impaciencia o de desaliento. Muchos cristianos han perdido la alegría al final de la jornada, no por grandes contrariedades, sino por no haber sabido santificar el cansancio propio del trabajo, ni las pequeñas dificultades que han ido surgiendo durante el día. La Cruz –pequeña o grande– aceptada, produce paz y gozo en medio del dolor y está cargada de méritos para la vida eterna; cuando no se acepta la Cruz, el alma queda desilusionada o con una íntima rebeldía, que sale enseguida al exterior en forma de tristeza y de mal humor. «Cargar con la Cruz es algo grande, grande... Quiere decir afrontar la vida con coraje, sin blanduras ni vilezas; quiere decir transformar en energía moral las dificultades que nunca faltarán en nuestra existencia; quiere decir comprender el dolor humano, y, por último, saber amar verdaderamente»9. El cristiano que va por la vida rehuyendo sistemáticamente el sacrificio no encontrará a Dios, no encontrará la felicidad. Rehúye también la propia santidad.
III. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo... Además de aceptar la Cruz que sale a nuestro encuentro, muchas veces sin esperarla, debemos buscar otras pequeñas mortificaciones para mantener vivo el espíritu de penitencia que nos pide el Señor. Para progresar en la vida interior será de gran ayuda tener varias mortificaciones pequeñas fijas, previstas de antemano, para hacerlas cada día.
Estas mortificaciones buscadas por amor a Dios serán valiosísimas para vencer la pereza, el egoísmo que aflora en todo instante, la soberbia, etc. Unas nos facilitarán el trabajo, teniendo en cuenta los detalles, la puntualidad, el orden, la intensidad, el cuidado de los instrumentos que utilizamos; otras estarán orientadas a vivir mejor la caridad, en particular con las personas con quienes convivimos y trabajamos: saber sonreír aunque nos cueste, tener detalles de aprecio hacia los demás, facilitarles su trabajo, atenderlos amablemente, servirles en las pequeñas cosas de la vida corriente, y jamás volcar sobre ellos, si lo tuviéramos, nuestro malhumor; otras mortificaciones están orientadas a vencer la comodidad, a guardar los sentidos internos y externos, a vencer la curiosidad; mortificaciones concretas en la comida, en el cuidado del arreglo personal, etcétera. No es preciso que sean cosas muy grandes, sino que se adquiera el hábito de hacerlas con constancia y por amor a Dios.
Como la tendencia general de la naturaleza humana es la de rehuir lo que suponga esfuerzo, debemos puntualizar mucho en esta materia, para no quedarnos solo en los buenos deseos. Por eso en ocasiones será muy útil incluso apuntarlas, para repasarlas en el examen o en otros momentos del día y no dejar que se olviden. Recordemos también que las mortificaciones más gratas al Señor son aquellas que hacen referencia a la caridad, al apostolado y al cumplimiento más fiel de nuestro deber.
Digámosle a Jesús, al acabar nuestro diálogo con Él, que estamos dispuestos a seguirle, cargando con la Cruz, hoy y todos los días.
1 Lc 9, 23. — 2 Lc 14, 27. — 3 J. Orlandis, Ocho bienaventuranzas, Pamplona 1982, p. 72. — 4 San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, II, 7. — 5 ídem, Carta al P. Juan de Santa Ana, 23. — 6 R. M. de Balbín, Sacrificio y alegría, Rialp. 2ª ed., Madrid 1975, p. 123. — 7 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 176. — 8 ídem, Amigos de Dios, 301. — 9 Pablo VI, Alocución 24-III-1967.
† Nota: Ediciones Palabra (poseedora de los derechos de autor) sólo nos ha autorizado a difundir la meditación diaria a usuarios concretos para su uso personal, y no desea su distribución por fotocopias u otras formas de distribución.
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